Colega de trabajo con derecho a roce (5)

LA CENA DE EMPRESA (II) – La diversión llegó al acabar la fiesta

Caída la noche, la gente fue marchando a su casa, y ya solo quedábamos cuatro gatos. Macarena y yo, queríamos esperar a que llegara el marido de Rosa, para saludarlo.

Rosa iba arriba y abajo, bien alegre por los gin-tonics que llevaba entre cuerpo y espalda o, más bien, entre tetas y espalda.

También quedaba Inés, que al parecer se quedaría a dormir en la casa para evitar tener que conducir con el alcohol, y Borja, el auditor.

Borja era el externo que, durante unas cuantas semanas, se estaba encargando de la auditoría financiera de la empresa. Era un chico muy joven, aunque un poco menos que Inés. El típico recién licenciado trabajando como consultor o auditor en una de esas grandes firmas, haciendo más horas que un reloj.

Era un tipo alto y desgarbado, y lucía una característica cabellera rizada, como una escarola. Se veía bastante tímido, y, de alguna forma, no acababa de encajar en el grupo de gente que nos habíamos quedado.

–  Oye Maca… Borja, el auditor… ¿no se ha quedado un poco tirado?

–  ¡Jajajaja! No creas… tiene coche, bebe poco…

–  Si… ya… pero no pega…

–  … y va detrás de la becaria de los tattoos.

–  ¡Aaaah! ¡Ahora entiendo!

No pude evitar una sonrisa al pensar, para mis adentros, en el polvo que había echado con esa preciosidad, e imaginar la cara del tío si encontrara la joya anal que Inés debía llevar todavía puesta.

–  ¡Hola a todos! ¿Ya se ha acabado la fiesta? – Se oyó al fondo de la sala.

El marido de Rosa acababa de llegar. Era un tipo mayor, más bien bajo, un poco regordete y con el pelo canoso, pero muy sonriente y jovial.

–  ¡Joder! Yo que llegaba cansado de la oficina y con ganas de fiesta… y ya casi se han ido todos.

–  Hola, cariño – le respondió Rosa, mientras le daba un pico de bienvenida – tranquilo, que los que se han ido eran los aburridos, y nos quedamos somos el alma de la fiesta… ¿os apetece otra ronda?

Todos accedimos, y nos fuimos a la sala, a sentarnos en el sofá y charlar.

La cuestión es que Pepe, el marido de Rosa, era un tío bien divertido y juerguista, y las copas se alargaron… y también nuestro estado de embriaguez.

Hasta que, en un momento dado, Rosa dio un golpe de efecto a la reunión.

–  ¡Oye! ¿Qué os parece si jugamos a algo?

–  ¿Tienes juegos de mesa? – pregunté.

–  ¡Aix mi amor! ¿Y si jugamos a algo más… divertido?

–  …

–  ¿Algo más… picante?

Conociendo a Rosa, esa propuesta podía hacer que la fiesta acabara totalmente desbocada, pero Maca no me dio tiempo a contestar.

–  ¡Venga, va! ¡Yo me apunto!

Previendo un final de noche inciertamente explosivo, me uní a la fiesta, haciéndome el remolón.

–  Pues si Maca se apunta, va a ser que yo también, que me he comprometido a llevarla a casa…

Inés, dentro de su posible inocencia, accedió a unirse por el simple hecho de que se quedaba a dormir en la casa y no le quedaba más remedio. Y Borja, supongo que pensando que podría echarle el guante a la de los tattoos, se añadió.

–  Y ¿qué tienes pensado, Rosa? – Preguntó Maca.

–  Espera, que vuelvo con algo – respondió la anfitriona, mientras se dirigía a la cocina.

El juego

Al cabo de unos segundos volvió, llevando un par de dados de colores y un bote de nata en espray en la mano, ante la mirada atónita de los dos chicos jóvenes. Sólo Pepe, su marido, sonreía en un gesto travieso.

–  ¡Mal vamos! – exclamé, llevándome las manos a la cara en un gesto de preocupación.

–  ¡Venga, que esto puede ser divertido! – contestó Maca – ¿A qué vamos a jugar?

–  Muy fácil – explicó Rosa – os lo explico.

Como podíamos esperar, el juego iba de chupar nata en cuerpo ajeno.

El juego iba por turnos. Como casualmente éramos seis, a cada uno se le asignaba una puntuación de los dados. Así pues, el jugador que tenía el turno lanzaba los dados. El dado azul indicaba la persona a la que se le iba a poner la nata, y el dado rojo la persona que tenía que comerse la nata. Y el jugador que tiraba los dados, decidía dónde poner la nata.

–  Así de sencillo – finalizó Rosa.

–  … y directo – añadí.

–  ¡Venga! – zanjó Rosa – ¡empezaré tirando yo los dados!

Primero lanzó el dado azul, y salió su propio número.

–  ¡Tongo! ¡Tongo! – bromeó Inés, menos reservada que hasta entonces – ¡seguro que los dados están trucados!

Lanzó el segundo dado, y salió mi puntuación. La primera, en la frente. Rosa no disimuló su alegría.

–  ¡Mira qué bien! – dijo, guiñándome un ojo - ¡No está nada mal, para empezar!

–  ¡Pues venga! – respondí envalentonado - ¡Dispara ese espray, que limpio lo que sea!

Para mi estupefacción, Rosa apuntó a su escote, y depositó una buena ración de nata en el canalillo.

–  ¡Hala!, Rosa, ¡vas fuerte! – Gritó Maca, alborotada.

–  ¡Para romper un poco el hielo! ¡Que hay que divertirse! – Rosa, acercándose y agitando su pecho y haciendo que sus tetazas se movieran voluptuosamente - ¡Venga, siéntate en esa silla!

En un primer momento estuve indeciso, observando a Pepe con una mirada dubitativa, pero éste hizo gesto de aprobación, sonriendo traviesa y alegremente, mientras me animaba:

–  ¡Venga campeón, a ver si te lo acabas! ¡jajajaja!

Así pues, me senté en la silla y dejé que Rosa se pusiera de pie frente a mí, un poco a horcajadas, y me plantara su escote embadurnado de nata frente a la cara.

Me puse manos a la obra, y empecé a lamer la nata con suavidad.

–  Muy bien, guapo – susurraba Rosa – déjamelas bien limpias.

En unos segundos acabé, pero oí a Pepe clamar:

–  ¡Eh, tío! ¡Que eso no está bien limpio!

–  Si, si, mi amor… – respondió Rosa dulcemente, mientras sujetaba mi cabeza y la apretaba contra sus melones – queda nata ahí, al fondo… chúpala toda.

Con mi cabeza totalmente hundida entre sus tetas, podía oler la fragancia de su piel mientras me esmeraba con la lengua, hasta que conseguí acabarme toda la nata.

A levantar la cabeza, Pepe seguía sonriendo amistosamente, acariciando disimuladamente el bulto de su entrepierna. Los dos jóvenes, Borja e Inés, mostraban el rostro enrojecido por el estupor, y en Maca se podía advertir esa mirada brillante que ponía cuando se dejaba llevar por sus instintos más animales.

La cosa se estaba poniendo muy caliente

–  ¡Va! ¡Ahora me toca a mí! – dijo Pepe, rompiendo el tenso silencio del momento.

Cogió los dados, y lanzó el dado azul. Esta vez le tocó a Borja, pobre chico.

–  Venga, siéntate en la silla, que te pongo la nata

–  P… pe… pero… ¿no lanzas el otro dado?

–  Vamos a darle un poco de emoción a la cosa… primero pongo la nata y luego vemos a quién le toca quitártela.

Mientras s e sentaba, la cara de Borja era un poema, dado el abanico de posibilidades que eso suponía… Pepe roció toda la zona próxima a su boca, haciéndole una especie de perilla de nata.

–  ¡Pero si pareces Gandalf! – Bromeó Pepe, al acabar – vamos a ver a quién le toca afeitar al mago…

Lanzó el dado rojo y, para respiro de Borja, le tocó a Maca, que sonrió alegremente, se levantó del sofá y se dirigió a la silla donde se sentaba Borja, ya un poco más relajado.

La morena se sentó a horcajadas sobre el auditor, con la falda del vestido peligrosamente arremangada, más teniendo en cuenta de que ese día había decidido ir sin ropa interior.

Con ambas manos sujetó suavemente su cabeza por los lados, y su lengua empezó a quitar la nata de su rostro, muy lenta y sugerentemente. La imagen era la de una pantera sobre su presa, jugueteando con ella antes de comérsela viva.

Borja, visiblemente inexperto, se dejó llevar por la sensualidad de la pantera, y apoyó sus manos en sus caderas, que se movían en un sutil vaivén, mientras ella mordisqueaba sensualmente sus labios para limpiar la nata.

Cuando hubo terminado, le dio un pico y le revolvió los pelos amistosamente, mientras se levantaba de su regazo, destapando la excitación que se manifestaba en sus pantalones.

–  ¿A quién le toca? – continuó Maca

–  P… pu… pues creo que a mí – contestó Borja, todavía apurado.

Cogió los dados, y esta vez los tiró a la vez… no estaba para hacer experimentos. En el dado azul salió Inés, y Pepe en el rojo.

Inés se quedó sentada en la silla, expectante. Borja se acercó por la espalda, y con delicadeza apartó su bonita cabellera, mostrando a todos el tatuaje oriental bajo la oreja de la chica, mientras esta cerraba los ojos.

–  Uyyy… - pensé para mis adentros, recordando la revelación que Inés me había hecho sobre esa zona de su cuerpo.

Inés facilitó la labor de Borja sujetando el pelo a un lado mientras este aplicaba una buena ración de nata en su cuello.

Maca, a mi lado, advirtió cómo los endurecidos pezones de la becaria amenazaban con traspasar la tela de su vestido, bajo su pesada respiración, y me comentó discretamente:

–  Esta niña está muy cachonda

–  Eso parece, ¿no? – contesté, disimulando.

La becaria permaneció con los ojos cerrados, concentrada en disfrutar de sus sensaciones. Pepe se acercó sigilosamente por detrás y, haciendo gala de su veteranía y saber hacer, empezó a lamer suavemente la nata de ese esbelto cuello.

Si poderlos oír, observábamos como Pepe, entre lametón y lametón, le susurraba cosas al oído, y cómo Inés le contestaba con pequeños murmullos, con sus manos a los lados, sujetando con fuerza el asiento y abriendo ligeramente las piernas.

–  Va a hacer que se corra sin tocarla, el cabrón – me comentaba Maca.

–  Ya te digo…

La escena tenía una carga erótica que hacía que la gente la observara en profundo silencio, con atención. Hasta que Pepe rompió el silencio.

–  ¡Listos! Creo que ya es suficiente

Se apartó de la becaria, que no podía ocultar su expresión de frustración, y se dirigió a su sitio en el sofá.

–  ¡Madre mía! – exclamó Maca a mi oído – ¿Has visto eso?

–  Ehmm… no… ¿qué tenía que ver?

–  ¡Joder! ¡El paquete de Pepe! ¡Marca un bulto tremendo!

–  Pues no… no lo he visto…

Inés interrumpió nuestra conversación, para tirar los dados.

Nos volvió a tocar a Rosa y a mí, pero esta vez sería ella la que limpiaría la nata.

–  ¡Oleeee! ¡Oleeee! – Exclamó Rosa con alegría – ¡es tu turno para la venganza!

Me senté en la silla de tortura, y dejé que Inés me desabotonara la camisa. Ya veía por donde iban a ir los tiros.

Efectivamente, Inés roció con nata abdomen y pecho, preparando la “venganza” de Rosa.

Cuando hubo acabado, Rosa se arrodilló y se acercó, clavándome su lúbrica mirada, hasta quedar frente a mí. Sin rubor, se apretó contra mi entrepierna, sujetó sus tetas y las depositó sobre mi regazo.

–  ¿Te importa que las deje aquí? – me preguntó lascivamente y en voz baja – ¡uy! ¡noto algo!

Evidentemente, podía palpar perfectamente mi incipiente erección con sus tetas.

Sin más dilación Rosa empezó a lamer la nata depositada sobre mi cuerpo. Sus intencionados movimientos, arriba y abajo, hacían que sus tetas continuamente frotaran mi entrepierna, que se iba poniendo más y más dura. Se dejó para el final la nata de mis pezones, con la que se recreó un buen rato, hasta acabar con ella.

–  ¡Vaya, ahora me toca a mí – apresuré, intentando disimular la tremenda erección que me había provocado Rosa – trae los dados.

Lancé los dados y salieron Maca e Inés, así que Maca se sentó en la silla, y me acerqué a ella para poner la nata.

El ambiente estaba ya claramente desinhibido, así que no me anduve con tonterías: abrí las bronceadas piernas de mi amiga, retirando un poco la falda del vestido y me arrodillé frente a ella para untar la parte interior de sus rodillas con nata.

–  ¡Qué cabrón que eres! – me susurró, con la cara enrojecida.

Tanto ella como yo éramos plenamente conscientes de que, desde mi posición, cualquier persona se daría cuenta de la ausencia de ropa interior ya que el coño de Maca se podía ver sin mucha dificultad.

–  ¡Listos! – dije – ¡Inés, es tu turno!

La becaria se acercó y se arrodilló frente a mi amiga.

Cuando Maca abrió las piernas para facilitarle el trabajo, Inés dio un respingo, señal de que se había dado cuenta del detalle, y miró a Maca, sonriéndole con complicidad. Maca le devolvió la sonrisa, con la cara enrojecida y una mirada de lujuriosa vergüenza.

Quitar la nata de las rodillas de Maca fue una tarea bastante sencilla, que Inés hizo con diligencia y sin hacer comentario alguno, guardándose el sensual descubrimiento para ella.

Era ahora el turno de Maca. Lanzó el dado azul y le tocó a Pepe.

–  ¡Uhmmm! Pepe, creo que vas a recibir de tu propia medicina… Primero pondré la nata, y luego lanzaré el dado – sugirió Maca, traviesa.

–  ¡Adelante, sin problemas! – respondió Pepe, con su eterna sonrisa.

–  Quédate en el sofá, que estarás mejor, para lo que tengo pensado…

–  ¡Como quieras!

Maca prende fuego a la mecha

Maca se acercó a él con la nata en la mano, y le dijo algo al oído. Inmediatamente, Pepe se levantó y se bajó los pantalones, ante el asombro de todos.

Se nos quedó a todos una cara desencajada al ver lo que se notaba bajo la tela de los bóxer ajustados de Pepe. Maca ya me lo había comentado hacía unos minutos, y estaba claro que había estado esperando ese momento.

Rápidamente todos entendimos lo que tenía Maca en la cabeza y está claro que, al menos un par de nosotros, entramos en pánico en ese mismo momento, viendo como aplicaba una buena cantidad de nata a lo largo del bulto que formaba el pollón de Pepe bajo la tela de sus gayumbos.

Pero el azar dio un divertido golpe de efecto, y al lanzar el dado Maca, éste decidió que sería la propia Maca la encargada de limpiar esa nata.

Todos explotamos en una carcajada, al ver ese capricho del destino.

–  ¡Venga guapa! – clamaba Rosa – Que todo el trabajo que has querido dar, te lo vas a tener que… COMER… tú misma. ¡JAJAJAJAJA!

Maca estaba ruborizada, probablemente por la vergüenza de la situación, pero también por la excitación que debía tener ante la posibilidad de acercarse tanto a ese trabuco. Así que no se hizo de rogar.

Se acercó a Pepe y se arrodilló ante él, esperando que abriera las piernas para tenerlo más fácil, pero Pepe le hizo una sugerencia.

–  ¿Cariño, por qué no te pones aquí, a mi lado, para que el resto pueda verlo mejor?

La inhibición general ya había entrado en barrena, y el tema estaba totalmente descontrolado. Maca accedió y se puso de rodillas sobre el sofá, a su lado, y acercó su cara a su entrepierna, observando cómo el pollón de Pepe empezaba a dar saltitos bajo la tela con su punta asomando por la parte baja de la pernera. Acercó sus labios al bulto, y empezó a sorber la nata con calma, empezando por la base y continuando a lo largo de esa manguera.

Pepe no podía reprimir algún gruñido.

–  ¡Ufff! ¡Joder, chica! Me tienes a punto de explotar…

Borja, sentado al lado de Pepe, estaba paralizado, asistiendo al espectáculo en primera fila, igual que Inés, sentada a mi lado, que no perdía detalle ni de la entrepierna del dueño de la casa ni del culo de Maca que tenía en primer plano, mientras se mordía el labio.

A mi otro lado, Rosa se arrimaba, cogiéndome el brazo y pegándolo a sus tetas, melosamente.

–  Veo que tenéis una relación bastante liberal... – le pregunté.

–  Si… un poco – reconoció Rosa – ya ves que a veces necesito ayuda para acabarme todo eso…

Tal como me decía eso, Maca se dejó llevar por su propia excitación e hizo saltar lo que quedaba del juego por los aires. Agarró la verga y la liberó, bajando la cintura de los calzoncillos. El tótem de Pepe se levantaba mirando al techo, amenazante, ante la mirada perdida y desencajada de Maca, que lo asió y empezó a pajearlo hipnóticamente, como disfrutando de su longitud y grosor.

Pepe, ni corto ni perezoso, alcanzó el bote de nata y vació su contenido sobre la punta de su pollón, mientras se dirigía a la becaria de los tattoos:

–  Veo que no le quitas el ojo al culo de esta gatita… no me extraña, yo también me lo comería… ¿por qué no te acercas, y acabáis lo que habíais empezado?

Inés, joven pero muy perra y probablemente bajo esos efectos hipnóticos de la verga de Pepe, no necesitó que se lo repitiera. Se levantó de mi lado, y se acercó por detrás a Maca, que mantenía la polla de Pepe sujeta con las dos manos mientras ponía todas sus ganas en sacar toda la nata de ese grueso capullo.

Con toda la intención, la becaria levantó la falda de Maca, haciendo que todos se dieran cuenta de la ausencia de ropa interior.

–  Sin bragas… la viciosa – profirió Rosa, tocándome la polla por encima de los pantalones. – pero tú ya estabas al tanto, ¿eh? ¿travieso?

–  ¿A qué te refieres? – contesté, sorprendido.

–  ¡Jajajaja! Me refiero a que desde la ventana de la cocina se puede ver dónde habéis aparcado el coche – respondió, gruñendo como una leona y abalanzándose sobre mí para meterme la lengua en la boca.

Fue un beso húmedo y sucio, que acabó con el coqueteo que la MILF había tenido conmigo durante toda la fiesta, antes de que se separara un poco y llevara las manos a la tela de su escote para tirar de ella y dejar sus enormes tetas al descubierto.

–  Te gustan, ¿verdad? ¿a que las de tu secretaria no son tan grandes?

–  Joder, Rosa… ¡Tienes unas tetazas para matar por ellas!

La verdad es que las tetas de mi secretaria Belén, si bien lucían más firmes por la cirugía, no podían competir en tamaño con las de Rosa. Eran unos globos grandes y, aunque un poco caídos, bastante firmes para su tamaño. Adornados por unos pezones rosados y grandes como galletas.

–  Y tú, ¿no tienes nada para mí?

Me desabroché los pantalones para que mi polla, a punto de explotar, también quedara liberada.

–  ¡Uhmmm! Tienes una polla muy bonita…

–  Mujer… si la comparas con la de tu marido…

–  Bueno… habrá que ver si sabes utilizarla… ¿has visto a estas dos zorras? – Su mirada se dirigió al otro sofá.

Enfrente nuestro, Maca estaba chupando la tranca de Pepe como mejor podía, dadas las dificultades: por un lado, a duras penas podía abarcarla con los labios, y tenía que ayudarse de las dos manos; además, Inés mantenía la cabeza incrustada en su culo, chupando y lamiendo, y su cuerpo no dejaba de contorsionarse como una serpiente. A su lado, Borja se había bajado los pantalones y se estaba masturbando como un adolescente.

Maca se sacó la verga de la boca, toda inundada de saliva, para decirle a la becaria:

–  Guapi, ¿has probado nunca una de estas?

–  Pues no… ¿me dejas? – preguntó Inés, con brillo en los ojos.

Ambas se levantaron y, de pie, unieron sus cuerpos en un húmedo beso lésbico, mientras se desvestían mutuamente para mostrarnos sus cuerpos: el de Inés, joven, esbelto, la piel aceitunada cubierta de tatuajes, especialmente el de su espalda, esos pechos pequeños y puntiagudos y ese culito firme y juvenil; y el de Maca, más bajita y curvilínea, bronceada, mostrando las líneas del bikini sobre esas perfectas tetas como melocotones y ese culo para enmarcar.

Maca invitó a Inés a arrodillarse para venerar el pollón de Pepe, cosa que esta hizo de inmediato, metiéndosela en la boca hasta donde pudo y chupando con intensidad. Al poner su culo a disposición de mi amiga, esta exclamó.

–  ¡Serás puta! ¿Qué llevas ahí? – Gritó – Esta mosquita muerta lleva un juguete metido en el culo, la muy zorra – añadió, mostrándonos el culo de la becaria, mientras me dirigía una sonrisa traviesa.

Efectivamente, Inés todavía llevaba la joyita anal incrustada en el culo. Lo gracioso del tema es que ella misma desconocía quién era la propietaria real del juguete, igual que el resto.

–  ¿Te gusta? ¿la quieres para ti? – le contestó Inés

Sin añadir más, Maca sacó la joya anal de un tirón, arrancándole un sonoro gemido, y se lanzó a lamerle el sexo.

A mi lado, Rosa agarraba firmemente mi polla y la pajeaba, dejando que le sobara las tetas a manos llenas.

–  ¡Joder! Estas dos son más zorras… ¡Si hasta me van a hacer parecer una mojigata!

Se levantó del sofá y, ante mí, dejó deslizar el vestido al suelo, mostrando su cuerpo en todo su esplendor.

Su figura era curvilínea pero firme, con una piel fina y cuidada y esas tetas maravillosamente desproporcionadas.

Me despojé de la ropa y ella, sonriendo y con mirada traviesa, se quitó el tanga rosa, mostrándome su sexo depilado, con el vello recortado con forma de corazón y del mismo color rubio platino que su cabello.

–  ¿Tienes el coñito del mismo color que el pelo?

–  Si, cariño… ¿te gusta? Siempre que voy a la peluquería me gusta salir bien conjuntada de color.

–  Sí, sí, totalmente conjuntada…

–  Así que, a partir de ahora, si quieres saber de qué color tengo el conejito, ya sabes que solo me has de mirar el peinado…

–  Bueno – bromeé – también te puedo pedir que me lo enseñes…

–  … y lo haré encantada, guapo – finalizó, poniéndose de rodillas frente a mí.

Justo cuando Rosa se metía mi polla en su húmeda garganta, oigo a Maca decirle a Inés:

–  ¿No te apetece follar un poco?

Sin añadir nada más, Inés se deslizó sobre Pepe, quedando a horcajadas sobre él. Maca, desde abajo, sujetaba el pollón de nuestro anfitrión para facilitar la penetración. Cuando Inés notó que le punta de la verga estaba bien encajada en la entrada de su coño, se dejó caer con fuerza, soltando un grito de placer al quedar empalada.

–  ¡Aaagh! ¡Joooder! ¡Me va a partir en dos!

Y, efectivamente, esa era la impresión, viendo la proporción entre la longitud y el grosor de la polla de Pepe y el cuerpo delgado y esbelto de la becaria.

Lentamente, Inés empezó a moverse arriba y abajo, apoyando sus manos en los hombros del semental, y gimiendo como una Geisha.

Maca se sentó al lado de Borja, que durante todo este tiempo había quedado al margen, y llevó su mano a la polla del júnior para ayudarlo con su masturbación, mientras ambos observaban absortos el gesto de la joven, que no paraba de gemir de placer.

Rosa, por su parte, me estaba follando con su boca con la misma cadencia con la que Inés era taladrada por el ariete de Pepe, con sus tetas descansando sobre mi entrepierna y produciéndome una sensación de placer inédita.

Mis ojos no daban abasto, manteniendo la atención en la excelente mamada que Rosa me estaba dando pero sin perder de vista el espectáculo pornográfico que sucedía a mi lado… Inés se había inclinado hacia Borja para chuparle la verga mientras seguía cabalgando a Pepe. Maca se morreaba con el joven y acariciaba el suave cabello de la becaria.

Rosa se incorporó, y se deslizó sobre mi regazo, agarrando mi verga y metiéndosela a horcajadas. Empezó a follarme con fuerza, y sus magníficas tetas se movían descontroladamente frente a mí, golpeándome la cara. Alargué mis brazos y agarré una teta con cada mano, estirándolas hacia mí para comerme esos grandes pezones.

Al notar el tirón en sus tetas, a Rosa se le escapó un gemido.

–  ¡Aaagh! ¡Me encanta! ¡Dales duro! – Me gritó, inclinándose sobre mí y cubriendo mi cara con ellas, mientras no dejaba de montarme con fuerza. - ¡Pégame! ¡Dame fuerte!

Yo continuaba estrujándole las tetas con una mano, y lancé mi mano contra sus nalgas, en una buena palmada.

–  ¡Aaagh! ¡Así! ¡Dame con fuerza, cabrón!

Volví a darle en el culo, esta vez más fuerte y repetidamente.

–  ¡Dios! ¡Sí ¡Sí!

Muy sorprendido por mi reacción, me vine arriba y alterné los azotes en su culo y también en sus tetas, provocándole alaridos de placer.

Noté que maca se había recostado a mi lado y, acariciándose el sexo, exclamaba:

–  ¡Joder Rosa! Te está dejando el culo y las tetas rojos como un tomate.

–  ¡Mmmh! ¡Sí! A este chico le gusta follar duro… y a mi me encanta!... Déjame ponerme ahí…

Rosa dejó de botar sobre mí, y se dejó caer de espaldas entre las piernas abiertas de mi amiga.

–  Venga va… ahora trabaja tú un poco – me ordenó, levantando sus piernas y abriéndolas.

Me arrodillé frente a ella, y antes de hundir mi cara en su coño, vi cómo Maca agarraba sus tetas y las sobaba con firmeza mientras las dos ninfas se comían la boca.

Sujeté sus piernas en alto, y mi boca se incrustó en su coño.

Me estaba dando un festín, y metí mis dedos en su encharcado sexo antes de dirigirlos a su solícita puerta trasera.

Con mis dedos índice y corazón follándole el culo, y mi lengua torturando su clítoris, Rosa dejó de besar a Macarena y le dijo:

–  Veo que le gustan los culos… ¿ha pasado por el tuyo?

–  ¡Mmmh! ¡Sí! – respondió Maca – a mí me encanta… y sabe lo que hace.

–  ¿Ah sí? Pues deberías probar a mi marido… si puedes claro…

–  ¡Mmmh! Pues no sé si voy a ser capaz… pero no debería de perder esta oportunidad, ¿no crees?

–  ¡Sin ninguna duda!

Maca le dio un pico y se deslizó, dejando a Rosa totalmente recostada sobre el sofá y con las manos sujetando sus piernas abiertas y en alto mientras yo seguía comiéndole el coño y follándole el culo con mis dedos.

–  ¿Me vas a follar el culo de una vez, cariño? – me apresuró, entre gruñidos…

Dejé de atender su entrepierna, y me levanté. Y en ese preciso momento pudimos ver a Inés dando grititos como una coneja, en señal del orgasmo que le estaba viniendo:

–  ¡Ah! ¡Ah! ¡Sí!. ¡Sí!... ¡Me corro! ¡¡ME CORROOOO!!

Su cuerpo se veía reluciente del sudor con el pelo alborotado, y Macarena, que se había acercado sinuosamente, acariciaba su cuerpo, esperando su turno para montar la tranca de Pepe.

Inés acabó con su orgasmo, dejando caer su agotado cuerpo al suelo del salón para descansar, y Maca le hizo el relevo.

Se puso de pie, dándole la espalda a Pepe, y agarró su pollón para apuntarlo a su entrada trasera, y me miró fijamente, concentrada mientras se empalaba lentamente, dándose cuenta de que yo estaba haciendo lo mismo con Rosa, de forma sincronizada, como marcándole el tiempo.

–  Hasta el fondo, mi amor… - pidió Rosa

Respondí a la solicitud de la hembra tetona, empujando un último movimiento, profundo y violento, y un alarido resonó en la sala.

–  ¡AAAAGH! ¡DIOSSSS!

Miré a Rosa, y me estaba mirando con los ojos entornados y una sonrisa de placer. El grito era de Maca, que en un movimiento simpático con mi golpe de cadera, se había dejado caer con fuerza, y tenía la vergota de Pepe metida hasta el fondo de su trasero.

Y allí estaba, totalmente sodomizada, quieta, dejando que su dolorido esfínter se adaptara al tamaño de su invasor, mientras yo sujetaba las piernas de Rosa por los tobillos, en alto, y martilleaba su culo en movimientos rápidos y profundos.

Maca me miraba fijamente, concentrada, mientras empezaba a balancearse lenta y rítmicamente, y yo decidí seguir el ritmo que ella me daba. La misma sincronía en la penetración se trasladó a los gemidos de mi amiga y de la madurita tetona que estaba enculando.

Desde mi posición podía admirar a Macarena, que me mostraba su dilatado ano invadido por el pollón de Pepe y su sexo abierto y enrojecido, que parecía coger aire para respirar.

De improviso, Borja, que se había mantenido un poco al margen, se levantó y se situó frente a las piernas abiertas de Maca, que le preguntó:

–  Quieres metérmela por el otro agujero, mi niño?

Si abrir la boca, Borja cogió la postura correcta y, en el momento preciso, metió su polla en el palpitante coñito de la morena, arrancándole un grito de placer.

–  ¡Aaagh! ¡Joooder!

De forma inmediata, Borja empezó a bombear con virulencia, tomando el mando de la follada a Maca. Debajo suyo, Pepe, notaba los balanceos de la morena sobre su estaca.

Delante de mí, veía cómo las tetazas de Rosa se balanceaban al ritmo de mis embestidas, mientras ella cerraba los ojos y no dejaba de gemir con mi polla invadiendo su culo y sus piernas sobre mis hombros.

–  ¡Mmmh! ¡Así, cariño!...

Finalmente, Rosa se vino en un sonoro orgasmo, gimiendo sensualmente, y contrayendo su esfínter contra mi palpitante pene, entre sacudidas de todo su cuerpo, antes de dejar caer sus piernas sobre el sofá.

–  Tranquilo, mi amor, que no te voy a dejar a medias… ¡ven! – Me ordenó, mientras se incorporaba para sentarse en el sofá.

Siguiendo sus indicaciones, me senté de rodillas sobre su vientre, y hundí mi polla entre sus tetazas. Rosa sujetó sus pechos, aprisionando mi verga e iniciando una maravillosa cubana, mientras su lengua jugaba son la punta del cimbrel.

–  ¡Muévete! ¡Fóllame las tetas!

Obedientemente, empecé a deslizar mi pene entre sus tetas, mientras Rosa alternaba escupitajos a su escote con lamidas de polla.

La sensación era incomparable y parecía que no podía a ver nada mejor… pero la experteza de la madura tetona fue más allá. Deslizó una de sus manos por mis nalgas, y súbitamente noté como hundía sus dedos en mi ano, multiplicando exponencialmente mi sensación de placer.

En el fondo quedaban los gritos de placer de Macarena, con el pollón de Pepe incrustado en su trasero y Borja taladrando su coño sin piedad.

Mi mente estaba saturada, y me dejé ir por la sensación de placer con la que Rosa me tenía esclavizado. Alternaba movimientos de cadera hacia adelante, deslizando mi pene entre los pechos de Rosa hasta notar como sus labios rodeaban mi prepucio para succionarlo, con movimientos hacia atrás, dejando que los traviesos dedos de esa ninfa me follaran el ano y me proporcionaran un placer desconocido hasta entonces.

Me sentía en otro mundo de placer, y me deje ir en un orgasmo como nunca lo había tenido. No me sorprendió que mi polla empezara a escupir cantidades ingentes de semen sobre la cara de Rosa, que no dejaba de relamer los goterones que caían por su rostro, mientras yo no podía más que gruñir como un cerdo en el matadero, casi perdiendo el sentido. Cuando hube acabado, Rosa retiró delicadamente sus dedos de mi trasero, y me dejé caer sobre el sofá, muerto de placer.

Cuando recobré el sentido, me di cuenta de que Macarena había tenido una experiencia similar: Borja descansaba en el suelo, y Macarena yacía de espaldas sobre el cuerpo de Pepe, con los ojos cerrados y todavía con el pollón del anfitrión metido en su trasero, brillante de la leche que rezumaba de su sexo.

Macarena abrió sus ojos, y nos cruzamos una mirada, ambos sonriendo, hasta que pudo articular:

–  Peque… una duchita fresca, y nos retiramos a casa, ¿te parece?