Colega de trabajo con derecho a roce (4)

LA CENA DE EMPRESA (I) – Nos invitan a una fiesta en casa de una compañera del trabajo.

Rosa era una compañera de departamento de Macarena muy simpática y extrovertida, con la que hacía buenas migas.

Una mujer madura, de unos cuarenta años, pero de carácter muy juvenil, que acentuaba con continuos cambios de peinado y color de pelo. De cara era bastante guapa, con unos grandes ojos de color avellana, y sabía sacarse buen partido, siempre vestida a la moda y adecuadamente maquillada.

A menudo nos echábamos unas risas a la hora del café, ya que le gustaba hacer bromas picantes y comentarios subiditos de tono.

Era bajita, sobre el metro sesenta, y de cuerpo curvilíneo, sin ser demasiado gordita. Pero, sin duda, lo más remarcable del físico de Rosa era su delantera. Era dueña de unos enormes de los que, sin duda, estaba orgullosa y nada acomplejada, viendo los pronunciados escotes y los ajustados tops que acostumbraba a lucir.

–  ¡Chicos! Este sábado organizo una fiesta en casa, con cenita ligera y copas. ¿Os animáis a venir? ¡Estáis invitados!

–  ¿Ah sí? – respondió Maca – ¿Qué celebramos?

–  Pues nada especial… ¿Es que hay que tener alguna razón para hacer una fiesta? – preguntó, jocosamente.

–  Pues tienes razón – intervine – ¿qué hemos de llevar?

–  ¡Nada, mi amor! Bueno… tú… - llevó el dedo índice a mi pecho – ¡tú lo que tienes que traer son ganas de marcha!

Rosa me guiñó un ojo, y empezó a cacarear alegremente.

–  ¡Uy, uy, uy! – añadió Maca, riendo con humor – ándate con ojo con esta, ¡que te puede comer vivo!

Mis ojos se abrieron sorprendidos, e hice una mueca de temor.

–  Miedo me dais…

Maca me preguntó:

–  ¿Compartimos coche?

–  Ok ¿Quieres que te venga a buscar?

–  ¡Vale!

Recojo a Maca en su casa

El día de la fiesta, me arreglé un poco, con unos chinos bermudas y una camisa de lino, y me dirigí a casa de Macarena.

Le hice una llamada perdida, y a los pocos minutos apareció por el portal. Llevaba un bonito vestido veraniego floreado, con una falda a medio muslo volada que mostraba sus bronceadas y desnudas piernas, y unas botas camperas.

Entró en el coche y me sorprendió saludándome con un beso muy húmedo, mordiéndome los labios, antes de sentarse y abrocharse el cinturón.

–  Hoy no llevas gafas

–  No, me he puesto lentillas… ¿qué pasa? ¿Qué te gusta que las lleve?

–  Bueno… tienen su rollo…

–  Si, claro… a lo secretaria o colegiala, ¿no? Eres un cerdete pervertido…

–  … Y tú que lo sabes…

Arranqué el coche, para dirigirnos a casa de Rosa, en las afueras de la ciudad.

Al cabo de unos minutos, Maca rompió el silencio.

–  ¡Ufff! Llevo todo el día muy cachonda… - reconoció, con cara de circunstancias.

Esa declaración me cogió por sorpresa, y encendió todas las alarmas.

–  … ¿Ah sí? ¿y eso?

–  Pfff… no sé… me he levantado así… y encima Belén ha salido temprano con sus amigos, con lo que tampoco hemos podido relajarnos un poco…

–  … vaya… - respondí distraídamente.

–  ¡Pero de esta noche no paso!

La declaración de intenciones de mi amiga había sido bien clara, y la idea me gustaba… y también a mi polla, que empezaba a crecer bajo los bermudas.

–  Mira cómo estaba, que ni me he puesto ropa interior.

Me giré y me di cuenta de que, con la ausencia de sujetador, sus pezones endurecidos se dejaban notar a través de la fina tela floreada.

–  Si… ya veo que no llevas suje…

–  Ni bragas – interrumpió, levantándose la falda del vestido.

Abrió las piernas y me mostró su desnudo coño, con sus suaves labios depilados y el mechoncito de vello perfectamente recortado.

–  Joder… mira lo mojada que estoy – exclamó, llevando una mano a su entrepierna para acariciarse el sexo – y ¡tú te has empalmado! – exclamó, al darse cuenta de que mi endurecido miembro luchaba por salir de los pantalones.

–  ¡Mujer! ¿Y tú que crees? Tengo a un bombón como tú, enseñándome el conejito en mi coche, y ¿voy a aguantar como si la cosa no fuera conmigo? Creo que ya llegamos.

–  ¡Sí, ahí es! Aparca por aquí… un poco apartado – me pidió, mientras se quitaba el cinturón y se incorporaba.

Aparqué como pude, mientras ella empezaba a hurgar en mis pantalones. No había detenido el coche, que ya estaba de rodillas sobre su asiento, bajándome la cremallera para liberar mi excitada polla.

–  Pobrecito… deja que te compense – pidió, con vocecita de niña inocente.

Su lengua empezó a jugar traviesamente con la punta de mi verga mientras su mano me pajeaba con suavidad, antes de apoyar los labios y empezar a succionar, metiéndosela hasta la garganta.

Me di cuenta de que cualquier invitado a la fiesta que pasara por ahí nos podía pillar, pero su destreza oral me tenía hechizado y sin poder reaccionar a ese hecho.

Mi polla entraba y salía pausadamente de su boca succionadora, y en el silencio del coche sólo de oías los sonidos guturales de su garganta, cada vez que se tragaba entera mi verga.

Alargué mi mano por su espalda, levanté su falda y le acaricié las nalgas, mientras seguía chupando. Al pasar mis dedos por la raja de su trasero, noté una presencia, ya conocida.

–  ¿Qué tienes aquí, traviesa?

Maca interrumpió su actividad.

–  Me he puesto la joyita, para ti, o para quien caiga esta noche.

Tiré con suavidad del plug, arrancándole un gemidito.

–  Pues yo he llegado primero, así que… ¡me la qued… ¡ah! ¡aaah! ¡joder!...

El orgasmo de sobrevino, inesperadamente. Maca apretó los labios con fuerza, haciendo que me corriera en su boca, tragándoselo todo, sin dejar escapar una gota.

–  ¡Uffff! Qué gusto… - suspiré, mientras ella rebañaba con su lengua mi pene, dejándolo perfectamente limpio, y lo guardaba en su sitio.

–  ¡Listos! Ya podemos entrar… y si te quedas mi amiguito, te comprometes a devolverme el favor, ¿vale?

–  ¡Trato hecho!

Maca puso el vestido en su lugar, y salió del coche. Yo hice lo propio, y nos fuimos hacia la casa.

La fiesta

Nuestra compañera Rosa vivía en un chalé muy bonito. A parecer su marido también se ganaba bien la vida. Llamamos al timbre.

–  ¡Hola, chicos! – oímos, desde dentro.

Al abrirse la puerta, mis ojos se fueron directos a las tetas de Rosa, sin poder evitarlo. Un pronunciado escote redondo mostraba sin reparo sus enormes pechos, que amenazaban con salirse de su sitio, y tuve que hacer un esfuerzo para devolverle la mirada a Rosa, que observaba mi desliz con una sonrisa divertida. Rosa lucía bien llamativa, con ese vestido ajustado de color coral, y para la fiesta había pasado por la peluquería, luciendo el pelo corto y engominado, de color platino.

–  ¡Hola Rosa! – le dimos dos besos – ¡luces espectacular!

–  ¡Gracias! ¡Vosotros también vais muy guapos!

–  Hemos traído una botella de vino

–  ¡Anda! ¡No hacía falta! Pasad, pasad…

La seguimos dentro de la casa, cerrando la puerta detrás nuestro.

–  Dejad el vino en la botella, y serviros lo que queráis. En la nevera encontraréis cervezas, vinos y refrescos.

Le hicimos caso, y nos servimos un par de cervezas frías de la nevera, mientras Maca me reprochaba:

–  ¡Jolines! Vaya pillada, ¿no?

–  ¡Uf! Ya te digo… pero es que no he podido evitarlo… ha sido instintivo.

–  Tranquilo, compi… la verdad es que a mí me ha ocurrido lo mismo que a ti…

En la casa había mucho ambiente, con muchos compañeros de la oficina, y algún desconocido, que supusimos que acompañaban a los colegas o eran amigos de Rosa.

Me fijé especialmente en una chica.

–  Oye Maca… ¿quién es la chica del fondo?

–  ¿No la conoces?

–  … pues no…

–  Es la de los tattoos.

–  … ¿La de los tattoos?

–  Si… creo que se llama Inés. Está de becaria en departamento de Administración, con Rosa. Se la conoce así porque al parecer tiene muchos.

Inés, o la de los tattoos, era una chica joven, de veintipocos, alta y esbelta, con unos bonitos ojos azules, un poco tapados por el flequillo, y el pelo largo y lacio, de color castaño oscuro. Llevaba un vestido elástico azul, corto y con tirantes, que acentuaba su esbelta figura y sus largas piernas, y mostraba algunos tatuajes en sus brazos. También lucía un piercing, un aro en el lateral de la nariz.

–  No está mal… es mona.

–  No, no está nada, nada mal… pero un poco jovencita para ti, ¿no?

Miré a Maca con cara de sorpresa y le dije, un poco indignado.

–  ¿Me estás llamando abuelete asaltacunas?

–  Que nooo… - contestó, dándome un codazo – ¡que era broma! Venga va… vamos a socializarnos.

Así que nos mezclamos con la gente.

Estuvimos pasándolo en grande… primero comiendo la excelente comida que había preparado Rosa, y luego bebiendo y bailando… y volviendo a beber. Y echándonos unas buenas risas con los colegas del trabajo.

En un momento dado, tuve la necesidad de ir al baño.

Encuentro fugaz en el servicio

Pregunté a Rosa, y me mandó al servicio que tenían en el piso de arriba.

–  Ve mejor al de arriba, que creo que el aseo de abajo está ocupado. Subes las escaleras, y…

–  Si, si, al fondo y a la derecha!

–  Jajajajaj! ¡Pues no! A la izquierda!

Subí al piso de arriba y, siguiendo las instrucciones de Rosa, llegué al baño. Pero al abrir la puerta me encontré con una sorpresa.

Sentada en el inodoro estaba Inés, la becaria de Administración, meando.

–  ¡Ostras! ¡Lo siento! – dije, avergonzado mientras tiraba atrás.

–  ¡Tranquilo! ¡Tranquilo! Puedes pasar, que yo a estoy – contestó la becaria, con la voz un poco tomada por el alcohol.

–  ¿Segura?

–  Sss… si, si, pasa, pasa.

Entré en el baño y cerré la puerta tras mí. Desde donde estaba no podía ver mucho, ya que el inodoro estaba detrás de un murete, así que la niña podía tener un mínimo de intimidad.

Inés se levantó y tiró de la cadena mientras se recomponía la ropa. Nos cruzamos delante del lavabo, y me deslicé al inodoro para relajar la vejiga después de unas cuantas cervezas.

Mientras orinaba giré la cabeza y vi que la becaria estaba todavía frente al espejo, arreglándose. Me di cuenta de que el vestido dejaba toda la espalda a la vista, mostrando un gran tatuaje que ocupaba toda la superficie de su piel.

Ella se dio cuenta que la estaba mirando, a través del espejo, y me giré rápidamente. La visión del culito y la espalda de esa joven me habían puesto morcillón, y tuve alguna dificultad para acabar con lo mío.

Cuando iba a salir del baño, reparé en que, por descuido o no, la falda del vestido estaba medio subida, mostrando la parte baja de sus nalgas. No pude evitar fijar la mirada en ellas, y justo en ese momento ella me pilló, otra vez a través del espejo.

–  ¿Te gusta lo que ves? – inquirió con desvergüenza.

Ante tal pillada, intenté salir del paso, como buenamente pude.

–  Si… ejem… estaba mirando tu tatuaje… ¡Es muy bonito!

Se trataba de un motivo floral de estilo oriental. Unas ramas de almendro en flor, en tonos rosas, que cubrían la mayor parte de su espalda.

–  ¿Te gusta? – cogió sus lacios y brillantes cabellos y los apartó, dejándolos apoyados sobre un hombro, mostrando su cuello, donde se podía ver una inscripción en caracteres orientales, bajo al oreja.

Esta vez fui yo quien la pilló mirándome el bulto que se me marcaba en la entrepierna, a través del espejo. En ese cuarto de baño empezaba a palparse la tensión sexual…

–  ¿Qué significan, esos caracteres chinos?

–  Son japoneses – me corrigió – significan “bésame aquí”

–  …eeeeh… ¿ah sí?... ¡vaya! – contesté con apuro, más por causa de mi propia excitación que porque la situación me fuera incómoda…

–  Me encanta que me besen en esta zona – afirmó, mirándome desafiante por el espejo.

Me acababa de tirar el guante… y lo recogí. Me acerqué por detrás, posando mis manos sobre sus hombros, y acerqué mis labios a los símbolos japoneses. Noté como, al notar mi aliento bajo su oreja, su cuerpo se estremecía de abajo a arriba, y su respiración se volvía más pesada, así que decidí disfrutar de ese momento. Mis labios paseaban caprichosamente por todo su cuello, apenas rozándolo, jugando al límite, haciéndole notar mi cálido aliento… y ella cerraba los ojos, como esperando el contacto final.

La punta de mi lengua repasó suavemente el contorno de su oreja adornada con varios pendientes, arrancándole un suspiro de impaciencia, y en el espejo observé cómo los bultos de sus pezones de marcaban en la fina tela de punto del vestido.

Así que, suavemente, deslicé los tirantes del vestido dejándola desnuda de cintura para arriba. Tenía unos pechos juveniles, redondos y pequeños, casi incipientes, como un par de suaves colinas rematadas por unos pezones pequeños pero muy puntiagudos, decorados con unos pequeños aros, y un vientre liso y tonificado, también perforado en su ombligo.

La visión de ese cuerpo juvenil, casi adolescente, me desató, y mis labios finalmente contactaron con su piel, en un beso húmedo que le arrancó un gemido de placer, mientras dejaba caer su cabeza hacia atrás.

–  ¡Aaagh! ¡Que rico!

Mis manos empezaron a acariciar todo su cuerpo, en movimientos interminables, mientras le devoraba el cuello y presionaba su culo con mi entrepierna. No podía evitar juguetear son sus pequeños y puntiagudos pezones, estimulándolos con mis dedos y notando cómo se endurecían.

–  ¡Fóllame! Me ordenaba, mientras su mano hurgaba en mi entrepierna con ansia.

La empujé hacia adelante, obligándola a apoyar el pecho sobre la fría encimera del lavabo y poner su culo en pompa para mi disfrute.

Acabé de levantar su minifalda para poder admirar ese pequeño culo, joven y exquisito. Atravesando la raja podía distinguir el delgado hilo del minúsculo tanga amarillo que llevaba. Me agaché un poco y tiré hacia debajo de la goma, mientras llenaba esas gloriosas nalgas de húmedos besos, dejando al descubierto un sonrosado y palpitante ano y unos labios vaginales suaves y lampiños, totalmente humedecidos.

De cuclillas tras ella, exploré su ano con mi lengua, y lamí su coño perfectamente depilado desde atrás, arrancándole unos largos gemidos que intentaba amortiguar, para evitar llamar la atención del resto de invitados.

Inés, en una exhibición de flexibilidad, levantó una pierna y la apoyo sobre la encimera en toda su longitud, facilitando mi labor.

Me levanté, dispuesto a perforar ese coño joven y jugoso, y al desabrocharme los pantalones me acordé de lo que llevaba en el bolsillo. Rebusqué un poco y pronto pude sacar el plug anal que horas antes había arrancado del culo de Macarena, antes de dejar caer los pantalones al suelo.

Apoyé la punta de la joya anal en el agujerito de la becaria.

–  ¡Aix!... ¿Qué… ¿Qué haces?... ¡Aaagh! – gimió, al notar cómo le metía la pieza metálica.

Pero antes de que pudiera decir más, apunté con mi polla en su coño, y la penetré profundamente, de un tirón.

–  ¡AAAAAGH! ¡JODER! – gritaba como una cerda.

–  ¡Schht! ¡Cállate, que nos van a oír! – le murmuré al oído mientras la tapaba la boca con la mano.

Empecé a taladrarle el coño, fuerte y rápido. Y ella no paraba de gemir, con mi mano tapándole la boca. Los dos queríamos acabar rápido, para no levantar sospechas en la fiesta, pero no por ello dejábamos de disfrutar de ese polvo casual.

Notando el advenimiento de mi orgasmo, aceleré el ritmo.

Inés tenía la cara pegada al espejo que se estaba vahando con sus gritos.

–  ¡Sí! ¡Me corro! ¡Me corro! – murmuraba la chica.

Noté cómo su tierna vagina convulsionaba en un largo orgasmo, presionándome la polla hasta hacerla estallar en una violenta corrida, casi simultánea a la suya. Tuve reflejos y saqué mi polla de su coño, para correrme sobre el mármol de la encimera.

Cuando acabamos, Inés se incorporó, recogió el tanga del suelo y se lo volvió a poner.

–  No te importará que me deje puesto el juguetito, la verdad es que me está gustando… Aunque ya me dirás si habitualmente llevas de estos en el bolsillo…

Volvió a cubrir sus tetitas, y recompuso la falda del vestido.

–  Mhh… si… ejem… jejeje… tranquila, ya me lo devolverás… – contesté.

–  Tranquilo, que encontraremos la forma de devolvértelo – añadió, guiñándome el ojo.

Mientras recomponía su pelo y maquillaje ante el espejo, se fijó en el charquito de semen que había dejado sobre la encimera.

–  Esto tendríamos que limpiarlo, ¿no?

Y, sin vacilar, acercó su boca al mármol y relamió los restos de semen. Cuando acabó, se giró y me dio un pico, antes de deslizarse silenciosamente fuera del baño. Yo tardé un poco más en arreglarme y volver a la fiesta.

(Continuará)