Cómeme el donut.

Como una simple broma entre dos vecinas puede terminar desencadenando un encuentro de sexo pasional y salvaje como ninguna de ellas imaginó.

Advertencia: El siguiente relato muestra una escena de sexo entre una transexual y una mujer. Lo aviso apra que despues no haya decepciones. Y tampoco habrá segunda parte.

Emma iba a bajar al chino de la esquina para  comprar un poco de salsa de tomate. Tras venir del trabajo, se decidió preparar una pizza, pero cuando ya estaba reuniendo todos los ingredientes, se dio cuenta de que le faltaba la salsa. Por suerte, el dueño de la tienda siempre la tenía abierta por la noche, así que le venía de perlas. Sin perder más tiempo, fue por su bolso y salió del piso.

Esperó con tranquilidad a que llegara el ascensor. Cuando las puertas se abrieron, Emma estaba a punto de meterse, pero alguien le entorpeció su paso. Se trataba de su vecina Jessica, Jessi para los amigos.

La muchacha salió sin más, casi ni percatándose de que la tenía delante. Iba tan rápido que casi chocaban.

—Ups, Emma, lo siento —se disculpó.

—No pasa nada —comentó ella.

Vio cómo se iba alejando y no pudo evitar fijarse en su espléndido trasero. Redondeado como una ciruela y respingón, se contoneaba de un lado a otro de una manera que solo podría definirse como provocativa. Enfundado en unos leggins negros, se notaba su forma a la perfección e incluso se atisbaba el tanga que llevaba debajo. Emma no pudo evitar suspirar muy excitada.

—Vecina —la llamó Jessi de repente.

Temblorosa, la chica la miró. Esperaba que no se hubiera dado cuenta de que estaba ojeando su culo sin ningún descaro. Cuando se encontró con sus celestes ojos, notó un brillo intenso en ellos.

—¡Cómeme el donut!

Se quedó sin palabras.

Vio como meneó su trasero de lado a lado, contoneándose de forma aún más incitante.

—¡Cómeme el donut! —repitió como si la vida le fuera en ello.

Emma estaba perpleja, sin saber que decir ante semejante acto de exhibición. Tan solo podía mirar cómo se meneaba tan graciosa y provocativa. En el rostro de Jessi, pudo ver como se dibujó una juguetona sonrisa. Estaba disfrutando de aquello. Siguió un poco más y tras detenerse, se despidió de ella.

—Buenas noches.

Acto seguido, se dirigió a la puerta de su piso y la cerró.

Emma se quedó allí, paralizada, todavía sin saber que hacer o cómo reaccionar ante lo que acababa de ver. En lo único que podía pensar era en ese precioso culito y en las palabras que Jessi le había soltado. En la casa, se escuchaba a la incitante chica discutiendo con su madre. Mientras, ella continuó allí, sin recordar que tenía que comprar algo para cenar. El ronroneo de sus tripas revolviéndose la hizo volver en sí.

Se dio la vuelta y entró en el ascensor, tratando de calmarse, aunque le estaba costando horrores. En su cabeza, no cesaba de repetirse aquella dichosa frase y en su entrepierna, notaba algo bien duro reaccionando. “ Maldita vecina ”, pensó para sus adentros.

Emma era una chica transexual de unos veintisiete años de edad. Cinco años atrás, decidió irse de casa tras terminar la carrera, pues deseaba independizarse. Ya llevaba demasiado tiempo conviviendo con sus padres y creyó que era buen momento para iniciar una vida propia. De esta forma, se trasladó a un bloque de pisos que se hallaba cerca de su lugar de trabajo. Pese a que el alquiler era un poco caro, le vino de perlas. Con lo que no contó fue que justo en frente tendría a una vecina muy guapa.

Jessica Santos Hernández eran su nombre y apellidos. Se trataba de una muchacha de unos veintidós años de edad que vivía con su madre, divorciada y trabajando como limpiadora en un instituto. Por su aspecto, podría pasar por ser el clásico prototipo de esa chica conocida como “choni”. Su largo pelo negro lo llevaba siempre recogido en una cola de caballo, las uñas de sus manos se las pintaba de colores brillantes y solía vestir con chándal, camisetas escotadas o pantalones shorts. Además, tenía un piercing con forma de bolita metálica en la nariz y un tatuaje en forma de letras chinas que descendía por el lado izquierdo de su cuello cuyo significado era el de su propio nombre. Podría parecer que con ese aspecto, fuera a ser una muchacha ordinaria, molesta y desagradable, tal como mandaría el estereotipo, pero como se suele decir, las apariencias pueden engañar.

Desde el primer día que se cruzaron en el ascensor, Emma no podía evitar mirarla. En un inicio, se resistía, pero, al final, acabó cediendo. Era muy guapa. Su piel blanca como la porcelana, esos brillantes ojos celestes, esa preciosa dentadura que parecía irradiar luz propia. Todo ello resaltaba poderosamente en su rostro y se acentuaba todavía más cuando se maquillaba. Encima, tenía un cuerpo impresionante. Aunque delgada, Jessica poseía una voluptuosidad envidiable, destacando sobre todo un busto erguido y un trasero esplendido. Para colmo, llevaba esa ropa tan ajustada que resaltaba aún más su espléndido físico. Por ello, cada día que se cruzaba con ella, era un espectáculo del que disfrutaba. Pero no solo era eso lo que le atraía de la muchacha.

Aunque en un comienzo había algún que otro silencio tenso entre las dos, poco a poco su relación pasó a ser más cordial. Se saludaban con calidez y conversaban de todo. De esa manera, Emma pudo conocerla mejor y descubrir que no se parecía en nada a lo que ella pudiera imaginar antes. Tras terminar el instituto, Jessica estudió un grado superior de hostelería y trabajaba como camarera en el bar de su tío. Ella le reconocía que deseaba estudiar en la universidad, pero los estudios se le daban tan mal que estaba muy marcada por ello. Para colmo, había que meter dinero en casa, pues su madre ganaba poco, así que tenía que trabajar. Esas cosas le permitieron ver que la muchacha era algo más que una alocada fiestera que solo pensaba en emborracharse o follar, aunque también le gustasen esas actividades. Pero entre eso y su forma de ser, tan simpática y cariñosa, Emma se acabó colando por ella, pese a que lo negase.

Y es que por más que lo intentara, no podía negarlo. Jessica le gustaba mucho.  A Emma siempre le atrajeron las chicas y con su vecina tenía un prendamiento terrible. Durante cinco años, se acabaron haciendo amigas o, al menos, buenas conocidas. Más allá de toparse en el ascensor o el portal no tenían mayor contacto, pero se hablaban como si se conociesen desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, no había más. Emma no era fea, desde luego. Tenía el pelo marrón claro en forma de una bonita melena corta, los ojos verdes y un cuerpo muy bonito, pero su actitud tan tímida y reservada hacía que le costara atreverse a algo más. De hecho, había tenido dos relaciones en toda su vida, condicionadas por el miedo de ser rechazada al tener pene. Respecto al sexo, la cosa era más distendida, aunque tampoco para tirar cohetes. Con Jessi, desde luego, no se había lanzado ni loca. Además, sospechaba que a ella solo le gustaban los hombres.

De esa manera, la relación entre ambas había sido tranquila, sin ningún altibajo. Solo dos vecinas que conversaban entre ellas cuando se encontraban y se tenían cierto aprecio, pese a que Emma estuviera loca por la pelinegra. Sin embargo, las cosas se estaban poniendo un poco tensas últimamente.

A Jessica le encantaba gastar bromas. Era algo normal en ella y con Emma solía hacerlo mucho. A veces, se inventaba anécdotas absurdas, esperando que su vecina se las creyese y en otras ocasiones, le hacía ver cosas en sitios donde no estaban o le tomaba el pelo con algún juego de palabras. No le daba demasiada importancia, aunque a veces, podía ponerse algo pesada. Y la última semana, lo estaba siendo mucho.

La primera vez que ocurrió fue aquella noche, cuando se dirigía al chino a por salsa, pero solo era el inicio. A lo largo de los siguientes días, cada vez que se encontraban, la chica le hacía lo mismo: se ponía de espaldas, meneaba su apetitoso culito y le cantaba lo mismo, “Cómeme el donut”. Aquella frase era el título y el estribillo de una canción que se había puesto de moda por aparecer en el programa Factor X. En realidad, se trataba de una chorrada, pero su impactante aparición hizo que se convirtiera en un fenómeno del que todo el mundo no paraba de hablar. A Jessi le parecía hacer tanta gracia, que no dudó en usarlo como broma para su vecina, aunque a Emma no le estaba gustando demasiado.

No era tan solo que no le pareciese gracioso, sino que esa manera de exhibirse la estaba llevando al borde del colapso. Si Jessica le atraía lo que no estaba escrito, que encima le obsequiase con el continuo bamboleo de su majestuoso trasero la iba a volver loca. Emma tenía claro que su vecina debía de saber que era una transexual y le encantaban las mujeres, pues ya habían hablado en más de una ocasión de ello. Por eso, no entendía si este comportamiento se trataba de mera provocación o había algo más. Desde luego, a ella la estaba poniendo muy mala.

Porque un año sin follar y subsistir a base de pajas no era lo mejor. Eso era algo que se decía todos los días, pero tan centrada estaba en su trabajo, que no podía invertir el tiempo en otra cosa. Ahora, para colmo, tenía que aguantar esos numeritos musicales que tanto le dedicaba Jessica. Cada vez que regresaba a casa, se sentía tan encendida que no le quedaba más remedio que combatir ese deseo irrefrenable a base de masturbación. En su vida, jamás se había pajeado tanto como en esos momentos. Cada vez que lo hacía, no podía dejar de pensar en su vecina. Estaba a punto de estallar, a un paso de caer en un insondable abismo de locura. Como aquello siguiese, no tenía ni idea de cómo respondería.

Lo peor, era que Jessica sería quien le diese la puntilla sin querer.


El timbre de la puerta sonó. Emma estaba en el salón viendo la tele con tranquilidad. Se peguntaba quien diantres podría ser. Eran las nueve de la noche, momento de no molestar a los vecinos. Farfullando, se levantó del sofá al escuchar como llamaban con insistencia.

Estaba muy tensa. Mientras caminaba, podía sentir los nervios a flor de piel. En el trabajo, se había peleado con su jefe y no había quedado muy bien frente a sus compañeros. Para colmo, seguía muy excitada por las bromitas de Jessica y aún no había podido “aliviarse”. Al escuchar el timbre sonando con estridencia, se puso más inquieta. El que estuviera llamando se iba a enterar como siguiese así. Llegó hasta la puerta y cuando la abrió, disponiéndose a gritar al impresentable que había roto la paz en la que se hallaba sumida en esos momentos, se detuvo en seco.

—Hola vecina —dijo Jessica mientras dibujaba una hermosa sonrisa en su rostro.

Emma no supo que decir. Estaba petrificada. Si había una sola persona en este mundo que no deseara ver esa noche era a ella. La miró de arriba a abajo, notando lo esplendida que iba. Llevaba puesta una chaqueta morada y unos leggins negros conjuntados con unas botas del mismo color. Unido al oscuro pelo recogido en una sencilla coleta, solo podía estar más que deslumbrante.

—Vaya, Jessi —comentó Emma ya alterada—. ¿Qué haces aquí?

—Verás, mi madre está haciendo la cena y no le queda sal —habló la chica muy calmada—. ¿Te importa si me das una poca?

—Claro, pasa.

Se hizo a un lado y su vecina entró. Al pasar muy cerca de ella, pudo notar el aroma de su perfume, lo cual la puso en alerta.

—En serio, no sabes cuánto te lo agradezco. ¡Mi madre esta pesadísima con la sal! —decía Jessica mientras avanzaba por el pasillo en dirección a la cocina—. Me llevaré un poco, ¡tampoco quiero abusar!

Emma iba detrás y no pudo evitar que sus ojos fuesen al bamboleante culito de Jessi. Llegó a suspirar como un animal en celo al ver como se movía.

—No…te… preocupes… —expresó con dificultad—. No hay…problema.

Respiró hondo. Tenía que calmarse como fuera porque sabía, que de perder el control, las cosas se pondrían feas.

Llegaron a la cocina. Una vez allí, Emma fue hasta la encimera para darle el salero, pero Jessica, tan impetuosa como era, lo cogió ella misma y comenzó a echar sal en el pequeño bote que llevaba. Mientras, la chica transexual se hizo a un lado y, por más que lo resistió, sus ojos se fueron de nuevo hacia ese esplendido trasero.

Intentaba resistir lo máximo que podía, pero era inútil. Aquellas nalgas se mostraban como algo tentador, una suerte de reliquia prohibida que ansiaba tener por encima de todo. Notó como su corazón latía con mayor fuerza a cada segundo que pasaba y su respiración se iba haciendo más profunda. Para colmo, su polla se estaba poniendo dura a velocidad de crucero.

—Bueno, creo que con esto habrá suficiente —dijo Jessi en algún lugar lejano.

—Cla…claro —habló con dificultad Emma.

En ese mismo instante, aquella dichosa frase volvió a su mente. Comenzó a repetirse en un continuo eco que no parecía querer cesar. Iba a volverla loca y fue suficiente para lanzarla a lo peor que podía imaginar.

Sin pensárselo dos veces, se colocó detrás de Jessica y llevó las dos manos hacia su culo. La chica, al notar el inesperado contacto, se revolvió un poco, pero no llegó muy lejos. Emma, poseída por un imparable deseo, se pegó contra ella.

—Oye, ¿¡pero qué haces!? —preguntó revuelta la pelinegra.

—Lo siento, es que no me puedo aguantar más —dijo ella desesperada.

Agónica, apretó el maravilloso trasero de la muchacha, sintiendo en cada palma la turgencia de los gluteos. Besó su cuello por la zona del tatuaje, notando la tibieza de la piel. Jessica apenas respondía, simplemente dejándose llevar por la situación. En un momento dado, sus manos abandonaron el culo y la abrazaron por la cintura, haciendo que se pegasen más.

El culo de Jessi chocó contra la polla de Emma. Al notarlo, la transexual no pudo evitar gemir. A pesar de llevar un pantalón vaquero, su duro miembro se clavaba en el trasero de la chica. La otra podía sentir aquella rigidez restregándose. Se notaba que llevaba así desde hacía rato.

—No puedo, cariño, por más que lo intento me es imposible —decía Emma de forma lastimera.

—Si ya noto cómo te sientes —habló Jessi sin perder los nervios.

Entonces, la chica decidió mover su trasero de arriba a abajo. Emma no pudo evitar gemir al sentir ese placentero roce. Sabía que su vecina estaba haciéndolo de forma deliberada.

—No creí que mi broma te fuese a afectar tanto —comentó impresionada mientras seguía moviendo su culito.

—¡Me tienes loca! —aulló Emma—. No podía resistirlo más. Te juro que jamás haría algo así, pero es que no podía contenerme.

—Pues sí que has aguantado —expresó su vecina—. Pensé que en dos días ya te lanzarías sobre mí.

Aquellas palabras la dejaron sin aliento. ¿Insinuaba que toda la provocación había sido deliberada? No tuvo tiempo para más pensamientos. Sin dudarlo, agarró con fuerza a Jessi y le mordió en la oreja al tiempo que siguió restregando su polla contra su suculento trasero. Las dos mujeres gemían muy excitadas y, cuando Emma notó como su miembro sufría un súbito espasmo, se detuvo. Aún no quería correrse.

—¿Que vas a hacerme ahora? —preguntó incitante Jessica.

—Pues lo que me has pedido todos estos días —contestó ella—, comerte el donut.

Hizo que su vecina se inclinase sobre la encimera. Sin dudarlo, le bajó los leggins, dejando al descubierto el perfecto culo de la chica, cubierto por un fino tanga negro que se perdía entre sus esplendidas nalgas. Sin dudarlo, Emma las amasó con ganas.

—Madre mía, ¡que jodida maravilla! —expresó extasiada.

Jessica emitió una pequeña carcajada, aunque no tardó en alterarse un poco al notar como la transexual comenzaba a besar y lamer su trasero. Emma pasó de un glúteo a otro, degustando su sabor y la suavidad de su piel. Sin embargo, no tardó en bajarle el tanga, pues tenía ganas de explorar en profundidad aquel lugar.

—¡Joder, esto es increíble! —comentó en plena excitación.

Emma abrió las dos nalgas para descubrir la húmeda rajita de Jessi. Sobre esta, notó el oscuro agujero que era su ojete. Sin dudarlo, llevó allí su boca y comenzó a chuparlo.

—Agh, Dios, ¡que gustazo! —gimió la muchacha.

Lamió y succionó el ano con ganas. Nunca en su vida se había atrevido a hacer algo igual. Hasta ese día, siempre fue un poco tímida para el sexo y tenían que ser otras chicas quienes llevasen las riendas, pero esta vez, Emma estaba dispuesta a todo. Con su lengua, comenzó a penetrar  en el interior.

—Eso es, usa tu lengua —decía su vecina—. ¡Lo haces muy bien!

Aquellas palabras la incitaban más. Devoraba con gula el agujerito, dejando que regueros de saliva cayeran para poder adentrarse mejor. Ya tenía media lengua metida cuando decidió sacarla. Luego, chupó su dedo corazón y lo metió en el conducto.

—¡Aich! —se quejó la chica al sentirse penetrada.

El dedo fue adentrándose por el orificio, abriéndose camino con lentitud. Emma pudo notar lo estrecho que estaba y dejó caer algo más de saliva para lubricarlo.

—Um, ¿alguien más ha entrado por aquí antes? —preguntó muy ansiosa.

—No, tú eres la primera —contestó Jessica—. Pero ahora no te detengas, por favor, quiero que sigas.

La ansiedad que mostraba su vecina la pusieron aún más excitada. Fue moviendo el dedo de dentro hacia fuera, como si buscase ensanchar más el ojete. Lo hizo un poco más hasta que decidió sacarlo y volvió a lamerlo, dejando caer más saliva. Tras un poco así, volvió a penetrarla, esta vez con dos dedos.

—Joder, ¡esto es genial! —exclamó Jessi.

Fue adentrando las falanges poco a poco, sintiendo como el conducto fluctuaba al penetrarla. No tardó en meterlos por completo y, una vez hecho, comenzó a moverlos de forma circular.

—¡Oh, sí, sí! —gritaba la muchacha desesperada con su cara de lado apoyada sobre la fría encimera.

Mientras Emma le follaba el culo con sus dedos, ella llevó una de sus manos hasta su coño y comenzó a masturbarse. Frotando su clítoris con fruición, gemía todavía con más fuerza.

—¡Que gustazo! –decía absorbida por el placer.

Emma no podía aguantarlo más. Deseaba con todas sus fuerzas penetrarla. Tras un rato así, sacó sus dedos de dentro del ano y se incorporó para desabrocharse el pantalón. Una vez quitado el botón y bajada la braguita, tiró de la prenda, llevándose sus braguitas por el camino. Así, dejó al descubierto su miembro.

—Madre mía —comentó impactada.

Tenía la polla muy dura y estirada. Las venas se le marcaban con fuerza por todo el tronco y el glande se mostraba muy brillante, debido al líquido preseminal. En su vida lo había visto tan grande y rígido. Se preguntaba si no lastimaría a su vecina si la penetraba. Solo había una forma de averiguarlo.

Sin más miramientos, se escupió en una mano y con ella, rebañó toda la polla, dejándola húmeda y lista para meterla allí dentro. La puso justo en la entrada del culo. Emma se mostró algo vacilante, pero como se suele decir, de perdidos al rio. Colocó la punta justo en el orificio y comenzó a empujar. Enseguida, un sonoro lamento resonó.

—Ayy, con cuidado —le pidió Jessica.

A pesar del ansia, fue lo más lenta y diligente que podía. Las ganas de metérsela de una vez eran inmensas, pero se retenía lo mejor que podía. Cuando se quiso dar cuenta, la cabeza de la polla ya estaba dentro y podía notar lo estrecho que estaba el interior. Se mantuvo así por un momento y oyó como Jessica gemía un poco.

—¿Te duele? —dijo preocupada.

—Sí, pero no te detengas —respondió ella algo incomoda.

Verla de esa manera la puso un poco nerviosa, pero no se alteró. Fue entrando poco a poco, poniendo el máximo cuidado posible. Jessica gruñía un poco, aunque en ningún momento le pidió que parase. Emma continuó penetrándola hasta que ya tuvo toda su polla dentro. Para ese entonces, podía sentir lo oprimida que se encontraba en ese culito.

—Joder, ya tengo la puerta trasera desvirgada —comentó con aire contenido la muchacha.

—Sí, que privilegio —dijo la transexual mientras percibía lo bien encajada que estaba.

—Ahora, fóllame —le solicitó su vecina, mirando de refilón con sus ojitos azules.

Empezó de forma suave, meciendo sus caderas para iniciar un lento movimiento. Jessica no tardó en gemir, aunque Emma se dio cuenta de que era más de placer que de dolor. La agarró por la cintura y poco a poco, fue acelerando el movimiento.

—¡Eso es, muévete, muévete! —le decía la chica, incitándola a menearse con más intensidad.

—Agh, ¡que apretada estás! —gimió ella al gozar de tanta estrechez.

La polla se movía con fluidez por el interior, barrenando a la chica, quien no cesaba de acariciar su inflamado clítoris mientras disfrutaba de la tan intensa acometida. Ninguna podía describir el increíble placer que estaban experimentando y cada rato que pasaba, las aceleraba aún más.

Emma estaba perdida en su éxtasis particular, empujando cada vez con mayor fuerza, cuando sintió como su polla comenzaba a sufrir espasmos. Se iba a correr.

—Jessi, estoy a punto de venirme –le advirtió a su vecina.

Al oírla, la chica se volvió.

—Pues hazlo. Yo también me vengo.

Aquello fue más que suficiente. Agarrándola con fuerza de sus caderas, reanudó su acometida y embistió más fuerte si cabía que antes. Cada estocada la sentía con intensidad Jessica, quien se estremecía jadeante. La polla de Emma recorría su interior sin piedad, pero no le dolía, sino que le daba mucho gusto. Sus huevos se estrellaban contra su chorreante coño. La transexual no cesó en su empeño de sodomizarla hasta que no pudo aguantar más.

—¡Me corro! —anunció desesperada.

Su polla sufrió fuertes espasmos y no tardó en descargar copiosos chorros de semen en el recto. Jessica sintió la cálida riada y fue suficiente para hacer que ella también estallase, cerrando sus ojos y apretando los dientes para aguantar semejante explosión. Ambas se retorcieron como posesas mientras gemían sin cesar.

Cuando todo terminó, Emma abrió sus ojos. Notaba su mente nublada y el cuerpo tambaleante. Con mucho cuidado, sacó su miembro del interior del culo de Jessica. Estaba lleno de semen. Se fijó en lo dilatado que se encontraba el orificio y como al retirar su polla, un fino chorro de esperma se derramaba de este. Respirando apremiante, se dejó caer hacia atrás, apoyándose en la mesa que había a su espalda.

Se sentía libre. Al fin, tras tanta lucha y desesperación, había logrado lo que tanto deseó, se había follado a su vecina. Era como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Estaba en ese estado, tan maravillada, aunque todo cambió al mirar a Jessica, quien seguía inclinada sobre la encimera, obsequiándole con una deslumbrante visión de su trasero bien abierto. De este, todavía se derramaba un poco de su semen.

—Jessi, ¿estás bien? —preguntó inquieta.

Al llamarla, la chica se dio la vuelta. Su mirada la hizo estremecer un poco. Pese a que parecía haber disfrutado, se temía que estuviera enfadada por haberla asaltado de un modo tan depravado. Sin embargo, no era eso lo que pasaba. La muchacha se incorporó, acercándose hasta Emma, quedando cara a cara. Se miraron por un instante, momento que a la transexual le pareció incómodo. La chica se acercó un poco más, quedando las dos muy cerca. Su vecina tragó algo de saliva, sin saber que decir. De repente, la muchacha la besó.

Emma no supo cómo reaccionar cuando sintió aquellos labios pegándose contra los suyos. El beso fue intenso y violento. Notaba una fuerza salvaje en Jessi, quien la envolvió por la espalda, atrayéndola más hacia ella. Abrumada, decidió dejarse llevar. No tardaron sus lenguas en encontrarse y llenar sus respectivas bocas de saliva caliente. El beso se tornó más profundo y candente, mostrando que las amantes ya se habían abandonado a una incontrolada pasión. Siguieron así hasta que la pelinegra decidió separase.

—¿Qué ocurre? —preguntó a continuación Emma.

La única respuesta que recibió fue ver como Jessica se arrodillaba en el suelo, cogía su medio erecta polla y comenzaba a pajearla. La mujer miraba con los ojos bien abiertos tan erótica escena. Como su vecina, allí colocada,  movía su mano de forma rítmica, acariciando su miembro, todavía lleno de semen y que se iba poniendo duro conforme lo masturbaba. En nada, ya estaba del todo duro. Entonces, fue cuando la muchacha se lo llevó a la boca y comenzó a chuparlo.

—Ah, Jessi —gimió la transexual.

La chica engulló el cabezón de la polla, describiendo círculos con su lengua. Eso llenó de placer a Emma, quien no pudo evitar cerrar los ojos al sentir esos lametazos. Todas aquellas sensaciones aumentaron de forma exponencial cuando Jessica se tragó el duro miembro hasta la mitad. El contacto con tan húmedo calor la quebró por dentro.

—Jo…der —expresó cohibida.

Jessi se esmeraba. Parecía haber nacido para esto y lo demostraba con creces. Engullía el aparato casi por completo, para luego sacarlo y lamer del tronco hasta la punta. Emma se derretía al sentir como recorría cada centímetro de su miembro dejándolo bien húmedo, lo cual le parecía una pasada, pero no se quedaba ahí. La chica descendió hasta los huevos y los lamió sin más miramientos. A la transexual le encantó y llevó una mano hacia su cabeza, como queriendo animarla para que incidiese ahí. Sin embargo, Jessica no tenía esa intención. Besó y chupó cada testículo, pero se puso en pie de nuevo.

—Siéntate —le ordenó.

Emma, extrañada, hizo caso. Cogió una de las sillas y se colocó sobre ella. Así, pudo ver como Jessica, sin demasiada ceremonia, se despojaba de su chaqueta, dejando al descubierto una camiseta blanca de tirantes donde resaltaban sus dos esplendidas tetas, libres sin sujetador. Acto seguido, se terminó de quitar los leggins junto con las botas y quedó desnuda por completo de cintura para abajo. Así, pudo ver que en el ombligo llevaba otro piercing que se asemejaba a una brillante joya engarzada de color plateado. Tras esto, la chica se acercó hasta ella. Sin mucha premura, se montó encima de ella. Con una mano, agarró la polla, la apuntó hacia su coño y se dejó caer sobre este.

—¡Agh, si! —gritó cuando notó el endurecido miembro penetrándola.

Emma pudo sentir como un incipiente calor envolvía su pene. La vagina de Jessi era algo más amplia que su culo, pero aun así, se sentía bien apretado. Cuando la chica se lo terminó de encajar, profirió un suave gemido y comenzó a moverse con suavidad. La mujer tenía las tetas de su vecina justo enfrente, tan esplendidas como grandes, así que no dudó en hundirse en ellas.

Enseguida, ambas féminas volvieron a ser presas del placer. Jessi se movía con una estruendosa cadencia, cabalgando aquel poderoso mástil que parecía atravesarla mientras que Emma amasaba sus abundantes pechos. Harta de palparlos sobre la camiseta, le bajó los tirantes para dejarlos descubiertos. Así fue como acabaron bajo su merced aquel par de redondeces. Turgentes y blanquitas, la transexual se afanó en acariciarlas con fruición, sintiendo su dureza y tersura. Lamió y chupó sus rosados pezones, los cuales puso bien duritos. La muchacha era ya un mar de gritos y sollozos ante tantos estímulos. No cesaba de moverse y Emma llevó sus manos de las tetas al culo para acompañar el ritmo.

—¡Oh joder! —gritó de forma estruendosa—. ¡¡¡Me corro!!!

No pudo ver el desencajado rostro de Jessica al llegar al orgasmo, pues estaba muy centrada chupando uno de sus pezones, pero tampoco le hizo falta. Notó como el coño de su vecina sufría varias contracciones al mismo tiempo que sentía una gran humedad derramándose de por sus entrepiernas. El cuerpo de la joven se estremeció varias veces. Emma tuvo que sostenerla entre sus brazos para que no se cayese. Cuando por fin todo terminó, ambas se miraron. Ella estaba más calmada, aunque para la transexual aquello no había terminado.

De repente, la cogió en volandas y la puso sobre la mesa. Jessi quedó sorprendida al ver que su vecina parecía ocultar tanta fuerza. Era algo que no esperaba.

—Recuéstate —le pidió la mujer ahora.

Hizo caso sin rechistar.

Mientras Jessica se acostaba todo lo largo de la mesa, Emma terminó de desnudarse. Se quitó la camiseta y el sujetador, además de sacarse los pantalones. La muchacha no le quitaba ojo de encima y ella tampoco. Cuando se deshizo de todas sus prendas, observó con mejor detenimiento a su vecina. Su piel blanca, sus hermosos ojos azules, el par de increíbles tetas, ese coño anhelante de polla que se le ofrecía entre las dos largas y estilizadas piernas. No podía negarse, Jessi estaba buenísima.

Se acercó hasta ella y llevó una mano hasta una de las piernas, la cual comenzó a acariciar. Recorrió la tersa piel, palpando su calidez. Notó como su polla palpitaba hambrienta de deseo. Sin pensárselo más, hundió su cabeza en el húmedo coño, devorándolo sin piedad.

—¡¡Mierda, Emma!! —aulló Jessi.

Lamió y chupó aquel lugar como si la vida le fuera en ello. El sabor fresco y amargo inundó su paladar. Con su lengua ascendió y bajó por toda la rajita, desprovista de pelo y envuelta en humedad. Con cuidado, abrió los labios mayores y buscó el carnoso clítoris, que lo esperaba listo para atacar.

—¡Madre mía! —sollozaba la pelinegra.

El clítoris sufrió una exhaustiva tortura por parte de Emma. Lo besó, chupó y mordisqueó. Con su legua, lo golpeó con la punta. Cada toque hizo que los nervios de Jessi se crispasen. Sus dedos se adentraron en la húmeda gruta, explorando cada rincón y dejándolo bien abierto. La muchacha se revolvía en un glorioso torbellino de emoción y deleite. Humedecía sus labios y se apretaba los pechos con ansia, gozando de lo que su querida vecina le hacía abajo.

—¡Oh sí! ¡No te detengas, por favor! —gritó ya desesperada.

De golpe, la chica se volvió a correr. Profirió un par de gritos muy fuertes. Seguro que todo el vecindario se debía haber enterado. Todo su cuerpo se movió de forma histriónica, llegando a elevar su torso como si le estuvieran dando descargas eléctricas para reanimarla. Entre jadeos, Jessi fue calmándose. Al mismo tiempo, Emma sacaba los dedos de dentro de ella y se subía para llegar a su boca.

Se besaron con suavidad, degustando el sabor  flujo vaginal que la mujer bebió con ganas. Siguieron así hasta que Emma decidió retomar la penetración. No hizo falta decir nada, pues Jessica la entendió con solo una mirada. Se abrió de piernas y su vecina se puso encima para introducir la enhiesta polla. No tardó en volver a adentrarse en tan maravilloso lugar. Si por ella fuera, jamás lo sacaría.

—Joder, esto es maravilloso —dijo maravillada.

—Ya lo creo —añadió Jessi.

Comenzó a moverse con ganas. Con sus caderas, arremetía bien fuerte, haciendo que su polla se clavara lo más dentro posible. Jessica gemía, pero no parecía lastimarla. Poco a poco fue recostándose sobre ella hasta quedar sus rostros muy cerca. Mientras seguía embistiendo, la besó desesperada. Las dos mujeres enroscaron sus bocas en un abrupto ósculo del que no desearon separarse. Las manos de Emma no se quedaron quietas y aferraron las tetas de Jessica, las cuales sentía chocar contra las suyas. Las amasó con ganas y no tardó en devorarlas, haciendo que la muchacha se estremeciese mucho más.

—¿Te gusta cómo te follo? —le preguntó mientras la miraba a sus preciosos ojos.

—Sí, ¡no te detengas! —le suplicó como respuesta.

No podían parar. Era una adicción a la que estaban enganchadas y que deseaban que no terminase. Emma siguió, como si su único objetivo fuese follar a la hermosa criatura que tenía debajo. Jamás en su vida se había sentido igual y por ello, le resultaba maravilloso. Miró de nuevo a Jessica y pudo contemplar su contraído rostro, señal inequívoca de que iba a tener otro orgasmo. Ella, por su parte, estaba también a punto.

—Um, ¡me corro! —le anunció sin más.

—Yo también —la acompañó ella.

Un par de embestidas más fueron suficientes para que Emma se terminara corriendo dentro del coño de Jessica. Ella tampoco se pudo contener más y se vino de forma estruendosa. Cada corrida vino acompañada de una fuerte contracción, haciendo parecer que la vagina quisiera tragarse todo el esperma. Una vez todo terminó, el ambiente se calmó.

Emma permaneció acostada sobre Jessica por un pequeño rato. Sus cuerpos, bañados en sudor, se rozaban sin cesar, sintiendo el contacto de sus pieles y el calor que emanaban de ellas. Se dieron pequeños piquitos hasta que Emma decidió quitarse de encima. Al hacerlo, sacó su polla, dejando que sus fluidos, mezcla de flujo vaginal y semen, se derramasen sobre la mesa. Poco lo importó. La transexual se recostó de lado, con cuidado, eso sí, de no caerse.

Permanecieron en silencio. A Emma no le importaría que se quedasen así por siempre. Estaba feliz. Se había tirado a quien tanto le gustaba, aunque por dentro, se sentía un poco mal. No entendía, pero un leve sentimiento de culpa la atormentaba e iba aumento conforme el tiempo pasaba. Miró a Jessica.

—Bueno, creo que debo de irme —comentó sin más—. Mi madre debe estar preguntándose donde demonios me he metido con la sal.

Se levantó. Cogió un par de servilletas que había en la encimera y se limpió el coño de semen.

—Tranquila, tengo píldoras del día después en mi casa —le informó—. Me tomaré una y listo.

Luego, se limpió el culito, también repleto de su leche. Una vez terminó, se puso toda su ropa, cogió el recipiente con la sal y se fue de la cocina. Emma permanecía inerte, sin ser capaz todavía de moverse, pues aún no se creía lo que había ocurrido. Escuchó como la puerta de su piso se abría y antes de marcharse, escuchó que Jessica la llamaba:

—Gracias por la sal —dijo con voz alegre—. Y por cierto….gracias por comerme el donut.

La puerta se cerró. Emma tan solo alcanzó a gruñir. Era lo mejor que podía hacer en ese momento.


Pasaron dos días tras lo ocurrido. En todo ese tiempo, Emma no pudo dejar de pensar en lo que había hecho. No se sentía bien. Aunque Jessica pareció mostrarse muy dispuesta a tener sexo con ella, la forma en la que la abordó le disgustaba. Ella no era así. Si quería tener una relación con alguien, solía tomarlo con calma, conociendo a esa persona y tratando de ser lo más respetuosa posible. En esta ocasión, no lo había sido. En verdad, conocía bien a su vecina y la cosa no acabó mal, pero no se comportó de forma correcta.

No la había visto en todo ese tiempo. Le sorprendió que no coincidiesen ni una sola vez. ¿Acaso Jessi la estaría evitando? Quería pensar que no, pero su mente, tan pesimista como solía ser, le hacía creer que sí. Como fuere, la mujer no quiso comerse la cabeza más de lo que ya hacía, así que decidió olvidar lo mejor posible todo aquello. Fue un inesperado, aunque placentero, desliz. No había más vueltas que darle.

Salió del piso en dirección al ascensor. Esa mañana no trabajaba, pero quería aprovechar para hacer unos recados, así que se puso en marcha. Llegó hasta la puerta, la cual no tardó en abrirse y entró. Iba ya a darle para que la llevara a la planta baja cuando alguien la llamó con un fuerte grito.

—¡Espera! —decía Jessica, corriendo tan rápido que parecía a punto de caerse.

Emma se estremeció inquieta al ver como su vecina entraba. Vio cómo se colocaba a su lado y se arreglaba un poco.

—Menos mal que te has esperado, tía —comentaba divertida—. Llegas a irte y tengo que ir bajando por las escaleras. ¡Y eso que estamos en un octavo!

No dijo nada. Tan solo se limitó a sonreír y observarla en silencio. Se fijó en cómo iba. Igual que en otras muchas ocasiones, pero con todo, le seguía pareciendo esplendida. Mientras, Jessi continuaba hablando como si nada, aunque no tardó en volverse a ella. Cuando notó esos curiosos ojos azules escudriñándola, tembló asustada.

—¿Qué te pasa? —preguntó melosa la chica—. Te noto muy calladita.

Se acercó un poco más. Emma la miró de reojo, respirando muy tensa. No entendía que se proponía, pero lo que fuese, desde luego no era bueno.

—¿Es por lo de la otra vez? ¿Por eso estás así? —continuó hablando Jessi como si nada—. Pensé que te gustó. A mí me encantó. Fue uno de los mejores polvos que he echado en mi vida.

Trataba de aguantar lo mejor que podía, pero su mirada y esa sexy sonrisa la estaban volviendo loca.

—¿Que es, vecinita, te pone mal que te digas que me comas el donut? —Se notaba que ahora volvía a ser la bromista sin tacto de siempre—. Quieres volver a hacerlo, ¿verdad?

Ya no aguantó más. Aquello pasaba de castaño a oscuro y la estaba hartando.

—Mira Jessi, no sé qué coño te crees, pero esto ya no lo soporto.

Iba darle al botón para bajarse allí mismo, en el piso que pillase, pero su vecina se adelantó y le dio al botón de bloquear el ascensor. Tras hacer esto, se colocó delante del panel y le impidió que se acercase. Emma quedó alucinada.

—¿¡Pero qué has hecho?! —dijo petrificada—. ¿Y si ahora alguien llama? ¿¡Estás loca?!

Jessi no dijo nada. Tan solo se limitó a mirarla. La mujer no entendía a que venía ahora ese comportamiento. Quiso volver a acercarse, pero la muchacha se había pegado tan bien que de poco le serviría forcejear.

—¿De qué cojones va esto? —preguntó cada vez más molesta.

—Parece que no te ha gustado lo que hicimos, por lo que veo —habló con calma Jessica.

La miró. No podía creer que todo este asunto fuera por el polvo que echaron hace dos días. Lo que le pasaba a esta chavala era algo que no comprendía.

—No te sigo.

—Es bien fácil —se explicó—. Parece ser que no te ha gustado estar conmigo, pese a ser tu quien fuiste la que deseó follarme. Yo ni te lo pedí, pero te lanzaste sin más y ahora me rehúyes como si te avergonzase de que hayamos tenido sexo. No te he visto desde entonces y ahora que, por fin, nos encontramos, parece como si te avergonzaras.

Suspiró. Miró a su vecina y trató de calmarse.

—Jessica, tú no tienes nada que ver en esto —comentó con calma—. Soy yo quien se siente mal consigo misma.

—¿Y eso? —preguntó la chica llena de sorpresa.

—Te forcé y no suelo ser así —se lamentó Emma—. Yo no me comporto de esa manera y sin embargo, esa noche, por culpa de tantas provocaciones y de los duros días de trabajo que llevo, me convertí en alguien distinto. Te obligué a follar y, aunque a ti te gustó, no creo que fuese correcto.

Jessica se acercó. Notó en sus ojos comprensión y amabilidad. Era lo que mas le encantaba de ella.

—Emma, no te culpes. Yo te llevé a ese límite —habló la chica con voz cálida mientras se aproximaba más—. En parte, porque quería.

La mujer quedó algo descolocada por lo que acababa de decir Jessi. No entendía nada, aunque, enseguida, una frase de aquella noche volvió a su mente. “ Pues sí que has aguantado. Pensé que en dos días ya te lanzarías sobre mí.” Al recordarlo, notó como si la cabeza le fuera a estallar.

—Espera un momento, ¿todo esto de la bromita era provocación para ver si me liaba contigo?

La chica le sonrió de forma un poco forzada. Estaba claro que la había pillado y no parecía que Emma se lo estuviera tomando muy bien.

—Bueno, es que me gustas —confesó sin más.

A la mujer le iba a dar algo. Ahora resulta que le gustaba a su vecina.

—¿Y para eso me has gastado bromas y me has provocado tanto? —le replicó muy contrariada—. ¿Tanto te costaba decírmelo a la cara?

—Es que supuse que así sería más divertido.

Emma alucinaba con todo aquello.

—Además, ¿cómo puedo gustarte? —preguntó ya harta—. ¿No se suponía que solo te iban los hombres?

—No, también las mujeres —le comentó—. En especial, tú.

Aquellas palabras sobrecogieron a Emma. Vio que Jessi se aproximaba hasta ella. Su presencia era tan intensa que sentía que volvía a alterar como ninguna otra persona hubiera hecho en su vida.

—Siempre noté como me mirabas. Sé que te gusto mucho y, la verdad, eso me pone muy cachonda. —Su voz se volvía más sensual conforme hablaba—. Jamás había follado con una trans como tú y eso me volvía loca. Sin embargo, conforme el tiempo pasaba, comencé a conocerte mejor y me di cuenta de que me interesabas por algo más que por el sexo.

Eso último la dejó sin habla. Incapaz de controlarse, se abalanzó sobre la muchacha y le dio un fuerte beso como jamás se lo había dado a otra persona. Sus labios chocaron con rabia y sus lenguas se reencontraron en un viscoso abrazo. Ambas gimieron mientras se abrazaban, pegando más sus cuerpos y así, restregándose con ganas. Estaban tan entregadas, que no se dieron cuenta de que el ascensor ya había terminado de bajar y las puertas se habían abierto.

—Jessica, ¡ahora te has liado con la vecina! —dijo una voz.

Al volverse las dos, pudieron ver a una mujer de unos cincuenta años, muy parecida a Jessica, que sostenía dos bolsas de la compra en cada mano.

—Ah, hola mamá —comentó la chica muy tranquila.

Emma deseaba que la tierra se la tragase. Se apartó de Jessi y salió del ascensor bien rápido. La madre de la muchacha la miró de reojo, como si no estuviera muy contenta. Su hija también se retiró a un lado para dejarla entrar. La mujer no dejó de mirar tanto a una como a otra, lo cual resultaba inquietante. En un momento dado, miró a Jessica y le dijo:

—Sabes, al menos, es mejor que esos garrulos con los que sueles salir.

Las puertas se cerraron. Emma y Jessica se miraron un poco extrañadas.

—Oye, ¿tu madre se piensa que somos novias? —preguntó la transexual un poco tensa.

—Eso parece —respondió la chica.

Salieron del portal en silencio. No sabían muy bien que decirse, aunque, por dentro, Emma estaba en un mar de sensaciones. No tanto porque la madre de Jessica las pillara morreándose dentro del ascensor, sino por el hecho de que le gustase tanto a la chica. A ella la volvía loca, pero suponía que eso era todo, no había más. Sin embargo, ahora resultaba que su vecinita también estaba colada por ella. Se miraron antes de salir a la calle.

—¿Adónde vas? —preguntó Jessica.

—Pues al banco, para arreglar unos papeles. Después, a una tienda para comprar una nueva funda para el móvil —Se quedó en silencio por un momento—. ¿Y tú?

—A ningún sitio en especial, tan solo me apetecía salir….

Notó el azoramiento en sus ojitos. Emma no pudo evitar sonreír.

—¿Quieres acompañarme?

Decir esto, iluminó el rostro de la muchacha.

Cogidas de la mano, Emma y Jessica pusieron rumbo hacia su destino. Tanto el que tenían ese día como el que les esperaba para el resto. En un momento dado, la chica acercó su boca al oído de la transexual.

—Oye, Emma… —la llamó.

—¿Que?

—Cómeme el donut.

No pudieron evitar reírse.  Emma se volvió para mirarla y sin dudarlo, le dio un suave beso en la boca.

—Tranquila, cuando volvamos a casa, te lo voy a comer encantada.


Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra, un poquito no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.