Comenzó en el ascensor (2)
Me volvió a follar en su habitación.
Ustedes recordarán que con mi robusto nuevo amante habíamos tenido un orgasmo maravilloso. Rendidos, pero felices, nos quedamos abrazados un rato en el lecho, sin ánimo de nada, por el momento. Solo nos acariciamos con ternura: él me besó en los labios suavemente, casi jugueteando con ellos y yo me dejaba hacer. Su mano derecha, libre me recorría la piel de mi vientre y mi cadera izquierda, con suavidad electrizante y mi mano izquierda jugaba con los ensortijados vellos de su pecho y sus gruesos pezones, que se pusieron duros al contacto.
Nuestras vergas descansaban flaccidas, pero, lentamente el deseo empezaba a renacer. Yo quería pasar el resto de la tarde con él y ni siquiera se me pasaba por la mente llamar a casa y hablar con mi mujer. Sabía que esta sería probablemente la única vez que disfrutaría con mi conferenciante tan delicioso y no quería terminar con el hechizo.
Como adivinando mi deseo de seguir retozando, él fue aumentando la intensidad de sus besos. Y yo le respondí con la misma pasión. Ya estaba ardiendo de nuevo y mi pene comenzó a erguirse. Me apreté contra él, para que mi piel erizada pudiera sentir su piel velluda y excitante. Entonces Vicente me hizo volverme y ofrecerle mi espalda. Se apegó a mí, colocando su miembro de nuevo erguido entre mis nalgas. Lo apreté, meneando el culo para sobarlo con mis nalgas, mientras él me besaba el cuello y detrás de mi oreja. Mi piel estaba electrizada y de solo sentir su contacto, me estremecía. Con los ojos cerrados, disfrutaba de ese contacto delicioso.
Luego me hizo volverme boca abajo y me puso una almohada en el bajo vientre. Mi culito quedó a su disposición, erguido e invitante. De paso, acomodé mi pene entre mis muslos, para que no estorbara.
-Relájate, Walter-me dijo. Deja que te acaricie
Se puso a horcajadas sobre mí, tomó mis albas nalguitas con sus manazas y las separó. Hundió sus labios en mi rajita y besó mi orificio, con enloquecedora suavidad, apenas rozandolo. Luego pasó la lengua por los alrededores, mientras yo cerraba los ojos y gemía, llamándolo "mi amor", mi rey" y cosas así.
Interrumpió su tarea y se irguió para decirme:
-Me enloquece el olor y el sabor del entrepiernas de un hombre y más si tiene restos de mi semen Es afrodisíaco .
Volvió a besarme el trasero y ahora comenzó a meterme la lengua y a chuparme los bordes de mi dilatado hoyito. Yo estaba loco ahora y solo atiné a gritarle.
-¡Culéame culéame, por favor, mi macho!-me encanta comportarme como puta en esos momentos.
No se hizo de rogar: Se puso más arriba, con ambas rodillas junto a mis ancas, apoyando sus manos en la cama y aproximó su glande a mi culo, sobándolo en mi raja. Yo, al sentir el contacto suave y tibio de su dura verga entre mis nalgas, paré más la grupa y usando mis dos manos, me abrí, para ofrecerme. Con el ano ensalivado y dilatado, no le costó un ápice clavarme de nuevo su verga, la que acogí con un gritito de placer, procurando parar mi grupa para recibir toda su herramienta y disfrutarla.
Así, acostado sobre mí, apoyando sus manos a ambos lados de mi cuerpo, comenzó a moverse, sin separar sus ingles de mis nalguitas, mientras yo ondulaba mi trasero para amoldarme a su movimiento. Primero fue un movimiento cadencioso y lento, pero disfrutado por mí, que trataba de abrir mi culo al máximo para recibirlo entero en cada embestida, pero luego lo cerraba, apretando mi esfínter, cuando el movimiento era opuesto, masturbandolo con mi recto en cada embestida. El movimiento fue creciendo en intensidad, nuestros gritos fueron creciendo, pero esta vez se demoró más que en la primera, hasta que al fin dio un grito ronco, su miembro se hinchó y de inmediato sentí como su semen me inundaba otra vez. Yo, maniatado, con mi verga atrapada entre la cama y mi propio cuerpo, procuré restregarme con mi vaivén, aprovechando que él seguía bombeándome, pese a su eyaculación, y usando mis muslos, para apretar mi pene, logré así poco después mi segundo orgasmo que me hizo gritar y gemir como loca
Fue la apoteosis. Ahora ustedes saben porque soy un pene adicto redomado ¿Se imaginan algo mejor que una buena verga clavada en tu entraña? Tal vez, si son activos, no estarán de acuerdo con ello, pero sí se podrán imaginar clavándome a mí su propio ariete. De sólo pensarlo, soy feliz
Esta vez sí nos rendimos y decidimos volver a la Convención.