Comienzos 3
Este es el tercer y último relato que fue borrado de la sección de Hetero: Primera vez. Si queréis saber algo más de los personajes que aparecen en este relato os recomiendo leer mi relato La celda y la serie El acuerdo. "Sólo hay una primera vez, pero hay muchas primeras veces"
Comienzos 3
(Una historia de Sandra)
Para saber algo más sobre los personajes de esta historia y conocer mejor sus antecedentes podéis leer mis otros relatos. La serie “El acuerdo” http://www.todorelatos.com/relato/63077/ y “La celda” http://www.todorelatos.com/relato/64271/.
Pero podéis leer estos relatos con independencia. Espero os gusten.
Sandra atiende a sus primeros clientes en un prostíbulo como parte de su iniciación.
Tercer Servicio
- Despierta dormilona, tienes otra cita.
- ¿Qué? No… no puedo más ¿Irene?
- Sí señorita. Has estado durmiendo más de una hora… ¡Vaya polvazo te has echado con esos tres!
- ¡Qué! Sí… Sí ha sido apoteósico… Pero estoy hacha polvo, me duele todo.
Sandra no pudo evitar una sonrisita mientras recordaba la salvaje orgía vivida hacía tan poco tiempo. Nunca había sido objeto exclusivo de atención para tantos hombres y no estaba muy segura de querer repetir. Por un lado había disfrutado como una loca pero por otro ahora estaba hecha un guiñapo. No deseaba otra cosa que descansar pero Irene le recordaba que le quedaba otro compromiso, seguramente el más difícil y no tenía fuerzas para afrontarlo.
- Te dije que te reservaras para el final…
- Sí cualquiera aguantaba a aquellos tres brutos… Si eran ellos los que me llevaban a mí yo sólo aguantaba como podía…
- La verdad es que parecían de los que les gusta mandar pero les paraste bien los pies…
“¿Cómo podía saber tanto? Ah… Seguramente lo estaban grabando todo para Don Ramiro. A su jefe le gustaba grabar todos los estrenos”… Sin embargo, ninguno de esos pensamientos aliviaba el escozor de su entrepierna ni el cansancio que sentía…
- Escucha Irene estoy realmente agotada, me duele todo. No creo que pueda atender a nadie más.
- Bueno querida… tengo dos noticias. La mala es que por mucho que te quejes vas a atender al general. Estoy segura de que si le preguntamos te preferirá cansada así que asúmelo. La buena es que estoy aquí para ayudarte. Déjame darte unos buenos masajes, que te aplique esta pomada y te traiga algo de comida y luego me dices cómo estás. Te voy a dejar fresca como una rosa. Ya lo verás…
Sandra no pudo replicar y se dejó hacer. Ya conocía las manos de Irene y sabía muy bien que no hablaba por hablar. Realmente Irene parecía una bruja, tras su sesión con ella parecía haber recuperado todas sus energías y ya no sentía ninguna molestia. Estaba lista para atender al General Don Francisco Gea Menudo. Recién nombrado ministro del interior.
El general había sido ascendido recientemente y había recibido un nuevo nombramiento dentro de la estructura del gobierno militar. Hasta ese entonces había sido el eficaz y despiadado alcaide de la fortaleza, el penal de máxima seguridad del país y lugar al que eran enviado todos los presos peligrosos y algunos que no lo eran tanto pero resultaban incómodos para el régimen. Como el penal era tan grande, también acogía a presos comunes que no por ello disfrutaban de un mejor trato en las duras condiciones carcelarias que imponía el hasta entonces alcaide. El caso es que aunque le honraba haber sido ascendido y nombrado ministro de una cartera importante, aquello también le causaba una pequeña molestia. Tantos años dirigiendo el penal, lo habían convertido en su más íntimo y verdadero hogar. Era evidente que lo echaría de menos en más de un sentido y por varias razones.
- Bueno ya sabes que este cliente es de gustos refinados…
- Sí ya lo sabía…
- ¿Sabes lo que eso significa, Sandrita?
- Que me va a costar un riñón y parte del otro dejarlo satisfecho…
- Ja, ja… Muy bueno Sandra… Aparte de eso… Este es uno de los clientes VIP, es decir es de los que tienen privilegios especiales. Por ejemplo te follará sin condón y no podrás ordenarle nada. En todo momento lo tratarás de Señor y… tendrás que usar la… sala de abajo.
- ¿La sala de abajo?... ¿La mazmorra?
- Sí me temo que sí… Ya te dije…
- Que me reservara para el final… Lo recuerdo… Pero…
- Pues eso, resérvate para el final. Este es un cliente muy importante, no sólo tiene dinero, también tiene influencias y poder. Don Ramiro tiene mucho interés en satisfacerlo ya que es la primera vez que recurre a nuestros servicios.
- ¿La primera vez? (Preguntó extrañada Sandra.)
- Sí… Está buscando una agencia o un modo de satisfacer sus gustos ahora que sus circunstancias han cambiado. Don Augusto, gran amigo suyo es quien le ha recomendado nuestra agencia. Así que ya conoces la importancia de este servicio. Don Ramiro ha depositado una gran confianza en ti. Yo creo que demasiada si tenemos en cuenta de que eres una novata… Pero, confiamos en que lo saques adelante.
Sandra se calló, no tenía sentido discutir. Ella era una prostituta y sus jefes ya habían acordado los servicios que debía realizar. No tenía más remedio que cumplir con su contrato laboral. Mientras bajaban a las habitaciones de abajo, Sandra no paraba de pensar en lo que probablemente vendría a continuación. Lo que la inquietaba realmente, no era tener que ir a otra sala, al fin y al cabo qué más da follar en una cama que en otra. Lo que la llenaba de ansiedad era tener que ir a la sala de abajo, la mazmorra. En realidad eran dos o tres salas completamente equipadas para actividades sado-maso. Pero por las indicaciones que había recibido y la mirada de Irene, estaba claro quién practicaría el sado y quién sufriría el maso. Esperaba tener fuerzas suficientes para poder soportar la sesión. No se atrevía a desear que su cliente quedara completamente satisfecho, por lo que ello pudiera significar para ella.
Había oído hablar de la fortaleza y de las terribles cosas que sucedían tras sus muros. Y realmente no era de ningún alivio saber que tu cliente era el máximo responsable de las atrocidades que según decían sucedían allí. Pero ella no era una prisionera, era una prostituta sí; pero una mujer libre, al fin y al cabo tenía sus derechos ¿no? Suponía que sí pero no tendría demasiados. Lo más preocupante, sin embargo, era que este cliente llegaba como recomendación de Don Augusto. Había conocido muy brevemente a Don Augusto y el poco tiempo que llegó a tratarlo la hizo desear no tener que verlo de nuevo. Si el general tenía los mismos gustos…Entre estas y otras cavilaciones, llegaron a la mazmorra.
La mazmorra, era una amplia habitación con algunos grandes espejos estratégicamente distribuidos. Del techo colgaban varias cuerdas, cadenas y poleas. En una esquina se encontraba un potro de tortura medieval, a su lado una cruz de san Andrés, en frente había una mesa con unos estribos como los de los ginecólogos, en el otro extremo había toda suerte de látigos, cadenas, esposas, dildos y demás juguetes perfectamente ordenados en varias estanterías y armarios. A su lado, bien ordenados, había una estantería repleta de una especie de tubos como si fuesen mecanos que se pudieran ensamblar para formar diferentes aparatos y estructuras. Había varias tomas de agua y mangueras. Finalmente entre los diferentes aparatos, Sandra descubrió al incansable, la inefable máquina capaz de estar follándote por toda la eternidad, siempre que hubiese corriente, claro. No pudo evitar estremecerse.
Irene le dio a Sandra la indumentaria que necesitaría y las últimas indicaciones. Le entregó un par de tobilleras, un par de muñequeras y un collar de cuero negro, esa sería toda la ropa que necesitaría. Bueno, no porque le recogió el pelo con una goma negra. Le dijo que debía arrodillarse en medio de la espaciosa sala, con las piernas bien abiertas y sus manos detrás de la nuca. Debía permanecer así desde ese mismo instante hasta que llegara el cliente tardara lo que tardara y que si no lo hacía se atuviese a las consecuencias.
- Bueno querida… creo que eso es todo. No, se me olvidaba… Tu palabra de seguridad es alcázar.
- ¿Palabra de seguridad?
- Sí si no puedes aguantar más porque… por lo que sea. (Irene quería evitar la palabra dolor.) Pronuncias esa palabra y la sesión se detiene. Pero asegúrate de no usar esa palabra a las primeras de cambio sino cuando realmente no puedas más.
- Entendido.
Irene vio la preocupación y el miedo dibujados en el rostro de Sandra. Por lo que le dirigió unas cuantas palabras de ánimo antes de marcharse. Sandra se quedó sola en la postura que le indicaron. El tiempo parecía haberse detenido. Tantas ganas tenía de acabar que los minutos se le hacían eternos. Viejos recuerdos afloraban en su mente, otras largas noches soportando los caprichos de sus jefes mientras la instruían. Ahora comprendía el por qué de aquellos caprichos, de “los juegos”, de las restricciones, ataduras y castigos. La estaban preparando para atender a este tipo de clientes “de gustos refinados”.
Los brazos comenzaban a cansarse y la postura ya le resultaba incómoda cuando se abrió la puerta. Una hermosa mujer rubia, totalmente desnuda traspasó la puerta. Su rostro sereno, traslucía una cierta resignada tristeza. Como aquellos que sólo esperan sin sabores y disgustos en la vida sin ninguna posibilidad de cambiar su sino. Apenas levantaba la vista del suelo y como ella lucía un collar y unas muñequeras y tobilleras de cuero negro. Tras ella, un adusto hombre vestido de militar la vigilaba sin perder detalle. Su mirada era dura, despiadada y firme. Caminaba con el paso seguro de los que saben perfectamente lo que quieren y que nada les impedirá conseguirlo. Sandra los miró sorprendida, no sabía nada de otra mujer.
- ¿No nos estará mirando esa perra, esclava?
- Lo está haciendo, mi señor.
Sandra comprendió demasiado tarde que se había equivocado.
- Perdone señor, yo…
- ¿No estará hablando sin permiso, esclava?
- Me temo que sí señor.
- Esta puta esclava no tiene modales, tendremos que educarla para que sea una buena perra.
Estaba claro cuál era el juego. Ella era una esclava a la que iban a adiestrar, simplemente les acababa de dar la escusa para que la castigaran.
- Mira zorra, he alquilado tus servicios para que me sirvas como mi puta esclava. Pero veo que antes de poder usarte te tendré que enseñar lo básico.
- Perdone señ…
Una fuerte bofetada interrumpió la disculpa de Sandra. El tortazo fue tan duro y repentino que perdió el equilibrio y a punto estuvo de caer. Antes de siquiera poder reaccionar otro bofetón la empujó en dirección contraria.
- Puta estúpida. Hablarás cuando te dé permiso para ello. Y harás todo lo que te ordene ¿Entendido?
Un tremendo tirón del pelo le indicó que debía responder.
- AY Sí entendido señor…
- Bien, parece que vas aprendiendo. Zorra. Ahora veremos cómo castigamos tu insolencia. ¡Esclava!
- ¿Sí señor?
- Ata los pies de esta zorra a esas poleas y levántala quiero que quede bocabajo con las piernas bien abiertas para que pueda inspeccionar sus agüeritos.
La esclava no tardó en cumplir las órdenes y Sandra quedó en la posición indicada, sus manos podían tocar el suelo. Este hecho desagradó al general que simplemente señaló a una silla de madera. La muchacha se colocó detrás del respaldo, separó sus piernas y se dobló hacia delante colocando las palmas de sus manos sobre el asiento. En esta postura ofrecía totalmente sus más íntimos tesoros además de ofrecer una posición ideal para poder azotarla.
- Cinco, esclava. Así aprenderás a hacer las cosas bien. Si izas a alguien, que no toque el suelo…
- Sí señor. Esta esclava estúpida debe aprender…
El general escogió una fina vara flexible para fustigar a su esclava. Con movimientos secos y enérgicos comenzó el castigo…
Thack…
- Uno. Gracias, Señor…
Thack…
- Dos. Gracias, Señor…
Thack…
- Tres. Gracias, Señor…
Los golpes apenas sonaban, pero las muecas de dolor de la cara de la muchacha, los nerviosos movimientos de sus caderas, los tremendos esfuerzos que hacía por no separar las manos del asiento de la silla y la voz cada vez más chillona indicaban lo contrario.
Thack…
- Aamm…Cuatro. Gracias, Señor…
La muchacha apenas pudo reprimir un grito de dolor. Era evidente de que había algo más en aquel castigo. La muchacha se reprimía de gritar y se concentraba en no apartar sus manos del asiento. Las tenía crispadas, blancas por la obstrucción del paso de la sangre, como si asiendo con fuerza la silla pudiera mitigar el dolor en sus nalgas.
Thack…
- AAammmCinco. Gracias, Señor…
La muchacha permaneció en la misma posición hasta que el general confirmó la cuenta. Con los dos últimos azotes apenas había podido contenerse y si el sádico así lo decidía podía comenzar la cuenta de cero. Tampoco podía levantarse sin permiso, ya que entonces recibiría otro castigo más fuerte. “Cinco, esclava espero no tener que reprenderte otra vez.” La muchacha se irguió despacio agradeciendo la corrección. Al hacerlo, Sandra pudo observar las gruesas lágrimas que recorrían por su rostro. Cuando se dio la vuelta, pudo ver las finas y rojas líneas que marcaban su nívea piel. La muchacha se acercó a las poleas que izaban a Sandra…
- AAAYYYY…
Sandra gritó sorprendida por el repentino y violento tirón que la elevó unos centímetros más y la hizo abrirse más de piernas. Pronto comprendió que había vuelto a equivocarse…
- Maldita zorra insolente. Te dije que no hablaras si no te dirigía la palabra… Te voy a enseñar modales para que aprendas a ser tan educada como mi esclava. ¿La has visto? No se ha quejado…
Sandra advirtió un cierto deje de orgullo en la voz del general. Seguramente, aquella joven debería ser su mejor esclava, la que mejor le atendía y soportaba los castigos. También percibió el mismo sádico brillo que iluminara el rostro de Don Augusto cuando le fue presentado. Aquel bruto disfrutaba causando daño, cuando sus esclavas sufrían ellos experimentaban el máximo placer. Y ahora quería disfrutar con ella, peor que eso estaba furioso y deseaba vivamente atormentarla. Sandra estaba aterrorizada, el general se acercó a grandes zancadas…
- Ummm ¿Has trabajado mucho esta noche zorra?
- ¿Eh? Sí… Sí señor, bastante… señor.
La pregunta la había pillado desprevenida, ella esperaba que aquel hombre comenzara a golpearla o torturarla de algún modo. Pero se limitaba a examinar sus intimidades, con bastante rudeza eso sí. Le había introducido un par de dedos en la vagina y la estiraba como si quisiese ver la matriz. Aunque era incómodo, no le resultó doloroso. Repitió la operación con su ano, parecía bastante satisfecho con el resultado.
- Bueno, parece que no eres mentirosa… bien por ti. Si me mientes, lo pagarás caro, muy caro. ¿Me has oído… zorra?
- Sí señor, no le mentiré señor.
- Bien ahora te voy a aplicar el correctivo por tu insolencia y malos modales, veamos… Dos faltas, no… tres. Pero premiaremos tu sinceridad perdonándote una. Así que te corresponden 10 latigazos. Si te has fijado en mi esclava, no me gustan las esclavas “quejicas”. Y menos si se les está aplicando un correctivo. Así que no te quiero oír gritar. Tampoco quiero que esas preciosas manos traten de protegerte de los golpes por lo que no quiero que suban más allá de tu obligo, Y por supuesto como es de rigor quiero que cuentes y agradezcas los azotes que te den son por tu bien. Si no cumples estas tres condiciones, empezaremos de nuevo, así hasta que aprendas a comportarte. ¿Has entendido zorra o te lo tenemos que explicar otra vez?
- Sí… he comprendido señor.
- Esclava… Toma, ya sabes lo que tienes que hacer.
La esclava, tomó el látigo de colas que le ofrecía el general. En su rostro se adivinaba la angustia de tener que hacer daño a otra persona sin merecerlo. Sin embargo, Sandra también se percató de que aquella muchacha no vacilaría en cumplir las órdenes recibidas. En efecto, no vaciló…
Fasss…
- AAYYY…
El primer latigazo le cayó con tremenda fuerza en su indefenso coño. La tremenda potencia del golpe, la hizo chillar y encogerse tratando de aliviar el tremendo escozor nacido en su entrepierna. En efecto, aquella mujer estaba dispuesta a obedecer a su amo pese a los remordimientos que tuviera. Era evidente que la compasión que pudiera sentir por Sandra, no la impediría azotarla con toda la fuerza de su ser para así complacer a su diabólico amo. Un temor mucho más profundo la espoleaba con inflexible decisión para no dudar en cumplir sus órdenes. Sabía muy bien lo que les pasaría a ambas si ella no obedecía. Sandra sería castigada de todos modos y ella sería aleccionada mucho más duramente por desobedecer. Así que, ¿para qué sufrir las dos?
- ¿Por qué no cuentas zorra?
- Porque no ha valido señor. Me ha pillado de sorpresa y he chillado sin deber señor.
- Buena respuesta zorra. ¿Quieres que te amordacemos y evitar así que chilles? Claro que entonces recibirás el doble…
- No, gracias señor. Esta zorra debe aprender a comportarse señor.
Esta respuesta asombró al general quien no se esperaba tan rápida sumisión. Estaba acostumbrado a doblegar a las prisioneras contra su voluntad, era evidente que con aquella mujer eso no era necesario. Ya se había doblegado, de hecho se había ofrecido libremente para ser humillada vejada. ¡Coño era una puta, cobraba por ello! Aquella zorra aprendía rápido y tenía coraje. Debía buscar el modo de quebrar su voluntad.
Fasss…
- Hugh… Uno, señor… gracias, señor.
A pesar de estar prevenida, Sandra apenas reprimió sus deseos de chillar y calmar su angustia. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse y evitar que sus manos superasen la altura de su ombligo. Para conseguirlo había pensado en tener entrelazadas sus manos detrás de la nuca pero nada más recibir el fustazo las separó y a punto estuvo de fallar. Su cuerpo se balanceaba, contorsionaba, encogía y arqueaba tratando de aliviar el suplicio que nacía de su sensible entrepierna. Trataba en vano de cerrar sus piernas con lo que incrementaba su tortura al tensar bruscamente los músculos de su pelvis. La terrible quemazón comenzaba a calmarse…
Fasss…
- Duh... Dos, gracias señor.
Fasss…Fasss…Fasss…
Los golpes caían con inmisericorde regularidad y precisión. La vulva, completamente inflamada e irritada ardía con infinidad de pequeñas fogatas. Sentía palpitar los hinchados y enrojecidos labios y con cada latido un torrente de afiladas cuchillas los recorrían incansables. Miles de pequeñas punzadas y pinchazos se sucedían a lo largo de los múltiples surcos purpúreos que se iban señalando desde su pubis hasta sus nalgas atravesando su hipersensible coñito. Cuando los insistentes alfilerazos y la persistente quemazón parecían apaciguarse un nuevo latigazo los despertaba con mayor insistencia incrementando la agonía.
La esclava cambió su posición y ahora se colocó detrás de Sandra. Con la aprobación de su amo, continuó con el castigo. Sandra se retorcía y removía desesperada, lo más difícil era dominarse y no gritar. Tampoco le resultaba fácil no mover las manos y llevarlas a su maltrecho conejito. Para evitar el fracaso se mordía los labios y se asía de sus antebrazos con ambas manos dobladas en su espalda. Llegó a clavarse las uñas para evitar moverlas. Cada vez le resultaba más complicado aguantar el castigo. Aunque ahora la fustigaban desde atrás, los golpes caían sobre la misma zona. Seis, siete, ocho…El enrojecido coñito iba tomando un tono cada vez más bermellón. Evidencia del duro castigo que padecía. Sandra lloraba desesperada, si ahora se equivocaba no podría seguir soportándolo. Tendría que usar la maldita palabra, fracasaría. Nueve, ya quedaba poco…No, ¡tenía que resistir!... No podía fracasar, no ahora.
Fasss…
- Diiii…Diez, gracias, Señor.
Sandra permaneció tensa, en espera de la confirmación del general. Su respiración agitada daba prueba de su tremendo nerviosismo no podría aguantar otra tanda en el mismo lugar. “Por favor que terminara con eso, que siguiera con otra cosa…”
Fasss…
Sandra se encogió sobre sí misma, su cabeza casi llegó a rozarse con sus rodillas. ¡Aquel fustazo no entraba dentro del castigo! ¿Qué debía hacer ahora? ¿Podría gritar, quejarse, seguir contando como hasta entonces? Su instinto la hizo decidirse por esto último…
- OOOnce, gracias, Señor.
Fasss…
- DOOOOce, gracias, Señor.
- ¿No te quejas mala zorra?
- EEEstoy al servicio de mi señor y mi cuerpo está a su disposición. Siii debo ser corregida lo aceptaré coon gusto. Señor.
El cruel general hurgaba en la hipersensibilizada vulva de la chica comprobando los estragos del látigo en la zona. Sandra apenas podía contener sus chillidos. Doce, corroboró el general, has cumplido el castigo, dijo finalmente. Sandra dejó escapar su dolor en un agudo grito quiso acercar sus manos a su dolorida entrepierna pero no se lo permitieron. En lo más profundo de su ser suplicaba que la descolgaran o por lo menos que se olvidaran de su coñito y lo dejasen en paz pero no fue así…
- Esclava ¿Estás segura de que este látigo funciona, que no tiene nada mal? No es normal que esta zorra haya aguantado tanto. Es casi tan buena como tú y tú has estado mucho tiempo conmigo aprendiendo a servirme.
- ¿Eh?... Debe… estar bien… mi señor… Quizás sea una buena esclava…
La voz de la muchacha revelaba su inquietud y nerviosismo. No se esperaba esa pregunta. Esperaba el agradecimiento de su amo por haber hecho un buen trabajo. Ella había cumplido sus órdenes, la había golpeado con todas sus fuerzas. A pesar de lo que ella detestaba hacer esas cosas, había cumplido las órdenes sin rechistar. No podía castigarla por obedecer, no podía… Pero bien sabía que su amo ya había maquinado algo y esta vez ella sería el objeto de su disfrute…
- Sí quizás tengas razón y tenga madera de esclava. Pero debemos asegurarnos ¿no crees? Túmbate en esa mesa con las piernas bien abiertas. Mejor aún las doblas sobre tu pecho, las sujetas con tus manos por los tobillos y las abres para mí…
La esclava obedeció sin dilación pero Sandra advirtió cierto nerviosismo en la brusquedad de alguno de sus movimientos. Como si presintiera algún tipo de dolor. No se equivocó. Una vez estuvo colocada, el general la azotó siete veces con el mismo látigo en la misma delicada zona que a ella. Después comprobó el estado del coño de la muchacha y concluyó que el látigo funcionaba correctamente.
- Al parecer tienes madera de esclava puta. Eso está bien, muy bien de hecho. Te felicito Zorra.
- Gra… gracias señor.
Sandra apenas se atrevió a responder temiendo darle otra escusa para azotarla. Pero en esta ocasión acertó. El general decidió que su coñito por el momento ya había tenido bastante…
- Bueno zorras os voy a explicar por qué estáis las dos aquí. Espero que sepáis agradecer el honor que os hago y no me decepcionéis… Estáis aquí para defender el honor de vuestros queridos gremios. Tú Nadia, defenderás a las esclavas, eres mi preferida ya lo sabes así que espero que lo demuestres. Y tú Sandra, defenderás a las putas, me han dicho que eres la mejor fulana de Don Ramiro a pesar de ser novata. Que tienes verdadero instinto de furcia así que espero las defiendas bien. De vuestra actuación depende una importante decisión que he de tomar. Lo que os afectará a vosotras mismas y a vuestras amigas directa e indirectamente. No intentéis engañarme si no queréis que me enfade. Creo que no necesito explicaros más. ¿Alguna pregunta?
- No mi señor. (Afirmó Nadia.)
- No señor. (Corroboró Sandra.)
- Bien… bien. Esclava, baja a la zorra con cuidado y quedaos la una al lado de la otra para que os pueda examinar más detenidamente.
Nadia como siempre cumplió con las órdenes recibidas. Mientras lo hacía, Sandra pudo comprobar que la muchacha era algo más joven que ella, debía tener la veintena. Pero en sus azules ojos se descubría la mirada de una mujer mucho más vieja, una mujer que había visto y quizás padecido muchas más experiencias de las que le corresponderían por la edad. Eran casi de la misma estatura, si acaso Sandra un pelín más alta. Sandra tenía también unos pechos ligeramente más grandes, en cambio el culito de Nadia parecía más redondito y prieto. Por supuesto, Nadia tenía una piel más pálida y blanca que ella que la tenía bronceada. Al fijarse en sus conchas, ambas estaban casi igual de irritadas, enrojecidas e hinchadas. Las dos se colocaron como se les había ordenado, Sandra fijándose en su compañera se llevó las manos a la nuca y separó sus piernas. El general no tardó en inspeccionarlas…
Don Francisco no acababa de decidirse por ninguna de las dos, eran dos hembras de primera. Ya conocía a Nadia pero esta Sandra no estaba nada mal, lástima no haberla conocido antes. Bueno, tenía tiempo para disfrutarla. Sin ningún escrúpulo comenzó a palpar los sensibles genitales de las muchachas, le gustaba ver cómo se esforzaban por no gritar, los esfuerzos que hacían por ahogar sus gemidos. Lo mejor de todo era que no debían hacer ningún movimiento que le dificultara acceder a sus intimidades so pena de sufrir más castigos y ofensas. Sí, era realmente reconfortante tener sometida completamente a una mujer y poder humillarla. Sin embargo había una pregunta que lo importunaba. Nadia, su prisionera esclava, le obedecía porque no tenía más remedio, sabía muy bien lo que la esperaba si fracasaba. Pero, ¿qué impulsaba a aguantar tantas vejaciones y maltratos a la puta? ¿El dinero? No, eso no podía ser razón suficiente. ¿Disfrutaba con ello? Tal vez. Debía averiguar la razón de la sumisión de Sandra pero había tiempo, ya lo descubriría…
- Parece que ya estáis listas. Saludaos como buenas contrincantes y besaos deseándoos suerte.
- Suerte.
- Suerte.
Las muchachas avergonzadas se habían besado en la mejilla más pidiéndose perdón por lo que iban a hacerse y sus consecuencias que deseándose suerte para alzarse con la victoria. Pero el general no estaba satisfecho. “¿Así os deseáis suerte? Quiero que os beséis en condiciones como las golfas que sois… De hecho quiero que os folléis como las guarras que estáis hechas.” Las muchachas comprendieron enseguida, quería un espectáculo lésbico en primera línea. Se miraron en silencio y ambas se reconocieron en los ojos que tenían enfrente. A pesar de sus diferencias, eran iguales en muchas cosas. Habían doblegado su voluntad y ahora se veían obligadas por las circunstancias a someterse a los caprichos de un hombre, ya fuese patrón y jefe o amo y carcelero. Unos hombres que las explotaban sexualmente y de los que no podían escapar. Sí se conocían bastante bien. Ambas dudaron un leve instante antes de obedecer, un instante en el que fueron amigas del alma, en el que se perdonaron y reconfortaron, un instante que terminó en un tierno y cálido beso.
Sin pensar en nadie más, ajenas a todo lo que las rodeaba, las mujeres se entregaron la una a la otra. No eran lesbianas pero tampoco era la primera vez que tenían relaciones con parejas de su mismo sexo. Simplemente se habían acostumbrado, tantas veces se habían visto obligadas a hacerlo que ya no las molestaba. Sin embargo eran tan iguales. Tenían tantas cosas en común que sin querer, sin darse cuenta se estaban fundiendo en una sola alma. Sus caricias eran siempre tiernas, suaves, llenas de amor, sí amor y no pasión o deseo. Deseaban resarcirse la una a la otra de todos los sinsabores y amarguras que habían soportado.
Estaban sobre el suelo, recostada la una al lado de la otra, no sabían como habían llegado hasta allí pero no les importaba. Simplemente estaban juntas, dos almas gemelas unidas por el destino. Las dos mujeres daban vueltas la una sobre la otra, dándose un tibio placer que jamás habían sentido. Inconscientemente, evitaban acariciarse o siquiera rozarse en sus maltratadas conchas. Pero el irrefrenable fuego que nacía en ellas las incitaba cada vez con más intensidad a calmarlo. Necesitaban refrescar las brasas que prendían la llama de su pasión. Tímidamente, con mucho tiento, sus bocas buscaron la fuente de su lujuria. Sabían del maltrato soportado por sus respectivos coñitos por lo que temían rozarse en tan delicadas zonas. Pero el ansia de satisfacer el fuego que las embargaba las hacía acercarse cada vez más a sus centros de placer. Sus lenguas se recorrían golosas por sus vientres, por el interior de sus muslos, por el borde de sus labios…
Un estallido eléctrico las sacudió al unísono. Sus labios aún recordaban las crueles atenciones del látigo. Pero las juguetonas, flexibles y aterciopeladas lenguas despertaban los insidiosos alfileres del dolor a la vez que los calmaban. La terrible quemazón se diluía con la ternura con que se besaban. Los labios horizontales mimaban a sus hermanos verticales recompensándolos por su sufrido aguante. Los insidiosos picores daban paso a los inquietos cosquilleos que anunciaban a su vez a los anhelados suspiros. Las heridas se estaban curando y ya apenas notaban una pequeña molestia cuando sus lengüitas buscaban tesoros en el pozo del deseo. El palpitante fuego del látigo quedaba ahora apagado por los tiernos y constantes lametazos. Ya no eran dueñas de sí mismas, se dejaban llevar por la vorágine del deseo, la llama del amor. Pequeños ronroneos, quedos jadeos y suaves gemidos les indicaban lo bien que aceptaba su compañera sus sinceras y tiernas atenciones. Se estaban haciendo el amor y las dos se estaban llevado, la una a la otra, a las cumbres del placer sensual. La desagradable voz del general las despertó de su sueño…
- Muy bien perras. La primera que se corra pierde.
El muy cerdo había osado interrumpir con su discurso egoísta las genuinas expresiones de amor que se profesaban. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentían queridas, comprendidas, amadas y el miserable trataba de convertirlo en un sádico juego. No lo iba a conseguir, no se lo permitirían. Que él disfrutara de su sexo, eso es lo que él veía. Ellas se gozarían la una a la otra sin importarles un comino lo que viniera después. Así, abrazadas por una amistad que jamás hubieran imaginado, continuaron amándose. Lo hacían despacio, sin prisas, no porque así retrasaran las torturas que tenía pensadas el insensible general. Ni porque así le dieran mayor satisfacción a su cruel señoría. Sino porque así les gustaba a ellas, así era como ellas se deseaban, así era como se amaban dos amigas del alma, compañeras de infortunio.
Es imposible describir con palabras los mimos, besos y caricias que se prodigaron con total generosidad. Ya fuera por su mayor experiencia, más por la edad que por otra cosa; o por estar más cansada debido a los servicios realizados. El caso es que Nadia estaba más próxima al orgasmo. Sandra como no podía ser de otra forma se dio cuenta de ello y se contuvo en sus caricias. Quería ser ella la que se corriese antes, quería ayudar a su joven amiga y evitarle disgustos. Nadia por su parte deseaba lo mismo y espoleaba a su amiga para que la hiciera terminar. Así deseando lo contrario de lo que buscaba su opresor primero Nadia y después Sandra alcanzaron dos gloriosos orgasmos que expresaron con contención pero que llegaron a disfrutar largo tiempo. (Muchos años después las dos mujeres aún se consolarían pensando en lo felices que fueron cuando se amaron en aquella “mazmorra”.)
Nadia había perdido, pero en realidad había ganado. Su rostro reflejaba la felicidad de las personas que ayudan desinteresadamente a los demás. No le importaba el posible castigo, había ayudado a su amiga. Sandra había ganado pero había perdido, se acusaba de no haber sabido ayudar a su amiga. Al menos se había corrido muy poco después que su amiga. Quizás eso la ayudara a aplacar la probable ira de su amo.
El general por su parte había disfrutado del mejor espectáculo lésbico de toda su vida. Él no lo sabía pero había visto a dos mujeres amarse de verdad y no teniendo sexo. Nunca descubriría la razón de porqué aquel encuentro entre Nadia y Sandra fue tan especial. No había tenido más remedio que desnudarse y masturbarse llevado por la incandescente pasión que desprendían aquellas dos hembras. ¡Se había corrido mientras las observaba! Eso nunca le había pasado. De hecho se estuvo maldiciendo un buen rato ya que se había jurado no intervenir hasta que acabasen sus pruebas, le costó mucho trabajo mantener su palabra. No obstante su naturaleza desconfiada le hizo querer asegurarse de la autenticidad de las corridas. Sin ninguna consideración comprobó lo genuina que eran las humedades de las muchachas. Quedó satisfecho. Nadia había perdido. Fulanas 1, Esclavas 0. “Claro que en esta prueba las putas jugaban con ventaja… Practican más”. Se dijo mientras las obligaba a incorporarse.
La segunda prueba era en principio más sencilla. Sería una especie de “sogatira”. Marcó una línea en el suelo y las hizo colocarse una en frente de la otra a la misma distancia de la línea divisoria. Después unió los pezones de una con los de la otra utilizando unas cadenillas y unas mordazas. Se aseguró de que las mordazas no se escaparían de los pezones apretándolas a conciencia. Para asegurarse de que las cadenillas estaban bien tensas, colocó unas pequeñas pesas en medio. Ambas mujeres sentían como si les desgarrasen los pechos o les arrancaran los pezones. Para evitar trampas, según dijo, les ató las manos a la espalda. “Así sólo podrían tirar con la fuerza de sus tetas”. El juego podía comenzar, perdería la que antes traspasara la línea divisoria situada a medio metro de ellas.
El problema surgió cuando ninguna de ellas quiso tirar. No querían perjudicar a su amiga y preferían soportar el dolor en sus pezones. Como no se movían, el general recurrió a las amenazas, y entonces las dos mujeres se movieron. Pero no para tirar de las cadenas, sino acercándose las dos para perder la prueba. Aquello fue demasiado y el general estalló en cólera. Escogiendo un largo látigo comenzó a fustigar a las rebeldes. El látigo era muy largo pero él sabía manejarlo con pericia. El látigo alcanzaba los objetivos que pretendía. Había escogido ese instrumento de tortura porque castigaba a las dos a la vez. Cuando impactaba en el cuerpo de una, la cola seguía su inercia de modo que las rodeaba a las dos juntas azotándolas con un solo golpe. Las dos muchachas chillaban y se removían sin poder alejarse demasiado la una de la otra y sin poder escapar de las sacudidas del látigo.
- Con que nos queremos reír un poco… Queremos burlarnos del señor… No queremos obedecer a nuestro amo… Preferimos que nos castiguen juntas…
El general desconocía el motivo por el que su esclava y la puta se habían atrevido a insubordinarse pero lo iban a pagar caro. Las dos mujeres estaban a punto de desfallecer, las marcas del látigo les cruzaban por todo el cuerpo menos la cara. Si no paraba las mataba. Prefirió parar, después de todo le gustaban demasiado, incluso la puta.
- Espero que hayan aprendido la lección. Si tratan otra vez de burlarse de mí o engañarme. Lo pagarán caro, muy caro. Y me aseguraré de que una sufra los castigos de la otra.
Aquellas últimas palabras fueron la clave para que las dos desamparadas muchachas cumplieran los caprichos del general. No se perdonarían ser las culpables del sufrimiento de la otra. Es cierto si ganaban aquel juego, la otra pagaría las consecuencias pero éstas serían menos terribles si colaboraban. La segunda prueba dio comienzo. Como había previsto el general al tirar la una de la otra tensaron la cadena y a pesar de la pesa, la cadena estaba casi vertical. Era un verdadero deleite mirar los rostros congestionados y descompuestos de las dos muchachas. La tremenda angustia que nacía de unos maltratados pezones y se transmitía a través de aquellos preciosos globos temblones que eran sus pechos. Cada tirón, cada empujón era una nueva agonía para las maltratadas tetas. El juego se prolongó más tiempo del que las muchachas hubiesen deseado pero al final, Sandra se alzó de nuevo con la victoria.
Fulanas 2, Esclavas 0. “Vaya la zorra es más dura de lo que parece. Si al final tendría que haber sido proxeneta en vez de militar. Hubiera tenido mejor ganado por lo que se ve.” Mientras el general razonaba de esta manera. Sandra pedía disculpas a su amiga Nadia por haber ganado dos veces. Nadia trataba de consolarla haciéndole ver que no se preocupara, que estaba acostumbrada a la vida con aquel monstruo y podría soportarlo. Incluso si la mataba sería un alivio. Aquello horrorizó a Sandra, ella no había sufrido tanto como para desear la muerte. O quizás se debiera a que tenía otras razones para seguir viviendo, como su hija Helena. Pero no tenían demasiado tiempo para distraerse ni consolarse, el general tenía lista otra prueba…
- Bueno parece que las zorras van en cabeza pero el partido todavía no ha terminado. Esperemos que las esclavas reaccionen y acorten distancias en el marcador. Esta prueba os encantará a las dos ya que ambas sois unas guarras ninfómanas. Es muy sencilla, me vais a chupar la verga por turnos de tres minutos hasta que me descargue. La que consiga que me corra gana. Para asegurarnos de que no hacéis trampa seguiréis con las manos atadas. Debido al inaceptable comportamiento de la prueba anterior, no os quitaré las mordazas y las cadenas así espero que aprendáis las normas del “juego limpio”. Tenía pensado lanzar una moneda para ver quién empieza pero como las zorras tienen clara ventaja vamos a dejar que comiencen las esclavas. ¿Alguna pregunta?
- No señor…
- No mi señor.
- Empecemos…
Don Francisco se sentó en una cómoda silla para disfrutar mejor de la mamada. Tenía su mástil listo para la acción desde hacía tiempo. Ver actuar a aquellas dos magníficas hembras alegraría a cualquiera… Ardía en deseos de probar la boca de Sandra pero prefirió “ayudar” a su esclava. En realidad pensaba que la perjudicaba ya que suponía que Sandra con su experiencia de puta y comenzando más tarde lo haría acabar. Estaba un poco decepcionado y enfadado con Nadia y estaba planeando castigarla.
Nadia sin embargo, tenía algunas cosas a su favor, en primer lugar se había convertido en una experta mamadora, estar encerrada en la fortaleza tantos años te enseña esto y muchas otras cosas más. Además conocía perfectamente las debilidades y los gustos sexuales de su amo. Y finalmente, contaba con la verdadera ayuda de Sandra quien le había guiñado un ojo en claro signo de complicidad. Así algo más aliviada y animada comenzó su tarea. Primero recorrió el erecto aparato desde la punta hasta los testículos, asegurándose de empaparlo bien. Después aprisionando el glande con sus labios comenzó a juguetear con su lengua por todo el capullo. Sabía que aquello le encantaba por lo que no se sorprendió cuando se le escapó un gemido a su jefe. Iba a continuar cuando los tres minutos tocaron a su fin…
A favor de Sandra estaba la predisposición del general, que ella ignoraba, su habilidad adquirida como meretriz y la de sus años de casada. Sin embargo se había resuelto ayudar a su amiga por lo que debía esforzarse en perder. Pero no podía hacerlo demasiado evidente, si el sádico se daba cuenta sería peor. Ella prefirió engullirse toda la polla poco a poco hasta llegar a las pelotas si dejar de mirar a los ojos al general. Hay pocas cosas que seduzcan tanto a un amo dominante como tener a su esclava empalada con su propia estaca en la boca. Si esta se ve obligada a mirarlo sumisamente, el cuadro puede resultarle sencillamente irresistible. Sandra lo hacía tan bien que Nadia llegó a temer que su amiga la traicionara pero los ojos de Sandra le quitaron pronto esa inquietud. Eran verdaderas amigas. Cuando los labios de Sandra acariciaron la base de la verga, el general quedó extasiado. La aterciopelada boca de la puta le resultaba irresistible. Lástima que llegara el cambio de turno…
Nadia volvía al ataque y se lanzó voraz contra su presa, dispuesta a no dejarla escapar. Dispuesta a complacer a su amo, le demostró su valía y se tragó toda la estaca hasta la base y un poco más. El glande le llegaba casi hasta la garganta el general casi sintió que se la metía hasta el estómago. ¡Cielos! ¡Qué bien se la chupaba su esclava! Le había costado mucho tiempo educarla como experta mamadora pero los resultados ahora eran excelentes. No pudo evitar recompensar su buen hacer con un gemido. Tenía que esforzarse por no sujetarla la cabeza y follarle la boca. Pero debía dejar total libertad a sus zorritas. Entonces inesperadamente, Nadia dejó su nabo y bajando por los testículos se acercó a su ano y comenzó a saludarlo con su lengüita. El juguetón apéndice lubricaba y estimulaba el esfínter con perversa maestría. Estaba disfrutando como nunca de aquella mamada, pero la alarma sonó y vino el cambio de guardia…
Ahora era Sandra la que dirigía las operaciones en su verga. Con una pícara sonrisa dibujada en su rostro se aproximó a la torre con parsimonia. Pero en vez de lamerle, besarla o chuparla, comenzó a soplar sobre ella con suavidad. Su cálido aliento se convirtió en vigorizante frescor al contacto con la saliva. El inesperado ataque obtuvo su recompensa con un nuevo gemido del general. Para que no se resfriara el “generalito” Sandra lo arropó de nuevo con su lengua. Lo tenía apretadito entre las paredes de su boquita, prisionero entre la lengua y el paladar. El paciente estaba bien atendido. Después como hiciera su compañera centró sus atenciones en el estrecho agujerito que se encontraba en sus antípodas. El negro ósculo proporcionaba nuevas e intensas sensaciones que hacían retemblar espasmódicamente al cruel militar. ¡Aquella zorra aprendía rápido de su compañera! El timbre sonó, cambio de tercio…
Las bocas se sucedían en la marcial polla con la misma naturalidad con la que se suceden los días y las noches. Aquellas furcias estaban bien entrenadas y la lucha bastante disputada. El general no sabía ya quién se la mamaba mejor. Cada una utilizaba una técnica distinta pero igual de efectiva. Una era más tierna, más cariñosa, la otra era ligeramente más enérgica, más intensa. Pero no podría decidirse por ninguna de las dos. Estaba en el cielo y cada vez más cerca de la gloria, en cualquier momento se descargaría en la boca de alguna y tendríamos ganadora. Miró hacia abajo, era Sandra la que en esos momentos disfrutaba con su piruleta. Debía de estar disfrutando por la cara de viciosa que tenía. Ya estaba próximo a descargarse la bala estaba en la recámara, el gatillo amartillado… El timbre ordenó el cambio de boca. Una sonriente Nadia se acercaba a cobrar su premio. Con enervante parsimonia, sintiéndose ganadora lamió la puntita del capullo. El arma estaba tan caliente que no necesitó más. Un potente chorro salió disparado impactando en la abierta garganta de la chica poco faltó para que se colase directamente en su estómago. Otros dos chorros siguieron a continuación pero Nadia golosa aprisionó el capullo impidiendo que ninguna gota se escapara de su linda boquita. Una vez asegurada su ración de leche se dedicó a limpiar y los restos en la caliente verga. La dejó reluciente como siempre.
Nadie podía impugnar el resultado. Las esclavas recortaban diferencias. La zorra había estado a punto de ganar pero se le había escapado la victoria en el último segundo. Nadie podría amañar un resultado así… Lo cierto es que las dos muchachas se miraron inadvertidamente y se sonrieron con disimulo. Fulanas 2- Esclavas 1 Máxima igualdad en el marcador, el encuentro continuaba…
Para la siguiente prueba, Don Francisco, separó a las dos muchachas liberando sus enrojecidos pezones. Al liberarlos y volver a circular la sangre a través de ellos, regresaron la sensibilidad y el dolor, una insidiosa punzada les atravesó sus pechos. Ambas mujeres se agacharon tratando de mitigar su dolor al encogerse sobre sí mismas. Seguían con sus manos atadas y les era imposible aliviarse con ellas. Era maravilloso comprobar cómo dos mujeres en principio tan distintas podían comportarse de un modo tan parecido. Aunque no exactamente igual, siempre se podían apreciar matices que las diferenciaban. El resultado hacía que Don Francisco no pudiera decidirse por ninguna de las dos, le gustaba Nadia, no se cansaba de ella a pesar de que la estaba usando desde hacía tiempo, nunca le había pasado eso con otras esclavas. Pero la puta… tampoco estaba nada mal tenía un puntito diferente que… la verdad no le importaría poder tenerla como esclava.
Pero eso podía esperar ahora debía seguir con su prueba. Las muchachas vieron cómo colocaba una especie de taburetes pero sin asiento. En realidad parecían una especie de cubos formados por barras metálicas. En el centro de cada cubo aseguró un par de barritas al final de las cuales se ajustaban un par de consoladores metálicos. Estaban claras las intenciones del general, las dos muchachas debían sentarse en aquellos taburetes. Más bien, empitonarse con los dos consoladores, que eran bastante gruesos y largos. ¿Por qué les gustaba tanto a estos desgraciados comprobar una y otra vez la flexibilidad y profundidad de sus vaginas? Los dos taburetes eran iguales y el general los colocó uno al lado de otro cerca pero lo suficientemente separados como para que las muchachas no se pudiesen tocar.
Hizo que las dos jóvenes se sentaran a la vez y se empalasen hasta el fondo. El tamaño de los taburetes hizo que las muchachas quedaran muy abiertas de piernas. Además si no querían que aquellas las traspasasen demasiado, debían estar de puntillas. Se aseguró de que estaban bien empaladas hasta el límite empujándolas levemente… El grito de miedo que ambas lanzaron al sentirse atravesadas más de lo normal, le confirmó que había alcanzado su objetivo. Como los taburetes no tenían asientos, sus cuerpos podían ceder algunos centímetros hacia abajo lo que hacía muy interesante aquella situación. Si se cansaban, no podrían descansar dejándose caer. Satisfecho con el resultado de su operación se aseguró de que sus conejillos de indias no escapaban esposando sus tobillos a las barras del taburete. Antes de proseguir, se quedó unos instantes admirando su obra…
Las dos mujeres ofrecían una visión realmente arrebatadora. Seguían con sus manos esposadas a la espalda y ahora además, completamente abiertas de piernas exponiéndose de forma obscena, con sus orificios más íntimos totalmente rellenos. Con aquellas dulces tetitas bamboleándose mientras las pobres desdichadas buscaban inútilmente una postura algo más soportable. La única forma que tenían de librarse de esa tortura era levantándose. Normalmente, en situaciones parecidas el sádico se asegura de la imposibilidad de que se levanten añadiendo alguna restricción más, es decir añadiendo una nueva atadura, ya sea en los muslos, en las manos o en la cintura. Por alguna razón el general no lo hizo dándoles total libertad para levantarse y dejar de padecer. Las muchachas no lo hicieron sabían que eso era sólo el principio y si se levantaban algo peor vendría después. El general les explicó en qué consistiría la última prueba del día…
- Bueno guarras, esta es la prueba final, del resultado de la misma dependerán muchas cosas. De momento las fulanas tienen ventaja pero las esclavas pueden empatar el encuentro. Es una prueba de resistencia, ya sé que sois dos mujeres extremadamente fogosas por eso quiero ver cuánto calor sois capaces de resistir. La que aguante más sin correrse gana, si no aguantáis más y os rendís debéis levantaros de vuestros asientos y decir la palabra de seguridad. Eso indicará el fin de la prueba. Para evitar posibles trampas os taparé los ojos y los oídos. No os preocupéis que sabréis cuándo empieza la prueba. ¿Alguna duda, alguna pregunta?
- No mi señor.
- No señor.
- Perfecto, procedamos…
La prueba dio comienzo. Ambas muchachas sintieron una leve vibración en los consoladores que las taladraban. Tanto su vagina como su recto se encontraban bastante dilatados por lo que las leves sacudidas de los aparatos se transmitían con claridad a los cuerpos de las chicas. Unos tímidos jadeos se escapaban de vez en cuando. Lo forzada de la postura hacía que cada cierto tiempo alguna de las chicas se introdujese un pelín más de la cuenta los aparatos haciendo que lanzaran pequeños y agudos chillidos. Por supuesto, ninguna de las dos se escuchaban. Sólo sentían el cansancio de sus piernas y un agradable cosquilleo entre las mismas. Los espasmódicos temblores en sus muslos y pantorrillas daban prueba de lo incómoda de su postura. El general cómodamente sentado enfrente de las dos disfrutaba del panorama con una mano apoyada en su de nuevo dura herramienta. Sonriendo accionó el mando que tenía, la verdadera prueba daba comienzo…
Algo no cuadraba pensaba Sandra. Ya habían realizado una prueba en la que ganaba la que más tardaba en correrse ¿Cómo es que la repetía? No podía ser, había trampa. En efecto, muy sutilmente, de un modo casi imperceptible Sandra notaba algo más que el agradable cosquilleo. Los dildos estaban templados pero le parecía que algo más cálidos que al principio. Era como si en vez de calentar ella el metal como normalmente sucedía ahora fuese el metal el que la calentase. Bueno, las mujeres usan los consoladores para “calentarse” pero es que esta vez ¡se estaban calentando de verdad! Cada vez adquirían más y más temperatura. Era una prueba de resistencia pero no ganaba la que tardase más en llegar al orgasmo. ¿Cómo dijo? “Quiero ver cuánto calor sois capaces de resistir”. ¡Ganaba la que soportase por más tiempo aquellas resistencias en su cuerpo! Con un poco de suerte quedarían doraditas. Bromeó para sí con amargura.
Lo cierto es que Sandra comenzaba a preocuparse, aquellos cacharros iban ganando cada vez más temperatura. Sandra pensó en un principio que llegarían a tomar una temperatura incómoda pero soportable. Pero por lo que le parecía a ella los consoladores se estaban calentando cada vez más y más sin tener un límite. ¡Podrían quemarla de verdad por dentro! Esta idea la aterrorizaba, tenía una fuerte aversión a las quemaduras. Era algo que siempre había temido, por eso no le gustaba demasiado cocinar. Pero tenía que aguantar, no se podía rendir tan pronto. Si se rendía demasiado pronto su jefe se disgustaría con ella, no quería pensar en las cosas que le haría Irene, su secretaria si fracasaba…
El general estaba cada vez más excitado. No se cansaba de mirar a sus “conejillas”, las comparaba una y otra vez. Nadia parecía más serena, trataba de dominar su respiración mientras parecía concentrarse en algo. Los ahogados gemidos que emitía y su ruborizado rostro evidenciaban que no lo conseguía del todo. Sandra en cambio se doblaba sobre sí misma como si al hacerlo pudiera aliviar su angustia en el recto. Pasado un tiempo jadeaba con fuerza y se echaba hacia atrás tratando de paliar la incomodidad de su coñito. Así balanceándose de atrás adelante una, y evadiéndose de la realidad y controlando su respiración la otra; las dos mujeres le brindaban una magnífica prueba de la disparidad de estrategias con los seres humanos tratan de soportar el dolor… Mientras pensaba en estas cosas, no dejaba de admirarse por el comportamiento de Sandra. Estaba aguantando mucho. ¿Por qué lo hacía? Era una fulana, estaba allí por dinero. ¿Cómo tenía agallas para soportar tanto el dolor? Estaba intrigadísimo y a la vez exultante de alegría.
En realidad el propósito de su experimento era otro que la mera curiosidad de saber qué mujer aguantaba más el castigo. Debido a su reciente ascenso y consecuente cambio de destino, ahora le iba a ser mucho más difícil conseguir nuevas chicas a las que torturar y someter. En su anterior puesto como alcaide de la fortaleza, las nuevas reclusas siempre eran objeto de su lascivia pero ahora las chicas le iban a faltar. Aunque se había asegurado de contar con los servicios de Nadia y alguna otra reclusa más, no sería suficiente. Por eso comentando el problema con uno de sus más íntimos amigos, Don Augusto, éste le sugirió que acudiese a un buen burdel para conseguirse una buena provisión de esclavas temporales. Como no estaba muy seguro de que las prostitutas pudieran satisfacer sus apetitos, Don Augusto le recomendó que hiciese una prueba en el mejor burdel del país el que regentaba su también amigo Son Ramiro. Si quedaba satisfecho, tendría una buena provisión de muchachas casi tan buena o más como las que le proporcionaba el penal. Pronto tendría el veredicto final…
No aguantarían mucho más, nadie podría hacerlo sin quemarse y no tenía la menor idea de quién sería la primera en ceder. Un fuerte chillido anunció a la ganadora…
- AAAAAAYYYYYYY. ALCAZAR. ALCAZAR. Alcazar.
Sandra se había levantado derrotada. Las lágrimas que sobresalían de la venda demostraban lo mucho que había aguantado. Lo cierto es que durante la prueba se había concentrado en aguantar al máximo y ahora se sentía culpable por no haber pensado en su amiga. Si ella era la ganadora seguramente le aguardaba un duro castigo. Sintió como rápidamente le quitaban los tapones de los oídos y la venda de los ojos. Trató de mirar a su compañera para saber el resultado cuando oyó los desesperados gritos de su amiga.
- CASTILLO. AAAYYY. CASTILLO. AAYY.
- Bueno parece que tenemos un empate.
Aquellas palabras, desanimaron a Sandra. Habían empatado, es decir ella ganaba por 2,5 a 1,5. Pobre Nadia, trató de mirarla para darle algo de consuelo pero ella seguía vendada, le estaban quitando los tapones de los oídos. ¡Quizás había perdido y estaban empatadas 2 a 2! Con todas sus ganas deseó que así fuera. Esperó ansiosa el veredicto del juez…
- Vaya un resultado sorprendente, Fulanas 2- Esclavas 2. Me haréis seguir con la duda. Tendré que pensar y programar más pruebas para poder decidir mejor. Te felicito Zorra, has defendido bien a tu gremio. Don Ramiro se pondrá muy contento cuando hable con él. Muy bien Nadia, has sido una buena perrita.
- Muchas gracias mi señor. Es un honor complacerle.
- Muchas gracias señor. Me alegra saber que ha disfrutado de nuestros servicios.
Sandra se alegró al ver una clara sonrisa en el rostro de su compañera. El general estaba muy contento, muy pocas veces usaba su nombre de pila sólo cuando estaba verdaderamente complacido lo hacía. Nadia también se alegró por su compañera era evidente de que su jefe la recompensaría. Sin embargo Sandra tendría que completar su servicio…
Una vez desatadas de los taburetes, el general se sentó en el mismo sillón donde antes las observara. Las llamó con el dedo y las hizo acercarse. Tenía una hermosa joven desnuda y dispuesta a cada lado y su estaca pidiendo guerra. Ahora quería follar y estaba cantado con quién lo iba a hacer. Sandra se acomodó entre las piernas de su cliente y se dejó caer despacio. Tenía toda su zona muy dolorida, y la última prueba la había dejado mucho más sensible que antes.
- Ummm… Estás muy calentita zorrita. Se nota que has sido muy traviesa con los aparatitos. ¿Te gustan eh?
- AAAhhh… Sí señor. Me gustan. (Mintió descaradamente)
- Sííí mmmm… Tienes un coñito realmente encantador, estrechito y muy juguetón. Te mueves muy bien zorra…
- Gracias, señor…
- Esclava, no te ahí quedes parada. Chúpame las pelotas para que se me enfríen.
- Aahhh…
Las manos del general sobaban y masajeaban las indefensas tetas de Sandra. La muchacha se esforzaba por cabalgar con buen ritmo con sus manos aún atadas. Los atormentados pechos se quejaban por las bruscas atenciones que ahora recibían, Sandra no podía hacer nada por evitarlo. Lo más que conseguía era ahogar sus protestas y no gritar. Oras veces lograba disimular su dolor con algún gemido de placer. Pero recibió una sorpresa inesperada, Nadia parecía más interesada en su culito que en las pelotas del general. Esto unido a la constante estimulación de la hábil cabalgata despertó su libido. El general la hizo cambiar dos o tres veces de postura pero Nadia encontraba siempre la manera de llegar con su lengua a sus zonas erógenas. Cuando el general se vació dentro de ella Sandra había llegado a un nuevo orgasmo gracias a su nueva amiga.
El general las desató por fin. Estaba contentísimo y apenas prestó atención a las dos jóvenes que exhaustas se habían dejado caer sobre el suelo. Mientras se duchaba las dos amigas lograron contarse algunas confidencias. Sandra le prometió a Nadia que buscaría a sus padres y los tranquilizaría. Al parecer, iba a ser la esclava del general aunque oficialmente sería una reclusa rehabilitada que trabajaría en su hacienda. En esta nueva condición, si el general estaba satisfecho, quizás pudiera gozar de algo más de libertad y visitar a sus familiares. En cualquier caso, como lo más probable era que el general visitara con ella más veces el local se podrían comunicar y ver bastante a menudo.
Cuando salió el general de la ducha pasaron ellas pero ya no pudieron gozar de tanta intimidad porque el general las estuvo observando. Se despidieron como buenas amigas deseándose suerte con la mirada. Sandra más cansada que otra cosa agradeció el final de su jornada laboral. Pasando otra vez a aseo se regaló un nuevo baño de sales…
Epílogo
- ¿Qué haces aquí escondida?
- ¡Irene! Me has asustado
- La que estaba preocupada era yo que no te encontraba.
- ¿Qué tal ha ido todo?
- Bien… Al final creo que he hecho un buen trabajo. (Una chispa de orgullo brilló en sus ojos.)
- ¿Buen trabajo?... ¡Has estado fantástica! El general se ha afiliado como cliente VIP indefinidamente. Y no ha dejado de elogiarte. Teniendo en cuenta la chica que lo acompañaba no lo has debido tener fácil. Don Ramiro se ha mostrado muy interesado en ella. Creo que han hablado algo sobre vosotras pero no he podido enterarme bien. (Añadió en un tono más confidencial.)
- Vaya muchas gracias. Entonces Don Ramiro está contento…
- ¿Contento? Contento es poco. Está deseando verte y felicitarte. Hacía mucho tiempo que una chica no tenía un debut tan bueno, has estado perfecta en todo. Normalmente, siempre hay alguna pega pero en tu caso has sido la perfección absoluta. Eres un Zorrón de primera. ¡Cualquiera lo diría cuando te vi la primera vez!
- Me estas abrumando… Oye…
- No seas tímida, sabes que somos amigas. Puedes confiar en mí…
- Verás me siento un poco escocida… ¿Mañana tendré que trabajar?
- No… Tranquila hoy ha sido un día especial, normalmente como ya sabes no atenderás a tantos clientes ni tan exigentes como los últimos. Creo que el jefe te dará dos días libres por lo bien que lo has hecho. ¿Quieres que te dé un poco de pomada?
- Sí por favor…
Sandra se turbó enormemente. No era que se avergonzara de pedirle el favor, lo cierto era que le gustaba mucho la manera como Irene la masajeaba y la atendía cuando estaba dolorida y cansada. Se habían convertido en buenas amigas aunque Sandra nunca se sentiría tan unida con ella como con su nueva amiga Nadia. Después del masaje reparador, Sandra se vistió y se presentó ante su jefe…
Don Ramiro estaba exultante. Ciertamente Sandra había tenido una actuación soberbia. En muy poco tiempo Sandra se había convertido en su chica favorita. Bueno estaba la siempre fiel Irene, pero Sandra era su mejor puta, en eso no había discusión. Sandra no lo sabía pero su jefe no se había perdido detalle de su actuación. La había observado en todo momento a través de las cámaras y estaba realmente encantado. Desinteresadamente, se ofreció a llevarla a casa en su limusina al tiempo que le hacía un hermoso y generoso regalo.
Sin embargo la excelente actuación de Sandra había tenido efectos secundarios. Mientras iban en el coche Don Ramiro señaló a su paquete. Sandra advirtió entonces el tremendo bulto que se escondía en la tienda de campaña y supo inmediatamente lo que debía hacer. Se agachó y comenzó a darle a su jefe una de sus famosas mamadas. Don Ramiro quería probar su coñito y Sandra obediente comenzó a cabalgarlo. Estaba muy cansada y la polla de su jefe la incomodaba ligeramente. No obstante se esforzaba sinceramente por satisfacer a Don Ramiro. Su jefe disfrutaba de su puta aunque percibía los claros signos de agotamiento. Le faltaban la intensidad y la alegría de otras ocasiones, pero ¡qué zorra estaba hecha! ¡Lo estaba llevando al orgasmo! Sandra lo notó y cuando su jefe se vino dentro de ella simuló el suyo propio. Don Ramiro la abrazó complacido, le agradeció el detalle.
- Ha sido un día duro ¿Verdad?
- Sí Don Ramiro…
- Eres buena, no sólo eres una buena trabajadora, también eres una buena chica, una buena mujer. Gracias por simular tu orgasmo. Lo has hecho bastante bien…
- Yo… Don Ramiro…
- No te martirices, has trabajado mucho y tu cuerpo debe estar harto de tantas corridas es normal. Te agradezco el esfuerzo de simularlo. A los hombres nos gusta que las mujeres gocen con nosotros. Nos hace sentirnos verdaderos machos. Para la próxima vez, no recuperes tan pronto el resuello.
- Es… es la primera vez que finjo.
- ¿De veras? Chica tienes un talento natural para esto. Yo diría que naciste para puta…
- Gracias jefe…
Cuando Sandra se arropó entre las mullidas sábanas, por fin en una cama para dormir, meditó en todo lo vivido. Las palabras de su jefe no dejaban de darle vueltas. “¿Nací para puta? Chica parece que sí…”