Colección de Juguetes VI

Juanito nunca ha sido gran cosa...aún así fue el juguete con el que experimenté por primera vez el placer de clavar un culo...

Colección de Juguetes (VI)

En un principio, mucho antes de imaginarme siquiera que podría hacerme con una verdadera colección de juguetes, cuando recién me hice con Juanito, lo dedicaba para el servicio de mis pies, para algún que otro juego divertido y para que me mamara la verga cada vez que me apetecía descargar mi calentura y no había por ahí ningún coño a la mano.

No se me había ocurrido que meter mi tranca en un culo pudiera ser incluso más placentero que meterla en un coño o que hacerse mamar.

La idea me vino viendo una película en la que una tipa era sodomizada violentamente por un enorme negro.  Hacía a penas unos minutos que había tenido a Juanito arrodillado mamándome la verga y le había obsequiado con una buena corrida.

Ahora, mientras veía la película, tenía a Juanito echado en el suelo y entregado a lamerme mis pies.  Yo estaba satisfecho y relajado.  Hasta tenía la intensión de dormitar un poco.  Pero viendo tanto ajetreo de aquel negro enculando a la tipa y además sintiendo toda la devoción con que mi juguete repasaba su lengua por mis pies, de nuevo se me puso dura la verga.

Decidí entonces hacerme mamar de nuevo y le ordené a Juanito que se pusiera de rodillas para que hiciera su trabajo.  Inició bien, mamándomela suavemente, como sabe que debe hacerlo luego de que ya he eyaculado en su boca con anterioridad.  Y entre el despliegue de devoción con que Juanito me mamaba, las imágenes de la película y los gemidos de la tipa, mi excitación creció tanto que decidí correrme de nuevo.

Le ordené a mi Juguete que aumentara la intensidad con que me estaba mamando la verga, pero el muy flojo parecía estar agotado, pues no en balde llevaba ya casi una hora de rodillas a mis pies trabajando con su boca.

Traté de incentivarlo un poco asentándole algunos tortazos por la cabeza y ordenándole que se aplicara más en su tarea, pero en cambio de obedecerme, Juanito empezó gimotear y a mostrarse más torpe a cada momento, al punto que incluso parecía dificultársele mover su lengua sobre mi verga.

El placer que había empezado a darme cuando inició a mamarme la verga, fue decayendo gracias a la falta de ánimo de Juanito.  Y no valieron los tortazos en su cabeza, ni las ordenes que le gritaba, ni las amenazas.  Al parecer su agotamiento había llegado a tal punto que iba a ser incapaz de hacerme eyacular.

Fue entonces cuando se me ocurrió la idea de sodomizarlo.  Le asenté unas cuantas bofetadas y le hice notar que no estaba conforme con su trabajo.

Enseguida le indiqué que se bajara su calzón de deporte y se inclinara sobre el respaldo del sofá dejando su culo en pompa.  El pobre estaba alterado por el castigo que yo le acababa de obsequiar y no puso objeción.  Hipando entre cada sollozo hizo lo que le mandaba y su trasero quedó expuesto a mis ojos de una forma obscena.

Juanito nunca ha sido gran cosa.  Delgaducho y alto tenía y ha tenido siempre un culo algo huesudo y pálido que realmente no motiva mucho.  Pero los sollozos y la mansedumbre del infeliz compensan en parte la falta de voluptuosidad de su trasero.  Y el tener el poder de usarlo muy a su pesar, me excita por cuanto en esas ocasiones lo veo como a un simple objeto que sufre pero que se me entrega porque no tiene más opción.  Desde esa primera vez, cuando lo sodomizo lo siento mío más que en ninguna otra circunstancia, logrando así que mi verga se endurezca brutalmente.

En aquella primera ocasión, al verlo allí con su culo expuesto, sin saber qué iba yo a hacerle, tembloroso y sollozante, me pareció que su pálido trasero se me haría más apetecible si cogiera algo de color, de tal manera que se pareciera un poco a las rubicundas nalgas de la tipa que seguía enculando el negro de la película.

Sin pensármelo ni por un instante, levanté mi mano y le asenté una nalgada que lo hizo emitir un gemido y lo obligó a dar un respingo por la sorpresa del golpe.  Lo amenacé con molerle las pelotas a patadas si no se quedaba en su puesto y volví a nalguearlo con todas mis fuerzas.

No recuerdo cuántos golpes le di, pero debieron ser muchos, pues su culo se puso rojo y mis manos empezaron a arderme como si las hubiese puesto sobre el fuego.  Juanito lloraba a lágrima viva, pero ya no se movía, sabiendo que yo cumpliría mi amenaza de descojonarlo a patadas si me desobedecía.

La verga ya me dolía por la tremenda erección y me daba respingos sobre mi vientre con cada sollozo de Juanito.  Así que me decidí a actuar de una vez por todas.  Le apunté con mi tranca entre su raja e intenté darle una primera estocada.

Pero mi estoque resbaló hacia arriba sin haber logrado siquiera el objetivo de tocar su ano.  Así que para estar seguro de alcanzar mi cometido, le ordené que acabara de sacarse su calzón y abriera bien las piernas.  Lo hizo moviéndose lo menos posible, temiendo que cumpliera mi amenaza de molerle las bolas a patadas.

Su raja se abrió un poco y expuso ante mis ojos un pequeño punto oscuro en forma de estrella.  Ahí estaba mi objetivo, pero era tan diminuto, que creí imposible hacer que mi verga entrara en él.  Así que le ordené que echara sus manos hacia atrás y tomara sus nalgas para acabar de abrírselas.  Y cuando lo hizo me percaté de que aquel punto oscuro se abrió un poco, aunque seguía siendo demasiado pequeño para los gloriosos quince centímetros que ya exhibía mi tranca en aquella época.

No me importó.  Mi verga estaba tan dura que estuve seguro de poder romper con ella cualquier obstáculo.  Así que la apunté hacia el objetivo y arremetí con verdadera fuerza haciendo que mi glande violara la resistencia del diminuto agujero y penetrara en él limpiamente.  Pero Juanito dio un berrido y se contorsionó con angustia, haciéndome perder el pequeño avance de mi verga.

Me enfurecí y sin dilación lo agarré por los pelos sacudiéndolo violentamente y lo halé hasta obligarlo a ponerse de rodillas a mis pies.  Le aticé un par de bofetadas violentas y le introduje mi verga en la boca ordenándole que me la mamara hasta dejármela bien ensalivada.

Sin pensármelo mucho, le obsequié una fuerte patada por los huevos y le ordené que volviera inclinarse sobre el respaldo del sofá.  Tuve que ayudarlo izándolo por los pelos, pues el pobre había quedado sin fuerzas y se le notaba la dificultad que tenía para respirar.  Pero no le di ninguna tregua.

Tan pronto estuvo como yo lo quería, volví a embestirlo con mi verga y esta vez logré meterle un poco menos de la mitad.  Juanito gruñía con desesperación y temblaba como una hoja, pero ya no se atrevió a moverse.  Y sin darle tiempo a nada, volví a embestirlo hasta que lo tuve bien clavado.

No aguardé mucho antes de sacársela por completo para enseguida intentar clavársela de nuevo.  Pero mi calentura era tal que esta vez en cambio de penetrarlo, le di un puntazo en un lado del agujero haciéndolo chillar como un cerdo.  Volví a intentarlo y esta vez lo clavé y de nuevo se la saqué y lo embestí punteándolo y así, de cada dos estocadas, con una lo clavaba y con otra lo punteaba, logrando con ello destrozarle el ano.

A sus casi 18 años Juanito era virgen aún.  Yo, cinco años más joven que él, aunque tenía experiencia follando coños y haciéndome mamar, era la primera vez que clavaba un culo.  Así que la estrechez del pobre, combinada con mi impericia y mi calentura, le valieron para que aquello se convirtiera en una brutal violación que lo hacía sangrar y sufrir como con ningún castigo.

Pero poco me importaba a mí que Juanito sangrara, chillara y se retorciera con desesperación.  Yo estaba gozando y en ello me estuve tal vez una media hora, follándomelo, clavándolo con fuerza, atizándole golpes entre cada embestida para prevenirlo de moverse.  Hasta que finalmente lo ensarté a fondo y empecé a correrme y a rugir, estremeciéndome por tanto placer.

Quedé como ebrio y me dejé caer sobre la espalda de Juanito, estándome allí hasta que logré recuperarme un poco.  Hasta que mi verga fue perdiendo la potencia de la erección y finalmente me salí de su destrozado ano y me tumbé sobre el sofá, indicándole a mi juguete que viniera a recoger con su lengua los rastros de sangre, semen y mierda que afeaban mi morcillona tranca.

Desde entonces, cada vez que me dispongo a encularlo, a Juanito se le borra cualquier color del rostro, arranca a gimotear y llora como si le estuviera anunciado que voy a degollarlo.  Aquello suele divertirme y excitarme.

Pero con Camilo era otro cuento.  A aquel cachitas que ya tenía tan sometido, quería convertirlo en un verdadero puto.  Deseaba humillarle por completo su hombría y hacerlo desear como nada en el mundo que yo lo enculara.  Así que con él no iba a repetir la historia de la primera vez que violé a Juanito.