Colegiatura
Un recuerdo de esas cosas que pasan cuando una tiene esa edad en que se deja de ser niña y se empieza a pensar en otras cosas
Éramos chicos y no sabíamos bien lo que hacíamos. Pero lo hicimos.
Esa tarde de mi cumple numero trece la pasamos en mi casa, con mis amigas y amigos del colegio.
Como a las siete se fueron todos, menos Maxi. Nos quedamos en el sofá del living, charlando, muy animados, esperando que vinieran a buscarlo.
Tardaban, así que lo invité a cenar con nosotros, con el aval de mi madre. Nos sentamos a la mesa, el a mi lado y yo como su anfitriona. Cenamos, con los comentarios de doble sentido de mis hermanos que a veces festejaba mi padre, pero con reservas. Yo era su nena y no podía imaginarme de otra manera.
Noté como el se ruborizaba con las pullas de mis dos hermanos, pero lo calmé, con una mano en su pierna, por debajo de la mesa. No se como calculé de mal la segunda vez, pero mi mano fue a dar sobre su entrepierna.
La quité enseguida, pero el se puso como un volcán en erupción de colorado. Y yo también. Creo que nadie lo notó, por suerte.
Después de cenar, cuando vinieron a buscarlo, lo despedí en la puerta de entrada, como correspondía. Y era tal mi turbación, que sin querer rocé sus labios en el beso de despedida, por intentar llegar a su mejilla.
Eran demasiadas confusiones para un solo día.
A la mañana siguiente, en el colegio, ni nos miramos durante buena parte de la mañana. Yo me moría de vergüenza de tener que enfrentarlo después de lo de la noche anterior.
Por fin se animó a hablarme durante el segundo recreo, en un lugar apartado del patio, lejos de las miradas curiosas. Me dijo que le había gustado el beso que le había dado y que la otra parte… bueno… le daba pudor decirlo pero que se le había puesto dura después del roce de mi mano.
Yo no podía creer lo que escuchaba.
Me pareció muy atrevido de su parte y se lo dije, pero me quedé pensando en ese roce durante toda la tarde.
Al día siguiente estuve mirándolo muy discretamente durante todo el tiempo, tratando de entender lo que me había dicho. Lo miraba con el pantalón de gimnasia y no podía imaginarme como había pasado lo que él me decía, que se le había puesto dura…
Unos días después, tuve la oportunidad casual de observarle eso que me había intrigado tanto.
Como hacían muchos de los chicos, cuando estaban en gimnasia iban a jugar al fútbol al terreno detrás del patio, zona vedada para nosotras las chicas.
Pero yo me escabullí con Solange para espiarlos y escondidas detrás de unas matas, los mirábamos, yo siempre a Maxi.
En un momento el se acercó, muy disimuladamente, se bajó un poco el pantalón y empezó a hacer pis contra un arbolito cercano.
Me quedé atónita mirándole el pito.
Era blanco, delgado y largo. Le salía un chorrito poderoso, con el que jugaba contra la vieja corteza. Después se lo zarandéo un poco y lo volvió a guardar dentro de su pantalón.
Con Solange no podíamos aguantarnos la risa, de puro nerviosas.
Después de eso, corrimos a nuestra aula y nos quedamos allí, esperando que los chicos volvieran de gimnasia.
La tarde transcurrió sin que yo pudiera olvidarme de lo que había visto.
Unos días después ya conversábamos de cualquier cosa trivial con Maxi. Hasta me había regalado un chocolate. Yo lo observaba cada vez con más inquietud y atención, sin poder quitarme de la cabeza la imagen de esa tarde en el campo de deportes.
Ocurrió que nos llevaron al cine a ver un documental, una mañana de mayo.
Nos sentamos en las últimas filas, prerrogativa de “las más grandes” del colegio. Solange como siempre y yo éramos las mas despiertas de la clase.
Maxi entró con el último grupo.
Lo llamé disimuladamente y el se sentó junto a nosotras.
Solange cedió su lugar y ocupó la primera butaca de la fila y con Maxi nos quedamos por la mitad de la fila, solos y apartados del grupo.
Apenas apagaron las luces, el puso su brazo sobre mis hombros y su mano, abierta, colgando a centímetros de mis pequeños y turgentes senos púberes.
Yo deslicé mi mano sobre su muslo, cerca de las rodillas.
El corazón me latía en las sienes y sentía como una hoguera encendiéndose debajo de mi breve pollera colegial.
A los tres minutos ya tenía su palma abierta sobre mi seno derecho, cuidadosamente apoyada, los dedos estirados en la redondez sutil de mi corpiño apenas estrenado.
Me animé a deslizar mi mano hacia arriba, cerca de la unión de sus piernas, donde pulsaba acaloradamente el pene blanco y delgado que había alcanzado a ver aquella tarde inolvidable. Sentí su dureza contra mi antebrazo, justo antes de que él me estampara un soberbio, fugaz y húmedo beso en los labios.
Me quedé inmóvil, sin saber si responder o no a tanta efusividad. Sentí que mis pezones se endurecían y una agradable sensación cálida subía por mi vientre, desde mi pubis lampiño. Apreté los muslos, aumentando esa sensación caliente.
Me tomó de la mano y muy discretamente la dejó sobre esa dureza que tenía en los pantalones. Separó las rodillas y mis dedos llegaron hasta la parte interna de su entrepierna. Bajo la palma de mi mano, su miembro pulsaba.
Su mano apretaba sin pudor mi seno derecho, haciendo que mis pezones se marcaran debajo del algodón de mi corpiño.
Volvió a besarme con más intensidad, con lengua y saliva. Su mano me apretaba el pecho, abarcando toda su redondez, sus caderas se adelantaron en la butaca, haciendo que mi mano reposara sobre su dureza palpitante.
La película avanzaba y nosotros también.
Me animé a apretarle un poco el pene con toda la palma de mi mano. Escuché su gemido en mi cuello. Su miembro estaba tan duro que podía seguirlo con mi mano desde la punta hasta la base. Se lo empecé a acariciar sobre el pantalón y tras unos instantes que me parecieron eternos, me tomó la mano y la deslizó dentro de su ropa.
Lo tenía caliente y un poco mojado.
Me senté de lado. Su mano se deslizó de mis hombros y fue a quedar sobre mi vientre, apoyada entre mis piernas. Con sus dedos empezó a arrugar mi pollera, hasta subírmela lo suficiente.
Metió su mano debajo, acariciándome sobre la bombacha.
Apreté los muslos. Nunca me habían tocado así, nunca había tocado a nadie así. Sentí que mis pezones se erguían y una calidez exagerada se insertaba entre mis piernas.
Solange carraspeó, testigo de todo aquello.
Nos detuvimos.
Yo respiraba agitada, acalorada, excitada.
Mi amiga se acercó y me pidió que la acompañara al baño.
Me levanté y fuimos juntas al toilette.
“Que estas haciendo, nena…?” fue lo primero que me preguntó.
“Nada… no sabés… me tocó!!!! Me tocó por todas partes y se lo toqueeeé !!!!” le respondí, excitada.
“¿Y como es???” me preguntó, sin poder creerme.
“No se… dura, caliente y húmeda…” le respondí, sonrojándome.
“¿Vas a seguir…???” inquirió.
“Y…” alcancé a responderle mientras trataba de imaginar como seguiría todo esto y hasta donde.
Sentía una deliciosa humedad entre mis piernas y mis pezones seguían erguidos.
Ella se quedó callada. Volvimos a la sala oscura. Ella se quedó en su butaca y yo pasé hasta donde Maxi estaba, arrellanado en la suya.
Pasé delante de el y sentí su mano por mi cola.
Me senté, con una tenue protesta que le hizo sonreír.
Me tomó las dos manos con las suyas y las puso en su cadera. Tenía el miembro fuera del pantalón.
Lo miré, sorprendida. Antes de que le dijera nada, me volvió a besar y colocó mi mano sobre su pene.
Estaba duro, bien parado, caliente.
Se lo agarré con una mano, envolviendo su contorno con la palma y mis dedos. El me tomó por la muñeca y empezó a hacerme subir y bajar mi mano por su miembro, sentado en el borde de la butaca y con las piernas abiertas.
Yo vigilaba que no nos descubrieran, Solange espiaba desde su butaca en la punta de la fila y nadie más que ella parecía haberse percatado de lo que estábamos haciendo.
Maxi resoplaba, agitado, al ritmo de mi mano en su miembro.
Yo seguía con mi trabajo, subiendo y bajando la mano que envolvía su pito hasta que el, agarrándose de los apoyabrazos de la butaca, dejo escapar un gemido grave y profundo y me enchastró la mano con un liquido tibio, espeso y viscoso que le salió de su pene. Se quedó tenso en todo su cuerpo.
Yo miraba sin poder creer ni entender que había pasado.
Me dio un poco de asco lo que me había dejado él en la mano. Lo olí y me pareció ácido.
Busque en mi bolsillo un pañuelito descartable y me limpié la mano, mientras él se acomodaba el pantalón y la remera.
Me dio un beso rápido en la boca y se sentó en su butaca.
Yo no entendía nada.
Las luces de la sala se encendieron y los profesores empezaron a hacernos salir de a grupos.
Miré a Maxi y estaba todo colorado. Esquivaba mi mirada pero se lo notaba contento.
En el micro que nos llevaba de vuelta al colegio él se sentó lejos de Solange y de mí.
Ella no dejaba de interrogarme sobre lo que había pasado, con el código que usábamos para hablar de chicos. Estaba muy entusiasmada con los detalles, tanto que terminó alentándome a que diera un paso más, si Maxi llegaba a proponérmelo.
Pasaron casi dos semanas hasta que él se animó a hablarme.
Fue en un recreo, en el mismo lugar del patio donde lo hizo aquella vez.
Quería que lo acompañara a su casa a la tarde, después del colegio. Iba a estar solo.
Me tomé hasta el otro recreo para contestarle.
Estaba nerviosa, ansiosa, excitada.
Le dije que si, que lo acompañaría. Que me esperara en la plaza
Estuve esperando que se hiciera la hora de salida con una ansiedad tremenda.
Pasé por el toilette antes de salir a la calle y me enrollé la pollera por la cintura como hacían las chicas más grandes, hasta dejarla como una mini. Me solté el cabello para enojo de la celadora y con los libros en la cartera, salí a la calle rumbo a la plaza.
Él me estaba esperando debajo de un pino añoso.
Me recibió con un beso en la mejilla y caminamos las seis cuadras hasta su casa.
Entramos, dejé mi cartera en el perchero del comedor y me senté, en el sofá mientras él buscaba una gaseosa de la heladera de la cocina.
La casa era amplia, luminosa y muy alta.
El volvió, con un vaso de gaseosa en cada mano. Me dio uno y se sentó a mi lado. Bebimos despacio, en silencio nervioso.
Dejé mi vaso por la mitad sobre la mesita y el hizo lo mismo.
Se volvió hacia mí y me dio un beso en la boca. Se acercó a mi lado, me abrazó y empezó a tocarme. Yo me dejaba.
Sentía las manos de Maxi por todas partes. Me tocaba los pechos por encima de la camisa del colegio, después bajaba la mano y la metía debajo de mi pollera, entre mis piernas, justo hasta donde mis muslos apretados se lo permitían. Los besos que me daba eran húmedos, largos y con mucha lengua.
Se me echó encima.
Tumbados en el sofá, nos abrazamos. El me apoyó la dureza de su miembro contra el pubis y empezó a menearse, como lo hacen mis perritos cuando están en celo. Yo lo abracé contra mi cuerpo y noté como intentaba acomodarse entre mis piernas. No podía ni quería separarlas, así que estuvo haciéndolo por un rato largo, acalorándome, hasta que empezó a temblar entero.
En medio de un beso se tensó como la mañana del cine y después de un instante, se quedó quieto.
Estaba agitado. Se levantó, todo colorado y se dirigió a su habitación.
Yo me quedé en el sofá, tendida, sin darme cuenta que había sucedido.
Después de un rato volvió, con otro pantalón y se sentó a mi lado.
No le pregunté nada mas, nos quedamos sentados en el sofá un rato y después me acompañó hasta la plaza.
Tenía que volver pronto a mi casa, porque se me había hecho tarde.
Al otro día tenía exámenes y había mucho para estudiar.
Éramos chicos y no sabíamos bien lo que hacíamos. Pero lo hicimos.
Esa tarde de mi cumple numero trece la pasamos en mi casa, con mis amigas y amigos del colegio.
Como a las siete se fueron todos, menos Maxi. Nos quedamos en el sofá del living, charlando, muy animados, esperando que vinieran a buscarlo.
Tardaban, así que lo invité a cenar con nosotros, con el aval de mi madre. Nos sentamos a la mesa, el a mi lado y yo como su anfitriona. Cenamos, con los comentarios de doble sentido de mis hermanos que a veces festejaba mi padre, pero con reservas. Yo era su nena y no podía imaginarme de otra manera.
Noté como el se ruborizaba con las pullas de mis dos hermanos, pero lo calmé, con una mano en su pierna, por debajo de la mesa. No se como calculé de mal la segunda vez, pero mi mano fue a dar sobre su entrepierna.
La quité enseguida, pero el se puso como un volcán en erupción de colorado. Y yo también. Creo que nadie lo notó, por suerte.
Después de cenar, cuando vinieron a buscarlo, lo despedí en la puerta de entrada, como correspondía. Y era tal mi turbación, que sin querer rocé sus labios en el beso de despedida, por intentar llegar a su mejilla.
Eran demasiadas confusiones para un solo día.
A la mañana siguiente, en el colegio, ni nos miramos durante buena parte de la mañana. Yo me moría de vergüenza de tener que enfrentarlo después de lo de la noche anterior.
Por fin se animó a hablarme durante el segundo recreo, en un lugar apartado del patio, lejos de las miradas curiosas. Me dijo que le había gustado el beso que le había dado y que la otra parte… bueno… le daba pudor decirlo pero que se le había puesto dura después del roce de mi mano.
Yo no podía creer lo que escuchaba.
Me pareció muy atrevido de su parte y se lo dije, pero me quedé pensando en ese roce durante toda la tarde.
Al día siguiente estuve mirándolo muy discretamente durante todo el tiempo, tratando de entender lo que me había dicho. Lo miraba con el pantalón de gimnasia y no podía imaginarme como había pasado lo que él me decía, que se le había puesto dura…
Unos días después, tuve la oportunidad casual de observarle eso que me había intrigado tanto.
Como hacían muchos de los chicos, cuando estaban en gimnasia iban a jugar al fútbol al terreno detrás del patio, zona vedada para nosotras las chicas.
Pero yo me escabullí con Solange para espiarlos y escondidas detrás de unas matas, los mirábamos, yo siempre a Maxi.
En un momento el se acercó, muy disimuladamente, se bajó un poco el pantalón y empezó a hacer pis contra un arbolito cercano.
Me quedé atónita mirándole el pito.
Era blanco, delgado y largo. Le salía un chorrito poderoso, con el que jugaba contra la vieja corteza. Después se lo zarandéo un poco y lo volvió a guardar dentro de su pantalón.
Con Solange no podíamos aguantarnos la risa, de puro nerviosas.
Después de eso, corrimos a nuestra aula y nos quedamos allí, esperando que los chicos volvieran de gimnasia.
La tarde transcurrió sin que yo pudiera olvidarme de lo que había visto.
Unos días después ya conversábamos de cualquier cosa trivial con Maxi. Hasta me había regalado un chocolate. Yo lo observaba cada vez con más inquietud y atención, sin poder quitarme de la cabeza la imagen de esa tarde en el campo de deportes.
Ocurrió que nos llevaron al cine a ver un documental, una mañana de mayo.
Nos sentamos en las últimas filas, prerrogativa de “las más grandes” del colegio. Solange como siempre y yo éramos las mas despiertas de la clase.
Maxi entró con el último grupo.
Lo llamé disimuladamente y el se sentó junto a nosotras.
Solange cedió su lugar y ocupó la primera butaca de la fila y con Maxi nos quedamos por la mitad de la fila, solos y apartados del grupo.
Apenas apagaron las luces, el puso su brazo sobre mis hombros y su mano, abierta, colgando a centímetros de mis pequeños y turgentes senos púberes.
Yo deslicé mi mano sobre su muslo, cerca de las rodillas.
El corazón me latía en las sienes y sentía como una hoguera encendiéndose debajo de mi breve pollera colegial.
A los tres minutos ya tenía su palma abierta sobre mi seno derecho, cuidadosamente apoyada, los dedos estirados en la redondez sutil de mi corpiño apenas estrenado.
Me animé a deslizar mi mano hacia arriba, cerca de la unión de sus piernas, donde pulsaba acaloradamente el pene blanco y delgado que había alcanzado a ver aquella tarde inolvidable. Sentí su dureza contra mi antebrazo, justo antes de que él me estampara un soberbio, fugaz y húmedo beso en los labios.
Me quedé inmóvil, sin saber si responder o no a tanta efusividad. Sentí que mis pezones se endurecían y una agradable sensación cálida subía por mi vientre, desde mi pubis lampiño. Apreté los muslos, aumentando esa sensación caliente.
Me tomó de la mano y muy discretamente la dejó sobre esa dureza que tenía en los pantalones. Separó las rodillas y mis dedos llegaron hasta la parte interna de su entrepierna. Bajo la palma de mi mano, su miembro pulsaba.
Su mano apretaba sin pudor mi seno derecho, haciendo que mis pezones se marcaran debajo del algodón de mi corpiño.
Volvió a besarme con más intensidad, con lengua y saliva. Su mano me apretaba el pecho, abarcando toda su redondez, sus caderas se adelantaron en la butaca, haciendo que mi mano reposara sobre su dureza palpitante.
La película avanzaba y nosotros también.
Me animé a apretarle un poco el pene con toda la palma de mi mano. Escuché su gemido en mi cuello. Su miembro estaba tan duro que podía seguirlo con mi mano desde la punta hasta la base. Se lo empecé a acariciar sobre el pantalón y tras unos instantes que me parecieron eternos, me tomó la mano y la deslizó dentro de su ropa.
Lo tenía caliente y un poco mojado.
Me senté de lado. Su mano se deslizó de mis hombros y fue a quedar sobre mi vientre, apoyada entre mis piernas. Con sus dedos empezó a arrugar mi pollera, hasta subírmela lo suficiente.
Metió su mano debajo, acariciándome sobre la bombacha.
Apreté los muslos. Nunca me habían tocado así, nunca había tocado a nadie así. Sentí que mis pezones se erguían y una calidez exagerada se insertaba entre mis piernas.
Solange carraspeó, testigo de todo aquello.
Nos detuvimos.
Yo respiraba agitada, acalorada, excitada.
Mi amiga se acercó y me pidió que la acompañara al baño.
Me levanté y fuimos juntas al toilette.
“Que estas haciendo, nena…?” fue lo primero que me preguntó.
“Nada… no sabés… me tocó!!!! Me tocó por todas partes y se lo toqueeeé !!!!” le respondí, excitada.
“¿Y como es???” me preguntó, sin poder creerme.
“No se… dura, caliente y húmeda…” le respondí, sonrojándome.
“¿Vas a seguir…???” inquirió.
“Y…” alcancé a responderle mientras trataba de imaginar como seguiría todo esto y hasta donde.
Sentía una deliciosa humedad entre mis piernas y mis pezones seguían erguidos.
Ella se quedó callada. Volvimos a la sala oscura. Ella se quedó en su butaca y yo pasé hasta donde Maxi estaba, arrellanado en la suya.
Pasé delante de el y sentí su mano por mi cola.
Me senté, con una tenue protesta que le hizo sonreír.
Me tomó las dos manos con las suyas y las puso en su cadera. Tenía el miembro fuera del pantalón.
Lo miré, sorprendida. Antes de que le dijera nada, me volvió a besar y colocó mi mano sobre su pene.
Estaba duro, bien parado, caliente.
Se lo agarré con una mano, envolviendo su contorno con la palma y mis dedos. El me tomó por la muñeca y empezó a hacerme subir y bajar mi mano por su miembro, sentado en el borde de la butaca y con las piernas abiertas.
Yo vigilaba que no nos descubrieran, Solange espiaba desde su butaca en la punta de la fila y nadie más que ella parecía haberse percatado de lo que estábamos haciendo.
Maxi resoplaba, agitado, al ritmo de mi mano en su miembro.
Yo seguía con mi trabajo, subiendo y bajando la mano que envolvía su pito hasta que el, agarrándose de los apoyabrazos de la butaca, dejo escapar un gemido grave y profundo y me enchastró la mano con un liquido tibio, espeso y viscoso que le salió de su pene. Se quedó tenso en todo su cuerpo.
Yo miraba sin poder creer ni entender que había pasado.
Me dio un poco de asco lo que me había dejado él en la mano. Lo olí y me pareció ácido.
Busque en mi bolsillo un pañuelito descartable y me limpié la mano, mientras él se acomodaba el pantalón y la remera.
Me dio un beso rápido en la boca y se sentó en su butaca.
Yo no entendía nada.
Las luces de la sala se encendieron y los profesores empezaron a hacernos salir de a grupos.
Miré a Maxi y estaba todo colorado. Esquivaba mi mirada pero se lo notaba contento.
En el micro que nos llevaba de vuelta al colegio él se sentó lejos de Solange y de mí.
Ella no dejaba de interrogarme sobre lo que había pasado, con el código que usábamos para hablar de chicos. Estaba muy entusiasmada con los detalles, tanto que terminó alentándome a que diera un paso más, si Maxi llegaba a proponérmelo.
Pasaron casi dos semanas hasta que él se animó a hablarme.
Fue en un recreo, en el mismo lugar del patio donde lo hizo aquella vez.
Quería que lo acompañara a su casa a la tarde, después del colegio. Iba a estar solo.
Me tomé hasta el otro recreo para contestarle.
Estaba nerviosa, ansiosa, excitada.
Le dije que si, que lo acompañaría. Que me esperara en la plaza
Estuve esperando que se hiciera la hora de salida con una ansiedad tremenda.
Pasé por el toilette antes de salir a la calle y me enrollé la pollera por la cintura como hacían las chicas más grandes, hasta dejarla como una mini. Me solté el cabello para enojo de la celadora y con los libros en la cartera, salí a la calle rumbo a la plaza.
Él me estaba esperando debajo de un pino añoso.
Me recibió con un beso en la mejilla y caminamos las seis cuadras hasta su casa.
Entramos, dejé mi cartera en el perchero del comedor y me senté, en el sofá mientras él buscaba una gaseosa de la heladera de la cocina.
La casa era amplia, luminosa y muy alta.
El volvió, con un vaso de gaseosa en cada mano. Me dio uno y se sentó a mi lado. Bebimos despacio, en silencio nervioso.
Dejé mi vaso por la mitad sobre la mesita y el hizo lo mismo.
Se volvió hacia mí y me dio un beso en la boca. Se acercó a mi lado, me abrazó y empezó a tocarme. Yo me dejaba.
Sentía las manos de Maxi por todas partes. Me tocaba los pechos por encima de la camisa del colegio, después bajaba la mano y la metía debajo de mi pollera, entre mis piernas, justo hasta donde mis muslos apretados se lo permitían. Los besos que me daba eran húmedos, largos y con mucha lengua.
Se me echó encima.
Tumbados en el sofá, nos abrazamos. El me apoyó la dureza de su miembro contra el pubis y empezó a menearse, como lo hacen mis perritos cuando están en celo. Yo lo abracé contra mi cuerpo y noté como intentaba acomodarse entre mis piernas. No podía ni quería separarlas, así que estuvo haciéndolo por un rato largo, acalorándome, hasta que empezó a temblar entero.
En medio de un beso se tensó como la mañana del cine y después de un instante, se quedó quieto.
Estaba agitado. Se levantó, todo colorado y se dirigió a su habitación.
Yo me quedé en el sofá, tendida, sin darme cuenta que había sucedido.
Después de un rato volvió, con otro pantalón y se sentó a mi lado.
No le pregunté nada mas, nos quedamos sentados en el sofá un rato y después me acompañó hasta la plaza.
Tenía que volver pronto a mi casa, porque se me había hecho tarde.
Al otro día tenía exámenes y había mucho para estudiar.