Comida tras la comida

Si eres viuda, tienes un montón de hijos bien dotados y te gusta mamar tienes todas las papeletas para hacer cosas prohibidas en sitios inoportunos.

Los funerales son un asco. Con todas sus letras. Gente a la que le importas una mierda viene a decirte lo bueno que era tu marido y lo tristes e irremisibles que son los accidentes.

Mi marido se suicidó.

Cogió la moto bebido. Y no poco bebido, precisamente.

No me cansé de repetir a quien quisiera oírme que Tomás se merecía haberse matado por capullo, y cuando el vino empezó a correr fui agregando apelativos más sonoros y más exactos a su descripción.

En otro orden de cosas, durante la comida no fueron pocos los que nos preguntaron cómo, habiendo salido los primeros, habíamos  llegado los últimos.

Mauro dijo una y otra vez a todo el mundo que nos habíamos parado a echar gasolina.

Carla se me acercó en cierto momento para decirme que entendía perfectamente que me hubiera desahogado con su marido, y que él también lo estaba pasando muy mal. Pensé, pues tu marido me ha desahogado bastante, sí, y eso que mi hijo nos ha pillado y no ha dejado que se me corriera en la boca.

Ernesto por su parte me había retirado la palabra.

Traté de solucionar aquello cuando mi hijo mayor fue al baño. Eso fue casi a las cinco de la tarde, cuando todos llevábamos algunas copas de más.

  • Hijo, ¿es que no piensas volver a hablarme?

Ernesto dio un respingo, con el pene en la mano.

  • Mamá, ¡este es el baño de hombres!

  • Pues compórtate como tal.

  • ¿Cómo?

  • Hablando conmigo, joder.

  • Ya hablaremos en casa, si es que hay algo de qué hablar.

  • Ah, ¿es que ahora vamos a ignorar lo que ha pasado?

Ernesto acabó de mear y empezó a lavarse las manos. Me miró a través del espejo.

  • El día que enterramos a papá te encuentro haciéndole una mamada al tío Mauro, desnudos en su coche y grabándoos con el móvil. Es evidente que no es la primera vez que lo hacéis.

  • ¿Es eso lo que te preocupa? ¿Crees que tenemos una aventura? Pues no la tenemos. Nunca ha habido nada entre nosotros antes de hoy. Y ha sido culpa mía. Quería vengarme del inútil de tu padre de alguna manera. El muy hijo de puta...

Aquí solté unas lágrimas tan convincentes que mi hijo se arrepintió de haberme hecho sentir mal y me dio un reconfortante abrazo.

  • ¿Pensabas mandarle el vídeo al YouTube del infierno? -bromeó Ernesto.

El abrazo duró más de lo necesario pero me encantaba sentir el macizo cuerpo de mi hijo contra el mío.

  • Esta noche me gustaría pedirte un favor - le dije, aún entre sus brazos.

  • Lo que quieras, mamá.

De mis cuatro hijos el mayor era el único que aún vivía en la casa familiar.

Salimos del baño de caballeros y volvimos a la mesa.

De camino nos cruzamos con Tomás, mi hijo pequeño, que tiene veintiún

añitos y es más bueno que el pan, y que en ese momento iba al excusado.

  • Tomás , ¿verdad que acompañarás a tu madre a dar un paseo? Este sitio me da agobio.

  • Dame un minuto.

Ernesto se sentó junto a su última novia a la que no parecía hacerle mucha gracia estar allí y yo esperé a que Tomás volviera del baño. Mauro me saludó con la cabeza y Ernesto, que se percató, puso cara de haber chupado un limón.

Cuando Tomás regresó me tomó del brazo como un perfecto caballero y me acompañó hacia la salida de la parte trasera del restaurante, la que daba a los jardines.

  • Mamá, me siento un poco culpable - dijo Tomás, cuando  cruzamos los jardines y nos adentramos por un viejo camino rural.

  • ¿Por qué?

  • He intentado sentirme peor por lo de papá pero no consigo que me afecte. No es que no quiera llorar, es que parece que no lo quería lo suficiente o algo. A veces pienso que no soy normal.

  • Tomás, eres maravillosamente normal. Yo tardé cerca de cinco años en llorar la pérdida de mi madre, y la quería con locura. Un día verás una película que te haga pensar en papá, o soñarás con él, o se morirá un cantante famoso que te haga volver a reflexionar sobre la vida y la muerte y reaccionarás. Y si no lo haces, eso que te ahorras.

  • Pero mira. Cuando han cerrado el ataúd he tenido que imaginarme que era yo el que estaba dentro para sentir algo de lástima. La tía Rosa me estaba mirando y quería que pensara que estaba triste. Eso no es ser muy normal.

  • Y dale con la normalidad. ¿Desde cuando hemos sido nosotros normales?

Tomás se rio.

  • Supongo que nunca.

  • O siempre. A saber lo que hacen los demás en su casa.

  • A saber.

  • Aunque tú y yo hemos hecho cosas que para nosotros son muy naturales y que nadie consideraría demasiado normales.

Tomás captó por donde iba. Miró hacia el restaurante.

  • ¿Quieres que...?

Asentí con la cabeza.

  • ¿Aquí?

  • No se me ocurre lugar ni momento mejor.

Más adelante había una vieja casa de labranza abandonada.

Tomás me llevó hasta allí y nos escondimos tras un muro medio derruído. Poco después escuchamos pasar a unos ciclistas por el camino.

  • ¿Qué quieres hacer? - me preguntó Tomás.

  • Ya lo sabes.

  • ¿Me dejas follarte, mamá?

  • No hay tiempo para eso.

  • Me prometiste que un día me dejarías.

  • Lo haremos. Pero ahora no.

Rápidamente le desabroché los pantalones y le saqué la polla que ya estaba dura como una piedra. Bendita juventud.

  • Bueno, pero ponte de lado.

Le hice caso, Tomás quería llegar con la mano a mis partes. Le gustaba meterme los dedos en el coño mientras yo se la chupaba. ¿Como iba yo a oponerme a su deseo?

Tomás no estaba tan dotado como lo había estado Tomás padre pero tenía una polla con sobrante de piel que era una delicia chupetear.

Ni siquiera había transcurrido un minuto cuando escuchamos lo voz de Ernesto muy cerca.

  • ¿Mamá?

Tomás se guardó la polla en un santiamén. Yo me recompuse el vestido un poco hastiada.

  • El idiota de tu hermano hoy tiene el día - le susurré a Tomás.

Era la segunda mamada que me jodía en unas horas.

Pero mi venganza sería terrible. Ja, ja, ja, ja.

No dejes de visitar:

http://erosdirectorio.blogspot.com.es

http://meneamemas.blogspot.com.es/

http://enlaceslinks2.blogspot.com.es/