Colores

Un relato breve... una fantasía que cumplí gracias a una sorpresa de mi chica. Alguna vez has dibujado un polvo con tu cuerpo?

Llegué a tu casa. Me recibiste cálidamente, y no me dejabas pasar. Sin mediar palabra me quitaste la cartera “hola carinyo”, me besabas, me quitabas la chaqueta, me mirabas a los ojos y sonreías. Y ahí dejé mi vida, sabía que algo iba a pasar, el trabajo se esfumó, mis problemas, mis rabietas. Solo tú y yo. Casi sin darme cuenta estaba en ropa interior, y empecé a ayudarte a quitar la ropa. Te bajé los pantalones y las bragas a la vez, enérgicamente, te tomé entre mis brazos y mordí tus labios… pero me paraste; solo tocaste mis labios con tu dedo índice e hiciste “tssss” pidiéndome calma.

Al fin abriste la puerta del comedor y me invitaste a pasar, acompañándome de la mano y sin dejar de mirarme a los ojos: estabas feliz. El suelo del comedor estaba lleno de papel blanco de embalar; también las paredes. Y en el suelo, platos con pinturas de colores. Te untaste los dedos de negro y pintaste una línea que empezaba en mi frente y bajaba hasta mi nariz; me dejaba hacer. Con color azul pintaste curvas que recorrían mis brazos. Con pintura naranja pinté formas en tu espalda, y de rojo tus pechos, pintaste mi vientre también de rojo, y de amarillo tus muslos.

Te acariciaba mientras me pintabas, dibujando nuevas formas en ti con mis manos. Entonces me empujaste suavemente hacia la pared, empapelada, grabando el dibujo de mi espalda sobre éste. Tú también pintaste con tu dorso en la pared y entonces me acerqué a ti. Acomodé tus nalgas en mi ingle y empezamos a bailar con nuestras caderas, cada vez más excitados… tomé tus pechos con las manos, manchando y mordiendo tu cuello, noté cómo subías el culo para que te penetrara. Obedecí y empecé a penetrarte contra la pared, dibujando nuestro contoneo. Trajiste las manos hacia mi cabeza, agarrando mi pelo hasta ese punto de dolor que me atraía, arqueando mucho la espalda y quise follarte fuerte… pero justo entonces me echaste de dentro tuyo bruscamente. Ufff. Te diste la vuelta, volviste a agarrar mi pelo y te subiste en mi, ciñendo tus piernas entorno a mi cintura, la metiste… la querías tener muy adentro, así que empecé a embestirte contra la pared, dibujando una de las palmas de mis manos y las formas de tu espala en un nuevo trozo de pared. Me gemías, me sonreías, tenías aquella mirada pícara pero sincera que hacía imposible dejar de desearte más y más.

Sin dejar de rodearme con las piernas, bajamos al suelo, volviendo a dibujar tu espalda en el papel, y no dejamos de revolcarnos. La forma de tu cara apareció en diversos lugares del papel, tus pechos, tus muslos enmarañados con los míos. Jodimos despacio, como disfrutando de cada gota de un gran elixir… apresé tus manos contra el papel del suelo y aumenté la intensidad, sabía que así te ibas a correr enseguida. Nos miramos, nos sonreímos, los dibujos inicialmente armónicos de nuestra piel se habían perdido en aquella guerra entre tu piel y la mía.

Me chupaste, me apresaste entre tus piernas y me cabalgaste hacia adelante y atrás; sabías que no me resistía a eso, y en un momento nos corrimos los dos, sonoramente, sucios, frenéticos, con el pulso a 100, con carne y pintura bajo nuestras uñas. Tras la ducha, volvimos a ver el espectáculo del salón; habíamos dibujado un gran polvo.