Colección de Juguetes III

Juegos algo perversos con la novia de mi nuevo prospecto de juguete...

Colección de Juguetes (III)

Cuando uso a mis juguetes no me basta follármelos, pues no quedo completamente satisfecho si es que no me hago dar una buena mamada.  Y Selma no mostraba ni la menor habilidad para mamarme la verga.

Pero es que la perspectiva de hacer cornudo a Camilo y en su propia casa, me despertaba demasiado morbo.  Así que decidí acceder a las súplicas de su novia para ir a follármela aquel viernes.

En casa de Camilo parecía no haber nadie.  Selma abrió con su copia de la llave y nos fuimos directo a la habitación de su novio.  Y como la muy furcia estaba salida de verdad anhelando que yo me la follara, para compensarme en parte por su falta de habilidad para mamármela, decidí jugar un poco con ella.

Lo primero fue ordenarle que se desvistiera para mí mientras bailaba sensualmente.  Lo hizo más que bien y contemplándola en pelotas y viéndole ese culo tan voluptuoso y terso, decidí que no se me iría la ocasión sin clavársela por detrás.

Ya en varias ocasiones me había divertido con Juanito ordenándole que se pusiera en cuatro patas y gateara ante mí ladrando y moviendo el culo como un perro que halaga a su Amo.  Aquella vez hice lo mismo con Selma y la muy caliente no se negó.

Le ordené que ladrara y su disposición para comportarse como yo quería, fue calentándome de tal manera que ya mi verga me dolía por la potencia de mi erección.  La muy furcia tenía madera de zorra y eso me indicaba que podría jugar con ella de la manera que yo quisiera.

Fue así como se me ocurrió que para que terminara de demostrarme su disposición para obedecerme, Selma hiciera algo que me agrada muy especialmente cuando uso a mis juguetes.  Así que le ordené que me descalzara y me diera una buena lamida en mis pies.

No lo dudó ni un segundo.  Como una verdadera perra sumisa me zafó mis zapatillas, me sacó los calcetines y se dedicó a lamerme mis pies con verdadera devoción, sin ni siquiera hacer un comentario sobre lo sudorosos que los tenía y ni sobre el leve olor que despedían.

Aquello me calentó demasiado y al cabo de unos quince minutos de tenerla en cuatro patas lamiéndome mis pies, la agarré por los pelos, la incliné sobre el sillón, liberé mi tranca y se la hundí desde atrás haciéndola chillar al tiempo que le colmaba el coño.

Empecé a follármela a lo bruto mientras sus chillidos iban convirtiéndose en gemidos y luego en jadeos y Selma se estremecía con una sucesión de orgasmos que daban cuenta de todo lo que estaba disfrutando.

Finalmente, luego de casi media hora de estarme ensartándola sin compasión, decidí correrme yo también.  Entonces me apeteció guarrearla otro poco y le saqué mi verga del coño, la agarré por los pelos obligándola a darse vuelta y le ordené que me diera unas lamidas en el glande y casi enseguida empecé a eyacular a chorros dejándole la cabeza, la cara y las tetas empapadas con mi semen.

Quedé exhausto con ese primer polvo y decidí descansar un poco antes de continuar con mi propósito de darle por el culo a Selma.  Así que para relajarme y tomar nuevas fuerzas, le ordené que fuera a lavarse la cara para que viniera de nuevo a ponerse a mis pies y continuara lamiéndomelos como hacía un rato.

La guarra vino a su oficio y empezó a condimentar los lametazos que me prodigaba en mis pies con chupetones a mis dedos.  Estaba de verdad muy salida y a pesar de todas las veces que se había corrido, la muy zorra seguía caliente como una moto.  Aquello me puso a mí también como un cohete y más se me endureció la verga cuando entre lametazo y lametazo, Selma empezó a suplicarme que volviera a clavarla.

No la hice esperar mucho.  Esta vez le ordené subirse sobre la propia cama de Camilo y me preparé para clavarle la verga en el culo, añadiendo a mi calentura el morbo de saber que el cornudo dormiría tendido en esas sábanas manchadas con restos de mi corrida y de los jugos que muy seguramente Selma iba a derramar a borbotones mientras yo la sodomizaba.

Pero con lo que yo no contaba era con que la furcia era virgen de su agujero trasero.  Así que cuando apunté mi verga hacia su ano y traté de metérsela, se apartó dando gemidos y suplicándome que no se la clavara de esa forma.

Me calentó aún más el saber que estaba a punto de desvirgar aquel culo tan voluptuoso y terso.  Así que lejos de desistir en mi empeño, opté por ponerme firme y exigirle a Selma que resistiera mis embestidas.

Pero a ella parecía resultarle verdaderamente imposible encajar en su estrecho ano mis casi dieciocho centímetros de verga.  Aunque intentaba aguantar, no lo lograba muy bien y las súplicas y chillidos que daba cada vez que mi glande trataba de abrirse paso, me resultaban muy incómodos.

Pensé que como iban las cosas, me quedaría con las ganas de desvirgarle el culo a la novia de Camilo.  Así que decidí cambiar de táctica y se me ocurrió que tal vez con algún lubricante pudiera por fin lograr el objetivo de clavar a Selma como yo deseaba.

Eché una ojeada para ver si encontraba algo que me sirviera para lubricar mi tranca, pero no encontré nada en la habitación de Camilo que se asemejara a un lubricante.  Así que decidido a no perder el tiempo, me fui a la cocina no sin antes ordenarle a Selma que me esperara puesta en cuatro patas sobre la cama.

Completamente en pelotas y con mi verga apuntando al techo, me dirigí a buscar lo que necesitaba.  Abrí la puerta de la cocina y lo primero que vi fue a Camilo, que sentado en una banca se quedó de piedra al notar mi presencia.

—  ¡Vaya si serás pervertido, galancito! – le dije recuperándome pronto de mi propia sorpresa –.  Así que te has estado por acá disfrutando de tus cuernos mientras yo me ando follando a tu novia…

Ante mi comentario, Camilo se puso más rojo que un tomate y agachó su cabeza.  Me percaté entonces que a pesar de lo avergonzado que se veía, el muy cornudo mantenía fija su mirada en mi potente tranca.

Así que sin dudarlo ni por un instante me la agarré por la base y me la sacudí un poco, haciendo notar su tamaño y la potencia de mi erección y le dije al cornudo:

—  ¡Mira que le voy a romper el culo a tu novia, pero tengo mi verga tan grande que la muy zorra no la aguanta a palo seco…así que tú me vas a dar con qué lubricármela!

En ese momento Camilo levantó la cabeza y me miró con gesto de estúpido, como si quisiera que le aclarara mi orden.  Me impacienté un poco y le espeté:

—  ¡Que me des algo con qué lubricarme la verga…o te la voy a meter en tu boca para que me la lubriques con tu lengua!

Ante mi amenaza pareció reaccionar.  Abrió la alacena y me pasó un pote donde guardaban la mantequilla.  De buena gana hubiera obligado a Camilo a ponerse de rodillas para follarle la boca, pero la calentura me ganaba y no iba a arriesgarme a tener un chasco.  Tal vez el cornudo fuera a resistírseme.

Y yo tenía a Selma en cuatro patas esperándome con su sabroso culo para que la ensartara.  Decidí ir entonces a lo seguro.  Tomé el pote de mantequilla que me ofrecía Camilo y clavé mi verga en él hasta que mi glande dio con el fondo del recipiente.

Al retirar mi tranca, me encontré con que me había quedado tan llena de mantequilla, que tenía un aspecto algo grotesco.  Así que consideré que era necesario limpiármela un poco.  Le hubiera ordenado a Camilo que me la lamiera para retirar el lubricante de sobra.

Pero tal vez el cornudo se hubiese negado y yo no quería perder el tiempo obligándolo.  Así que se me ocurrió un método algo más expedito para limpiarme la verga.  Le ordené a Camilo que me diera una tajada de pan y con ella me quité algo de la mantequilla que estaba embarrada en mi tranca, teniendo buen cuidado de dejar en el pan algo de mi líquido preseminal.

Enseguida le devolví la tajada de pan a Camilo y sin poder evitar una sonrisa, le ordené que se la comiera, argumentándole con sorna que no era bueno desperdiciar la comida en épocas de crisis.  Me obedeció al parecer sin mucho entusiasmo.

Y mientras él pobre cornudo metía en su boca aquel despojo embarrado con los rastros de mi calentura, la verga me daba respingos sobre mi vientre al verlo tan humillado y al mismo tiempo tan dócil.

Finalmente, mientras me iba de nuevo a su habitación a partirle el culo a su novia, alcancé a ver cómo Camilo volvía a meter en la alacena el pote de la mantequilla en la que yo había introducido mi verga.  Seguramente durante los días siguientes, él mismo y el resto de su familia comerían el pan sazonado con mi precum.