Colega de trabajo con derecho a roce (1)

MACA ME ENSEÑA SU PISO – Mi compi de trabajo se ha mudado a su nuevo piso, y un día me invita a verlo y disfrutar de la piscina.

Macarena era una compañera de trabajo que había entrado a trabajar en otro departamento, con el que me tocaba interaccionar con asiduidad, y acabamos compartiendo las pausas del café.

Era una chica de treinta y pocos, con el pelo castaño y ondulado, por los hombros, y unos ojos oscuros y brillantes tras unas gafas de pasta muy modernas. Tenía un cuerpo menudo, con una cinturita estrecha, unos pechos medianos y muy bien puestos y un trasero respingón que seguramente me pilló mirando de reojo alguna que otra vez. Era una chica muy extrovertida y simpática, así que, café a café, fuimos cogiendo confianza, descubriendo incluso que vivíamos relativamente cerca el uno del otro, así que nos propusimos compartir coche cuando las tareas nos lo permitían.

Aprovechando que compartíamos coche, era normal que de vez en cuando cayera alguna cervecita después del trabajo, para charlar de cosas más personales. Y con la confianza, y la desinhibición del alcohol, las charlas podían derivar en temas más picantes.

Así pues, si bien de alguna forma se podía notar una tensión sexual entre nosotros, nuestra relación no pasaba de la de una buena amistad, supongo que porque éramos conscientes de que trabajábamos juntos.

Era en el coche, tras las cervezas, como Macarena me hacía algunas de sus revelaciones sobre su vida íntima. Desde explicarme que le gustaba ver pornografía a menudo, a confesarme que una de sus fantasías sería serle infiel a su pareja, si la tuviera… ¡pero con una mujer!

Llegó el verano, y una de esas semanas de principios de Julio, que hacía un calor espantoso, me dice:

–  ¡Oye! ¿por qué no te vienes un día a mi casa, te la enseño y nos damos un bañito en la piscina comunitaria?

–  Pues no estaría nada mal, pero a ver cuándo puedo hacerlo... – le dije, disimulando las ganas que tenía de poder ver ese culito bajo un bikini…

–  Pues podrías venirte este sábado. Además, en la comunidad somos muy pocos vecinos, y se van todos de fin de semana. ¡Es una gozada, porque es cómo tener una piscina privada!

–  Mmmh… ¡ok! Pues me paso el sábado a media mañana.

–  ¡Perfecto!

Y así, el sábado, me planté en su casa. Tenía la sensación de meterme en la boca del lobo… ¿acabaríamos liados esa mañana? o iba a ser una mañana de piscina sin complicaciones?

La chica rubia

Iba a llamar al timbre cuando se abrió la puerta. En el umbral había una chica que parecía irse se la casa.

–  ¡Huy!, ¡lo siento! Creo que me he equivocado de piso.

–  Tú debes ser el compañero de Maca…

La chica, se veía muy joven, una niña de veintipocos. Su cara de niña buena estaba enmarcada por un cabello rubio muy claro, liso y por debajo de los hombros, y sus ojos oscuros me miraban con timidez.

–  Sí, sí… ¿vive aquí?

–  Sí, claro. Yo soy su compañera de piso, me dijo tímidamente… pasa, pasa, que yo me voy…

–  Oye, no hace falta que te vayas…

–  No, tranquilo, me voy con unos amigos.

–  ¡Ah, vale! ¡Pues que te diviertas!

–  Sí, sí… adiós – me contestó, mientras se iba, casi huyendo.

Me quedé mirando cómo se alejaba por el pasillo. Era bastante esbelta, con unas piernas largas y torneadas, y un culo bien firme, propio de su edad.

Desde el interior del piso oí la voz de Macarena.

–  ¡Pasa, pasa, que me estoy vistiendo!

–  ¡Tranquila! Si por mí no hace falta que lo hagas - bromeé en voz alta, mientras entraba en el piso y cerraba la puerta.

–  ¡Calla tonto! y saca un par de birras fresquitas, que ya salgo – respondió, entre risas.

–  ¡Ok!

El piso tenía un salón comedor no demasiado grande, con una cocina abierta, una pequeña mesa de comedor y un futón en el suelo, a modo de sofá. El aire acondicionado funcionaba a pleno rendimiento, y se estaba bien fresquito, cosa que se agradecía, con el calor que caía fuera…

Fui a la nevera, y abrí un par de botellines, cuando Maca entró en la sala.

Llevaba un vestido rojo de tirantes, veraniego y que resaltaba su bronceado, y unas chanclas. Me pareció que no llevaba nada debajo, al menos de sujetador, y debía acabarse de duchar, porque llevaba el cabello húmedo, recogido en una coleta.

–  ¿Qué tal, compi? ¿Te ha constado mucho de encontrar?

–  No, que va… ha sido bien sencillo. Pero al llamar a la puerta me ha abierto tu compañera…

–  Ah sí… Belén.

–  … la verdad es que se ha ido sin apenas hablar, y tampoco me ha dicho cómo se llamaba. No me habías contado que tenías compañera de piso.

–  Sí, desde hace un par de meses. Es una chica un poco tímida… un poco rara. Pero seguro que te habrás fijado bien en ella, porque es bien mona…

–  Pues sí, bastante mona – no quise entrar en valorar el tema físico, por cortesía – me ha parecido bien joven… ¿es estudiante?

–  No, que va. Creo que estudió secretariado internacional, o algo así, y ahora está buscando trabajo. Pero sí, es muy joven… ¡un yogurín de 23 años! ¿Nos sentamos?

Nos tiramos sobre el futón, y nos apalancamos, dando sorbos a las cervezas.

–  Todavía no hemos tenido tiempo de comprar un sofá más ortodoxo, pero la verdad es que el futón es super cómodo.

Al sentarse, su corto vestido descubrió sus muslos, y el fresquito hacía que sus pezones se notaran a través del fresquito, con lo que costaba dejar de repasar su cuerpo disimuladamente, mientras no dejamos de hablar de su compañera, y mi amigo empezaba a despertar.

–  Así que un poco rara…

–  Sí… es una chica callada… pero a mí me parece que es una mosquita muerta.

–  ¿Ah sí?

–  Sí… tengo la sensación de que es una de estas chicas que parecen tímidas y buenas nenas, pero luego… ¡Bueno, te enseño un poco el pisito?

–  ¡Vale!

Nos levantamos y nos dirigimos al pasillo.

–  No es muy grande; sólo tiene dos habitaciones y un baño compartido, pero las habitaciones son espaciosas. Mira, esta es mi habitación.

Efectivamente, su habitación era suficientemente grande para no agobiarse, y disponía de un buen armario. Reparé en un vibrador, de ese tipo micrófono, encima de la mesita de noche.

–  Vaya – Comenté, señalando la mesita de noche con la mirada – parece que te lo pasas bien, antes de ir a dormir.

–  ¡Oye! – contestó, ruborizándose un poco – ¡que eso lo utilizo para darme masajes!

–  Sí, sí, ¡masajes… de los buenos! – Respondí, con sorna – De los que te dejan bien relajado, ¿no?

–  Que nooo. Lo cojo, y luego lo vas a probar, ya verás.

Así que lo pilló, y salió de la habitación.

–  Esta es la habitación de Belén – oí, desde la habitación contigua.

Chafardeando

Entré después de ella. La habitación era similar, también con una buena colección de muebles y decoración de Ikea.

–  También es chula, su habitación – dije, cortésmente, antes de que se me ocurriera una travesura – Seguro que alguna vez le has chafardeado las cosas, a Belén, si crees que es tan rara…

–  ¡Pero qué dices!

–  ¡Venga, va! ¿Miramos un poquito? – dije, mientras me dirigía a la cómoda que había al lado de la cama y abría el primer cajón – ¿a ver qué ropita interior se gasta?

Maca capituló a su curiosidad, y se acercó. El cajón estaba repleto de lencería fina.

–  ¡Vaya con la mosquita muerta! – exclamó Maca, cogiendo unas braguitas y abriéndolas al aire – esta tanguita es minúscula.

–  Pues sí… cada vez me está dando más morbo, tu compañera de piso.

–  ¡Oye! ¿Cómo puedes? – respondió Maca con un mohín celoso, a la vez que me daba una palmada en el brazo de reprobación.

–  ¡Mujer… que uno no es de piedra! A ver qué tenemos aquí…

Al abrir el segundo cajón, Macarena se llevó la mano a la boca, escandalizada.

–  ¡Madre mía!

En el cajón descubrimos un consolador con arnés, de buen tamaño, y una pequeña colección de juguetes sexuales, entre los que había algunas esposas y accesorios similares. A Macarena le faltó tiempo para tomar el arnés y mirárselo con interés y sorpresa, mientras yo advertía cómo sus pezones de erizaban a través de la fina tela del vestido.

–  Pues sí que tu compañera tiene una vida oculta – dije, con estupefacción – ¿Qué hay en ese estuche?

Macarena abrió la cajita, y dentro encontró pequeñas joyitas.

–  ¿Aquí guarda los pendientes?

–  Joder, Maca, mira que a veces pareces mojigata… eso no son pendientes, son piercings.

–  ¡Pero si no lleva, que la he visto en bikini la piscina!

Me volví, y miré a los ojos de Macarena unos segundos, hasta que abrió los ojos como platos, al darse cuenta de lo que le quería hacerle entender.

–  Vaya, vaya, vaya… pues al final tenía razón – respondió mi amiga – esta chica es toda una viciosilla.

–  Sí, sí… los fines que se queda sola en el piso…, esto debe ser un festival del vicio – dije, riéndome.

–  Calla, calla, que ahora ya no la podré volver a mirar de la misma manera – contestó apurada, mientras se mordía disimuladamente el labio.

–  ¡Uich! Ya imagino el festival del bollo, en este piso…

–  ¡Venga, va! ¡Vámonos! ¡pervertido!

Así que volvimos al salón, a repanchingarnos en el futón, cerveza en mano.

El vibrador

Estuvimos hablando un rato de cosas variadas, chismorreos del trabajo, temas personales, hasta que cambió de tema…

–  ¡Venga!, ponte de espaldas, que vas a probar mi vibrador.

–  ¡Oooye! ¿Qué me vas a hacer? – contesté, haciéndome el escandalizado.

–  ¡Vaaa! Que tienes que probar el masajeador

–  Bueno, vale… pero ojo con lo que haces, ¿eh? – advertía, mientras me estiraba boca abajo.

Macarena se sentó sobre mi espalda, con las piernas abiertas, y enchufó el aparato a la corriente, antes de empezar a pasármelo por la espalda. La vibración era considerable, y la verdad es que me estaba gustando.

–  ¡Coño! ¡Cómo vibra este bicho!

–  ¿A qué sí? ¿A que da gustito?

–  ¡Pues sí… y tu amiga haría maravillas, con él!

–  ¡Jolines! Se te ha quedado en el cerebro, ¿eh? – respondió, con un punto de celos - Pues que sepas, que no sólo masajeo mi espalda, con este cacharro – afirmó, con un tono retador.

–  ¿Ves cómo lo sabía? ¡Sabía que también te dabas buenos festines, con el micrófono este!

–  Pues la verdad es que sí – contestó, mientras seguía masajeándome la espalda.

Nos quedamos en silencio, yo cerrando los ojos y disfrutando del masaje, y ella trabajando mi espalda.

Me pareció notar, sin embargo, cómo se movía en vaivén sobre mi trasero, como si se estuviera frotando. Esa idea pasajera, e imaginarme a su compañera Belén, estaban haciendo que mi amigo endureciera por momentos.

–  ¿Puedo confesarte una cosa? – me preguntó quedamente.

La cosa se estaba poniendo interesante. Ya sabía que la cerveza le hacía efecto con cierta rapidez, por ser una chica menuda, y todo el tema de su compañera le había afectado, por mucho que se esforzara en disimularlo.

–  ¡Adelante, dime!

–  Cuando tengo orgasmos, eyaculo – afirmó, brevemente.

–  Hombre, si te pones a jugar con este maquinón de vibrar, es lo más normal. – Respondí con desenfado, mientras mi pene se ponía duro como una piedra ante su confesión.

–  Sí, es muy curioso. Algunas veces, incluso he cogido un vasito, para ver cuánta cantidad salía…

Esa confesión era más de lo que necesitaba para ponerme extremadamente burro. Notaba como sus movimientos eran menos sutiles, y mi pene empezaba a dolerme, endurecido como una piedra y aplastado contra el sofá. Necesitaba una salida a esa situación, porque estaba a punto de explotar.

–  ¿Tienes otra cerveza?

–  Sí, claro. La mía también se ha acabado.

Se levantó de mi trasero y se dirigió a la nevera. Desde mi posición baja podía observar sus bonitas piernas, casi hasta su trasero.

La situación estalla

Me decidí a hacer caso de las señales, y pasé a la acción: me levanté, y caminé hacia ella, mientras abría la puerta de la nevera y buscaba las cervezas.

Me acerqué por detrás, y pasé la mano por el muslo, de abajo arriba, hasta llegar a sus nalgas, mientras esperaba a que se levantara y me girara la cara de una bofetada.

–  ¡Vaya! Tanto tiempo mirando, y al final te has lanzado a tocar, ¿eh? – Me dijo, sin apenas girar la cabeza.

Me tomé su respuesta como una invitación a avanzar, y levanté su vestido, dejando su bonito trasero expuesto, mientras ella se acomodaba apoyando sus manos en la nevera y abriendo levemente sus piernas. El hilo de una tanguita, roja como el vestido, se metía entre sus bonitas nalgas, y desde atrás podía ver sus labios abultados bajo la mojada tela.

Me arrodillé, olí aquel culito con marcas de tomar el sol y recién salido del baño y aparté a un lado la lencería para incrustar mi boca en su sexo.

Mi lengua se puso a explorar ávidamente el interior de su vagina, mientras mis labios succionaban con toda la intensidad que podía, parando solo para tomar aire, hasta que me detuve, y con ambas manos separé sus suaves nalgas, dejando a la vista su agujerito palpitante, que se abría y cerraba al ritmo de sus suspiros.

Mi lengua empezó a juguetear con la entrada a su trasero, que se dilataba y contraía rítmicamente, y ella se mantenía en silencio, gimiendo y suspirando.

Me incorporé y me bajé los shorts, liberando mi dolorido pene. Con una mano lo agarré, lo metí entre su tanga y su mojado coñito y lo empecé a lubricar, frotándolo, hasta que me interrumpió.

–  ¡Para, para!

–  ¿Qué pasa? – pregunté con sorpresa, mientras los dos nos incorporábamos.

Se giró y se arrimó a mí, acercando sus labios a los míos. Notaba el cálido aliento de su pesada respiración, y su traviesa lengua empezó a jugar con mis labios, sensualmente, antes de morderlos con suavidad, mientras me decía:

–  Estoy muy cachonda… y si me la metes… me correré al instante… y quiero que esto dure más.

Correspondí a la invitación, y nuestras lenguas iniciaron un sensual baile, mientras le murmuraba:

–  Así que estás cachonda… ¿Por mí, o por tu compi de piso?

Mi mano se había deslizado otra vez bajo su ropa interior, y dos de mis dedos se deslizaban dentro de su encharcado sexo.

–  ¡Ufff! – jadeaba, echando su cabeza atrás – Por ti… por ella… y si me pongo a pensar en los dos… ¡me corro sin que me toques!

–  Pues estamos igual, porque estoy a punto de explotar

–  ¿Ah sí? ¿así que no me vas a aguantar hasta el final? – preguntó, con tono burlón, mientras me empujaba hacia atrás, haciéndome sentar en una silla del comedor.

Los tirantes de su vestido se habían deslizado y ahora mostraba sus bonitos pechos, como melocotones, con unas areolas de tamaño medio y unos pezones bien duros y salidos.

Se arrodilló ante mí, me hizo abrir las piernas y agarró mi polla, que apuntaba al techo, con suavidad.

–  ¡Mmmh! Vas bien calzado… ¡y qué dura que está! ¡Sí que está a punto de reventar!

Empezó a masturbarme suavemente, mientras dejaba caer saliva sobre sus pechos. Acercó sus tetas y acarició sus pezones húmedos de saliva con mi polla, antes de lamer delicadamente el líquido preseminal que brotaba del glande y sin dejar de acariciar el tronco en un movimiento que cada vez era menos suaves. Yo notaba la dureza de sus pezones en la punta de mi pene, y ella estaba totalmente concentrada en sus movimientos, absorta y con la boca entreabierta.

Mi polla empezó a dar nerviosos saltitos de excitación, avisando de un final anticipado, que rompieron su concentración. Reaccionó parando la masturbación y apretando con fuerza el tronco de mi verga, mientras sus ojos me observaban fijamente a través de sus gafas.

–  No, no, no… vas a tener que esperarte un poco, chico…

–  ¿No me vas a comer la polla?

–  Y tanto que te la voy a comer, nene…

Agarrando con fuerza mi verga por la base, lamió el tronco varias veces, de abajo arriba, dejando caer más saliva sobre él mientras sus ojos no dejaban de mirarme, casi sin pestañear. Mi polla estaba llena de babas cuando se empezó a golpear la cara con ella, antes de masturbarme con fuerza mientras se introducía mis cojones en la boca.

Estaba viendo cómo aquella compañera de trabajo, risueña y divertida en la oficina, se convertía en una zorrita viciosa y desinhibida en la intimidad.

–  Así que quieres que te la coma, ¿eh? – preguntó, entre jadeos.

No me dio tiempo de contestar, porque de repente se tragó mi cipote de golpe, arrancándome un grito de placer-

–  ¡¡¡Aaagh!!! ¡¡Síííí!! ¡¡Asíiii!!

Mi polla entraba y salía de su cálida boca en movimientos largos y pausados, y yo podía notar cómo succionaba con fuerza, pero su mano no dejaba de agarrar su base con vigor. De vez en cuando se sacaba mi polla de la boca para tomar aire, dejando escapar hilos de saliva que caían al suelo, y me pajeaba con fuerza durante unos segundos; antes de volver a metérsela en la boca. Y así estuvimos un buen rato.

–  Joder, Maca, eres una ninfa. Esto es una maravilla.

–  ¿Tú crees que la mosquita muerta de mi compañera lo haría mejor?

Su mano liberó mi pene y me agarró las nalgas. Noté como hacía el esfuerzo de meterse la polla hasta el fondo de la garganta, y con mis manos sujeté su cabeza por la coleta. Empecé a hacer un movimiento de vaivén con mi cadera, follándole la boca, mientras ella aguantaba estoicamente.

–  ¡Hostias!, estoy a punto de correrme…

Liberó su pelo de mis manos y se sacó mi polla de la boca, sujetándola firmemente otra vez.

Acercó mi polla a su boca abierta, y empezó a pajearme con fuerza, mientras su lengua acariciaba mi glande.

–  ¡Córrete en mi boca! – ordenó, mientras aumentaba el ritmo de la masturbación.

Empecé a notar como todos mis músculos se tensaban. Mi orgasmo llevaba con una intensidad que hacía tiempo que no gozaba.

–  ¡¡Síííí!! ¡¡Síííí!! ¡¡Me corro!! ¡¡Me corro!! ¡¡Chupaaa!!

Finalmente, mi polla explotó en su lengua. Habitualmente tengo eyaculaciones abundantes, pero en esta ocasión, tanta tensión hizo que la corrida fuera extraordinaria, disparando numerosos chorros de lefa en su boca, pero también sobre su cara, que quedó llena de leche, así como sus gafas. Maca continuaba masturbándome, relamiendo mi verga, hasta que me sentí totalmente exprimido.

–  ¡Pero cómo me has puesto, machote! – dijo, jocosamente.

–  ¡Ufff! Habitualmente soy lechero, pero esta vez me has tenido a punto de reventar mucho tiempo… – contesté, agotado – estaba muy cachondo.

Se incorporó, y se sentó en mi regazo a horcajadas.

–  Pues yo todavía no he acabado… no me vas a dejar así, ¿no?

Acercó su boca a la mía y, para mi sorpresa, compartió mi corrida en un beso largo y lascivo, frotando su mojada entrepierna con mi polla, sin dejar que se deshinchara.

Era mi primera vez con un beso blanco, pero me dejé llevar por la situación. No sólo saboreé mis jugos de la boca de Maca, sino que mi lengua limpió los restos que todavía quedaban en sus mejillas.

–  Tenía pendiente una cerveza – dijo, de repente, saltando de mi regazo.

Cogió una cerveza de la nevera, la abrió, y se subió a la mesa del comedor, enfrente mío, medio recostada y con las piernas abiertas. Me mostraba su sexo, que transparentaba bajo la mojada tela de su tanguita rojo.

Bebía en tragos largos y abundantes, para saciar su sed y compensar el calor, y el helado líquido se derramaba de sus labios y mojaba sus bonitas tetas, mientras con la otra mano apartaba a un lado el triángulo de su tanga, para mostrarme su húmedo coñito, perfectamente rasurado, exceptuando un mechoncito de vello, y con una paloma tatuada en su ingle.

Sin dejar de clavar su mirada en mí, continuó bebiendo sensualmente mientras sus traviesos dedos jugueteaban con su clítoris. Su boca entreabierta no dejaba de esbozar una sonrisa de placer.

Segundo asalto

Mi verga respondió al estímulo visual, creciendo y endureciéndose por momentos, ante la mirada de satisfacción de mi compañera de oficina.

–  Veo que vuelves a estar a punto… espero que no necesites una invitación…

Me levanté y me acerqué a la mesa.

Ella me ofreció el botellín de cerveza y bebí un refrescante trago de esa cerveza helada.

Me incliné y succioné uno de sus pezones, y luego el otro. Al principio jugueteaba con ellos con mi lengua y notaba cómo se endurecían, y también les daba mordisquitos, saboreando la cerveza derramada sobre ellos.

Oyendo los agitados gemiditos de Maca cuando le mordía los pezones, aumenté la presión, notando el placer que esto le daba, y estiraba con mis dientes para arrancarle grititos de dolor.

Tiré de Maca hacia el exterior de la mesa y me senté en la silla, dejando su culo medio colgando y apoyando sus piernas sobre mis hombros. Arranqué el tanga de un tirón y le incrusté la boca en el coño. Mi lengua lo recorría arriba y abajo, mientras ella aprisionaba mi cabeza con sus manos.

–  ¡Mmmh! ¡Joder! Realmente tu lengua sirve para algo más que hablar – bromeó, entre jadeos.

Mientras me comía su sexo con fruición, quise ir un poco más allá: mojé un dedo en su sexo y lo deslicé a su puerta posterior, acariciando su ano y presionándolo con suavidad.

Al notarlo, giró su cadera para darme mejor acceso, y yo, atendiendo a su invitación, empecé a follarle el culito con mi dedo, pausadamente, mientras mi boca seguía lamiendo su sexo y succionando su clítoris.

–  ¡Joder! ¡me vas a matar, cabrón! – gritaba desencajada – ¡levántate! Quiero ir al sofá.

Obedecí a su orden y me levanté, pero se colgó de mi cuello con sus brazos y acercó su cara a la mía para lamer lascivamente mis labios.

–  ¡Uhmmm! ¿así sabe mi sexo? ¿Te gusta mi sabor? – susurró, antes de que nuestras bocas se unieran en un húmedo beso y ella dejara deslizar su vestido al suelo.

Después de un rato comiéndonos la boca, se desprendió de mí, me cogió de la mano y me hizo seguirla al sofá, moviendo sensualmente ese culo respingón.

Me hizo estirar en el futón, y se sentó a horcajadas sobre mis piernas, cogiendo mi otra vez duro pene y acariciándolo.

–  Veo que estás preparado para más

Deslizó su cadera hacia arriba, hasta que mi polla quedó aprisionada entre mi vientre y su sexo, y empezó a mover su cadera en vaivén, frotándose, mientras cerraba los ojos.

En un momento dado, levantó su cadera un poco para liberar mi polla, que se puso derecha como un resorte, la apoyó sobre la entrada de su sexo y se dejó caer, empalándose.

–  ¡Mmmh! Tú no te muevas.

Obedecí y dejé que ella llevara la iniciativa. Su cadera se movía adelante y atrás, montándome y frotando su pubis contra el mío en el bombeo.

Se recostó sobre mi pecho, sin parar de moverse. Yo me limité a apoyar mis manos sobre su fantástico trasero para acariciarlo, mientras notaba su pesada respiración y sus gemiditos en mi cuello.

–  Me encanta que me den en el culito – me invitó, susurrando melosamente.

Le di una buena palmada en el trasero.

–  ¡Mmmh! – gimió – Dame más fuerte…

Volví a darle, esta vez con mayor convicción, mientras le preguntaba, por pura curiosidad.

–  ¿Te gusta que te azoten?

–  ¡!Mmmh!!! ¡¡Síííí!! ¡¡Me encanta!! – contestó suavemente, mientras aumentaba el ritmo de la cabalgada y me mordía el cuello – pero me gusta mantener el control.

–  Interesante, interesante… - respondí, despreocupadamente, mientras le daba otro buen par de palmadas en el culo.

–  ¡!Aaagh!!

Se volvió a incorporar, apoyando sus manos en el pecho, y su cadera empezó a moverse en movimientos circulares, con los ojos cerrados, en un trance, dándome la sensación de que estaba utilizando mi cuerpo para darse placer.

De repente, salió de su trance y me miró con los ojos brillantes.

–  ¡Te tenía que enseñar algo!

Me quedé sorprendido, no sabía qué le pasaba por la cabeza, pero algo me decía que no me desagradaría.

Se movió hacia atrás, apoyando sus manos en mis rodillas, me miró con cara de traviesa, y me dijo:

–  ¡Ahora sí que lo vamos a disfrutar!

Me pregunté si hasta ahora no lo habíamos hecho…

Agarró mi polla con la mano, haciéndola salir de su caliente vagina y, levantando la cadera, la apuntó a su ano mientras empujaba con un lento y certero movimiento.

–  ¡Uffff! ¡Me encanta!

A pesar de su grosor, mi polla invadió lentamente su glotona entrada posterior, hasta que quedó totalmente encajada.

–  ¡Joder! – exclamé – tienes el mejor culo de la empresa, y además sabes utilizarlo…

–  Bueno, cariño… tú también sabes muy bien cómo sacarle provecho a un buen culo… Ahora espera, que viene lo bueno.

Cogió el masajeador, que habíamos dejado enchufado en el suelo, lo conectó, y lo apretó contra su coño. Empezó a mover las caderas rítmicamente, arriba y abajo, y yo notaba cómo mi polla entraba y salía de su culo en movimientos largos y pausados, notando también las vibraciones de aquella máquina diabólica.

Ella se movía suave y sensualmente, con los ojos cerrados y una mueca de sereno placer, en una especie de trance sexual, sin dejar de gemir sonoramente.

–  ¡¡Aaagh!! ¡¡Aaagh!! ¡¡Síííí!! ¡¡Síííí!!

Sus firmes pechos, con sus puntiagudos pezones apuntando al techo, me tenían hipnotizado, y me limitaba a sujetarle las caderas y acompañar su movimiento, mientras me concentraba en la placentera sensación de notar como mi polla perforaba lentamente su prieto culo, una y otra vez.

Fue aumentando la cadencia de sus movimientos, cada vez más firmes, en una carrera final hacia el orgasmo a la que me uní.

Su sexo me miraba, palpitante ante la fuerte estimulación que estaba recibiendo, y entonces me vino a la cabeza la confesión que me había hecho minutos antes, justo cuando su cuerpo empezó a convulsionarse en un fuerte orgasmo

–  ¡Me corro! ¡Me corro! – empezó a gritar entre jadeos – ¡¡¡¡Aaagh!!!!

Su coño empezó a disparar chorros de líquido sobre mi pecho, con fuerza. Algunos incluso me alcanzaron la boca, y no dudé en relamerlos, mientras agarraba con fuerza su cintura y perforaba su culo con mayor fuerza, notando la proximidad de mi corrida.

–  ¡Aaagh!¡Aaagh!¡Diósssss! – gritaba, mientras se desahogaba en una larga corrida.

–  ¡Voy! ¡Voy! – gruñí

–  ¡Lléname el culo! – contestó, soezmente

Noté como me venía otro torrente de leche, que le inundó el culo.

–  ¡Sí ¡Sí! ¡Noto tu corrida! – Gritó - ¡Qué gusto!

La sensación de notar mi leche caliente en su recto desencadenó en ella una segunda eyaculación, que mojó mi vientre.

Yo estaba superado por la situación, cuando ella empezó a bajar el ritmo, relajadamente, hasta que desencajó su trasero de mi pene, aún duro como una piedra.

Su ano se abría y cerraba espasmódicamente, y mi leche empezaba a gotear.

–  ¡ha sido bestial! – exclamó, mientras llevaba sus dedos a su trasero – ¿harías una cosa por mí? ¿algo que siempre he deseado hacer tras un polvo?

–  Cuanto más te conozco, más miedo me das – respondí, con tono escéptico – pero bueno… ¡dispara!

Ante mi atónita mirada, Maca se deslizó sobre mi pecho y puso su entrepierna sobre mi cara, sujetándose con el respaldo del sofá.

–  Cómeme el culito como has hecho antes, porfa…

En seguida me di cuenta de sus intenciones, estaba claro que a Maca le gustaba que su pareja probara de su propia “medicina”, pero después de la sesión de sexo que me había dado, no protesté mucho.

Mi lengua empezó a juguetear con su ano, y ella lo abrió, dejando caer mi corrida, que parecía haber sido otra vez bastante abundante. Aun así, rebañé bien su culito, y lo dejé bien limpio.

Cuando acabé, le di una palmada en el trasero, y ella volvió a deslizarse hacia abajo, uniéndonos en un húmedo beso y compartiendo la corrida, abrazados.

–  Me lo he pasado súper bien - me dijo – ¿y a ti, te ha gustado?

–  ¿Qué si me ha gustado? ¡Ha sido uno de los mejores polvos de mi vida, y sigo cachondo como un mono! Seguro que lo tenías todo planeado.

–  ¿Planeado? Pues no. A ver… sí que algunas veces había fantaseado con montármelo contigo, pero hoy no estaba en los planes. Lo que pasa es que lo de mi compañera de piso me ha puesto bien cachonda, y…

–  ¡Ah vale! Ahora tendré que agradecerle a tu compañera de piso que hayamos follado así… - le dije, haciéndome el molesto.

–  ¡Que no, tonto! Mira… ¿sabes qué?

–  ¿Qué?

–  ¡Pues que es hora de ir a bañarnos, que por eso has venido! – contestó, cambiando de tema.

Mis ojos se abrieron como platos, viendo cómo se levantaba tranquilamente.

–  Co… co… ¡¡¿Cómo?!!

–  ¡Venga hombre! Vamos a la piscina, y continuamos hablando – me contestó, de camino a su habitación – voy a ponerme el bikini. Tú has traído bañador, ¿no?

–  ¡Sí, claro! – contesté, bastante indignado

–  ¡Pues venga, cámbiate!...

Mi cara de estupefacción era un poema. Pero me armé de paciencia, y fui a buscar mi bañador para ir a la piscina.

En la piscina

Macarena salió de la habitación en bikini. Un dos piezas de color blanco muy atrevido. La braguita brasileña dejaba al descubierto buena parte de sus bonitas nalgas, y por la parte frontal era tan baja que apenas podía cubrir el mechón de vello de su sexo. La parte superior, de cortinilla, permitía que sus pechos asomaran por los lados de la tela.

–  ¡Madre mía! ¿No tienes algo más pequeño? – pregunté, irónicamente.

–  ¿Te gusta? Me lo he comprado para ir este verano a Formentera. Para esta piscina tengo otro más recatadito, que hay vecinos con niños, pero tenía ganas de estrenarlo, y ya te dije que estos fines de semana todo el mundo se va fuera.

–  Bueno, bueno, tu misma – respondí – pero si vas así, no respondo de mí…

Maca me miró a los ojos, juguetona…

–  ¿Ah no? No sé si te atreverías…

Maca se giró sonriendo alegremente afuera, dejando que me quedara hipnotizado con el baile sexy de sus nalgas al caminar.

El piso de Macarena era una planta baja, y tenía acceso directo al recinto de la piscina desde su terraza. Con el calor que hacía, y para refrescarnos tras la sesión de sexo, la verdad que apetecía un buen baño, así que me remojé un poco en la ducha, y me tiré a la piscina. Maca hizo lo mismo, detrás de mí.

Ella nadó un poco y enseguida salió de la piscina y fue a la zona de tumbonas para tomar el sol. El agua de la piscina estaba bien fresca, y me apetecía mucho, así que me quedé nadando un rato, observando como Maca se tumbaba, se ponía las gafas, y revisaba su móvil.

Finalmente salí, y me dirigí hacia donde descansaba Maca, pero al llegar, me volvió a sorprender.

Mi colega de trabajo estaba recostada sobre el respaldo de la tumbona y con las piernas abiertas. Una mano sujetaba a un lado la tela de su braguita, dejando a la vista su sexo, y en la otra sostenía un pequeño vibrador con el que se acariciaba el clítoris.

Estaba tan concentrada en el placer que se estaba dando, que no reparó en que me acercaba por detrás. Estuve observándola un rato, mientras mi verga volvía a elevarse otra vez. Sus ojos estaban entornados, y gemía silenciosamente a través de sus labios entreabiertos.

–  ¿De dónde has sacado a tu amiguito?

–  Mmmh… se lo he cogido prestado a Belén, cuando he ido a cambiarme

Mis manos se pusieron encima de sus pechos, y empecé a acariciarlos por encima del bikini.

–  ¿Y no te de vergüenza, masturbarte aquí, a la vista de todos los vecinos? – le regañé.

–  Ya te dije que estaríamos solos.

–  Además, te vas a quemar, aquí al sol.

Cogí la botellita de protector solar, eché un chorro sobre su vientre y sobre su pecho, y empecé a extenderlo por toda su piel, mientras ella no dejaba de masturbarse, suspirando profundamente con los ojos cerrados.

–  ¿Te acuerdas de aquel día que te conté lo de tener una aventura con una chica?

–  Sí, me acuerdo… claro que me acuerdo…

–  Pues ahora me estoy imaginando a Belén, comiéndome el coñito – me dijo.

Sus endurecidos pezones se marcaban a través del bikini como dos pitones.

Maca se incorporó un poco y me senté detrás suyo, dejando que apoyara su espalda sobre mi pecho.

Desde atrás, deslicé mis manos por los laterales del bikini y acaricié sus tetas con suavidad, amasando sus pechos con la crema protectora; mis dedos visitaban fugazmente sus pezones, para pellizcarlos con fuerza a lo que Maca respondía con suaves gemidos de placer, sin dejar de jugar con el pequeño vibrador.

Al cabo de unos minutos jugando, se puso de rodillas sobre la tumbona, levantando su trasero, y me pidió sensualmente:

–  ¿Me comes como tú sabes?

Me senté detrás de ella, y me estuve un rato acariciando y admirando ese redondito culo en pompa.

–  Te he dejado el vibrador a mano, para que no lo pierdas

Otra vez estaba sacando su lado oscuro de putita viciosa. Efectivamente, se había dejado el mini vibrador introducido en su ano, que se contraía rítmicamente al ritmo de la vibración.

No lo resistí y me lancé a devorar su sexo. Con una mano apartaba la tela del tanga, y con la otra dirigía los movimientos del vibrador en su culito mientras mi lengua exploraba su sexo a fondo. Maca tenía enterrada la cara en la toalla para evitar que sus gemidos de placer se oyeran por todo el vecindario.

Después de varios minutos chupándole el sexo, Maca empezó a agitar sus caderas, señalando su inminente orgasmo.

–  Me corro… ¡Mmmh! … me corro… ¡Mmmh!

Y así, mi compi de piso tuvo su orgasmo en medio de la piscina comunitaria, inundando mi boca con su corrida.

Acabó extenuada, tendida sobre la tumbona, y yo me levanté para volver a darme otro refrescante chapuzón en la piscina.

Cuando acabamos de refrescarnos y secarnos, recogimos nuestras cosas para volver a casa.

De camino a su puerta, atravesando el jardín, Maca sólo me dijo una cosa:

–  Esta semana me voy a enrollar con Belén… y tú lo vas a ver.