Colección de Juguetes IV

Aunque las cosas con Camilo parecían no ir a ningún lado, al fin se me da la ocasión de tenerlo arrodillado a mis pies para follarle la boca...

Colección de Juguetes (IV)

Por muy bien que vayan siempre las cosas, no todo suele ocurrir como uno lo espera.  Así me pasó con Camilo.  Empecé con la intención de follarle la boca y me encontré fue con que primero se me dio la ocasión de hacerlo cornudo y bien cornudo.

Su novia era una zorra de verdad.  Y estaba muy buena.  Lo cierto es que disfrutaba follándomela y más aún con la disposición que mostraba siempre para hacer lo que a mí me apetecía.  Es cierto que no tenía ninguna habilidad para mamarme la verga, pero para eso estaba Juanito.

La boca de mi juguete era el agujero que complementaba mi placer cada vez que llegaba a casa luego de follarme a Selma.  Con Camilo las cosas parecían no ir a ningún lado, pues desde aquel viernes en que le desvirgué el culo a Selma, no lo volví a ver por algunas semanas.

Pero luego de casi un mes de andar en esas, se me presentó por fin la ocasión de hacer realidad mi deseo de poner a Camilo de rodillas a mis pies para follarle la boca.

Aquella tarde le había dicho a Selma que nos encontráramos en casa de su novio para follar.  Le había tomado tanto gusto a encularla y a verla actuando como una dócil perra, que no me pasaba más de dos días sin usarla.

Llegué con un poco de retraso.  Me gusta más que mis juguetes me esperen cuando voy a usarlos.  Así suelo encontrarlos más dispuestos y ansiosos por darme placer.  Pero en esa ocasión me sucedió que mi juguete de aquel día al parecer no había podido estar disponible para mí.

Me sorprendí un poco al ver a Camilo abriéndome la puerta de su casa.  Pero también me excitó la idea de tenerlo cerca mientras iba a follarme a su novia, pues supuse que no me faltaría la ocasión de putearlo un poco.

No me tomé la molestia de responder a su tímido saludo.  Lo empujé para abrirme paso y caminé directo hacia el living.  Me acomodé en el sofá y le indiqué que llamara a su novia para que viniera a atenderme.

—  Es que Selma no está aquí… – me respondió el cornudo con un hilo de voz.

No pude evitar una sonrisa al verlo de pie ante mí, todo encogido y tembloroso.  A la legua se notaba mi superioridad y el reverente temor que ya me profesaba Camilo.  Así que en cambio de fastidiarme la tarde por la ausencia de Selma, decidí que aquella era la ocasión para empezar a jugar de verdad con él.

—  ¡Entonces tú me atenderás, galancito!

Camilo se encogió más de lo que ya estaba y la tensión se le dibujó en la forma como los músculos de su cara se contrajeron.  Aquello me divirtió mucho.  El muy cornudo parecía estar preso de la angustia, pero se quedaba ahí de pie frente a mí, sin que se atreviera a moverse ni un centímetro.

—  ¡Arrodíllate, galancito! – le ordené sin dejar de sonreírle.

En vez de obedecerme como yo me lo esperaba, Camilo me dedicó una mirada de duda.  El sudor le perlaba la cara, a pesar de que la temperatura era algo baja.  Parecía que ni siquiera respiraba y no se decidía a hacer de una vez lo que yo le estaba ordenando.

Decidí incentivarlo un poco puteándolo.  Borré mi sonrisa y con tono autoritario le ordené:

—  ¡Que te arrodilles te he dicho, cornudo maricón!

Pero Camilo siguió dudándolo aún a pesar que se notaba que sus piernas casi se le doblaban.  Sin pensármelo mucho le aticé una patada por atrás de su rodilla izquierda y entonces ya lo tuve como lo requería: arrodillado a mis pies.

Mi verga bien erecta ya marcaba un buen paquete.  Me di un par de sobijos aumentando un poco más mi bulto y enseguida me desabroché el pantalón, bajé el cierre y metí la mano entre mi bóxer para liberar mi tranca.

Se la apunté al rostro y el muy remilgado echó su cabeza hacia atrás.  Tenía sus ojos como platos contemplando mi tranca y de la comisura de sus labios salía ya un poco de baba.  Pero algo en él se rebelaba y eso me divertía y me calentaba a tope.

Eché mano de sus pelos y atraje su cabeza hasta que su rostro quedó pegado a mi verga.  No opuso ninguna resistencia, pero al ordenarle que empezara a besarme la tranca, Camilo apretó sus labios, negándose a obedecerme.

Para escarmentarlo por su desobediencia, lo sacudí un poco por los pelos y agarrándome mi verga con mi mano derecha, empecé a darle pollazos azotándole la cara, lo cual hizo que los ojos de Camilo se le humedecieran de llanto y que mi precum le pringara el rostro.

Le obsequié media docena de pollazos y luego le empecé a restregar mi verga en los labios.  Ya ni siquiera tuve que ordenárselo para que Camilo se dedicara a besármela con timidez.

Aquello me calentó como no está escrito.  La sensación de ser tres años más joven que ese cachitas de 17 y estarlo sometiendo y teniéndolo ahí arrodillado a mis pies para usarlo como yo quisiera, era algo que no podía expresar con palabras.

Decidí pasar a mayores y le puse la punta de mi tranca en los labios y le ordené que empezara a mamármela.  Pero el muy rebelde siguió besándomela como si no hubiese oído mi orden.  Me impacienté un poco y mientras lo seguía sosteniendo por los pelos le aticé un bofetón y le repetí la orden de empezar a mamármela.

Levantó la mirada con expresión de miedo y mientras que de sus ojos se derramaban dos gruesas lágrimas, abrió sus labios haciendo un anillo con ellos, como si estuviera a punto de pronunciar la “O”.

Puse mi glande en sus labios y le fui halando de los pelos poco a poco, obligándolo a inclinar su cabeza para que fuera tragándose mi verga despacio.  Creí que iba a dificultárseme el penetrarle la boca, pero al parecer Camilo tenía una gran capacidad para tragar semejante trozo y no se me resistía en lo más mínimo.

Incluso me asombré al lograr que sus labios se pegaran contra mi vientre, lo cual indicaba que Camilo había encajado muy bien en su garganta toda mi verga.  Ni siquiera Juanito, que a esas alturas ya llevaba más de dos años mamándomela, era capaz de tragarse con tanta facilidad mis casi 18 centímetros de tranca de esa época.

Pero a pesar de su capacidad para tragar, se notaba que Camilo no tenía ninguna experiencia mamando.  Se limitó a quedarse clavado hasta la garganta, sin moverse ni tomar ninguna iniciativa para darme placer.

Decidí incentivarlo un poco y manteniéndolo bien clavado, le aticé un bofetón y le ordené que empezara a mover su lengua.  Gimió un poco por el golpe pero de inmediato sentí cómo su lengua se agitaba empezando a recorrerme la verga y provocándome verdaderos estremecimientos.  ¡Joder!  Aquello era gozar de verdad.  ¡Qué buen mamón que me había resultado el galancito!

No resistí mucho en ello, al cabo de algunos pocos minutos decidí darle con todo.  Me puse en pie sin sacar mi verga de su boca.  Lo agarré bien firme por los pelos.  Le solté un bofetón para indicarle que no se le fuera a ocurrir rozarme con sus dientes y empecé a follarle la garganta de una forma verdaderamente brutal.

Camilo miraba hacia arriba con sus ojos llenos de lágrimas mientras yo lo clavaba sin misericordia y sentía con gran satisfacción cómo movía su lengua sobre mi verga, aumentando a cada embestida mi placer.

Ni que decir tengo que no supe cuánto tiempo le follé la boca.  Debieron ser pocos minutos, pues mi calentura era tremenda.  Al final se la clavé hasta el fondo y me corrí como un caballo, inyectándole tanto semen en su garganta, que el pobre estuvo a punto de ahogarse y al toser se le escurrió algo de mi leche por las narices.

Lo liberé y me dejé caer en el sofá, indicándole que se dedicara a lamerme la verga para limpiármela.  Su docilidad y el verlo tan lloroso y con mi semen goteándole por las narices y escurriéndole por la comisura de sus labios, volvieron a calentarme muy pronto.

No quise desperdiciar semejante ocasión y le ordené que volviera a mamármela.  Esta vez lo dejé ir a su ritmo.  No lo hacía para nada mal.  Pero debió tardarse casi 20 minutos chupándomela hasta que sentí que me corría nuevamente.

Entonces lo agarré por los pelos, saqué mi verga de su boca y empecé a restregársela por la cara al tiempo que le ordenaba que me la lamiera.  Eso fue suficiente para que le soltara mi semen por todo su rostro, dejándolo con un aspecto verdaderamente cerdo.  Al final se la metí de nuevo en la boca para que se tragara las últimas gotas de mi semen y me la repasara con la lengua dejándomela bien limpia.

En esas estábamos cuando de repente apareció Selma, parada frente a mí, mordiéndose el labio inferior y contemplando a su novio arrodillado a mis pies, con mi verga entre su boca y con su cara completamente empapada de mi semen.