Cómo conseguí convertirme en la esclava de mi jefe

Cristina descubre que su nuevo jefe, era un amor platónico de su juventud y decidida a no dejarle escapar, hace todo lo posible para convertirse en su esclava. Tiene un poco de todo: Maduros, dominación, trío MHM, anal....

Nuestro reencuentro.

Estoy muerta de miedo. Desde niña he deseado experimentar lo que se siente al  ser dominada por un hombre y cuando digo hombre, me refiero a uno que me haga sentir desvalida y me urja a esconderme entre sus brazos para sentirme a salvo y ahora que lo he encontrado, me aterra pensar que se canse de mí. Sonará raro que una mujer acostumbrada a valerse por sí misma, implore la presencia de un tipo que le diga cómo comportarse y qué hacer. Muchos podrán escandalizarse pero, sin pedirle nada  a cambio y sabiendo que no me ama, me he ido a vivir  con mi jefe porque deseo sentirme suya. Solo su presencia hace que mi vagina se encharque sin control. Don Jaime es un hombre maduro, con clase, justo como lo había soñado siempre.

Le conocí hace cinco años con mis amigas de clase. Mi actual jefe era el profesor que nos dio una charla en la universidad. Al terminar y en plan pelota, fui a hablar con él porque quería que me aconsejase sobre que especialidad elegir pero, en cuanto estuve a su lado y oí su voz, algo en mi reaccionó. Muerta de vergüenza le dejé con la palabra en la boca y hui por no ser capaz de enfrentar a su presencia. Os parecerá raro pero su tono de voz, su aroma e incluso como jugaba con sus llaves, llevaron a mi mente imágenes donde yo yacía en la cama atada mientras él me penetraba.

Todavía después de tanto tiempo y ya con veintinueve años, me derrito al pensar en cómo la imagen de ese hombre quedó para siempre en mi memoria. Reconozco que era una cría pero entonces me creía invencible y ese hombre con solo mirarme, me hizo soñar en ser su esclava. Cansada de babosos, nunca me había encontrado  a un hombre así y cuando lo hice salí corriendo. Juro que no sé qué fue lo que me obligó a abandonar esa habitación con tanta prisa, lo que si reconozco es que al llegar a casa fui directamente a darme un baño con la idea de limpiar de mi piel la horrible sensación de querer arrodillarme a sus pies, pidiendo sus caricias. El agua cayendo sobre mi cuerpo, lejos de disminuir mi deseo, lo incrementó y antes de darme cuenta, mis dedos se hundieron en mi sexo mientras mi mente soñaba con él.

Recuerdo que durante meses, me masturbé con su recuerdo y cada vez que conocía a un chico lo comparaba con ese profesor con el que solo crucé unas palabras. Buscaba en ellos, un sustituto que me hiciera volar como él, con solo mirarme, lo había hecho. Deseaba encontrar un hombre del que depender y nunca fallarle pero en cambio solo obtuve sucedáneos machistas que creían que una mujer se dominaba con gritos. Muchas veces lo intenté, incluso estuve a punto de casarme pero ni siquiera ese novio, que quiso llevarme hasta el altar, despertó mis hormonas como ese atractivo maduro había conseguido. No penséis que soy rara o una extraterrestre. Soy una chica normal, bajita de estatura, apenas llego al uno sesenta, pero con unos pechos pequeños y en su sitio. Monilla diría yo, pero os reconozco que cuando él me mira me siento una modelo de pasarela. Despierta en mí a la hembra antigua que desea complacer a su macho sin importarle el qué dirán.

Sé que me he ido por las ramas pero quería contároslo para que supierais que no soy el prototipo de sumisa que llora por las esquinas en busca de un amo. Soy una mujer de carácter que tuvo la desgracia de encontrarse dos veces con un hombre más fuerte que ella. Y digo dos veces porque habiendo terminado la carrera y con dos años de experiencia a mis espaldas, me llamaron para trabajar en una gran empresa. Sin saber a lo que me enfrentaba, esa mañana me vestí como una ejecutiva agresiva que deseaba comerse el mundo pero para mi desgracia después de haber pasado dos entrevistas y un test, me pidieron que volviera esa tarde a ver al gran jefe.

Todo pintaba de maravilla, era un puestazo con un salario acorde y por eso al salir nuevamente de casa, me pinté los labios de rojo. Quería dar la impresión de que era una mujer con iniciativa. Recuerdo que me sentía poderosa antes de cruzar el umbral de la puerta del dueño de la compañía pero, en cuanto lo vi, todos mis temores y sueños volvieron con mayor fuerza golpeándome en la cara.

Mi añorado profesor  se hallaba sentado tras una enorme mesa, releyendo mi curriculum. Sonará absurdo pero en ese instante para mí, ese papel donde narraba mis éxitos me pareció mi RIDICULUM y asustada, dudé entre  huir o sentarme en frente a él. Desgraciadamente, me insuflé de valor y dando tres pasos, me acomodé en esa silla. Don Jaime siguió repasando mi exiguo palmarés durante unos minutos sin hacerme caso, lo que acrecentó mi temor. Tras lo cual, me miró y con una sonrisa de depredador a punto de comerse a su presa, me informó que estaba contratada y que a partir del día siguiente sería su asistente personal. Sé que no reconoció en su futura empleada a la asustada cría que un día huyó de su lado pero no me importó porque, al saber que trabajaría codo a codo con él, mis pezones adquirieron una dureza extrema que no le pasó desapercibida.

Al salir de su despacho, me sentía la mujer más afortunada del mundo y por eso al llegar hasta mi pequeño apartamento, me tumbé en la cama y soñando con ser suya, me desnudé. Solo podía recordar su aroma,  olor a macho que  me llamaba a ser poseída por él. Inmediatamente llevé mis dedos hacia mis partes íntimas las cuales ya estaban mojadas. Estaba tan excitada que lo único que deseaba en ese momento era ser penetrada y por eso, introduciendo  mis yemas en su interior, busqué liberarme soñando en que era su polla la que rellenaba mi conducto mientras me exigía que a partir de ese día fuera su esclava.

Esa fue la primera vez que realmente me convencí de que mi futuro era servirle y mientras me corría, decidí que haría todo lo posible para que ese hombre cerrara sobre mi cuello un collar con su nombre.

En el trabajo:

Al día siguiente de la entrevista, me presenté temprano en la empresa. Aunque en teoría la  hora de llegada eran las nueve, cuando entré en la oficina media hora antes, Don Jaime ya estaba trabajando en su despacho. Al ver que acomodaba mis cosas en la mesa, me llamó. Rápidamente fui a ver que quería y pidiéndole permiso para entrar, me quedé de pie sin saber qué hacer. Mi jefe tardó unos segundos en hacerme caso y cuando por fin se dignó a mirarme, me repasó de arriba abajo y después de acariciar mi cuerpo con su mirada, me pidió que me sentara.

Completamente avergonzada al percatarme que, bajo la blusa, mis pezones me habían traicionado revelando la excitación que me dominaba, me senté. Durante unos instantes, sonriendo, mi superior valoró sus palabras y habiendo cuadrado mentalmente lo que quería decir, me informó de mis obligaciones:

-Cristina. Ayer estaba muy liado y no  pude explicarte qué quiero de ti. Antes de nada, quiero que sepas que te exijo dedicación exclusiva y cuando digo dedicación exclusiva, me refiero que, si quieres trabajar conmigo, para ti el servirme será tu prioridad. No me importa que tengas una vida privada, ¡Dejarás lo que estás haciendo a mi primera llamada!. Tú y tu teléfono estaréis disponibles veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días de año. En segundo lugar, deberás cumplir mis órdenes sin discutir y sin importar lo que te pida. No te permitiré fallos, cualquier error por tu parte tendrá sus consecuencias. Y en tercer y último lugar, me mantendrás un respeto exquisito. Jamás me llevarás la contraria en público ni en privado- y si eso no era bastante cuando ya terminaba, me recalcó - por cierto, deberás hablarme siempre de usted. Estoy cansado de las niñatas que se creen lo suficientemente importantes para tutearme. ¿Lo entiendes?-

-Sí, desde este momento, le prometo que voy a cumplir a rajatabla sus instrucciones. Seré suya y le serviré las veinticuatro horas-

No me di cuenta de mis palabras hasta horas después pero mi jefe sí y con una siniestra mirada, sonrió para acto seguido pedirme que le trajera un café. Supe que era una prueba, para eso estaban las secretarias, pero ni siquiera pasó por mi cabeza contrariarle y solo el temor a que la humedad de mi sexo hubiese traspasado la tela de mi falda, me hizo tardar un segundo en levantarme.

Al volver con el café, se levantó de la mesa y poniéndose junto a mí, comparó nuestras alturas, tras lo cual, dijo:

-A partir de mañana, trae tacones. En el futuro me acompañarás a reuniones y no quiero una enana a mi lado-

Su metro noventa contra mi uno sesenta era mucha diferencia y por eso, avergonzada miré al suelo y respondí:

-Así lo haré, Don Jaime-

Nuevamente en mi cubículo, no me podía creer mi suerte. Mi amo me había pedido un contrato veinticuatro horas y aunque él se refería a lo laboral, pronto abarcaría toda mi existencia:

“Y si eso no es lo que busca- decidí mientras iba al baño a masturbarme- Yo haré que lo sea”.

Nada más entrar, me aseguré que no hubiese nadie más en el servicio y encerrándome, me bajé las bragas y separando las rodillas, llevé una mano a mi entrepierna mientras con la otra me pellizcaba un pezón. Imaginándome que era ese maduro quien me tocaba, separé los labios de mi sexo y sin recato alguno, me apoderé de mi clítoris. Soñando que eran sus dedos los que en ese momento jugaban con mi botón, me fui calentando paulatinamente hasta que pegando un berrido me corrí en el baño de mi nueva empresa. Mi éxtasis no sirvió para rebajar mi tensión y por eso al volver a mi lugar y ver a mi jefe tras la cristalera, nuevamente me mojé.

“Mierda” maldije mi calentura.

No había transcurrido ni media hora y ya estaba como una moto. No podía imaginarme lo que sería cuando ese hombre hiciera uso de mí, lo único que podía anticipar era que me urgía ser su esclava.

Desgraciadamente, como era mi primer día, me la pasé de un departamento a otro, presentándome a mis compañeros  y aprendiendo mis nuevas funciones por lo que casi no vi a mi jefe pero en compensación hablando con una chica de personal, me enteré que mi jefe era soltero y con fama de exigente:

-Su última  asistente le duró quince días, no aguantó que, desde el primer día, Don Jaime la tratara como si fuera de su propiedad. Te lo aviso porque suele probar a sus colaboradores más cercanos, exigiéndoles que le vayan a ver a su casa después del trabajo y allí, hacerles esperar durante un rato antes de preguntarles cualquier memez. Aquí entre nosotras- me dijo a modo de confidencia: -Ese tipo es raro de cojones pero no es un mal jefe-

Mi coño saltó echando chispas al enterarse que cabía la posibilidad de ir a su mansión en la Moraleja. Despidiéndome de ella, le agradecí el consejo y deseando servir de algún modo a Don Jaime pasé por enfrente de su puerta. Casi lloro al comprobar que no estaba y hundida en la miseria, revisé mi correo en el ordenador.

Estaba contestando los mensajes de bienvenida de mis compañeros, cuando me entró uno de él. Asustada e ilusionada, lo abrí para descubrir que eran una serie de tareas  que me encomendaba. Las había rutinarias, como la de concertarle una cita con un proveedor o llamar al tesorero para hacer una transferencia, pero las que realmente me ilusionaron fueron las que hubiesen ofendido a cualquier otra ayudante. Recados que traspasaban claramente el aspecto profesional y bordeaban el insulto. Obviando que había sido la número uno de mi curso y el sueldazo que me pagaba, Don Jaime me pedía que le recogiese un smoking del tinte porque esa noche tenía una recepción y no le daba tiempo a hacerlo el mismo. También me rogaba que se había dejado el maletín en el despacho y aprovechando que lo iba a ver, se lo llevara.

“Será capullo” sonreí, encantada, viendo que no había podido resistir la tentación de poner a prueba mi disponibilidad.

Nada más terminar el trabajo de oficina y como ya era la hora, recogiendo su portafolios salí de la empresa. Directamente fui a la lavandería y como no me esperaba hasta las ocho, pasé por una zapatería a comprarme unos zancos, tal y como me había sugerido, antes de dirigirme a su casa. Todavía recuerdo la cara de la dependienta cuando le pedí que me enseñara los más altos que tuviera. Al ver que ese era el único requisito, me trajo unos negros con plataforma que, unida al tacón, superaban los veinte centímetros.

-Son bonitos- dije al probármelos- pero tendré que volver a aprender a andar con ellos-.

-No se preocupe- respondió al saber que tenía la venta asegurada: -En cuanto ande cinco minutos con ellos, se acostumbrará a  llevarlos-.

Viéndome en el espejo, comprendí que con esa ayuda extra, mi jefe no pondría reparo a llevarme a su lado y sin descalzarme, pagué la cuenta y me fui al coche.

“Esa bruja tenía razón” pensé en el aparcamiento al comprobar que increíblemente eran cómodos y por eso ya segura de que don Jaime estaría contento por la rapidez con la que cumplía sus órdenes, fui a su chalet.

Al llegar a su dirección, me quedé asombrada del tamaño de su vivienda pero como era casi la hora, no me pude entretener observando el jardín y entré directamente. En el hall de entrada me recibió un mayordomo de librea y sin preguntarme mi nombre, me llevó a la biblioteca. Llevaba quince minutos esperando cuando vi entrar a mi jefe. Don Jaime debía de haber estado nadando porque venía secándose con una toalla y como única vestimenta un bañador.

“¡Qué bueno está!” mascullé entre dientes al verlo porque sin ser un adonis y con unos kilos demás, ese tipo conseguía alterarme.

Sin mirarme, se puso a revisar su maletín y tras comprobar que estaban los papeles que necesitaba, me soltó:

-¿No esperarás acompañarme a la recepción con ese vestido? Te dije que era de etiqueta-

Asustada, estuve a punto de defenderme pero en el último instante, me acordé de que odiaba que le llevaran la contraria y por eso bajando la cabeza, respondí:

-Disculpe. No comprendí que me incluía a mí. Si quiere voy a mi casa y me cambio-

Noté que mi sumisa respuesta le satisfizo y mirando su reloj, me dijo:

-No da tiempo. Voy a ver si tengo algo para ti-

Tras lo cual mediante señas, me obligó a acompañarle por la casa. Sin atreverme a mirarle a la cara, le seguí hasta un vestidor enorme, lleno de ropa de mujer, donde sacó una percha con un vestido de raso negro.

-¡Póntelo! Te espero en la puerta en cinco minutos- ordenó justo antes de desaparecer.

Sin rechistar, me desnudé y al ponerme el dichoso vestido comprobé que aunque era de mi talla, me quedaba tan ajustado que tuve que quitarme el sujetador y las bragas para que no se notaran. Excitada con la idea de estar sin ropa interior en presencia de mi jefe y de sus amigos, no me hizo falta retocarme las mejillas porque  habían adquirido de por sí un tono rojizo que dudé que se me fuera en toda la noche. Ya lista bajé al hall donde me esperaba.

Al verme llegar, se acercó a mí y sin pedirme permiso, me acomodó los pechos de forma que parecieran aún más grandes mientras una sonrisa resplandecía en su rostro:

-Estás preciosa- sentenció después de darme un repaso.

Sé que cualquiera otra en mi lugar le hubiese cabreado que ese casi desconocido hubiese manoseado sus tetas pero, a mí, me pareció en ese momento lógico que si llevaba mal colocado el traje, mi jefe lo hubiese ajustado y disfrutando del piropo, contesté:

-Me alegro que se haya podido arreglar mi error, no volveré a cometerlo-

Ni siquiera se dignó a contestarme y abriendo el garaje, señaló un porche Panamera, diciendo mientras me lanzaba las llaves:

-Tengo que revisar unos papeles, ¡Conduce tú!-

Aterrorizada de llevar un deportivo cuando jamás había conducido más que un utilitario, supe que era otra prueba y enciendo el monstruo aquel, esperé sus órdenes. Don Jaime, al comprobar que no salía, me preguntó que pasaba:

-Disculpe pero no me ha dicho dónde quiere ir-

El muy cabrón, disfrutando de su poder sobre mí, encendió el GPS y marcándole la dirección, me soltó:

-Sigue las instrucciones-

Sabiendo que no me iba a facilitar las cosas, puse la directa y acelerando, salí de su casa tomando la autopista hacia Burgos. El coche iba de maravilla y entusiasmada por su potencia,  no me percaté de que el vestido se me había levantado y que desde su asiento, ese maduro podía verme el alma.

-Compruebo que vas sin bragas. ¿Algún motivo para no llevarlas?-

Colorada hasta decir basta, le expliqué que me las había quitado para que no se marcaran sobre la tela pero cuando quise bajarme el traje, me paró diciendo:

-No te tapes, ¡Me gusta verte así!-

Excitada, obedecí dejando el vuelo de la falda en su lugar y tratando que no notara la humedad que encharcaba mi sexo, presté atención a la carretera aunque en mi fuero interno, hubiese deseado que olvidándose del dossier que tenía en sus manos, me hubiere acariciado mientras conducía. Sin prestarme la mínima atención, seguí al volante durante veinte minutos hasta que llegué a las puertas de una finca. Desde una garita de control, nos abrieron y entrando por una carretera perfectamente asfaltada, me topé de bruces con un palacio. Sin saber qué hacer, llevé el coche hasta la puerta y aguardé a que mi jefe se bajara.

Al hacerlo, totalmente cortada lo seguí y cuando ya estábamos a punto de cruzar el portón de entrada, pasando su mano por mi cintura, me susurró al oído:

-No te he dicho nada pero tendrás que comportarte como mi novia-

-No hay problema- repliqué y pegándome a él, le mostré mi entera disposición.

Creí al ver su cara de asombro que me había pasado pero, al instante y como si fuera algo normal entre nosotros, mi jefe colocó su mano en mi culo y se dispuso a entrar. Creí morirme de placer al sentir sus yemas recorriendo mis nalgas pero como no me había preguntado, me abstuve de decirle que no solo era suyo mi trasero sino que podía usar mi cuerpo como le viniese en gana.

Reconozco que mi coño estaba ardiendo en llamas para entonces pero aún más cuando me fue presentando a sus amigos y estos se me quedaban mirando con la duda de si era en realidad su pareja o una puta que se había agenciado. Sé que al menos uno lo pensó porque cuando me pidió que le trajese un whisky, al volver escuché que le decía:

-Está buena la morena de hoy. ¿De dónde la has sacado?-

Don Jaime, al advertir que lo había oído, no le importó y profundizando en mi humillación contestó:

-Es una nueva adquisición pero si resulta tan obediente como espero, creo que la vas a ver más a menudo-

No dudo que lo hizo para molestarme pero no lo consiguió porque eso era exactamente lo que deseaba y por eso esperé a que se marchara ese tipo, para al darle su bebida, decirle:

-Si por obedecerle, tengo que ver a ese payaso, pues lo veré. Como le dije esta mañana, soy su asistente para todo y no pienso darle un motivo para que crea que he defraudado su confianza-

Mi jefe soltó una carcajada al escucharme y cogiéndome entre sus brazos, me besó con un ímpetu que me hizo derretirme, tras lo cual, se arrepintió y me pidió perdón:

-Don Jaime, no tengo nada que perdonarle. Por esta noche o hasta que usted requiera mis servicios de esta forma, soy su novia-

Muerto de risa, me acarició un pecho, diciendo:

-Tus servicios, ¿Qué incluyen?-

-Lo que usted mande- respondí un poco cortada por haber revelado mi sumisión tan pronto.

Mi respuesta debió de despertar sus más bajos instintos porque regodeándose de su nuevo poder, me soltó:

-No me gusta el pelo en un chocho-

Como había visto en el baño una maquinilla de afeitar y crema, con una sonrisa y aun sabiendo que me estaba comportando como una fulana, le contesté:

-¿Desea afeitarme usted o prefiere mirar mientras lo hago?-

Esa vez si le sorprendí y como estaba justo bebiendo, se atragantó y empezó a toser como un loco. Asustada por habérselo causado yo, implorando su perdón le dije:

-Lo siento, no pretendí hacerle pasar un mal rato. Si quiere castigarme lo comprendo-

Mis palabras coincidieron con el final de su ataque de tos y cogiéndome de la mano, me obligó a ir con él hasta una habitación de la segunda planta donde después de atrancar la puerta y sin elevar su tono de voz, me soltó:

-Desnúdate-

Me lo quedé mirando mientras se sentaba en un sofá y solo cuando tuve su atención, me bajé de la cremallera del vestido. Ni siquiera había empezado a desnudarme y ya estaba claramente excitada. Sus ojos fijos en mi cuerpo me provocaron un escalofrío, de forma que antes de deslizar uno de los tirantes del vestido dando inicio a mi striptease, tenía la piel de gallina. Deseando no fallarle, sensualmente, liberé mis pechos y mostrándole que tenía duros los pezones, le pregunté:

-¿Quiere probarlos?-

-Después, ahora quiero saber si vales la pena-

“Será cabrón” pensé mientras centímetro a centímetro iba dejando caer el vestido al suelo. “Necesito ser suya y no que se conforme con mirarme”. Convertida en una perra ansiosa de sexo y con un gesto de puro vicio en mi cara, empecé a bailar frente a él mientras acariciaba mi cuerpo desnudo. Cada vez más caliente, llevé las manos a mis pechos y cogiendo mis aureolas entre mis dedos, las pellizqué sin dejar de gemir tratando que abandonara su actitud pasiva.  Sin perturbarse lo más mínimo, mi jefe se mantuvo sentado en silencio por lo que tuve que tomar la iniciativa y ya totalmente desnuda, me senté en el suelo y abriendo los labios de mi coño, se lo mostré.

Ni siquiera la visión de mi sexo encharcado, le alteró y dominada por la urgencia de ser suya, me metí tres dedos y aullando como una loba, simulé que era él quien me estaba follando.  Mi sumisión era tan grande que al sentir que me iba a correr le pregunté si podía hacerlo. Fue entonces cuando don Jaime se levantó y justo cuando ya salía de la habitación, me dijo:

-Córrete-

Su permiso me permitió hacerlo y pegando un grito, me derretí sobre la alfombra completamente sola. Aún humillada por su falta de deseo, mis yemas siguieron torturando ese despreciado clítoris hasta que completamente agotada, me quedé llorando su ausencia. Pasados unos minutos, me vestí y destrozada bajé al salón donde ese hombre me recibió con una sonrisa y una copa.

-Bebe- me ordenó.

Con ojos llenos de lágrimas, obedecí y tras apurar la bebida, llevándole a un rincón, le pregunté:

-Amo, ¿Le he fallado?-

Esa fue la primera vez que me referí a él de esa forma. Don Jaime dejó que me desahogara y después cogiéndome de la barbilla, me besó mientras me decía:

-Para nada. Eres la mejor pupila que he conocido. Esta noche haré uso de tu cuerpo-

Su promesa levantó mi ánimo y feliz, me pegué a él durante el resto de la noche, cumpliendo cada uno de sus caprichos y rellenando su copa en cuanto comprobaba que le hacía falta.

Dos horas después, don Jaime me informó que nos íbamos y como no había llevado siquiera un bolso, le seguí inmediatamente. Al contrario que en la ida, mi jefe insistió en conducir aunque se veía a la legua que estaba pasado de copas pero, sin importarme mi integridad física, me senté a su lado. Nada más arrancar me dí cuenta de mi error porque al pasar por un árbol rozó el coche con sus ramas y completamente aterrorizada, me até el cinturón. Él se rio al ver mi miedo y enfilando la autopista se puso a doscientos.

-Hazme una mamada- le escuché decir mientras a duras penas se mantenía el porche en su carril.

Con mi corazón latiendo a mil por hora, obedecí e intentando no distraerle en demasía, bajé su bragueta y liberé su miembro con manos temblorosas. Su enorme pene esperaba erecto mis caricias y más cachonda que miedosa, acerqué mis labios a su glande. Ni siquiera lo había tocado cuando vi con alborozo que una gota de líquido pre-seminal coronaba su cabeza y sacando mi lengua, saboreé ese néctar que el destino puso a mi disposición.

Estaba tan rico como había imaginado y ya sin ningún reparo ni miedo, abrí mi boca para engullir esa maravilla. Lentamente, me fui introduciendo su extensión mientras mi amo me acariciaba el culo con sus manos. Al sentir que uno de sus dedos se introducía sin previo aviso en mi ojete, gemí de placer y con más ahínco me dediqué a mamársela.

Usando mi boca como si de mí sexo se tratara, metí su falo hasta la garganta y solo cuando mis labios besaron su base, lo saqué y sonriendo, le dije:

-Llevo años deseando hacer esto-

Mi jefe que hasta entonces era ajeno a haber sido mi objeto de deseo desde jovencita, presionó mi cabeza mientras me respondía:

-Ahora mama-

Supe que tenía razón y por eso, metiendo y sacando su pene, cumplí sus órdenes fielmente hasta que el placer se acumuló en sus huevos y pegando un grito, se derramó explosionando en mi boca. Fue increíble, golpeando mi paladar ese semen se me antojó delicioso y no creyendo mi suerte, engullí su simiente con una locura obsesiva, no fuera a ser que esa fuera la única oportunidad de beber hasta hartarme de su hombría. No desperdicié ni una gota y recorriendo su piel con mi lengua limpié su falo hasta que quedó inmaculado y solo entonces, levantando mi mirada, le pregunté:

-¿Está usted satisfecho? O ¿Necesita que esta puta se lo vuelva a hacer?-

Mi jefe soltando una carcajada, me respondió que con gusto recibiría otra mamada pero que como ya habíamos llegado a su casa, tenía mejores ideas con las que pasar el rato. Convencida de dar el paso, le seguí al entrar en su mansión. El mayordomo nos esperaba en la puerta sin importarle que fueran las tres de la mañana y al dejarnos pasar, le preguntó a su jefe si deseaba algo antes de irse a dormir.

-No he cenado. Dile a Verónica que me suba algo-.

-Ahora se lo digo- respondió el sujeto desapareciendo.

El poder que manaba de ese hombre y la fidelidad que le mostraba el personal de servicio, me hizo arrodillarme a su lado y preguntarle si me aceptaba como su esclava personal. Don Jaime ni se dignó a responderme y subiendo las escaleras que llevaban al segundo piso, me dejó tirada en el suelo. Contrariada de que hubiera hecho caso omiso a mi solicitud, me levanté y refunfuñando seguí su estela. No tardé en unirme a él y cuando lo hice fue en una enorme alcoba con una gigantesca cama en la mitad. Mi coño se regocijó al ver que mi jefe se estaba desnudando y a gatas fui hacia él, queriendo una ración de sexo. Pero al llegar, lo que recibí fue un azote y levantándome del suelo, me pidió que le pusiera el baño. Nuevamente, desilusionada y comiéndome las uñas, abrí el grifo y después de comprobar que estaba a la temperatura adecuada, volví a la habitación.

Mi jefe completamente desnudo, estaba manipulando una cámara de video. Al verlo le pregunté su destino y él sin dudarlo me respondió:

-Te voy a grabar para recordar tu primera vez-

Que ese hombre me grabara, me hizo saltar de alegría porque en ese momento, decidí que, aunque fuera matándolo, me haría con una copia y así podría rememorar nuestro encuentro una y otra vez si me dejaba. Una vez colocada en un trípode, la metió en el baño y enfocando a donde yo permanecía de pie, me dijo:

-Desnúdate-

Aunque no lo creáis, ese capullo ni siquiera volteó a mirarme mientras lo hacía por lo que sin el morbo de ser observada, me quedé en pelotas hirviendo de deseo y de coraje sobre el frio suelo. Mientras tanto, mi jefe se había metido en la bañera y pegando un gruñido de satisfacción, me ordenó que me arrodillara.

Y así, desnuda, arrodillada y despreciada me encontró la sirvienta cuando llegó con la cena. Obviando a la mujer que tenía a sus pies, la muchacha acomodó la comida en una bandeja hecha a propósito para comer mientras uno se bañaba y poniéndose a mi lado, le preguntó si deseaba algo más.

-Pareces tonta. ¿No te has dado cuenta que esta hembra tiene el coño infestado de pelos? ¡Rasúrala!-

Fue entonces cuando caí en la cuenta que esa mujer era una de mis compañeras en la empresa. Verónica era una chavala delgada, de mi estatura pero al contrario que yo, con unos pechos pequeños que parecían en su sitio a través de su uniforme. Sin saber qué coño hacía allí ya que los rumores decían que era lesbiana, me quedé de piedra al saber que a partir de ese día, sabrían de mi sumisión en la compañía.

Ella, debió de adivinar mis pensamientos porque mirándome con sus ojos azules y meneando su melena castaña, me dijo mientras cogía de la repisa una maquinilla de afeitar:

-Lo que ocurre en esta casa, no sale de aquí- y obligándome a aposentar mi trasero sobre el lavabo, me separó las piernas mientras le preguntaba a don Jaime: -Amo, ¿Le echo crema?-

-No, con tu saliva será suficiente-

En ese momento, yo era un objeto y por eso, Verónica ni me miró antes de separar mis rodillas y sacando la lengua, humedecer el pequeño triangulo de vellos que decoraba mi sexo. Al experimentar en mis carnes que otra mujer me lamía, me creí morir de vergüenza pero manteniéndome firme, no demostré que era mi primera vez. La muchacha no reparó en mimos y cuando ya tenía el pelamen totalmente empapado, se giró hacia mi dueño y requirió nuevas órdenes diciendo:

-Amo, esta perra está a punto de correrse. Si se sigue moviendo, puedo cortarla. ¿Qué hago?-

“Será puta” pensé “ni siquiera estoy cachonda”. Estaba a punto de aclararlo cuando escuché que don Jaime le decía:

-¡Qué se corra!-

Sabiendo que su palabra era ley y asumiendo lo inevitable, abrí mis piernas deseando complacer los deseos de mi amo. No tuve que esperar para sentir sus dientes mordisqueando mi clítoris ni tampoco para experimentar como sus dedos se introducían en mi vulva y contra lo que me había imaginado, la manera tan dulce con la que esa mujer me tomó, hizo que un profundo sollozo saliera de mi garganta al comprobar que me gustaba.

Verónica incrementó la velocidad de su lengua al oír mi gemido y no contenta con ello, metió un dedo en mi ojete sin sacar los que tenía incrustados en mi sexo. La triple incursión me hizo gritar y tras unos minutos donde ella bebió de la miel que cual colmena brotaba de mi vagina, me corrí como una loca. Mi partenaire no se apiadó de mí y relamiendo mis labios, prolongó mi éxtasis hasta que agotada pedí a don Jaime que parara.

-Aféitala- dijo sin quitar ojo de mi entrega.

Fue entonces cuando vi que emergiendo desde debajo de la espuma su pene estaba erecto. La mera visión de su calentura me hizo volver a correrme mientras la zorra de su sirvienta hacía desaparecer ese triángulo del que estaba tan orgullosa. Una vez me hubo rasurado, me volvió a colocar arrodillada frente a nuestro maestro y poniéndose en la misma posición se quedó callada.

Durante cerca de diez minutos, Verónica y yo permanecimos en el suelo, esperando a que don Jaime se terminara de bañar y cuando levantándose nos hizo una seña, ambas corrimos a secarle. Satisfecho por nuestra actitud, nos premió con un beso en los labios y pasando a la alcoba, al ver que la criada seguía vestida, me ordenó:

-Desnuda a nuestra puta-

No os podéis imaginar el gusto que sentí cuando me incluyó como codueña de esa mujer y no queriendo defraudarle, me dispuse a dejarla en pelotas. Pero cuando ya estaba bajando la cremallera de su uniforme, oí que me decía:

-Devuélvele el placer que te ha dado-

Saber que tendría que mamar su chocho, no me importó siempre que él estuviera presente y por eso fui besando cada centímetro de la piel de esa mujer que iba dejando al aire. Reconozco que me encantó ver al liberar sus pechos, que esa morena tenía unos pezones negros y grandes que sin pensarlo dos veces, devoré en cuanto pude. Verónica al sentir mi lengua recorriendo sus aureolas, gimió agradecida y pegando su sexo al mío, lo empezó a frotar como si folláramos.

Haciéndola a un lado, terminé de desnudarla y con agrado descubrí que la moza llevaba también su sexo depilado y sin poderme aguantar, me agaché y separando sus labios con mis dedos, lamí su clítoris con desesperación. Su sabor agridulce inundó mis papilas y presa de un extraño frenesí, la llevé a la cama y sentándola en su borde, seguí devorando ese raro fruto. Estaba a punto de correrse la muy zorra, cuando sus ojos me avisaron que algo ocurría a mi espalda. Al girarme, vi que nuestro amo con la polla entre sus manos se disponía a penetrarme.

Paralizada por la expectación, no me moví cuando sus manos separaron mis nalgas y ni cuando tonteando durante un minuto con mi rosado esfínter, me dijo:

-Tienes un culo adorable-

Tras lo cual, mojando su glande en mi vulva, lo llevó a mi entrada trasera y sin dudar, lo clavó hasta el fondo. Aun siendo la segunda vez que alguien me sodomizaba y a pesar del modo tan brutal que lo hizo, al sentir mi  ojete siendo maltratado por él, me creí en el cielo. Por supuesto que me dolió, pero habiendo ansiado durante años ese momento, me impelió a aceptarlo y con lágrimas recorriendo mis mejillas, esperar a que el sufrimiento cesara. Mi descanso tardó en llegar porque mi dueño no se apiado de su yegua y montándome en plan cabrito, azuzó mis movimientos con una serie de azotes.

-¡Dios!- grité al sentir que me desgarraba pero en vez de intentar sepárame, le pedí que siguiera.

Don Jaime riéndose de mí, aceleró su cabalgar mientras su otra sumisa cogía mi cabeza y la ponía entre sus piernas. Con el culo destrozado pero aun así excitada, lamí ese coño mientras él acuchillaba sin cesar mi interior. Formando una cadena perfecta, mi dueño me penetraba mientras yo a su vez, hacía lo mismo con Verónica y ella chillaba, cuando él se retiraba, yo sacaba la lengua y la puta suspiraba. Poco a poco ese tren se fue lubricando y tras unos minutos de loco discurrir, la morena se corrió entre mis labios. Mientras se retorcía por el placer, le gritó a don Jaime:

-Amo, le necesito- y levantándose de la cama, corrió a su lado.

-¡Zorra!. ¡Es mi momento!- maldije en voz alta al creer que esa puta me iba a privar de la polla que estaba machacando mis intestinos.

Mi jefe cogiéndome de la melena, llevó mi oreja hasta sus labios sin importarle que mi espalda se torciera cruelmente al hacerlo y sin alzar la voz, me susurró:

-Yo soy quien decido a qué puta me follo- y dándome un fuerte azote en el culo, me aclaró: -y ahora estoy disfrutando con mi nueva esclava-

Encantada por seguir siendo yo la elegida, di un ritmo endiablado a mis caderas como agradecimiento. El ser más importante de mi vida, el único hombre de mi existencia, eyaculó su simiente regando mis intestinos mientras la otra sucia esclava disfrutaba mirando y masturbándose a un lado.  En ese instante, fui la mujer mas feliz del universo y dejando caer las cadenas de mi autosuficiencia, me rendí a mi amo: pegando un berrido, me corrí mientras él consolaba con su eyaculación mi adolorido ojete.

Agotado, cayó sobre mí clavando su pene en mi culo todavía más profundo y así unidos, formando un solo ser, me quedé dormida sobre las sábanas. No sé cuánto tiempo permanecí traspuesta pero al despertar, yo sola en esa enorme habitación, sentí un extraño objeto sobre mi cuello. Supe que mi sueño se había hecho realidad cuando mirándome en un espejo, leí la inscripción del collar que portaba:

-Esclava propiedad de Jaime Cortázar-

Tumbada en  su cama, con el culo amoratado y mi sexo rozado, solo puedo pensar en que mi vida carecería de sentido si el me abandonara y por eso:

“TENGO MIEDO”


Os aconsejo revisar mi blog:

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En él, encontrareis este y otros relatos ilustrados con fotos de las modelos que han inspirado mis relatos.