Columbia (2)

Claire tendrá que hacer frente a nuevas e importantes decisiones mientras continúa su viaje hacia el mundo del dolor.

(De camino a Pennsylvania Station, el 29 de Diciembre)

El primer semestre del curso ha acabo y Claire estaba exhausta. Los últimos tres meses han sido duros, pero las tres últimas semanas han sido una locura de trabajo, estudio y exámenes. Se ha sentido realmente estresada y más de una vez ha acudido a los brazos de Pablo para liberar la tensión y regular su estado de ánimo. La relación entre ambos chocó de frente con Columbia, pero se han seguido viendo siempre que podían. Claire ha descubierto un nuevo mundo con este chico y, por mucho trabajo que tenga, no quiere dejarlo pasar. Además va a necesitar relajarse "mucho". A la vuelta de su escapada invernal tendrá en el buzón una carta cuyo contenido marcará su permanencia a no en la Universidad de Columbia. No quiere pensar mucho en ello.

Ahora tienen ante ellos las vacaciones más prometedoras del mundo. Tres semanas de encierro los dos solos en una cómoda casita perdida en el bosque, en algún lugar de New Hampshire. Dexter, el famélico e inmensamente rico compañero de Pablo, les ha cedido el alojamiento. Es un tipo extraño el tal Dexter: físicamente poco agraciado, a primera vista parece siempre absorto en un mundo propio de pensamientos que nunca comunica, pero sabe comportarse socialmente y tiene una conversación bastante agradable. Pablo le ha contado a Claire cosas de él, cómo fue dando tumbos por la vida hasta que su padre le convenció para que estudiara algo, y cómo ambos terminaron siendo buenos amigos el año anterior y cómo hicieron algunas escapadas a clubes BDSM de la ciudad. Claire comprende que para Pablo Dexter resulta una compañía bastante útil: le proporciona diversiones y contactos, la convivencia con él es fácil, y siempre que tiene una idea, la paga él. Como la idea genial de estas vacaciones.

(De vuelta en NY, entre el 18 y el 19 de Enero)

La respuesta es no. Cuando Claire abre la carta toda su felicidad, toda la energía recuperada durante sus vacaciones se viene abajo. Columbia le da las gracias y la felicita por sus resultados, pero le comunica que tres compañeros suyos han sido mejores y por tanto la beca es para ellos. Entra en su habitación y telefonea a Pablo y éste viene a hacerle compañía, pero esta vez Claire no quiere que pasen la noche juntos a pesar de que su compañera de habitación no ha vuelto aún. Pablo se va y trata de acoplar en su mente la nueva realidad: la más que posible pérdida de Claire.

Al día siguiente Claire recibe un mensaje de Dexter en el que la invita a comer en un restaurante caro y lo hace en un tono bastante optimista dada la situación. Acude por cortesía.

-Quiero que me perdones por entrometerme en un momento así, pero dime ¿cómo lo has encajado todo? ¿cómo te encuentras?

-Pues mal, Dex. Pero no tenías que montar todo esto para animarme. Te lo agradezco de veras, pero qué se le va a hacer. Ya me recuperaré.

-Supongo que te recuperarás, eres una chica fuerte. Pero sí hay una cosa que se puede hacer.

-¿Cómo?

-Digo que hay una cosa que se puede hacer para que sigas en Columbia.

-No, no lo creo. Estoy fuera. Me dieron una oportunidad y no he estado a la altura. Estoy fuera.

-Estás fuera del programa de becas.

Claire empieza a sentir ganas de irse.

-Verás. Ya no puedes optar a la beca por la cual viniste, pero no hay nada que te impida ir un día cualquiera a la oficina económica y poner encima de la mesa el dinero de tu matrícula.

Dexter lo dice como si no estuviera diciendo nada importante y Claire se echa a reír.

-Y supongo que esa pasta va a caer del cielo.

-No exactamente del cielo. Va a caer de la familia Drake.

-No Dexter. No no. No puedo aceptar eso.

-No digas que no a la ligera, espera. Columbia es tu sueño y sabes que si sales de aquí por la puerta de atrás ese sueño ya nunca volverá. Vamos, Claire, piensa. Sé práctica. Para mí no supone más que un poco de dinero, pero para tí es todo por lo que has luchado en la vida.

Dexter es elocuente y quiere ser expresivo y locuaz, pero mantiene la serenidad y la compostura en todo momento, como si fuera un ejecutivo en una importante reunión de negocios. Ambos beben un trago de vino y dejan pasar un poco de tiempo.

-Y supongo que querrás algo a cambio.

-En efecto.

-¿El qué?

-A tí, naturalmente.

Claire esboza una mueca de desaprobación e intenta mantenerse inexpresiva mientras se dice a sí misma: "eres un cabrón". Dexter toma de nuevo la iniciativa manteniendo su pose, pero más relajado.

-Claire, sé práctica. Sé muy bien lo que hacéis Pablo y tú. Y te aseguro que yo no iría más lejos que eso. Podrás seguir yendo a tus clases y pasar este curso y hacer que el rumbo que elegiste para tu vida no se detenga. Lo único que te pido es que pases conmigo los fines de semana.

-¿Lo único, eh?

-Lo único. No sé si sabes que estamos hablando de mucho dinero, Claire.

-Lo sé demasiado bien. Pero si tienes ese dinero ¿por qué no te compras una puta que te trabaje la semana entera?

Dexter se ríe por primera vez en lo que va de comida.

-Porque lo que quiero es una chica lista de Nueva Inglaterra que me diga frases como esa.

-De esas hay muchas.

-Pero no todas se pueden comprar con una matrícula en Columbia.

-Eres un cerdo.

-¿Eso es un sí?

Esa misma noche Claire le cuenta a Pablo todo lo ocurrido, y antes de que éste termine de asumirlo le dice que su relación no puede continuar, al menos en esas circunstancias, y le pide perdón y se va a casa llorando. Luego llama a Dexter y acepta la oferta.

(En Manhattan, entre el 22 y el 23 de Enero)

Es Viernes. Claire sale de la residencia sin llevar nada consigo. Ha dejado el móvil y la cartera en su taquilla y sólo lleva dos llaves en un bolsillo del abrigo: la de su habitación y la del apartamento en pleno Manhattan al que se dirige.

Cuando llega abre la puerta y deja el abrigo en un perchero. El apartamento es amplio, está amueblado y muy limpio. Se asoma al gran ventanal que domina el salón y se queda allí un rato observando el río Hudson y media ciudad, y en ese momento echa de menos a Pablo.

Con su corazón en un puño y en plena lucha interior decide seguir las instrucciones de Dexter. Busca una habitación que responda a la descripción y la encuentra en seguida porque es la única que no está amueblada. Es amplia y rectangular, y desde el umbral sólo puede distinguir una silla de madera normal y una cámara de video encendida, sujeta a un trípode que apunta hacia la silla. Cuando entra en la habitación descubre que hay una pequeña cómoda tras la cámara y que en la silla hay algunos instrumentos: en el soporte una mordaza de bola que le parece gigante y una carta escrita a mano, en las patas delanteras, abajo del todo, unas cintas negras de velcro que invitan a cerrar los pies sobre ellas, y de la intersección entre el palo central del respaldo y el tablero de la silla cuelgan unas esposas.

La carta es sucinta: "Desnúdate, amordázate, átate y espera".

A Claire se le antoja que si tarda mucho en pensarlo tal vez no lo haga y entonces recuerda la conversación que mantuvo consigo misma la misma tarde en que Dexter le hizo la oferta. "Tienes que seguir en Columbia. Sé práctica, Claire. Sólo será un mal trago que ya pasará".

Se quita toda la ropa dejando que la cámara vea cómo lo hace y la deja en el suelo junto a la puerta. Coge la mordaza de la silla y abre la boca todo lo que puede para ponérsela. La mandíbula queda tirante y le duele pero sigue y la cierra sobre la nuca. Se sienta en la silla. Despacio, pone su pierna derecha en posición paralela a la pata delantera de la silla y cierra el velcro sobre su tobillo. Repite la operación con la pierna izquierda. Sólo quedan las esposas y para encontrarlas tiene que extender los brazos sobre los lados de la silla y unir sus muñecas detrás del respaldo. A tientas introduce sus muñecas en ambas sujeciones y las cierra. Piensa en dejarlas lo suficientemente flojas para poder escapar, pero luego le parece una idea absurda. Al fin y al cabo nadie la ha obligado a hacer todo eso, así que las cierra con fuerza y se dispone a "esperar".

Se imagina cómo se vería a sí misma si pudiera mirar por la cámara, allí sentada y desnuda, con las piernas ligeramente abiertas y los pechos expuestos, y en ese momento toda la situación le parece ligeramente cómica. ¿Quién le habría dicho, unos meses antes, que se iba a ver a sí misma entrando voluntariamente en una mazmorra de un pervertido sadomasoquista?

Cuando entra alguna corriente de aire siente un ligero frío, pero en general la temperatura es agradable. Piensa que seguramente Dexter esté en algún lugar recibiendo la señal de la cámara y haciéndose una paja. Sus pensamientos se centran en el pervertido y caprichoso Dexter. Recuerda cómo su impresión sobre él nunca fue buena y cómo se lo dijo a Pablo, y como éste solía disculparlo diciendo que era una buen persona que se había movido siempre en un mundo distinto al suyo. Que sólo era un niño rico aburrido e inofensivo. Sí, jodido Dexter...

Con el tiempo que pasa Claire se impacienta. La postura no es incómoda pero sus músculos, sobre todo los brazos, le empiezan a pesar. Sólo espera que Dexter venga pronto y se la folle sin muchas tonterías y le haga sus cabronadas de pijo aburrido y empiece una nueva semana.

No tiene que esperar mucho más. Unos pocos minutos después oye cómo alguien abre la puerta principal. Luego oye unas llaves caer sobre una repisa, y lo que parece el sonido de alguien quitándose alguna ropa y luego el ruido de unos pasos. El corazón de Claire se pone al doble de revoluciones cuando la ve pasar fugazmente entre su reducido ángulo de visión y dirigirse hacia a una de las habitaciones que lindan con la cristalera del salón.

No es Dexter, sino una mujer.

Claire intenta calmarse y pensar, y de pronto su realidad, su absoluta indefensión, su incapacidad de hacer absolutamente nada más que esperar, se cierra sobre ella hasta hacerla temblar. ¿Quién es esa mujer y por qué está ahí? ¿Qué pretende el hijo de puta de Dexter?

Sin que le de tiempo de pensar mucho más, la mujer misteriosa entra en la habitación y cierra la puerta, y entonces Claire descubre que en realidad son dos puertas: primero una de madera normal, y después otra que parece metálica y es mucho, mucho más gruesa, y que al cerrarse hace un extraño sonido. Nada de todo eso contribuye a que Claire se tranquilice lo más mínimo.

La mujer se queda un rato quieta, observando a Claire, con la espalda apoyada en la puerta que acaba de cerrar. El silencio se hace sepulcral; sin duda debe tratarse de un habitación insonorizada. Lo único que rompe la quietud del ambiente es la respiración cada vez más acelerada de Claire.

La mujer se acerca por detrás a la silla de madera y libera a Claire de su mordaza, aunque ésta no se atreve a hablar aún. El aliento le sabe a plástico.

La mujer sigue sin emitir sonido alguno. Esbozando una sonrisa leve, y con mucha calma, se coloca en cuclillas justo frente a Claire y la mira a los ojos.

-¿Todo bien?

-¿Quién es usted?

-Oh, por favor, cariño. Tengo tus tetas desnudas a unos centímetros de la cara, ¿y todavía me hablas de usted?

-¿Qué quieres?

-Bueno, eso ya lo irás viendo. Eres muy guapa, ¿sabes?

-¿Y Dexter? ¡Oye! ¿Y Dexter? Se suponía que… Se suponía que Dexter es quien tenía que venir.

-¿Es que te gusta Dexter o qué, eh, preciosa?

La mujer juguetea con el pelo de Claire y no deja de sonreír. La chica le encanta, pero observa que responde a sus caricias con una mueca de desprecio y aparta la mirada de la suya. Entonces se levanta y da unos pasos por la habitación, aparentemente eufórica, como bailando, y se acerca a las paredes y tamborilea con los dedos en ellas.

-¿Sabes? Me gasté una verdadera fortuna en acondicionar este rinconcito.

-¿¡Quién eres!? ¿Qué tiene que ver Dexter contigo? ¡Este no era el trato!

-Tratos, tratos. Dexter. Supongo que no vas a dejar de hacer las mismas estúpidas preguntas ¿eh? Está bien. El inútil de tu querido Dexter es mi hermano pequeño.

Se acerca a Claire y se pone de nuevo en cuclillas ante ella.

-Hace ahora algo más de medio año vino a pedirme una cantidad de dinero bastante elevada para pagar unas deudas que tenía. Por supuesto nuestro padre tiene un montón de dinero, como sabrás, pero hace tiempo que le cortó el grifo al pequeño Dexter, o al menos dejó de pagarle sus caprichos estúpidos, y Dexter empezó a acudir a mí. Ya le dije que me lo iba a tener que devolver, pero bueno. El caso es que al bueno de Dexter le gustan los casinos y esas tonterías de jueguecitos de cartas, ya sabes. Y como Dios no le dio mucho cerebro lo que acostumbra a hacer es perder y perder. Ya le dije que tenía que devolverme lo prestado, pero como sé que papá le cortó el grifo, bueno, digamos que le ofrecí otras posibilidades de pago. ¿Empiezas a comprender, Claire, querida? Dexter pagó tu matrícula para chantajearte y hacer que vinieras aquí. Y con eso pagó su deuda conmigo. He de decir que se ha ahorrado una buena pasta, ¿sabes? Le has salido barata.

-No, no, de eso nada. El trato era pasar los fines de semana con Dexter. Lo habéis incumplido. ¡Desátame! ¡Quiero irme de aquí!

-Tranquilízate, Claire, querida. Oh, por Dios, estás preciosa cuando te enfadas.

-¡Que me sueltes!

-Bien, bien, te soltaré si eso es lo que quieres y dejaré que te vayas. Pero déjame que antes te diga algo. Vaya, no esperaba que fueras tan arisca. Mira Claire, déjame que te lo explique. Lo que ha pasado es que ha habido un cambio en las condiciones de nuestro pequeño acuerdo, y no te lo hemos notificado, es verdad. Pero aunque ahora te cueste por estar desnuda y todo eso, trata de pensar fríamente. Tú no eres ninguna putita impulsiva, ¿verdad? Al fin y al cabo ya aceptaste pasar con Dexter casi todo tu tiempo libre, y ya sabías qué tipo de cosas te iba a hacer, ¿o no? Bien, bien. Si quieres, volvamos al punto de partida. Te pido que permanezcas aquí, que te dejes hacer todo lo que ibas a dejar que Dexter te hiciera y que admitas este cambio. Si no lo admites, te liberaré ahora mismo y no tendrás que venir nunca más, pero entonces no podrás volver a tu preciada Columbia.

Esa palabra rimbombante y magnífica, "Columbia", vuelve a resonar en la mente de Claire como si se la hubieran gritado al oído, y se queda como hipnotizada. Vuelve a ver a sus padres y a sus amigos y a sus antiguos profesores, y le recuerdan lo mucho que ella vale y lo lejos que llegará. Y se ve a ella misma, repitiéndose cuál es su sueño, su objetivo en la vida, y lo cerca que está de conseguirlo. Sabe que lo que tiene que hacer es quedarse, pero le cuesta admitirlo. Ha tenido que superar demasiadas barreras internas para llegar hasta aquí y todas esas barreras están siendo puestas a prueba otra vez. Sabe que se mueve en terreno peligroso y esta mujer la intranquiliza, pero no cree tener otra opción.

-Está bien. Pero

-¿Pero?

-No más cambios.

La mujer esboza ahora una sonrisa triunfal y se sienta sobre Claire y la abraza con fuerza. La besa en la mejilla con mucho cariño.

-Claro que no, Claire. Ya no habrá mas cambios. Oh, qué alegría me das, cariño.

Claire nunca ha estado con otra mujer ni tampoco lo ha deseado. Pero ahora tiene que soportar a ese extraña sentándose sobre sus rodillas, besuqueándole la cara, chupándole las orejas, recorriendo su lengua por su frente y su nariz y finalmente besándola en la boca, mientras sus manos le aprietan las sienes y el cuello y a veces descienden hasta sus pechos.

Tan súbitamente como se lanzó sobre ella, la mujer se para.

-Dime Claire. ¿Has estado alguna vez con otra chica?

Claire niega con la cabeza.

-Ya se nota.

Claire nota cómo el rostro de esa mujer se ha enfriado de un momento para otro, y casi desea haberla correspondido de una forma más calurosa.

-Supongo que estos días habrás tenido tiempo para hacerte una idea de lo que te esperaba con Dexter. Es verdad que es un poco sádico, pero a él sobre todo le gusta el BDSM como práctica sexual. Es de los que se calientan en cuanto ven una mueca de calor y se corren enseguida ¿sabes? Y una vez que se han corrido, adiós. Yo en cambio disfruto buscando los límites. Yo no hablo de BDSM ni de sadomasoquismo ni de mierdas como esas. Yo hablo de tortura, ¿entiendes, Claire? Oh, no pongas esa cara. Vamos, vamos, tranquila. Te aseguro que el lunes podrás caminar por tí misma. No soy una lunática.

La mujer parece divertirse con las expresiones de una Claire cada vez más aterrada.

-¿Qué harías si te desatara ahora mismo?

-Nada, nada. Por favor.

-Claire, cariño. ¿Por qué estás tan nerviosa? No soy una lunática. Y te lo voy a demostrar.

La mujer cambia de nuevo de actitud y ahora parece querer ganarse la confianza de su víctima. Se dirige a la cómoda de la pared y vuelve con unas llaves con las que libera las esposas de Claire, que se acaricia las muñecas. Desata también las tiras de velcro que sujetan sus pies y con cuidado la empuja hacia arriba para que se ponga en pie. La coge de una mano y le pide otra vez que se relaje. Vuelve a abrir la puerta. Salen de la habitación y abren otra contigua, un dormitorio. Hay una cama de matrimonio enorme y una gran ventana que tiene la misma vista que la gran cristalera del salón. Hay un armario y todo está elegantemente decorado.

La mujer vuelve a besar a Claire y la va empujando hacia la cama, desnuda como está. Luego se desnuda ella misma, completamente, y gatea por la cama hasta llegar al cabecero y echarse contra él. Ordena a Claire que se acerque y abre las piernas y agarra a la chica del pelo empujando su cabeza hacia su entrepierna.

-Vamos, pequeña. Cuando antes lo hagas antes aprenderás a apreciarlo.

Claire lo hace. No siente ninguna atracción por esa mujer y por ninguna otra, pero cumple la orden sin rechistar ni vacilar. Algo le dice que en la situación en la que ella misma ha decidido meterse lo mejor es obedecer y no generar problemas.

Aun así es la primera vez que lo hace y entre eso y los nervios se da cuenta de que no lo hace bien. La mujer sigue agarrándola del pelo y le recrimina su torpeza. Claire se pone aún más nerviosa, pero poco a poco consigue dejar de pensar en su situación y, más allá de ascos y rechazos, concentrarse en lo que hace. Y entonces lo hace mejor. Nota cómo la mujer relaja la presión sobre su pelo y acompaña con suaves movimientos los recorridos de su lengua.

-Eso es, cariño, sigue.

Claire aumenta la presión de sus labios e intenta llegar más lejos con su lengua. Superado ya todo rechazo, sólo quiere "pasar la prueba", eliminar de raíz toda posibilidad de que esa mujer se irrite.

Al final consigue que se corra y con una mueca de asco que consigue esconder recibe un torrente de flujos vaginales en su misma lengua. Se siente completamente asqueada, pero orgullosa de su éxito.

Ambas descansan. Claire sigue sin apartarse de la entrepierna, temerosa aunque la mujer ya la haya soltado. Ésta se encuentra ahora echada sobre el cabecero de la cama y agarrada con las manos a los barrotes, las piernas abiertas y una sonrisa de oreja a oreja. Claire se fija más en ella. Es morena y bastante guapa; tiene un cuerpo trabajado y sensual aunque no es muy alta. Su mirada camaleónica ahora expresa calma, pero puede denotar una crueldad terrible con un leve gesto de sus párpados.

Poco a poco la mujer se incorpora. Premia a Claire con unas caricias en la mejilla y con un efímero masaje en el cuello y luego se aparta de la cama.

-Ven conmigo.

Van al cuarto de baño y la mujer se mete en la ducha, indicando a Claire con la mano que la acompañe. Abre el grifo y lo regula hasta que la temperatura del agua es cálida y agradable. Entonces ordena a Claire que la enjabone por todo el cuerpo.

Claire se sorprende a sí misma acatando una orden como ésa sin rechistar ni pensarlo dos veces. Simplemente agarra el jabón y empieza a distribuirlo con suavidad por el cuerpo de su acompañante. A pesar de la situación, no siente ningún indicio de excitación, y le sorprende que la otra mujer tampoco de signos de lo contrario. Su tono de voz ha cambiado y ahora es autoritario: tan sólo se ocupa de indicarle por dónde debe enjabonar y de apremiarla a que lo haga.

Cuando ha terminado la mujer le ordena apartarse y pasa un par de minutos más bajo el agua. Luego sale y se envuelve en un elegante albornoz.

-Dúchate tú también. Cuando termines ve al cuarto de tortura y espérame allí. No te entretengas.

Las palabras "cuarto de tortura" retumban en la cabeza de Claire durante los minutos siguientes. "Cuarto de tortura". Se da prisa pero trata de limpiarse bien. Se seca y acude rápidamente a su destino.

La mujer tarda pocos minutos en llegar y cuando entra ni siquiera mira a Claire. Trae consigo una camilla como la de los hospitales pero de un tamaño más grande de lo habitual y con un montón de aditamentos y tubos y sujeciones que la circundan por todos lados. La prepara y hace algunos ajustes en los que Claire no es capaz de fijarse y sigue sin emitir sonido alguno ni dirigir su mirada a Claire. Sus cambios de humor desconciertan a la chica, que por primera vez desde que está en ese lugar siente que el miedo la consume de veras y su ritmo cardíaco se acelera.

-Ven. Túmbate aquí.

Claire no deja pasar ni medio segundo en cumplir la orden, y cuando se tumba en la camilla nota ciertas irregularidades en su superficie. Son correas, blancas también, que la mujer cierra sobre ella apretando todo lo posible. Una correa se cierra sobre su cintura y otra bajo sus pechos. Otras dos sujetan sus muñecas, extendidas al lado de su cuerpo y sujetas a la altura de las caderas.

-Abre la boca.

Claire cumple la orden y recibe en su boca una bola de goma enorme que la mujer ha de empujar para que entre del todo. La bola tiene una abertura bastante ancha que la atraviesa. La mujer se ausenta un largo minuto y cuando vuelve conecta un embudo a la mordaza de Claire, dejándolo bien sólido. Luego abre una botella de agua y la vierte completamente sobre el embudo.

Claire empieza a tragar de forma febril porque sabe que no tiene otra opción. Tragar o tragar. Sus ojos le lloran pero no puede hacer nada. Traga agua hasta que cree que ya no puede más, y entonces la mujer vierte otra botella entera sobre el embudo y desaparece de su vista. Claire trata de no desesperar y seguir tragando a un ritmo sostenido. Cuando ha tragado la última gota de agua percibe un dolor de estómago terrible. Se siente hinchada.

Pronto ve cómo la mujer vuelve a aparecer y se descompone cuando vierte sobre el embudo otra botella de agua a rebosar. El agua vuelve a entrar y Claire hace amago de toser y se pone como una loca, pero consigue dominarse a sí misma y concentrarse sólo en tragar agua. Sus músculos se tensan y siente la piel de su vientre estirarse. Su cuerpo la avisa de que está acercándose a un límite que no puede sobrepasar.

Cuando el embudo vuelve a quedarse vacío la mujer lo retira con brusquedad, y también retira la mordaza de goma pero sólo para colocar otra del mismo tamaño y con una abertura parecida, pero más estrecha.

Sujeta esta nueva bola con unas correas a la nuca de Claire, aunque ésta piensa que ni con todas sus fuerzas podría expulsar ese intruso de su boca sin ayuda. Claire siente de pronto un tirón de su nariz que la empuja hacia atrás con fuerza. Es un pequeño gancho doble que se agarra a los cartílagos de su nariz y es tirado desde detrás por una pequeña cuerda que la mujer sujeta a la correa del mordaza, también en la nuca. Claire no puede verse la cara, pero sabe que debe estar totalmente desfigurada, con la boca brutalmente abierta y la nariz achatada artificialmente por ese tirante.

La mujer no ha terminado. Pronto vuelve con dos pequeños objetos de metal. Coge uno y lo dirige al ojo izquierdo de Claire, que no puede verlo bien pero pronto siente sus efectos: el objeto es posado sobre su ojo y, por medio de una pequeña rueda, sus párpados son apartados el uno del otro hasta su límite máximo. La mujer repite la operación con el ojo derecho y ambos quedan abiertos sin que Claire tenga ya ninguna posibilidad de cerrarlos. Sus nervios se multiplican por ese instrumento que más que dolor, produce angustia. Ahora es incapaz de ver nada más que una luz blanca cegadora y se le figura que tal vez sea una cobaya humana en una cámara de tortura nazi. Su mente no da abasto para concentrarse en los dolores que siente en su boca estirada, su nariz jalada, sus ojos llorosos que le pican y le duelen, y su vientre, su antaño liso y suave vientre, que siente como si fuera a explotarle en cualquier momento.

Su mente cavila delirios cuando la mujer vuelve aparecer, ahora como una borrosa sombra.

-Alza las piernas.

Como puede, y sintiendo un dolor terrible en su bajo vientre, Claire sube sus piernas hasta donde las fuerzas le alcanzan. Entonces siente un objeto que parece de goma intentando penetrar en su ano. Debe ser bastante grande pues la mujer fracasa varias veces antes de meterlo por fin de un golpe, provocando un grito de Claire casi inaudible.

-Ya puedes bajarlas.

Claire nota ahora cómo la mujer toquetea su zona vaginal, abriendo sus labios y metiendo algunos dedos. Pronto descubre su propósito: una sonda se introduce en su uretra sin ninguna delicadeza, rasgándola y desatando nuevos dolores. Con ella puesta, oye a la mujer hacer cosas que no puede ver, y luego sí ve como conecta un tubo que ha sentido deslizarse a lo largo de su cuerpo desnudo a la abertura de su mordaza de goma. En seguida comprende que ese tubo viene directamente de su uretra y no necesita que la mujer le explique nada.

En seguida, sin descanso, la mujer sigue preparando su tortura de forma sistemática. La oye presionar algo y siente cómo el objeto de goma que tiene en el culo empieza a hincharse. Cada presión de la mujer, en su estado, provoca una oleada de punzantes y terribles dolores en su estómago. Siente que ese objeto se hincha hasta un tamaño descomunal, siente cómo presiona contra sus intestinos y cómo toda el agua que tiene dentro de su cuerpo la presiona aún más al contraerse su espacio. Claire se siente desdichada y terrible y humillada, y todo su cuerpo le duele. Las lágrimas que salen de sus ojos se le acumulan y tiene que girar su cabeza para expulsarlas y poder ver algo. No puede mover ni un músculo porque el dolor que siente en su interior al más ligero movimiento la hace ver las estrellas.

Para completar su "bondage", la mujer une sus piernas y las ata estiradas por las rodillas y los tobillos con otras correas que salen de la camilla, aumentando aún más la presión interior de Claire.

Luego se acerca su rostro al de Claire y ata una última correa sobre su frente, inmovilizando toda su cabeza. Al terminar se acerca a ella y la besa en una mejilla.

-Ahora sí que estás preciosa, Claire. Preciosa.

Se incorpora y da unos golpecitos leves, simbólicos, en el vientre de su víctima.

-Siento tener que irme. Tengo una cena de negocios, ¡menudo rollo! Supongo que luego me iré a algún pub o a alguna disco para desahogarme y divertirme un poco. ¿Qué te parece? ¿Me hará bien, eh? ¡Estoy tan estresada! Bueno, cariño, deja que te dé un último beso. Estás preciosa de verdad en esta postura. Adiós. No me esperes levantada, ¡espero estar toda la noche de juerga!

Se va.

Claire la oye ir hacia la puerta pero luego vuelve sobre sus pasos. Va a la cómoda y vuelve otra vez.

-Sólo te falta un pequeño adornito.

Coloca sobre los pezones de Claire dos pinzas metálicas, dentadas, que cuando se cierran ejercen una presión terrible y convierten los pezones de Claire en una pequeña lámina aplastada y torturada.

-Ahora sí. Un beso de buenas noches… ¡Muah! Hasta mañana cielo.

Claire, histérica, escucha cómo la puerta se cierra, ahora para no volver a abrirse. Vuelve a hacerse el silencio sepulcral obra de la insonorización, pero esta vez Claire no lo siente: su conciencia no para de oír su propia respiración agitada y violenta, la lucha de su cuerpo contra las correas en una vano pero inevitable intento de liberarse, los bufidos que logran escapar casi sordos de la enorme mordaza, pero que ella oye nítidos y terribles en su interior.

A los pocos minutos intenta quedarse totalmente quieta. Su vientre le va a explotar y siente unas ganas terribles de orinar. Sabe que cuando lo haga la orina volverá a su boca y seguirá sintiendo la misma presión en su interior, pero con el horrible asco y la humillación de tener que tragarse su propio orín. Trata de postergar ese momento todo lo posible.

Contra el dolor en sus pezones no puede hacer nada. Es constante y salvaje, y le duelen tanto que llega a preguntarse si volverá a verlos como son o terminarán rotos o consumidos bajo esas pinzas terribles.

Resignada, sólo acierta a adivinar el tiempo que tardan sus lágrimas en caer desde la piscina que son ahora sus ojos abiertos como platos hasta sus mejillas, mientras se prepara para pasar la peor noche de su vida.