Coleccionista de amantes (Yo) 2
Este es un prólogo con vibadores,tríos y amor libre en general. Bib continua explicando cómo es ella antes de empezar a enumerar los hombres y mujeres que han pasado por su vida.
Antes de empezar a enumerar los diferentes amantes que he tenido creo que debería hacer un resumen sobre cómo funciono, mis preferencias y contar a grandes rasgos mi relación con los demás.
Los dormitorios de matrimonio suelen tener armarios dobles, una mitad para ella y la otra para él, en mi caso tengo una mitad para mi ropa, que me gusta renovar cada temporada, y lo otra es del hombre que llevo dentro donde guardo vibradores, condones, lencería para todos los gustos, lubricantes, esposas, fustas, falos de diversos tamaños y clases, disfraces de todo tipo… Ese es mi rincón favorito del piso. Cuando estoy estresada o tengo un rato libre abro de par en par el armario y elijo el juguete o juguetes con los que más me apetece pasar el rato.
Cuando la ocasión es propicia, y el hombre que me acompaña está de acuerdo, uso mis juguetes con ellos, pero como la mayoría son amantes de paso no procede ni siquiera el intercambio de teléfonos o la frase de cortesía: te llamaré .
Una tarde de otoño en la que estaba aburrida me quedé en la cama acompañada por mis juguetes. Estaba con el fabuloso conejito retozando por segunda vez. La humedad descendía por mi vulva hasta el ano y empapaba la sábana. La rotación del prepucio acariciaba las paredes de mi cueva, sentía las perlas girar dentro de mí y la vibración iba en aumento. El conejito atrapaba con sus orejas mi clítoris hinchándolo por momentos. Jadeaba con cada penetración que acariciaba el montículo del punto G, tenía los ojos cerrados para concentrarme en cada sensación, en cada convulsión de mi cuerpo y en los pellizcos que mi otra mano daba a los pezones. La piel estaba impregnada de sudor, las caderas se elevaban con cada embate y las piernas estaban en tensión. Puse al máximo la vibración del conejo y la verga rotativa giraba a toda velocidad mientras mi espalda se arqueaba ante la proximidad del éxtasis. Los jadeos se convirtieron en gemidos ahogados. Apreté con fuerza mis pechos al sentir que iba a explotar. Me follé con más intensidad, acuchillando el clítoris y machacando mi interior. Grité al sentir primero el orgasmo vaginal y cuando el del clítoris respondió me retorcí y convulsioné como si estuvieran estrujando mi alma como un papel. Los temblores del cuerpo me hicieron chillar a como una loca. Mantuve el conejo dentro de mí para que estimulara en los dos puntos donde se estaban concentrando los orgasmos.
El placer fue decayendo, mis extremidades empezaron a relajarse, a la vez que los gritos volvieron a ser jadeos saqué el juguete y lo apagué. Estaba deleitándome con las últimas sensaciones del orgasmo, sin pensar en nada, saboreando esos instantes de felicidad cuando llamaron al timbre. Resoplando al borde del cabreo me puse una bata de satén y abrí la puerta, era Sara, mi mejor amiga.
-Te he pillado durmiendo –dijo al verme el pelo revuelto y en bata.
-No estaba con mi vibrador –contesté dejándola entrar y con un gesto que quería decir: eso es mucho peor .
-Lo siento –dijo cortada por mi contestación. Su expresión se volvió lozana y entró-. De eso venía a hablarte. Tengo que escribir un artículo sobre juguetes sexuales y las preferencias de los consumidores, así que venía para hacerte una especie de sondeo.
-Me alaga que hayas pensado en mí –dije con sinceridad y una amplia sonrisa picarona.
-No conozco a nadie con menos tabúes y que le guste tanto este mundo como a ti.
-Ven conmigo, te voy a enseñar mi paraíso –dije cogiéndola de la mano.
La llevé a mi dormitorio que tenía las sábanas revueltas y el conejito todavía estaba sobre la cama. Sara lo vio, pero no dijo nada. Abrí el armario y los ojos de Sara refulgieron con una sonrisa de ilusión. Pasamos horas hablando de ellos y para lo que los usaba. Cuando publicó su artículo, que apareció en portada, me regaló el que es actualmente mi vibrador favorito. Es un llavero del tamaño de un dedo meñique, plateado, con estrías y tiene mi nombre grabado, lo llevo junto con las llaves de casa porque no parece un vibrador y en más de una ocasión me ha servido para gozar fuera de casa sola o con compañía.
En mi trabajo, que os recuerdo era organizadora de eventos (cumpleaños, bodas, fiestas, etc.) tengo la suerte de relacionarme con los tipos de amantes que prefiero: casados y novios a punto de casarse. Los primeros me gustan porque no buscan compromiso, sólo quieren un buen polvo y volver a casa con su esposa; los segundos me gustan porque no tienen el valor de dejar a su novia en la víspera de la boda y menos por la organizadora del evento. En mi defensa diré que les doy un trato profesional y sin ningún tipo de insinuación, pero si él va a por mí y me ofrece su polla… pues mira, una no es de piedra y yo no tengo nada que perder, además me ofrecen lo que busco: sexo sin compromiso.
También me gustan los tríos: dos mujeres y hombre o dos hombres y una mujer, da igual. He probado los dos y he admitir que prefiero dos hombretones para mí, pero es difícil encontrar dos tíos que estén dispuestos a eso. El día que cumplí treinta decidí darme un homenaje, ¿para qué sino trabajaba tanto y era una profesional con éxito en mi sector? Contraté a dos gigolós durante tres horas para que mimaran y proporcionaran múltiples orgasmos a la cumpleañera que se humedecía con sólo pensar en su regalo doble de cumpleaños.
Ambos eran dos hombres llenos de músculos por todos lados, bronceados, tenían depilados hasta los huevos, una sonrisa de anuncio, olían de maravilla y eran altos. Para evitar confusiones con los nombres decidí contratar a uno rubio y al otro moreno, así con la excitación mientras follábamos no me equivocaría. Lo más importante es que los dos tenían un pene perfecto: veintidós cm. con un grosor ideal para llenarme y apenas se torcían. Los preliminares empezaron descorchando una botella de champagne y un trozo de tarta de fresas y nata. Tras saborear el primer bocado el rubio me dio un trozo con una picardía en la mirada que daba a entender que empezaba la acción, gemí con suavidad al meterme la cuchara en la boca y él cambió lo justo la trayectoria para mancharme la comisura del labio con la nata. Sonrió y se acercó. Lamió la comisura de los labios desde el lado opuesto, paseándose al filo de mi boca anhelante, hasta que se comió la nata acompañada un trocito de mi labio. Pringué un dedo en el plato que yo tenía y se lo ofrecí al moreno que había acortado las distancias, sonrió complacido y se comió todo mi dedo como si fuera una delicatesen.
El rubio se puso detrás de mí, pegando su miembro erecto contra mi culo, ya a través del pantalón y mi vestido me felicité por la buena elección del gigoló, me retiró el pelo del cuello, bajó la hombrera del vestido y sentí como untaba nata desde el lóbulo de mi oreja hasta el hombro. El moreno me besó en la boca con delicados toques de su lengua y luego apretándose con fuerza para restregarme su polla en mi tripa, otra elección acertada –pensé. El rubio empezó a lamerme desde el hombro y fue subiendo hasta la oreja, mientras el moreno me bajaba el otro tirante para dejar caer mi vestido al suelo, dejándome sólo con el tanga de encaje rojo. Untó mis pezones con un trozo de la tarta que yo sujetaba todavía, pero que estaba a punto dejar caer, bajó por el escote repartiendo besos hasta llegar al pezón izquierdo. Se puso a un lado para lamerlo con la punta de la lengua, poniéndolo más duro de lo que estaba.
El rubio cogió mi plato, se arrodilló delante de mí y metiendo el dedo en la tarta. Pintó una flecha en mi tripa apuntando a la zona centro de mi anatomía y un círculo alrededor del ombligo. El moreno pasó al otro pecho tras dejarme el primero bien hinchado. El rubio empezó a lamer y darme mordisquitos a medida que seguía la dirección de la flecha. Le sujeté la cabeza y metí mis dedos entre el pelo brillante como el oro, solté una de mis manos que fue a parar a la polla del moreno que gimió y tiró de mi pezón mientras seguía acariciando el otro pecho. El rubio, al llegar al ombligo atrapó mi culo con sus manos y lo masajeó con vigorosidad. Cuando terminó de lamer la nata le pasó el plato al moreno y me bajó el tanga que pesaba el doble por la humedad que lo empapaba.
El moreno se puso detrás, retiró mi pelo a los lados y sentí una pincelada desde la nuca hasta el principio del culo, marcó una equis en cada glúteo y me metió el dedo con un buen trozo de nata entre los carrillos, le oí reír con satisfacción cuando lancé un breve suspiro de sorpresa. El rubio subió serpenteando por mis piernas alternando los besos, con caricias y mordiscos en mis muslos. Me separó las piernas para acariciarlos por dentro. Creí no poder resistir más cuando el moreno empezó a comer desde la nuca con sus manos moviéndose por mis hombros, atrapando mis pechos para estrujarlos mientras el rubio subía por el interior del muslo haciendo cada vez más presión a medida que se acercaba al coño, paraba en la ingle y volvía a descender cuando empezaba la escalada por la otra pierna. Sentí un roce en mi coño y oí como aspiraba el olor de los flujos picantes que quemaban mis entrañas, me besó y mientras sus manos seguían con el masaje su lengua entró despacio entre mis labios exteriores para detenerse y pintar de arriba abajo mi sexo que gritaba desesperado: devórame ya . El moreno se puso de rodillas para comerse mis dos carrilleras con unos gemidos que parecían música celestial cuando se acompasan a las del rubio que metió unos de sus dedos dentro de mí sin ninguna dificultad, debido a los flujos que no dejaban de manar elixir de vida, y lo movió hacia él para sentir cómo el punto G estaba hinchado. Con los otros dedos abrió mis labios y su lengua comenzó a saborear la pócima mágica del placer. El movimiento de su dedo junto con la lengua cada vez más cerca del clítoris arrancó mis primeros gritos alzando mi voz por encima de las suyas. El moreno me abrió el culo con su lengua y luego, para acceder mejor, me separó los glúteos con la delicadeza de sus dedos, su lengua se centró en la entrada de mi ano mientras sus dedos jugueteaban cerca de él, sentí una ligera presión en el agujero que cedió enseguida por los restos de la nata, metió la punta y la movió despacio, introdujo un poco más. Sólo se escuchaban mis gritos de placer. Metió todo el dedo y lo giró mientras lo metía y lo sacaba con movimientos suaves.
El rubio seguía moviendo su dedo dentro de mí, presionando mi centro de poder, con su lengua ya concentrada en mi clítoris y su cara pegada a mí aspirando el dulce néctar. Las primeras oleadas surgieron desde lo más profundo. Las piernas me empezaron a temblar. Ambos con sus manos libres me sostenían con rudeza mientras sus dedos seguían trabajando las terminaciones nerviosas de mis entrañas. La apoteosis final vino acompañada de los alaridos que surgieron de mi garganta como una soprano. Ese fue el primer orgasmo de la noche y esa fue la primera noche de los próximos cumpleaños en la que, cada años, me homenajeo con un trío.
Después de tantos, ya he aprendido los nombres de los gigolós: Raúl y Pablo. Tengo sus números de teléfono en mi agenda especial llamada: ALF (Amigos Libres Folladores). En dicha agenda tengo la lista con los mejores amantes que he tenido y hecho mano de ella con asiduidad. Por desgracia, la lista va disminuyendo porque muchos han pasado a la agenda de GAC (Gilipollas Atados a un Coño), es decir, se han casado, comprometido o tienen novia. Por suerte, pretendientes no me faltan y los voy cambiando por otros igual de buenos.
Muchos piensan que soy una puta sin sentimientos, que lo único que hago es follar, pues bien, en parte es cierto, aunque a todos los que piensan así les diré que yo también me he enamorado y, al final, he sufrido por amor. Puede parecer que vivo en un castillo de frivolidades, orgías y fiestas, pero la realidad es que tengo un corazón libre, al que le gusta la aventura que depara cada día.