Comenzar a ser Amo (2)

Culminación de mi primer día como Amo novato.

Después del relax que me proporcionó Uno, la mandé a arrodillarse al pie de la cama, mientras yo me quedé tendido en la misma. Ordenar mis pensamientos y organizar mis acciones, era prioritario. Me di cuenta de que tenía entre manos algo que cambiaría mi vida, es más, ya la había cambiado. Nunca sospeche que esto me gustara tanto, y mi mente febril, acumulaba miles de ideas, por eso tenía que ordenarme.

Me tracé un plan a seguir, claro que flexible, ya que aún me faltaban muchas cosas que aprender. Decidí no tratar de imitar ningún estereotipo, y llevar a mis esclavas por donde se me ocurriera en el momento. Me intrigaba mucho la sala de había visto abajo, llena de tantos aparatos para producir dolor, pero no notaba marcas en aquellas mujeres.

Le ordené a Uno que me contara como era la rutina de la casa. Ella me explicó someramente las órdenes del antiguo Amo. Había cosas con las que estaba de acuerdo y otras con las que no. Por eso decidí organizar todo desde cero, partiendo de Uno, como si fuera mi capataz. Ella era la única que sabía leer y escribir, las otras eran analfabetas. El anterior Amo las prefirió así, y como habían nacido y se habían criado en la casa, no necesitaban ningún tipo de cultura. Desde su nacimiento hasta ahora, su vida había girado en torno a la satisfacción del Amo.

Lo que me sorprendió, fu saber que las otras tres eran hijas de Uno. Toda una historia, que de por sí ya valdría en relato aparte. Ella era la única autorizada para salir a la calle, aunque rara vez o hacía. Llevaba las cuentas y poco más, ya que sexualmente hacía años que no era usada.

A sus quehaceres, le añadí el poder de mando, debajo mió, con la obligación de informarme de todo lo que pasara, pero sin derecho a imponer castigos. Ella manejaría con amplios poderes, todo lo referente a la mansión, y sus órdenes deberían ser tomadas como mías.

Si Uno entendía las cosas, las demás seguro que también. Ella era mi clave, por lo cual le tendría que hacer saber como manejarse. La llamé a mi lado, y le ordené que me comenzara a hacerme un oral, era increíble como lo hacía. Yo con los ojos cerrados, sabía que me ganaría su lealtad, al preferirla a ella, despreciada anteriormente, a las otras, más jóvenes y apetitosas. Pero no hacía yo ningún sacrificio, y además, tenía todo el tiempo del mundo para gozar con cuerpos más jóvenes. Pero no sería para ella todo color de rosas, le tenía reservada una sorpresa.

Ella seguía, incansable, mimando mi sexo. Sin usar las manos, lo lamía de arriba abajo, jugaba con su lengua, sorbía mis huevos, se penetraba hasta la garganta, cubriendo todo mi miembro. Si no hubiera estado cavilando, seguro ya me habría derramado hace rato. Me liberé de ella, y ordenándole que se quede quiera, fui tomando posición por detrás. Alcé sus nalgas y con un dedo tanteé el agujero posterior. Lo noté cerrado, caliente. Acomodé y penetre un par de veces su vagina, buscando una leve lubricación. Y sin miramientos, presioné su ano, el cual fue cediendo muy lentamente. Pude ver sus manos crispadas, asiendo las sábanas, su boca abierta, buscando un aire que no encontraba. No emitió ningún sonido, y eso me agradó más. Llegué despacio al tope, y fui saliendo y entrando, todo con pausa, disfrutando cada momento, cada sensación de ese angosto ano. El placer estalló de golpe, largo y constante, sintiendo en cada eyaculación, un disfrute supremo.

Vi de nuevo su rostro, unas gruesas lágrimas lo surcaban. Me pene se resistía a volver a su normalidad, y una intensa sensación de orinar me escocía. Me fui retirando de a poco, mientras orinaba dentro de ella. Para cuando me retiré del todo, junté sus carnosas nalgas con mis manos, y le ordené que bajara a buscar a las otras esclavas, y que las llevara al sótano. Y que tuviera mucho cuidado de derramar una gota de líquido que le había dado.

La vi pararse, sumiendo todas sus fuerzas en cerrar algo imposible. Ya al llegar a la puerta, el brillo de sus muslos hacía notar que ya había perdido la batalla antes de comenzarla. Esperé unos minutos y bajé a esa sala que tanto me intrigaba. Estaban las cuatro desnudas, arrodilladas en posición de sumisión, tal como le había explicado a Uno que las quería siempre en esa sala.

Caminando en torno a ellas, les fui explicando todas las variantes que habría en la casa, y cual era la posición de Uno en ella. Para terminar mi monólogo, les expliqué que las que no cumplieran con mis deseos, serían castigadas.

Me coloqué detrás de Uno, y le ordené que expulsara mis fluidos que estaban en su custodia. Todo se había perdido ya, en contra de mis deseos. Me paré delante de ellas, con un pesado látigo en la mano y comencé a decirles.

-Uno ha fallado en una fácil consigna. Por esta vez, y por ser la primera, su castigo no será muy duro, pero espero que aprendan y que esto no vuelva a suceder.- El silencio imperante, hacía que mi vos retumbara en el lúgubre lugar. Inexperto, paseé mi mirada, buscando algún lugar donde castigarla. Dos pesadas cadenas, con grilletes en su terminación, pendían del techo.

-Tres y Cuatro, encadenen a Uno y levanten su peso hasta que sus pies no toquen el suelo.- Le ordené, mostrando con un ademán, el sitio seleccionado. Se levantaron presurosas, y pude ver sus caras aterrorizadas. Cuando tomaron de los brazos a Uno, pude verla a ella también, su cara estaba roja, y me pareció que más que de ira, era de vergüenza.

Le ordené a Dos que suba y me prepare una cena liviana, para que la traigo aquí, mientas disponíamos de todo. No sin esfuerzo, Uno quedó sujeta y de a poco, su cuerpo se fue tensando, a medida que subía. Cuando sus pies estaban a diez centímetros del piso, ordené que pararan.

Le pasé la fusta a Tres, dándole precisas indicaciones de como golpear a Uno. Había comenzado por la parte externa de los muslos, sin mucho entusiasmo. La llamé ante mí, tomé la fusta, y con un fuerte golpe sobre un seno, le expresé mi descontento. Ella gritó de dolor y de sorpresa, por lo que recibió un cachetazo que la mandó directamente al suelo. Le pasé la fusta a Cuatro, señalando a su madre, y la más joven comprendió cual era su deber.

Así de los pelos a Tres, obligándola a levantare, hasta queda parada ante mí, temblando, y con mis manos, apreté lo más fuerte posible sus pezones, durante un instante, pero lo suficientemente largo como para que el dolor la inmovilizara. Solo sus piernas, se flexionaron un poco. Había comprendido.

En cuanto legó Dos con mi cena, le retiré la bandeja de las manos y le ordené que se colocara en cuatro patas, con la espalda bien recta. Verla así, en el piso con su enorme panza, me daba mucho morbo, aunque no quería pasarme, dudando de mi inteligencia en pos de mi excitación. Le coloqué la bandeja sobre su lomo, y me senté como un soberano, sobre Tres, que me servía de silla a su lado.

Cuatro había azotado a su madre por largo rato. Su cuerpo sudoroso revelaba su cansancio. Uno colgaba ya flácida e inmóvil, y en toda su longitud, mostraba sendos vestigios rojos de su castigo. Paré a Cuatro, y le indiqué que se pusiera a mi lado en sumisión.

Sentado plácidamente, fui tomando mi cena. De mesa, tenía a Dos, de silla a Tres, Uno pendía del techo y Cuatro estaba postrada ante mí, esperando mis órdenes. Miraba la escena, complacido. No esperaba sentir tanto goce en mi vida. Me gustaba lo que veía, interiormente me sentía pleno, contento de sobrellevar tan bien la situación. Además del goce sexual que me proporcionaban mis esclavas, sentía el placer del dominio, la excitación de la posesión, la locura de creerme Dios en esa sala.

No recordaba haber gozado tanto de una cena. La estiré al máximo analizando a cada una de las mujeres. Con Uno estaba seguro que había sido claro, y que después de esto, tendría las cosas muy nítidas. A dos, debido a su estado de gravidez, aún no la había probado, pero seguro que de esta noche no pasaría. Tres solo había recibido un leve castigo, pero por sus ojos me di cuenta que no traería problemas. A ella la probaría mañana, con seguridad. Cuatro era la más joven, y aprendería de sus mayores. Ella era la frutilla del postre, y me desafíe, para conocer mis límites, a ver cuanto tiempo me tardaba en resolver el problema de sus virginidades.

Los brazos de Tres ya cedían ante mi peso. Un par de buenas nalgadas la mantenían quieta, pero solo por un rato. Sentía el temblor de sus miembros, tensos y extenuados. Al terminar la cena me levanté de mi cómoda silla, y le indiqué a Tres que lamiera el ano de Dos, preparándomelo. Me hallaba yo vestido, solo con un piyama de seda, sin ropa interior. Me paré ante Cuatro, y sin decirle nada, ella bajó mis pantalones, y comenzó una rica mamada.

Mientras tanto, noté que Uno trataba de mirar lo que pasaba, pero demasiado incómoda en su posición. Nuestras miradas se cruzaron por un segundo, vi un destello en sus ojos, pero no lo pude interpretar con seguridad. Me concentré en Cuatro, cuyo trabajo ya daba sus frutos. Ver a esa niña, que tan sumisamente cumplía con mis deseos, llenándome de placer, casi hace que termine de inmediato. Se la saqué de la boca, el trasero de Dos me esperaba.

Me coloqué de rodillas detrás de ella, empujando a Tres, para hacerme sitio. No quise comprobar el estado de dilatación de Dos, por lo que solo apunté con el pene, ejercí presión y de a poco fui entrando a su interior. Me abstraje de todo el entorno, concentrándome en el placer que ese sedoso trasero me proporcionaba. Era estrecho, caliente, excitante. Acariciaba su vientre hinchado, su tersa piel, incrementando el morbo. Me contuve hasta que quise, no se por cuanto, pero seguro fue un largo período. El orgasmo fue pleno, llegando al fondo de mi ser.

Tardé en recuperarme, mi cuerpo estaba cansado, pero no mi mente. Por orden mía, Dos giró a gatas, para dejarme totalmente limpio con su lengua. Ya podía ver mi semen derramándose por sus muslos. Nuevamente aprecié todo el contexto, era maravilloso.

Di las últimas órdenes, que descolgaran a Uno, que asearon todo a la perfección y que luego se fueran a dormir. Mañana sería un día largo, sin dudas. Pero antes de retirarme, decidí que cuatro me acompañara a mi dormitorio.

Era tarde ya, solo la acosté a mi lado, sintiendo su tierna desnudez junto a mi cuerpo. Ella acomodó su cabecita sobre mi hombro, para dormirse enseguida. Yo tardé un rato aún, pensado el lo sucedido, y en lo que estaba por suceder. Acabé durmiéndome casi de inmediato, seguro que de nada servía planificar, que el día de mañana sería más espectacular todavía.