Comiendo en Madrid
Visito a Alex en la ciudad donde estudia y acabo tirandome a otro tío...
Puesto que ya llevamos unos cuantos relatos, me voy a saltar los párrafos innecesariamente introductorios y pasaré al relato en sí, aunque sí dejaré un breve resumen: Me llamo David, soy moreno, de ojos marrones, piel no demasiado clara y barbita. Tengo buen cuerpo sin ser nada excepcional. Soy bisexual y mantengo una especie de relación a distancia con un chico que veranea en el mismo pueblo que yo, llamado Alex.
Esto pasó un puente que fui a visitar a Alex a la ciudad donde estudia, Madrid. Llegué un miércoles por la noche y me fui un domingo por la tarde. Como podréis adivinar, fue un puente genial en el que salimos, bebimos, follamos y todas las cosas que normalmente no podemos hacer debido a la distancia que nos separa. Sin embargo, él el viernes tenía clase y no podía faltar así que cuando me levanté, medio resacoso, sólo tenía una nota suya diciéndome que vendría para comer y que lo haríamos fuera.
Me duché, apañé un poco la habitación y esas cosas y cuando terminé vi un mensaje en mi móvil diciendo que tenía que comer en la uni para quedarse a terminar un trabajo y así poder tener el finde libre, le contesté que sin problemas y me dijo donde había cerca de su casa un par de tiendas donde pillar algo de comer.
Salí y bajé un par de calles hasta llegar a una pequeña plazoleta donde había una tienda china. Tenía pensado ir a un super cercano a comprar una pizza pero decidí pasar a mirar si tendrían ahí y me ahorraba el resto del paseo.
Justo cuando yo iba por más o menos la mitad de la plazoleta apareció por la otra parte un chico algo más bajito que yo que me llamó muchísimo la atención.
Aunque Alex y yo mantenemos una relación abierta, no solemos ejercerla cuando pasamos tiempo juntos, sino que nos “dedicamos” el uno al otro. También es cierto que yo por Alex siento cosas que van más allá de la mera atracción física y que por tanto, cuando paso unos días con él, el resto de tíos no se le pueden comparar, no llaman tanto mi atención.
Sin embargo, aquel chico me puso increíblemente cachondo solo con mirarle. Era mi prototipo de chico perfecto. Algo más bajito que yo, delgado pero con formas, especialmente la proporción entre sus hombros y su cintura, estilizada gracias a la chupa de cuero ajustada que llevaba. Unas piernas bonitas marcadas por unos vaqueros pitillos. Rubio, de rasgos acentuados. Y lo más importante, cierto aire de timidez e inocencia que me ponía muy muy burro. Además de tener cierta pluma, cierto deje en el caminar que me hizo saltar el radar (aunque no sería la primera vez que me fallaba).
Me gustó tanto que fui incapaz de ser disimulado a la hora de mirarle y me pilló, bajando la cabeza mientras enrojecía ligeramente.
Como he dicho, me gustan con cierto aire de timidez, así que os imagináis como me puse.
¿La gracia de todo esto? Entro justo en el chino al que iba a entrar yo.
Empecé a recorrer las estanterías de comida por si veía algo barato que me apeteciese y él parecía estar en una situación parecida porque andaba por los mismos pasillos, lanzándome miradas de vez en cuando.
Así que me dije que, estando en una ciudad que no era la mía y con posibilidades nulas de volver a cruzarme a ese chico en mi vida de nuevo, no perdía nada por intentarlo.
Le alcancé a la altura de los precocinados de ramen y, me coloqué detrás suya mientras examinaba una caja, extendiendo la mano para coger una yo mismo.
— Está bastante bueno, es barato y se prepara rápido.
Se giró sobresaltado, ahogando un jadeo de sorpresa, y enrojeció ligeramente mientras me dedicaba una sonrisa tímida.
— Nunca lo he probado.
— Está muy bueno —le contesté esbozando también una sonrisa que, prácticamente sola, me salió como las que empleo siempre que trato de ligar con alguien—, pero ese que has cogido es del picante, este —le di otra caja— es más suave. Pero tampoco le eches toda la bolsita de polvos si es la primera vez, hecha tres cuartos o así.
— Gracias —me dijo—, creo que voy a probarlo. Pero las instrucciones están en chino.
— Es muy fácil —le dije— se prepara aquí mismo, solo tienes que echar agua hirviendo, añadir el contenido de las bolsitas, tapar durante diez minutos y ya puedes comertelo.
— Gracias —me dijo, bajando la mirada avergonzado nuevamente aunque luego volvió a levantarla, mirándome.
Interpreté eso como una buena señal.
— ¿Comes sólo o qué?
— Si, mis compañeros de piso se han pirado esta mañana y yo me he levantado hace diez minutos y no tenía nada en la nevera así que… —se mordió el labio—. ¿Y tú?
— Yo me quedo todo el puente en casa de un amigo pero él tiene clase hoy y ha tenido que quedarse a comer a última hora, así que me ha tocado bajar a por algo.
— Ah, bien.
Nos quedamos los dos callados.
— Bueno, pues voy a pagar —dije.
Respondió atropelladamente algo que no terminé de entender y me siguió a la caja. Me dedicó una sonrisa antes de que me marchase y decidí esperar en la puerta a que saliese.
— ¿Te apetece que comamos juntos?
— ¿Estás intentando acostarte conmigo? —fue su respuesta. Su timidez había casi desaparecido, cómo si el darse cuenta de que intentaba cortejarle le hubiese dotado de cierta seguridad.
— Sí —respondí, sin rodeos.
Volvió a bajar la mirada.
— Mira, no es que no me parezcas atractivo. Porque la verdad es que me pareces super guapo. Pero nunca me he acostado con un tío que no conociese y…
— Siempre hay una primera vez para todo —le dije—. O si no, podemos ir a comer a ver si te sientes algo más cómodo y si no, pues nada. Total, tampoco tengo nada que hacer hasta que venga mi amigo de la uni.
Esbozó una especie de sonrisa mientras volvía a bajar la cabeza.
— Vale, supongo que eso te lo puedo conceder, aunque sólo sea por el morro que le has echado.
Recorrimos todo el camino a su casa hablando de cosas varias. En ningún momento me preguntó mi nombre o me dijo el suyo y yo también lo prefería así. Tenía cierta gracia que nuestras identidades no fuesen trascendentales. Yo ya había puesto todas las cartas sobre la mesa y él sabía lo que se podía esperar de mí, la charla era meramente por no incomodar con el silencio. Me contó que era gallego y que por tanto sólo volvía a casa en vacaciones y un par de detalles más de poca relevancia, ya que su casa no estaba muy lejos.
Entramos y noté en el cierto nerviosismo. Yo, descarado y teniendo muy claro que poco había que perder, me acerqué a él tan pronto como la puerta se cerró y deposité un beso en sus labios. Aunque reaccionó con sorpresa, se dejó besar. Tuve cuidado de que el beso le ayudase a decidir si acostarse conmigo o no, fui igualmente tierno y pasional, dejándole entrever cuando le deseaba pero dejando claro que respetaba sus limites, mi mano se limitó a situarse en su cintura.
Me separé de él con lentitud, no dejando demasiada distancia entre sus labios y los míos y notando con satisfacción como él, instintivamente, había echado su cabeza hacia adelante cuando yo retiraba la mía en un intento de alargar el beso.
Se quedó unos segundos respirando hondo, en silencio.
— Para todo hay una primera vez —dijo, citándome, antes de acercarse a mi y ponerse ligeramente de puntillas para juntar sus labios a los míos, mientras su mano se dirigía a mi chaqueta y bajaba la cremallera.
Le besé mientras le quitaba su chupa y lo acercaba a mí rodeando su cintura, acariciando sus nalgas sin ser demasiado sobón para que no se sintiese incómodo.
Estuvimos ahí de pie un rato, besándonos, hasta que se separó de mí y, sin mirarme a los ojos, me dijo.
— ¿Tienes mucha hambre o podemos dejar lo de comer para… después?
Por toda respuesta, le cogí su bolsa (la mía la había dejado caer nada más entrar) y se la quité de las manos, dejándola caer al suelo mientras le atraía para volver a besarle y mis brazos le levantaban la sudadera, dejándole en camiseta.
Lo primero que me sorprendió fue la definición de los músculos de sus brazos. Pasé mis manos por debajo de su ropa, acariciando su piel, y comprobé con mi tacto que su torso también estaba algo más definido de lo que esperaba.
Colocó ambas manos en mi pecho, cogiendo la cremallera de mi sudadera, bajándola y dejándome a mí también con una sola camiseta.
Nuestras bocas seguían enzarzadas en el beso, en la batalla por conquistar a la boca del otro, me gustaba como se dejaba besar pero a la vez jugaba, participando activamente en el beso sin pelear por el control del mismo.
Tiré hacia arriba de su camiseta, separándome de sus labios lo justo para que pasase por su cabeza y la pudiese tirar al suelo. Aproveché para echar una mirada a su piel clara extendida sobre los músculos de su torso y me relamí teatralmente, arrancándole una sonrisa antes de volver a unir nuestros labios.
Mis manos recorrían impacientes su piel mientras nuestras lenguas peleaban, mientras nuestros labios se acariciaban abandonándose ocasionalmente para visitar el cuello del otro. Me tenía que controlar para no eliminar ya mismo la ropa que le quedaba pero, dada su reacción inicial, no quería presionarle.
Aunque ya no quedaba rastro de su timidez.
Eso es lo que me gusta, lo que me pone de este tipo de chicos. Como ese aire de timidez e inocencia desaparece tan pronto como empieza el contacto, dejando solo paso a la pasión, a la avidez.
Mientras sus jadeos acompañaban nuestros movimientos y mis manos seguían acariciando cada centímetro de su piel expuesta, sus dedos desataron el botón de mi pantalón y bajaron la cremallera. Sus manos subieron después por mi abdomen, acariciándolo con las uñas y levantando la camisa hasta mi caja torácica, bajando de nuevo las manos, metiéndolas en mi pantalón y acariciando mi pene y escroto por encima de la tela.
Desabroché yo también su pantalón y tiré hacia abajo, llevándome también la tela de su ropa interior y llevando las manos a su culo, acercándolo a mi mientras lo acariciaba, paseando mis dedos por entre las nalgas, mientras su boca abandonaba la mía para acariciar mi cuello con sus labios.
— Joder —dije, entre un par de jadeos—, encima estás depilado.
— ¿Te gusta? —me preguntó, separándose lo justo para mirarme a la cara, sonriendo.
— Mucho —contesté, agarrando de su nuca y volviendo a atraerlo hacia mí para besarle, mientras su mano empezaba a moverse arriba y abajo por mi polla, aún por encima de la tela.
— Se nota —dijo contra mi boca, mientras agarraba mi polla, esta vez por dentro de la tela, antes de ir besando la línea de mi mandíbula hasta llegar a mi oído—. La de mi novio era más pequeña. Tengo unas ganas de que me folles…
Le atraje hacia mí, mordiendo su cuello con un gruñido de lo cachondo que me puso ese comentario. Él, por su parte, bajó algo mis calzoncillos, de modo que mi verga erecta sobresaliese y él tuviese más comodidad para masturbarme.
Se separó, miró hacia abajo y me sonrió.
— Ven —dijo, tirando de la cintura de mi pantalón.
Llegamos hasta una habitación, cerró la puerta y tan pronto como hizo esto volvió a besarme mientras bajaba mis pantalones y después bajaba él, acercando su boca a mi polla y empezando a hacerme una mamada.
Sus labios se movían por mi verga con decisión y aún así se denotaba cierta inexperiencia. O nerviosismo, más bien, como si temiese cagarla y actuase lento y seguro. Con todo, era agradable y más cuando alzaba la vista para mirarme.
Poco a poco fue soltándose y sus movimientos dejaron de ser mecánicos y rígidos para ganar en avidez y soltura. Sus labios empezaron a recorrer mi pene con voracidad, envolviéndolo entero, subiendo y bajando sin dejar en ningún momento que mi polla saliese de su boca. Usaba su mano como apoyo, recorriendo las partes de mí tronco que quedaban fuera del alcance de su boca.
Pronto pareció hacer la mamada más por el gusto de hacerla que por el placer que me proporcionaba a mí y, como sabréis, esas mamadas son las mejores.
Ya no se limitaba a subir y bajar con sus labios, utilizaba también la lengua, me masturbaba mientras con ella recorría de abajo a arriba y luego lamía mi glande, antes de introducírselo en la boca, besándolo, llenándolo de saliva.
Yo estaba recostado contra la puerta de su habitación, disfrutando y jadeando. Cuando le noté más suelto, coloqué mis manos en su pelo, enredando mis dedos sin agarrar fuerte y empecé a marcar el ritmo, empujando su cabeza hacia mi polla una y otra vez. Si le molestó, no se quejó, así que yo continué haciéndolo, soltándole de vez en cuando para darle libertad, momentos en los cuales expresaba más voracidad que nunca, como si lamer mi polla fuese su único propósito en el mundo.
Como me molan los tíos que la chupan con ganas.
Tiré de su pelo hacia atrás, aparándole de mi polla y obligándole a mirar hacia arriba.
— ¿Vas a seguir chupando hasta que me corra o prefieres parar y que te folle?
Me sonrió, apoyando una pierna para levantarse.
— Prefiero que me folles —dijo, llegando hasta mí y volviendo a besarme, sus manos terminaron de despojarme de mi camiseta y sin dejar de besarnos nos fuimos acercando a su cama.
Aunque desabrochados y casi caídos, seguía teniendo los pantalones puestos, así que tiré de ellos para eliminarlos, nos separamos lo justo para que pudiese quitárselos del todo, pero aún así nuestras bocas estaban a pocos centímetros, jadeando, mezclando nuestros alientos.
Tan pronto como terminó, empecé a bajar por su cuerpo, delgado pero fibrado, abriendo camino con las yemas de mis dedos para luego recorrerlo con mis labios. Sorprendido de no encontrar ni un solo pelo.
No era el primer chico depilado con el que me acostaba, pero la mayoría solía dejarse el camino que iba del ombligo al sexo, al menos. Él no.
Continué bajando hasta llegar a su pene. Era bonito. No grande, ni gordo, bonito. No se curvaba y al retirar el prepucio se revelaba una cabeza rosada. Me lo introduje en la boca sin problemas, llegando hasta presionar mi nariz con la piel de su bajo abdomen y volviendo a subir.
Conforme mis labios y lengua subían y bajaban por su pene empecé a oír los gemidos brotar de su garganta. Acariciaba sus huevos mientras succionaba, metiéndome su pene una y otra vez en la boca, rodeándolo con mis labios, acariciándolo con mi lengua.
Mis manos recorrían sus muslos y sus nalgas. No suelo fijarme demasiado en las piernas de los tíos pero las suyas eran bonitas, de músculos definidos (en la conversación post-polvo me enteré de qué practicaba ballet desde pequeño). Subía desde sus rodillas por sus muslos hasta sus caderas, donde las asía con fuerza mientras continuaba practicándole la mamada.
Saqué su pene de mi boca y le empujé contra la cama, tumbándole en ella. En lo que tardé en volver a metérmela en la boca la cogió y empezó a masturbarse, sujetando mi cabeza tan pronto como la acerqué y masturbándose con la otra mano mientras trataba de obligarme a mantenerme en su glande.
Inconscientemente, aparté sus manos tanto de mi cabeza como de mi polla, dejándole claro, aunque no había sido hecho adrede, que el ritmo lo marcaba yo.
Sus manos se movieron entonces a acariciar mi pelo y la parte superior de mi espalda mientras las mías subían por su abdomen sin que mi boca abandonase su verga en ningún momento.
Las bajé por sus muslos, acariciando la cara interior hasta llegar a las rodillas y subirlas, levantando su culo y colocando ante mi su ano, también depilado, rosado y expectante.
Agarré su polla con mi mano derecha y empecé a masturbarle mientras que mis labios se acercaban a su ano, besándolo y acariciándolo antse de abrirse y dejar que mi lengua lo explorase, lo recorriese, lo acariciase de arriba abajo y en círculos, mientras me ganaba como premio sus gemidos, cada vez más altos, que me encendían más y más y provocaban que las caricias que mi boca dejaba en su esfínter creciesen de intensidad. Así como cuando él me comía la polla como si fuese lo único del universo, yo le comía el culo como si arrancarle gemidos con mi lengua fuese lo único que me importaba.
No me dediqué únicamente a su ano. Subía con mi lengua por su perineo, jugaba con sus huevos y luego subía por su pene hasta llegar al glande, besándolo y metiéndome su pene en la boca un par de veces antes de volver a bajar a su esfínter.
Siempre me ha gustado que los chicos a los que practico cualquier forma de sexo muestren si les está gustando o no y, en ese sentido, él era perfecto. Prácticamente en ningún momento cesaba de salir de su boca algún sonido que denotase placer y su cuerpo se arqueaba de vez en cuando, cuando le venía una oleada más intensa, normalmente acompañada de algún gemido más alto y prolongado.
Seguí un buen rato lamiéndole el ano, a veces con movimientos rápidos, otras con lametones más suaves y otras simplemente depositando besos con mis labios, antes de volver a subir, lamer sus pelotas, y volver a chuparle la polla, antes de volver a subir por su abdomen, pararme un rato en su pecho y llegar hasta su cuello y su boca.
En este punto yo ya estaba prácticamente tumbado sobre él, que me recibió rodeándome con sus brazos y enredando una de sus manos en mi pelo mientras me besaba. Su culo se había alzado y mi polla reposaba sobre él, así que empecé a mover las caderas, haciendo que la fricción subiese y bajase mi prepucio, como si me masturbase con sus nalgas, mientras que sus uñas se clavaban en mi espalda debido a las caricias de mi polla en su ano humedecido por mi saliva.
— No follo desde que corté con mi ex y la suya era algo más pequeña que la tuya —me dijo, entre jadeos (recuerdo a los lectores que mi polla no es descomunal ni nada de eso, es normal, tirando a grande, quizás, pero normal, he visto bastantes más grandes)—, así que no seas demasiado brusco.
Hizo bien en avisarme porque tanto como me ponía tenía pensado clavársela de una, sin piedad, y ver como su cuerpo se arqueaba al recibir mi polla entera en su interior.
Así que volví a bajar, escupiendo en su ano y masajeándolo con un dedo antes de introducirlo lentamente. No encontré mucha resistencia, pero tampoco tanta facilidad como otros chicos con los que había estado.
Continué acariciándole la zona con la lengua mientras sacaba ese dedo e introducía el pulgar, que era algo más ancho, empecé a alternar entre esos dos dedos hasta que vi que más o menos entraban sin problemas y probé a meterle dos a la vez, arrancándole un gemido una vez que los tuve dentro.
— ¿Está todo en orden por ahí abajo? —me preguntó, le miré confuso, hasta que entendí que me estaba preguntando si la zona estaba limpia y vacía. Un poco cortarrollos, la verdad, pero lo arreglo con lo que añadió tan pronto como le dije que sí, que todo estaba en orden—. Quiero chupártela mientras.
Así que me coloqué sobre él en posición de 69 y dejé que llevase mi polla a su boca. Soy un caballero y, cuando me la piden, siempre la cedo.
Mientras él volvía a chupármela, impidiendo que me concentrase correctamente en mi tarea, yo me fijé en introducir los dos dedos en su ano, aplicando saliva para facilitar la tarea y metiéndolos y sacándolos despacio, aumentando el ritmo conforme iba viendo que era posible.
Cuando se sacó mi polla de la boca para gemir mientras le masturbaba, supuse que ya estaba preparado. Volví a colocarme a los pies de la cama, lubricando otra vez su ano con saliva e introduciendo los dedos de nuevo. Volqué mi peso sobre él para llegar a su boca y besarle y ver como gemía contra mis labios mientras mis dedos acariciaban el interior de su recto, entrando y saliendo a toda velocidad.
— ¿Quieres que te folle ya? —le pregunté, susurrándole al oído, inmediatamente seguido de un mordisco en su cuello.
— Sí. Fóllame. Los condones y el lubricante están en un cajón de la mesita —me dijo, entre jadeos. Volví a meter mis dedos en su ano—. Joder fóllame ya.
Como soy un caballero y no me gusta hacer esperar a la gente, me puse rápido el condón. Extendí lubricante sobre él y otro poco sobre su ano y me coloqué sus piernas en los hombros, apuntando con mi polla a su esfínter.
Me habría encantando juguetear con él, restregar la punta sobre su ano esperando a que me pidiese que le follase otra vez. Pero no fui capaz de resistirme.
Empujé despacio, entrando poco a poco. Él hecho la cabeza hacia atrás, abriendo la boca y emitiendo un gemido que se prolongó tanto como tardó mi polla en entrar en él casi por completo, momento en el que me paré.
Empecé a mover las caderas, despacio, que la parte de mi polla que entraba y saliese por su ano fuese pequeña y no a mucho ritmo, aunque pronto vi que no parecía dolerle así que aumenté en ritmo y fuerza, progresivamente.
— ¿Qué, cómo se siente lo de follarte a un desconocido? —le dije, entre jadeos, mirándole a la cara mientras mi polla entraba y salía de él.
— De puta madre —dijo, esbozando una sonrisa, entre gemido y gemido.
Pronto alcancé un buen ritmo y mis embestidas aumentaron en fuerza. Tampoco buscaba destrozarle el culo, pero el sexo suave no suele ir conmigo y menos aún si veo que a mi compañero le mola que le den bien. Y a él le molaba.
Por eso me ponen tantos los maricas timidillos. Su timidez desaparece tan pronto como tienen una polla al alcance y gozan como nadie cuando se la metes por el culo.
Tampoco os confundáis. No me gusta que mis polvos sean un simple metesaca a toda velocidad hasta correrme. Los que creen que un buen polvo es meterla lo más rápido y fuerte posible se equivocan, en mi opinión, a mí me gusta variar el movimiento, el ritmo, y las posiciones, así como acariciar y besar el cuerpo de mi acompañante, que el sexo no se sitúa sólo en la zona debajo de la cintura.
— Sácamela y métemela de una —me pidió, mientras le follaba, mirándome a los ojos mientras se mordía el labio.
Y así lo hice, saqué mi polla de su culo, coloqué la punta en el año y empujé con un gruñido, atravesando su recto hasta que mis huevos chocaron con su piel. El contuvo el gemido, aunque su cara reflejó el placer.
— Otra vez — me pidió.
La saqué despacio y volví a meterla de un golpe. Y otra vez. Y otra vez. Las dos últimas no fue capaz de contenerse y gimió como una perra cada vez que mi tranca entraba en él.
Me puso tan jodidamente perro que estar clavándosela no me bastaba, así que me recliné sobre él para besar y acariciar todo aquello que estuviese a mi alcance. Besé y mordí su cuello y su pecho, acaricié sus caderas y su abdomen. Y pasé mis manos por detrás de él, bajo su cintura y bajo sus hombros.
No sé por qué me dio ese venazo, pero tiré de él (no sin esfuerzo) y pronto estaba de pie sosteniéndole solo con mi fuerza, sus piernas envueltas alrededor de mi cintura y sus brazos sobre mis hombros.
El cabrón pesaba más de lo que yo pensaba, eso o yo estaba más cansado de lo que pensaba. O ambas. La cosa es que me habría gustado hacer eso que hacen en las pornos de sujetarle por la cintura y follármelo en el aire, pero no sabía de donde sacar las fuerzas más allá de mantener el equilibro.
Él, sin embargo, sí que usó mis hombros como punto de apoyo para mover las caderas y provocar cierto movimiento entre mi polla y su culo mientras me besaba.
Me encantaría maquillar este momento para quedar como un auténtico machomen y decir que aguanté un buen rato con él en el aire, follándomelo, pero no creo que pasasen ni dos minutos desde que le levanté hasta que le dije.
— Esto me cansa un montón, tío.
Bajó con una sonrisa, sacando mi polla de su culo y colocándose de nuevo sobre la cama, esta vez a cuatro patas.
Antes de volver a metérsela, no pude evitar acercar de nuevo mi boca a su ano y besarlo, acariciarlo con mi lengua. Resulta que el lubricante era de fresa, ni me había fijado al usarlo, pero ahora que lo tenía en mi lengua lo notaba.
Tampoco me devoré mucho, fue más bien una reacción automática al ver su culo apuntando hacia mí que un acto intencionado.
Volví a colocar mi verga en la entrada de su recto y esta vez no tuve delicadeza ninguna al metérsela y empezar a follármelo, viendo como mi tranca entraba y salía de entre sus nalgas.
Él movía las caderas y gemía mientras le taladraba el trasero, tenía mis manos agarradas a sus hombros y él, una en la almohada y la otra en mi cadera, como si temiese que fuese a irme y tratase de retener mi cuerpo contra el suyo.
Su culo era una maravilla, estrechito pero sin apretar demasiado, notaba las paredes de su recto apretando mi polla mientras pasaba.
Nuestros jadeos iban casi acompasados. De vez en cuando la sacaba y se la metía de golpe, arrancándole un gemido. Variaba el ritmo entre follarmelo como si se fuese a acabar el mundo y hacerlo tan lento como si fuese virgen. A veces me paraba con las manos en su cintura y dejaba que fuese él el que decidiese a qué ritmo quería que mi tranca entrase en él.
Estaba aguantando bastante y lo atribuí a la cantidad de polvos que había echado con Alex, y sabía que aquella noche volvería a acostarme con dolor de huevos, pero aquel rubio merecía la pena.
Me incliné sobre él, pegando el sudor de mi torso con el de su espalda mientras rodeaba su cintura hasta alcanzar su polla y empezar a masturbarle, jadeando en su oído.
— Hijo de puta —susurraba él, entre gemidos y jadeos—. No pares.
La saqué de su culo para darle la vuelta y ponerle de frente a mí.
— Déjame ver la cara de perra que pones cuando te la meto.
Volví a follarmelo, le ordené que se masturbase y obediente, llevó su mano a su polla y empezó a masajeársela. Pocas personas he visto tan jodidamente expresivas con la cara. Me ponía cachondísimo solo la cara que ponía.
Continué penetrándole, notando mi polla entrar y salir de él, acariciada por su ano y las paredes de su recto, hasta que sus jadeos empezaron a cortarse unos a otros y comprendí que estaba a punto de correrse. Decidí ayudarle haciendo aquello que tanto parecía haberle gustado, sacarla y meterla de golpe y la tercera vez que lo hice al meterla me recibió una contracción de su esfínter al tiempo que su cuerpo entero se arqueaba, él gemía y un chorro de líquido blanco salía de su polla y empapaba su abdomen. Y otro. Y otro. No sé cuánto llevaba sin correrse pero de ahí salió una buena cantidad.
Lo distribuí por su torso mientras volvía a mover las caderas con mi polla dentro de él, llevando a veces mi mano llena de semen a su boca que él dejaba limpia con gusto.
No tardé casi nada yo también en notar cómo me iba a correr pronto así que saqué la polla y me quité el condón, dispuesto a correrme sobre su abdomen, pero tan pronto como empecé a pajearme sobre él acercó su cabeza y sacó la lengua. No llegaba, así que me acerqué a él al tiempo que el orgasmo llegaba y que la lefa salía de mi polla, cayendo en su lengua. No salió mucha, pero él se encargó de que no se desperdiciase ni una gota. Después de ordeñar dos veces mi polla para que saliese alguna gota rezagada, se la metió en la boca hasta que se me bajó la erección.
— ¿Me limpias? —me preguntó.
Y lo hice, recorriendo su torso con mi lengua hasta que estuvo limpio del todo, momento en el que subí para besarle nuevamente.
Y ya está, poco más hay que contar. Comimos, charlamos y me fui. No intercambiamos nombre ni número y mejor así. Me contó que solo había follado con su ex, con el que había cortado hacía un par de meses, y que por eso había estado tan reticente al principio. También me dio las gracias por quitarle algunas tonterías de la cabeza. Y ya.
Un buen recuerdo de un chaval cuyo nombre nunca sabré pero cuya cara recordaré siempre.