Comida de empresa
La historia de como una comida de empresa se convirtió en la mejor comida que le pude hacer a mi jefe.
Cuando tenía veintidós años empecé a trabajar como administrativo en una empresa de paquetería. Éramos unos veinte empleados y el jefe de nuestra oficina estaba muy pero que muy bueno.
Era un hombre de edad indeterminada. Tendría entre treinta y cuarenta años. Era muy guapo y tenía un cuerpazo de escándalo. Siempre venía con traje a la oficina y los pantalones le marcaban un culo redondo y duro, y el bulto que marcaba en la parte delantera era tan prominente que parecía como si estuviera empalmado constantemente.
Me daba mucho morbo mi jefe.
Me hacía pajas todos los días pensando en él.
Cada día cuando llegaba a mi casa por la noche, cachondo después de haber estado todo el día compartiendo oficina con semejante semental, me cogía la polla con la mano derecha y la movía con suaves movimientos de subida y bajada y con los ojos cerrados.
Me gustaba correrme pensando que mi mano era la boca de mi jefe y que eran sus labios carnosos los que me recorrían arriba y abajo la polla hasta que mi leche salía disparada.
Incluso compré un masturbador con la forma de una boca.
Esta boca me recordaba al objeto de mi deseo y siempre que me masturbaba con mi juguetito cerraba los ojos y pensaba que en realidad estaba en la oficina, en su despacho, sentado en su sillón, y que él estaba arrodillado delante de mí haciéndome una mamada.
Soñaba con la polla de mi jefe. Deseaba metérmela en la boca, chuparla, lamer sus huevos y mi única fantasía era que se corriera dentro de mi boca.
Es por eso por lo que cuando en la comida de navidad de la empresa me tocó sentarme delante de él en la mesa no podía estar más cachondo.
Tenía delante de mí al objeto de mi deseo, de mis fantasías sexuales.
Pero también estaba lejos, muy lejos de mí. En los tres meses que llevaba en la empresa apenas me había dirigido la palabra en cuatro o cinco ocasiones.
Pero la Navidad es un periodo mágico. Los sueños se hacen realidad y los deseos se cumplen.
Cuando la comida terminó todo el mundo se fue yendo poco a poco. Como mi jefe no se iba yo también aguanté y esperé hasta el final. Había bebido mucho vino y estaba muy cachondo.
Y llegó el momento que nos quedamos solos mi jefe y yo en la mesa. Y también solos en la sala en la que estábamos. Era el reservado del restaurante y los camareros solo entraban cuando los llamábamos.
Entonces mi jefe me dijo:
- He notado como me miras. No me has quitado ojo en toda la comida.
Yo me puse algo nervioso, pero el vino había hecho su efecto y le contesté:
- Es que estás muy guapo hoy.
Y entonces mi jefe se abrió la bragueta del pantalón y señaló con su cabeza hacia su entrepierna.
Yo no podía creérmelo. No lo dudé ni un momento. Me agaché y me metí debajo de la mesa y gateé a cuatro patas hasta llegar a él.
Le acabé de desabrochar la bragueta y metí mi mano dentro. Su polla estaba tan dura como me imaginaba.
Por fin podía cumplir una de mis fantasías: Iba a chuparle la polla a mi jefe.
Saqué su miembro erecto del pantalón y con un ansia desmedida me lo metí en la boca. Era tan grande como me lo había imaginado, y estaba tan duro como si fuera de cemento.
Con mi lengua recorrí el tronco de su nabo desde abajo hasta arriba. Chupé y chupé su fantástico glande mientras que metía la mano izquierda dentro de la bragueta y le agarré los testículos, sacándolos también fuera del pantalón.
Eran los huevos más grandes que había visto en mi vida. Estaban depilados y tan suaves que necesitaba chuparlos.
Agaché más la cabeza y pasé la lengua por uno de sus testículos y luego por el otro.
Succioné hasta meterme uno entero en la boca. Notaba como mi polla estaba a punto de reventar. Podría haberme corrido sin apenas tocarme.
No paré de chupar y succionar el dulce manjar que tenía en la boca. Aspiraba ligeramente para que no se me saliera el huevo de la boca mientras que al mismo tiempo lo acariciaba con mi lengua.
A mí me encanta que me chupen los huevos, y me di cuenta de que a mi jefe también, ya que le oía soltar pequeños gemidos de placer.
Estaba claro que seguíamos solos, porque nadie me interrumpió.
La comida oficial de empresa ya había terminado, y yo estaba teniendo mi propia comida de empresa. Le estaba comiendo los huevos y la polla a mi jefe. Esto también cuenta como comida de empresa.
Me saqué su testículo de la boca y sujetando sus huevos con la mano izquierda volví a cogerle la polla con la derecha y comencé a metérmela y sacármela de la boca con calculados movimientos de vaivén de mi cabeza.
No era mi primera mamada y sabía exactamente lo que tenía que hacer.
En un momento dado me metí la polla entera en la boca. Mis labios llegaron hasta su vello púbico y sus pelitos me hicieron cosquillas en la nariz.
Su polla estaba tan dura y era tan larga y gruesa que me entraron arcadas, aunque supe controlarme. Intenté retener la polla en la boca todo el tiempo que pude.
De repente noté que a mi jefe comenzaron a temblarle las piernas. Estaba a punto de correrse.
Sin sacar la polla entera de mi boca empecé a moverme con pequeñas oscilaciones de mi cabeza.
La punta de su polla rozaba con el fondo de mi garganta y se notaba que eso le producía escalofríos de placer.
Pocos minutos más tardó mi jefe en correrse. Los suaves movimientos de su polla metida completamente dentro de mi boca fueron la gota que colmó el vaso.
De repente noté un chorro que impactaba contra el fondo de mi garganta.
Ni siquiera pude saborearlo.
Entró tan dentro de mi boca que directamente me lo tragué. Solo pude notar un ligero sabor salado, como cuando tragas agua en el mar por la nariz y lo notas en la tráquea.
Las piernas de mi jefe temblaron y se estremecieron como si le recorrieran descargas eléctricas mientras se corría.
No oía gemido alguno, pero al no ver las manos supuse que se estaba tapando la boca para no gritar de placer.
Después de la monumental corrida me saqué la polla de la boca poco a poco mientras que la masturbaba muy despacio para prolongar el placer.
Ni siquiera quedó una gota de semen en la punta. Me lo había tragado todo.
Salí de debajo de la mesa y me senté en mi sitio. Mi jefe se cerró la bragueta del pantalón, me miró con cara de pícaro y me dijo:
- Necesito comprobar si follas tan bien como la chupas. ¿Te vienes a mi casa?
Por supuesto que le dije que sí. Pasamos toda la tarde follando en su casa. Mi jefe se volvió a correr otra vez más y yo me corrí dos veces también.
No es mi récord, pero no estuvo mal.
Pero eso ya es otra historia y la contaré otro día.