Como convertí a mi novio en cuckold - Parte IV
Fin de la noche.
PARTE IV
JC se acercó con toallitas húmedas para limpiarme con una ternura y una paciencia que me hicieron sentir mimada. Fue la primera vez que una pareja de juegos se interesaba por esta parte de la faena. Normalmente yo era quien me levantaba al baño para lavar los rastros del juego y prepararme para el siguiente episodio que seguramente estaría próximo a desarrollarse.
Fue algo tan íntimo que me sentí avergonzada por instantes de que lo hiciera en ese lugar, y a la vista de todos. Pero esta noción absurda fue reemplazada velozmente por otra de un profundo respeto por el tamaño de hombre que me estaba demostrando ser.
Realmente estaba anonadada por el control que demostraba. No podía ni contar la cantidad de dramas que he vivido con otras parejas que simplemente no podían comprender mi naturaleza. Muchísimo menos aceptarla. Y aquí estaba este personaje tan tranquilo, tan seguro. Aseando mi cuerpo en total desastre a consecuencia del juego más adulto que hay.
“¿Cómo te sientes?” – le pregunté.
“Aún estoy absorbiendo la experiencia, pero me siento feliz de conocerte como eres en realidad” – me aseveró.
“No te siento enojado ni celoso. Estoy sorprendida. Creo que la que se siente nerviosa soy yo” – le exterioricé.
“En realidad te llevo ventaja. Todo esto que estamos viviendo hoy, ya lo había visualizado hace meses. Incluso todo esto está resultando mucho más sutil de lo que yo había creado en mi mente” – JC
“Esa mente tuya es demasiado creativa. Por cierto, nos vamos a la hora que tú decidas” – le comenté.
“¿Me quieres convencer de que con un par de polvos te vas a conformar? Esperaba más de tí.” – JC
Habiendo escuchado esto, sentí que me estaba poniendo a prueba. Me incomodó profundamente su especulación con respecto a la satisfacción de mi deseo. Le estaba dando la oportunidad de retirarnos en caso de que se sintiera inseguro sobre continuar con la experiencia, pero al parecer lo estaba disfrutando. O bien, probablemente me estuviera estudiando. Con los meses de conocerlo, he percibido que tiene una particular concepción del mundo y de la gente. Si no le conociera bien, pensaría que su falta de empatía lo hace ver a los demás como ratas de laboratorio y que experimenta alimentándonos de diversos estímulos para ver el resultado.
Me levanté y me encaminé al baño. Salí del cuarto oscuro casi desnuda pero montada en mis stilletos que me moldeaban perfectamente las nalgas. Desde mi adolescencia aprendí a caminar con esa gallardía que embelesa a los hombres y despierta la envidia de las mujeres. Así crucé el playroom que funciona de antesala al cuarto de juegos principal, sabiendo de antemano que, si había todavía algún hombre con ganas de jugar, no me perdería la pista.
Al volver del sanitario, como era costumbre, ya solo quedaban pocas parejas en el sitio. La mayoría ya solo mirando a alguna que aún estuviera jugando. A los pocos pasos advertí a un tipo alto, muy flaco, con lentes y cabello rizado. Me miraba fijamente los senos y le sonreí coquetamente esperando su reacción. El me devolvió la sonrisa, pero su pareja no le soltaba la mano.
Decidí acercarme a saludar y sin lugar a duda, con toda la alevosía y ventaja que mi cuerpo desnudo provoca en la gente podía sentir la mirada de odio de la novia. La verdad nunca he entendido por qué las mujeres aceptan adentrarse en terrenos desconocidos muertas de miedo y cubiertas en complejos. Invariablemente se convierten en víctimas de mi desdén y abuso.
“¡Hola Hermosa!. ¿Me permites a tu novio un ratito?” – le pregunté al tiempo que lo tomé de la misma mano que ella sujetaba y me lo llevé a sentar en la misma banca donde minutos atrás JC me había hecho venir deliciosamente.
Claramente podía sentir la mirada de la chica cercenándome la espalda, y la mano de mi nuevo novio nerviosamente tratando de zafarse de mí, pero ya sabía cómo manejar estas situaciones.
Nos sentamos a escasos metros de ella y le empecé a desabrochar el pantalón. Lo hice lentamente y mirándolo directamente a los ojos, mientras me ponía un rostro de consternación fingida para complacer a su mujer, pero simultáneamente cooperaba conmigo para desprenderse de la ropa.
Como me había imaginado, mi novio de ocasión estaba bien armado. No sé qué clase de macabra evolución dota a los hombres exageradamente delgados de armas tan potentes, pero con la experiencia, una sabe perfectamente donde buscar lo que tanto se anhela.
Terminé de bajarle sus boxers y se erigió como mástil de vela, elevé la mirada para verle los ojos llenos de orgullo y le sonreí mientras lo tomaba de las nalgas para restregarme su herramienta en las tetas. Busqué con un vistazo a la dueña de este hermoso miembro y ¡cuál fue mi sorpresa cuando ví a JC sentado a su lado hablándole al oído!. Parece que esta noche no deja de sorprenderme.
Cruzamos la vista y por instinto le pedí su aprobación antes de continuar jugando. El únicamente me sonrió disimuladamente mientras le susurraba de cerca a la pareja de mi juguete en turno. Me sentí diferente, alejé de mí la necesidad de demostrar control y poder sobre la situación. Esto me permitió continuar con la experiencia desde una perspectiva diferente.
Tomé el pene con la mano derecha y con lentitud y firmeza fui estimulándolo, no creció más afortunadamente, pero palpé perfectamente como se endurecía cada vez más. Lo coloqué entre mis senos y se los frotaba de arriba a abajo de su divino falo. Cuando mis pechos descendían a la base, aprovechaba para acariciarle los testículos y rozaba su glande con mis labios. Mi lengua dibujaba círculos de saliva a su alrededor dejando hilos de fluido entre mi boca y esa pieza de colección.
Aprovechaba la lubricación y continuaba masturbándolo con mis senos, pero más despacio. Quería que sintiera cada milímetro de su suavidad y firmeza, que su pene memorizara la sensación de sentirse cobijado con ellos. Deseaba que nos miráramos fijamente para procurar comunicarnos el placer que nos dábamos los dos. Estuvimos explorando percepciones distintas en nuestros cuerpos, aumentando el frenesí y la excitación. Sin embargo, yo no perdía de vista lo que el dueño de mis perversiones hacía. Lo observaba con la vista fija en mí, pero no dejaba de decirle cosas al oído a la pareja de mi amante. Ella entrecerraba los ojos por momentos y los volvía a abrir de pronto, mientras JC le acariciaba las piernas que descaradamente ya le había abierto de par en par.
Me puse de pie y tomé del miembro de mi amante. Lo llevé hasta donde estaban nuestras parejas y una vez de frente a ellos, JC me pasó un condón que le dí a mi tercer hombre de la noche. Asumí la posición, piernas rectas, cadera bien levantada, y me incliné hacia el frente para besar mi novio. Le mordí los labios, se los lamí y le metí la lengua hasta donde alcancé a pasar dentro de su boca. Con la mano izquierda le destapé un seno a la chica y comencé a jugar con su pezón. El novio de la mujer me separó las nalgas y me puso ese hermoso ariete justo en el punto exacto. Presionó poco a poco, muy consciente de la herramienta que tenía, y las piernas me flaquearon un poco; pero era el momento para demostrar entereza, así que me planté firme y me dediqué ahogar mis gemidos y quejas en los labios de mi dueño.
Las acometidas empezaron a subir de intensidad y me empezó a costar trabajo controlarme, la respiración la tenía muy agitada y sentía la espalda bañada en sudor. Ella me manoseaba los senos con el mismo morbo que yo jugaba con el suyo.
“¡Qué rico pene tiene tu novio!” – le dije contundentemente.
La mujer estaba atónita. Deduje que era su primera vez en el club y sabía que eso representaba que el control lo tenía yo. Me incorporé y con la cadera amortigüé un par de embestidas hasta que paró. Lo dirigí a la banca para que se sentara y me senté de frente a él. Tomé la mano de su novia y la llevé hasta el ariete de su pareja. No la solté ni un segundo y la guié para que fuera ella quien lo introdujera en mí de nueva cuenta.
Inmediatamente su hombre se lanzó a mis tetas, se ahogaba en ellas y las estrujaba con pasión, metía su cara completa en el medio de ellas y las masajeaba con ansiedad. Me encantaba cómo lo gozaba, me hizo pensar que nunca había jugado con un par como el mío.
Por mi parte, me puse en cuclillas y empecé a darme placer a mi ritmo. Primero despacio, deseaba sentir cómo se abría paso por dentro de mí. Era tanto el flujo que me provocó recién que la entrada y salida de su miembro era tremendamente fácil. Cerré los ojos y me concentré en las sensaciones. Los estímulos no tardaron en llegar. Esos piquetitos en la vagina que tanto me enloquecen se hacían cada vez más fuertes.
“¿Te gusta como me cojo a tu esposo?” – le pregunté con cara perdida y voz en celo.
Ella no podía hilar una sola palabra, su expresión facial era de total asombro.
“Lo tiene grande y siento que me está partiendo en dos” – le aseguré con voz excitada.
“¿Quieres que me coja bien?, ¿Quieres ver como me llena las nalgas de semen?” – más que preguntas, eran indicaciones, las que les daba a ambos.
Tomé la iniciativa y me giré con cuidado sin sacármelo del cuerpo. Estando de espaldas a él, me sentaba y le recargaba mi peso para sentirlo lo más adentro que pudiera. Después me estiraba al frente y procuraba que no se saliera mientras apoyaba las palmas de mis manos en el suelo. Poco a poco lo llevé a que se levantara y me cogiera estando agazapada en el suelo. Coloqué los hombros en el suelo y puse la cara de lado, las nalgas bien levantadas, apoyándome en las rodillas y la espalda totalmente arqueada ofreciéndome a él para que me tomara con ganas.
Cuando lo sentí en posición, alargué mis manos para que me sujetara y entendió rápidamente. Así me empezó a penetrar, sujetando mis brazos como las riendas de un caballo y dándome con fuerza. Lo sentía tan adentro de mí que había instantes en que pensé que no lo resistiría, pero la misma emoción de sentir que mi sangre fluía y mi orgasmo se reagrupaba, me devolvía la fuerza para seguirme sometiendo a la rudeza del encuentro.
“¡Más!, ¡Dame más fuerte!, ¡cógete a esta puta y pártela en dos!” – le gritaba.
Apenas escuchó él que le alababa su virilidad y con mayor efusividad me empezó a penetrar. Mi mirada apuntaba al techo de placer.
"¡No mames!, ¡qué cogida me estás acomodando pedazo de cabrón!” – se me salió sin pensarlo.
“Mi amor la estás lastimando” – le dijo ella a su pareja.
Yo volté y lo miré de reojo, pero con autoridad:
“¡No te atrevas a bajar el ritmo cabrón!”
JC me veía maravillado, ni un esbozo de miedo reflejaba su rostro, y yo solo me abandoné a ser poseída, mientras me taladraban las entrañas con furia. Este hombre me tenía sujeta de ambos brazos, usándome como vil objeto para satisfacer su deseo y yo, yo estaba disfrutando de la experiencia en su totalidad como la gran puta que soy.
Sus gemidos finalmente aparecieron en la escena, se salió súbitamente de mí, se quitó el preservativo y siguió masturbándose por unos segundos más, hasta que empezó a vaciarse sobre mis nalgas. Apenas percibí el calorcito de esas gotas espesas en la piel, que provocaron que mis ojos se cerraran y se abrieran al ritmo de los chorros que caían en mí. Casi como una reacción involuntaria, una sonrisa soberbia se pintaba en mi cara, satisfecha y agrandada por la demostración.
Estaba agotada, me dejé caer sobre el piso mientras recuperaba el aliento. Aún sentía que me temblaba todo y probablemente no me pudiera levantar porque las piernas no me sostendrían. Dí un vistazo a JC, me contemplaba con los ojos encendidos en lujuria y mezcla de maldad. Sabía perfectamente que se estaba reservando para hacerme suya en cualquier momento, pero esperaba que no fuera pronto. De verdad estaba exhausta por la faena.
Se acercó la mujer a ofrecerme toallitas húmedas y me limpió los fluídos de su esposo, o quizás novio. Una nunca sabe quién es quién hasta que se evidencia la relación entre los asistentes. Mi dueño se sentó a mi lado en el suelo y me comenzó a acariciar la mejilla.
“¿Quieres tomar un respiro para lanzarte por el cuarto episodio?” – me preguntó.
“¿Qué onda contigo?, ¿qué le has hecho a mi novio?” – le respondí con otras preguntas mientras le sonreía discretamente.
“Te lo he dicho ya Abeja, estuve dándome terapia por seis meses” – me aseguró.
“Tengo varias amigas que estarían encantadas de enviarte a sus maridos para que les des terapia también” – le dije bromeando.
“Llévame a casa por favor” – le supliqué con ternura.
Inmediatamente me ayudó a levantarme, me levantó los brazos y me deslizó el vestido de vuelta.
“He perdido tu tanga” – comentó JC con angustia.
“No te preocupes mi amor. Son gajes del oficio” – le dije sonriendo.
Nos despedimos de estos chicos con unos picos cariñosos. Tomé del brazo a JC y nos dirigimos al guardarropa. Aún sentía la debilidad en las piernas, o tal vez solo era el pretexto para asegurarme del brazo de mi amante perfecto.