Columbia (3)

Prosigue el fin de semana de Claire en manos de la sádica hermana de Dexter. Por su cabeza sólo pasa un pensamiento: resistir.

La mente de Claire sueña con la evasión y daría cualquier cosa por saber cuánto tiempo falta para que esa mujer vuelva. Si supiera el tiempo que ha pasado desde que la dejó sola en la oscuridad, y el tiempo que resta para su liberación, tendría al menos un asidero al que agarrar la débil mano de su esperanza. Pero no lo sabe y eso la está volviendo loca.

Por supuesto, no puede ver nada. No sólo por la oscuridad de la habitación, sino porque sus ojos hace horas que son un charco de lágrimas y no los puede cerrar, sujetos como están sus párpados por dos abre-ojos metálicos. Si pudiera cerrarlos podría concentrarse con más fuerza y tratar de alejar sus pensamientos de esa habitación, pensar en algo agradable. Pero no puede: sus ojos están abiertos como platos y así seguirán hasta que la arbitraria voluntad de su captora decida lo contrario.

La cuerdecilla que tira de su nariz es el menor de sus problemas; un juego de niños, un divertimento, un pequeño y constante recordatorio de su torturadora para aumentar su humillación. La mandíbula casi no la siente. Lleva horas al límite de su tamaño y está como dormida, resignada como ella.

De cuello para abajo todo es dolor. Sus pezones aplastados. Los dientes de esas pinzas de metal abriéndose camino, perforándolos. Claire hace rato que sintió algo húmedo chorrear sobre sus pechos y sabe que son hilillos de sangre.

Y luego está su interior. Inundado por propia orina. Quiso aguantar todo lo posible, pero a los pocos minutos su vejiga ya no daba para más y envió de vuelta a su boca los desechos de su cuerpo. La naturaleza patas arriba. Al principio era asqueroso. A Claire le parecía inhumano. Ahora esa ingente cantidad de líquido ha dado tantas vueltas por su cuerpo que ya no le da importancia. Se dio cuenta de que cuando el tubo conector está lleno de líquidos siente un ligero alivio en sus tripas, una leve, levísima relajación de sus músculos. En su estado eso es casi como sentir placer, así que ahora casi siempre está meando y a la vez tragando sus meados. Olvidada toda dignidad. Cuando la orina entra en su boca trata de mantenerla ahí todo el tiempo posible, sintiendo su amargo sabor en el pequeño espacio que la mordaza le permite. Se siente sucia y asqueada y se odia a sí misma, pero haría lo que fuera por ganar siquiera un milisegundo de alivio, una disminución microscópica en su escala del dolor.

Pasan horas que Claire no sabe identificar. Su mente paranoica ya no puede pensar y mucho menos medir el tiempo. Al principio, cuando consiguió calmarse por primera vez, quiso concentrarse en contar los latidos de su corazón. Luego desistió y quiso contar sus respiraciones y medir el tiempo que pasaba entre ellas. Ingenua. Inocente. Ni siquiera su cerebro privilegiado puede funcionar bajo tanto dolor. Sería como hundir un coche hasta el fondo del océano y esperar que el motor arrancase. Resignación.

Claire piensa que ojalá fueran ciertas esas historias sobre el alma y el cuerpo. Ojalá fueran cosas separadas y pudiera alejarse de su cuerpo torturado y obtener refugio en el fondo de su alma. No puede porque no existe el alma ni es posible ese refugio. Lo único que siente es lo que su cuerpo le transmite y eso no es sino dolor.

Siguen pasando horas y Claire cree que va a morir.

Luego se hace el milagro. Escucha eufórica cómo se abre la puerta. Y de repente, poco después, puede cerrar los ojos. Sus párpados se aferran el uno al otro como perros en celo y vuelve a sentir esperanza.

Siente cómo su boca deja de absorber pis; traga la última bocanada. Su vejiga encuentra ya una salida que no es su propio cuerpo y su vientre se deshincha lentamente. Es como volver a nacer.

Cuando las pinzas dejan de presionar sus pezones siente el dolor más terrible y violento imaginable. Ruega a Dios poder desmayarse pero desgraciadamente puede sentir con terrible precisión la gran explosión que genera su sangre al volver a ocupar ese espacio, largas horas cerrado por la presión. Es como si el tamaño de sus pezones se hubiera multiplicado por mil, pero no, siguen siendo iguales.

Está tan concentrada en ese dolor agudo que no se da cuenta de que su liberación ha proseguido y su boca ya no está ocupada. Ahora su cuerpo está siendo liberado de las correas y pronto es ayudado a ponerse en pie. Claire aún no puede ver nada. Como si quisieran vengarse por el trato recibido, sus ojos se niegan a abrirse. Recuperan el tiempo perdido.

Siente la calidez de un cuerpo abrazándola y luego es conducida a algún lugar. Por el olor reconoce a la mujer, a su verdugo, pero ahora no siente miedo ni rabia sino todo lo contrario. La ama profundamente por haberla sacado de su infierno y haría cualquier cosa por satisfacerla. Es pura admiración hacia ella. Absoluta dependencia. La Claire orgullosa y radiante de antes ha muerto. Ahora sólo es un cuerpo pálido y encogido, temeroso, incapaz de abrir la boca y los ojos, incapaz de andar si no es agarrándose a otro cuerpo que la guía.

Siente cómo es depositada en algo blando y cómodo y dejada allí. Se agarra a un cojín y se cierra sobre sí misma en posición fetal y en unos pocos segundos está dormida profundamente.

Pasan horas de sueño reconfortante.

Cuando despierta siente como si hubieran pasado años. Sus ojos se aventuran a abrirse y ve luz. Se incorpora muy despacio y en seguida recuerda dónde está: es la cama de matrimonio en la que tuvo su primera experiencia lésbica el día anterior. Se pregunta dónde está la mujer.

Poco a poco va recordando. Alguien ha cubierto sus pezones con unas gasas que se adhieren a su cuerpo. Sus ojos no le duelen nada y eso la sorprende; los había creído perdidos. Se levanta y puede andar sin dificultad, así que se aventura a abrir la puerta y salir al enorme salón, totalmente desnuda como está.

En la mesa principal descubre una nota.

Claire, querida, siéntete en tu casa. En la cocina hay café y leche; tómalo a tu gusto. Hay tostadas en la despensa y otras cosas en el frigorífico. Come lo que quieras. Luego puedes darte una ducha y seguir descansando si lo deseas. Espero no tardar demasiado.

Un beso.

Pd: no imaginé que fueras tan fuerte.

Va a la cocina y se prepara un buen desayuno. La recuperación es casi completa. Se va a la ducha y se queda un buen rato bajo el agua. Luego vuelve al dormitorio y se echa de nuevo en la cama.

No sabe cuánto tiempo ha pasado cuando siente unos lengüetazos en el cuello. Se despereza un poco y siente un cuerpo sobre el suyo. Manos que la magrean y una boca que no detiene sus besos, lametones y leves mordiscos. Se da la vuelta extrañamente excitada y sus ojos se encuentran ante los de esa mujer, que entre espaciados gemidos le mete la lengua en la boca varias veces. Claire aun no está despierta del todo y se deja hacer. Sus brazos y piernas abiertos, como en una "x". No se atreve a tomar la iniciativa.

-Oh, Claire.

La mujer se incorpora sobre el cuerpo de Claire con los ojos enardecidos. Gatea. Coloca su entrepierna justo ante la boca de una Claire que sigue tumbada boca arriba sin mover ni un músculo.

-Vamos Claire. Cómeme.

La mujer se mueve arriba y abajo como si fuera el falo de un amante masculino lo que tuviera debajo. Claire persigue su vagina y la chupa y la besa como puede. Al poco tiempo los movimientos de la mujer se hacen más rápidos y de pronto se para y alzando su tono de voz:

-¡Sigue sigue sigue sigue!

Por segunda vez en su vida Claire recibe un aluvión de jugos vaginales en toda la boca, en mayor cantidad esta vez, ayudados por la posición.

Calma y silencio durante varios minutos. Los ojos de la mujer revelan una paz interior que Claire observa con envidia. Daría cualquier cosa por un orgasmo pero ni se lo ocurriría mencionarlo.

-Ayer me excedí un poco contigo, ¿sabes, Claire? Pero es que es tan difícil contenerse cuando se tiene un cuerpo como el tuyo ahí tan indefenso, tan bello.

La mujer acaricia a Claire con ternura mientras sigue hablando.

-Tanto me excitaste que ni siquiera me presenté. Mi nombre es Verónica. Y espero que nos llevemos muy bien, tú y yo, Claire. Creo que nos estamos empezando a entender, ¿a que sí?

Claire asiente ligeramente con un movimiento de cabeza.

-Claro que sí. ¿Sabes a qué me dedico, Claire? Soy productora. Produzco películas de temática BDSM, por eso la cámara y todo el equipo que has visto. A veces hago pruebas en esa habitación para fijarme en las reacciones, buscar buenas tomas y todo eso. Pero en realidad eso es una excusa. En realidad lo que me gusta son las chicas como tú, no esas actrices que se quejan en cuanto les das un azote más fuerte que otro. Tú sí que eres fuerte y sabes aguantar el dolor, Claire. Eres fantástica, de verdad. Ven, levanta ya remolona, vamos a jugar un poco.

Claire y la mujer, Verónica Drake. Dos hermosas mujeres desnudas entrando en una habitación insonorizada específicamente diseñada para la tortura.

-Mientras dormías he traído algunas cosas nuevas.

Claire se fija en el techo. De lo que ayer eran unas vigas blancas que casi le costaba distinguir del techo ahora cuelgan un par de poleas con cuerdas enrolladas en ellas que terminan en arneses.

La camilla que Claire conoce tan bien está apartada junto a una pared. El centro de la habitación lo ocupa ahora un soporte como de una mesa hecho a base de tubos rectangulares pero sin tablero ni contenido. Con cuatro patas unidas entre sí tanto en su parte inferior como en la superior, pero sin tablero alguno, hueco. Los hierros separados entre sí como a medio metro, formando un cubo perfecto.

Claire es colocada sobre el soporte, con sus piernas completamente abiertas, apoyada cada una en una de las barras laterales del mismo. Tiene que apoyar su mano en la barra delantera para mantener el equilibrio.

La mujer vuelve con unas correas y ata las piernas de Claire a las barras de la mesa. Las ata por los tobillos y también por la parte superior de los gemelos, lindando con sus rodillas, de forma que las piernas de Claire, con casi todo su tronco inferior, quedan del todo inmóviles. Claire suelta sus manos de la barra delantera pues ahora ya no puede caerse, y la mujer le pide que las junte a la altura de las muñecas y se las esposa. Accionado un mando, la cuerda del techo desciende lentamente acompañada de un desagradable ruido mecánico. La mujer pasa el arnés del final de la cuerda por las esposas de Claire y lo cierra. El ruido vuelve y Claire siente sus manos siendo empujadas hacia arriba. La mujer se aleja ligeramente sin soltar el botón de su mando a distancia, mientras contempla con una lasciva sonrisa el cuerpo de Claire, estirándose progresivamente ante el empuje de una fuerza superior a la suya.

Cuando detiene el mando el espectáculo es soberbio. Claire anclada por sus piernas al soporte metálico; sus brazos estirados con fuerza hacia el techo. Su cuerpo se erige tieso, su espalda describe una curva ligeramente cóncava, el trasero y los pechos sobresaliendo como para subrayar su indefensa exposición.

La chica sólo es capaz de esbozar ligeros movimientos laterales, inútiles, incapaces de defender su cuerpo de lo que la mujer quiera hacerle. Todo él expuesto a la perversión.

La mujer se acerca a Claire y susurra, con una sonrisa perversa que no puede disimular.

-Eres una preciosidad.

Le quita de un tirón las gasas de los pezones.

-Ah, están como nuevos, míralos. Ya podemos jugar con ellos otra vez.

Claire la pierde de vista pero escucha cómo abre uno de los cajones de la cómoda, a su espalda. Cuando vuelve pone despreocupadamente ante la vista de Claire dos ganchos, relativamente pequeños aunque a Claire le parezcan instrumentos del diablo. La mujer coloca con cuidado uno de ellos entre sus labios para sujetarlo en la boca mientras su mirada se dirige a la teta izquierda de la chica, cuya respiración empieza a delatar miedo, si no pánico. La mano izquierda de la mujer sostiene con su palma abierta la base del pecho y se cierra sobre él, apretándolo con fuerza. Con la mano derecha aprieta la parte afilada del gancho contra la base del pezón, de abajo arriba, y lo introduce en la carne con un movimiento violento.

El silencio se rompe por el grito desatado de Claire. Su cabeza girada brutalmente hacia la izquierda como queriendo alejarse del centro de su dolor, apretado su rostro contra su brazo estirado, buscando una huida, un escondite que no encuentra.

Cuando desaparece el punzante dolor se atreve a bajar la mirada y observa que el gancho no ha salido de su piel, sólo se ha hincado en ella. La mujer ha asido ya su teta izquierda y se dispone a repetir la operación. El mismo dolor. El mismo grito. El sudor empieza a mojar la frente de Claire y sus axilas. Ansiedad y miedo.

La mujer vuelve sobre el primer gancho. Aprieta con una mano el pezón, tirando hacia abajo contra el filo del gancho, y con la otra tira del gancho hacia arriba haciendo que aparezca una deformación antinatural en la sensible aureola de la chica hasta que el pincho sale por la parte opuesta a la que entró, asomando su cabeza metálica, haciendo sonreír a la mujer como si lo que está viendo fuera la coronilla de un bebé en pleno parto.

Claire hace tiempo que llora. Mueve su cabeza de un brazo a otro. Cuando la mujer está repitiendo la operación de sacar el gancho en su segundo pezón, la chica se muerde violentamente un brazo, poseída, gritando como la chica torturada que es.

La mujer vuelve a elevarse a la altura de sus ojos y observa el bocado. No hay sangre pero ha marcado los dientes en la tierna piel de su bícep derecho.

-Pero cariño, si acabamos de empezar.

Claire está temblando y no articula palabra. La boca abierta para respirar.

La mujer vuelve a desaparecer y mientras Claire se recupera. Cuando vuelve se agacha hasta el nivel del soporte de metal. Ha traído más barras, idénticas a las forman el cubo que soporta a Claire, y está colocando la primera en la parte delantera del mismo, hincándolo en una de las esquinas. Claire observa cómo la nueva barra encaja con perfecta precisión y entiende que es un mueble hecho de piezas, como un mecano diseñado para servir de soporte a la depravación.

La mujer coloca dos barras más. Una vertical, idéntica a la primera, en la otra esquina delantera. Y una tercera horizontal, entre las dos que se elevan, que queda dispuesta a la altura de los pechos de Claire. Se imagina su propósito y esto no la tranquiliza.

La mujer se asegura de que las barras queden bien sujetas y vuelve a dirigirse a la cómoda para volver con dos larguísimas cadenas. Éstas vienen con un pequeño arnés en su extremo, como un llavero, y la mujer lo pasa por un círculo que se abre en el final de los ganchos; primero uno, luego el otro. Las cadenas llegan al suelo y Claire no siente ningún dolor. Luego la mujer las recoge en toda su caída, y las pasa por encima de la barra horizontal que acaba de instalar. Tira de ellas con su eterna sonrisa de sádica, haciendo pequeños daños adicionales en los torturados pezones de su víctima, hasta que las deja caer. Esta vez quedan como a 20 centímetros del suelo.

La mujer vuelve a desaparecer pero Claire se imagina con lo que volverá, Se equivoca. Esperaba unas pesas para tensar sus pezones, pero lo que la mujer trae es algo extraño. Cuando los sitúa en el suelo bajo las cadenas que cuelgan de sus pezones, Claire observa unos extraños soportes metálicos, del tamaño y la forma de una alfombrilla de ratón. Su torturadora vuelve a desaparecer y regresa con cables. Conecta un extremo de un cable al soporte metálico y el otro a un enchufe de corriente en la pared. Repite la operación con el otro soporte. Claire empieza a imaginarse cosas pero su mente no quiere que se concreten en nada. Siente pánico.

Cuando la mujer vuelve a aparecer sí trae lo que Claire esperaba. Dos pesas. Enormes. Las trae una en cada mano y frente a Claire hace gestos cómicos de agotamiento, como si no pudiera con una pesada carga, y las baja rápidamente y las posa en el suelo. Las pesas, que son bolas macizas también metálicas, van sujetas también a un arnés y la mujer lo abre y lo pasa por el último eslabón de la cadena. Mientras sostiene la enorme bola con una mano dirige una mirada a Claire; sus ojos fijos en la bola, suplicantes y llorosos.

-¡No!

La mujer cierra el arnés y deja la pesa, retirando la mano que la sostenía muy lentamente, colgando en el aire. Claire tensa todo su cuerpo éste de pronto se inclina hacia delante. La enorme bola cae al suelo hasta posarse en el soporte de metal que está enchufado a la corriente, tirando con ella hacia abajo de la cadena y de los pechos de Claire, pero no sucede nada. Claire suspira de alivio mientras sigue jadeando.

La operación se repite con la otra cadena. Ahora Claire no siente el dolor del tirón porque su cuerpo ya está inclinado hasta su límite y la bola queda en el suelo directamente, sobre la otra alfombrilla metálica, sujeta a la otra cadena.

Claire se ha dado cuenta perfectamente de que todos los aditamentos y herramientas son metálicos. El gancho, el arnés, la cadena, la bola, la alfombrilla del suelo y el mueble tubular al que está sujeta. Todo. Sus ojos llorosos recorren el cable que va de las alfombrillas -así las llama- al enchufe de la pared. Lo recorre tratando de imaginarse cómo será de terrible el dolor que, sabe, está a punto de sentir.

-Yo que tú me inclinaría un poco menos.

Pero Claire está aborta en sus pensamientos, y además no se siente capaz de tirar sólo con la fuerza de sus pezones de esas enormes bolas macizas.

La mujer agarra un mando a distancia, regula una rueda y pulsa un botón. Lo que sigue es un alarido indescriptible. Claire, visiblemente inclinada hacia adelante para no soportar el peso de las bolas sobre sus pezones, da súbitamente un respingo hacia atrás con tal violencia que las bolas alcanzan durante unos segundos vuelo propio y se mantienen en el aire no por la fuerza de las cadenas sino por el brutal tirón de los ganchos que traspasan los pezones de la chica. Cuando esa fuerza se agota las bolas empiezan a ir en dirección contraria movidas por la gravedad. Y cuando alcanzan el final de la cadena tiran con tanta fuerza de los pezones de Claire que ésta piensa que se van a separar de su cuerpo.

El movimiento se repite. Claire, incapaz aún de reaccionar, no soporta el tirón de las pesas y éstas vuelven a alcanzar el suelo, enviando otra vez un golpe de electricidad que golpea los pezones de la chica y sus piernas atadas directamente a una de las barras metálicas de ese mueble del demonio.

Ahora sí, Claire consigue reaccionar a tiempo y detiene el tirón de las pesas justo antes de que estas vuelvan a tocar las "alfombrillas". Llorando histéricamente. Abriendo la boca para balbucear frases ininteligibles. Babeando. Sus pezones estirados hasta el límite. Su cuerpo entero temblando, tratando de agarrarse a las esposas que la sujetan a la polea del techo, su única salvación.

La mujer lo observa todo con cruel atención. Una mirada sádica que Claire nunca ha visto.

Lucha contra los elementos. Sus pezones le duelen tanto que es incapaz de mantener las pesas en el aire por mucho tiempo. De vez en cuando, nuevos torrentes de electricidad, nuevos gritos y nuevos tirones hacia atrás. Dolor concentrado con saña en un único punto. Los pezones deformados. Sorprendentemente ningún hilillo de sangre.

"Control". La frecuencia de los espasmos eléctricos disminuye poco a poco. Claire se ha sentido perdida por segunda vez en unas horas, pero se esfuerza en dominar la situación y aguantar como sea el terrible tirón de las pesas. "No te queda otra, Claire". Resistencia.

La mujer se ha sentado en la silla de madera que ayer ocupaba Claire. La observa detenidamente, con parsimonia, encantada, como un niño que ve por primera vez un espectáculo circense. "Qué belleza", piensa.

Claire tiene la cabeza escondida bajo un brazo, como antes. Su cuerpo inclinado hacia delante. Haciendo fuerza, resistiendo como puede. Ha aprendido que es menos doloroso si tira ella de las pesas regularmente, hacia atrás, alejándolas del demonio eléctrico. Pero necesita reunir demasiada fuerza de voluntad cada vez y no sabe si esa fuerza se mantendrá o se perderá con el tiempo. Poco a poco se recompone. Dirige a la mujer, sentada allí delante, una mirada de súplica salpicada de lágrimas. Su boca apretada haciendo fuerza.

-Por favor. Por favor. Mis pezones. Se van a romper.

La mujer está en un estado casi catatónico, en puro trance, pero reacciona.

-Qué dices, Claire. No se romperían ni aunque me fuera y te dejara aquí días enteros.

Claire siente otra punzada terrible de dolor, pero esta vez no es físico. Quiere atisbar, aunque sea lejano, el final de su tortura. Quiere un cronómetro ante sus ojos que le diga cuánto tiene que resistir. Pero no lo tiene. Días, ha dicho. La desesperanza retumba en su mente. Se desconcentra y las pesas vuelven a conseguir su propósito, a ganar otra ronda. El cuerpo de Claire se hecha hacia atrás con la misma violencia que la primera vez pero luego intenta quedarse allí, brutalmente inclinado hacia atrás. Otro tirón catastrófico de esos ganchos y más lágrimas. Un reguero de ellas recorre el cuerpo de Claire. Días, ha dicho la mujer. A ella le parece que en pocos minutos, sin remisión, sus pezones se desgarrarán de su cuerpo.

Su cabeza febril se mueve ligeramente cuando la mujer se levanta de la silla. Parece que ha superado su trance. Va a hacia la cómoda pero pasan unos minutos sin que suceda nada. Claire gana algunas rondas, manteniendo las pesas en el aire, preguntándose cuánto tardarán en soltarse sus hermosos y sensibles pezones, pero no se sueltan, siguen ahí, estirados.

De pronto un dolor nuevo y terrible. Súbito. Algo golpea contra la espalda de Claire, rasgándola con una fuerza terrible. Su cuerpo huye del nuevo dolor desplazando su tronco hacia adelante. Un shock y esta vez más largo. Huida hacia atrás y vuelta a empezar. Otra ronda perdida con las pesas. Otro tirón inhumano de los ganchos.

Claire trata de concentrarse pero su cabeza no da abasto. Siente un escozor terrible de un lado a otro de su espalda. Se pone recta como un palo y se dice a sí misma "no te moverás", pero cuando recibe el siguiente latigazo no puede controlarse y se vuelva a inclinar hacia adelante. Otro shock. Otro tirón de las pesas. Otra ronda perdida.

Y más latigazos. Hasta cinco. Cinco shocks. Cinco tirones.

Mareada e incapaz de pensar, Claire recibe desprevenida el abrazo caluroso de la mujer, sus besos en el cuello y en las orejas. Sentada sobre la barra trasera del soporte, la mujer se pega a Claire y la rodea con sus brazos, acariciando su vientre. El vestido pegado a la espalda de Claire alimenta el escozor. Finas líneas rojas se han dibujado sobre la suave piel de la chica.

Las manos de la mujer se han pegado ahora a los pechos de Claire y los recorren despacio. Claire siente los besos pero no la consuelan. No quiere más shocks. Sólo piensa en mantener las pesas en el aire y en nada más.

La mujer vuelve a separarse del cuerpo de Claire y busca el mando a distancia que ha dejado en la silla. Pulsa un botón.

-Puedes descansar.

Claire se inclina despacio hasta depositar las pesas en las alfombrillas y esta vez no hay shock. Una expresión de alivio se dibuja en su cara y de su boca sale un suspiro que inunda la habitación de esperanza. Sus pezones agradecen el descanso recuperando en parte su antigua forma.

La mujer se acerca a Claire y la acaricia ahora por delante, extendiendo sus brazos sobre la barra.

-No te ha gustado la electricidad, ¿eh, Claire?

Claire llora y de su nariz caen mocos que no puede controlar. En su rostro La Humillación y luego El Odio.

-Bueno, no la usaremos más de momento. Pero habrá que motivarte de otra manera, ¿no te parece? No queremos que te quedes todo el día así, inclinada como una perra ociosa, ¿verdad que no? Vamos a ver qué se me ocurre. ¡Ay! ¡Niña caprichosa!

Pasan unos minutos en los que Claire oye ruido de cajones abriéndose y cerrándose, y cosas moviéndose dentro de ellos. No quiere pensar mucho en lo que vendrá y además se encuentra demasiado a gusto como para hacerlo, disfrutando del enorme placer que supone para ella no tener los pezones al borde de la desaparición. Verlos recomponerse. Sentir que la sangre los riega con normalidad.

De pronto su calma se rompe, y ante ella aparece una imagen que su cerebro se niega a procesar. Sencillamente no puede ser verdad.

-¿Te has vuelto loca? ¡NO! ¿Qué haces? ¡No!

El rostro impertérrito de la mujer no hace caso del descaro de su víctima. Como una autómata se concentra en preparar la siguiente fase de su tormento. Ha soltado los arneses de las cadenas, de forma que Claire está ya incorporada normalmente. Pero ni mucho menos tranquila. Tortura psicológica. Dos agujas gruesas, y largas, apuntando hacia sus pezones como un ariete de asedio ante una fortaleza. La mujer se ha puesto una aguja entre los labios como hizo con los ganchos. En una mano tiene otra y en la otra mano tiene un rollo de cinta aislante. Coloca la aguja sobre la barra horizontal que está ante los pechos de Claire. La aguja apuntando hacia ella, hacia Claire, a la altura justa de sus pezones. La mujer, oídos sordos, acerca el cuerpo de Claire hacia la barra, asiéndolo de la cadera, para asegurarse de que la aguja apunta junto al centro del pezón. Sujeta la aguja a la barra en esa posición y rápidamente coloca sobre ella un poco de cinta aislante, y luego coloca más hasta dejarla fija. Repite la operación acercando de nuevo el cuerpo de Claire para situar la otra aguja apuntando hacia el otro pezón.

Son agujas gruesas, "skewers" de metal. Lo suficientemente finas como para penetrar en la piel con cierta facilidad, sobre todo en la punta que se afina mucho más para perforar al mínimo contacto. Claire las ve ante ella y aún no puede creerlo. Ella no las ve finas, sino que le parecen colosos, como taladros enormes que sin duda alguna arruinarán sus pechos a la primera oportunidad. La mujer la mira con expresión orgullosa.

-Claire, cariño, si pudieras mirarte en este momento te partirías de risa. ¿Es que crees que esto va a matarte? Jajaja. ¡Ya quisieras, pequeña!

Diciendo esto se agacha y coge una de las pesas.

-Estate atenta, cariño. No querrás clavarte ahí tan rápido.

Abre el arnés de la bola de metal y lo pasa por el último eslabón de la cadena y lo cierra. Claire contiene la respiración mientras la mujer lo deja suavemente colgando de la cadena.

Claire se inclina hacia atrás con toda la fuerza que le queda y la mujer hace lo mismo con la otra pesa. "Resistir". Los pechos de Claire estirados como pasas viejas. Su cuerpo los mantiene como puede alejados de esas agujas que se erigen como lanzas amenazadoras. "No me destruiréis".

La mujer acaricia otra vez a Claire. Pasea sus manos por las caderas de la chica, por su vientre, por su espalda atravesada de latigazos. Por sus pechos estirados. Se acerca a la chica de lado y la besa en la boca con pasión, recogiendo la saliva y los mocos y las lágrimas de Claire.

-Me has puesto como una moto, pedazo de puta. Pero no quiero distraerte. Tú pasa la tarde aquí y ejercita esos pezoncitos tuyos, ya verás qué fuertes se van a poner. Yo me voy a ver a una amiga. No sabes cómo necesito que alguien me coma el coño. ¡Por Dios!

-Por favor. No. Por favor. Verónicaaaaa

La mujer se vuelve cuando Claire la llama por su nombre. Si no fuera porque sabe que no es posible, Claire diría que hay ternura en sus ojos.

Sin decir nada, vuelve a dirigirse a la cómoda. Regresa con otras pesas iguales a las que ya torturan los pechos de Claire. Tal vez algo más pequeñas. Pero grandes.

-Dios, ¡no!

La mujer se agacha entre las dos cadenas y abre los dos arneses, uno con cada mano. Tratando de mantener el equilibrio, los engancha un par de eslabones por encima de las otras pesas y los deja caer con delicadeza.

Se escucha un alarido terrible. Cuando Verónica se incorpora, observa a Claire con la mirada perdida y los pechos ensartados en las agujas, que se deslizan ligeramente hacia su interior. Contrariada, da la vuelta para abrazar a Claire desde atrás, las manos juntas bajo los pechos de la chica. Con fuerza, tira de ella hacia atrás provocando nuevos gritos guturales y se asegura que la chica quede bien recta y erguida.

-¿Qué clase de putilla eres? ¿Acaso no puedes soportarlo más? Venga, te doy un nuevo intento. Voy a soltarte pero estate atenta. No queremos criar a una puta perra debilucha que no aguanta un tironcito de nada.

Verónica suelta a Claire con cuidado, muy despacio, y conforme sus brazos dejan de ayudar a la chica ésta empieza a emitir un "aaaaahh" que no cesa, su cara haciendo una mueca de dolor que la desfigura, sus manos abrazadas a la cuerda que cae del techo, haciendo fuerza por mantenerse erguida.

Verónica recorre a su víctima con la mirada una última vez y abre la puerta para salir de la habitación. Desde el umbral vuelve a mirar el formidable espectáculo de ese cuerpo pálido, bañado por el sudor, temblante mientras intenta echarse hacia atrás entre un grito que no cesa. Sus pechos estirándose grotescamente hacia lo inevitable, sus pezones ensartados en los ganchos, las cadenas tirantes, las pesas macizas queriendo llegar al suelo, las agujas dispuestas para perforar la carne. De pronto la imagen que contempla le parece portar una armonía cósmica.

-¡Dios mío, qué belleza!

Mientras cierra la puerta le parece observar en Claire una mirada de puro odio, y un torrente de placer recorre su cuerpo de arriba a abajo.

Los gritos de la chica desaparecen cuando se cierra el portón.