Comfesiones íntimas al mar
La acción tiene lugar en un pueblo costero, concretamente en una urbanización estibal. Una noche de julio una mujer se sienta en un promontorio junto al mar con unalibreta y escribe.
DÉBORA HARE
COMFESIONES ÍNTIMAS AL MAR
NÚMERO DE REGISTRO EN LA “PROPIEDAD INTELECTUAL DE BARCELONA”: b-73-13
INTRODUCCIÓN
A comienzos de enero de 2009 empecé a escribir un guión radiofónico que, en teoría, iba a ser el primero de una serie de cuatro capítulos dedicada a un género muy particular, al género erótico.
Puede decirse que en radio, y más concretamente en el campo del teatro radiofónico, que es en el que me he mobido durante los últimos veinte años y en consecuencia el que conozco más a fondo, se han tocado todos los géneros literarios existentes, desde terror, poesía, etc, sólo uno ha topado con algunas reticencias, aunque cada vez menos: el erotismo. Sí, es cierto que en muchos programas de radio se han leído relatos eróticos, pero son contadas las veces que se ha pasado de una lectura convencional a una escenificación radiofónica.
Esta reticencia o pudor también lo tuve yo en su momento cada vez que un texto me pedía una escena erótica hasta que me propuse firmemente eliminar dicho pudor y lograr de una vez por todas escribir sobre el tema con toda la naturalidad del mundo, empeño que concluyó en una serie de relatos inacabados que he ido recuperando y dando forma al cabo de los años y que quizá algun día podré mostrar al mundo como lo hago con este.
Al diseñar el proyecto radiofónico, tenía muy claro lo siguiente: no se trataba de hacer pornografía, sino de contar una historia consistente, con la suficiente fuerza de sugestión para atrapar al oyente. El erotismo era una parte importante, o sea, la consecuencia de un cúmulo de circunstancias, sin duda, pero no era el todo.
El argumento me vino por casualidad una de aquellas noches en vela que te hallas en la cama intentando en vano conciliar el sueño y no piensas en nada concreto, pero tuvo la suficiente fuerza como para lograr ponerme en pié de un salto ante la extrañeza de la que entonces era mi novia, , correr a sentarme ante el ordenador y comenzar a escribir frenéticamente.
La acción tenía lugar en un pueblo costero, para ser más exactos, en una urbanización estival a primera línea de mar: una noche de verano una mujer joven sale del apartamento que ella y su marido han alquilado, y tras andar un buen trecho se sienta en un promontorio con el mar a sus piés, y así, presa de aquel éxtasis que te proporciona hallarte entre el mar y el cielo, brazos supremos de la Naturaleza, saca del bolso una libreta y un bolígrafo y da rienda suelta a su pensamiento, escribiendo sobre las cuartillas sus secretos más inconfesables, unos secretos que cada vez la adentran más en un sinuoso laberinto del que ya es imposible hallar la salida, unos secretos que morirán cuando las cuartillas sean rasgadas y arrojadas a las límpidas aguas que las harán desaparecer para siempre.
Pero además del recurso convencional de escribir intimidades en una libreta o diario, propongo al lector adentrarse en una dimensión diferente y familiar a la vez, pues las nuevas tecnologías, que ya forman parte de nuestra vida cotidiana, también tienen un papel importantísimo en esta historia, ya que es precisamente a través del teclado, que las confesiones íntimas, aquellas que uno no se atreve a hacer en voz alta por miedo a escuchar la propia voz relatando lo inconfesable, vuelan a gran velocidad por el espacio cibernético, descubriéndonos etapas de las vidas de nuestros interlocutores que jamás hubiésemos ni siquiera sospechado.
Después de semanas y semanas de duro trabajo, a mediados de mayo había concluído un guión titulado “Confesiones íntimas al mar”, y a mi modo de ver, el material estaba listo para ser grabado, sin embargo, al releer el escrito me hallé ante un factor que aplazaba a la fuerza la entrada del guión al estudio: los excesivos párrafos narrativos que, leídos en voz alta, se convertían en largos monólogos, lo cual transformaba mi trabajo en un relato más para ser leído que no hablado o escuchado, todo lo contrario de mi objetivo, que era, para ahorrarme retórica, una película que en vez de entrar por los ojos lo hiciera por los oídos.
De todos modos, no me desanimó llegar a aquella conclusión, y decidí releer una vez más el texto para hallar una solución, pero después de estudiar las posibilidades de rescribir dichos fragmentos, me topé con otro factor: el tiempo. Los guiones, para ser asequibles en todos los aspectos, no podían sobrepasar los 60 minutos, y me daba cuenta a medida que incorporaba nuevos ingredientes a “confesiones ´´intimas al mar”, que no sólo los sobrepasaba, sino que hasta los doblaba.
Llegados a este punto, opté por la transformación, o sea, convertir el guión en un texto literario, cosa que no me resultó difícil, pues lo más duro ya se había hecho, y es así como lo presento hoy. Apartir de estos momentos son los personajes los que, lentamente irán deshilando la madeja de la historia.
Para terminar: escribo desde que tengo uso de razón, y jamás lo he hecho para guardar luego las cuartillas en un cajón, sino para mostrarlas abiertamente, es precisamente esta la razón por la que publico este relato en esta web, y si Diós quiere le seguirán algunos más. Estaré contentísima de recibir vuestros comentarios. Eso sí, por fabor, críticas constructibas, ¡jejejejeje!
Barcelona, agosto 2013
A KAMZOE
Una autora formidable que conocí en esta web y ahora gran amiga mía, y a la que quiero manifestarle públicamente mi admiración, cariño y respeto, y agradecerle, además del cariño que siempre me ha mostrado, los minutos que se tomó en su día para leer y escribirme la crítica más lúcida que me han hecho de este relato.
COMFESIONES ÍNTIMAS AL MAR
Jueves, 6 de julio de 2006
¡Ya estoy aquí! Una noche más, de nuevo sentada en este promontorio junto a ti, y hoy me he decidido a traer esta libreta y escrivirte a ti, sólo a ti, mientras mi MP3 desgrana en mis oídos las preciosas notas de la Gnossiemes 1 de Eric Satie.
No sabes lo mucho que significa para mi haberte encontrado. Desde que he venido a pasar estos dos meses cerca de ti, siento que he recobrado la paz, aquella paz que desde hace más de seis meses me había abandonado por completo, porque sin tú proponértelo te has convertido en un bálsamo milagroso, y desde hoy, serás mi mejor amigo y confidente, porque sé que a ti sí puedo contártelo todo sin miedo a que nada de lo que brote de mi mano te escandalice ni llegue a oídos de quien no debe.
Tus entrañas, desde que el mundo es mundo, han sido, son y serán siempre depositarias de secretos mucho más terroríficos que los que yo pueda confiarte, pero es precisamente tu silencio y tus profundidades insondables, las que me dan la suficiente confianza como para que desde hoy te abra mi corazón en estas cuartillas.
Cada noche te escribiré, y al terminar de escribir las romperé en mil pedazos y te las entregaré a ti. Sólo a ti. Porque solo tú puedes saber lo que voy a contarte.
Permíteme que me presente: me llamo Yolanda Fernández, tengo treinta y dos años, vivo en Madrid, trabajo de maestra de primaria en uno de los colegios más prestigiosos de la ciudad y estoy casada.
Juanjo, mi marido, es policía. Llevamos cinco años de matrimonio, y hasta hará unos seis meses, yo no tenía más preocupaciones que las del día a día, y aún así, la verdad es que no puedo quejarme: tengo un buen sueldo, un ambiente excelente en mi trabajo, mis amistades y mis alumnos me adoran, y Juanjo es un hombre maravilloso.
En fin, ¿qué más puedo pedirle a la vida, teniendo en cuenta la época que estamos viviendo? Pero de la noche a la mañana, y de la manera más inesperada, las cosas cambiaron.
Mañana vendrá a pasar las vacaciones con nosotros una amiga nuestra, su nombre es Nora Cárdenas. Precisamente es de ella de quien quiero hablarte.
Nora tiene un par de años más que yo. Hace mucho tiempo que nos conocemos, porque es compañera de trabajo de Juanjo, y desde el primer momento se convirtió en una persona muy especial para mi, porque la conocí al mismo tiempo que empecé a salir con Juanjo, pues por aquel entonces ella era la novia de Sergio, el mejor amigo que Juanjo tuvo nunca, y en muchas cosas, hasta llegué a imitarla.
Juanjo, pese a sentir un gran aprecio por ella, en numerosas ocasiones era muy crítico con su manera de ser.
--Nora es muy buena chica, no te lo discuto –me dijo en cierta ocasión-, pero hay momentos en los que se ha de ir con cuidado con ella, porque aquí donde la ves, tan modosita y tan no he roto un baso en mi vida, es una persona muy dominante y posesiva, que te lo diga Sergio; él se ha tenido que cuadrar en más de una ocasión y gracias a esto la chica se ha enmendado bastante, pero al principio era algo inaudito, porque las cosas tenían que hacerse a su gusto y los otros a callar. Ahora, ya te digo, Sergio la ha subyugado un poco, pero por lo que a ti se refiere.... Ten cuidado: tú te has encariñado demasiado con ella, y me jodería muchísimo que el día menos pensado Nora hiciese un mal uso de tu cariño.
Yo sabía perfectamente que Juanjo nunca me diría algo así de nadie si no fuera verdad, pero me costaba, se me hacía difícil, casi imposible creer que mi querida Nora fuese una persona dominante. Lo que no podía figurarme entonces era lo que IVA a suceder años después, pero llegados a este punto, creo muy sinceramente que no sería justo atribuirle toda la culpa a Nora, porque según qué cosas no ocurren si dos no quieren.
Nora no tiene el físico de las mujeres europeas: es una mujer alta y corpulenta, morena, pelo ensortijado, ojos verdes, nariz achatada, labios carnosos, unos pechos prominentes y su piel es negra como el ébano.
Todo en ella es pulcro, suave y delicado. Sus uñas son largas y bien cuidadas, y por donde quiera que va, deja un rastro delicioso de “La ROCHELLE LADY”.
A medida que voy escribiendo y recordando, imágenes, hechos, fechas, palabras, momentos, todo desfila por mi mente igual que una película, y aprovecharé este momento de gran lucidez para reconstruir mi historia: Juanjo y yo empezamos a salir, exactamente, el día 10 de enero del dos mil, y Nora y yo nos conocimos un mes más tarde.
Aquella tarde habíamos quedado los cuatro para tomar un café: Juanjo y Sergio querían que sus novias se conocieran de una buena vez, y nosotras también teníamos muchísimas ganas de conocernos.
Justo en aquel momento salíamos del bar en el que habíamos estado gran parte de la tarde y las dos echamos a andar cogidas del brazo dejando atrás a Juanjo y a Sergio, que se lo tomaban con muchísima calma, y yo le pregunté:
--Nora... ¿Eres latina?
Se detuvo bruscamente, toda ella se puso tensa, me miró fijamente, y me preguntó con un tono glacialque me cogió completamente por sorpresa:
--¿Por qué me lo preguntas?
--Discúlpame –contesté, un tanto intimidada por su repentina brusquedad-, yo... No te lo tomes a mal, por favor... Te lo preguntaba por tu físico... Me recuerda al de las mujeres suramericanas...
Su expresión volvió a dulcificarse, una deliciosa sonrisa iluminó su rostro, y echamos a andar de nuevo.
--No vas desencaminada.
--Oye... Espero no haberte molestado...
Nora soltó una gran carcajada:
--¡Mujer, qué tontería! ¿Por qué IVA a molestarme? ¡Ni que hubieses cometido un crimen!
--No sé, yo...
--Discúlpame tú, por favor –dijo apretando mis manos entre las suyas-, no sé por qué razón me he puesto en guardia. A veces puedo ser un poco gilipollas, te lo confieso, como ahora.
--Mujer...
--Lo soy, Yolanda, ya me irás conociendo. Pero bueno, respondiendo a tu pregunta: no, yo nací en España: mi madre sí es latina.
--¿De donde?
--De Colombia. Es una historia muy larga, pero apasionante. ¿Te gustan las historias románticas? Pero no hablo de romanticismo cursi ni barato, ¿eh? Del auténtico.
--Me encantan.
--Ui, pues tenemos que organizarlo: una noche dejamos a los hombres en sus quehaceres y tú y yo nos vamos por ahí a cenar y te contaré la historia de mis padres, estoy segura de que te gustará.
--¡Cuando quieras!
--Mira, mañana Sergio se quedará todo el día en el cuartel. ¿qué te parece?
--A ver, espera, creo que mañana... Mañana... ¡Hecho! Juanjo mañana tiene turno de noche.
--¡Uau! Perfecto: mañana te recojo a eso de las nueve y nos vamos a cenar por ahí, ¿eh? ¿Te gusta la comida siria?
--Nunca la he probado.
--¿De verdad? ¡No puedo creerlo: si tenéis un restaurante sirio delante mismo de casa! ¿Nunca te ha picado la curiosidad?
--Ah... ¿Hay un restaurante sirio delante de mi casa? Primera noticia.
--¡Ai, qué niña! En fin: en casa de herrero cuchara de palo, no falla. Bueno, pues por lo que al restaurante se refiere, mañana ya no podrás decir lo mismo, de todas maneras, muchacha... No estaría de más que prestases un poco más de atención a tu entorno porque, me parece que eres un poco despistadilla.
--Mucho, Nora, mucho. Pero no me ocurre sólo con este restaurante, ¿eh? El otro día descubrí una perfumería antes de llegar al chaflán que hace siglos que está allí y yo ni siquiera había visto el letrero ni el escaparate. A Juanjo le entró un ataque de risa cuando se lo conté.
--¡Dios mío, Yoli, eres un caso!
Aquella fue la primera vez que Nora me llamó así. En aquel momento Juanjo y Sergio nos alcanzaron, y este nos dijo, risueño:
--¡Perfecto! Después de esto ya os podéis casar, ¿eh?
--Bueno, cariño, todo a su debido tiempo, pero sí, estamos en ello -respondió Nora, pletórica, buscando mi complicidad-. De momento mañana me la llevo a cenar por ahí, luego... Ya se verá donde terminamos, si en su casa o en la mía.
--¡Cooooñoooo! Juanjo, ¿oíste eso?
--Sí, hijo, sí. Lo que hay que aguantar en esta vida.
--Realmente, Nora, no hay nada como tener a los hombres ocupados y así mantenerles alejados un buen rato –añadí yo-. Uno en el cuartel, el otro patrullando por ahí, de manera que nunca sabrán qué sucederá entre nosotras.
Y Sergio respondía, jovial:
--¡Uuuuh! ¡Qué peligro! ¡Juanjo, camarada, te aconsejo que no las dejemos solas mucho rato, que aún nos darán un susto! ¡Yo estoy por abandonar el ejército y así tenerla bien amarrada!
De pronto Sergio nos miró a todos con una cara que quería decir, “mierda, ya he metido la pata”, y así era, porque repentinamente, la expresión de Nora se emsombreció, y con una gran tristeza respondió:
--Ojalá lo hicieras. Cada vez que oigo las noticias y veo los fregaos en los que se mete España siento terror cuando pienso que pueden llamarte a filas en cualquier momento.
--Anda, anda, cariño –respondió Sergio, abrazándola-, no empecemos otra vez, ¿eh?
--Lo siento, lo siento, pero llevo muy mal tu jodida carrera. Cuando pienso que puedes marcharte quien sabe donnde y quizá no volveré a verte nunca más...
--Mentalízate de una cosa: el hecho de que sea militar es lo de menos. Si ha de ocurrirme algo puede ocurrirme aquí o allí, da igual. Cuando te llega la hora te llega estés donde estés.
--Ya lo sé, cariño -respondió Nora con la voz quebrada-, ya lo sé, pero... No puedo evitarlo, es más fuerte que yo.
Y Juanjo, viendo que la conversación empezaba a ir por unos derroteros poco recomendables, y que la alegría de la velada pendía de un hilo, zanjó inmediatamente la cuestión con un contundente:
--Bueno, bueno, bueno, señores, dejemos el tema.
Y nos despedimos con besos y abrazos, emplazándonos Nora y yo para el día siguiente.
Fue una velada maravillosa, y las horas nos pasaron volando. A la una de la madrugada, el coche de Nora aparcó a tres manzanas de mi casa, y Nora quiso acompañarme al portal: ninguna de las dos lo dijo, pero en el fondo, queríamos arrancarle aún un minuto más a aquella noche deliciosa.
--Oye -dijo Nora, risueña-, tenemos que repetirlo, ¿eh?
--¡Ya lo creo, pero un viernes, eh, que yo entre semana madrugo!
--Chica, tampoco es tan tarde!
--¡Sí, claro, como tú mañana tienes turno de noche puedes dormir hasta la hora que te plazca, pero a mi me tocan diana a las siete en punto, guapi!
--Como usted quiera, señorita Fernández: la próxima vez será un viernes, así la niña no tendrá sueño a la mañana siguiente. Anda, dame un beso.
Intercambiamos un par de besos y nos abrazamos:
--Que descanses, guapi -le dije-. Hazme una llamada perdida cuando llegues.
--Así lo haré.
Pese a habernos despedido, las dos permanecíamos abrazadas, y ninguna de las dos hacía el intento de separarse. Ninguna de las dos no dijo nada, pero no hacía falta, aquel silencio valía por mil palabras.
Me la quedé mirando largo rato: realmente era guapísima, y necesitaba decírselo, pero después del corte del día anterior, quise ir con pies de plomo:
--Nora...
--¿Sí? Dime.
--¿No te molestará si te digo algo?
Nora sonrió, divertida:
--¡Si vas a insultarme prefiero que te calles para siempre!
--¡Idiota!
Las dos nos echamos a reír:
--Anda, tonta, dime.
--¡Eres guapísima!
Nora me miró con ternura y me dijo suavemente mientras me acariciaba el pelo:
--¡Yoli! Y era eso lo que tenía que molestarme? Me siento muy alagada. Tú sí que eres preciosa.
--Qué cosas tienes...
--Sí, Yoli, sí que lo eres. ¿Sabes qué pensé ayer cuando Juanjo nos presentó? Pues pensé: qué criatura tan maravillosa: es una muñeca de cristal. Me quedé embobada mirándote. Nunca me había pasado con nadie.
--¡Sí, ya me di cuenta, y Juanjo me dijo: bravo, le has caído de puta madre!
Hubo un breve silencio:
--Yoli... Ahora soy yo la que te pregunto: ¿no te molestarás si te digo algo?
--¡Claro que no, tonta!
--Pues... La verdad... Puedes estar segura que si fuese un chico, te pediría que salieras con migo.
Aquel comentario sí que no me lo esperaba, y me puse colorada como un tomate, y dedicándole mi mejor sonrisa, le respondí:
--Bueno, que seas un chico o una chica da lo mismo, me lo puedes pedir igualmente, otra cosa es que yo acepte, y esto ya...
Nos echamos a reír de nuevo, y Nora me dio un fuerte beso en el cuello:
--Oye, me voy ya, que así nos podemos pasar la noche entera. ¡Chao, guapi!
Y se dirigió rápidamente hacia el coche. Yo le grité:
--¡Llámame!
Ella, con un pie en el vehículo, se volvió hacia mí y me respondió:
--¡Vale!
Instantes después, el coche se lanzó calle abajo como una exhalación, mezclándose con los cientos de coches que, pese a la hora, aún circulaban por las calles de la ciudad, cada vez más ruidosa y caótica. Minutos más tarde, Nora me llamaba al fijo para confirmarme que había llegado bién, pero en vez de ser una llamada telegráfica para transmitir el mensaje como cabía esperar, aún nos estuvimos hablando por teléfono durante una hora.
Lo que ninguna de las dos nos podíamos ni imaginar, era que años más tarde, íbamos a recordar aquella noche, aquella frase y nuestras primeras llamadas quilométricas.
Apartir de aquel día, Nora se nos unía siempre colgada del brazo de Sergio, y no había día que no fuéramos juntos a cenar, al cine o a tomar una copa. Y a mediados del 2002, Juanjo y yo nos casamos, y Sergio fue nuestro padrino de bodas.
Pero desgraciadamente no siempre todo fue alegría, porque la vida y la historia continuaban su curso, y un año después, estalló la guerra de Iraq, y Sergio, que por aquellas épocas tenía el grado de Capitán médico, fue llamado a filas, y Nora cayó en una tristeza que parecía no tener fin y que no se desvanecía hasta el día en que Sergio obtenía unos días de permiso y se presentaba de improviso en su casa, y entonces Nora volvía a ser la misma de siempre.
Nunca he visto a un hombre y una mujer tan locamente enamorados, y todo parecía indicar que su felicidad iva a ser eterna por los siglos de los siglos, hasta que ocurrió la desgracia, y ironías del destino: tal como Sergio baticinara en su momento, no ocurrió en ningún país en conflicto, sino en nuestra propia ciudad durante uno de los permisos que le otorgó el ejército.
A las diez y media de la noche de aquel miércoles, la patrulla de Juanjo tuvo que hacer una salida de urgencia hacia el mismo centro de Madrid.
Según testigos presenciales, un turismo que circulaba a gran velocidad, se había saltado el rojo emvistiendo a su paso a un motorista que esperaba el cambio de luces y posteriormente se había dado a la fuga, y el motorista salió despedido perdiendo el casco en el aire y aterrizando de cabeza sobre el asfalto.
En un segundo la zona quedó acordonada, se tomó declaración a los testigos y se llamó a una ambulancia. De pronto, Juanjo, pálido y desencajado, notificaba por radio a sus superiores que debía abandonar inmediatamente su puesto de trabajo, pues el accidentado era precisamente Sergio, su mejor amigo y quería estar a su lado.
Instantes después, una ambulancia volaba por las calles de Madrid en dirección a “La Paz” transportando al pobre Sergio. En el interior del vehículo, Juanjo, sentado al lado de la camilla, seguía paso a paso la lavor frenética del equipo médico: no, aquello tenía que ser una pesadilla a la fuerza, no podía ser de ninguna manera que Sergio, su mejor amigo, aquel muchacho risueño y lleno de vida con el cual había estado tomando un café tansolo un par de horas antes planeando una fiesta sorpresa para el cumpleaños de su amada Nora que tendría lugar una semana después, tres días antes de que él se incorporara de nuevo al ejército, fuese aquel cuerpo que ahora yacía inconsciente con el rostro ceniciento bajo la mirada de preocupación del personal sanitario.
Hubiese querido hacerles mil preguntas acerca de SU estado, pero no tuvo valor, porque en el rostro de todos ellos, le pareció ver, horrorizado, el aterrador semblante de la muerte.
Su corazonada fatal fue una escalofriante realidad: tras una noche interminable en la que especialistas e emfermeras lucharon desesperadamente para salvarle, Sergio murió poco antes de las séis de la mañana de aquel jueves, once de marzo de 2004.
De pronto, un terrible estrépito de pasos apresurados, voces dando órdenes en tono alterado, camillas rodando de un lado a otro, puertas abriéndose y cerrándose violentamente, acompañado de un inquietante clamor de sirenas de ambulancia proveniente del exterior, rompió el silencio denso y mortuorio de aquel recinto.
Aquel jueves, la ciudad y el país entero se despertaban conmocionados por la terrible y escalofriante noticia: en las estaciones de Atocha, Santa Eugenia y El pozo del tío Raimundo se habían producido varias explosiones en diversos bagones de trenes de cercanías, cuyo número de víctimas aún no podía precisarse.
En cuestión de minutos, la ciudad entera quedó colapsada, y “La Paz” y otros hospitales, se convirtieron en un verdadero hormiguero, y el llanto y los gritos de horror y dolor hacían estremecer a quienes los escuchaban.
A la una de la tarde, se hablaba de, por lo menos, doscientos muertos y un número incalculable de heridos, y aunque el gobierno presidido por José María Aznar, en una vil, ruin y mezquina manipulación con fines electoralistas, pues tres días después se celebraban elecciones generales, hacía esfuerzos titánicos para convencer al país de que Eta era la causante de aquella espantosa masacre, en cuestión de horas, los hechos ivan a esclarecer la verdadera identidad de los autores del atentado más sangriento y atroz ocurrido en Europa hasta nuestros días.
Todo esto lo supe horas después por boca de Juanjo, que después de toda una noche en vela al lado de su mejor amigo, tuvo que eemfrentarse nuevamente con la diabólica y despiadada cara de la muerte formando parte de aquel operativo histórico junto con Raül, porque mientras el mundo entero contemplaba horrorizado e indignado aquella espeluznante tragedia que desgarraba despiadadamente el corazón del pueblo madrileño, Nora y yo llorábamos abrazadas en una havitación apartada del tumulto la pérdida de álguien que ya no regresaría jamás, ignorando que allá afuera, doscientas víctimas más, gente sencilla y trabajadora y tan llena de vida como el pobre Sergio horas antes, tampoco regresarían aquel día a sus casas, gracias a la mano bengadora de la organización terrorista “Al Qaeda”, que quiso castigar así la participación de nuestro país en una guerra que la mayoría de los españoles nunca apoyamos.
La muerte de Sergio fue un golpe terrible para todos, pero sobretodo para Nora, que cayó en una profunda depresión que la tuvo un año de baja y aislada del mundo, y apartir de aquel día, me entregué por completo a ella.
Mi dedicación fue absoluta, porque, se me metió en la cabeza de que sólo yo podía lograr sacarla del túnel negro y sombrío en el que se hallaba y del que le era imposible encontrar la salida, pese haberse puesto en manos de psiquiatra i psicólogo.
Y mi esfuerzo tuvo de inmediato su recompensa, porque apartir de aquel momento me comvertí en su único enlace con el mundo; yo era la única persona a la que Nora deseaba ver, con la única que quería estar, la única capaz de hacerla comer algo, la única capaz de hacerla reír e incluso salir de casa ante la estupefacción de todos, pues aparte de mi, Nora no se ponía nunca al teléfono a menos que no fuera yo quien la llamara al móvil, ni tampoco quería ver a nadie ni hablar con nadie que no fuera yo, ni siquiera con sus propios padres , ni provaba bocado a menos que no fuera yo quien le preparara las comidas más apetitosas que se me ocurrían. Sólo yo lograba hacerla cambiar de actitud, con sorprendente facilidad.
Fue un año duro, muy duro, pero al fin, Nora se recuperó lo suficiente como para poder incorporarse de nuevo al trabajo a mediados de abril del año siguiente y hacer una vida más o menos normal, pero pese a todo, aún tenía bajones con demasiada frecuencia, en sus ojos se podía leer una infinita tristeza, y cualquier cosa, por insignificante que fuera, la hacía llorar a lágrima viva.
Yo no me separaba ni un minuto de su lado, hasta el punto que Nora llegó a formar parte de mi vida, hincluso en las pequeñas cosas o quehaceres más ccotidianos: cualquier cosa que hacía la hacía con ella, no daba un paso sin contar con ella, a cualquier sitio donde fuera me llevaba a Nora con migo, hasta el punto que en más de una ocasión llegaron a preguntarnos si éramos hermanas.
El pobre Juanjo nunca me reprochó nada de lo que hacía por ella, porque Nora era la novia de su mejor amigo, y él no dejaba de afirmar ante quién le quisiese escuchar, que en mi lugar, también hubiese actuado de la misma forma o incluso hubiera hecho aún más, mucho más.
Como más tiempo pasaba, Nora se iva convirtiendo en álguien cada vez más especial para mi, pero aún había algo más: entre las dos empezó a crearse un estraño vínculo que en un principio yo lo atrivuí a nuestra estrechísima relación. En ningun momento se me ocurrió pararme a pensar que aquél gran cariño que sentíamos una por la otra, aquellas continuas muestras de afecto, aquella dependencia mútua que cada día era más y más fuerte, era algo mucho más profundo que nos estaba llevando a las puertas de un basto y sinuoso laverinto del cual sería imposible hallar la salida, y por esto mismo, tampoco podía suponer lo que iva a suceder meses más tarde.
El año 2006 se presentó cargado de maravillosos propósitos. Yo sabía que, como casi siempre suele ocurrir, la gran mayoría quedarían en un puñado de buenas intenciones, pero a pesar de todo, estaba comvencida de que el año sería más o menos como el anterior, nada hacía presentir que faltaban pocos días para que mi vida diera un vuelco inesperado.
Aquel miércoles 11 de enero, Juanjo hacía turno de noche, y yo no tenía previsto nada especial, salvo corregir trabajos de los alumnos, preparar las clases para el día siguiente y hacerme algo de cena. Aparentemente era un día como los otros.
Debían ser más de las séys cuando llegué a casa: aquella estaba resultando ser la tarde horrible de uno de esos días horribles que, no sabes por qué, pero todo te molesta y todo te agobia, que necesitas salir inmediatamente a la calle y que te dé el aire, uno de esos días que tienes una cantidad de trabajo para hacer y no tienes ganas de hacerlo pero hay que hacerlo.
no hacía ni cinco minutos que acababa de llegar del colegio y dejaba mis cosas en el sofá del comedor para tomar un baño caliente y cambiarme, cuando sonó el interfono.
Yo no esperaba a nadie, y descolgué el auricular preguntándome quién podía ser a aquellas horas, porque normalmente los operarios y los repartidores de propaganda trabajan por la mañana. En ningun momento pensé en Nora, por esto, cuando contesté, lo que menos me esperaba era escuchar su voz en aquel tono tan alegre y jovial canturreando:
--¡Yuuujuuuu! ¡Sorpreeesaaaa!
Y al escucharla, no pude reprimir un grito de gozo:
--¡Uau! Nora! ¡Qué alegría! ¡Corre, sube ahora mismo!
Aquella visita inesperada cambió mi ánimo por completo, y súbitamente pensé que aquel día no estaba siendo tan terrible como creí en un principio: ya no se me hacía tan cuesta arriba todo el trabajo que me esperaba aquella tarde, porque todo adquiría de pronto un colorido distinto.
La puerta del ascensor se abrió, y Nora salió de él, arrastrando literalmente dos enormes bolsones de supermercado:
--¡Uf! ¡Hola, guapi! ¡Pasaba por aquí en el autobús y te he visto entrar, y pensé...
--¡Pero tía! ¿Qué son esos bolsazos? Deja, deja, ya te ayudo.
Tuve verdaderos problemas para poder mover aquellas bolsas, porque, realmente pesaban lo indecible, y entre las dos las llevamos a la cocina.
--Déjalo todo aquí –dijo Nora-, encima del mármol.
--¿Pero, te has vuelto loca? Cómo se te ocurre ir cargada de este modo?
--No te preocupes. Pues ya te digo, iva en el autobús, y al pararse en el semáforo de aquí en frente te he visto entrar, y me he dicho: hala, pues voy a verla.
Las dos bolsas estaban llenas hasta los topes de comestibles y otros productos, y yo no sabía por donde empezar.
--Deja, deja, Yoli, ahora lo guardo yo todo, no te preocupes.
--¡Pero, qué es todo esto, loca!
--Compras. Me he pasado por el súper y he comprado cuatro cosas.
--¿Cuatro cosas, dices? ¡Pero si aquí traes el súper entero! Y como siempre, no llevabas el carro.
--¡PERO SI ES PARA TI, BOBA!
Aquello me dejó atónita:
--¡Qué dices! Pero... Oh, Nora, ¿por qué has hecho esto?
--Anda, ya tienes adelantada una buena parte de la compra de pasado mañana. ¡Pero, qué digo una buena parte! ¡Si con todo esto ya no hará falta ni que vayas a comprar!
Nora rezumaba energía y jovialidad por todos los poros. ¡Volvía a ser la Nora de siempre!
--Pues... No sé qué decirte...
--No digas nada, ya está.
Y sin más, nos abrazamos y nos llenamos de besos:
--Gracias, Nora, eres un cielo. Dime: ¿Cuánto es todo?
--Nada.
--¿Cómo?
--¡Nada, sorda!
--¡Pero Nora!...
--¡Nada, Yoli, ya está!
--Pero te debes haber gastado una fortuna en...
--¡Y a ti qué te importa, boba, más que boba! Anda, déjame guardar todo esto.
--Estás en tu casa, ya lo sabes. ¡Oh, qué alegría que hayas venido!
--Pensaba invitarte a cenar, pero como la señora mañana tiene que levantarse pronto porque trabaja... He pensado que podríamos cenar aquí las dos y así todo queda en casa.
--¡Uau! ¡Fantástico!
--Tú, supongo que debes tener trabajo, ¿no?
--Pues, la verdad, sí. Me sabe muy mal abandonarte, pero, como hay confianza...
--No te preocupes por nada: cámbiate y haz lo que tengas que hacer. Del resto me ocupo yo.
Mientras Nora trasteaba en la cocina, yo me bañé, me cambié y me dispuse a hacer todo el trabajo que tenía previsto.
Me sorprendió pensar que ahora no me parecía tanto como había creído antes de llegar Nora, y me sorprendió aún más la rapidez con la que lo terminé. En unos minutos el humor me había cambiado, me sentía inmensamente feliz, me gustaba mi trabajo, y el día era maravilloso.
De pronto, un delicioso olor a verduras y carne asada lo imbadió todo: en la cocina, Nora se estaba esmerando al máximo, y a las nueve en punto nos esperaba en la mesa una cena suculenta, y las dos cenamos con apetito y felices porque, contra todo pronóstico, estábamos juntas.
El tiempo transcurría veloz, pero ni Nora ni yo nos dábamos cuenta de ello hasta que una de las dos miró el reloj: eran ya cerca de las diez y media, y estábamos planteándonos si pese a la hora veíamos una película o yo me iva a la cama y ella a su casa, cuando de pronto, un tremendo estampido que nos dio el susto del siglo, hizo temblar todo el edificio. Era un trueno, pero parecía una bomba, y por un segundo, los atentados del once M y la explosión de Leganés cruzaron mi mente como un relámpago, pero sólo fue un segundo.
Las dos nos asomamos al valcón, y lo que vi me dejó estupefacta: el cielo se había oscurecido de repente, como si un gran manto negro lo cubriese todo, una densa cortina de agua caía sobre la ciudad, y un viento huracanado nos hizo retroceder dejándonos completamente empapadas.
¡Era increíble, no hacía ni cinco minutos que el cielo estaba completamente claro y los partes meteorológicos habían anunciado sol para toda la semana! Y mientras cerraba el balcón a toda prisa, pensé que verdaderamente el tiempo se había vuelto loco y que quizá sí que nos tendríamos que ir tomando en serio lo del cambio climático.
--Oye –le dije, resuelta-, ponte como quieras, pero no voy a permitir que te vayas a tu casa lloviendo así. Y por la ropa no te preocupes, mañana te pones ropa mía y se acabó.
--Pues, te lo agradezco, guapi, de verdad, porque... Sólo pensar que tengo que salir a la calle con la que está cayendo...
--Pues no, hoy nada de salir a la calle. Esta noche duermes en la habitación de mi madre y mañana será otro día.
Nora no tardó ni cinco minutos en querer acostarse. Antes de ir a la habitación que ocuparía aquella noche, me abrazó y me dijo con voz quebrada:
--Yoli... Eres muy buena con migo. Demasiado buena.
--Porque te lo mereces.
--No lo sé, Yoli –respondió, suspirando con tristeza mientras unos lagrimones resbalaban por sus mejillas-. No sé si es justo que sacrifiques tu vida por mí como lo estás haciendo. Yo... No sé si sería capaz de hacer ni una milésima parte de todo lo que has hecho por mi.
--Nora, por Dios, no empieces a decir tonterías, que hasta ahora te has portado muy bién, ¿eh?
--Te quiero mucho, Yoli.
--¡Yo también, tonta!
Nos dimos dos besos, y yo me fui a mi dormitorio, pero pese a la hora, al intenso día de trabajo y el cansancio que sentía, no tenía ni pizca de sueño, porque la inmensa alegría que me produjo la inesperada visita de Nora me había acelerado.
Comprendiendo que el sueño aún tardaría una eternidad en hacer acto de presencia, decidí empezar a leer SECUESTRO HOCHSCHILD, de Luís Adrián R, un libro que Juanjo me había regalado el día de reyes. La lectura siempre me ha relajado.
Tann... Tann... Tann... El reloj de la torre del Parlamento daba los tres cuartos de hora. Solamente faltaban quince minutos para la medianoche. Una noche que venía a cubrir con su negro manto a un cansado pueblo que había vivido un día de horribles pesadillas.
La plaza principal de la ciudad de La Paz está encuadrada al Sur, por el Palacio de Gobierno, también denominado "Palacio Quemado", y a cuyo lado se yergue, majestuosa y enorme, la Basílica de Nuestra Señora de La Paz, monumento de fe hecho de piedra labrada a mano; al Norte y Oeste, edificios particulares sin ninguna importancia, y cerrando el cuadrilátero, por el Este, el Congreso Nacional, que abarca casi la totalidad de ese flanco, y en cuya enorme torre se encuentra el reloj, que en esos momentos marcaba los tres cuartos de la hora.
Esa plaza – que en los días en que el protomártir de la Independencia Americana, don Pedro Domingo Murillo, diera el grito de emancipación en la entonces aldea de La Paz – había sido el escenario donde el mestizo sediento de libertad pagaría tal osadía con su vida, colgando del pescuezo, ante el horrorizado y consternado pueblo, a quien le dio sus ideales libertarios. Esa plaza – que hoy lleva su nombre – , en el día que estaba por finalizar, con los tañidos del reloj del Parlamento al marcar los tres cuartos de la hora antes de la medianoche, había vuelto a ser el escenario donde otra vez se representara una tragedia, y donde los principales actores también fueron los colgados. Pero, ya no cumpliendo un decreto de un rey, emperador o regidor, sino por la voluntad de un pueblo. Ya no por la osadía de enseñar al pueblo que nace libre y que no tiene más amos que el mismo pueblo, ni por predicar que el poder no es atributo de un solo hombre... Sino que esta vez se balancearon los colgados por quererle quitar al pueblo lo que el primer colgado en esta plaza le dio: ¡su libertad!
Y el reloj de la torre del Parlamento, que se encuentra en esta plaza, marcaba los tres cuartos de la hora. Tann... Tann... Tann... Sólo faltaban quince minutos para la medianoche.
Dos hombres, con los cuellos de sus abrigos levantados y las alas de sus sombreros caídas, como queriendo ocultar sus rostros, y en compañía de un tercero que no tenía ni abrigo, ni sombrero...
El libro me parecía cada vez más fascinante, y como más me adentraba en la lectura, más presa me sentía de la historia, pero comprendí que si no dejaba el libro ya, me exponía a pasarme toda la noche en vela hasta terminarlo, y a la mañana siguiente me esperaba otra jornada de trabajo aún más dura que la de aquel miércoles y necesitaba descansar.
¿Qué hora era? Consulté el reloj: eran, exactamente, las doce menos cuarto de la noche. Qué casualidad, pensé. Igual que en el comienzo de la novela que estaba leyendo, pero no le di importancia.
Dejé el libro en la mesilla, y antes de sumergirme definitivamente entre las sábanas para intentar conciliar el sueño, me levanté y busqué en el armario ropa interior y un vestido entre mis preferidos, porque Nora y yo más o menos tenemos la misma talla; podía haberle llevado la ropa a la mañana siguiente, antes de irme a trabajar, pero pensé que ya que aún estaba despierta, no me costaba nada dejársela lista, así que cogí un vestido que creí que le podría gustar, unas bragas, un sostén, unas medias, me puse las zapatillas y salí al pasillo.
Todo estaba a oscuras, y el silencio lo emvolvía todo, un silencio roto por el intenso fragor de la tormenta que no parecía querer cesar, más bien todo lo contrario. Andaba como los gatos, intentando ver en la oscuridad y agazapada a la pared.
Al llegar al dormitorio donde Nora dormía, vi que la puerta estaba ligeramente entornada: del interior de la estancia, me llegaba su suave y delicioso olor a perfume y crema corporal, y su respiración, como un murmullo que me recordaba vagamente al lejano vaibén del oleaje del mar.
Procurando no hacer el más leve ruido, empujé la puerta con sumo cuidado y entré en la habitación y dejé la ropa cuidadosamente doblada encima de una silla, y ya desde el umbral, me volví y miré hacia la cama: a la luz de la lamparilla de la mesita de noche que permanecía encendida, Nora yacía boca arriba, con los ojos cerrados, los brazos desnudos cruzados sobre el pecho, su sedosa y ensortijada melena inundaba la almohada, y por su boca entreabierta, su respiración fluía lenta, suave y acompasada, y ante mi sorpresa, sus labios carnosos esbozaban una sonrisa maravillosa: Desde la muerte de Sergio Nora no había vuelto a sonreír, y ahora lo hacía, y lo hacía para mi, sólo para mi, porque era yo la única que era testigo de aquello. ¡Oh, qué guapa estaba!
Me sentí tan fascinada que quise contemplarla más de cerca: avancé hacia la cama, me arrodillé junto a la cabecera y me la quedé mirando durante mucho rato, sintiéndome cada vez más y más embelesada, más presa de aquella sonrisa, de aquellos labios entreabiertos que parecían reclamar un beso, y más embriagada por la deliciosa fragancia que desprendía su cuerpo. A fuera, el viento arreciaba por momentos, los truenos estallaban uno tras otro con unos estampidos que hacían temblar la tierra, y la lluvia cada vez caía con mayor intensidad.
De pronto, su cuerpo se estremeció y sus ojos se abrieron perezosamente, alargó una de sus manos hacia mí, y con voz suave murmuró acariciándome la mejilla:
--Yoli –no pude contener un lijero sobresalto-... Hola, cariño...
--Ah, hola... Duerme, guapi, duerme, no pasa nada...
--¡Oh, pobre! Te he asustado, ¿verdad?
--Tranquila, no pasa nada, estaba tan ensimismada... Te he traído ropa limpia para mañana, y... Te estaba mirando. Te he despertado, ¿verdad?
--Tranquila –dijo, desperezándose-... No te preocupes... Con un poco de suerte no me desvelaré...
--Oh, lo siento...
--¡Ya está, tonta, no pasa nada!
--Bueno, guapi, ya me voy. Que descanses.
--¡Oh, no, no te vayas –me dijo tomando mis manos entre las suyas-, no te vayas, porfavor! quédate: me gusta tenerte así con migo.
Nos estuvimos durante largo rato en silencio con las manos entrelazadas, y yo no podía dejar de mirarla:
--¿Por qué me miras así?
--¿Yo?
--Nunca me habías mirado de esa forma.
--Es que...
--¿Sí? Dime.
--¡Hacía tanto tiempo que no te veía sonreír... Me he quedado embelesada mirándote.
--Ya lo veo. No me preguntes por qué, pero hoy, por primera vez en mucho tiempo siento que he recuperado mi paz interior. Quizá sea la tormenta: los días de lluvia me hacen recordar mi infancia y me olvido de todo. Pero desgraciadamente será sólo hasta que deje de llover; mañana, o quizá dentro de unas horas volveré a estar jodida otra vez.
--Pues no, no quiero verte triste nunca más. ¡Oh, Nora, te juro que ahora me encantaría poderte hacer una foto, estás guapísima!
Nora se sonrojó, rió coqueta y preguntó con voz lánguida:
--¿De verdad?
--Sí, Nora.
Me incliné sobre ella y pegué mi nariz a su cuello, aspiré profundamente, y me sentí inundada de ella, le acaricié suavemente el pelo y la cara, y seguidamente le besé los ojos y la punta de la nariz. Ella sonrió complacida y dijo dulcemente:
--Qué tierna eres...
--No quiero volver a verte triste nunca más. ¿Me lo prometes?
--Sí, Yoli. Te lo prometo.
--Anda, guapi, intentemos dormir, que es ya muy tarde.
--Tienes razón. Buenas noches, Yoli. Que descanses.
Su sonrisa se agrandó más y más, y de pronto me sentí como envuelta en una estraña y fascinante aureola de luz que nos aislaba del mundo real y nos transportaba a un universo mágico, un universo en el que sólo existíamos Nora y yo, nadie más. No quería irme, ahora no quería irme de su lado, pero tenía que hacerlo, era tarde y disponía de pocas horas de descanso, y repetí sin ganas:
--Bueno, guapi, me voy a dormir, que a este paso...
Y por primera vez en mucho tiempo, Nora se echó a reír y dijo, divertida:
--Lo has dicho ya tres veces y no te has movido ni un centímetro.
--Oye, venga, va, ahora sí me voy, eh, que mañana no me podré levantar y te juro que no me hará ninguna gracia, pero ninguna, ¿eh? Buenas noches, guapi.
--Buenas noches.
Aún permanecí unos segundos más con sus manos entrelazadas con las mías, y luego me incliné de nuevo con intención de darle un beso de buenas noches, pero me detuve a medio camino, porque cuando mis labios se hallaban a un centímetro de su cara, inesperadamente Nora volvió la cabeza hacia mi, y en lugar de su mejilla, me ofreció su boca entreabierta, y la punta de su lengua asomó por entre sus dientes igual que un pez asoma a la superficie, y acarició sus labios lentamente, mientras que en sus ojos empezaba a arder un estraño fulgor que nunca hasta entonces le había visto, y su voz sonó suave, como un susurro.
--¿Qué te pasa? ¿No ivas a darme un beso? Pues hazlo. Bésame. Bésame, Yoli, bésame, bésame...
Yo hubiese podido apartarme de inmediato, levantarme de un salto, musitar un cortante buenas noches e irme rápidamente a mi dormitorio, y una vez allí atribuir lo ocurrido a una flaqueza tonta provocada por su estado de ánimo, correr un tupido velo y asunto olvidado, pero no lo hice, porque aquella boca incitante, lejos de inquietarme o incomodarme, ahora era un reclamo irresistible, y me sentí llena de un estraño gozo, y un terrible deseo me poseyó, un deseo que hacía muchos años que no sentía, ni siquiera en mis momentos más ardientes de pasión con Juanjo, y sin pararme a reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo ni plantearme las consecuencias que podía comportar lo que ívamos a hacer porque aquel momento era un momento mágico, un momento nuestro, sólo nuestro y quería vivirlo en toda su plenitud, cerré los ojos, le eché los brazos al cuello y apreté mi boca sobre la suya en un largo y apasionado beso.
Nunca podré olvidar aquel primer contacto de sus labios carnosos, tibios y suaves, y el fulgor de sus ojos ya era un fuego abrasador que me imvadía por completo.
Cuando nuestras bocas se despegaron, ella susurró:
--Qué dulce eres, Yoli... Nunca nadie me había besado así... Otra vez, porfa...
Volvimos a besarnos, y sus manos me acariciaron dulcemente el pelo y la cara, y tomándome la nuca, apretó más mi boca sobre la suya y la punta de su lengua rocó mis dientes, y como en un sueño, abrí la boca para que pudiera introducírmela, y mi lengua salió enseguida a su encuentro, y cuando nuestras lenguas se encontraron, ella emitió un delicioso gemido de placer, y yo también gemí.
Fue un beso largo y delicioso, durante el cual, nuestras lenguas se acariciaron y recorrieron nuestras encías en un lento y maravilloso paseo.
¡Hum! Oh, qué lengua tan rica –susurró Nora mientras se relamía los labios-... Más, Yoli, más, quiero más, dame más besos... Dame más lengua... Dámelo todo...
Y así, yo arrodillada junto a la cama y Nora tendida en ella, con los brazos enlazándonos por el cuello, cruzamos definitivamente la peligrosa frontera que demarca la más grande y estrecha amistad y las relaciones íntimas, y comenzamos a besarnos mientras a fuera la lluvia seguía cayendo a mares sobre la ciudad.
Nos estuvimos besando durante mucho rato, y nuestros besos eran cada vez más largos y apasionados, y como más nos besábamos, más necesitaba sus besos, rozar mi lengua con la suya, mordisquear sus labios carnosos, undir mi boca entre ellos y notar como su lengua acariciaba los míos suavemente, chupar su lengua y que ella chupara la mía, beber su saliva... Y poseerla.
De pronto me sobresalté:
--¡Dios mío! ¿Qué hora es?
--¡Joder, tía -respondió, molesta-, mira que eres oportuna!
--Lo siento, pero es que...
--No pasa nada, te lo digoahora mismo. Ahora son -rápidamente consultó su móvil que reposaba en la mesilla-... Las doce y cuarto. No te preocupes,tenemos tiempo de sobra.
Lentamente, aparté las sábanas que la cubrían, y ella me dejó hacerlo. Mi mirada recorrió su cuerpo esbelto de arriva a abajo, que no lucía más prendas que un sostén y unas bragas. ¡Qué hermosa era!
--¿Puedo quitarte el sostén?
--Sí.
Mis dedos recorrieron la fina blonda del sostén hasta llegar a los enganches. En un segundo se lo quité y lo arrojé a un rincón.
--Qué cuerpo más bonito...
--¿Te gusto?
--Mucho.
--Hazme lo que quieras, Yoli... Soy tuya... Toda tuya...
Empecé a acariciar aquella piel suave como el terciopelo, Y mi pulgar frotó sus pezones, que se endurecieron enseguida y su respiración empezó a alterarse.
--Oh, Yoli...
--¿Te gusta?
--Oh, sí, mucho... Oh, qué manitas tan suaves...
--¿Puedo quitarte las bragas?
--No preguntes. Hazlo.
Muy despacio, fui deslizando sus bragas por su cuerpo, y cuando las tuve en la mano las arrojé al mismo sitio donde ahora yacían los sostenes.
--¿Y tú? ¿No te desnudas? Anda, quítate el pijama.
--¿No quieres hacerlo tú?
--Me encantaría. Anda, ven.
--Apaga la lamparilla.
Con un rápido movimiento, Nora apagó la lamparilla de la mesilla de noche, y la habitación quedó sumida en la oscuridad.
Me tumbé a su lado, y muy lentamente ella empezó a despojarme del pijama: pese a la urgencia que leía en sus ojos relampagueantes de deseo, , se tomó su tiempo, como el que pela una fruta deliciosa con toda la calma y que sabe que no tardará en saborearla, por fin, depositó cuidadosamente mi pijama en la mesilla, me estrechó contra su cuerpo, y empezó a acariciarme con estrema ternura, y toda yo me sentí bibrar de placer, y me entregué a ella sin reservas.
--¡Oh, Nora!... Qué buena estás, tía!... ¡Es que te comería!...
--Pues empieza y cómeme las tetas...
Me incliné sobre ella, me llevé uno de sus pechos a la boca y empecé a mordisquearle suavemente el pezón. Su respiración empezó a acelerarse:
--¡Oh, Yoli!... Oh, Yoli, qué bién lo haces!... Oh, cómemelo, porfa, cómemelo, cómemelo!... ¡Oh, así, así!... ¡Oh, qué pasada!... Oh, el otro también!...
Después de trabajarle los pechos, me tumbé sobre ella, y fui deslizándome muy lentamente por su cuerpo mordiendo y lamiendo. Al llegar a sus piernas, las separé con mucho cuidado y me zambullí entre sus muslos, y mi nariz acarició su sexo, lo tenía completamente mojado, y mis pulmones se inundaron de su olor de hembra, me abracé a ella con todas mis fuerzas, y toda ella se estremeció cuando mi lengua la penetró, y su flujo, el mismo flujo que ahora sentía yo correr por mi entrepierna, me inundó la boca, y yo lo savoreé como si se tratara de un elixir de la vida, y lo quería todo, y lo tendría todo.
--Oh, qué rico, Yoli -balbuceó-, qué rico... Sigue, Yoli, sigue, sigue... Oh, qué rico, qué rico... Oh, qué pasada... Oh, como estoy disfrutando...
Al acariciarle el clítoris con la punta de mi lengua, toda ella fue víctima de un fuerte espasmo, y de sus labios brotó un gemido maravilloso:
--¡Ooooh! ¡Ooooh Yoli! ¡Ooooh qué rico! Oooooh me muero de gusto! Oh, ven, Yoli... Ven, dame tu coño...
Me encaramé a su cuerpo, Nora me abrazó encima de ella, y su boca se apoderó de mi fruta prohivida, y las dos iniciamos el delicioso juego de lamer, sorber y tragar, bebiendo nuestro néctar como en una comunión sagrada.
La primera que rozó las estrellas con la mano fue Nora: todo su cuerpo empezó a temblar, y emitiendo unos gemidos agudos, deliciosos, que cada vez crecían en intensidad, clavó con fuerza los talones en el colchón intentando resistir unos segundos más el violento torbellino que luchaba por arrastrarla, unos gemidos que muy pronto se transformaron en rebuznos. Yo no tardé más de diez segundos en llegar al punto culminante, y por fin, el gran momento, y con un largo aullido de placer, las dos nos entregamos a un potente orgasmo.
Me es imposible recordar cuantas veces hicimos el amor aquella noche de tormenta, dos, tres, quizá cuatro veces... Lo único que recuerdo es que después de un encuentro venía otro, y otro, y otro, y otro... Y cada encuentro era más placentero que el anterior, y yo me entregué a aquel placer que parecía no tener límite.
A las cuatro de la madrugada, una hora antes de que Juanjo terminase su turno de noche, Nora dormía profundamente con la felicidad pintada en su rostro, y yo regresaba a mi cama más que saciada de sexo y de placer, mientras que a fuera, el viento y la lluvia empezaban a amainar.
Así fue como apartir de aquella noche, empezó mi dicha y mi tormento, o dicho de otro modo: mi doble vida, porque desde aquella noche, Nora ha dejado de ser mi amiga del alma para convertirse en mi amante, y durante estos últimos séys meses nos vemos día sí día no.
En casa, aparentemente nada ha cambiado: yo sigo siendo la misma de siempre, y si algunas veces veo que me retraso más de lo normal, llamo a Juanjo con toda la naturalidad del mundo y le digo que al salir del trabajo he quedado con Nora para tomar algo, o para ir al cine, al teatro, a un museo, etc, salidas que se producen cada vez más amenudo y que harían recelar a alguien que no tuviese un corazón de ballena como el de Juanjo, y por las noches, antes de que me venza el sueño, hago el amor con mi marido con la ternura y la pasión habituales, un marido que sigue siendo el hombre más bueno y confiado que he conocido nunca, que no ve nada malo ni oculto en situaciones y actitudes que otros verían al momento y que se desvive por hacer de su esposa la mujer más feliz del mundo y que quiere a Nora como a una hermana, sin sospechar en ningun momento que hace tiempo que yo ya no soy la misma de hace séys meses atrás ni que Nora, su querida Nora, la novia de su mejor amigo y comfidente, la hermana que siempre hubiese deseado tener, es mucho más que mi amiga del alma.
Quisiera tener la suficiente sangre fría como para no sentirme culpable, pero no puedo. Quisiera ser lo suficientemente mala y egoísta como para no abergonzarme de lo que estoy haciendo, pero no puedo. Quisiera poder tener el suficiente valor para terminar con algo que no tenía ni que haber sucedido ni empezado nunca, pero no puedo, y es precisamente esto lo que me está matando: Juanjo no se merece para nada lo que Nora y yo le estamos haciendo, pero aunque quiera no puedo renunciar a nuestros encuentros secretos, porque la amo. Sí, esta, esta es la cruel y terrible realidad: la amo, la necesito y la deseo como jamás creí que pudiese amar y desear.
Nadie, absolutamente nadie sabe nada de todo esto, porque ninguno de mis amigos o amigas me merecen la suficiente confianza como para poder confiarles sin temor lo que me ocurre y el hervidero en que se ha convertido mi interior.
Sólo en una ocasión me atreví a confiarle a Nora todo lo que sentía. Fue una tarde, en su casa, pocos días después de nuestro primer encuentro: acabábamos de hacer el amor, y sentí la necesidad de hablar, de ser sincera.
Ella me escuchó atentamente, y tras parpadear un par o tres de veces, chasqueó la lengua, suspiró, me abrazó con fuerza, me dio un largo beso en los labios y dijo:
--Tienes razón, Yoli, toda la razón del mundo: lo nuestro no tenía que haber sucedido nunca, en eso estamos de acuerdo, ¿pero quieres que te diga algo? No vale la pena amargarse, ya está hecho y no podemos ni queremos dar marcha atrás. Y no creas que no te comprendo: te comprendo más de lo que te imaginas, pero... Muchas veces es necesario ser egoísta, Yoli, ni que sea una vez en la vida, sobre todo si has pasado por lo que me ha tocado pasar.
Tragó saliva, respiró hondo, movió la cabeza hacia un lado y a otro como si quisiera sacudirse o auyentar algun mal pensamiento, y prosiguió:
--He sufrido mucho durante este último año y medio, Yoli, tú lo sabes mejor que nadie: la ausencia de Sergio era como una losa cada vez más pesada que me oprimía el alma asfixiándome cada vez más y más, y de pronto, cuando menos lo esperaba, va y se produce el milagro del siglo. Te confieso que nunca en mi vida se me había pasado por la cabeza montármelo con una mujer, pero cuando te conocí me fascinaste, no me preguntes por qué, pero es así. Y además, yo no te lo oculté nunca: ¿a caso no recuerdas lo que te dije la primera vez que fuimos a cenar?
--Claro que lo recuerdo, que si fueses un chico me pedirías que saliera contigo.
--Exactamente. Tú quizá te lo tomaste como una broma inocente, pero no lo era: en lo más oculto de mi alma deseaba con todas mis fuerzas que algun día sucediese algo, pero yo tenía muy claro que no iva a haber nada entre nosotras, primero, porque en aquel momento Serjio era el centro de mi vida, y después, porque me parecía imposible que tú y yo... Pero ya lo ves, en esta vida no hay nada imposible: y una vez liadas, no me arrepiento: con tigo he descubierto una nueva manera de disfrutar del sexo que jamás se me hubiese ocurrido provar, entre otras cosas porque a mi las mujeres no me van, pero tú eres distinta, Yoli, y ahora... Siento que por primera vez en no sé cuanto tiempo soy feliz, Yoli, muy feliz, y tú también lo eres.
--Es cierto.
--Pues no te calientes más la cabeza, no vale la pena: Juanjo nunca lo sabrá, de manera que vivamos lo nuestro tan intensamente como podamos sin preocuparnos por cuánto tiempo durará o dejará de durar, porque al fin y al cabo esto es la vida, un sinfín de oportunidades que se han de cazar al buelo si no quieres arrepentirte mañana.
Fue entonces cuando le hice aquella pregunta:
--Nora... ¿Tú me amas?
Hubo un largo silencio, Nora me miró fijamente y preguntó:
--¿Y tú, Yoli? ¿Me amas?
--No me has contestado.
--Tú tampoco.
--¿Quieres que lo haga?
Ella sonrió provocativa y respondió:
--Pues... Sería todo un detalle por tu parte.
Nos echamos a reír y nos besamos apasionadamente.
--Sí, Nora. Claro que te amo: te amo desde el día que te conocí. Si no te amara no me hubiese entregado a ti como lo he hecho.
--Ya lo sé, Yoli. Lo supe desde el primer momento. Yo también te amo. Te amo como nunca creí que pudiese volver a amar en mi vida.
Volvimos a besarnos. Hubo un largo silencio:
--Berás -dijo al fin-, voy a confesarte algo: cuando conocí a Serjio me enamoré perdidamente y me entregué por completo a un amor sin límites. Estaba convencida de que nunca en mi vida volvería a amar a nadie como le amaba a él, y cuando esos cabrones me lo mataron... Creí enloquecer. Estaba segura de que nunca lograría reponerme, y nunca me hubiese repuesto si tú no hubieses estado a mi lado en todo momento. Y me recuperé, sí, bueno, me recuperé a medias, porque aún me faltaba algo, algo muy importante para que mi vida tubiese algun sentido, y este algo que tanto anhelaba surgió cuando nos besamos por primera vez la otra noche, y cuando hacíamos el amor, sentí que el mundo volvía a abrirse ante mi, y que la vida, esa perra y puta vida que tanto había odiado y que tantas veces estuve apunto de echar de mi lado, ahora era maravillosa y valía la pena vivirla porque te tenía a ti. En mi vida sólo me he entregado por completo a dos personas: una fue Sergio. Y la otra... tú, Yoli. Sé que deberíamos hacer esfuerzos titánicos para evitar que el amor siga ganando terreno, lo sé muy bién: en mi caso... Porque soy demasiado celosa, y muy posesiva, y no pararía hasta lograr que rompieras con todo lo que podría separarnos y así tenerte para mi sola, y en el tuyo... No sería justo que sucediera tal cosa, porque Juanjo es un gran hombre y te ama, y la última cosa que quisiera en este mundo es verle sufrir. En cambio, una historia en la que sólo hay sexo y nada más, es más fácil de llevar, tanto para ti como para mi, porque de la misma manera que empieza puede terminar en cualquier momento y no se arriesga nada porque nadie sabe absolutamente nada de nada. Deberíamos evitarlo, pero ya es imposible: entre otras cosas, porque hemos ido a encontrarnos dos personas muy especiales en un momento crucial, y las dos queremos amar y ser amadas. Lo que debemos hacer ahora es procurar tener en todo momento la situación bajo control para que no se nos vaya de las manos.
--¿Tú cres que aún es posible?
--Eso espero, Yoli. Por el bien de todos... Eso espero.
--Oh, Dios mío, te juro que no puedo entender como hemos llegado a esto...
--¡Anda, no te tortures más.
Nos abrazamos, y a los pocos segundos, las dos estábamos enzarzadas en un delicioso juego de besos y caricias, y volvimos a hacer el amor.
Desde aquel día nunca más hemos vuelto a hablar del tema. Bueno, puede decirse que desde aquel día ya casi ni hablamos: cuando quedamos lo hacemos vía ese eme ese, y cuando queremos mantener una conversación lo hacemos por Messenger. No era una herramienta nueva para mí: Nora y yo ya lo habíamos usado anteriormente en alguna ocasión para cosas muy concretas, algun encargo rápido, confirmar una cita, etc, pero ahora nos podemos estar horas ante el teclado, y siempre, después de habernos contado como nos ha ido el día en el trabajo y en casa y otros pormenores que carecen de importancia, damos rienda suelta a nuestras confesiones más íntimas, aquellas que nadie excepto ella y yo sabrá jamás, conversaciones que guardo en un U S B que siempre llevo conmigo.
Te he impreso nuestra primera conversación por Messenger como amantes, y aquí la añado también. Esta es para mí casi como un tesoro, porque fue la primera.
Hora de inicio: 18.00.
Hora de finalización: 20.10.
YOLI DICE:
--(J ¡Holaaaa! ¿Estás ahí?
NORA DICE:
--(J ¡Hola, cariño!
YOLI DICE:
--¿Qué tal todo?
NORA DICE:
--Bién, no hace mucho que he llegado, y ahora iva a arreglar un poco la ropa que me pondré mañana y ver qué me preparo de cena. Tenemos telepatía, porque iva a darte un toque.
YOLI DICE:
--Te llamo a casa. O llámame tú.
NORA DICE:
--No, es mejor por aquí. Es más seguro.
YOLI DICE:
--Estoy sola.
Nora dice:
--Prefiero que nos acostumbremos al Messenger, es mucho mejor. ¿Qué tal te ha ido el día?
YOLI DICE:
--Bién, pero muy cansada. Ahora mismo he terminado de corregir unos trabajos y voy a llenarme la bañera con agua caliente para darme un baño, me relaja, ¿sabes?
NORA DICE:
--Ya.
YOLI DICE:
--¿Y tú?
NORA DICE:
--Bién, el trabajo bién, hoy ha sido un día bastante tranquilo, cosa rara en este hormiguero.
YOLI DICE:
--Ya.
NORA DICE:
--Ya te digo, no hace mucho que he llegado: he aprovechado para ir a comprar, porque tenía la nevera bacía.
YOLI DICE:
--Nora... No me acaba de gustar eso de hablar únicamente por teclado. No sé... Lo encuentro muy frío y distante, y además, creo que podría conducirnos a la incomunicación total, y eso no es lo que queremos.
NORA dice:
--No, Yoli, todo lo contrario: además de que es un medio seguro que no deja rastro, esta será una manera de contarnos cosas que nunca nos atreveríamos a contarnos de palabra. Cosas muy especiales.
YOLI DICE:
--¿Como por ejemplo?
NORA DICE:
¿Tú te has vengado de alguien alguna vez?
YOLI DICE:
--¿Yo? Nunca en mi vida he pensado en algo semejante. ¿De quién iva a vengarme, pobre de mi?
NORA DICE:
--Yo qué sé... De alguna amiga cuando eras jovencita...
YOLI DICE:
-- A ver... Lo máximo que he llegado a hacer es... Bueno... En mi época de adolescente, lo típico, quitarle el novio a alguna amiga mía... Esas cosas.
NORA DICE:
--¡A eso me refería, mujer!
YOLI DICE:
--Tú has hablado de venganzas...
NORA DICE:
--Hay venganzas y venganzas, Yoli, y no todas han de ser destructivas, todo lo contrario.
YOLI DICE:
--Toda venganza es destructiva, Nora.
NORA DICE:
--No siempre. (:) ¿Sabes cómo me vengué de alguien por primera y última vez en mi vida?
YOLI DICE:
--¿Cómo?
NORA DICE:
--Mamándosela a un amigo de mi hermano.
NORA DICE:
--¡Eo! Estás ahí?
YOLI DICE:
--Sí... Es que he tenido que leerlo dos veces porque pensé que no lo había entendido...
NORA DICE:
--Sí, sí, te he escrito esto, mamándosela a un amigo de mi hermano: fue así como prové el semen por primera vez. ¡No me digas que te has escandalizado!
YOLI DICE:
--No, eso no, pero... No me lo esperaba... ¡Te juro que es lo último que me esperaba que me dijeras! Oye... ¿Pero es verdad o te estás quedando con migo?
NORA DICE:
--Es verdad. ¿Quieres que te lo cuente?
YOLI DICE:
--¿Lo harías?
NORA DICE:
--Si tú quieres...
YOLI DICE:
--Pues... La verdad...
NORA DICE:
--Te encantaría, ya lo sé.
YOLI DICE:
--Pues... La verdad... Ahora tengo curiosidad... Bueno, ya... Más que curiosidad... Ya es morbo...
NORA DICE:
--Fue durante una fiesta de cumpleaños de mi hermano.
YOLI DICE:
--¿De Julio?
NORA DICE:
--Sí, no tengo otro. Yo tenía trece años y Julio cumplía quince. La celebramos en mi casa; uf, mis padres vivían en un piso precioso con un patio enorme, por esto se pudo hacer: vinieron todos nuestros amigos del instituto y mis padres nos dejaron el piso toda la tarde.
Julio se empeñó en invitar a Sandra y a Bruno, unos amigos suyos del barrio mucho más mayores que nosotros, por aquel entonces Bruno tenía 22 años y Sandra 20.
Sandra y Bruno era una pareja verdaderamente peculiar: Bruno era el típico muchacho chulo y guaperas que cuando las jovencitas ilusas y románticas se tropiezan con ellos se derriten al verle: alto, rubito, ojos grises y siempre vestido a la moda con un gusto exquisito.
Sandra en cambio, a sus veinte años, era todo lo contrario: hacía todo lo posible para disimular sus encantos, siempre vestida de negro, los ojos fijos en el infinito y siempre con el nombre de Diós en la boca. Resumiendo, más que una muchacha en la plenitud de la vida, parecía una beata octogenaria entregada en cuerpo y alma a servir a Diós hasta las últimas consecuencias.
Y si sólo fuera esto, pues oye, cada cual elije su camino según sus preferencias, gustos y creencias, ¡sólo faltaría! El problema era que Sandra era también una fisgona de cuidado, y por culpa de meter las narices en todas partes, ocurrió lo que ocurrió.
Recuerdo que yo odiaba a Sandra con toda mi alma porque días antes les fue a soplar a mis padres que me había visto fumando en la esquina de casa con unos compañeros de clase.
YOLI DICE:
--¿Y era verdad?
NORA DICE:
--Claro que era verdad, ¿y qué hizo mi madre? Pues registrármelo todo hasta que encontró lo que buscaba, osea, un paquete de tabaco y un mechero, y claro, me metieron una bronca de la hostia y me castigaron sin salir durante tres fines de semana seguidos.
Normalmente en casa mis padres no eran partidarios de los castigos, y si alguna vez nos imponían alguno a Julio o a mí, no lo cumplíamos en su totalidad, pero en aquella ocasión, como la cosa, según ellos, había sido muy grave, tuve que pasarme los tres fines de semana estipulados encerrada en mi cuarto como una verdadera prisionera, sin poder hablar con nadie, ni ver a nadie, ni recibir llamadas de teléfono de mis amigas, ni mirar televisión ni nada por el estilo. Era tal mi agobio, mi rabia y mi desesperación cuando llegaban los viernes de aquellas malditas tres semanas que, por primera vez en mi vida, deseaba que los fines de semana pasaran cuanto antes, y juré que no pararía hasta vengarme de aquella chivata de mierda, y que mi venganza sería terrible, pero no sabía como hacerlo, y eso me desesperaba.
La tarde de la fiesta, una semana después de terminar mi encierro, sólo llegar a casa, Bruno vino a saludarme enseguida, y después de pedirme por favor que no le tuviese rencor a su novia, que ella nunca pensó que mis padres se lo tomarían tan mal...
YOLI DICE:
--¿Y él cómo supo lo que había pasado?
NORA DICE:
--Porque mi hermano era, es y será un bocazas toda su puta vida y enseguida le fue con el cuento a Bruno, porque como eran tan amigos...
Sandra hizo el intento de acercarse, pero sólo fue un intento, porque con la mirada asesina que le lancé nadamás verla se acojonó y no se atrevió a decirme nada.
El caso es que después de intentar inútilmente que perdonara a su novia, Bruno se pasó un buen rato sonriéndome y guiñándome el ojo aprovechando los momentos en que Sandra no le veía, hasta el punto que pensé: “Me parece que le gusto”, y entonces tuve una inspiración divina: iva a hacer que le pusiera cuernos a la preciosa y chivata Sandra, y se los pondría con migo, cosa que no me costó nada lograr.
YOLI DICE:
--¿Y qué hiciste?
NORA DICE:
--Muy sencillo: aproveché un momento que todos estaban jugando al trivial en el patio y Bruno se había quedado en el comedor mirando muy interesado unos atlas que teníamos en una librería que ocupaba media sala, y le pedí si podía ayudarme a bajar unas cajas de refrescos que mis padres habían guardado en un cuarto de contadores que había en el terrado, pero que no dijese nada a nadie, y a su novia menos aún, porque después de lo ocurrido...
Y Bruno, que no se esperaba la encerrona que le tenía preparada, dijo que, encantado, y me siguió sin sospechar nada.
YOLI DICE:
--¿Y pudisteis entrar ahí? ¿O sea que esa puerta no estaba cerrada con llave?
NORA DICE:
--A ver, en teoría sí, pero al lado de la puerta había una cajita de metal que tenía una abertura en uno de los lados, y dentro de esa cajita había la llave para que los operarios del agua y el gas pudiesen entrar a hacer sus comprobaciones cuando lo estimaran oportuno.
El caso es que suvimos al terrado, yo cojí la llave de la cajita, abí la puerta, nos metimos en el cuarto de contadores y una vez allí cerré con llave por dentro, Bruno empezó a mirar a todas partes cada vez más estrañado de no ver las cajas por ningun sitio, y por último me preguntó:
--Oye... ¿Y las cajas? ¿Donde están los refrescos?
Y yo le respondí, después de asegurarme que nadie podía vernos desde fuera:
--En ninguna parte. Tú eres mi refresco...
Y antes de que pudiera reaccionar, le abracé, le di el morreo del siglo y le dije mientras empezaba a manosearle:
--Oh, cómo me gustas, guapo! Hoy te como vivo!
Al principio se quedó de pasta de moniato, pero enseguida se repuso del susto y me dijo:
--¡Ah, caramba con la niña! Muy listilla tú, ¿eh? Quieres guerra, ¿eh? Pues tendrás guerra.
--Sí, sí, sí, hazme lo que quieras, guapo, lo que quieras...
Y empezamos a morrearnos, y las manos de Bruno se escurrieron por debajo de mi ropa y me acariciaron los pechos:
--¡Jo, tía, qué tetorras! ¡Tienes un cuerpazo de miedo!
--¿Cómo tienes la polla?
--A ti qué te parece? Joder, si vieras lo dura que se me ha puesto por tu culpa...
--¿De verdad? Anda, enséñamela, guapo...
Él dudó un momento, y me preguntó:
--¿Es seguro este cubil?
--Sí, nadie puede vernos desde fuera.
Entonces Bruno se desabrochó la cremallera y se la sacó, yo se la cojí con las dos manos y empecé a jugar con ella, su respiración se alteró y me preguntó:
--¿Te gusta?
--Sí... Tienes una buena tranca... ¿Quieres que te haga una paja?
--No... Quiero algo más gustoso...
Cuando me dijo esto me puse un poco nerviosa porque aquella era mi primera vez, y le dije:
--No quiero follar...
--No, no iva a pedirte eso, entre otras cosas, porque no llevo condones...
--¿Entonces, qué quieres?
--¿Sabes qué es una mamada?
--¡Claro que lo sé, no soy ninguna niña tonta!
--¡No me digas! A ver, ¿qué es?
--Chuparle la polla a un tío sin parar hasta que se corre en tu boca...
--¿Y qué más?...
--Y mamar la lefa como si mamaras de un biberón.
--¡Caramba con la niña! O sea que ya lo has hecho alguna vez, ¿eh?
--No... Nunca...
--Entonces, ¿cómo es que sabes tan bien de qué va, eh?
--Porque me lo han contado...
--¿Puede saberse quién?
--Me lo contó Paloma, una amiga mía del cole que se lió con su primo el verano pasado. Y no te lo pierdas, ella tiene novio, eh, y él también tiene novia.
--Buah, esto no importa cuando vas quemao y quieres cambiar: que él ni ella no se enteren y auqí no ha pasado nada. Pero dime, que esto se pone interesante: ¿qué te contó?
--Pues que una tarde estaban solos en su casa porque sus padres habían ido no recuerdo a donde y... Ella aún no sabe como pudo pasar, el caso es que de pronto empezaron a morrearse y a sobarse, y al final se pusieron calentorros, entonces él le dijo que quería follar con ella, pero Paloma no quiso porque tenía miedo, entonces él le pidió que se la chupara y Paloma lo hizo, y cuando más entusiasmada estaba, él va y sin avisar se da la gran corrida en su boca, y la pobre tubo que tragárselo todo.
--¿Y le gustó?
--Ella dice que no.
--¿Y tú qué crees?
--Que le encantó, porque desde aquel día se la mama siempre que se lo pide...
--¿Y tú? ¿Qué hiciste? ¿Lo escupiste ¿O te lo tragaste?
--¡Que te digo que yo nunca lo he hecho, Bruno, nunca!
--¿Nunca? ¿No me engañas?
--No, de verdad... Nunca he hecho estas cosas...
--¡Bueno, estas quizá no, pero otras sí, eh, porque no irás a decirme que soy el primer chico con el que te das el lote!
--Bueno, un día, no hace mucho, antes de Navidad, me lié con un compañero de clase que estaba buenísimo.
--¿Qué pasó?
--Bueno... Un día por la mañana nos encerramos en los lavabos del cole durante todo el recreo y nos estuvimos sobando y morreándonos. Él quería follar, pero cuando le vi la polla tuve miedo porque era muy grande.
--¿Y no te da miedo la mía?
--No.
--¿Por qué? Yo también la tengo grande...
--La tienes grande, pero no tanto como él. La tuya me gusta...
--Bueno, pues si es así... ¿Me la quieres chupar un poquito, eh?...
Y sin dudar ni un segundo respondí mientras me arrodillaba a sus piés:
--Vale, te la voy a chupar, pero ¿me juras que?...
--No me voy a correr. Te lo juro.
--¿Y que no se lo vas a contar a nadie?
--¡Pero Nora, a quién quieres que se lo cuente!
--Seguro, ¿eh?
--Sí, seguro. Anda, ven conmigo.
Bruno me cojió la cara entre sus manos y me condujo hacia su entre pierna, y yo me dejé guiar y posé los labios sobre la punta de su polla, él me cojió la cabeza con las manos y empujó, franqueando labios y dientes con suavidad pero al mismo tiempo con decisión, y gimió al sentirse acojido, y empecé a chupársela.
Bruno se portó muy bién con migo, porque además de no ser nada brusco, me iva diciendo en todo momento como tenía que hacérselo, y yo obedecía encantada sus instrucciones porque cada vez me gustaba más lo que le estaba haciendo y quería que se acordase de aquel momento toda su puta vida, y además, estaba consumando mi tan ansiada venganza.
--Oh, qué bien lo haces –balbuceó-... Oh, es una gozada... Así, así, un poquito más, un poquito más, Nora, un poquito más, un poquito más, por fabor, un poquito más y lo dejamos, te lo juro, un poquito más... Oh, así, así...
Bruno fue legal, muy legal, demasiado legal, tan legal que en menos de un minuto me dijo entre jadeos:
--Oh, para, Nora, para, para que estoy apunto, para...
Yo podía haber parado en aquel mismo instante, porque sólo pensar que se iva a correr en mi boca me daba un poco de cosa, pero ahora no podía dar marcha atrás, ni pensaba hacerlo, porque yo quería vengarme de verdad, por lo tanto no iva a dejarle a medias,de modo que negué con la cabeza y se la seguí chupando aún con más ganas.
En un momento dado todo su cuerpo se comvulsionó al mismo tiempo que su polla hacía una leve contracción, me aferró la cabeza contra su entrepierna y gimió muy fuerte, pero no era un gemido normal, era un sonido estraño, como si le estubieran partiendo en dos, y de pronto me noté la boca llena de algo raro, algo caliente y espeso que jamás había probado hasta entonces. Bruno se estaba corriendo en mi boca por primera vez.
No era tan asqueroso como me contó Paloma, tenía un savor raro, eso sí, un savor difícil de precisar, una mezcla entre ácido y salado, y pensé que aquel era el sabor de la venganza.
--Ooooh mama, mama... Oh, así, mama, mama, Nora, mama, mámatelo todo, así, así... Ooooh qué gusto, Nora, qué gusto, qué gusto...
Y yo, hembra obediente, venga a mamar con un ansia voraz que hasta a mí me sorprendió, y venga a mamar, y venga a mamar, y venga a mamar, y el semen seguía fluyendo, y yo venga a mamar. Era terriblemente feliz y reía y mamaba a la vez, mamaba con verdadera gula. La cara de placer de Bruno era digna de una foto.
Sí, al principio me sabía raro porque nunca lo había probado, pero enseguida empezó a gustarme mucho, demasiado. Él me acarició la cara y dijo suavemente:
--Buena chica... Oh, pásame la lengua... Oooooh así, por la punta... Ooooh qué gozada... --Te gusta, ¿eh?... Oh, joder, como mamas, puñetera... Te juro que es la mejor mamada que me han hecho en mi vida, te lo juro, la mejor... Oh, así, así, así...
Y no paré de mamar hasta que la última gota desapareció de mi lengua, y entonces Bruno me levantó del suelo, me abrazó, me besó y me dijo que le había dejado como nuevo, que nunca olvidaría aquella mamada, que nadie se lo había hecho tan bién como yo, que tenía una boca prodigiosa y que no le importaría repetirlo, yo le pregunté que cuál de las dos se la mamaba mejor, si Sandra o yo, él hizo una mueca de fastidio y me contestó que Sandra nunca había querido hacérselo porque le daba asco, y si sólo fuera esto, bueno, lo comprendía, pero... Yo le pregunté si realmente Sandra le daba todo lo que quería, y él me comfesó, palabras textuales, que Sandra en la cama era la mujer más sosa que había conocido en su vida y que a lo único que accedía era a que la penetrara, y aún usando preservativo, la señorita tenía todos los reparos del mundo, y yo le dije que si quería podíamos quedar otro día o tantos como él quisiera, y le prometí hacerle todo lo que Sandra no tenía narices de hacerle.
Bruno se quedó un poco cortado y me preguntó que por qué hacía lo que hacía, porque realmente le gustaba o para vengarme de Sandra, y yo le dije que por las dos cosas: que él me gustaba muchísimo y me encantaba hacerle cositas como la que le acababa de hacer, y si con esto jodía a Sandra mejor aún, porque lo que me había hecho no se lo perdonaría jamás y que la odiaba.
El pobre me dijo que no estaba nada bién lo que estábamos haciendo, pero añadió que, oye, tampoco tenía por qué enterarse, y me pidió casi de rodillas que quedáramos al día siguiente mismo, porque, palabras textuales, lo necesitaba demasiado, pues llevaba una temporada que con Sandra no hacían nada de nada porque como a la señorita le habían cambiado el turno en el bar donde trabajaba estaba cansada y no tenía ánimos para nada, ni siquiera para cocer un huevo, pero que estaba seguro que era una excusa barata de las muchas que le venía dando últimamente, ya que, por lo visto, la señorita nunca encontraba el momento, y cuando Bruno le preguntaba que qué le pasaba ella contestaba que nada, y siempre cambiaba de tema; la cosa llegó a un punto que Bruno le planteó muy seriamente que si pensaba seguir de ese modo, él quería cortar inmediatamente, y ella le armó un dramón de la hostia y le pidió otra oportunidad, y él se la dio. Que tampoco aprovechó, claro está.
YOLI DICE:
--O sea, que la tal Sandra era como el perro del hortelano, ni comía ni dejaba comer.
NORA DICE:
--Tú lo has dicho.
YOLI DICE:
--Joder con la niña...
--Cuando por fin volvimos a mi casa todos jugaban al ajedrez y nadie había reparado en nuestra ausencia, nadie excepto Sandra, que nadamás vernos llegar nos fulminó con la mirada, y minutos más tarde ella y Bruno salían de casa discutiendo, pero la rueda ya estaba en marcha.
Y durante una semana entera Bruno y yo nos valimos de mil artimañas para poder encontrarnos cada día después de que yo saliera del colejio, y follábamos hasta quedar extenuados; es decir, yo quedaba extenuada, porque él era un toro y nunca tenía bastante, pero por muy hecha polvo que estuviese le complacía en todo lo que quería tantas veces como lo necesitara, porque de esto era de lo que se trataba, de darle todo lo que la otra no le daba.
YOLI DICE:
--¿Y dónde lo hacíais? ¿En su casa?
NORA DICE:
--No, en su casa imposible porque Bruno y Sandra vivían juntos y ella podía aparecer en cualquier momento, y en la mía menos aún.
YOLI DICE:
--¿Entonces?
NORA DICE:
--Imagínatelo.
YOLI DICE:
--Mujer... Pues... No sé...
NORA DICE:
--Pues en el cuarto de contadores.
YOLI DICE:
--¡Qué dices, loca! ¿Allí? ¿Y no os pilló nunca nadie? Algun vecino, algun operario que a última hora...
NORA DICE:
--Milagrosamente no, pero el riesgo existía, aunque yo en aquel momento no medía el peligro porque cuando tienes trece años te da igual todo y cres que no pasará nada.
Bruno sí que era consciente de lo que hacíamos, y siempre tomaba todas las precauciones del mundo, precauciones que a mi me parecían totalmente fuera de lugar, pero que ahora, veinte años más tarde, las encuentro más que oportunas.
YOLI DICE:
--¿Y nadie de tu familia sospechó nada?
NORA DICE:
--Nadie.
YOLI DICE:
--¡Pues tuviste una suerte tremenda, porque esta historia podía haber terminado muy, pero que muy mal !
NORA DICE:
--Lo sé, Yoli, lo sé, mejor dicho, ahora lo sé, porque en aquél momento no veía la mitad de las cosas que veo veinte años después, pero pese a todo... Fueron unas tardes inolvidables: nunca en mi vida he follado de una manera tan compulsiva como en aquellos días ni he tragado tanto semen como las toneladas que Bruno me dio de mamar en aquel cuartucho, pero no me importaba, porque estaba dispuesta a todo con tal de llevar mi venganza hasta el límite.
Y no tuve que esperar de masiado para lograr mi objetivo: al final de aquella PRIMERA semana de sexo y locura, Bruno rompió con Sandra después de ponerla de vuelta y media y escupirle a la cara toda una sarta de recriminaciones y reproches guardados demasiado tiempo en lo más profundo de su alma y que creía que no sería capaz de decirle nunca, y la pobre pilló una depresión tremenda.
YOLI DICE:
--¿Sandra llegó a saber lo que había havido entre Bruno y tú?
NORA DICE:
--Claro que sí, desde el primer momento, y también sabía el por qué. Una tarde, tres días después de que él la dejara, me crucé con ella en un parque cerca de casa en el que había quedado con unas amigas para ir al cine, yo pasé por su lado como si tal cosa, pero ella me detuvo, me obligó a mirarla a los ojos y me dijo con una tristeza infinita:
--Quiero decirte algo y te pido que me escuches; realmente me has hecho pagar muy caro el haber contado a tus padres que te había visto fumando, demasiado caro, porque estoy segura de que es por esto que te has metido entre Bruno y yo. Te juro por mi madre que jamás pensé que tus padres te castigaran por eso, pero también creo que has ido demasiado lejos. Me gustaría creer que no eres consciente de muchas cosas porque aún eres una niña, quiero creer esto, porque si realmente tú sabías lo que estabas haciendo y pese a todo no te detuviste porque tu intención era lograr que Bruno me dejara y así vengarte de una tontería que no tiene la menor importancia, eres una mala persona, pero sea lo que sea te felicito, Bruno me ha dejado; no quiero tenértelo en cuenta, porque al señor no le gusta que sus hijos sean rencorosos, pero por tu bién te deseo que nunca te hagan el daño que me has hecho a mi.
YOLI DICE:
--¡Qué fuerte! Te deberías quedar súper cortada, ¿no?
NORA DICE:
--¿Yo? ¿Cortada yo?
YOLI DICE:
--¿Noooo?
NORA DICE:
--Qué va: ¿sabes qué le contesté?
--No soy ninguna niña tonta, para que te enteres, y puedes estar segura de que sabía perfectamente qué estaba haciendo, quería joderte y lo he logrado. Si tú supieses callarte la boca y satisfacer a tu novio como es debido, no te habría pasado lo que te ha pasado, pero como no sabes hacer ni lo uno ni lo otro porque eres una soplona y una estrecha que va para monja y sólo usas la boca para chafardear y rezar, así te va todo.
--¡Basta, Nora!
--No, guapa, basta no. Hoy no. Ya, ya me contó Bruno que nunca tenías tiempo para nada, es por esto que se ha buscado a una que le consuele, y esa una he sido yo, guapa, yo, y con migo Bruno ha sido el hombre más feliz del mundo porque le he hecho de todo, para que lo sepas, le he hecho todo lo que ha querido y lo que tú no has tenido ni tendrás cojones de hacerle jamás a un hombre.
--Cállate...
--¡No me da la gana! Y te haré una advertencia: como no aprendas a follar como Diós manda no te comerás ni un rosco en tu puta vida, guapa.
--Cállate o te mato aquí mismo...
--No, guapa, no me callo. Y ten cuidado con lo que sueltas apartir de ahora si no quieres que todo el barrio se entere de que Bruno te ha dejado porque además de que siempre pones la escusa del bar para no follar y que cuando accedes es porque ya no queda otra alternativa y encima follas mal, eres incapaz de chupar una polla porque te da asco la lefa.
YOLI DICE:
--¡Por Diós, Nora! ¿De verdad le dijiste todo esto?
NORA DICE:
--¡Y tanto, y muchas cosas más.
YOLI DICE:
--Joooodeeeer...
NORA DICE:
--Cuando tienes trece años te atreves a todo.
YOLI DICE:
--Mira, si alguien me dijera la mínima parte de todas las barbaridades que le dijiste a esa pobre chica, te juro que no respondo.
NORA DICE:
--¿Y qué te cres que pasó? Por primera vez en la vida, Sandra se enfureció, me dio una bofetada con toda la rabia de la que fue capaz y me dijo:
--Eres una hija de puta!
Y yo le contesté:
--¡Vale, guapa, ahora te portas como una tía con un par de huevos!
Y le di un puñetazo en toda la boca, creo que le rompí dos o tres dientes.
YOLI DICE:
--¡Hala, tía, qué bestia!
NORA DICE:
--Y apartir de ahí las dos perdimos el control y nos enganchamos como dos perras salvajes, y cuando por fin mis amigas y unos transeúntes lograron separarnos, las dos teníamos la ropa hecha girones y el cuello y la cara llenos de mordiscos y arañazos que sangraban a raudales y nos llevaron de inmediato al ambulatorio.
YOLI DICE:
--¡Qué horror, qué horror!
NORA DICE:
--Te confieso que ahora, veinte años después, me horrorizo cuando pienso en todo aquello: es la primera y la única vez en toda mi vida que me he peleado con alguien de ese modo.
YOLI DICE:
--Estoy alucinada.
NORA DICE:
--Aquella tarde entré a mi casa convencidísima de que nadamás cruzar la puerta se armaría el jaleo del siglo, porque estaba segurísima de que los vecinos que hubiesen podido ver lo ocurrido habrían ido de inmediato a informar debidamente a mis padres.
YOLI DICE:
--Ya...
NORA DICE:
--Pero nadie dijo nada y no sucedió nada, ni siquiera Sandra habló, y aparte de ella, nadie más llegó a enterarse de mi historia con Bruno, porque Bruno, fiel a su palabra, supo guardar muy bién el secreto.
YOLI DICE:
--¿Y tus padres no sospecharon nada cuando vieron tus heridas?
NORA DICE:
--Bueno, eso sí, porque tenía la cara hecha un mapamundi, y yo les dije que me lo había hecho el perro Paco.
YOLI DICE:
--¿El perro Paco?
NORA DICE:
--Pobrecito, era un perro vagabundo que correteaba por las calles del barrio y que se había convertido en cliente habitual de bares, restaurantes y panaderías, y como alguna vez había atacado a algun niño para quitarle la merienda en el mismo parque que yo me había tropezado con Sandra, nadie dudó de mi palabra, tanto es así, que a la mañana siguiente el perro Paco ya no merodeaba por el barrio, lo que no me hubiese imaginado nunca era que días más tarde, al preguntar por él a un vecino, me dijo que ya no se le volvería a ver nunca más, y añadió:
--¿Sabes cual fue la última de ese perrazo del demonio? La misma tarde que te atacó, la emprendió a dentelladas en el parque con la hija de Domingo, sabes quién te digo, ¿no? Sí, coño, la que trabaja de camarera en el Alvadalejo. Me la encontré cuando volvía de que la curaran en el ambulatorio y me lo contó, y la pobre llevaba una cara...
La hija de Domingo era Sandra.
YOLI DICE:
--¡Qué fuerte! O sea que Sandra y tú...
NORA DICE:
--Sí, señora: sin haberlo acordado previamente dijimos lo mismo... Y las autoridades decidieron hacerlo desaparecer, pobre perro.
YOLI DICE:
--Qué fuerte, de verdad... Oye...¿Y tu historia con Bruno? Se terminó aquí? ¿O continuó?
NORA DICE:
--Aún me lo seguí follando durante un año y medio, pero como vivía solo ahora podíamos ir a su casa tranquilamente y disfrutar sin temer un susto. Hasta que un día se echó novia y apartir de aquel momento quiso convertirse en un novio modelo.
YOLI DICE:
--¡Uf! ¡Qué historia!
NORA DICE:
--Ya lo creo. Nunca había contado a nadie nada de todo esto, ni siquiera al pobre Sergio. Soy incapaz de verbalizar una sola palabra de lo que te he escrito, no me preguntes por qué, pero delante de un teclado... La cosa cambia: quizá porque... No oigo mi propia voz.
YOLI DICE:
--¿Te da vergüenza?
NORA DICE:
--No sabría decirte exactamente si es vergüenza o... Un pudor estraño. La pelea y los insultos es lo único que lamento, pero aparte de esto, no me arrepiento de nada, porque además de disfrutar como una posesa, aprendí muchísimo, porque Bruno no sólo me trabajó muy bién, sino que también me enseñó a conocer a fondo tanto mi cuerpo como el suyo. Osea que, sintiéndolo mucho, que me quiten lo bailao. Pero también te diré que después de mi historia con Bruno, soy incapaz de tener sexo con nadie si no siento algo más que puras ganas de desahogarme, y si por un casual estoy muy apurada, me masturbo y me quedo como nueva.
YOLI DICE:
--No sabes como te agradezco que me hayas contado todas estas cosas.
NORA DICE:
--Te lo mereces, cariño. Oye, ¿por qué no me cuentas tu primera vez, eh? ¡Bueno, si te apetece, claro!
YOLI DICE:
--Pues mi primera vez, fue con una chica.
NORA DICE:
--¡Anda! ¿Síiiiiiii? ¡Qué callado te lo tenías, mala amiga! Es broma. O sea que lo nuestro... No te viene tan de nuevo entonces!
YOLI DICE:
--Tú lo has dicho.
NORA DICE:
--¿Y quién fue la afortunada? ¿Una compañera de clase, quizá?
YOLI DICE:
--No, fue una maestra mía.
NORA DICE:
--¿De verdad te apetece contármelo?
YOLI DICE:
--¿Por qué no? Tú me has contado tu primera vez, y yo quiero contarte ahora la mía: yo tenía unos quince años, y por aquellas épocas empezaba a hacer segundo de bup; no era mala estudiante, y tenía unas notas muy buenas en todo, excepto en matemáticas, no había forma humana de que me entraran las malditas matemáticas; en el curso anterior las aprové por los pelos, pero lo pasé fatal hasta el último momento, y antes de empezar, temiendo tener serios problemas por culpa de esta maldita asignatura, y para no tener que pasar los malos ratos que me tocó pasar, pedí permiso a mis padres para solicitar la ayuda de un profesor particular, a lo que no me pusieron ninguna pega, todo lo contrario, porque de lo que se trataba era de que aprovara, y si verdaderamente un profesor podía ser una ayuda no les importaría pagármelo, y ironías del destino, aquel mismo día, dando un vistazo distraído al tablón de anuncios del instituto, hallé algo que al leerlo pensé que parecía que lo hubiesen puesto especialmente para mi, y llamé enseguida al número de teléfono que indicaba el anuncio: se trataba de una chica que estaba terminando precisamente la carrera de matemáticas, y para sacarse un dinero extra daba clases particulares. Fuerte, ¿eh?
NORA DICE:
--¡Qué casualidad!
YOLI DICE:
--Se llamaba Soraya Sáinz Freire, tenía diez años más que yo, y enseguida conectamos. Al principio la chica intentó guardar un poco las distancias, pero el intento no duró más de media hora, porque la pobre estaba muy falta de cariño y no me costó nada ganármela.
NORA DICE:
--No me estraña, porque con lo cariñosa y mimosa que eres, lo difícil es no sucumbir a tus encantos.
YOLI DICE:
--Gracias, cariño.
NORA DICE:
--Es verdad, lo digo con conocimiento de causa. Háblame de Soraya: ¿era guapa?
YOLI DICE:
--A ver, no era una belleza deslumbrante, pero era guapa, sí: era pelirroja, ni baja ni alta, un poco rellenita, y siempre llevaba el pelo recojido en una coleta, ojos berdes, nariz un poco puntiaguda, y unos labios delgados que siempre esvozaban una sonrisa angelical mostrando una dentadura blanquísima.
Nunca le podré agradecer su ayuda ni el cariño y la paciencia que tuvo con migo, y la verdad, sin ella no hubiese aprovado nunca las dichosas matemáticas, pero mira por donde, no sólo las aprové, sino que gracias a sus explicaciones empecé a entenderlas, y algo más: ella fue la persona que más me animó a estudiar magisterio cuando me lo planteé.
NORA DICE:
--O sea que, por lo que me estás diciendo...
YOLI DICE:
--Enseguida Soraya se convirtió en mi mejor amiga, y no tardó en ganarse la confianza y el cariño de mis padres, y todos los fines de semana ella y yo quedábamos e ívamos a su casa, o a tomar algo por ahí, o al cine o a mirar ropa, e incluso más de una vez había pasado un fin de semana entero en su casa o ella en la mía, y en aquellas fantásticas tardes, ella empezó a abrirme cada vez más su corazón, y a confiarme secretos que sólo yo podía saber, porque, según ella, sólo a mi me podía contar ciertas cosas porque sabía que yo la comprendía y no la traicionaría jamás.
Y así fue como una tarde que vino a mi casa, aprovechando que mis padres habían salido un momento, me comfesó que era bisexual. Recuerdo que cuando me lo dijo la pobre temía algun rechazo por mi parte, por eso cuando la abrazé muy fuerte, la llené de besos y le dije que además de que la quería muchísimo, le daba las gracias por confiarme su secreto y jurarle que nadie sabría nada, ni siquiera mis padres... La chica se emocionó.
NORA DICE:
--¿Tenían prejuicios, quizá?
YOLI DICE:
--No, todo lo contrario, mis padres siempre han sido muy aviertos y yo no era ninguna niña tonta, y aunque por aquel entonces no había tenido ninguna experiencia con nadie, para mi hablar de sexo no era nada nuevo, ya que en casa siempre se había tratado el tema con toda la naturalidad del mundo, y lo mismo pasaba con el tema de las drogas, porque mis padres no querían que nada de todo esto fuese un tabú para mi ni que tuviese prejuicios ridículos, pero aún así, yo intuía que a ellos no les haría ninguna gracia saber que la mejor amiga de su hija tenía inclinaciones lésbicas, porque claro, mientras según qué cosas no ocurrieran en nuestra casa, ningun problema.
NORA DICE:
--Sí, ya sé de qué va: yo no soy racista, pero maricones, chinos, moros, negros y gitanos bién lejos de mi casa.
YOLI DICE:
--No, no exactamente. A ver, no me pondrían ningun pero a que siguiera viéndome con Soraya, pero em más de una ocasión tendría que oírme decir: “Yoli, hija, ¿no te parece que te permites demasiadas confianzas con Soraya?” O: “Yoli, hija, ¿Que no tienes más amigas en este mundo, que únicamente sales con Soraya?” O: “Yoli, hija, ¿no te parece que estás demasiado apegada a a Soraya?” Etc, etc, etc.
NORA DICE:
--Ya entiendo, de la noche a la mañana empezarían a encontrarle todos los peros del mundo a la pobre chica.
YOLI DICE:
--Correcto. Por esta misma razón, yo tenía muy claro que mis padres no debían saber nada de todo esto, así que jamás de los jamases mencioné el tema.
NORA DICE:
--Muy prudente por tu parte.
YOLI DICE:
--Aquella noche, antes de dormirme, estuve mucho rato dándole vueltas al secreto que Soraya me había contado por la tarde, y aunque nunca había tenido predilección por mi mismo sexo, empecé a sentir una estraña curiosidad por saber como debía ser hacerlo con una chica, y pensé que no me importaría provarlo con ella, pero sólo con ella. Y deseé con todas mis fuerzas que me tirara los tejos. Y aquella noche soñé que hacía el amor con ella. Fue tan fuerte... Era tan real... Que tube un orgasmo bestial y este orgasmo me despertó.
NORA DICE:
Ya.
YOLI DICE:
Esto suele ocurrir mucho entre los niños y los adolescentes: cuando el cuerpo empieza a despertarse, y aunque nadie lo reconoce, se tienen inclinaciones tanto heterosexuales como homosexuales, porque es como introducirse en un mundo nuevo, un mundo lleno de sensaciones completamente diferentes, y tienes la necesidad de provar, de experimentar, pero ¿cómo hacerlo? Y sobretodo: ¿con quién hacerlo sin que nadie sepa nada?
NORA DICE:
--Ya...
YOLI DICE:
--Y es cuando elegimos a nuestro mejor amigo o amiga como cómplice de nuestros experimentos, porque sabemos que no nos traicionará, entre otras cosas, porque si acepta es tan culpable como nosotros. Y si no quiere entrar en el juego también estamos tranquilos porque tampoco revelará a nadie nada de lo que le hayas propuesto, porque es tu amigo.
NORA DICE:
--Bueno, hay excepciones, porque también hay amigos que ante una propuesta semejante ponen fin a la amistad después de poner de vuelta y media al infeliz que ha cometido el gravísimo error de proponer cosas feas a quien no debiera. Algunos callan, pero otros no tienen esta delicadeza, y en poco tiempo se entera todo Diós de lo ocurrido, pero en el noventa por ciento de las ocasiones... Sí, suele suceder como tú dices.
YOLI DICE:
--Apartir de aquel día empecé a mostrarme mucho más mimosa y cariñosa con Soraya, a lo que ella me respondía con el mismo afecto, y aquel mismo sábado por la tarde, la misma semana que Soraya me comfiara su secreto, me imvitó a su casa y prové el güisqui por primera vez, y el sábado siguiente un cubalibre de ginebra y cocacola, y el siguiente un Malibú con piña, y el siguiente un bodka con limón, y el siguiente un Julepe...
Mis padres nunca sabrían nada de todo aquello, ni tampoco sabrían que otro día le di una calada a un porro que se estaba fumando, ni tampoco que...
NORA DICE:
--(J ¡Por Diós, Yoli! ¿Qué hacías hasta que conociste a Soraya? ¿Vida de monja?
YOLI DICE:
--¿Yo, vida de monja?
NORA DICE:
--Sí, porque, hija, no puedo creerme que las veces que salías por ahí con tus amigas, si es que salías, no tuvieses ocasión de provar todo esto.
YOLI DICE:
--Pues claro que salía con mis amigas, cada fin de semana, y de ocasiones las tuve a montones, es cierto, pero siempre tenía reparos, pero con Soraya era diferente.
NORA DICE:
--¿Por qué?
YOLI DICE:
--No sé: me transmitía una confianza que mis amigas no me infundían en absoluto, porque pese a divertirme mucho con ellas, las tenía por unas alocadas que hacían las cosas sin pensar; sólo te diré que cuando salíamos por ahí, más de una llegaba borracha y colocada a su casa y sus padres no la volvían a dejar salir hasta después de unas semanas de dura penitencia.
Con Soraya nunca ocurrió nada por el estilo, bueno, el día que me dio a fumar de su porro me mareé un poco, pero un buen chorro de agua fría y el aire tibio de la tarde bastaron para recomponerme.
Ella siempre me decía que era una cabra loca, que más de una vez había hecho verdaderos disparates, pero conmigo iva con mucho cuidado, porque no se perdonaría nunca que me ocurriera algo, y para mi esa prudencia era suficiente garantía como para confiar ciegamente en ella.
Apartir de entonces me fui apartando de mis amigas habituales porque las consideraba unas niñatas tontas al lado de Soraya, y el sábado se convirtió en nuestro día, un día que cada vez se hacía más corto, y cuando nos separábamos después de pasar la tarde juntas, siempre le daba las gracias por todo lo que estaba descubriendo a su lado, y ella me respondía con una sonrisa incitadora:
--¡Hum! Pues esto no es nada, Yoli, aún nos queda mucho camino por recorrer.
Y cuando llegaba a mi casa lo primero que hacía era llamar a Soraya con la escusa de decirle que había llegado bién, a veces era ella la que llamaba con la misma finalidad, y apartir de aquí hablábamos y hablábamos hasta que mi padre o mi madre me obligaban a colgar el teléfono y me metían una bronca porque el teléfono era muy caro, y añadían que era inconcevible que pudiéramos tener ese palique si no hacía ni diez minutos que habíamos estado juntas.
NORA DICE:
--Típico de adolescentes.
YOLI DICE:
--Yo me sentía cada vez más fascinada por Soraya, porque a su lado todo tenía un delicioso savor a fruta prohivida, y sabía que si me dejaba guiar por ella no podía sucederme nada, porque, como muy bién me decía, las cosas bién dosificadas no tienen por qué hacer daño a nadie, y me sentía inmensamente feliz porque, por primera vez álguien mucho más mayor que yo me trataba como a un igual, pero a medida que se acercaba el final de curso ya no pudimos quedar con tanta frecuencia, porque la pobre estaba acrivillada de exámenes y necesitaba sacar tiempo de donde fuera, porque entre las clases que daba y la universidad no daba abasto y estaba histérica.
Apartir de entonces, los sábados sin Soraya se me hacían largos, tristes y eternos, mis amigas habían dejado de llamarme, y yo tampoco las llamaba, por lo tanto, me pasaba los fines de semana encerrada en mi casa.
NORA DICE:
--¿Y a tus padres no les estrañaba tu actitud?
YOLI DICE:
--Al principio sí, y la desaprovaban porque, según ellos, el mundo no se terminaba porque Soraya tuviese que estudiar, y no podía ser de ninguna manera que perdiese el contacto con mis amigas, pero cuando yo les conté en qué consistían los fines de semana de mis queridas amigas, mis padres me comprendieron enseguida y me dijeron que ahora entendían muchas cosas, y que verdaderamente, para pasarlo mal, era mejor que me quedara en casa o que hiciese la mía sola, que tampoco es tan terrible, y apartir de entonces intenté acostumbrarme a ir al cine, al teatro y a conciertos sola, pero me cansé enseguida, porque si Soraya no podía compartir todo esto con migo, no me apetecía hacer nada.
NORA DICE:
--Te comprendo perfectamente, porque aún hoy me sucede lo mismo que a ti,yo, para ir sola a los sitios prefiero quedarme en mi casa. Reconozco que no es la postura más adecuada, pero mira, es más fuerte que yo. En fin, sigue, Yoli, sigue.
YOLI DICE:
--Un sávado por la tarde, a mediados de abril, yo estaba sola en casa, mis padres no recuerdo donde habían ido, lo que sí recuerdo que me dijeron que llegarían tarde, que no me preocupara.
Yo ya había terminado de hacer los deberes y me había pasado un par de horas estudiando como una loca, y por supuesto, aquel fin de semana tampoco no tenía ningun plan, así que me dije que iva a tomarme la tarde simplemente para no hacer nada porque me lo tenía bién merecido.
Puse la tele y miré la programación de todos los canales, pero no hacían nada que me interesara, busqué alguna película de video en la inmensa colección que mis padres tenían en una estantería del comedor, pero no me apetecía ver ninguna.
Hacía un calor sofocante y estaba completamente desnuda aprovechando que no había nadie en casa, el tiempo parecía que no quisiera avanzar, y yo me sentía cada vez más triste porque echaba terriblemente de menos a Soraya y nuestros sábados, y por fin me decidí a llamarla.
Cuando contestó al teléfono, me pareció que me regalaban el cielo; le dije que me perdonara, que ya sabía que estaba estudiando, pero que necesitaba hablar con ella, escuchar su voz aunque no nos pudiéramos ver, porque la echaba muchísimo de menos, que sólo era decirle hola y adiós y ya está.
La pobre me dijo que ella también me echaba de menos, que no sabía cuanto me agradecía mi llamada, que escuchar mi voz había sido lo mejor de aquel día, que la cabeza estaba apunto de estallarle de tanto empollar y que estaba agobiadísima por culpa del calor, yo le dije que no me estrañaba, que yo estaba desnuda porque la ropa me molestaba.
Entonces ella rió, pero no era su risa de siempre, y su tono cambió de repente:
--¡Hum! Me encantaría estar con tigo ahora -me dijo-, debes estar muy sexi. Oye...
--Dime.
--¿Sabes una cosa?
--¿Qué?
--Yo también estoy desnuda...
Me hablaba con una voz muy suave y sensual, y escucharla me hizo estremecer, al mismo tiempo que me noté el sexo húmedo, y un fuego creciente que empezaba a subirme por todo el cuerpo.
--Oye... ¿A qué hora volverán tus padres, eh?
Yo le dije que no lo sabía, pero que me habían avisado de que llegarían tarde, que no me preocupara, entonces me preguntó:
--¿Sigues sabiendo guardar secretos, Yoli?
--Ya sabes que sí.
--Muy bien, pues voy a proponerte un juego, pero júrame que no se lo contarás a nadie.
--Te lo juro.
--Coje el inalámbrico, necesitas estar cómoda. Pero antes que nada, cierra la puerta con llave y deja la llave puesta en la cerradura por si acaso y asegúrate de que todas las ventanas y el valcón estén bién cerrados, echa la persiana y corre las cortinas, que en la calle suele haber siempre mucho mirón.
Yo lo hice todo al pie de la letra con el corazón palpitando de emoción porque estaba ansiosa de ver en qué podía consistir el juego, no podía imaginarme cual podía ser la intención de Soraya, pero me atraía tanto misterio y, sobretodo, que provar cosas con Soraya era provar algo nuevo y, naturalmente, prohivido.
Cuando no hubo moros en la costa me dijo que me tumbase en la cama, y una vez tumbada boca arriva me dijo que cerrara los ojos y que intentase visualizarla.
NORA DICE:
--¿Y lo lograste?
YOLI DICE:
--Sí. Ella me dijo que también me veía, y que me empezara a acariciar, pero que me imajinara que era ella quien lo hacía, que ella también se estaba acariciando: empezamos por el pelo, la cara, el cuello, luego fuimos bajando lentamente hasta los pechos, y me dijo que me frotara los pezones.
Entonces comprendí: el juego consistía en masturbarnos por teléfono, y me abandoné al juego, y el juego me gustaba cada vez más.
Ella gemía y me pedía que la acariciase, que la hiciese sentir, y su voz y sus gemidos me excitaban cada vez más, y cuando me di cuenta, me estaba estimulando el clítoris y yo también gemía y le pedía cosas que hasta entonces nunca había expresado en voz alta.
Estaba empapada de sudor, las sienes me golpeaban cada vez con más fuerza, la temperatura era cada vez más alta y todo se aceleraba, y supe que no tardaría en tener un orgasmo:
--Oh, Soraya –le dije-... Me voy a correr...
--Espérame, cariño... Quiero correrme con tigo... Oh, me falta poco... Oh, muy poco... Ooooh Yoli... Oh Yoli qué gusto... Oooooh qué maravilla... Oh Yoli estoy apunto... Estoy apunto... Apunto estoy apunto... Oooooh ahora... Ooooh córrete Yoli, córrete, córreteeeeee...
Y el orgasmo llegó, pero no fue uno, fueron tres, uno tras otro, potentes y demoledores. Nunca me había ocurrido algo semejante.
Sentí un placer brutal, como jamás lo había sentido hasta entonces, y al otro lado del hilo telefónico, Soraya también tenía un orgasmo y gritaba de gozo, y grité con ella, grité como nunca, grité como una loca.
Evidentemente que no era la primera vez que me masturbaba, pero sí la primera que lo hacía con alguien y la primera que me provocaba tanto placer, y me pareció maravilloso.
Pasado el trance, Soraya me preguntó si me había gustado, yo le dije que sí, que me había encantado, ella me dijo que a ella también, pero que no debíamos haberlo hecho y me pidió que la perdonara, que aquello había sido una locura, y me aconsejó que me diese una buena ducha y que me olvidase del tema, a lo que le contesté que si aquello era una locura, pues viva la locura, que la quería muchísimo, que era una chica muy especial, y que necesitaba verla, Soraya me advirtió que no era prudente, porque después de lo que acabábamos de hacer, las dos necesitaríamos ir más lejos, y aquello ya era entrar en un terreno peligroso y no quería hacerme daño, que lo mejor era dar marcha atrás ahora que aún estábamos a tiempo, yo le pregunté que si las dos queríamos, ¿donde estaba el problema?, ella me preguntó si realmente estaba segura de lo que estaba diciendo, yo le contesté que sí, que no era ninguna niña tonta y que sabía perfectamente lo que estaba haciendo, y para que no tuviese dudas, le comfesé que desde el día que me había confiado su secreto me moría de ganas de hacerlo con ella y que había rezado para que ocurriera aquello, y que si hasta entonces habíamos compartido cantidad de secretos, aquel sería el más valioso de todos, entonces ella me dijo que si tan claro lo tenía, que me vistiera y que fuera inmediatamente a su casa, que ella también tenía unas ganas locas de verme, que cojiese un taxi ya y que ella me lo pagaba, y yo me vestí enseguida, les dejé una nota a mis padres y me fui.
No me costó nada encontrar un taxi, y al llegar, Soraya ya me esperaba ardiendo de impaciencia y pagó el importe; una vez el taxi hubo desaparecido calle abajo, se aferró a mi brazo con fuerza y así cruzamos rápidamente el hall y entramos en el ascensor sin decirnos nada, y la cavina inició su lento camino hasta el piso séptimo A, que era el suyo, pero a media ascensión, Soraya apretó el estop y nos detuvimos entre dos plantas, y antes de que yo pudiese decirle que no hiciese aquello, que nos podíamos quedar encerradas ahí dentro todo el fin de semana, me abrazó con fuerza, me echó los brazos al cuello y me besó con un ansia febril y me introdujo la lengua en la boca buscando la mía. Era la primera vez que alguien me besaba, y me sentí como si flotara, y el ansia de Soraya se me contajió enseguida y también yo la besé con el mismo frenesí.
Me es imposible decirte cuanto rato estuvimos allí encerradas morreándonos y acariciándonos, completanente fuera del mundo, ni en qué momento el ascensor se puso en marcha de nuevo, ni como entramos en el piso, todo fue muy rápido, y de pronto estábamos desnudas en su cama, y nuestras manos y bocas exploraban los rincones más secretos de nuestros cuerpos. Aquel primer encuentro fue inolvidable, y fui la mujer más feliz del mundo.
Cuando terminamos, Soraya me dijo, acariciándome:
--¡Oh, Diós mío, Yoli, estamos locas! ¿Qué haremos ahora después de esto?
--No te preocupes, cariño... Vivamos este momento al máximo...
--Pero Yoli... ¿Y si nos enganchamos? Porque te advierto que yo me engancho enseguida, ¿eh?
--Pues engánchate, cariño, engánchate a mí con todas tus fuerzas...
--Yoli...
--Te amo, Soraya... Te amo y quiero ser tu novia secreta... Este sí será el más valioso de nuestros secretos...
Soraya me miró muy seria y me dijo:
--Supongo que eres consciente de lo que me estás proponiendo.
--Nunca he sido tan consciente de lo que siento ahora.
La pobre Soraya, intentando contener en vano su gozo, me dijo:
--Yoli... Sabes que si tus padres llegan a enterarse de todo esto puedo tener problemas muy serios, ¿verdad? No olvides que aún eres menor.
--Las dos sabemos guardar secretos, cariño. Nadie va a saberlo.
--¿No habías salido con nadie hasta ahora?
--No, nunca.
Entonces me abrazó muy fuerte, me besó en la boca y me dijo:
--Pues ahora más que nunca vive este momento al máximo, Yoli. Yo también te amo, y quiero hacerte tan feliz como yo lo estoy siendo a tu lado desde que nos conocimos.
--¿Quieres ser mi novia?
--¡Ya lo soy, tonta!
--No te arrepentirás nunca, mi amor... No te arrepentirás nunca, te lo juro...
--Tú tampoco, cariño... Tú tampoco te arrepentirás...
Después de hacer el amor por segunda vez, Soraya me pidió que me quedase a dormir en su casa, yo, como comprenderás, acepté, porque sólo pensar que más tarde o más temprano tendríamos que separarnos se me hacía un nudo en la garganta, pero teníamos que hacer las cosas bién, pues aunque las dos sabíamos que mis padres no pondrían ninguna pega, Soraya, más por precaución que por otra cosa, me obligó a llamarles y pedirles permiso:
--Siempre lo has hecho así, Yoli –me dijo-, y ahora más que nunca conviene hacer las cosas como siempre las has hecho, de lo contrario levantaremos sospechas a las primeras de cambio”.
Entonces comprendí que en aquel momento yo empezaba una doble vida, pero aquello no me acobardó, todo lo contrario, porque amaba y era amada, y por Soraya estaba dispuesta a todo.
Y en efecto, tal como habíamos previsto, mis padres no tuvieron ningun inconveniente en que me quedara en casa de Soraya, todo lo contrario, porque sabiéndome con ella estaban tranquilos, así que apuramos al máximo aquel fantástico fin de semana y no aparecí por casa hasta a bién entrada la noche del día siguiente. Yo me sentía como si flotara entre nubes.
Al llegar, nos escondimos en el rincón más oscuro de la escalera para arrancarle al día aún un minuto más de gozo.
Soraya me dijo, acariciándome el pelo:
--Ahora más que nunca tienes que sacarte el curso, Yoli. Quedaremos cada día si hace falta, pero tú le pondrás ovarios a la cosa. Y ahora me voy volando, que es ya muy tarde.
Y después de mirar a nuestro alrededor y asegurarse de que no nos veía nadie y que en la calle había poco movimiento, me abrazó muy fuerte y me dijo:
--Adiós, mi vida. Te amo. Venga, un beso y hasta mañana.
Y ocultas en la oscuridad, nos besamos de un modo que parecía que quisiésemos absorvernos el alma, y se marchó ocultándose en la oscuridad.
Cuando entré en casa todo el mundo dormía, yo me encerré en mi dormitorio, me desvestí y olí una por una todas las prendas de ropa por si había en ellas algun rastro del perfume de Soraya: no, ni rastro del delito, pero por si acaso preferí meterlo todo en la lavadora.
NORA DICE:
--Muy prudente por tu parte.
YOLI DICE:
--Aquel final de curso y de carrera fue trepidante: Soraya y yo quedábamos casi cada día en su casa, y después de dedicar todo el rato que hiciera falta a mis matemáticas, dábamos rienda suelta a nuestro deseo, y cuando terminó el curso aprové las matemáticas con un sobresaliente, la nota más alta que había obtenido nunca, y para celebrarlo, Soraya y yo nos fuimos quince días de vacaciones a la playa con el beneplácito de mis padres, porque después del curso que había llevado, Soraya era ya una verdadera institución para toda mi familia.
NORA DICE:
--¿Y este, digamos, romance vuestro, duró mucho tiempo?
YOLI DICE:
--Pues sí, duró unos tres años. Soraya estaba maravillada, porque, según ella, nunca había podido permanecer tanto tiempo con alguien, porque odiaba atarse o comprometerse, pero que yo era diferente.
NORA DICE:
--¡Qué maravilla!
YOLI DICE:
--Y hubiese podido durar mucho más si Soraya no hubiese obtenido una beca para irse a estudiar un par de años a Estados unidos.
El día antes de embarcar, Soraya me abrazó muy fuerte y me dijo intentando contener el llanto:
--Yoli... Nunca voy a querer a nadie como te he querido a ti, pero tenemos que ser realistas: vamos a estar separadas dos años, y dos años es mucho tiempo, demasiado tiempo, y la vida no se detiene, todo lo contrario, por lo tanto, no cometas el error de cerrarle las puertas i se feliz, te lo ruego. Si el destino quiere que sigamos juntas, no te preocupes que lo estaremos, pero si no, nunca te enfrentes al destino, Yoli, porque tendrás las de perder.
Los primeros meses sin Soraya fueron terribles para mi, y si en aquel momento hubiese sabido que nunca más volvería a España, me habría vuelto loca.
NORA DICE:
--Normal...
YOLI DICE:
--Pero afortunadamente para todos, el destino nos desvela sus designios a su debido tiempo, y como dice el refran, no hay mal que cien años dure, y cuando menos lo esperaba, conocí a un chico encantador del que me enamoré perdidamente, y que cambió mi vida por completo.
NORA DICE:
--Ya... ¿Y qué fue de Soraya? Supiste algo más de ella?
YOLI DICE:
--Claro que sí. Poco antes de terminar sus estudios, conoció a un muchacho licenciado en económicas con el que se casó, y ahora es madre de tres críos y viven la mar de felices en San Francisco.
NORA DICE:
--¿Pero, en todo este tiempo que duró lo vuestro, nadie de tu familia sospechó nada?
YOLI DICE:
--Sí: un día, bastante tiempo después de que Soraya se marchara, mi padre, aprovechando que estábamos solos en casa, me dijo que quería hablar con migo, y me preguntó sin rodeos, qué había entre Soraya y yo. Quizá en otro momento le hubiera dicho una mentira, pero aquel día consideré que no tenía por qué esconderme de nada, porque además de que ni Soraya ni yo no habíamos cometido ningun crímen, no me abergonzaba de lo que sentía ni de mi pareja, y sin más, le dije la verdad, y al hacerlo, sentí como si de pronto me acabara de librar de un gran peso que me oprimía el alma: estaba en paz conmigo misma, y colocaba a Soraya en el lugar que le pertenecía.
NORA DICE:
--¿Y tu padre, cómo reaccionó?
YOLI DICE:
Pues, para mi sorpresa, él me abrazó y me dijo:
--Debo decirte algo, hija: yo me lo olí desde el primer momento: tanto apego no era normal, pero me cuidé mucho de darme por enterado, y mucho menos, de comentárselo a tu madre.
--¡Papá! ¿Pero, cómo has podido callar durante todo este tiempo?
--Muy sencillo: porque aunque sea tu padre, hay algo de lo que yo no tengo ningún derecho a privarte, que descubras la vida por ti misma y que seas tú y sólo tú quien encuentre tu camino sin influencias de terceros: quizá tu felicidad sea con una mujer, o quizá no, pero esto sólo tú puedes saberlo, y en esto... Ni yo, ni mamá ni nadie debemos interferir. Pero sí debo confesarte que en otro momento, probablemente no hubiera actuado de la misma nanera: ha sido Soraya la que, sin saberlo, me ha hecho ver las cosas de este modo, porque , dentro de la preocupación lógica, me tranquilizaba el hecho de que Soraya es muy buena chica y sabía que jamás haría nada que pudiera perjudicarte, porque te amaba, hija, y esto se veía a cien leguas a la redonda. Ahora, dime una cosa: ¿aún seguís saliendo?
--No lo sé.
--¿Cómo, que no lo sabes?
Y le conté lo que Soraya me dijo el día antes de marcharse, y al hacerlo, no pude evitar echarme a llorar en sus brazos. Mi padre suspiró y dijo:
--Sé como te sientes, hija, pero... Por doloroso que sea, Soraya es realista, y te ha dado un buen consejo; no esperaba menos de ella. Pero bueno: ¿tú has sido feliz?
--Sí, papá. Como nunca.
--Pues esto es lo que debe importarte. El resto es menudillo. Pero eso sí, ¿eh? A tu madre, ni un vocablo de todo esto; no lo comprendería.
-- Papá... ¿Mamá llegó a sospechar algo?
--A ver... No voy a mentirte: algo sí, pero yo logré hacerle creer que eran figuraciones suyas, y afortunadamente para todos, se tragó el anzuelo.
--Gracias, papá...
--De todos modos... Te diré algo.
Yo me temí que iva a largarme un sermoncito de los que a veces solía soltarme, pero aquel día, mi padre me sorprendió una vez más:
--Si por un casual, vuestra relación siguiera adelante... Quiero que sepas que te apoyaré en todo. Eres mi hija, y lo único que deseo es tu felicidad.
NORA DICE:
--Pues ahí estuvo muy bién tu padre.
YOLI DICE:
--Sí, la verdad. Como comprenderás... Apartir de aquel día, el concepto que tenía de mi padre cambió por completo.
NORA DICE:
--Una bonita historia, francamente. Yoli... ¡Tengo ganas de verte!
YOLI DICE:
Yo también. Oye... Juanjo hace turno de noche.
NORA dice:
¿Sí? Pues por qué no te vienes a casa, pedimos comida hecha por teléfono, cenamos como unas marquesas y te quedas a dormir? A estas alturas a Juanjo no le estrañará que te quedes en mi casa un día que él trabaja de noche.
YOLI DICE:
--¿Sí? ¿Voy ahora?
NORA DICE:
--¡Oh, sí, Yoli, por favor, ven enseguida!
Debo confesar que aún hoy, casi veinte años después de todo aquello, aún pienso en Soraya: al principio procuraba no hacerlo, porque pese al paso de los años, su recuerdo aún era para mí una herida que se resistía a cicatrizar, pero ahora puedo recordarla sin que me duela, sin embargo, a veces, cuando pienso en ella, en todo lo que viví a su lado y nuestra posterior separación, he llegado a pensar que si en aquel momento hubiéramos tenido todos los avances tecnológicos que hoy tenemos Nora y yo, Skype, Messenger, email, faceboock, etc, aún seguiríamos juntas, pero esto, quién puede saberlo...
Así hablamos, siempre por Messenger, y siempre terminamos encontrando una escusa convincente para vernos, pero cuando estamos juntas podemos permanecer rato y rato cojidas de las manos sin pronunciar una sola palabra, ¡pero sólo nos basta una mirada para decirnos tantas cosas!... Y cuando hacemos el amor lo hacemos en silencio, no nos hace falta pedirnos nada, porque en muy poco tiempo hemos llegado a conectar de tal modo que sin verbalizarlo la una sabe lo que desea la otra a cada momento.
Pero esto no sólo nos pasa en la cama: cualquier cosa que pienso Nora la verbaliza al segundo, y a la inversa. Sólo con una persona, con una sola persona había llegado a lograr aquel grado de comunicación, y esa persona fue Soraya, pero después de ella, nunca más me había vuelto a ocurrir nada semejante, y así se lo escriví en una ocasión, a lo que ella respondió:
“A mi tampoco. Nunca hasta ahora he vivido una experiencia como la nuestra, porque lo nuestro no es nada convencional. No sólo nos amamos, sino que además hemos creado un mundo aparte, nuestro mundo, un mundo en el cual el pensamiento vuela a la velocidad de la luz y en el que sólo el amor y el placer tienen cabida. Y así seguiremos, por los siglos de los siglos. Te amo, Yoli. Te amo más que nunca”.
Cada día del mundo me imvento estrategias y escusas más rebuscadas para pasar el mayor tiempo posible con ella, y cada día llego más tarde a casa, pero el pobre Juanjo nunca me lo ha recriminado, tratándose de Nora. Ni siquiera una de las veces que, después de hacer el amor, nos quedamos profundamente dormidas y no nos despertamos hasta las tres de la madrugada.
Cuando llegué a mi casa, a eso de las cuatro y cuarto, Juanjo me esperaba despierto:
--Podías haberme avisado que llegarías tan tarde -dijo frunciendo el ceño-. No por nada, simplemente porque tú nunca has llegado a estas horas, y encima te he llamado al móvil tropecientas veces y lo tenías apagado... Estaba preocupado: creí que te había ocurrido algo, sinceramente.
En aquel momento me sentí perdida, y me dispuse a afrontar, aterrada, un interrogatorio en toda regla, un interrogatorio que haría aflorar la verdad. Eso hubiera sido lo lógico ante lo ocurrido, pero para mi sorpresa y mi incredulidad, Juanjo añadió sin darme tiempo a responder:
--No, mujer, no te preocupes, sabiendo que estás con Nora estoy tranquilo, pero otro día me avisas, ¿eh? ¡Oh, Dios, me caigo de sueño y empiezo a trabajar dentro de tres cuartos de hora!
Y yo me metí en la cama sin saber si debía sentirme aliviada porque una vez más el peligro había pasado, o sentirme aún más culpable de lo que me sentía. Por suerte aquel día era sábado y podría dormir hasta tarde, pero, ¿podría hacerlo? Y sí, pude entregarme al sueño tranquilo y placentero de los santos inocentes.
Desde aquel suceso, Nora y yo estremamos las precauciones tanto como podemos, pero cuando Juanjo tiene turno de noche, Nora se queda a dormir en casa un día, o incluso hasta dos días, y los dos días ponemos el despertador y dormimos juntas en la havitación que en un tiempo la destinábamos para mi madre las veces que venía de Ciudad Real, y que ahora es la havitación de Nora, y cuando suena el despertador, una hora antes de que Juanjo llegue a casa, vuelvo a la mía aún entre brumas.
El pobre nunca pone ninguna objeción a las demasiado frecuentes pernoctaciones de Nora, porque para él, Nora ya es una más de la familia. Ni siquiera el hecho de que su mujer un día llegue a su casa a las cuatro de la madrugada sin ninguna explicación que lo justifique no le hace sospechar que algo pasa, porque diciéndole simplemente que estaba con Nora ya es más que suficiente para borrar cualquier posible sospecha o sombra de recelo.
Si no fuera porque tanto Nora como yo le conocemos demasiado bién y sabemos que es incapaz de pensar mal ni ver nada malo en nada ni en nadie, estaríamos más que seguras de que lo sabe todo y espera que sea yo quien le comfiese mi falta.
Pero como más tiempo pasa, más necesitamos estar juntas, y nuestros encuentros secretos cada día se nos hacen más breves, y la separación cada día es más dura.
Una tarde, a mediados de mayo, Nora me preguntó:
--¿No te gustaría que pasáramos las vacaciones juntas, cerca de la playa, y solas?
--Me encantaría, pero es imposible. Juanjo...
--No, Yoli: es mucho más fácil de lo que te imaginas. Si me das permiso yo me ocupo de todo.
Yo accedí, como es de suponer, y tres días después, Nora me mostró unas fotografías maravillosas de un lugar paradisíaco junto al mar que había bajado de Internet, y me planteó un plan perfecto:
--Mira qué paisajes. ¿Te gusta? Este lugar tiene todo lo que necesitamos: es tranquilo y discreto, y lo más importante, está lo suficientemente lejos de Madrid como para que Juanjo quiera ahorrarse la paliza de ir y venir cada día después de trabajar, de manera que, todo el mes de julio estaremos solas. Anda, plantéaselo: ya verás como no te pondrá ninguna objeción cuando le muestres las fotos, y si pusiera algun pero, que no lo hará, le dices... Lo primero que te venga a la cabeza: que tienes insomnio y pesadillas, que aquí podrías descansar como nunca, que a los dos os conviene pasar una buena temporada en un lugar como este... Dile lo que quieras, pero combéncele. Y por lo que al dinero se refiere, no te preocupes, tú y yo iremos a medias.
Aquella misma noche le planteé la cuestión durante la cena: no tuve que esforzarme demasiado, porque enseguida Juanjo se mostró encantadísimo con la idea de pasar unas vacaciones en la playa, y mientras él llamaba a la urbanización Mar brava y hacía la reserva para los meses de julio y agosto, yo me iva rápidamente al dormitorio y le mandaba a Nora un ese eme ese:
“El plan ha funcionado. Juanjo está haciendo la reserva. Te amo”.
Medio minuto más tarde Nora me respondía:
“Bién, ahora no te precipites. Deja pasar los días, y poco antes de marcharos me imbitas de la noche a la mañana. Serán unas vacaciones inolvidables. Te amo. Cada día te amo más”.
Y tal como habíamos planeado, una semana antes de marcharnos de vacaciones, le dije a Juanjo que, teniendo en cuenta que Nora también cogía las vacaciones en julio, me había permitido la livertad de invitarla a pasar todo el mes de julio con nosotros, en este caso con migo, ya que él este mes aún trabajaba, y aunque él aplaudió la idea, le pregunté para quedarme más tranquila:
--Oye... ¿De verdad que no te sabe mal que la haya invitado sin consultártelo antes?
--Por Dios, qué tontería! Por qué tiene que parecerme mal? Todo lo contrario, mujer: Nora ya es como de la familia, las dos estáis de vacaciones, y si ella no se va a ninguna parte, encuentro muy bien que pase este mes con tigo. Y te lo digo con franqueza: el saberte acompañada me tranquiliza.
Y así están las cosas en el día de hoy. Mañana llegará Nora, y Juanjo regresará a Madridd ignorando por completo el verdadero motivo por el cual se han preparado estas vacaciones sensacionales y por el cual he invitado a Nora sin consultárselo antes, ni por supuesto, que cuando el coche pise el asfalto de la ciudad, hará ya mucho rato que su mujer y su querida amiga del alma se estarán entregando a una pasión sin límite y que durante todo el mes se hallarán en el séptimo cielo, y en consecuencia, yo no pensaré en Juanjo, salvo cuando le llame para interesarme por él, decirle cuatro carantoñas ridículas y asegurarle de que todo va bién por aquí, y deseando que este mes no termine nunca.
No puedo dejar de preguntarme una y otra vez, cómo he podido emvilecerme hasta este punto: nunca, pero es que nunca he tenido ninguna queja del pobre Juanjo, ni siento ninguna carencia a su lado, todo lo contrario, es el hombre que cualquier mujer sueña encontrar porque lo tiene todo, absolutamente todo, pero entonces, si es así, ¿por qué he tenido que hacerle esto, Dios mío? ¿Por qué?
Al principio sólo hallaba la respuesta egoísta de todos los amantes infieles cuando sus maridos o sus esposas les descubren: les amo a los dos. Pero hoy, después de darle vueltas y vueltas al asunto no tengo más remedio que admitirlo, por doloroso que sea: con Juanjo estoy bién, sí, y será el padre de mis hijos si los tenemos, o mejor dicho, si llegamos a tenerlos, porque al paso que van las cosas... Pero únicamente estoy bién, nada más.
Pero no es culpa de Juanjo: con otros hombres que han pasado por mi vida me ha ocurrido exactamente lo mismo, por esto siempre acababa cortando al poco tiempo de empezar a salir con mi novio de turno.
Con Juanjo creí que sería distinto, y estaba convencida de ello, por eso me casé con él, y todo parecía indicar que por fin había encontrado al hombre de mi vida, hasta que Nora apareció en escena, primero como mi mejor amiga, y luego como amante, y con ella he alcanzado la verdadera plenitud, conquistando en cada encuentro las cúspides más altas del amor y del placer, algo que no me ocurría en muchos años, algo que en mi vida sólo lo he logrado con dos personas: con Soraya en su momento, y ahora con ella. Nunca he sabido a ciencia cierta si me volví lesbiana al descubrir el sexo y el amor en el cuerpo de Soraya o si ya lo era antes, quizá no lo sabré nunca, pero la realidad, la cruda y terrible realidad es esta: soy lesbiana, y por esta misma razón jamás podré ser feliz con ningun hombre, porque ningun hombre jamás logrará hacerme feliz.
Ahora ya lo sabes todo. Eres y serás el único que sabrás la verdad. No sé como va a terminar esta locura, no lo sé, pero pase lo que pase y esté donde esté, yo vendré a contártelo a ti. Sólo a ti.
EPÍLOGO
Hace una noche agradable: sopla un poco de brisa, el agua está clara y transparente, y en el cielo, cuajado de estrellas, no se adivina ninguna nuve al horizonte.
Ahora ha refrescado un poco, pero durante todo el día el calor ha sido más que insoportable. Los partes metereológicos han anunciado que en los próximos días las temperaturas aún subirán más.
Qué hora debe ser ya? Más de media noche, seguro. Ya es viernes. Cuando amanezca las gabiotas saludarán al sol con sus graznidos igual que los gallos en el campo.
Tú ya te habrás ido para quedarte todo este mes en Madrid. Te habrás ido después de besarme creyéndome dormida.
Ni por un momento se te ocurrirá pensar que no hago más que escuchar el lejano tañido del reloj de la iglesia con los ojos cerrados contando las horas que pasan con una exasperante lentitud.
No sabrás que a las siete en punto de la mañana saltaré de la cama como un niño impaciente la mañana del día de reyes, me daré una buena ducha y esperaré con el corazón latiéndome a mil por hora la llamada perdida de Nora, y una vez la tenga con migo en el apartamento, después de dejar la maleta y cerrar el ventanal haviendo echado previamente las persianas, correré las cortinas, y una vez lejos de ojos indiscretos, estrecharé a Nora entre mis brazos y comenzaremos a besarnos con el ansia de los amantes deborados por las llamas voraces de un deseo sin límite, y apartir del momento en que chupe su lengua y beba ávidamente su saliva ya no existirá nadie más en la tierra, nadie más, sólo ella y yo.
Después de hacer el amor nos encantaría dormir un poco, pero las dos sabemos que hemos de aprovechar al máximo cada hora, cada minuto, cada segundo, por lo tanto, nos pondremos el bañador, cojeremos las chanclas, toallas, protectores y bolsas de mano, bajaremos a la playa, nos zambulliremos en el mar y nadaremos como dos sirenas bordeando la costa bajo un cielo de fuego.
Luego, cuando el sol se halle en su punto más alto, nos tomaremos una coca-cola bién helada en un chiringuito y comeremos en el restaurante del puerto, regresaremos a la playa, alquilaremos un patín y nos lanzaremos mar adentro pedaleando con todas nuestras fuerzas para regresar exhaustas a la hora convenida con el dueño.
Y ya a media tarde, aún rezumando sol, sal y crema protectora, tomaremos un helado en la heladería italiana y nos adentraremos por las callejuelas del pueblo.
De vez en cuando, Nora me arrastrará hasta un portal, me abrazará y me besará apasionadamente con los ojos rebosando felicidad, como ya ha hecho en más de una ocasión paseando por las calles de un Madrid demasiado ajetreado y caótico para fijarse en nosotras, y yo cerraré los ojos y paladearé sus besos como una deliciosa fruta madura antes de volver a mezclarnos entre la gente.
Pasearemos durante horas entre el bullicio de ancianos embobados, niños revoltosos, músicos callejeros y turistas que lo fotografían todo mirando a su alrededor con la boca abierta y compraremos cuatro cosas que nos hagan falta para nuestro uso personal y nos regalaremos mutuamente cualquier capricho que nos ofrezcan las paradas repletas de relojes, llaveros y otras menudencias que los inmigrantes han puesto en la plaza de la iglesia, y a una hora prudencial cenaremos en el primer lugar que nos guste, tomaremos una copa en las carpas de la playa, y de regreso al apartamento, nos estaremos largo rato en la terraza contemplando el firmamento, arrulladas por el suave murmullo del mar allá abajo, golpeando furiosamente el espigón y salpicando las rocas con una finísima película de espuma blanca mientras coquetea con la luna.
Los bares y los restaurantes estarán abarrotados, y las barcas de pesca ya se habrán hecho a la mar, y en la playa alguna que otra pareja contemplará el mar y el cielo dando rienda suelta a un romanticismo nostálgico y cargado de promesas y declaraciones poéticas antes de entregarse a la pasión bajo las estrellas o en el interior de un coche discretamente aparcado, mientras que en la plaza de la iglesia los primeros borrachos de la noche ya empiezan a andar de aquí para allá haciendo eses apoyándose en las paredes para no caer.
Y cuando el reloj marque un cuarto para las doce, Nora me enlazará por la cintura y suavemente me empujará adentro, y tras cerrar el ventanal, echar las persianas y correr las cortinas, empezará a desnudarse lentamente, y una vez más me quedaré extasiada contemplando su cuerpo exuberante, sus largas y robustas piernas, su pubis rojizo, sus pechos prominentes, mientras su melena cae en desorden por su espalda como una preciosa cascada de azabache.
Luego, se acercará a mi, los ojos relampagueando de deseo, me desnudará lentamente, me acariciará con una dulzura infinita y empezaremos a comernos a besos, me tomará de la mano y me conducirá a la cama, y una vez bajo las finas sábanas, haremos el amor con la misma pasión que el primer día y en cada beso, en cada caricia, nos diremos lo mucho que nos amamos, y después del placer, me acurrucaré entre sus brazos, notando como el sueño nos va venciendo lentamente para dar paso a una nueva jornada de amor, sol y playa que empezará con el graznido de las gabiotas saludando al nuevo día igual que los gallos en el campo.
Todo esto tú, mi vida, demasiado lejos de nosotras para descubrirnuestra traición, siendo como eres, demasiado bueno y demasiado comprensivo con quien no lo merece, no lo sabrás nunca.
Sant Feliu de Llobregat, enero-mayo 2009
Última revisión, Barcelona, julio 2012