Como conoci a Elena (2)
Si, iba a ser una tarde provechosa.
Continúe desabrochando botones, mientras ella respiraba, cada vez, con más intensidad, cuando finalice abrí su camisa, llevaba un bonito sujetador negro, con un lacito rosa en la unión de las dos copas.
Me situé detrás de ella, sus manos quedaban a la altura de mi paquete, inmóviles. Tire de su sujetador hacia arriba. Ya conocía esos pechos pero la Cam no les hacia justicia. Pechos redondos, erguidos, rematados por unos pezones pequeños y oscuros que, en ese momento, estaban duros y calientes como un hierro recién forjado. Comencé a acariciarlos suavemente solo con las yemas de los dedos, sus manos comenzaron a moverse buscando mi polla, intentando abrir la cremallera. Acerque mi boca a su oreja y tirando de su pelo bruscamente, le susurre. –Por encima del pantalón, Elena- este es mi juego, y solo yo pongo las reglas-. Gimió.
Poco a poco, convertí mi caricia en un masaje, abarcando sus pechos cada vez con más fuerza, me centre en sus pezones y tras unas caricias los pellizque con más intensidad. Elena jadeaba, entre mis manos y las suyas se revolvían ansiosas sobre mi pantalón. Volví a tirar de su pelo, quería ver su cara cuando escuchara mis palabras. Bajito, al oído le dije. – Tócate el coño, y enséñame lo mojada que estas-. No lo dudo, su mano derecha se metió bajo su falda y reapareció húmeda y brillante frente a su cara. – Se educada Elena, cuando te hable debes contestar, si señor-. Y entonces, entre ruidosos jadeos, la oí, la sumisa contesto. – Sí, señor-.
Me senté en la cama dejándola sola, a medio vestir y de pie en el centro de la habitación. La contemple unos minutos, que a la luz de sus gestos, debieron parecerle horas. Estaba preciosa. El jueguecito había puesto mi sangre a hervir y dudaba que pudiera mantenerlo mucho tiempo sin echarme encima de ella. Pensé en Elena, había venido buscando polla y se estaba encontrando con ella misma, realmente era afortunada.
-Desnúdate- Dije con voz autoritaria. Sorprendida tras la espera se quedo rígida y tras unos segundos, balbuceo – si señor-. Apresurada y torpemente se despojo de la camisa y el sujetador, luego se centro en la falda que no tardo en hacer compañía al resto de su ropa, en el suelo de mi habitación.
¡Que bella era!.