Como cogerse, bien cogida, a cualquier mujer (03)

Las diferencias sociales pueden hacer que una relación no sea duradera, sí, pero los hombres y las mujeres podemos saltearnos esa cuestión...

Como cogerse, bien cogida, a cualquier mujer. 03

por Macho Decidido.

machodecidido@yahoo.com.ar

Dentro de toda mujer se esconde una puta. Si sabes despertarla esa mujer es tuya.

Algunas tienen su puta interior tan metida adentro, que no hay modo de que puedan sacarla, enterrada bajo montañas de moralina y de represión. Esas mujeres, acaso, pueden darte cierta seguridad en cuanto al tema de la fidelidad. Al costo de muy poca diversión. Y si eso es lo más importante para ti, adelante. Pero sino, huye como si te persiguieran los demonios. Pues con frecuencia, de eso se trata.

Por fortuna, la mayoría de las mujeres están lejos de ser un caso tan grave. Rascando un poquito puedes encontrar a la puta interior, a la fuente de su erotismo. Si sabes donde rascar, claro. Pero esta es una metáfora, no seas tan literal, no siempre debes rascar en el mismo lugar, aunque con frecuencia sea el que más resultados da.

Luego vienen las que tienen su puta a flor de piel. Son muy divertidas, claro, pero si esperas fidelidad has entrado a la zona de peligro. Pero son especialmente útiles para los hombres un poco tímidos.

Por último están aquellas que llevan su puta tan afuera, que su puteidad parece rodearlas como un halo. Muchas de esas mujeres son triunfadoras en la vida, especialmente en la televisión y medios afines. Posan para revistas, se vuelven actrices porno, etc., ya sabes. Estas mujeres cogen mucho, pero de algún modo son eternas insatisfechas, ya que ningún hombre llega a ser la horma de su zapato. Así que si quieres una así –gustos son gustos- acostúmbrate a la idea de ser su esclavo. Lo que tiene lo suyo, también.

Pero vayamos a nuestra enseñanza teórico-práctica. Puedes verla como una historia de amor, pues para mí eso fue. Trata de una chica de enormes pechos

Amapola.

Un caso que siempre recuerdo es el de una chica que ordenaba las habitaciones en un hotel de dimensiones modestas, en el que me alojé por unos días en Neuquén.

Era una chica de condición humilde, menor de veinte años, con unos enormes pechos que la vida le había otorgado. Y los muchachos le habrían manoseado. Y de no haberlo hecho, hubiera sido imperdonable. Pero esos pechos habían recibido la debida atención de los muchachos, lo que puede haber contribuido a su formidable crecimiento.

Me comprenderás entonces, que haya entrado en mi cuarto para darle charla, y que –tanto me gustó la chica- de improviso la abracé y besé, tocándole los pechos.

Su respuesta me sorprendió: rehusó mi abrazo con un pudor que no atiné a entender. Mi impresión era que mi ataque, por la falta de preámbulos, le había resultado chocante. Y que, de ser así, tenía razón. Mi impulso obedecía a mi deseo por sus enormes tetas paradas, al punto de dar rienda suelta a mis instintos. Pero su respuesta, o la falta de ella, me indicaron lo inadecuado de mi ataque y su visible timidez ante el mismo. Me disculpé inmediatamente, porque seré una bestia, pero no tanto. Y abandoné mi cuarto, dejándola libre para que pudiera hacer sus tareas de orden y limpieza.

Con una desagradable sensación de inadecuación, me fui a mi trabajo. La actitud de la chica y sus inflados pechos adolescentes me persiguió todo el día. Por su timidez sospeché que andaría, en realidad, entre los quince y los diecisiete.

El día transcurrió normalmente, por la noche me hice una paja y desperté por la mañana, con el calzoncillo "almidonado" por el esperma.

Cuando salí al patio, ella estaba esperando para entrar a ordenar mi cuarto. Seguía con los mismos tetones abundantes y parados del día anterior. Elevando mentalmente los ojos al Cielo, suspiré. "Qué castigo, Señor, que castigo", me dije.

Pero al cruzar el patio con un saludo breve, ella se apuró ansiosa para decirme algo: "Don, si quiere yo le lavo la ropa. Me la llevo a mi casa, la limpio y se la traigo al otro día" Yo me quedé perplejo. "No le cobro, Don."

Y de pronto entendí. Se había prendado de mi actitud de macho avasallante. Se había quedado caliente conmigo. Debe de haberse pasado el día –y la noche- repitiendo en su espíritu el breve episodio de mi abrazo, mis manos en sus pechos, y mi intento de besarla. El "Don" con que se dirigía a mí, me resultaba extraño. Al fin de cuentas yo tenía apenas unos pocos años más que ella. Pero el "Don" respondía a una muestra de respeto de una "inferior" a un "superior", en términos de posición social. O tal vez, de una hembra temerosa, a un macho dominante. O algo así. No sé, tal vez en su medio social se acostumbraba eso.

No supe muy bien que hacer. Y me tomé unos momentos para decirle que "mañana" lo hablaríamos. Y partí para mi trabajo.

Se quedó con la escoba en la mano, viéndome ir.

Pasé el día entre excitado y temeroso, y también desconcertado. Se me ocurrió que debía ser mucho menor de lo que yo creía. Acaso quince o dieciséis años., de ahí su actitud candorosa. Una parte de mí, que se preocupaba por lo ético de mi conducta, luchaba con otra parte que seguía deseando agarrarla y cogérmela bien cogida. En esa lucha debió estar ganando la segunda parte, porque tuve varias involuntarias semi-erecciones durante el día.

Al fin de cuentas, comprendí, ella quería que me la cogiera. Así que la bestia en mí estaba triunfando. Y en ella también. En ella la lucha se había resuelto mucho antes.

Pasé la noche bastante ansioso, Finalmente me dormí, con una erección. Y me desperté con una erección aún mayor. Amapola (tal era su nombre, me enteré) estaba esperándome en el patio, frente a mi cuarto.

Le tomé la mano con seguridad y decisión, llevándola al interior. Esta vez aceptó el beso, aunque no me lo devolvió, posiblemente por falta de experiencia. Acaso era todavía menor, tal vez catorce. No podía ser de trece, no con esas tetas. Pero se dejó besar. Y comenzó a jadear, cuando me di a agarrar y manosear sus pechos. No tomaba iniciativa alguna, pero cuando le saqué los pechos afuera y me puse a besarlos y morderlos, cayo su cabeza hacia atrás en actitud de abandono, y luego fue dejándome conducirla a la cama, donde pude chuparle los pechos, con mi boca apasionada y hambrienta. Tanta era su timidez que casi no se animaba a gemir, pero no podía reprimir sus jadeos de agitación.

Cuando le metí mano en la entrepierna, tenía la bombacha completamente mojada. Hizo un leve intento de detener mi mano, pero fue muy débil y fácilmente desechable. Tal vez su mamá le había dicho que no se dejara tocar "ahí". Pero cuando con mis dedos le fui frotando la concha, dio un gran suspiro y se corrió. Quedó desparramada en la cama, con las piernas abiertas. Era mía para lo que yo quisiera. Y fui besándole el cuello, la boca, las tetas, recorriéndola con la lengua. La pobrecita estaba en un estado de transporte místico, o algo así. Con mis apasionadas y calientes caricias, fui quitándole todas las prendas, dejándola completamente en bolas, con su espectacular cuerpazo.

Le llevé su mano hacia mi polla, y luego de una breve indecisión, comenzó a palpármela y luego a apretármela. Yo seguía devorándole las tetas, lamiendo y mordiendo sus grandes pezones. Y ella estaba en el séptimo cielo. Eso es lo que había venido a buscar. Un lindo y apasionado macho que se la cogiera bien cogida. Y ese era yo.

Me desembaracé de los pantalones como pude, mientras continuaba magreándola, y cuando sintió con su mano mi polla desnuda, no pudo reprimir un gemidito.

Le abrí bien las piernas, hincándome entre sus muslos. Su mano no abandonaba mi polla enhiesta y caliente. Seguía panza arriba, para que me la cogiera. Le acomodé la posición levantándole el culo por las nalgas, para poner su concha en posición óptima para la penetración. Agarrada a mi furibunda polla, la frotaba instintivamente contra la entrada de su conchita. Tal era su calentura que me llenó el glande con la espesa crema que fluía de las paredes tiernas de su cuevita.

Entonces, con un corto empujón la penetré. En ese momento abrazó mi cabeza, llenándome la cara de besos. Mi polla se había encontrado con el himen (¡era virgen, Dios mío, era virgen…!), estaba a punto de desvirgarla. Y eso lo consumé ella misma, con un fuerte empujón de caderas, se enterró mi tranca en las profundidades de su sexo, dando un gemido de dolor al tiempo que mi aguerrido visitante tomaba total posesión de su ardiente intimidad.

Las mujeres son mucho más valientes que nosotros. Se ofrecen a la desfloración, no importa lo que duela, y luego al parto, siempre aceptando el dolor, para poder saciar sus más íntimos e intensos deseos.

Después de unos momentos, mi banana entraba y salía completa de su canal vaginal. Y ella comenzó a devolverme cada uno de los pijazos, con golpes de sus caderas. Yo aferraba su cintura, tan suave y sensual, sintiendo con mis dedos la suavidad exasperante de su piel. Y tal era la vehemencia de nuestros empellones, que la sentí deshacerse bajo mi cuerpo. Y casi al mismo tiempo me corrí intensamente. Mi polla parecía hincharse a cada guascazo, y su vagina se estremecía apasionadamente.

Quedamos abrazados, con su cuerpo bajo el mío, y su concha conteniendo mi vencido miembro.

Todavía faltaba media hora para que el dueño de la pensión se levantara. Y en menos de diez minutos de que hubiéramos acabado, Amapola se puso a ordenar el cuarto diligentemente, pese al trajín que había tenido conmigo. Se la veía resplandeciente, y dispuesta a comenzar con sus tareas cotidianas. Las mujeres son criaturas mucho más fuertes que los hombres

Me despedí con un beso, cual marido que se iba al trabajo.

Ambos sabíamos que lo nuestro era imposible, pero sin duda habíamos pasado un momento de amor.

Cogimos casi todos los días en la semana que tardé en tener que partir hacia la Cordillera de los Andes. La separación, aunque definitiva, había sido muy tierna por parte de ambos.

"Ojalá haya quedado embarazada, mi amor…" ¡Quería tener un hijo mío, aunque no volveríamos a vernos…!

Las mujeres verdaderamente se entregan al amor y a sus consecuencias. Y se sienten orgullosas al hacerlo.

Al menos Amapola, mi hermosa y valiente Amapola, a quién nunca he vuelto a ver, ni he podido olvidar.

Si quieres escribirme: machodecidido@yahoo.com.ar . Esperaré tu carta y lo que quieras decirme. Un abrazo.