Cómo convertirse en una puta: error número 1
Dani, 19 años, guapo y con éxito entre las mujeres, conoce a David en el gimnasio. Este parece simpático, pero tiene un interés en Dani que va más allá de conversar durante el entreno.
─¿Te quedan muchas? ─Dani se volteó para ver quién le había preguntado. Era un chico alto y muy mazado. El típico que te hace cuestionarte cuáles son las reglas que rigen el reparto de los genes en este mundo. Es justo ser alto pero delgado; también lo es ser más musculoso pero de corta altura. Pero definitivamente era un abuso genotípico gozar de aquellos pectorales inmensos, brazos tan gruesos y bien torneados y piernas de las que abultan a través de cualquier pantalón, midiendo 195 maravillosos centímetros.
Dani se bloqueó unos segundos, intimidado por aquel adonis al que todo el mundo solía mirar de reojo en el gimnasio.
─Series, digo. ─insistió.
─Me quedan tres.
─¿Turnamos? No hay otra máquina libre.
Dani se levantó para dejar al chico colocarse en la máquina de curl femoral tumbado. Esa en la que es inevitable poner el culo en pompa cuando haces las últimas repeticiones y no puedes más. Se sorprendió con los ojos puestos en el firme culo que tenía delante de sus ojos, que acompañaba a ese perfecto cuerpo que pondría cachondo a cualquiera en tiempo récord.
Pero la verdad es que Dani tampoco estaba mal. A sus 19 años, era de altura media y tenía un cuerpo atlético. Durante el tiempo que llevaba en el gimnasio había conseguido poner firmes sus brazos y desarrollar algo de músculo en el pecho. A eso le acompañaba un vientre terso y sin una gota de grasa, que daba paso a una cintura estrecha perfecta. Sus piernas, fruto de haber practicado fútbol durante toda su adolescencia, tenían el grosor justo y estaban perfectamente definidas, e iban acompañadas de un culo bien duro y respingón que no pasaba desapercibido cuando salía de fiesta.
Además, tenía un rostro perfecto. Literalmente perfecto. La verdad es que gracias a él siempre tenía a varias tías detrás. Mandíbula marcada, labios rojos que inducían al pecado y una mirada inocente acompañada de aquellas cejas con el extremo exterior orientado hacia arriba. Rasgos apolíneos con los que conseguía abrirse muchas puertas.
─Te toca. Deberías poner más peso, seguro que puedes con él. ─El chico, antes de levantarse, le dejó puesto a Dani algo más de peso del que había dejado. ─¿Cómo te llamas?
─Daniel ─dijo Dani mientras se tumbaba intentando no sacar mucho el culo.
─Encantado, yo soy David. Venga, dale fuerte.
David no era especialmente guapo, pero tenía una cara de chulo que llevó a Dani a poner todo su empeño en mantener la postura con la primera repetición. Sin embargo, con el peso que le había puesto ese bestia, no pudo evitar levantar el culo.
PLAF. Recibió un cachete.
─Abajo ese culo. Te vas a hacer daño, y la fuerza la tienes que hacer con el femoral.
¿Acababa de darle un cachete en el culo? Una chica que estaba en una máquina cercana echó una mirada rápida. Ante la sorpresa, Dani pegó la cadera a la máquina para evitar otro, aunque ello implicara levantar el peso con sudor y lágrimas.
─Voy a ayudarte y te voy a sujetar, ¿vale? Así puedes concentrarte en la fuerza que tienes que hacer ─David puso la mano en el culo de Dani y la dejó ahí, haciendo fuerza de manera que podía palpar perfectamente lo duro y bien formado que estaba. ─Solo dos más… Una… Eso es.
Se volvieron a cambiar y Dani pudo relajarse de la tensión del momento. No sabía porqué, pero le había afectado mucho ese gesto por parte de un tío que le doblaba en peso. De hecho, se acababa de dar cuenta de que había empezado a empalmarse. Seguramente se debía al roce con el banco de la máquina.
En las siguientes series, Dani consiguió seguir con el peso más liviano de antes, por lo que no se repitió la escena, pero mientras hacía el ejercicio notaba la mirada de David clavada en él. Parecía que estuviera vigilando que lo hiciera bien, por lo que Dani se esmeró en mantener el culo abajo para no recibir más castigo.
En la última serie, se dio cuenta de que realmente lo que le estaba mirando era el culo.
Acabado el entreno, Dani estaba en los vestuarios. Había sudado un montón, como todos los días que tocaba piernas. Lo peor era que volvía a estar empalmado. Agobiado, se quitó la ropa rápidamente de espaldas a la gente y se anudó la toalla a la cintura para dirigirse a las duchas. Antes de entrar en una, un hombre le repasó con la mirada un par de veces de arriba a abajo descaradamente. Dani hizo caso omiso y siguió de largo. Cada vez era más habitual que le dirigieran miradas furtivas en el vestuario, a medida que iba desarrollando su cuerpo, poniéndolo firme y libre de grasa.
Dentro de la ducha, se quitó la toalla y abrió el agua bien caliente, para relajar los músculos y, si podía, la polla. Se apoyó en la pared dejando correr el agua por su pecho, bajando por el vientre y más abajo. Ahora la tenía más dura que en ningún momento. No entendía porqué, nunca le había pasado eso en el gimnasio, pero no parecía querer bajar por sí sola. No sin algo de reparo, decidió hacerse una paja rápida para poder relajarse, volver a casa y dejar ese episodio atrás.
La verdad es que no se quejaba de la herramienta que le había sido proporcionada. Para nada. En la universidad había rumores de lo bien dotado que estaba y no eran infundados. Alguna tía, o varias, se habrían ido de la lengua con sus amigas tras conseguir el objetivo que tantas tenían de follarse a Dani. Y es que esos 20 centímetros las volvía locas al salir del calzoncillo, y hacían a Dani sentirse todo un hombre. Le encantaba que hubiera rumores, mantener su estatus de adonis en la universidad y tener a las tías comiendo de su mano.
La abarcó todo lo que pudo con su mano y comenzó a deslizarla lentamente, jugando con el tacto suave bajo el agua. Se acordó de cómo se la había comido su ligue del último fin de semana. Él sentado cómodamente y ella arrodillada, loca por poder tragar toda la longitud del miembro sin que él se lo pidiera. Le ponía mucho cuando se les caía la baba con su polla, y sin que él dijera nada, se afanaban en darle tanto placer como pudieran. Cuando se cansó de la mamada, le dijo a la chica que se pusiera a cuatro patas y deslizó todo su rabo dentro de ella. Al principio les asustaba pero siempre acababan pudiendo con toda.
Dani notó que le venía el orgasmo y se concentró en continuar con el vaivén de su mano para correrse. Pensó en cómo se le había empalmado hoy la polla. Recordó el cachete que le había desconcertado tanto y como luego le habían palpado el culo descaradamente. Soltó tres trallazos que cayeron al suelo y se fueron diluyendo con el agua. Dani se quedó pensando en porqué le había venido eso a la mente justo mientras se corría.
Mientras se limpiaba el rabo, oyó la voz de David hablando en un tono descaradamente alto con algún colega del gimnasio. Debía haber acabado también. Ahora tendría que pasar por delante de él en toalla, justo después de correrse pensando en su mano en su culo.
Obviamente, David ni le miró cuando salió de la ducha. Estaba en pelotas, hablando con su colega sin prestar atención a su alrededor. A Dani le llamó la atención lo que le colgaba entre las piernas. Era el rabo más grande que había visto nunca, y eso era bastante decir teniendo en cuenta que llevaba toda la vida haciendo deporte y, por tanto, viendo a sus compañeros desnudos. Estaba en reposo y medía lo que muchas otras pollas dentro de la media medían en erección. Dani se fijó en como se zarandeaba golpeando los muslos de David mientras este se movía. ¡Pero qué hacía! No sabía porqué se había quedado mirando, a él nunca le había atraído un hombre. Apartó rápidamente la mirada y siguió hacia su taquilla, dispuesto a cambiarse. Ya no quedaba mucha gente en el vestuario. El gimnasio cerraría en breves y además de David y su colega, Dani solo veía a dos personas más, uno de los cuales era el que antes le había mirado. Y seguía mirándole mientras se vestía, incomodando a Dani, que se estaba poniendo el calzoncillo del revés.
Cuando estuvo listo, salió camino a casa. Iban a ser las 10 así que ya era de noche totalmente. Dani vivía en un barrio residencial de Madrid y no se veía a mucha gente por la calle, solo alguna persona solitaria que volvía a casa. Mientras caminaba, iba a lo suyo, leyendo los mensajes que le habían llegado al móvil mientras entrenaba. Oyó las puertas de un coche en el que estaba entrando alguien unos metros más atrás, pero ni se giró a ver. Siguió andando, aún a unos minutos de su portal. El coche en el que había entrado alguien arrancó, y alcanzó rápidamente su altura en la calle, cuando Dani vio que se trataba de David.
─¡Ey, Dani! ¿Te llevo?
─Hola, tío. Mmm... Bueno, venga, aún me queda un rato hasta casa y los días de piernas salgo matado.
─Sube. En un minuto te planto en casa.
Dani subió al coche y le dio las gracias. La verdad es que David era majo. Tenía conversación y resultaba simpático a Dani. Mientras conducía iba tomándose el batido de proteínas para recuperar el músculo.
─¿Tú tomas batidos, Dani?
─Que va, aún no llevo mucho tiempo viniendo en el gimnasio y no sé muy bien cómo funcionan. ─La verdad es que Dani se había interesado por los batidos, pero no había conseguido saber de qué tipo tenía que tomar para que le ayudara a conseguir músculo.
─Tienes que tomar, chaval. Verás que mazado te pones en nada de tiempo. Mira, prueba un sorbo del mío, es de sabor vainilla. Los de esta marca son la hostia.
Dani tomó un sorbo de la bebida. Sabía algo extraño, pero sí que estaba el sabor de la vainilla presente.
─Está bueno, ¿eh? Prueba más, si quieres.
─Pues si está rico, tío. Pero no sé cuál me tendría que comprar yo, hay tantos tipos...
─Bebe, bebe. Este es uno especial que consigo yo. No es de los típicos y es difícil de encontrar.
A cada trago que daba esa bebida, más rica le parecía que estaba. La verdad es que enganchaba, induciendo a dar otro sorbo más cada vez. Dani empezó a sentir un mareo extraño, y se sintió como si realmente no estuviera ahí, sentado en ese coche, sino en otro sitio muy por encima.
─Eso es chaval, no te preocupes si te lo acabas.
En realidad ya no estaba bebiendo. De hecho, no sabía donde estaba el bote con el batido, pero le parecía que ya no lo tenía en la mano. Recostó la cabeza en el asiento para ver si se le pasaba esa sensación, y cerró los ojos.