Colección de Juguetes V
Para obtener placer, dos juguetes son mejor que uno...
Colección de Juguetes (V)
La facilidad con la que al final había logrado hacerme con Camilo fue algo que no me esperaba realmente. Pero lo que más gusto me causó fue la forma tan natural en como Selma encajó el hecho de que su novio se rindiera a ser no sólo un cornudo, sino además un maricón sumiso a mi entera disposición.
Esa época fue para mí de experimentación y mucho morbo. Gracias a aquellos dos juguetes, empecé a comprender todo lo que significaba poseer esclavos sexuales. Y no me limité a clavarlos, sino que exploré muchas formas de usarlos para mi diversión y mi propio placer.
Hice un uso completo de ambos, sometiéndolos a todo aquello que mi calenturienta imaginación ideaba para proporcionarme el mayor gozo posible. Y aunque no encontré mayor resistencia en ninguno de ellos, debo decir que Selma fue siempre más dócil que Camilo a la hora de prestarse a mis juegos.
Al parecer, a Camilo le costaba resignarse a ser lo que ya era en verdad. No debió resultarle muy fácil comprender el hecho de haber dejado de ser el niño pijo y galán del colegio, para convertirse en un simple juguete bajo mi completa autoridad.
En especial se mostraba particularmente indócil cuando me apetecía usarlo en compañía de Selma. Por eso en esas ocasiones, que eran las que yo más disfrutaba, debía hacerle notar todo mi carácter dominante para borrarle sus continuas dudas y obligarlo a entregar todo su empeño para mi placer.
Y ya aquel mismo día que le follé la boca a Camilo por primera vez, empecé a jugar con él y con Selma. A ella la había calentado como nunca el ver a su novio con la cara bañada en mi semen y mamándome la verga suavemente para limpiármela. Así que no quise desperdiciar semejante ocasión.
Como para darme un respiro y al mismo tiempo evaluar lo que pensaría Selma luego de presenciar semejante escena, le ordené a Camilo prepararme un buen bocadillo, prohibiéndole que fuera a limpiarse su cara. Quería que estuviera lo más cerdo posible para humillarlo y rebajarlo al máximo.
Al parecer el pobre estaba tan avergonzado de que su novia lo hubiese pillado en semejante trance, que corrió a la cocina seguramente como una forma de ir a esconder su humillación. Entre tanto, le ordené a Selma que se desnudara ante mí.
Y la muy zorra no dudó en empezar con un baile súper sensual al tiempo que se iba quedando en cueros ante mis ojos. Estaba tan salida que no dudó en meterse un dedo en el coño para masturbarse mientras bailaba y yo la observaba cómodamente sentado desde el sofá.
Decidí impedirle que se corriera y cuando ya se estremecía con los primeros síntomas del orgasmo le ordené que parara de tocarse y viniera a ponerse de rodillas a mis pies. Me dedicó una mirada de decepción, pero no dudó en obedecerme.
Entonces estiré mi pierna izquierda indicándole que empezara a descalzarme. Con toda obediencia se dedicó a zafarme mi zapatilla modosamente y luego retiró mi calcetín algo empapado en sudor. Y sin que tuviera que ordenárselo, sosteniéndome el pie por el talón, se inclinó y me estampó un buen beso húmedo en el empeine.
— ¡Empieza a masajeármelo, guarra! – le ordené.
Y Selma no dudó ni un instante para levantar un poco más mi pie y dedicarse a lamérmelo por la planta, repasando su lengua desde mi talón hasta mis dedos y dándome un verdadero masaje húmedo, tibio y relajante.
En esas me percaté que Camilo estaba tardando demasiado, así que lo llamé a los gritos y él no tuvo más remedio que aparecer en el living, con su cara manchada con mi semen ya secó y portando una bandeja con un apetitoso bocadillo.
Le recibí la bandeja y le ordené que se pusiera de rodillas al lado de Selma para que atendiera mi pie derecho. Me descalzó y sosteniendo mi pie por el talón empezó a darme masaje con una de sus manos. Entonces me impacienté un poco y le grité:
— ¡Hazlo con tu lengua, cornudo estúpido!
— …es que tiene olor… – me respondió Camilo con un hilo de voz y con sus ojos llenos de lágrimas.
No pude evitar reírme. El muy imbécil tenía su cara manchada con mi semen, se había tragado mi verga entera y había pasado una buena cantidad de mi leche por su garganta…y aun así tenía la vergüenza de quejarse por que mi pie tuviera un poco de olor.
Volviendo a tomar mi actitud de cabrón le sacudí una patada por la cara y le ordené nuevamente a los gritos que me diera el masaje que yo le exigía. Ya no tuvo arrestos para desobedecerme y aunque con un leve gesto de asco, pegó su lengua a la planta de mi pie y se dedicó a lamer con verdadero empeño, imitando a Selma que a esas alturas hacía lo propio con mi pie izquierdo.
Para mí fue un gran gusto ver aquel par de guarros de rodillas, sosteniéndome las piernas por los tobillos y lamiendo mis pies con tanto empeño. Me sentí un verdadero Rey y supe con certeza que podría hacer de Camilo y su novia lo que se me viniera en gana.
Me estuve en ello más de 15 minutos, mientras saboreaba despacio el bocadillo que él me había servido. Hasta que se me ocurrió variar un poco el juego y entonces le ordené a Selma que dejara de lamerme mi pie para que se situara de rodillas al lado de Camilo, poniendo su coño a la altura de la boca del cornudo.
Entonces, mientras la lengua de él repasaba por mi pie y sus manos me sostenían por el tobillo, me dediqué a hurgar el coño de Selma con el dedo gordo. La muy guarra se estremeció e intentó tocarse ella también, pero se lo impedí ordenándole que subiera sus manos y las enlazara atrás de su nuca.
Seguí por unos momentos hurgándole el coño a Selma mientras Camilo no paraba de lamer mi planta. Hasta que introduje los dedos de mi pie en la boca del cornudo ordenándole que me los chupara y luego los saqué para volver a meterlo en el coño de ella.
No tardó mucho Selma en empezar a estremecerse y a jadear, presa de un primer orgasmo que empapó con los jugos de su coño mi pie derecho, el mismo que Camilo seguía sosteniéndome por el tobillo y lamiéndome con devota sumisión.
Ni decir tengo que el propio Camilo debió limpiar mi pie con su lengua, recogiendo y tragándose hasta el último vestigio de la corrida que le había provocado a su novia con tan solo introducirle mi dedo gordo en su coño.
Aquello me pareció tan divertido y morboso, que me mantuve en ese juego por un rato más, logrando que Selma se corriera otro par de veces, para que Camilo siguiera limpiando mi pie con su tibia y húmeda lengua.
Finalmente mi propia calentura me ganó y entonces le ordené a Selma que me ayudara a desnudarme y aún sentado sobre el sofá, con mis piernas abiertas, la hice ponerse a horcajadas sobre mi vientre dándome la espalda y le indiqué a Camilo que tomara mi ya muy dura verga y me hiciera una corta mamada.
Con mi erección ya a tope, le ordené al cornudo que concluyera su mamada para que me hiciera de mamporrero, apuntando mi verga hacia el coño de su novia y entonces le indiqué a Selma que se dejara caer sobre mi dura estaca para que fuera empalándose poco a poco.
A Camilo lo obligué a permanecer de rodillas a mis pies, con su boca muy cerca del coño de Selma y en el momento en que le indiqué a ella que empezara a cabalgar sobre mi verga, a él le ordené que se dedicara a lamerme desde los huevos, acariciando además con su lengua mi verga y el coño de su novia.
Aquello fue toda una explosión de placer para mí. Hasta ese momento no había imaginado que se pudiera gozar tanto y quise hacer que ello se prolongara por un buen tiempo. Así que cada vez que sentía que iba a correrme, hacía que Selma se levantara un poco hasta liberar mi verga y entonces se la daba a Camilo para que me la mamara.
Pero todo tiene un límite y mi calentura llegó a tal punto que a la cuarta o quinta mamada, ya no resistí más y empecé a vaciar mis huevos entre la boca de Camilo, obsequiándole tal cantidad de semen que el cornudo parecía que se le iba a salir mi leche por los ojos.
Para finalizar, aquella tarde la concluí de una forma memorable. Luego de hacer que Selma y Camilo me lamieran la verga hasta dejármela muy limpia, me di una ducha, me vestí y antes de irme, hice que los dos me acompañaran al cuarto de baño y allí les ordené ponerse a cuatro patas y oriné sobre ellos dejándolos completamente empapados con mi generosa meada.