Como aman los dioses (VIII) - Ambrosía de lujuria.

Tristeza, miedo y felicidad, sentimientos de mortales. Los Dioses existen y son criaturas caprichosas que no dicen por favor, ni dan las gracias. Pero, ¿Qué pasaría si dos Dioses se enamoran de un mismo mortal?, una guerra por amor se desatará y el joven muchacho en medio del fuego cruzado quedará.

Como aman los dioses (Capítulo VIII) – Ambrosía de lujuria.

[Seymour]

Ese beso, ¡Ese beso me supo a gloria! Erizó cada vello de mi piel, todos los besos que había dado hasta ese momento, se traducían ahora, a simples intercambios de saliva. Actos mecánicos inducidos por ese viejo instinto de la reproducción. Claro, los homosexuales no cumplíamos a cabalidad el cometido final, pero lo llevábamos a buen puerto, y lo disfrutamos. Pero ahora había hecho un nuevo descubrimiento, había hallado nuevos matices y colores en ese roce de labios, descubrí que los sentimientos le daban un plus glorioso, a ese acto carente y simple que había practicado un millón de veces.

Fue sorprendente, ¡Casi mágico!, me di cuenta que darle un beso a la persona que amas vale los cielos, las montañas y hasta las estrellas, es algo único, porque juntar y mezclar salivas es corriente, eso lo puede hacer cualquiera. Algunas veces me había cuestionado como hacer feliz a alguien que lo tiene todo, materialmente hablando, ¿Cómo sorprender?, ¿Cómo hacerme sentir afortunado? Buscar por mis propios medios, distraer mi mente del pasado por un momento. Escapar de mi adinerada realidad, de mi poderosa y monótona vida. Por ese ínfimo momento, mi auto confesión en el baño de aquel restaurante, fue minúscula frente a semejante evento, porque en él, descubrí todas las respuestas.

Al parecer él no opinó lo mismo de nuestra unión. Su cara se volvió tornasol y destiló cientos de colores, no me sostuvo la mirada y huyó hasta el auto, alegando que se congelaban sus huesos. Intenté hacerlo salir de allí para hablar sobre lo que sucedió, pero se rehusó. Prefirió quedarse en el auto con el teléfono en manos, él que yo le compré. Aún estaba aprendiendo a manejarlo, pero al parecer en ese momento hasta consiguió bajar juegos, con tal de evitarme. Después de un par de horas el seguía en el auto, le volví a insistir para hablar pero esquivó el tema, y preguntó cuándo volveríamos a la ciudad.

Yo le respondí que ya era muy tarde para volver, que por esa noche tendríamos que dormir en un hotel que ya había reservado, y así fue, dormimos en una misma habitación, pero en camas separadas. Esa noche, mientras él yacía profundamente dormido, yo no conseguía conciliar el sueño, por lo que salí y me senté en el balcón de la suite donde nos hospedábamos. Casi no había viento, a pesar de la altura a la que estábamos, supongo que se había agotado, y todo el que tenía que pasar, pasó durante la tormenta del día. Frente a mí, se erguía una enorme luna sobre el inestable horizonte del mar, recapitulé todo lo que había sucedido con Evan.

Y Lejos de sentirme preocupado por su reacción, me sentía bendecido, por encontrar algo, o alguien, que al fin me hacía sentir lleno.  Me había enamorado por primera vez, y era nueva para mí la sensación de no querer estar con más nadie, de que aunque él y yo no tuviésemos sexo quisiese seguir a su lado, hacer las cosas bien para los dos. Quería darle esa vida que nunca se pudo permitir, que nunca le falte nada, que nunca se vuelva a sentir vulnerable. Sé que si en ese momento le hubiese dicho todos los planes que me gustaría tener a futuro con él, hubiese buscado la forma de hacer una escalera con las sabanas y huir por ese mismo balcón.

Fue algo tonto, pero para mí ese día en particular, significó un autodescubrimiento. No había tenido un momento de intimidad propia desde hacía mucho tiempo, y no era precisamente el estar solo, era estar allí con mis sentimientos fuera de mí, los podía ver, los podía palpar, confrontarlos. Obviamente no le dije nada de todo el lio en mi cabeza, ni siquiera le desperté. Era consciente de que era un novato en todo ese asunto del amor, por lo que quería ir con calma para no estropearlo de nuevo. Me conformé con saber que no me había golpeó cuando lo besé, y de que no me soltó las patas por eso.

Que aún siguiese allí dormido en esa cama de hotel, aceptando todo lo que venía de mí, aun conociendo su férreo espíritu independiente, solo elevó mis esperanzas, porque sabía que tenía chances de alcanzar un futuro con él. De repente una bocanada de brisa fuerte entró a la habitación, batiendo a su paso las telas de las cortinas y desarropándolo a él. Gran parte de su cuerpo semidesnudo quedó al descubierto, vi sus largas piernas torneadas, sus muslos gruesos y esculpidos le cedían paso a dos macizas elevaciones de carne. Su trasero se veía muy apretado en esos boxers negros.

Me sentí presa de mi propio instinto y percibí que en mi ropa interior quedaba cada vez menos espacio a medida que mi erección iba ganando terreno. Sin duda alguna desde que me decidí a conquistarlo, acepté una especie de abstinencia inconsciente. Era extraño no tener esas ganas insaciables y permanentes de querer ligarme a cuanto niño bonito se me atravesaba. Ahora solo él me producía deseo, y estuve tentado a saltar sobre él a comerme su cuerpo, pero después de dos pasos me detuve, eliminé esa idea de mi sistema, tomé una ducha fría y me acosté a dormir, sin duda eso hubiese sido suicidio amoroso.

Lo poco que dormí durante la noche lo conseguí con una sonrisa de felicidad. Estaba soñando plácidamente cuando de repente siento como me zarandean bruscamente, así que desperté de golpe. No acostumbraba a que alguien me despertara, así que intenté seguir durmiendo un poco más, retomar ese agradable sueño. Pero de inmediato escuché como presionó el apagador y de golpe la luz de la habitación hizo presencia para destruirme las retinas sin piedad. Cerré mis ojos de golpe y comencé a abrirlos lentamente acostumbrándome a la luz.

—Ya son casi las nueve, levántate para que nos vayamos…—le escuché decir a Evan sin ganas, pero decidido.

Me senté sobre la cama y observé como tenía todo nuestro equipaje acomodado, listo para partir. Sin duda tenía ganas de volver lo antes posible, además se le notaba en la cara, porque era muy expresivo, había molestia e incomodidad en esos ojos pardos. Solo asentí y procedí a ducharme y a vestirme rápidamente para no exasperarlo. Cuando ya estaba listo y me disponía a cerrar la habitación para retirarnos, noté que incluso tendió la cama y ordenó el desastre. Cerré la puerta y caminamos a través del largo catálogo de habitaciones.

— ¿Por qué acomodaste la habitación?—pregunté—Eso es trabajo del servicio del hotel—

—No me gusta que nadie ande recogiendo mis regueras, aunque sea el trabajo del servicio, me educaron a ser el responsable de mis desordenes—me dijo con frialdad, mirando siempre al frente, evitando mi mirada— ¡Además!—prosiguió—Yo trabajé como camarero en hotel hace bastante tiempo—

—Oh, tienes razón—fue lo único que le respondí.

Había mucha tensión entre nosotros, ¿Y desde cuando me había comenzado a dar lecciones de humildad sin que yo me percatara? Bajamos y proseguimos con las pequeñas maletas hasta la recepción para entregar la llave de la habitación. Justo cuando había terminado de saldar la cuenta con la recepcionista del Lobby, se nos acercó una de las chicas del servicio.

— ¿Es usted el señor Astraios?—preguntó la joven.

—Sí, si soy yo—respondí ante la curiosa mirada de Evan.

—Esto es para usted—dijo tendiéndome una botella de lo que parecía un vino súper extraño y antiguo que nunca había visto en mi corta vida—Regalo de una de nuestras clientes, que se hospeda aquí, me pidió que se la entregara—

Desconcertado, tomé la botella entre mis manos y la observé, se veía muy antigua, y en la etiqueta habían escritas unas letras extrañas que no reconocía o entendía. Evan se acercó, tomo la botella en sus manos e intrigado examinó la etiqueta.

—Ambrosía de lujuria, cosecha del tres mil antes de cristo—leyó ante el asombro de la chica del servicio, y el mío propio.

— ¿Tu entiendes lo que dice allí?—pregunté extrañado.

—Sí, porque son letras griegas—respondió devolviéndome la botella—Es una botella de vino bastante extraña, dice que la cosecha es del año tres mil antes de cristo—agregó con el ceño fruncido.

—Espero la disfrute señor Astraios—dijo la chica del servicio—Si no necesita más de mis servicios, con permiso, me retiro—

—Espera—le dije antes de que se fuera— ¿Quién dijiste que fue la que la mandó?—pregunté.

—Es cortesía de la señorita Belarbi—respondió la joven.

—Discúlpeme con la señorita Belarbi y dígale que muchas gracias, pero no gracias—le dije devolviéndole la botella.

—De inmediato señor Astraios—me respondió y rápidamente se retiró con la botella de vino.

— ¿Por qué devolviste el regalo?—preguntó Evan con curiosidad.

—Primero, porque no conozco a ninguna mujer que apellide Belarbi, y segundo porque esa botella era bastante extraña. Nunca había visto una parecida y si me preguntas, no me gusta aceptar regalos, menos de desconocidos ¡Y aún menos si son botella de vino que supuestamente datan de tres mil antes de cristo!—le dije con algo de sarcasmo.

—Buen punto—me respondió escueto.

El silencio entre nosotros volvió a conquistar y bajo esa incomoda tensión, llamé a uno de los botones para que llevara nuestras maletas al auto.

—Yo prefiero cargar con la mía, no te molestes chico—dijo Evan tomando la maleta del carrito de equipajes ante la impresionada mirada del botones.

¿Eran ideas mías, o hacía eso como una especie de reto para mí?, Desde el beso se había vuelto más arisco conmigo de lo normal. Caminamos junto al botones, cruzando a través del extenso hotel tipo resort y abrí la maletera del auto para que colocaran el equipaje allí. Le di una propina al botones y este se retiró dándonos las gracias. Justo cuando disponíamos a subir al auto, vi como venía casi en trote y hacia nosotros la chica del servicio.

— ¡Señor Astraios!, ¡ESPERE!—me grito a lo lejos.

Esperamos que la chica llegara y pude divisar que venía con la botella en la mano de nuevo.

—Señor, la señorita Belarbi insiste en que acepte su obsequio—me dijo la joven entre gotas de sudor cuando al fin llegó.

—Devuélvasela de nuevo, por favor—le respondí con calma.

—Señor, ella fue bastante insistente en que yo hiciera que usted la aceptase—dijo la chica con cara de incomodidad.

—Señorita, entiendo que sea su trabajo, pero no puedo aceptar el regalo porque no conozco a la señorita Belarbi—le respondí con fastidio.

—Entiendo completamente señor Astraios, espero entienda que es solo mi trabajo, si le sirve de algo, ella mandó esta vez una nota junto a la botella—respondió apenada la chica y me tendió el papel, me dispuse a leerlo.

<“Un atento saludo joven Astraios, espero no sea un atrevimiento de mi parte, pero por favor acepte este humilde obsequio, puede traerle suerte y cumplir sus anhelos en realidad verdadera, insisto, puede que usted no me conozca, pero yo a usted sí. Atentamente la Señorita Belarbi.”>.

—Disculpe señorita, pero me podría usted dirigir hacia donde se encuentra la señorita Belarbi para agradecerle personalmente el detalle—le mentí—Le prometo que de allí en más no se le volverá a molestar, comprendo a la perfección que es su trabajo—

Evan me miró bastante extrañado y la chica aceptó a decirme donde estaba la famosa señorita Belarbi. Los tres nos volvimos a zambullir al paradisiaco resort, hoy a diferencia de ayer hacia un sol espléndido, perfecto para nadar en la playa. Llegamos a la zona de las piscinas y estas estaban abarrotadas de adineradas familias disfrutando del agua, conocía a un par de allí. La chica del servicio nos hizo entrar a un restaurante al aire libre, y con discreción nos señaló a una joven mujer de piel tostada, de tiernos y marcados rasgos africanos. Con los labios gruesos y unos grandes ojos expresivos. Se veía sumamente joven y estaba sentada sola en una mesa, bebiendo una piña colada.

—Señorita, muchas gracias por su ayuda, puede usted continuar con sus labores—le agradecí a la chica del servicio y le di una generosa propina.

—Gracias a usted señor Astraios—dijo tendiéndome la botella y se retiró.

— ¿Qué piensas hacer Seymour?—preguntó un impaciente Evan.

— ¡Tú sígueme y observa! —

Él me siguió y con botella en mano me acerque a la mesa de la joven mujer de piel oscura.

— ¡Disculpe!—le dije en voz alta y tocando su hombro para llamar su atención—Imagino que usted es la señorita Belarbi. ¡Tenga!—dije tendiéndole la botella a sus manos, ante su atenta mirada—Aprecio mucho su gesto, pero yo a usted no la conozco. Es muy amable por este detalle, pero me temo que debo decir no, no muchas gracias, ¡Pero no!—le dije con una fingida sonrisa de amabilidad—Si nos disculpa, nosotros nos vamos, ¡Sígueme Evan!—

— ¡Hacen muy bonita pareja!—dijo ella en voz alta cuando estábamos de espalda listos para irnos.

— ¿Disculpe?—respondió Evan devolviéndose hasta donde estaba su mesa— ¿Que ha dicho?—

—Que hacen muy bonita pareja, desde la primera vez que los vi supe que lo de ustedes estaba destinado a ser una preciosa historia de amor—respondió ella.

—Gracias por el cumplido, pero no somos pareja, de hecho pensaba que éramos como familia señorita, pero creo que me equivoqué—le dijo con un dejé de acidez para mí.

—Por favor acepten mi obsequio, no veo el por qué no podrían hacerlo—prosiguió ella.

—Disculpe no quiero ser grosero—le respondí—Pero ya son varias las veces que se la he rechazado, ignoro el motivo por el que quiera regalárnosla, pero francamente me importa poco, ¡No es no!—

Como me lo imaginé ella continuo insistiendo bajo una calmada sonrisa que solo me irritaba, ¿Cuál era el empeño de esa mujer porque aceptáramos esa botella de vino?, bueno, ni de eso estaba seguro, quien sabe si lo que tenía allí eran sus orines. No le tenía confianza a esa mujer. Yo por supuesto que no me quedé callado y sin que me diera cuenta llevaba un buen de rato discutiendo con ella, ya me estaba sobre exaltando con esa mujer.

—Yo la acepto, para mí, si no le molesta—le escuché decir sorpresivamente a Evan— ¡Fin de la discusión! Si no es mucha molestia Seymour, quiero irme ya de aquí, ¡Quiero volver!—dijo tomando la botella de la mesa en sus manos ante la victoriosa sonrisa de la chiquilla.

Le iba a replicar el por qué hizo eso, pero cuando vi sus ojos pardos preferí no hacerlo, se le notaba molesto, irritado, con muchas ganas de salir de allí. Sé que si le hubiese dicho algo por lo mínimo me golpea, su cara asustaba.

— ¡Que la disfruten!—le oí decir a la mujer cuando ya estábamos algo lejos.

Me provocó devolverme a insultarla, pero me contuve y me controlé, recordando cual era el motivo de estar allí en ese sitio. Si me devolvía Evan se iba a molestar aún más conmigo y el viaje para conquistarlo se iba a ir por completo a la mierda. Subimos al auto y salimos finalmente del hotel, tomamos la carretera de vuelta a la ciudad. No era un viaje muy largo si conducía a mucha velocidad, pero yo prefería ir lento y más seguro. Nunca me había gustado conducir y menos en estos autos deportivos que a mí se me hacían de lo más peligrosos, yo no los había comprado, eran en su mayoría regalos de mi ausente padre.

Llevábamos un poco más de una hora en la carretera. Entre nosotros había florecido la incomodidad, y a pesar de que él iba en el asiento del copiloto, trataba por todos los medios de evitar mi mirada, solo se dedicaba a mirar por la ventana la costa turquesa. Me recordó a mí mismo cuando iba a la cita-no cita con Mike. Me sucedió exactamente lo mismo, y a pesar de no querer imitar al cavernícola, decidí romper el silencio que tanto me hacía daño, el de su indiferencia.

— ¿Por qué aceptaste la botella?—le pregunté con suavidad, tanteando terreno.

—Esa chica tenía algo que desencajaba, me daba la sensación de haberla visto antes, aunque sin duda hubiese recordado su cara. Sobre todo su mirada, esos ojos negros y profundos parecían conocer mis pecados, me intimidó, por eso acepté la botella—respondió sereno—Bueno, aparte del motivo principal, ¿No?, ¡Quería salir de allí!, ¡Quiero volver!, quiero estar encerrado en mi habitación, quiero estar solo—me dijo con un amago de reproche—Y eso sin considerar siquiera lo grosero que es el no aceptar un regalo, ¡Que seas rico no te da el derecho a ser grosero con la gente!—

—Escucha, Evan, quiero que hablemos de lo que pasó yo quiero hablar sobre él bes…—

— ¡Pues yo no quiero!, ¡Y yo no soy esa chica negra!, conmigo no intentes discutir—me interrumpió.

Decidí que por el momento haría una retirada estratégica, así que me limité a callarme y conducir. Noté algo sumamente extraño, que esa carretera, a pesar de ser una autopista principal, estaba completamente vacía. Se supondría que por ser domingo debería estar repleta de turistas retornando de su fin de semana, pero desde que la tomamos no había pasado ni un solo coche frente a nosotros. De repente sentí que el volante del auto se endureció, y dejó de girar. Escuché como el motor se apagó de golpe, intenté frenar, pero ninguno de los frenos funcionaba. Evan también lo notó y vi pánico en su cara, y en la mía reflejada en sus ojos.

— ¿QUE CARAJOS HICISTE?—preguntó histérico.

— ¡NADA!—le grité— ¡Sujétate!—

Gracias al cielo, que por miedoso iba conduciendo bastante lento, y como íbamos en línea recta por la vía, observamos asustados como perdíamos velocidad y las ruedas poco a poco cedieron a unos cuantos metros. Yo sentía que íbamos a derrapar o algo, pero no ocurrió nada. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho y él también tenía esa expresión de horror en la cara. Nos miramos desconcertados por un par de segundos, y como si los asientos se quemaran salimos disparados del auto. Bajamos, cerramos las puertas y nos quedamos parados a orillas de la carretera observando el auto.

No teníamos ni un rasguño, y el auto estaba intacto, permanecimos parados allí como tontos por un minuto, procesando lo que había pasado.

— ¿Que mierdas sucedió?—preguntó aun en estado de shock— ¡Vamos, no te quedes allí parado como idiota!, revisa si funciona—me dijo exasperado.

Yo reaccioné y procedí a intentar hacerlo encender, giraba la llave pero no encendía.

—No enciende—le dije.

—Pero no puedes ser idiota, ¡Vamos, levanta el capó!, revisa si todo está en orden—

—No sé de mecánica, apenas si sé cómo levantar el capó—le respondí.

— ¿Es enserio?, ¿Estas bromeando?, tienes autos como este y no sabes ni como repararlo—

—No, no sé cómo—le respondí soberbio—Todos son regalos y a mí en lo personal no me gusta conducir—le dije.

—Eres un chiste, si eso eres, ¿Cómo carajos no vas a saber?—

—Pues tú que solo críticas, intenta hacer algo, que por tu culpa vinimos en este auto, yo te propuse venir con Arthur pero tú no quisiste—

— ¿Con el pelón amargado de tu chofer?, no gracias, ¡Y no!, no sé de mecánica, yo a diferencia tuya nunca he tenido auto…—me dijo volteando los ojos con altanería.

—Mmm… bueno, déjame llamar a un mecánico, o a una grúa que venga a ayudarnos—

Intenté llamar más de una vez a los números que tenía disponible, pero no caían las llamadas, no tenía ni la más mínima cantidad de señal, intentamos también enviar mensajes y llamar con el teléfono de Evan pero ni caían ni se enviaban. Estábamos completamente varados en medio de la nada y ni siquiera pasaba un solo auto, como para socorrernos. Este día iba de mal en peor y yo solo quería jalarme los pelos de la cabeza.

— ¡MALDITOS AUTOS DEPORTIVOS! ¡Y SUS MALDITOS MECANIZMOS COMPLICADOS!, ¿Hasta cuándo tendrán que pasarme cosas así con estos fierros?, ¡Primero lo de Mike y luego esto!—grité exasperado a lo largo y ancho de la nada en la que estábamos atrapados.

— ¿Quién es Mike?—preguntó Evan.

— ¡El maldito cavernícola idiota que me invitó a una cita e intentó aprovecharse de mí!, ese desgraciado me hacia bullying en el ins…—

Gracias al cielo que me callé de repente. Estaba tan molesto, que sin pensar mucho le conté lo del idiota de Mike. Cuando le presté atención a su rostro comprendí que la había cagado de una forma abismal, no debí contarle nada de mi cita con ese patán. Inmediatamente me arrepentí.

—Oye Evan olvida lo que te dije ¿Sí?—le dije intentando hacer menos mi error, pero su cara estaba roja ardiendo en cólera, supe que había metido la pata hasta el fondo.

—Parece que entonces si era cierto… Oye Seymour respóndeme una pregunta, ¿Es una mala costumbre tuya andar besando a todos los hombres que se te atraviesan?—me preguntó haciendo énfasis en lo último.

Su cara estaba muy roja, parecía un tomate a punto de estallar y sus ojos estaban aguados. Yo me sentí indignado por su pregunta, pero estoy seguro de que él consiguió lo que quería, que me doliera.

— ¿Por qué preguntas eso?—respondí algo molesto.

—Oh, es que he escuchado comentarios de que eres un hombreriego—me dijo con cinismo.

— ¿Hombre que?—pregunté molesto.

—Hombreriego, ¡NO TE HAGAS EL IDIOTA SEYMOUR!, tu sabes muy bien de lo que te estoy hablando—me dijo en un tono amenazante—Se dice de ti, que andas atrás de jovencitos como yo, tu sabes de lo que hablo ¡Que les ofreces cosas!, que los conquistas, como si fueran tus trofeos. Que los haces tus amantes y luego los desechas, como a una servilleta—me dijo bastante molesto, perdiendo el control de sí mismo.

— ¿PERO QUE CARAJOS?, ¿Quién coño te contó esos chismes?, ¡VAMOS EVAN!, ¡RESPONDE!—le grité molesto.

—Lo escuche en las oficinas de la empresa, ¡Pero aun no has respondido a mi pregunta Seymour Astraios!, ¿ES O NO ES CIERTO LO QUE DICEN DE TI?—

— ¡LO SABIA! Malditos chismosos de la empresa, ¡Son todos unas viejas chismosas sin vida propia!, seguro juraban que nunca me iba a enterar de esa basura que hablan a mis espaldas, y aun tienen el descaro de hacerlo en mi propia empresa. ¡Muerden la mano que los alimenta!, pero lo que les espera no se lo verán venir, ¡MERECEN QUE LOS DESPIDA A TODOS POR COTILLAS! —

—Pues si es así también me tendrás que despedir a mí también Seymour—me dijo con los ojos llorosos— Porque con tan solo escuchar, soy parte del chisme—

— ¿Los estas defendiendo?—pregunté—Por favor Evan, no seas idiota, tú sabes que a ti no te despediría, no digas estupideces—

— ¡No!, ¡NO DIGO ESTUPIDECES!, son mis compañeros, y yo los defiendo porque aún no se, si los “chismes” son verdad. Aun no has respondido a mi pregunta Seymour—me dijo con calma y con los ojos a punto de estallar en llanto. Esto me estaba destrozando el corazón.

— ¿Que pregunta?—

—Si te acostaste con todos esos chicos Seymour, dime, ¿Eres gay?, ¿Soy tú nueva adquisición?—

Esa pregunta me tomó fuera de base, a pesar de que ya lo había mencionado como chisme de empresa, que lo preguntara así, con su cara roja, con sus ojitos desbordantes de tristeza y decepción. Fue como chocar contra un muro de concreto, porque nunca tuve por que mentirle a alguien sobre mi sexualidad. Siempre fue asunto mío, porque nunca tuve que rendirle cuentas a nadie, pero ahora quería rendírselas a él, porque le quería, pero él no se daba cuenta del daño que nos estaba haciendo. Le sostuve la mirada y tragué saliva.

—Sí, bueno…Estem y-yo—

— ¡Responde Seymour!—me dijo con su carita empapada de lágrimas.

— ¡Sí!, tú me gustas, pero no es así como tú lo crees porque yo t…—

— ¡Basta Seymour!, ya no quiero escucharte más, eso era todo lo que necesitaba escuchar de ti, ya me di cuenta de que soy otro trofeo, así que por favor déjame en paz—

— ¡Evan por favor! Déjame terminar, yo a ti te…—

— ¡QUE TE CALLES COÑO!—y me empujó.

— ¿Evan que haces?—le preguntaba una y otra vez.

Sentía las lágrimas humedecer mi camisa, sentí como algo se estaba quebrando dentro de mí, como ardía en mi estómago y me hacía sentir como la peor clase de basura. Le estaba perdiendo y él se dirigía hacia el auto, yo lo seguía pero no me respondía. Abrió la puerta trasera y sacó la botella que le había aceptado a la fulana esa.

— ¿Evan que haces?, ¿Evan que estás haciendo?, ¡Eva...!—

No pude terminar porque caí al suelo arenoso, me empujó y caí. Le suplique que no hiciese nada, que no fuese a tomar esa cosa, que no sabíamos lo que podía contener. Repetía una y otra vez su nombre, y este era manchado por el sabor salado de mis lágrimas, que destilaban de mis ojos calientes, y resbalaban quemando mi cara a su paso, hasta llegar a mi boca, la que seguía clamando su piedad. Pero él no volteó. Me dejó allí tirado y caminó a paso firme, hacia el medio de la nada. El lugar era algo desértico, bastante alejado de la costa, y él se dirigió hacia unas dunas de arena que reposaban lejos de la carretera. Grité su nombre pero nunca miró atrás, cuando ya le estaba perdiendo de vista, pude ver como destapó la botella y bebió directamente de ella, lo perdí de vista.

[…]

Esto no tenía por qué pasar así, esto no fue lo que yo planeé. Y-yo solo quería hacerle feliz. ¿Por qué le contaron esas cosas?, ¿Qué les había hecho yo para que le hablaran tan mal de mí? Por culpa de ellos ahora no le veía, no escuchaba su voz, no podía mirar esos ojos rayados, no podía disfrutar de su sonrisa. No sé cuánto tiempo había pasado, si una o dos horas desde que me empujo, pero yo seguía tirado en el suelo. Lamentándome porque sabía que las oportunidades de enmendarlo todo habían muerto, nadando en mí desgracia. Preguntando sin respuesta, el por qué me tenía que ir tan mal con las personas que amaba.

No le había hecho mal a nadie. Yo no pedí ser rico, si acaso ese era mi pecado, yo ni siquiera quise lastimar a ninguno de esos chicos, y estoy seguro de que no lo hice, aun así pagaba por cosas que no debía. El calor me había secado las lágrimas, y ahora solo me dedicaba a jugar con la arena del suelo, dándome lastima y haciendo círculos sobre ella. Volví a intentar llamar, pero seguía sin cobertura. También quise ir a pedir su perdón, aunque no lo necesitase, pero no sabía si las cosas podían seguir empeorando con él. Cansado de mi posición de loto sobre la tierra, me tiré boca arriba en el suelo y miré al cielo, azul, sin nubes, en paz, hermoso.

Llevaba un rato acostado en silencio meditando, hasta que oí unos pasos. Me levante del arenero y me tuve que tallar bien los ojos para comprobar que no era una visión. Evan volvía hacia donde yo estaba, caminaba a paso seguro, pero con un ligero tambaleo. Me levanté y vi bien su rostro. ¡No podía ser posible que estuviese tan borracho! Traía el ceño fruncido y una mirada decidida. Me asusté, seguro me iba a golpear, terminaría morado, seguro que sí. Pero aun así mantuve mi posición, firme. Debía mostrarle que no le tenía miedo, a pesar de que me golpeara no flaquearía, a pesar de que no le devolviera los puños, no le mostraría debilidad.

Finalmente llegó y se paró frente a mí. Efectivamente estaba ebrio, no sé cómo lo consiguió en tampoco tiempo pero lo estaba, no despedía el típico aliento a alcohol, ¿Porque olía a miel?, eso era extraño. Se acercó más a mí, nos separaban solo un par de pies de distancia. Me miraba con rabia, eso me dolió, así que cerré los ojos, iba a recibir mi golpiza como los machos, sentí la brisa muerta mecer mis cabellos, sentí como tomó mi camisa con rabia en su puño, pero también sentí sus labios chocar contra los míos. Abrí los ojos de golpe por la impresión y cuando nos vimos me tomó con más fuerza por el cuello de la camisa.

Nos acercó más, y de repente el inmóvil choque de labios se volvió un choque de titanes. Su lengua danzó furiosa y sin piedad dentro de mí, me hacía cosquillas, pero a la vez mordía con rabia mis labios, me dolía. Intenté corresponder, pero su lengua no lo permitió, no se dejó dominar. Su aliento era sólido, vaporoso y caliente, con el inusual olor a miel ¿Qué carajos contenía esa botella de mierda, que lo había puesto así? Justo cuando iba a pedir más me volvió a empujar. Volvió a mirarme con rabia, como si me reprochara lo que él mismo hizo, se limpió con el puño la saliva del beso, y escupió la saliva hacia su costado, como si le diese asco.

Hace unos segundos pensaba que todo se solucionaría, pero ahora había quedado en blanco, estaba muy confundido por su comportamiento bipolar. Di un paso al frente y él retrocedió con uno atrás. Su cuerpo decía una cosa, pero la mirada le estaba fallando, su rabia ahora parecía más bien puro teatro. Entre las fisuras de sus ojos rayados vi confusión, miedo y tristeza. Di otro paso y el retrocedió, extendí mi mano para tocarle, pero de un manotazo la apartó, di otro paso y no volvió a retroceder. Forcé el contacto visual y el volteó la cara, volví a intentar tocarlo, en la cara esta vez, pero volvió a rechazar el contacto con otro brusco manotazo.

Cada vez estábamos más cerca, y cada vez oponía menos resistencia… Hasta que al fin pude acariciar su mejilla con la palma de mi mano. Él movió su cara con los ojos aun cerrados, acariciando mi mano, como si se avergonzase pero aun necesitase el cariño. Me vi reflejado en él, porque yo también necesitaba sentirme amado. Éramos un par de tontos, que nos creíamos fuertes por ser huérfanos de amor, pero nuestras murallas se estaban cayendo en este paraíso desolado. Fui perseverante, hasta que nuestras frentes chocaron y sentimos el aliento del otro. El beso fue delicado al principio, como si nos diese vergüenza pedirlo.

Pero al pasar de los segundos, se transformó en una vorágine de emociones, un juego de lujuria con el que fue más sencillo aceptar lo inevitable. Porque sabíamos que así era más fácil procesar las emociones, con lujuria, con deseo, con pasión. Luchamos por dominar al otro con nuestras lenguas, pero eso no fue suficiente, nuestra guerra se extendió hasta nuestras camisas, nos despojamos de ellas con necesidad. Acaricié su abdomen marcado, y el apretó mis nalgas, gemí. Sentí su paquete duro, caliente, ansioso, restregándose en mí. Nos separamos unos segundos para coger aire.

Éramos cómplices de nuestras miradas, y sin oponernos mucho volvimos a besarnos, como si necesitásemos beber del otro, como si fuésemos agua en ese desierto. Las manos furiosas recorrieron cada parte de los cuerpos, él no se atrevía a tocar mi erección, imagino que porque esto aún era muy nuevo para él. Pero no me molestó en lo absoluto, yo era muy versátil para estas cosas, de hecho no podía estar más que feliz por todo esto. Dejé que jugara con mi trasero, que lo estrujara con rabia a su antojo, y disfruté de eso, sentí placer, porque no era deseo vacío, eran los sentimientos liberándose de la manera más natural que pude imaginar, no era meloso o empalagoso en lo absoluto el sentirse enamorado, me sentía más bien como si hubiese encontrado mi lugar en el mundo, en él mismo.

De repente, en esa nada infinita, escuchamos el sonido de un motor acercándose a gran velocidad por la carretera, detuvimos nuestra faena. ¡Era un auto!, ¡Al fin saldríamos de allí!, Pensé. Mi felicidad por eso duró poco, cuando vi que Evan apresurado, se ponía con torpeza la camisa. Ya no sabía si quería ser rescatado, no después de todo lo que sucedió con él. Y como si no hubiese pasado nada entre nosotros, salió corriendo hacia el medio de la carretera, ignorándome por completo. Cuando el auto lo vio haciendo señas con sus brazos comenzó a bajar la velocidad, hasta que se estacionó. Me acerqué para hablar con el conductor, y esperamos que bajara el vidrió de las ventanas, cuando este bajó por completo, no sé qué sentí. Si asombro, rabia, náuseas o ganas de quedarme allí atrapado. Para “coincidencias” de mi miserable vida, era la chica negra que nos regaló la botella, la señorita Belarbi. Venía decorada con una risa triunfal irritante, unos grandes lentes de sol y una bufanda anudada en su cabeza.

— ¿Necesitan ayuda?—preguntó la mujer. Evan aun borracho me miro con asombro y felicidad.

Evan, como era de esperarse, ni se inmutó por mi opinión y aceptó. A regañadientes acepté la ayuda, aunque nunca me preguntaron si la quería. Él le explicó todo lo que había sucedido con el auto y ella se ofreció a darnos el aventón hacia la ciudad. Subimos a su auto y él no paraba de darle las gracias, cuando su mirada volvió a mí, enmudeció por completo y su risa de borracho se volvió silencio de mausoleo. Estaba realmente confundido por su actitud, por lo rápido que se emborrachó y que también que era consciente de lo que hacía,  asimismo lo extraño que era que no oliera a alcohol.

Yo tenía un hervidero de preguntas en la cabeza, pero ella me sacó de mis pensamientos cuando encendió el motor del auto. Arrancamos, y cuando llevábamos unos minutos de camino noté que detrás de nosotros venia otro vehículo, volteé a ver y era una grúa, traía remolcado mi auto, ni siquiera recordaba el auto. Inmediatamente revise mi teléfono y este seguía sin señal, revise la bandeja de enviados y los mensajes nunca se enviaron. Revisé el teléfono de Evan y allí tampoco se habían enviado. Él ni cuenta se dio que revisé su teléfono, venia absorto en sus pensamientos, con su mirada ebria perdida en algún lugar del mundo.

Eso me puso en modo alerta y encendió mi instinto de supervivencia. Si nosotros no pedimos la grúa, lo más lógico es que la haya pedido ella, ¿Pero cómo supo que la necesitábamos?, ¿Cómo llegó la grúa justo después de ella, si no sabía nada de nosotros?, ¿Cómo habría de haberla pedido y llegar tan rápido si la ciudad más cercana quedaba a kilómetros? Esto no me pintaba para nada racional, mi instinto y mi lógica me decían que no debía confiar en esa mujer, despedía un aura extraña.

—Señorita Belarbi, ¿Cuál dijo que era su primer nombre, es que no recuerdo cuando lo dijo?—pregunté disimulando.

—Oh querido, nunca lo dije—contestó con una sonrisa y me guiñó el ojo—Me llamo Giselle, Giselle Belarbi para serviles a los dos—

[Nota del Autor]

Mis amados lectores, espero hayan disfrutado este capítulo, tanto como yo al escribirlo. ¿Cómo les parece que va esta relación emergente? ¿Cuáles son sus predicciones?, compártanmelas xD. Les aviso que dentro de unos dos o cuatro capítulos más comienza una nueva etapa de esta novela, algo así como si fuera una segunda temporada. Pero no se preocupen, seguiré publicando regularmente. Les anticipo que Hailan está por cumplir años, y hay una fiesta pendiente, espero que ustedes también asistan, porque se dice que estará buena guiño de autor*. Ya saben que también pueden leerme por Wattpad si gustan, les quiero, gracias por tanto.*

Siempre vuestro, Klisman.