Comiendo y follando el primer culo
Le abrí las nalgas y vi su ojete, era un ojete muy pequeño para un culo tan grande.
Secundino tenía 18 años, su hermana Faustina 19 y estaba recién casada, Carmen, que era tía y madrastra de Secundino y de Faustina tenía 34 años, y se había casado con Lorenzo, el padre de Secundino y de Faustina después de haber muerto su mujer. Lorenzo tenía 46 años y andaba embarcado. Carmen tenía una hija de pecho de Lorenzo. Esta es su historia, historia que se desarrolla en una aldea gallega y que contaré cómo si yo fuera Secundino.
Era una tarde de primavera. Yo había ido a casa de mi hermana para preguntarle si iba conmigo a coger leña al monte. Cómo no estaba fui al monte a ver si la encontraba. Comenzó a llover. Para resguardarme de la lluvia me metí en la Cueva del Ahorcado. A esta cueva le pusieran ese nombre porque un hombre se ahorcara allí colgándose de una cuerda que sujetara en una raíz de pino que atravesaba el techo de la cueva. Ahora algunas parejas iban a follar allí por el morbo que les daba. A mi hermana Faustina, que era morena, rellena, de ojos color avellana, alta, de cabello negro y largo, con buenas tetas y culo gordo, se lo debía de dar, ya que estaba sentada en un viejo colchón que allí había. Tenía sus bragas blancas en los tobillos y se daba dedo en el coño. A su lado estaba Chino, su perro de raza loba. Mi hermana con una mano le meneaba la polla al perro, una polla roja, larga, carnosa y acabada en punta y con la otra mano se hacía una paja. Al tener los ojos cerrados no me vio llegar a su lado, y cómo al perro me conocía, tampoco le avisó de mi llegada. Le dije:
-¿Por qué le haces una paja a Chino y nunca me la hiciste a mí cuando vivíamos juntos?
Con el susto que se llevó casi le da un infarto. Quitó el dedo del coño y la mano de la polla del Chino y roja cómo un tomate maduro, me dijo:.
-¡Joder! Que susto me metiste, Secundino.
-Vaya viciosa que estás hecha.
Subiendo las bragas y bajando la falda me dijo:
-No le digas a nadie nada de lo que has visto.
-Yo no he visto nada... Si hacemos una paja juntos.
Me miró con cara de Sacaúntos y me dijo:
-Eres un cabrón.
Miré para Chino y vi que se había echado en el suelo y que con la cabeza girada se estaba lamiendo la polla.
-¿También se la chupas?
Levantándose del colchón, me dijo:
-¡No digas barbaridades!
Saqué la polla empalmada y le dije a mi hermana:
-Vuélvete a sentar y sigue haciendo la paja.
Se puso de uñas.
-¡Eres un chantajista!
-Tengo que aprovechar esta ocasión, pues sé que no habrá otra.
-Si se entera mi marido nos mata.
-¿Se lo vas a decir tú?
-Yo no
-Pues yo menos. ¿Nos corremos juntos?
Se volvió a sentar.
-Vale, pero que sepas que eres un desgraciado.
Volvió a levantar la falda, bajó las bragas, se abrió de piernas y mirando para mi polla se dio dedo. Al rato le puse la polla en los labios, mi hermana apartó a cabeza.
-Note la voy a chupar.
-Solo un poquito.
-No.
Apartó la cabeza cinco veces, después dejó que se la frotara en los labios, luego le pasó la lengua y cuando vio que se iba a correr abrió la boca y me chupó la cabeza de la polla. Después la agarró, me lamió los huevos, lamió de abajo a arriba y me volvió a mamar el glande. Chupando la metió casi toda en la boca, luego me la meneó, volvió a chupar el glande y ya me corrí en su boca. Mi hermana con la boca llena de leche comenzó a correrse y al hacerlo me metió un mordisco en la polla que pensé que me la arrancaba, luego abrió la boca y con mi leche cayendo de ella se acabó de correr gimiendo cómo una cerdita.
Al acabar de corrernos guardé la polla y ella subió las bragas y la falda. Y diréis vosotros. ¿Por qué coño no la follaste? No la follé porque podía dejarla preñada y era mi hermana
Al día siguiente me levanté de la cama y fui a la cocina a desayunar, Carmen, mi tía y madrastra, que era morena, de cabello negro y largo, muy alta, de ojos negros, gruesa y que tenía de todo, y todo lo tenía muy bien puesto, con el culo arrimado a la cocina de hierro me dijo:
-Me contó Faustina lo que te hizo en el monte -me puse colorado cómo un tomate maduro-, y también porque tuvo que hacértelo. ¿Te parece bonito chantajear a tu hermana?
Me pareció demasiada confianza, pero no era el momento de hacer preguntas, le dije:
-No, pero....
-¡Ni pero ni pera! Debió arrancarte la polla cuando se la metiste en la boca.
-Es que al ver cómo a Chino...
No me dejó hablar.
-¿Estaba Chino con ella? Debió azuzártelo.
Estaba visto que mi hermana le había contado lo que le había salido del coño. No iba a ser yo quien la descubriera.
-No creo que fuese la cosa para tanto.
-Bájate los pantalones que te voy a hacer lo que te debió hacer tu hermana.
-¿Me vas a... Ya sabes?
-Sí, te voy a joder bien jodido.
Se me dibujó una sonrisa en la cara cuando vi que Carmen se sentaba en una silla. Fui a su lado y bajé los pantalones, le puse la polla en los labios tal y como había hecho con mi hermana y le pregunté:
-¿Te gusta?
Me había equivocado de cabo a rabo. Me cogió en un brazado, me puso sobre sus rodillas y con aquellas grandes manos que tenía, que más que manos parecía palas, me dio en las nalgas.
-¡¡Plassssss, plasssss, plasssss, plassss!!
-Esto por el chantaje.
-Te piensas...
-¡¡Plinnnn, plassss, plinnnn, plasssss, plinnnnn, plassss!!
-¿Qué piensas que pienso?
-Redundancia, has...
-¡A mí no me llama gorda ni mi padre!
-¡¡Plassss, plasss, plassss, plassss!!
-¿Qué piensas que pienso?
No era el momento de explicarle que era una redundancia. Me había dolido una cosa mala, pero le dije:
-¿Te piensas que me duele? Le haces más daño a tus manos que a mi culo.
Carmen sacó de su pie derecho una zapatilla negra de esas que parece que tienen el piso de hierro y me largó:
-¡¡Zasssss, zasssss, zasssss, zasssss, zasssss, zasssss!!
Me dolió de cojones, le dije:
-¡Me has hecho mucho daño!
No me dio más. Permitió que dejara su regazo y me dijo:
-Espero que te sirviera de escarmiento.
Con el culo ardiendo y con la polla mirando al techo, vi que Carmen estaba muy colorada. Intuí que se pusiera cachonda al darme y le pregunté:
-¿Cierro la puerta con llave?
Me miró con cara de mala hostia, y de mala hostia me dijo:
-Tú no escarmientas, cabrón.
-¿Echamos un polvo, Carmen?
Se enfureció aún más
-¡¿Por quién me has tomado?!
-¿La cierro?
-¿Me tomaste por una perra?
Estaba alejado de ella, así que me tiré al monte a ver que pasaba.
-No, te tomé por lo que eres, una mujer que lleva más de seis meses sin sentir una polla dentro del coño. ¿Cierro la puerta?
-No tienes vergüenza.
Subí los pantalones y le pregunté:
-¿La cierro o me voy?
Al decirle que me iba su tono de voz cambió.
-Si se entera tu padre nos revienta.
Le dije lo mismo que le había dicho a mi hermana.
-¿Se lo vas a decir tú?
-No.
-Yo tampoco. ¿Cierro la puerta?
Ya se metió en harina.
-La cabeza me dice que te diga que no, y el coño me dice que te diga que sí... Ganó el coño, cierra.
Regresé de cerrar la puerta. Carmen me dijo:
-Coge una silla y siéntate enfrente de mí.
Cogí la silla y me senté a un metro escaso de ella. Me preguntó:
-¿Comiste algún coño?
-Casi huelo uno.
No me preguntó de quién era el coño, sabía que fuera el de mi hermana. Se puso en pie, se quitó las bragas, se levantó la falda y vi su coño, se volvió a sentar y se abrió de piernas. Tenía un increíble felpudo de pelo negro. Carmen metió dos dedos dentro del coño, los sacó pringados de jugos y me los puso en los labios. Abrí la boca, los dedos entraron en ella y los chupé. Sabían salados y olían a bacalao. Al sacar los dedos de mi boca, me preguntó:
-¿Quieres más, vicioso?
-Sí.
-Arrodíllate delante de mí.
Me arrodillé, se abrió más de piernas, me cogió la nuca con una mano, me puso la boca en el coño y me dijo:
-Lame cómo si fueras un perro.
Al ir a lamer vi cómo Carmen acariciaba una piel abultada que tenía una polla diminuta dentro. Hoy sé lo que era el clítoris, pero por aquel entonces no tenía ni pajolera idea que era aquello que estaba frotando.
Lamí cómo me había dicho. Carmen tenía cantidad de babas en su coño. La lengua me quedó pastosa. Tragué. Aquello era vicioso. Poco después me dijo:
-Jódeme el coño con la lengua.
Al meter la legua dentro del coño por séptima u octava vez sentí como su coño la apretaba y después noté algo caliente en la punta, ese algo caliente eran los jugos de su corrida y detrás de ellos vinieron más. Carmen mordió el canto de una mano y con la otra apretó mi boca contra su coño mientras se corría. Cuando acabó parecía tener más ganas que antes de correrse, ya que hizo que me levantara, abrió la bragueta, sacó la polla y al verla me dijo:
-¡Te voy a drenar!
La metió en la boca y meneándola me la chupó. Me la chupó unos diez segundos, que fue lo que tardé en correrme en su boca. Mi leche le debió saber bien, ya que la tragó con tanta ansia y gimiendo de tal modo que parecía que la que se estaba corriendo era ella.
Al acabar de degustar mi leche, me dijo:
-Desnúdate.
Me desnudé y ella también lo hizo. Estaba para darse una fiesta con su cuerpo. Sus grandes tetas tenían bellas areolas oscura y pezones gordos cómo dedales. Vi salir una gota de leche por uno de sus pezones. La polla se me puso mirando para el techo y exclamé:
-¡No sabes cuantas veces soñé con beber de tus tetas!
Apretó las dos tetas y de sus pezones salieron dos regueros de leche. Me dijo:
-Ven y bebe.
No me lo tuvo que decir dos veces. Fui a su lado, le cogí las tetas, apreté una con las dos manos y me harté de beber la leche más dulce que recordaba haber probado. Luego fui a por la otra teta y bebí, después Carmen se agachó, cogió mi polla con sus tetas y me dijo:
-Fóllalas.
Las follé con ansia viva hasta que me corrí entre ellas.
Al acabar de correrme tuvimos que ir para su habitación, pues en el piso de la cocina se patinaba. Allí, echada boca arriba sobre la cama, me dijo:
-Hazme lo que quieras.
No me lo tuve que pensar.
-Ponte a cuatro patas.
Se puso a cuatro patas. Le eché las manos a las tetas y le puse la polla en el ojete. Me preguntó:
-¿Qué haces, maricón?
-Voy a darte por el culo, pues por el coño no me vas a dejar. ¿O sí?
-¿De dónde sacaste esa idea?
-Las mujeres no dejan follar porque tienen miedo a quedar preñadas. Lo dicen todos mis amigos.
-Para eso están los condones, para que no quedemos preñadas... Pero si antes quieres ponerme perra comer el culo ayudaría.
-¿Y cómo se come?
Se dio la vuelta y me dijo:
-Ponte cómo estaba yo.
Me puse a cuatro patas. Me echó la mano a los huevos y los acarició mientras su lengua lamía mi ojete, después la metió y sacó de él. Mi polla comenzó a latir y mi ojete a abrirse y a cerrarse. Me cogió la polla, la tiró hacia atrás y me la mamó al tiempo que me metía un dedo en el culo. A punto de correrme, paró de mamar y de follarme el culo y me dijo:
-Se hace así.
-Acaba, no me dejes así.
Se echó boca arriba y me dijo:
-Dame a comer lo que quieras.
Le puse el culo en la boca. Carmen lamió mi ojete, cogió mi polla, la meneó y en nada me corrí. El primer chorro de leche fue a dar a su pie izquierdo, el segundo le cayó en el monte de venus, el tercero en el vientre y los otros entre las tetas, cerca de su cuello y en el cuello.
Al acabar de correrme, me dijo:
-Limpia con la lengua tu leche de mi cuerpo.
Aquel no era plato de mi gusto.
-Ni borracho haría tal cosa.
-¿Es que nunca probaste tu leche después de hacer una paja?
-No es lo mismo.
-Si no me limpias con tu lengua, te quedas sin meter.
No me quedó más remedio que lamer la leche... Cuando lamí la de su monte de venus, me cogió la cabeza con su mano derecha, me la llevó a su coño, y me dijo:
-Lame.
Lamiendo de abajo a arriba me preguntó:
-¿Quieres que te enseñe a hacer que se corra una mujer comiéndole el coño?
-Quiero.
Abre el coño con las dos manos -lo abrí-. ¿Qué ves?
-Parece un mejillón gigante.
-Mete tu lengua y lame por los lados -lamí varias veces- Lame la pepitilla -puso un dedo sobre el capuchón del clítoris, lo retiro y lamí-. Chúpalo -chupé-. Mete y saca la lengua del agujero del coño-metí y saqué mi lengua del coño varias veces-. Ahora vuelve a hacer todo cómo tú quieras. Si quieres también puedes jugar con tu lengua en mi ojete y acariciarlo con un dedo.
Le di un repaso tan grande a aquel coño que hice gemir a Carmen cómo una puta. Cuando ya se moría por correrse, me dijo:
-Méteme un dedo en el coño, sácalo, mojado mételo dentro del culo y chúpame la pepitilla.
Le metí el dedo en el coño y lo saqué pringado de jugos. Se lo metí dentro del culo y se lo follé con él. Carmen me echó la mano a la nuca y me llevó la boca a su coño. Chupé su clítoris y exclamó:
-¡Me corro!
Después de correrse lamí su coño encharcado y luego lamí la leche de su vientre y a continuación la de sus tetas. Al llegar a ellas me volvió a coger la cabeza, me la puso encima de su teta derecha y me dijo:
-¿Quieres que te aprenda a comer unas tetas?
-Yo lo que quería era correrme, pero aprender a comer unas tetas no me venía mal.
-Quiero.
-Agárralas por debajo y magréalas - las agarré por debajo, las magreé y la leche comenzó a brotar de ellas-. Lame los pezones aplastándolos hacia abajo-los lamí y los aplasté-. Chúpalos -los chupé-. Lame los arillos- lamí sus areolas cubiertas de leche-. Ahora mámalas sin dejar de magrear -mamé sin dejar de magrear y más leche llenó mi boca.
Cuando se cansó de que le comiera las tetas, por los lados, por abajo, por arriba, por todos los lados, me dijo:
-Así se maman unas tetas. Acaba de limpiarme.
Lamí la leche que tenía cerca del cuello y en el cuello. De nuevo me cogió la cabeza, esta vez fue para darme un beso a nivel que no me cayeron los calzoncillos a plomo porque no los tenía puestos. ¡Cómo usaba la lengua la jodida! Después de besarme cogió una caja de condones en el cajón de la mesita de noche, me puso uno, se abrió de piernas y me dijo:
-¡Ataca mi coño!
¡Vaya si ataqué! Le metí una estocada desde todo lo alto que le llegó a lo más profundo de su coño. Carmen me agarró el culo, me apretó contra ella y me folló. Con la polla dentro y subiendo la pelvis movió su culo de lado a lado y alrededor al tiempo que me comió la boca. ¡Parecía un pelele encima de ella!, un pelele que se corrió en el momento en que ella se arqueó y le dijo:
-¡Me corro!
Al acabar de corrernos, me quité de encima de ella. Cuando Carmen se recuperó me sacó el condón, le dio la vuelta, se tragó la leche que salió de él, se relamió y me dijo:
-¿A que soy una cerda?
-Eres.
-Y tú un cerdo.
-¡¿Yo?!
-Sí, tú. ¿O no me comiste el culo?
-Comí, pero...
-Sin peros o no hay culo. ¿O no quieres follarme el culo?
-Quiero, claro que quiero.
Se echó boca abajo y me dijo:
-Prepáralo que ya sabes cómo hacerlo.
Carmen tenía el culo blanco e inmenso. Tímidamente le di una suave palmada en él. Ella me dijo:
-Da con ganas o no des.
Recordé lo que me hiciera, pero no quise vengarme. Le di con la fuerza justa.
¡Plassssss, plasssss!
Carmen me dijo:
-Eso ya está mejor.
Le abrí las nalgas y vi su ojete, era un ojete muy pequeño para un culo tan grande. Lo lamí, y me dijo:
-El coño también.
Quise tomar las riendas del polvo.
-¡Calla, Carmen, calla!
-¡Plasssss, plassss, plasssss, plassss!
Lamí el coño y la lengua se me llenó de babas que llevé hasta el ojete, el cual lamí y después folle cómo me lo había follado ella a mí. Sintiendo cómo su ojete se abría y se cerraba oí cómo me decía:
-Vete metiendo un dedo, después dos, después tres...
-¡Plasssss, plasssss, plasssss, plasssss!
-¡Que te calles, cooooooño!
La mandaba callar, pero hacía lo que me mandaba, no fuese que me mandase a la mierda, aunque a la mierda ya andaba. Después de lamer de nuevo desde el coño al ojete, le metí un dedo dentro del culo, me dijo:
-Dame en el culo de paso que metes los dedos y dame fuerte.
A Carmen le gustaban los azotes. Cogí la zapatilla con la que me había dado, una zapatilla marrón, y le di con fuerza:
-¡¡Plasssss, plassssss, plassss, plasss!!
-¡Qué bueno! Si quieres ver mi coño goteando sígueme dando con fuerza.
Creí que me estaba vacilando. Me olvidé de los dedos y le di a romper.
-¡¡¡Plasssss, plassssss, plassssss, plasssss, plasssss, plassssss!!!
Carmen estaba gozando.
-Siento cómo gotea.
Le miré para el coño y estaba goteando. Me puse tan cachondo que tiré la zapatilla, le eché las manos a las tetas, le puse la polla en el ojete y se la clavé hasta la mitad. Carmen echó el culo hacia atrás y la metió hasta el fondo. Me volvió a follar moviendo el culo hacia atrás y hacia delante. Sintiendo cómo mis manos se llenaban con la leche de sus tetas, cómo mis huevos chocaban con su coño mojado y oyendo sus gemidos vi que no iba a aguantar. Cerré los ojos y pensé en una vieja muy fea que había en la aldea. La vi desnuda... Pero tenía las tetas de mi tía, las tetas echaban leche y su coño goteaba y "¡pum!", exploté dentro de su culo. Carmen siguió dándole al culo mientras yo descargaba, pero no se corría, no se corría hasta que sintió a mi hermana decir al otro lado de la puerta:
-¿Estás bien, Carmen?
Entonces se corrió como una vaca, o sea, descargó bien descargado y no pudo evitar decir:
-¡Me corrooooo!
Oí de nuevo la voz de mi hermana:
-¡Joder que corrida, Carmen! ¡Vaya paja te acabas de hacer! Cojo la sal y me voy.
Unos días después mi hermana Faustina se quedó a dormir en nuestra casa porque su marido empezaba a trabajar de noche. Pasadas las dos de la madrugada me desperté al meterse alguien en mi cama. Imagine que era Carmen, pero cuando apoyó las tetas en mi espalda las encontré duras. Solo podía ser mi hermana, En bajito le pregunté:
-¿Qué haces aquí, Faustina?
En bajito me respondió;
-Busco cariño.
-¿Pasó algo con tu marido?
-Sí, aún no me corrí con él.
Me levanté de la cama y abrí la contra un poquito para que se pudiera ver. Al volver a la cama mi hermana se destapó, levantó la enagua y quitó las bragas.
Mirando para su coño peludo la polla se me puso dura. Le dije:
-Te voy a comer viva.
Le acaricié el cabello y pasé mi lengua por sus labios, abrió la boca, sacó la lengua y comenzamos a lamernos y a chuparnos las lenguas. Después le bajé las asas de la enagua y se la quité por los pies. Comencé a poner en práctica lo que me aprendiera Carmen. Le cogí las tetas por debajo y magreándolas le lamí los pequeños pezones aplastándolos con la lengua y luego se los chupé, después lamí las areolas oscuras y le chupé sus gordas tetas, para más tarde lamer y chuparlas por los lados, por abajo y por arriba... Volví a chupar pezones y areolas de unas tetas sin leche, pero duras como melones. De las tetas bajé al coño, lamí los labios, lamí de abajo a arriba y al lamer el clítoris mi hermana ya se corrió. Se corrió tapando la boca con una mano y convulsionándose. Lamiendo su pequeño coño sentí su corrida caliente en mi lengua.
Al acabar de correrse no daba ni tenía. Me quité los calzoncillos, me arrodillé celante de ella y froté mi polla en su coño y en su clítoris hasta que me corrí, lo hice entre sus labios vaginales y la entrada del coño. Con el coño pringado de jugos y cachonda a más no poder me dijo:
-Métela ahora, Secundino.
-Va a entrar la leche con ella y puedes quedar preñada. Mejor te la vuelvo a comer.
-No, quiero que me la metas, quiero saber que siento al correrme con una polla dentro.
-En ese caso espera que la limpio.
Metí mi cabeza entre sus piernas y le lamí el coño.
-¡Joder que puerco eres, Secundino!
Me llamaba puerco, pero me cogió la cabeza con las dos manos y hasta que se corrió de nuevo no me la dejó quitar del coño.
Quedó espatarrada de nuevo, pero mi hermana era de las que iban a piñón fijo. Tan pronto cómo recuperó fuerzas, me dijo:
-Métemela.
Se la metí, con dificultad, ya que tenía el coño muy cerrado. Al tener toda la polla dentro le dije:
-¿Tan pequeña tiene la polla tu marido?
-Muy grande no la tiene, pero, ¿quieres follar y dejarte de preguntas?
¿Follar? Lo de follar ya tenía más dificultad, pues a Carmen no la había follado yo, me había follado ella a mí. Para no cagarla cómo su marido, la cogí por la cintura, la puse encima de mí, y le dije:
-Fóllame tú y córrete cuantas veces quieras.
Mi hermana puso sus manos en mi pecho y me folló. Movió el culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás primero despacio y después aprisa. Las tetas apenas se le movían y menos se le movieron cuando se las cogí y se las magreé. Luego, haciéndome el interesante, le tiré de los pezones hasta ponerlos al alcance de mi boca. Mamando sus tetas me siguió follando. Al rato noté que su coño apretaba mi polla. Dejé de mamar sus tetas y le miré para la cara. Mi hermana me quiso decir algo, pero los ojos se le pusieron en blanco y su cabeza cayó sobre mi hombro. Sentí como temblaba sobre mí y cómo su coño bañaba mi polla. Aún se estaba corriendo cuando comencé a correrme. La quise quitar de encima, pero al sentir mi leche dentro de ella me folló de nuevo a toda hostia . La corrida fue brutal, por lo larga e intensa, no la mía, la suya ya que se volvió a correr. Corriéndose me metió un mordisco en el cuello que hizo sangre. De este mordisco presumí durante quince días, eso sí, sin decir quien fuera la mujer que me lo había hecho
Mi hermana Faustina al acabar de destrozarme el cuello y la polla se puso la enagua y las bragas. Yéndose, giró la cabeza y me dijo en bajito:
-Volveré.
Quique.