Como cogerse, bien cogida, a cualquier mujer (01)

Solteritas, casaditas, jovencitas, mayorcitas... todas ellas pueden sucumbir si usas la estrategia adecuada. Y no me digas que soy un cínico...

Como cojerse a las mujeres. 01. por Macho Decidido.

machodecidido@yahoo.com.ar

Yo antes me hacía problemas para conquistar a las mujeres. Me volvían loco tratando de comprometerme en nombre del amor y la seguridad. La acumulación de exigencias para que se sintieran seguras podía ser abrumadora.

Y uno se torturaba tratando de convencerse de que verdaderamente amaba a esa mujer, y lo que es peor: lograr que ella se convenciera. Yo, a lo más que he llegado con una mujer es a desearla.

Así que cambié de estrategia: las mujeres pueden venderse si el precio de la compra las convence. La forma más sencilla y directa es el dinero. Pero a veces es necesario echar mano a otros recursos: promesas, engaños, halagos, lo que sea, con tal de que se dejen.

Cuando me dí cuenta de las ventajas que tenía el corromperlas, encontré el verdadero camino.

Por ejemplo, la señora del panadero. Un bomboncito. Una mañana en que el marido había salido del negocio, fui al grano directamente. Saqué el tema del dinero. Como suponía, andaban con problemas. El marido, justamente acababa de salir para conseguir otro trabajo para apuntalar el hogar. "Es una pena…", ataqué, "una chica tan bonita…" Ella prestó atención. "A mi me gustaría mucho darle una mano, una buena mano…", aclaré. Ella captó la intención. Yo estaba mezclando la tentación del dinero, con la del sexo, además de la infidelidad.

"No hace falta que sea infiel a su esposo," le dije. "Esto no es cuestión de si usted lo ama o no…", ese es el primer punto que hay que atacar: respetarle su derecho a creer que está enamorada de su marido. Total, uno sabe, que en lo íntimo, toda esposa tiene sus secretas insatisfacciones. Pero es mejor dejarla engañarse con que ama a su marido. Así, si se deja, puede aducir que no es porque haya flaqueado su amor, sino por la necesidad económica.

Bueno, me llevó varias mañanas de hablar con ella a solas, cuando no estaba el marido. Mientras tanto, me regodeaba en la visión de sus formas bajo la tela liviana. Ella lo advertía y sus movimientos eran más vivaces y coquetos. Ser objeto de deseo de un hombre que no es el marido, siempre motiva a una mujer. Aún a un bomboncito como esta, que recibe tantas miradas de deseo, por donde quiera que ande. El punto que definía la cuestión a mi favor, era el haber penetrado en el círculo de sus conocidos, que está normalmente vedado para tantos mirones ocasionales. Toda mujer tiene ganas de un buen pijazo, pero la barrera de los escrúpulos, el amor a su pareja, etc le impiden aceptar la posibilidad.

Pero yo había ido entrando poco a poco, siendo amigable y dispuesto a "ayudarla". El deseo de que se la cogieran se fue abriendo camino tras la coartada de la necesidad económica. Había picado. Estaba intrigada por mi actitud gentil y honesta. Y el cebo del dinero. Además de que uno, como hombre, tiene lo suyo.

Finalmente la convencí de que nos encontráramos en otra parte "para conversar más seriamente sobre el asunto". Cuando, aparentando reservas, accedió a la cita, ya estaba siendo infiel, pobre carnudo.

Nos citamos en una confitería de primera clase, en otro barrio. Yo mantuve la ficción "caballerosa", mientras que ambos sabíamos que estábamos por acordar una suma de dinero para que me dejara abusar de ella.

La situación me tenía con una media erección debajo de la mesa, y seguramente ella, bajo su aspecto modosito, debía estarse humedeciendo.

A final abordó el tema: "…¿y de cuánto sería esa ayuda económica…?"

"Sería grande…" mantuve el misterio de la ambigüedad, "pero antes yo debería probar la mercadería…" Una estocada a fondo, con un toque soez, con lo de "probar la mercadería" Pude sentir como se humedeció más en su entrepierna, a través de los colores de su rostro, y la mayor vivacidad dentro de sus ojos. La mujer iba camino a su primera infidelidad. Cuando le propuse que fuéramos a un hotel cercano, se podía ver, por su mirada, que la situación la tenía completamente excitada.

El hotel tenía un estilo lujosa sobriedad, oliendo a trampa, claro. Esos detalles son muy importantes a la hora de tirarte a una mujer por vez primera. Si el dinero es la carnada, hay que ponérsela bajo la nariz todo el tiempo: confitería, hotel, promesa de dinero, etc. Después de la primera vez puede ser otra la historia.

Durante el viaje en el ascensor acentué mi aparente formalidad: "Es importante que sepas que no espero que me desees… Sólo quiero tocarte donde me guste, y hacerte las cosas que tengo ganas de hacerte, desde la primera vez que te ví." Con ese estilo de seducción pronto la iba a tener comiendo de mi mano

"No hace falta que sientas cosas sexuales" le dije, poniendo mi mano sobre su teta izquierda, a través de la tela de la blusita. Qué tetas tenía esa mujercita

Cuando mi mano se posesionó de su delicioso seno, inmediatamente noté la erección de su pezón.

Que un hombre que no era su marido le estuviera agarrando una teta, no era algo que la dejara indiferente. Y bajo la blusa su respiración se estaba disparando.

La habitación tenía un agradable clima de temperatura, y los adecuados aromatizantes del aire.

Yo llevaba a mi cargo la responsabilidad de manejarla. Yo estaba al mando. La posición en que la había colocado no le dejaba opciones: era mi puta, ya que esa era la condición tácita de nuestro arreglo.

"Quedate así", le quité su casaquita, dejándola sólo con su blusita y sus pechos decididamente expuestos a lo que yo quisiera hacerles. La chica hervía con el erotismo de la situación. Mi permiso para que no sintiera nada con mis tocamientos, era el permiso para que gozara sin culpas. Ya que todo esto "no tenía nada que ver" con la fidelidad a su esposo.

Y era verdad, la fidelidad a su esposo se estaba derritiendo a pasos acelerados.

Di una vuelta en torno a ella, mirándole el cuerpo apreciativamente. "Hermoso culo", dije brevemente, y puse una de mis manos sobre la parte baja de sus estupendos glúteos, justo sobre la raya de separación. Y le hice una larga y lenta caricia, disfrutando a través de la pollera del contacto con esa carne exuberante. "Ese culo me viene volviendo loco desde hace tiempo…" le dije en el oído. Pude sentir como se estremecía.

Mirándola a los ojos, puse mi mano en su entrepierna, justo encima de su conchita, palpándosela. "A mi no me hace falta que me quieras, eso lo dejo para tu marido", mientras le agarraba la conchita a través de la tela. Los colores de su cara iban subiendo, reflejando la calentura que podía ver en sus ojos, mientras mi mano persistía en la caricia. Por momentos se le desenfocaban los ojos, más allá de su voluntad.

Le quité la blusa, dejándole sólo el corpiño sobre un pecho que se agitaba subiendo y bajando al ritmo de su excitación que subía y subía.

"Hermosas tetas", dije liberándolas del sujetador. Sus pezones estaban durísimos, y al sentir la cálida caricia de mis manos manoseando ambos senos, ella apretó los labios como para evitar soltar un gemidito. Así que yo seguí amasándole sensualmente los pechos. Paradita frente a mí, en total indefensión, se tambaleaba ligeramente sobre sus piernas vacilantes por un temblor que no podía impedir. Acerqué mi boca a la suya, dejándole sentir mi aliento. Ella entrecerró los ojos, anhelante. Pero la dejé deseándome, para darle un beso caliente y húmedo en el cuello. Luego mi boca, avanzó en el beso con la boca abierta, en dirección a uno de sus pechos, haciéndola sentir mi lengua en el lento viaje hacia sus pezones. Su cabeza cayó hacia atrás, y un suspiro apenas contenido, casi como un gemido, escapó de sus labios.

La dejé esperando anhelante, la chupada de sus pezones, la pobre se estaba volviendo loca con la expectativa del calor de mi boca entreabierta y húmeda, sobre sus pechos.

Entonces le quité la faldita, dejándola casi en bolas en medio de la habitación. Le dejé sólo la braguita y los zapatitos de taco alto.

Poniéndome en cuclillas, le dí media vuelta, de modo que su culo palpitante quedó frente a mi rostro. Y avanzando mi boca, planté un cálido beso en la base de sus nalgas. Y le di un toquecito con la lengua.

Después, lentamente, le fui bajando la braguita, dejando su hermoso culo al aire.

"Ofreceme el culo" le ordené, haciendo que ella se inclinara hacia delante, sacando el culo bien paradito, para que mi lengua se diera el gusto. Estuve cerca de cinco minutos besándole el culo, separándole los glúteos y lamiéndoselos por dentro. Sin duda su marido jamás le había hecho algo tan desenfadado. Ya había olvidado ocultar sus gemidos, y sus jadeos se estaban volviendo inocultables. Cuando le penetré el ojete con mi lengua como ariete, de su garganta salió un largo quejido, de intensidad creciente. Había tenido un tremendo orgasmo, como nunca había alcanzado con el marido.

Con suavidad la fui guiando hasta la cama. Y le fui dejando derrumbarse panza arriba, con las tetas temblorosas y todo su cuerpo acompañando la agitación de su respiración, que aún no se había calmado.

Naturalmente ahora me miraba con otros ojos. Cuando un hombre le hace tener un orgasmo tan tremendo a una mujer, algo cambia dentro de ella, sus defensas se han rendido. Y eso se le nota en la mirada.

Y yo le di algo para mirar: me saqué completamente la ropa, quedando mi enhiesta polla vibrante frente a su vista. Sus ojos me la miraban como hipnotizados.

Cuando me puse entre sus muslos abiertos, avanzó el pubis, como ofreciéndome la conchita. La penetré lentamente, haciéndole sentir cada pedacito de penetración. Su interior hervía, y su conchita apretaba apasionadamente a mi viril visitante. Jamás habrá sospechado, el carnudo, la garchada que estaba recibiendo su mujercita.

Cuando arrecié con los vaivenes de mi arremetida, ella cruzó sus piernas sobre mi cintura, para ofrecerse mejor a la penetración.

Cuando aceleré mis embestidas preanunciando mi eyaculación, ella me abrazó la cabeza comiéndome la boca en un apasionado beso de lengua, acompañado de su respiración cada vez más violento, hasta que su cuerpo se estremeció locamente, con la boca abierta por el orgasmo, mientras mi polla sacudiéndose salvajemente dentro de su concha, la inundaba con los grandes chorros de mi eyaculación.

Quedamos abrazados, yo arriba de ella, con su conchita apretándose espasmódicamente a mi polla, como si estuviera terminando de ordeñarla.

Cuando uno se coge a una mujer con una cogida tan intensa como la que yo acaba de darle, la mujer siente que le pertenece. Nunca más sería la misma frente a su marido.

Y ni siquiera se atrevió a mencionarme el pago acordado. Estaba demasiado embelezada conmigo.

"En nuestro próximo encuentro" dije mientras nos vestíamos, "me vas a dar el culo".

Como única respuesta me echó los brazos al cuello, en un apasionado beso de lengua.

Y partió para su hogar, con mi semen todavía chorreándole de la vagina. Y el olor de mi cuerpo en sus fosas nasales.

"Otra pareja feliz…" pensé, al verla irse.

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