Cómo conquisté a mi hombre
Cómo hice lo posible para conquistar al hombre que me enamoré y que me aceptara tal como era: Mucho mejor que cualquier mujer.
Lo vi por vez primera en el vestuario del gimnasio. Tenía unos cuarenta años y era un hombre fornido, de pecho amplio e hirsuto, brazos robustos y mandíbulas marcadas. Me enamoré de sus ademanes y de la mirada oscura y dulce que contradecía la hosquedad de su rostro.
En los días posteriores empecé a mostrar mis armas. Lo miraba como tímidamente y cuando estaba desnudo, me agachaba para que viera en primera línea todo mi misterio. Sabía que no era homosexual, pero mi juventud de veintidós años y mi cuerpo endeble y lampiño, con hombros caídos, pecho hundido, extremidades delgadas y culito respingón, junto mi rostro aniñado, me hacían muy femenino, y en varias ocasiones lo descubrí mirándome de soslayo.
Cuatro semanas después de insinuaciones calladas y miradas furtivas, aprovechando que había poca gente en el vestuario, me decidí. Con una toalla envolviendo mi cintura y ocultando lo que él odiaba, entré en la ducha donde se había metido, y lo miré a los ojos. Él vaciló asombrado y antes que reaccionara, me arrodillé frente él.
- No soy como tú – espetó.
- Yo tampoco soy como las demás – dije – Cierra los ojos.
No sé si lo hizo. Cogí su miembro y lo lamí suavemente para después metérmelo en la boca. Él no intentó zafarse, ni tampoco me dijo nada y ante la ausencia de rechazo, continué chupando, fascinado como su verga se hacía cada vez más grande dentro de mi boca. Luego me llené la boca con sus testículos, y con una astucia comedida, recorrí mi dedito entre sus nalgas, para que aprendiera la diferencia entre un mujer común y una persona como yo.
Finalmente me agarró la cabeza y con bruscos empellones me folló la boca salvajemente. Cuando noté que estaba a punto de venirse, me saqué la verga de la boca y la pajeé mientras le estrujaba y le lamía los huevos. Él me tiró del pelo, fuera de sí, y finalmente, soltando lengüetazos de leche, se vino sobre mi cara.
Lamí su leche de mis dedos y me levanté. Me acerqué a su oído, sin tocarle, pues no quería despertarlo de su momento mágico al verme como un hombre.
- Mañana por la mañana estaré solita en casa. – le susurré al oído – Y vestida como a ti te gusta. Si quieres, tienes mi dirección en el bolsillo de tus pantalones.
Entonces me fui y entré en otra de las duchas. Allí me metí tres dedos en el culito y soñé con él mientras jugaba con mi pollita tiesa y maliciosa. Me vine como nunca y me duché con calma, enjabonándome cada centímetro de mi piel y dándole tiempo a mi hombre de secarse, vestirse e irse. Pues no quería que me viera como un hombre. Él anhelaba a una mujer y yo le otorgaría más que eso.
A la mañana siguiente me duché y me limpié el culito por dentro y por fuera. Me apuré la barba, me afeité los testículos y el culito y me dejé un pubis hermoso. Quería ser una mujer limpia, pulcra y bien depilada para mi hombre. Después me pinté las uñas, me maquillé y me coloreé los labios. Utilicé mi peluca lila, que resaltaba mis ojos azules y me hacía más atrevida. Me vestí un corsé con ligas que estrechaba mi vientre plano, marcaba mis caderas y sin que tuviera pechos, me hacía ostentar unas tetas tímidas y respingonas. Me enfundé en un vestidito negro muy ajustado y me calcé unas botas de tacón hasta parecer una buena zorra, a la par lúbrica y tímida. Era mucho mejor que cualquier otra mujer.
Esperé con impaciencia a mi hombre. Los minutos pasaron muy lentos. Me sentaba en el sofá y me levantaba continuamente. Mi pollita latía de impaciencia. Esperaba no erectarme muy ostentosamente mientras lo tuviera entre mis brazos. A mi hombre no le gustaría sentir mi erección. Era mejor simular, de momento, mi clítoris superlativo.
Sonó el interfono y los nervios se agolparon en mi garganta. Respiré profundo y respondí con voz femenina. Era él. Irrumpió en el piso a pasos vivos, pero con la cabeza gacha. Sabía que la excitación lo había llevado hasta aquí, pero que la vergüenza de fornicar con un hombre, lo aniquilaba por dentro. Sin embargo, al levantar la mirada, no tropezó con un chico. Enfrente se encontró conmigo, una chica maravillosa y prendida de él, deseosa de su deseo. Pude notar el fascinante asombro en sus ojos. Algo cambió en su interior. Todo el arrepentimiento que predecía sentir se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.
- ¿Quieres tomar algo, cariño? – le pregunté.
- Una cola, gracias.
- Siéntate en el sofá, ahora te la traigo.
Hablamos muy poco. Era hombre taciturno, de pocas palabras y ojos deslumbrantes. Me comía con la mirada, y no se atrevía a empezar a poseerme. Le hablé con suavidad, y con voz muy femenina, para que se relajara.
- No sé tu nombre todavía – le indiqué.
- Julián.
- Yo me llamo Azahar - le dije.
Adiviné que era un hombre de acción y pocas palabras, así que sin más dilación, deslicé mi mano por su vientre y le apreté el bulto. La tenía dura y gruesa. Me puse caliente al instante. Sin decirle nada, me arrodillé en el suelo y mirándole a los ojos, le bajé la cremallera y los calzoncillos. Asomó su glande, rojo y robusto, y me lo metí en la boca. Me llené al sentir su sabor. Jugué con mi lengua y le bajé los pantalones hasta los tobillos. Él se espatarró en el sofá, relajado, saboreando mi juego. Le lamí los huevos, los muslos, el vientre peludo, su polla de arriba abajo y de abajo a arriba. Julián me acariciaba la cabeza suavemente, sin decir nada, satisfecho. Los nervios y las dudas habían desaparecido. Tenía a una hembra entre sus piernas que se la chupaba como ninguna.
Le quité los zapatos y me desprendí de sus pantalones y sus calzoncillos. Sus piernas robustas y firmes, llenas de vello, quedaron a la vista. Me puse una por encima de mi hombro, sin dejar de juguetear con su polla y entonces, como por descuido, le pasé mi lengua por su culito. Se estremeció. Pasé otra vez, empezando por su agujerito, cruzando sus huevos, ascendiendo por su verga y llegando hasta su glande. Lo hice de nuevo. Por sus gemidos supe que nunca se lo habían hecho. Me demoré en el agujero de su culo, peludo, caliente y suave. Mi hombre gimió. Le encantaba. Me revolvía el pelo, me estrechaba los hombros, se agitaba en el sofá.
Loco de excitación se agarró la polla y empezó a masturbarse ferozmente. Yo le lamía su raja, demorándome en su agujero, cada vez más fuerte. Empezó a jadear con intensidad y le metí la puntita de mi lengua, y entonces, entre gritos ahogados, salió un largo chorro de leche de su verga, y después otro y otro.
Todo su semen quedó esparcido por su vientre. No dudé un momento en pasar la lengua por su barriguita. Me tragué toda su leche mientras Julián recobraba la respiración. Sus pelos quedaron húmedos y apelmazados, pero no se veía una sola perla de leche marfil.
No le dije nada. Cualquier palabra es incómoda para un hombre después de correrse. Me levanté y contorneando mucho mi culo, me fui al baño. Me saqué los pelos de la boca, me metí lubricante en el agujerito y alrededores y luego volví con un poco de papel de baño y acabé de limpiarle el vientre. Julián me miraba sin decirme nada. Intuí que un dejo de arrepentimiento le pujaba del alma. Después del orgasmo, todo se ve con más claridad, y para no estropear la magia, sin mediar palabra, empecé a bailar para él. Movía mis caderas y mi culo y me acaricia el vientre y el pecho. Aprovechaba el baile para subirme la minifalda y mostrar las ligas e insinuar mi culito respingón, blanquito y lampiño. Le acaricié un par de veces su polla flácida y sus testículos. Julián me miraba, muy quieto. Sus ojos parecían disfrutar otra vez. No podía creer que bajo ese vestidito negro se escondiera una pollita. Procuraba que olvidara ese detalle con mis movimientos y mis curvas. Cada vez lo amaba más. Era mi hombre y quería que me quisiera por lo que era.
Cuando vi el primer latido en su polla, empecé a deslizar mi vestido. Me quedé con el corpiño, las ligas y las bragas. Julián se asentó, sonriendo. Le devolví la sonrisa sin dejar de contornearme. Me acerqué a sus genitales y los besé. La polla latió de nuevo. Los tacones resonaban en el piso y mi cuerpo se curvaba y se excitaba. Me sentía muy puta y me encantaba. Me guardaba los genitales entre las piernas y bajo las bragas y procuraba que no me erectara demasiado, para que Julián no notara el bulto.
Me puse a cuatro patas y gateé hacia él, mirándolo a los ojos. Me metí su polla en mi boca y sentí como empezaba a crecer de nuevo. Le lamí los huevos y el escroto. Me levanté de nuevo y dejé que me chupara un dedo, después me mordió un hombro. Me alejé de nuevo y volví a bailar. Mi hombre se erectó nuevamente. Su polla latía al ritmo de mi baile. Me acerqué de espaldas, me agaché y dejé que la polla acariciara mi culo con bragas. Me moví y me apreté a él. Me besó un hombro y yo le acaricié los huevos.
Me levanté, me di la vuelta y bailé de nuevo. Me sentía una reina, una princesa muy puta, me sentí su mujer preferida, me sentí el mejor polvo de su vida. Me acaricié los muslos y el culo con su polla. Me removí y restregué encima suyo y Julián me empezó a acariciar la espalda, el culo, el vientre. Me ponía a mil por hora. Me sentía pequeña y agradablemente vulnerable en los brazos de mi hombretón.
Me levanté, le cogí de una mano y tiré de él para que se levantara. Le di un besito en la mejilla mientras le alargué un preservativo con malicia, después me arrodillé encima del sofá y poniendo el culo en pompa, me aparté un poquito las bragas para dejar ver mi agujerito lascivo.
- Metemela, cariño – dije.
No dudó un momento. Se puso el condón y me la endiñó lentamente, sintiendo cada centímetro, cada pulgada, cada superficie de piel. No me dolió, simplemente, sentí un gran placer. Me agarró férreamente por la cintura y empezó a bombear, calmosamente y sin prisas. De vez en cuando me agarraba de las nalgas, clavándome las uñas.
Jadeé y gemí como una grandísima zorra. Mi Julián me estaba jodiendo y me sentía en el paraíso. Estiré el brazo por debajo de mi cuerpo para acariciarle los testículos y él, tremendamente excitado, aceleró los movimientos.
- No te vengas así, cariño – le dije – Quiero verte los ojos.
Le saqué la polla suavemente, se la besé y me levanté para estirarme panza arriba sobre la mesa. Abrí bien las piernas y me metí dentro de las bragas un cojoncito malicioso que había salido de ellas. Gracias al grosor de la polla de Julián, no me había erectado al penetrarme y podía disimular mi bulto. Estaba caliente como nunca.
- Tómame – le dije.
Se acercó con resolución, lleno de placer y excitación, con el miembro izado y cubierto por los pliegues del condón, se acercó y, para mi sorpresa, hundió su cara en mi culo. Me lamió la raja bestialmente y mi agujerito latía de gusto. Me metió la lengua con ferocidad y me folló con ella. Era maravilloso, fascinante. Era la mejor follada de mi vida. Nunca hubiera pensado eso de mi hombre. Me apretaba las nalgas con sus enormes manos y me comía el culo. Mi polla latió y se erectó saliéndose de las bragas. Era imposible disimular el bulto y me preocupé un poco, pero Julián parecía concentrado en mi culo que lamía arriba y abajo, demorándose en mi lindo agujerito y soslayando mis genitales.
Repentinamente se levantó y me penetró con fuerza. Sentí su polla enorme de sopetón y lancé un grito de placer. Empezó a bombear brutalmente. La mesa se tambaleaba y chirriaba. Ávida de gusto y loca de amor, me agarré la polla y empecé a pajearme. Sabía que no era conveniente hacerlo, pero no pude evitarlo. Lo miré a los ojos y al momento estallé y mi semen se desparramó por mi vientre. Julián, ajeno a mi corrida de macho, me endiñaba su polla sin compasión, hasta que en un instante la sacó, se desprendió del condón y se corrió encima de su putita, regándola con su delicioso néctar.
Quedé vacía, complacida y cerca de la nada. Había sido tanto el gusto que me quedé quieta, con las braguitas apartadas y mostrando mis genitales flácidos. Fue entonces cuando Julián despertó y me vio como no quería verme. Al momento me cubrí pero fue demasiado tarde, algo había cambiado en su semblante.
Me miró un momento con rabia y después se giró para recoger sus pantalones.
- Si quieres puedes ducharte, mi amor – le dije.
- No hace falta – espetó él.
Se vistió y sin despedirse ni dirigirme una sola mirada, se largó, dejándome desesperada de amor y de placer.
Creí que lo había perdido. A los dos días, al coincidir en la sala de máquinas, no nos dirigimos la palabra y Julián me evitó. Pero una vez en el vestidor, al comprobar que nadie lo podía ver, me hizo señas para follar de nuevo en la ducha. Me negué, como zorra altiva. Prefería ser un sueño latente que una realidad mediocre, y me largué lo más rápido posible. Julián corrió tras de mí y ya en la calle me atrapó.
- Quiero verte otra vez – dijo sin súplica.
- Pensé que no te había gustado.
Bajó la mirada, conmovido y avergonzado.
- Sí me gustó – confesó.
- Si quieres esta tarde volveré a ser tu amante – dije como enfadada - Vente a las seis.
Me marché, contoneando el culo para que mi hombre soñara en él las próximas horas. Por dentro estaba eufórica y excitadísima. Mi Julián quería repetir. Era algo fabuloso.
Lo recibí con mi peluca de cabellera rubia, con bragas de encaje negras, sostenes negros, medias blancas hasta el muslo, minifalda escolar y camiseta fina y suave.
Quedó maravillado de nuevo. Lo dijo con sus ojos, por que su boca se tornó taciturna de nuevo. Se la chupé como la primera vez, en el sofá, sin embargo, en esta ocasión, Julián me indicaba con gestos como quería y me guiaba la cabeza. No parecía tan vergonzoso y tomaba el mando. Empezaba a ser mi macho de veras.
De repente, me retiró la cabeza y me hizo levantar. Con lentitud me desabrochó la camiseta para acariciarme el vientre y lo besó. Luego me bajó la falda y me besó los glúteos.
- Eres maravillosa – se le escapó.
- Gracias, mi amor – le dije.
- Siéntate.
Me senté sobre su falda y sentí su erección en mi rajita. Me moví lentamente, sintiendo el férreo agarre de mi hombre. Me mordisqueó los hombros y me besó la nuca. Acariciaba mis tetas por encima de los sostenes, mi vientre y mis piernas. Lo sentía por todas partes y no paraba de moverme. No pude evitar erectarme y mi pollita asomó por un lado de las bragas.
- Métetela – me ordenó.
Le coloqué el condón con la boca y me senté de nuevo encima de él, dándole la espalda y metiéndome su trabuco lentamente.
Me sentí llena y plena, y empecé a menearme mansamente mientras él me acariciaba sin parar. Mi pollita latía delante, ávida de una caricia, pero no me la toqué. Me amparaba a las recias piernas de Julián y movía mi culito sintiendo el gusto dentro de mí.
Julián se iba excitando. Le encantaba ese baile. Y entonces, de repente, me acarició los testículos por un instante. Sentí un estremecimiento que me recorrió la espalda. Gemí sonoramente y entonces, viendo que me encantaba aquello, envolvió mi pollita con su enorme mano y me la meneó. Casi me corrí en aquel instante.
¡Mi hombre aceptaba cada rincón de su mujer!
Me moví más rápido, excitándolo, haciéndolo placer intenso, gusto abismal. No podía más. Me moría de gusto y entonces me levanté, me giré y caí encima de él. Le saqué el condón y agarrando las dos pollas, empecé a pajearnos a la vez, una polla junto la otra. Julián me mordía el cuello y yo estaba en las nubes. Pellizcaba su pezón y él me estrujaba el culo metiéndome uno de sus dedos por el ano. Jadeamos los dos con locura y al momento sentí su lechita caliente salir y salpicar mi vientre y caer sobre mi polla, que ávida de ese tremendo placer, estalló a la vez en un chorro cálido y abundante.
Nuestras pollas quedaron pringosas. No reímos y lo besé en los labios. Él correspondió con deseo, invadiendo mi boca con su lengua cálida, húmeda y sabrosa. Era nuestro primer beso y lo abracé como nunca he abrazado a nadie.
Lo llevé a la cama y le lamí entero. De la punta de los pies a los ojos, una y otra vez. Él reía distendido y risueño. Me demoré en su culo, lamiendo su agujero. Me encantaba su olor. Se erectó de nuevo y se la empecé a chupar, estirado a su lado.
Sin que nada le insinuara, me acarició los genitales y mi polla no tardó en responder.
- ¿Puedo? – me preguntó.
- Claro, mi amor. Mi clítoris es todo tuyo.
Se metió mi pollita en la boca y toqué el cielo. No era muy diestro, pero su calor bucal era suficiente para llegar al éxtasis. Nos perdimos en el sesenta y nueve y antes de corrernos me monté en él y me introduje su polla sin condón. Sentí su chorro dentro de mi culo, caliente y abundante, y yo me corrí fuera, sobre su vientre. Después de limpiarlo con mi lengua, me estiré a su lado, exhausta, y apoyé mi cabeza sobre su pecho.
- Eres la mejor mujer que he conocido – confesó con voz queda.
Emocionada, agradecida y eufórica no pude ocultarlo por más tiempo.
- Te quiero – le dije avergonzada.
Él me estrechó entre sus brazos y, cariñosamente, me besó en la frente.
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