Cómo conocí el amor

Historia de cómo conocí al amor de mi vida.

Nunca estuve realmente enamorado de ella. Éramos buenos amigos, pero la cosa nunca pasó de ahí. Yo nunca había estado con nadie y ella llevaba más de cuatro años con su novio. Aunque ella no me lo había dicho, yo sabía que había tenido su primera relación muy poco tiempo atrás. Hay que decir que ella es muy tímida. Desde que la conocí hasta el día de hoy ha cambiado muchísimo. La primera vez que hablé con ella, fue para pedirle que tocara conmigo y con otra amiga en un grupo de cámara que se había quedado descabalado. Cuando la "asalté" me miró con cara de susto, con los ojos muy abiertos. Ella es muy tímida, pero yo soy tan bruto… Cómo han cambiado las cosas

Yo soy bruto, sí, pero una vez que cojo confianza. Si no, soy bastante cortado. A eso se debe que nunca hasta entonces estuviera con nadie. En lo profesional, en la música, nos compenetrábamos muy bien. La verdad, es que nunca encontré a nadie con quien tocar música de cámara tan a gusto. Cuando tocábamos juntos, parecía como si respiráramos por la misma boca. Siempre teníamos el mismo concepto acerca de la interpretación de tal o cual pasaje. Cuando la música nos pedía que sacáramos el fuego que llevábamos dentro, lo hacíamos sin pensarlo, sin ponernos de acuerdo. Era maravilloso tocar con ella. Tocamos unos dos años juntos, pero después yo salí del conservatorio y ella se fue a otra ciudad. Nos veíamos cada cierto tiempo, ya que su familia seguía estando en nuestra ciudad. Intentamos varias veces juntarnos a tocar de forma seria, para dar conciertos, pero por una razón o por otra, la cosa nunca salía. Lógicamente, esto no impedía que siguiéramos viéndonos, aunque fuera para estar juntos. Muchas veces venía con su novio. Yo no tenía nada en contra de él. Pero no me hubiera importado que ella se enamorara de mí. Hasta que sucedió lo que sucedió.

Ella siempre fue muy cariñosa conmigo. Yo trataba de acercarme lo más que podía, siempre fui muy sobón. Pero nunca con malas intenciones, y siempre hasta donde me dejaba. Me daba muchos abrazos y yo la acariciaba toda la espalda. Algún día se quedaba en casa a ver una peli y siempre nos sentábamos muy juntitos, lo cual propiciaba el contacto, que yo buscaba y ella no rechazaba. Ella era muy feliz con su novio, y por eso creo que nunca pasó nada más. Hasta que sucedió lo que sucedió.

Un día, de madrugada, sonó mi teléfono. Era ella. Me pareció muy raro que me llamara a esas horas. Normalmente no llamaba mucho, así que deduje que pasaba algo importante.

¿Sí? – dije yo, pero no oí respuesta.- ¿AAA, qué pasa?

¿XXX?

Sí, estaba durmiendo, AAA. ¿Qué pasa?

CCC está muerto! – dijo ella entre sollozos. Su novio había muerto.

¿Qué?! Anda ya!

De verdad!

Lo siento, nena. ¿Cómo ha sido?

En el coche, un accidente viniendo para acá

AAA, ¿voy para allá y me lo cuentas tranquilamente?

Vale, ven rápido.

Me puse algo encima y salí para su casa. A mí no me preocupaba que CCC hubiera muerto, he tenido ocasión de ver varias situaciones como esa y la muerte es la muerte. Los muertos están en paz. Los que me preocupan son los vivos. Y me preocupaba mucho cómo estaba AAA. Siempre quiso mucho a CCC, además, fue su primer novio y además, su primer hombre. Iba a necesitar mucho apoyo.

Llegué y me abrió la puerta empañada en lágrimas. Yo la abracé lo más cariñosamente que pude dándola besos en la cabeza y acariciándole toda la espalda para que se sintiera segura. Empezó a llorar con más fuerza si cabe. Estaba sola en casa, así que la fui llevando al sofá para que se sentara y me lo contara en cuanto quisiera. Estuvo un buen rato llorando en mi pecho y cuando se calmo me miró a los ojos y me dijo:

Gracias, XXX. Eres muy bueno.

No, simplemente soy un amigo que te quiere - dándole un beso en la frente -. ¿Me lo quieres contar?

No hay nada que contar, CCC está muerto, se ha ido, me ha dejado sola! – dijo entre sollozos.

No dije nada, en esos momentos no se puede decir nada. Simplemente, le acaricié la cara y le sequé las lágrimas. Y así pasamos la noche, entre lágrimas y llantos, hasta que caímos rendidos del cansancio en el sofá. Cuando empezó a entrar la luz en el salón, me desperté y me puse a preparar un café para cuando se despertara. Una vez echo, me fui a verla. Seguía dormidita. Me puse a mirarla, a observarla. Me encanta observar. Sobre todo una mujer tan dulce y tan bella como ella. Por aquel entonces estaba delgadita y muy proporcionada. Las curvas perfectas para mi gusto. Ni demasiado exuberante, ni escuálida. Era un poco más bajita que yo. El pelo lo tenía de un color castaño muy claro, tirando a rojizo y muy rizado. Los ojos, los más bonitos que he visto nunca, del verde más maravilloso que exista. Por la cara, sobre todo por la nariz, tenía unas poquitas pecas, que según ella, no eran las únicas que tenía en su cuerpo. De piel era muy palidita. Los labios, perfectos, de un tono rosado precioso y ligeramente carnosos. En ese instante, estaba viendo cómo su tripita subía y bajaba al compás de su respiración debajo de su mano derecha. Como estaba en pijama, se podían apreciar cómo los senos, no muy grandes, pero preciosos también subían y bajaban al respirar. Siempre fue una maravilla de mujer.

En ese instante, abrió los ojos y me miró. Yo la sonreí y le pregunté:

¿Quieres un café, cariño?

Sí, gracias.

Fui a por él y se lo llevé. Cuando volví estaba sentada a lo indio en el sofá con la mirada medio perdida. Seguro que estaba tomando conciencia de lo que sucedió la noche anterior. Le pregunté:

¿Cómo estás? ¿Mejor?

Un poco. Gracias, XXX, eres muy bueno – dijo tomando un sorbo de café. – Perdona que te llamara tan tarde, es que necesitaba estar con alguien.

No tienes por qué dármelas. Para eso están los amigos, seguro que tú habrías hecho lo mismo.

No, yo soy un desastre.

Lo siento, pero debería irme a trabajar. ¿Estarás bien? Si quieres me quedo, pero me lo tienes que decir ahora, para avisar en el curro.

No, vete. Mira cómo está la casa. Intentaré ordenar un poco todo esto hasta la hora del funeral. Es a las 19. ¿Vendrás?

Por supuesto, ahí estaré contigo. Entonces, me voy. Luego te llamo para ver cómo vas.

Nos dirigimos a la puerta tranquilamente. Yo le pasé el brazo por encima del hombro y ella se acurrucó debajo. Al llegar a la puerta, me puse en frente de ella y le di un beso muy dulce en la frente. Ella me miró y me preguntó:

¿Qué voy a hacer ahora, XXX?

Seguir adelante, no te queda otra.

No sé si voy a poder

Claro que vas a poder. CCC, donde quiera que esté, te ayudará para que lo consigas. Y además, me tienes a mí, para lo que quieras y cuando quieras.

Gracias, XXX, eres un cielo.

¿Me llamarás si necesitas algo?

Sí, no te preocupes.

Dame un beso, anda.

La abracé bien fuerte al tiempo que acercaba mis labios a su mejilla. La besé y al separarnos nos quedamos mirando fíjamente a los ojos y la dije: "Te quiero". Ella me respondió: "Y yo a ti, XXX. Gracias". La volví a dar un beso, pero en la otra mejilla y nos volvimos a quedar mirándonos a los ojos al separarnos. Y en ese momento, acerqué mis labios a los suyos y le di un piquito pequeñísimo. Al separarnos, no vi en sus ojos ni enfado, ni reproche. Sólo vi a una mujer triste, triste. Le eché una sonrisa y salí pitando para el trabajo.

¿Por qué le di ese piquito? Para mí fue una cosa muy natural. Siempre acostumbré a hacerlo con mi madre y en esta ocasión me salió de forma inconsciente. Como vi que ella no se enfadaba no me preocupé. La mañana transcurrió tranquila. La llamé en un par de ocasiones para ver cómo se encontraba. En ambas ocasiones estaba acompañada de sus familiares y de amigas. En ambas ocasiones, me despedí de ella con un "Te quiero" y en ambas ocasiones ella me respondió con un "Y yo a ti".

Pasaron los meses y su vida se normalizó. Fue a las clases y terminó la carrera. Volvió a nuestra ciudad y encontró un trabajo de profesora de música. La verdad es que nuestra relación había mejorado muchísimo. Con la salvedad de que vivía fuera, hablábamos mucho por teléfono y siempre que venía, quería verme a mí antes que a nadie. Yo, lógicamente, no ponía ninguna resistencia al respecto. Cuando ya se quedó a trabajar, empezamos a vernos y a hablar todos los días. Venía muchísimo a mi casa. Volvimos a tocar juntos, y además, de una forma mucho más continuada. Estábamos empezando a programar unos conciertos. Salíamos mucho y siempre que lo hacíamos, ella se agarraba a mí. O me abrazaba o me cogía de la mano. Yo siempre fui muy cariñoso y todo eso me encantaba. La situación del piquito nunca se volvió a repetir. Ella a mí siempre me gustó, pero nunca le dije nada por respeto a la relación que tenía con su novio. Nunca se me hubiera pasado por la cabeza entrometerme en otra relación. El caso es que ahora, al estar ella sola. No veía con malos ojos que pudiera pasar algo.

Cierto día, viendo una peli romántica en el sofá de casa. Después de que la pareja protagonista se prometiera amor eterno con el típico beso seguido de la mítica frase THE END, ella me miró con alguna lagrimilla en los ojos y me dijo:

Qué bonita, ¿no?

Sí, mucho – respondí yo -. Ojalá me pase algún día – suspiré.

Jaja, yo pensé que ya te había pasado!

¿Con quién?, si se puede saber.

Conmigo, no?

¡¿Qué?!

Era una cosa que quería hablar contigo desde hace mucho tiempo. Seguro que te acuerdas del día que murió CCC.

Claro, cómo no me voy a acordar.

Yo, aparte de la muerte de CCC, me acuerdo sobretodo de una cosa.

¿De qué? – dije yo tragando saliva.

Del beso que me diste justo antes de irte aquella mañana.

Joder, tía. No debí habértelo dado. Como no dijiste nada, no pensé que te hubiera molestado. Lo siento – dije yo medio avergonzado.

¿De verdad crees que me molestó? Si me hubiera molestado, XXX, te lo habría dicho en ese mismo momento.

Entonces, ¿cuál es el problema?

Que me gustó. Me gustó mucho.

Yo me empecé a poner rojo y miré para otro lado. En ese momento sentí cómo ella me cogía de la barbilla y me volvía la cara hacia la suya. La miré a los ojos. Ella me miró a los ojos. Fue acercando su cara a la mía y poco a poco cerró los ojos, esos ojos maravillosamente verdes. Cuando nuestros labios sentí el mayor escalofrío de mi vida. Fue un beso dulce, al principio mientras nuestros labios se acariciaban mutuamente. Nos separamos y nos volvimos a mirar. Entonces, ella pasó su mano por mi nuca y me atrajo hacia ella. Me volvió a besar y esta vez abrió un poco los labios humedeciendo los míos. En ese momento respiré profundamente disfrutando del momento. Puse mi mano por encima de sus hombros y acaricié su espalda. Nos volvimos a separar y mirándome a los ojos me dijo: "Te quiero, XXX". Era la primera vez que esas palabras salían de su boca, haciéndome sentir feliz como nunca. Entonces, me abalancé hacia ella y la abracé con fuerza mientras nuestros labios se juntaban por tercera vez. Esta vez, abrió mucho más la boca e incluso sacó su lengua y la fue introduciendo lentamente en mi boca haciendo que la mía despertara de su letargo y de esa forma empezaran a danzad al compás de nuestras respiraciones, las cuales iban in crescendo, al igual que nuestros latidos. No sé cuánto tiempo pasó, pero a mí me pareció una eternidad. Cuando nos separamos, nos miramos y se abrazó a mi barriga. Aproveché para acariciarle la espalda por enésima vez y esta vez sin ningún tipo de pudor.

Vimos la hora que era y la convencí de que se quedara a dormir en casa. Yo no esperaba nada más. Todo era precioso. Esos besos que nos dimos en ese momento me hacían sentir el hombre más feliz del mundo. Eran los primero besos que me daba nadie… Siempre fui muy tímido en ese sentido. Puede que tenga que ver mi físico, pero también tiene que ver mi actitud. Siempre creí que por estar gordo, no sería digno de estar con nadie. Lógicamente, me equivocaba. Lo que pasaba es que todavía no había llegado mi momento. Lo que sí parecía es que si no había llegado ya, estaría a punto.

Despacio y muy abrazados, nos dirigimos a mi cuarto para dormir. Yo no tengo pijamas, acostumbro a dormir en calzoncillos y camiseta. Le di a ella una. Una vez yo estaba metido en la cama, ella se quitó los vaqueros que llevaba y se quitó el sujetador de espaldas a mí y se puso la camiseta corriendo. Acto seguido se metió en la cama abrazándose inmediatamente a mí. Nuestras piernas se entrelazaron. En ese momento le dije:

¿Qué me decías antes? ¿Después de besarme?

Te quiero, XXX.

Y en ese momento nuestros labios se volvieron a juntar, pero esta vez con mucha más pasión. Yo tenía una mano debajo de ella, acariciándole la espalda, y la otra, acariciándole la cara. Ella me tenía agarrado por la cabeza, acariciándome el pelo. Todo esto mientras nuestras lenguas investigaban dentro de la boca del otro y nuestras cabezas se movían de un lado a otro. En un momento dado ella me puso de espaldas y se subió encima de mí. En ese momento, entre lo mullido de mi barriga, notó toda mi virilidad y separándose, me miró a los ojos y me sonrió de la forma más dulce, volviendo instantáneamente a mis labios. Pero yo quería investigar más partes de su cuerpo. Fui besando su mejilla hasta que llegué a su oreja, a lo que ella dio un pequeño gemido en el momento en que mis dientes atraparon su lóbulo. Fui bajando por su cuello mientras ella me acariciaba la nuca. Justo entonces, ella se incorporó y se quitó la camiseta. Yo sonreí y acerqué una de mi mano lentamente a su pecho. Ella miraba cómo se iba acercando. Cuando entraron en contacto, suspiró y echó la cabeza con toda su melena pelirroja hacia atrás disfrutando de mi caricia. Nunca había tocado un pecho, pero debía hacerlo muy bien. Acto seguido, me incorporé y la empecé a lamer el cuello bajando poco a poco hasta llegar al pecho que estaba solo. Metí su pezón en mi boca. Lo chupé con los labios primero, y lo mordí con los dientes después. A partir de ese momento, me dediqué a explorar ambos pechos con mi boca mientras abrazaba su cinturita con mis manos. Ella seguía aferrada a mi cabeza y gimiendo muy suave.

Después ella me hizo volver a la realidad y me besó con más ganas que nunca haciendo que ambos cayéramos en la cama. Instintivamente fui bajando mis manos hasta su culete. Comencé a acariciarlo por encima de las braguitas y continué por las piernas, las cuales eran suaves como la seda. Ella cada vez gemía más. No quise hacerme más de rogar. Le di la vuelta y la tumbé en la cama poniéndome entre sus piernas y continué besándola. Al mismo tiempo, hice que nuestros puvis se acercaran de forma que sintiera lo que estaba consiguiendo. En ese instante comencé a lamer en dirección Sur. Pasé entre sus pechos, no sin antes hacer una parada obligatoria en cada una de sus cúspides, recibiendo varios aleluyas por ello. Llegué a su vientre, siempre plano y con el ombligo más bonito que vi nunca. Lo chupé y chupé hasta que se quedó completamente mojado. En ese instante levanté la cabeza y ella hizo lo mismo mirándome como queriendo decir: "¿Por qué coño paras?". Y allí, mirándole fijamente a los ojos, saqué la lengua y comencé a lamer con la punta los límites de su braguita. Llegué a introducir mi lengua entre la tela y su piel, con lo que ella dejó caer la cabeza y sus piernas empezaron a inquietarse. Cogí la goma de sus braguitas y las fui bajando lentamente descubriendo su pelirrojo monte de venus. Cuando estuve libre de su ropa interior, me dispuse a mirarlo y a investigarlo. Acerqué mi mano a él y lo acaricié. Estaba húmedo, muy húmedo. Con un poco de ese manjar, acerqué mis dedos a mi nariz y olí lo que me pareció lo más erótico de mi vida. Después de olerlo, lo acerqué a mi boca y lo probé. Sentí una corriente por todo el cuerpo de forma que casi tenía la fuente de dicho manjar enfrente de mí. Volví a acercar mi mano a la entrada al placer de mi amada y sentí cómo poco a poco se iba abriendo para mí. Acaricié las puertas principales de esa mansión haciendo que se abrieran más y dejaran al descubierto esa gruta sonrosada y aquella piedra sobre la entrada. Introduje un dedo y sentí cómo por dentro estaba toda empapada y además, cómo me apretaba agarrándose a mi dedo como si fuera un salvavidas. Lo saqué despacio y lo volví a introducir más despacio aún. Así conseguí sacarle un gemido profundo, además de que arqueó la espalda como si se fuera a romper. Repetí la operación por segunda vez consiguiendo la misma reacción. A la tercera acerqué mis labios a su pepita de oro. Primero sólo expulsando un poco de aliento, como anunciando mi llegada, después acariciándolo con mi lengua y por último abrazándolo con mis labios haciendo que todos los gemidos anteriormente oídos quedaran por detrás de este. Mi dedo seguía entrando y saliendo. Sentí cómo se ponía más y más tensa; cómo empezaba a gemir más y más fuerte a la vez que arqueaba la espalda como nunca imaginé. De pronto, sentí como me agarró la cabeza apretándola contra su sexo y gritando con todas sus fuerzas, noté que todo se empapaba de su fuente y mi dedo era aprisionado entre sus paredes. Había alcanzado el clímax.

Pausadamente, fui descendiendo las oscilaciones de mi lengua y los movimientos de mi dedo. Ella seguía gimiendo, pero cada vez más suave. Cuando vi que se empezaba a recuperar, subí para verle la cara. Estaba con su cara sonrojada, lo que hacía que su pequitas fueran todavía más dulces. Tenía la piel perlada de sudor y me dispuse a secárselo con mi mano a la vez que le daba un suave beso en los labios. Ella introdujo su lengua en mi boca, haciendo que me encendiera más de lo que ya estaba. Volvió a decirme esas palabras tan maravillosas. A lo que ya no pude soportarlo. Me deshice de mi ropa como pude y me puse entre sus piernas dispuesto a hacerla gozar como nunca, pero ella no me dejó. Muy despacio hizo que me tumbara en la cama y fue descendiendo besándome por todas partes llegando a mi centro de placer. Nunca antes me había hecho nada parecido, por lo que la sensación fue única. Sentí cómo me acariciaba la dureza de mi miembro al mismo tiempo que los testículos. Miré hacia abajo y ella me estaba mirando con su pelirroja melena cayendo a un lado de su cara y sobre mis piernas y una sonrisa en sus labios. Tenía cara de felicidad. Hacía mucho tiempo que no la veía así. Justo entonces, sin dejar de mirarme, abrió su boca y comenzó a introducirme dentro de ella. Sentí mucho calor, sentí mucha humedad. Sentí cómo todo el aire de mis pulmones salía despedido por mi garganta formando un gemido de placer absoluto. Lentamente, salí de su interior y siguió acariciándome con sus manos y esparciendo su saliva por mi piel. Al poco tiempo, volvió a introducirme en su boca y ya no salí por un tiempo. Mientras hacía esto me acariciaba los testículos y sobretodo debajo de ellos, haciendo que me excitación fuera máxima. Yo, mientras tanto, jugaba con su pelo y le acariciaba como podía. Cuando vi que estaba a punto de no poder marcha atrás, la levante y la besé con fuerza mientras ella se ponía encima de mí, dispuesta a recibirme.

Justo entonces, cogió mi miembro con suavidad y fue introduciéndolo en su interior mientras me nos mirábamos fíjamente a los ojos diciéndonos todo sin decirnos nada. Una vez estuve dentro de ella, ambos gemimos al unísono. Ella apoyó sus manos en mi pecho y comenzó a moverse despacio, muy despacio, disfrutando de cada milímetro. Notaba mucho más calor que antes, también notaba mucha más humedad. A cada momento nos movíamos más fuertemente, al mismo tiempo que nuestros gemidos iban subiendo más y más. Luego sentí cómo su cuerpo me apretaba sin dejarme escapar, cómo se me inundaba con sus fluidos y cómo gemía como si se muriera, como si se le acabara la vida. Esto provocó que mi clímax se acelerara. Justo al caer rendida sobre mi pecho, yo comenzaba a sentir toda clase de sensaciones nunca antes conocidas. Sentí cómo me faltaba el aire. Sentí cómo la cabeza me daba vueltas. Sentí cómo el fuego salía desde mi coronilla, bajando por la espina dorsal para salir en dirección al interior de ella. Sentí cómo se me iba la vida en el orgasmo. Sentí cómo se me iba la vida en las palabras que conseguí pronunciar después del gemido más grande que he dado nunca: TE QUIERO!!!

Y así, es como conocí el amor.