Columbia

Claire Brackett inicia sus estudios en la prestigiosa Universidad de Columbia. Allí conoce a Pablo, un chico brillante y atractivo con quien explorará nuevos caminos sexuales.

En Morningside Heights, Columbia, NY, el 16 de Agosto

A las diez de la mañana del día 16 de Agosto, según lo previsto, Claire Angela Brackett entra en la sala de recepciones número 2 del edificio Alfred Lerner Hall, centro de oficinas y servicios a los estudiantes de la Universidad de Columbia. Sus nueve compañeros han entrado justo antes en un orden no establecido. Como ellos, Claire toma asiento y dirige su mirada hacia la mesa que preside la sala, donde tres jóvenes acompañan al responsable del Financial Aid Service (Servicio de Ayuda Financiera) allí presente.

-Sean todos ustedes bienvenidos a la Universidad de Columbia -comienza a decir, cargando el peso de toda la frase en la palabra Columbia. Como sabrán, nuestra Universidad es uno de los centros educativos y de investigación más importantes, selectos y prestigiosos del mundo

El hombre habla despacio y tanto el tono como las maneras de su discurso no indican que vaya a decir nada de especial relevancia. Claire se fija en los tres jóvenes que completan la fila. Son los tres winners del año anterior, los merecedores de las tres becas por las que ahora optan los diez que escuchan al delegado del Financial… Claire se fija en uno de ellos. Está en la esquina derecha de la mesa, y como ella, parece aburrido esperando su turno. Más adelante sabrá que se llama Pablo, que es español, y que el año anterior revolucionó el History College con una tesis sobre la ideología política de los Padres Fundadores. Pero ahora sólo se fija en su pelo negro, aparentemente desordenado a lo casual, y en sus vibrantes, misteriosos, profundos ojos verdes. Cuando Pablo toma la palabra para decir sus frases de compromiso, Claire se fija en su voz. Es hermosa y cautivadora, y Pablo la usa con una irresistible arrogancia.

En una zona residencial de Nueva Jersey, el mismo día

-Dex, querido, ya te he dicho que no tienes que darte prisa. Pero si tienes el suficiente aplomo como para irte de fin de semana a Las Vegas y perder esa cantidad… entonces ahora tienes que tenerlo para afrontar la realidad.

Dexter Drake baja la mirada distraído mientras toma un trago del Jack Daniels con hielo que sujeta con la mano derecha.

-Ya te he dicho que me parece perfecto todo lo que digas. ¿Quieres que lo arregle? Lo arreglaré.

-Sinceramente, Dex, querido, me da igual que me lo devuelvas ahora o dentro de un año. Y me da lo mismo si me lo das en dinero o en especie. Casi mejor en especie.

Dexter vuelve a mirar a su hermana, ahora directamente a los ojos, pero permanece callado.

-Imagino que papá te hará alguna pregunta si le pides tanto dinero.

-¿Y por qué tendría que pedírselo, hermanita?

-Porque no lo tienes, Dex, querido.

-¿Eso crees?

-Si lo tienes, dámelo.

-¿No dices que te da igual?

-No, no digo que me dé igual. Lo que da igual es que me lo des ahora o que lo des más adelante. Y también me da igual cómo me lo des.

-¿En especie?

-Imagino que te sería más fácil.

-¿Y por qué me iba a resultar más fácil?

-¿Papá no te ha apuntado a Columbia?

Dexter vuelve a desviar la mirada, esta vez no sin cierto desprecio.

-No, no me ha apuntado

-Ya, bueno. Lo que sea.

-Me estoy empezando a cansar, hermanita.

-Recuerdo que cuando viniste la última vez tenías un tono de voz más agradable.

-Será porque tu también lo tenías.

-Será eso. Vete si tanto te incomoda charlar con tu hermana. Pero piensa en lo que te he dicho. Y haz algo útil, por Dios, Dex.

Residencia universitaria Hartley Hall, NY - 25 de Agosto

Pablo abre la puerta de su habitación y enciende la luz con una mano, y suelta las llaves en algún lugar. Cierra la puerta con el pie y se concentra en Claire. La boca de la chica no parece querer separarse de la suya. Sus cabellos rubios se le enredan por entre la frente y los ojos mientras trata de desprenderse de la cazadora vaquera de la chica y tirarla por algún sitio, y luego tirar la chica a la cama y seguir desnudándola.

Sin que pase más de un segundo sin besarla, Pablo se va quitando su propia ropa, la cazadora y la camiseta y luego los vaqueros, y cuando lo ha hecho le quita los vaqueros a ella y le quita las bragas y su boca se dirige hacia la entrepierna de la chica.

Mismo lugar - Día siguiente

Es de día y lo primero que Pablo puede ver con sus ojos entreabiertos son los cabellos rubios de Claire que se revuelven por su cuello y se pierden bajo las sábanas. Se incorpora despacio y empieza a besar el cuello y las orejas de la chica hasta que ésta reacciona. Claire se incorpora y le besa, y cuando lo hace las sábanas se deslizan por su cuerpo y dejan su pecho al descubierto. Cuando sus pezones entran en contacto con el aire más frío de la habitación siente que su excitación crece, echa a Pablo a un lado y se sienta sobre él, y su lengua va recorriendo todo su cuerpo hasta bajar a su entrepierna. Claire se mete la polla de Pablo en la boca y la succiona y la recorre con sus labios, y cuando Pablo ya se ha corrido, sólo entonces, con hilos de semen resbalando de sus labios medio sonrientes, dice:

-Buenos días.

Pablo se mantiene un rato quieto, su espalda ligeramente cóncava, su mirada hacia atrás y su boca entreabierta, todos sus sentidos concentrados en disfrutar de los segundos posteriores al orgasmo. Cuando sus músculos terminan de relajarse se incorpora y le da a Claire un largo beso en la boca.

-Buenos días.

Pasan un rato abrazados sin vestirse hasta que Pablo se incorpora y se pone un poco de ropa.

-Voy por algo de desayunar.

-Trae leche.

-¿Más?

-Mmm, sí

-¿Algo de comer?

-Lo que quieras. Pero trae algo.

Pablo sale de la habitación y baja a la cafetería de la residencia, vacía por ser el mes de vacaciones para casi todos, y pide un vaso de leche y un café solo y algunos bollos. Cuando vuelve a la habitación deja la bolsa con el desayuno en su mesa de estudio y observa a Claire. Sigue desnuda, hermosa y sonriente, estirando en la cama su figura delgada y pálida, jugueteando con su melena rubia.

-Desayunamos, si te parece.

-Mmm, como quieras.

A Pablo le parecen esos sonidos un suave ronroneo, y Claire siempre saca a relucir su media sonrisa cuando los emite, consciente del efecto que provoca.

-¿No te piensas vestir en todo el día?

-No. ¿Tienes algo que hacer?

-Guiarte a tí y a tus compañeritos por la prestigiosa universidad de Col

-Mis compañeritos que esperen. Hoy te toca enseñarme la residencia.

Pablo esboza algo parecido a una sonrisa y le pasa su vaso de leche. Comen algunos bollos.

-El año pasado nadie me enseñó así la residencia.

-Seguro que alguien lo hizo.

Pablo hace una pausa mientras apura su café y se queda embobado mirando el vaso de papel vacío.

-¿Sabes que ahora tengo un montón de poder sobre tí, Miss. Brackett?

Claire abre los ojos con interés y muestra de nuevo su sonrisa juguetona.

-¿Ah, sí?

-Digamos que esos tipos de la prestigiosa universidad me tienen cierta consideración. Si hablara mal de tí...

-¿Y qué quieres que haga para evitar que hables mal de mí, señor buena consideración?

-Bueno… -Pablo hace una pausa y sigue hablando mientras vuelve a la cama y acerca sus labios a los de Claire. Supongo que ahora tendría que preguntar eso de ¿y qué estaría dispuesta a hacer, señorita Brackett?

-¿Te refieres a además de lo que ya he hecho?

-Eso es.

-¿Por una plaza en la prestigiosa universidad de Columbia? ¡Oh, cualquier cosa!

-Bien, bien

Claire se concentra con interés en el nuevo rumbo que Pablo está a punto de imprimirle a su prometedora jornada de maratón sexual. Éste se acerca al armario de quien debe ser el otro inquilino de la habitación, lo abre con una llave y se pone en cuclillas hasta alcanzar un maletín negro, que extrae del armario para cerrarlo de nuevo.

-Mi compañero de habitación es un poco pervertido.

-¿Y te suele dejar las llaves de sus cosas?

-Digamos que somos buenos amigos.

-¿Qué hay en el maletín?

-Creo que te lo imaginas.

-No he hecho esto nunca, Pablo. No sé si

-Tranquila, vamos, tranquila. En realidad creo que lo estás deseando.

Claire duda y se aparta ligeramente.

-Mira, Claire, esto es sólo sexo. No voy a torturarte. Entiendo que para todo hay una primera vez y es normal que estés un poco nerviosa, pero te aseguro que cierto dolor físico puede tener efectos muy… excitantes.

-Ya, ya. Si alguna vez he fantaseado con cosas así, pero, ¿qué me vas a hacer?

-Déjate sorprender.

Pablo abre el maletín y lo primero que busca en una venda de ojos que le coloca a Claire, mientras su boca susurra al oído de la chica palabras tranquilizadoras y le propina ligeros chupetones. Luego tiende suavemente a Claire en la cama, boca arriba, y siempre con movimientos muy muy suaves, tira de su muñeca izquierda, despacio, hacia la esquina superior izquierda de la cama. Enrolla la cuerda una vez y cierra uno de los cabos alrededor de la muñeca de Claire, sin tirar mucho todavía, y luego ata el otro cabo la pata de la cama, entre ésta y un fino saliente de hierro que resulta perfecto para la ocasión, y ahora sí aprieta fuertemente para que Claire sienta un tirón y su brazo quede bien estirado. La chica se queja más de la sorpresa que del dolor. La cuerda es bastante suave.

Pablo repite la operación con el brazo derecho, aunque ahora le cuesta más por ser el lado de la cama que da a la pared. Cuando se incorpora para ocuparse de las piernas de la chica se queda ligeramente absorto contemplando la enorme belleza de lo que contempla. Una mujer menuda, delgada y elegante atada a una cama y completamente desnuda es como hacer realidad una de las fantasías visuales que llevan años rondando su imaginación, y se le antoja que quizá esté en ese preciso momento ante una de las imágenes más bellas que puede contemplar un hombre.

Pero no quiere que su parada ponga nerviosa a la chica y sigue su tarea. Enrolla otros dos trozos de cuerdas y ata los pies de Claire por los tobillos a las otras dos patas de la cama, asegurándose de que queda bien sujeta y estirada. Cuando contempla la imagen final le parece que ya la ha visto muchas veces en sueños, y siente ganas de hacerle el amor en el acto.

Tiene que luchar contra sus propios impulsos y concentrarse en el inmenso desafío que se abre ahora ante sí. ¿Qué hacer? En realidad, también es la primera vez que le toca manejar un juego como este. Vacilante, rebusca entre las cosas del maletín y empieza con lo que le parece más fácil. Saca unas pinzas y con ellas se inclina sobre Claire. Primero besa suavemente sus pechos y chupa sus pezones varias veces, y cuando le parece que están lo suficientemente excitados cierra las pinzas sobre ellos, las dos seguidas, en un lapso de un par de segundos. Claire ahora si expresa dolor, y de su boca sale un "¡ah!" que revela su esfuerzo por contener su incomodidad. Mientras Pablo dudaba, la chica ha estado concentrándose en lo que podía venir y ahora ella también se siente juguetona: quiere "resistir".

Pablo deja las pinzas puestas y observa cómo la cara de Claire revela su esfuerzo por contenerse, y le encanta. Algo más confiado, saca más pinzas. Recorre con la mirada todo el cuerpo de su "víctima", y observa cómo la respiración lo agita muy muy suavemente, cómo sus pulmones se llenan de aire y sus pechos suben y con ellos las pinzas que los coronan, y cómo luego bajan y todo su vientre, plano como una pared, se relaja y se prepara para repetir la operación. Le parece entender que Claire está poniendo todo su esfuerzo en controlar ese proceso para no dar muestras de un excesivo nerviosismo. Se excita pensando en la respuesta tan fascinante de la chica, y se propone ver hasta dónde puede llegar sin perder ese control. Espera que no sea demasiado lejos.

Acerca las manos al coño entreabierto de Claire y separa suavemente los labios. Los besa y la excita ligeramente con su lengua. Le encanta su sabor y tiene que hacer un esfuerzo por no enfrascarse en otro cunnilingus como el del día anterior. "Ahora no", se dice a sí mismo. Con determinación, aprieta el labio izquierdo con una mano y con la otra cierra sobre él otra pinza idéntica a la que ha puesto en los pezones minutos antes. Claire se vuelve a quejar, aunque se lo veía venir y tan sólo emite un nuevo "¡ah!" que parece casi más leve que el anterior. Pablo cierra otra pinza y luego otra más, para luego pasar al labio derecho y cerrar otras tres en él. La respiración de Claire se hace un poco más violenta.

Cada vez más seguro de sus movimientos, Pablo saca del maletín unas gomas tirantes como las que se usan en papelería. Coge una y la sujeta a un pequeño entrante en el final de las pinzas diseñado para sujetar cuerdecillas a ellas, y con él sujeto rodea todo el muslo de Claire, y le pide que se eleve un poco, a lo que ella obedece en seguida, y sujeta el otro extremo de la goma a otro entrante idéntico en la parte posterior de la pinza, observando que las gomas tienen el tamaño perfecto para quedar tirantes. Repite la operación con parsimonia y sin emitir ningún sonido con las otras cinco pinzas, y el resultado final revela el coño de Claire obscenamente abierto, con seis pinzas tirando de sus labios mayores en direcciones opuestas y la entrada frontal al interior de su cuerpo completamente expuesta, como pidiendo a gritos que alguien la llene.

Las pinzas no son demasiado dolorosas. Quedan muy lejos de esas que Pablo sabe que sirven para arañar de verdad la piel y que imagina deben doler una barbaridad. Pero tampoco son indoloras, aunque Claire parezca cada vez más dispuesta a hacer que así parezca. Aprovechando que la chica no puede ver, Pablo coge otra pinza, se levanta la camiseta y se la cierra sobre un pezón. No es demasiado, aunque aun así tiene que esforzarse en no emitir ningún sonido, abrir la boca y apretar los dientes. Se la quita rápidamente. Esa chica cada vez le parece más un regalo del cielo. Está ahí atada sufriendo un dolor constante, no un dolor terrible pero sí suficiente para que al cabo de un rato anduviera sacudiéndose y tratando de liberarse. Y en cambio ahí está, impertérrita y desafiante, y aunque no emite ningún sonido parece decir "¿eso es todo?".

A Pablo se le ocurre sacar una vela del maletín. Cuando la enciende suelta un olor algo especial y piensa que tal vez sea una cera que queme más o tarde más en secarse de lo habitual. Esta vez no va a probarla consigo mismo. Si Claire quiere "resistir", que resista.

Deja la vela un rato para que forma cera y Cuando lo cree suficiente empieza a vertir pequeñas gotas sobre los pechos de Claire, que esta vez no puede evitar que su cuerpo se tense y se empiece a mover de un lado a otro, intentando evitar el roce de la cera ardiente. Emite una queja muy suave, pero constante, y se muerde los labios para no darle a Pablo el placer total de la victoria.

Algunas gotas son más abundantes de lo deseado y con el ajetreo del cuerpo de Claire abandonan lentamente los pechos y empiezan a caer sobre sus caderas, y no terminan de quemar hasta que entran en contacto con las sábanas bajo el cuerpo de Claire. Son las que más parecen dolerle pues se retuerce y aprieta los dientes como tratando de expulsar los hilillos de cera de su cuerpo. A Pablo le gusta ese movimiento y empieza a soltar no ya gotas sino chorros continuados de cera por el vientre de Claire y por sus caderas. Ella pronto se agota de luchar y sus quejas adquieren un mayor volumen.

-¿Quieres parar?

Pablo hace la pregunta directamente al oído de Claire, casi en susurros, y ella le contesta casi entre lágrimas, con una voz entrecortada pero firme.

-No. Sigue.

Pablo hace una pausa. Busca entre la ropa desperdigada las bragas de Claire, y después de olerlas se las mete a ella en la boca, pero como son muy pequeñas busca también sus calcetines, los hace una bola y los empuja también dentro de la boca de la chica, en la que ya no cabe un alfiler. Luego corta un poco de cinta aislante del maletín y sella la boca de Claire para que no pueda expulsar nada.

-No queremos que nadie piense que hay una chica en apuros por aquí

Se incorpora de la cama y alarga el brazo para coger una botella de agua y echar un par de tragos. Vuelve a pararse a contemplar la belleza del cuerpo desnudo e indefenso de Claire, ahora surcado por finas tiras de cera roja solidificada que han dejado a su alrededor, como un centímetro a cada lado, la piel enrojecida, de forma que ahora los pechos y el liso vientre de Claire contrastan con la blancura del resto de su cuerpo. A Pablo le parece que está cada vez más hermosa.

Vuelve a coger la vela, que ha formado una cantidad de cera considerable durante el descanso, y decidido a ir más lejos de lo que pensaba, la vierte toda, de una vez y sin ningún ruido ni señal de aviso, en el coño abierto y expuesto de Claire, que de no ser por la improvisada mordaza habría alertado a toda la residencia.

Su cuerpo responde a la agresión elevándose en el aire como si únicamente las ligaduras que la sujetan le impidieran volar. De su garganta sale un grito seco y terrible que tarda largos segundos en cesar por completo. Su coño desaparece bajo una película roja de cera. De la venda que la ciega, de su parte inferior, no tardan en aparecer unas lágrimas que se deslizan por sus mejillas y caen delicadamente sobre las sábanas. Su respiración se vuelve frenética, sus puños se aprietan y todo su cuerpo parece en su máxima tensión. Tarda un buen rato en empezar a relajar sus músculos.

Pablo ha estado observando todo el proceso por el cual el cuerpo de Claire ha recibido esa bocanada de dolor, ha visto cómo lo ha encajado y cómo ha vuelto a la normalidad y ahora piensa que se siente como Stendhal debió sentirse cuando vio por primera la vez la iglesia florentina de Santa Croce, cuando dicen que se desmayó de puro placer. Sin poder esperar más se precipita sobre el cuerpo torturado de Claire, desata las gomas de las pinzas que tiraban de su labios, y sin mucho cuidado ni delicadeza retira éstas, las seis, provocando nuevos arrebatos de dolor cuando la sangre vuelve a circular a borbotones por su vagina. Sin esperar ni un segundo la penetra con tanta fuerza que a Claire le vienen a la mente imágenes del día en que perdió el virgo, aunque ahora no sea tal sino una capa de cera sólida que Pablo destroza a embestidas y distribuye por su conducto vaginal.

Pablo no recuerda haber empujado nunca con tanta violencia. Se ha tirado encima de Claire hasta soltarle las pinzas de los pezones sólo por el violento contacto del pecho de ella contra el de él, y ahora la está penetrando como nunca lo ha hecho, enervado por la imagen más terriblemente excitante que ha visto en su vida.

Una vez superada la violencia inicial Claire vuelve al estado de excitación en que estaba antes del último chorreón de cera, y entonces se da cuenta de que nadie nunca se la ha follado de esa manera. Las embestidas violentas de Pablo, el choque de sus cuerpos, los incontenidos deseos que ahora siente por liberarse de sus ataduras y asirse a su amante con toda su fuerza hasta arañarle, todo la ponen también a ella en estado de ebullición y ambos jadean como locos hasta que se corren y se detienen en el mismo instante.

Pablo sigue un rato echado con su peso muerto encima de Claire, mientras su mano izquierda acaricia las caderas y los pechos y la cara de la chica hasta que le vuelven las fuerzas y se incorpora ligeramente. Le quita la mordaza y desliza la venda de sus ojos, y entonces la besa con ternura. Desata todas sus ataduras sin dejar de acariciar distintas partes de su cuerpo, y ambos pasan un rato sin decir ni una sola palabra.

-Ha sido

-Sí.

La respiración de los dos aún no ha recuperado su ritmo habitual.

Claire se palpa el cuerpo y nota cómo los hilos de cera siguen pegados a su vientre y a sus pechos. Sabe que quitar algunos va a ser doloroso. Y luego se toca delicadamente y con mucho cuidado su vagina y trata de dirigir su mirada hacia ella. Está completamente roja e hinchada y de ella empiezan a salir pequeños hilos de semen. Nunca la ha visto así.

Pablo sigue como absorto contemplando una belleza de otro mundo y en un estado de calma y relajación que nunca antes había alcanzado.

-Creo que te recuperarás, ¿eh?

-Ha sido... joder. Ha sido...

Cuando Claire por fin se calma del todo reflexiona y su mente parece procesar de una tacada todo lo que ha significado para ella su primer contacto con el dolor. Mira a Pablo fijamente a los ojos y posa sus manos en sus mejillas, apretando hasta casi hacerle daño, y entonces, ya sin balbucear, dice:

-Prométeme que me lo harás más veces.