Colección de Juguetes II

Un paso más...las cosas toman un giro inesperado pero muy caliente

Colección de Juguetes (II)

No se me quitaba la calentura por lo que había pasado con Camilo en los baños del colegio.  Pero no había logrado avanzar ni un paso, pues llevaba días sin verlo.  Se había esfumado.  O no habría vuelto a clases o me rehuía.

Me desahogaba clavando a Juanito a todas horas.  El pobre tenía su culo tan destrozado esos días, que cuando le ordenaba ponerse para follarlo, se soltaba a gimotear y a suplicarme que pasara de sodomizarlo y le diera mejor la gracia de mamármela.

Sin embargo no le hacía caso.  No suelo hacerle caso a mis juguetes cuando me imploran que los use de una u otra forma.  Simplemente los uso como más me apetece.  Y en aquellos días mantenía menos paciencia que nunca y lo que más me apetecía era clavar a Juanito por el culo.

Así que además de no hacerle caso a Juanito, lo clavaba con verdadera saña y le sazonaba la follada con algún que otro tortazo para obligarlo a no chillar, pues sus gemidos me impedían concentrarme para imaginar que era a Camilo al que le estaba partiendo el culo con mi verga.

Hasta que finalmente, un día encontré una nueva oportunidad para avanzar con mi idea de hacer de Camilo el segundo juguete de mi colección.  Alcancé a divisarlo en el patio de juegos del colegio durante uno de los recesos entre clases y sin pensármelo ni por un instante me le acerqué.

Al verme llegar junto a él, trató de huir de mí.  Pero al ver su azoramiento me interpuse en su camino y con el tono más chulesco de que soy capaz, le planté cara y le susurré:

—  ¡Mira galancito que si sigues huyendo de mí, voy a tener que contarle a todo el mundo cómo chorreaste tus babas con solo verme mi verga!

Paró en seco y se volvió a verme con tal expresión de miedo, que supe con toda seguridad que lo tenía en mi poder.  La verga se me empezó a erectar y si hubiésemos estado en un lugar más íntimo, le habría ordenado que se arrodillara a mis pies para follarle la boca.

Clavé mi mirada en sus ojos pero él agachó la cabeza.  Entonces con total descaro me agarré el paquete por encima del pantalón, me di un par de sobijos y sin más recato le solté de golpe:

—  ¡Me voy a los baños… – hice un pausa durante la cual creí ver que Camilo tragaba saliva y luego continué –…a mear!

Sin esperarme a nada, di media vuelta y tomé camino.  Y sin que tuviera que voltearme para mirar, supe que Camilo me seguía como un perrito sumiso en pos de su Amo.

Me puse frente a los mingitorios y él se paró a mi lado, con su cabeza gacha pero muy pendiente de mis movimientos.  Con alguna dificultad liberé mi verga más que morcillona y me dispuse a mear.  Pero entonces, ante la pasividad que había mostrado Camilo en todo aquello, decidí putearlo de verdad.

Apunté mi tranca hacia él y empecé a soltarle un grueso chorro de meo directamente hacia la bragueta de su pantalón.  Al ver cómo mi orina empapaba su uniforme, Camilo dio un respingo e intentó retroceder.  Pero se lo impedí.

—  ¡Quédate quieto, maricón!

Ya no puso ninguna objeción y yo acabé de mear sobre él, dejándolo completamente lavado de la cintura para abajo.  Sacudiéndome la verga antes de volver a guardármela entre mi pantalón con algo de dificultad, le sonreí con altanería y le dije:

—  ¡Me esperas al terminar las clases, maricón!

Y salí de allí sin esperar ninguna respuesta, convencido de que Camilo me obedecería.  Estaba seguro de que aquella tarde iba a tener aquel cuerpo para por fin desahogar mi calentura.  Planeaba jugar con él de una forma especial y el solo pensarlo me ponía al borde de la eyaculación.

Sin embargo las cosas no salieron como yo me lo esperaba.  A la salida del colegio no vi a Camilo por ningún lado.  Me quedé por algunos minutos esperándolo por si se había retrasado, pero no apareció.

Ya estaba yéndome cuando me percaté que Selma, la novia de Camilo, venía hacia mí con algo de premura, agitando sus enormes tetas y contoneando su curveado trasero.  Simulé no haberla visto e intenté caminar hacia donde estaba parqueada mi moto, pero ella llamó mi atención:

—  Ey…Felipe…espérame, por favor…

Me volví a verla con gesto interrogador.

—  Tu eres Felipe… ¿verdad?

Asentí sin comprender muy bien porqué era que Selma me buscaba.  Pero ella me lo explicó enseguida.

—  Mira Felipe…es que mi novio ha sufrido un percance…y me ha dicho que te diga a ti que si quieres llevarme contigo… ¿quieres? – me preguntó con cierto aire de zorra.

En un par de minutos ya tenía a Selma acaballada en mi moto, agarrada de mi cintura e íbamos rumbo a su casa.  De inmediato sentí cómo una de sus manos corría disimuladamente por mi vientre para ir a situarse justo encima de mi paquete.

De inmediato se dedicó a darme sobijos en mi bulto, haciendo que mi verga acabara de ponerse totalmente tiesa mientras ella seguía acariciándomela por encima del pantalón de mi uniforme.

Por fortuna la casa de Selma no estaba tan lejos, porque de lo contrario, con tanto manoseo en mi verga, la muy caliente habría logrado que me corriera encima.

Ni falta hizo que me invitara a pasar.  Parecía que no quería apartarse de mi verga y me guió hasta el living sin decir una sola palabra, tan solo con una mirada de calentura que a mí también me tenía al borde del colapso.

Y tan pronto como cerró la puerta tras de sí, se puso de rodillas a mis pies y pegó sus labios a mi duro bulto.  No me lo pensé ni un instante para liberar mi verga y ofrecérsela.

Selma desplegó sus ojos como platos ante la visión de mi tranca.  Entreabrió sus labios y empezó a jadear y a estremecerse.  Sin pensármelo empecé a repasársela por toda su cara, dejándosela completamente pringada con mi líquido preseminal.

Sin que atinara a hacer nada para darme placer por su cuenta y ante su pasividad, decidí meterle la verga entre los labios y le ordené que empezara a mamármela.  Pero la muy furcia no parecía tener ninguna experiencia.

Tuvo gran dificultad para tragarse al menos un trozo de mi verga y la mamada que intentaba darme no me satisfacía.  Así que la tomé del brazo, obligándola a levantarse para arrastrarla hasta el sofá.  Le ordené ponerse en cuatro patas, alcé su falda, le corrí las bragas a un lado y le clavé mi tranca de una sola estocada.

Selma chilló y trató de apartarse, pero para cuando tuvo los arrestos suficientes para intentar levantarse, ya yo la tenía bien agarrada por las tetas y le mantenía mi tranca bien clavada entre su coño.  Y sin apenas esperar ni un segundo, me dediqué a empitonarla con toda la fuerza de mi propia calentura.

Y como a la tercera o cuarta estocada, ya la muy zorra había cambiado sus chillidos por jadeos y casi enseguida empezó a suplicarme que le siguiera dando duro, que no parara.

No debió tardar ni dos minutos antes de correrse mientras se sacudía retorciéndose como una serpiente.  Yo tampoco aguanté demasiado, tal vez unos diez minutos después de que le clavara mi verga, empecé a eyacular como un caballo, estremeciéndome también por tanto placer.

Ya la furcia habría tenido al menos tres orgasmos y no paraba de jadear y de suplicarme que siguiera clavándola.  Sin siquiera sacarle mi verga, luego de eyacular la primera vez, seguí follándola como un animal, en todas las poses imaginables, hasta que casi media hora después volví a correrme a chorros y esta vez caí desmadejado sobre el sofá.

Selma había quedado rendida.  Pero mi verga aún requería atención.  Despatarrado sobre el sofá la tironeé de los pelos para que se arrodillara a mis pies y le ordené que me la limpiara.

La muy guarra agarró mi tranca y con una impresionante cara de vicio se dedicó a lamérmela desde los huevos hasta el glande.  En menos de dos minutos ya volví a tenerla tan tiesa como un riel y le ordené a que al tiempo que me la lamía me pajeara.

Terminé corriéndome de nuevo.  Y esta vez mi semen se derramó sobre la cara y sobre las tetas de Selma.  Y ella, mientras se relamía sus labios calados de mi leche, me suplicó que lo repitiéramos el viernes siguiente.

—  Podemos hacerlo en casa de Camilo… – me dijo con una sonrisa –…no habrá nadie allí el viernes y además yo tengo una copia de la llave…