Comienzo
Todo tiene un comienzo y el mío fue frente a un espejo de cuerpo entero que estaba en la puerta del baño de mi casa, en el que me reflejaba cuando estaba frente al lavatorio.
Todo tiene un comienzo y el mío fue frente a un espejo de cuerpo entero que estaba en la puerta del baño de mi casa, en el que me reflejaba cuando estaba frente al lavatorio. Si se abría la puerta contra el espejo del lavabo uno se podía mirar de atrás. Una luz cenital caía desde una lámpara embutida en el techo y de frente las luces del baño colaboraban a lograr una imagen nítida. Ese día era temprano y en la casa no había nadie porque mis hermanas y mis padres se habían ido a pasar el día en la quinta de mi tío y yo no fui, aduciendo un malestar estomacal, aunque lo cierto era que no había nada más aplastado que ir a la quinta de los tíos y volver ya de noche con la sensación de un domingo inútil, lo que me provocaba una congoja depresiva de la que recién salía, con suerte, los martes por la noche.
Lo concreto es que me había librado y aproveché mi soledad para darme un baño de agua caliente que me dejó relajado y con las sensaciones alteradas. Me estaba secando cuando de reojo vi mi cuerpo reflejado desde atrás porque la puerta estaba semiabierta y apuntaba sobre mí. Casi no me moví por un par de minutos observando el reflejo. La imagen que el espejo me devolvía se me figuraba otra persona, porque yo no veía mi cara sino un fragmento, una instantánea de una parte de cuerpo en realidad. Quería corroborar lo que había visto y volteé para acomodar mejor el ángulo. Volví a mirar, esta vez por un par de minutos. Todavía no puedo explicar por qué un impulso me llevó al canasto con la ropa y revisar hasta dar con lo que estaba buscando. La acomodé y pasé una pierna y después la otra, la fui subiendo lentamente hasta que encajó perfectamente. Bajé los genitales para ocultarlos y sentí el roce en la parte de atrás cuando el hilo de encaje se metió en el desfiladero que separaba mis nalgas. Mi mirada se extasió con la cola perfecta apenas envuelta en la tanga que veía en el espejo de atrás. Un pequeño triángulo negro de encaje se alzaba entre unos glúteos redondos que por debajo cortaban perpendiculares unas largas piernas delgadas pero firmes. Tenía dos sensaciones complementarias y ambas me excitaban. Por un lado estaba ese culo perfecto, cuya redondez coloreaba mis mejillas, pero al mismo tiempo sentía mi cola con una sensualidad recién descubierta, acariciada por la suavidad de la tela de la tanga. Yo era, a la vez, la mujer y el hombre que la miraba, que la deseaba. Imaginé una escena en la que un grupo de hombres se excitaban conmigo tal como yo lo estaba haciendo ahora y eso me animó aún más a completar la chica que se reflejaba en la puerta. Me puse el corpiño que hacia juego hallado en el mismo canasto y salí del baño en busca del resto. Al rato hacía mis primeras armas subido a unos zapatos de tacón y un vestido de flores verdes y amarillas cortito que, si ajustaba en el pecho, se abría en una amplia falda después de la cintura. Un hilo de semen se escurrió por una de mis piernas. Ese domingo de octubre, por primera vez, entendí lo que era el placer.