Coitos De Lolitas- Olor a tierra mojada

Cuando la piel quema hay que satisfacerla

Sebastián: Capataz, 1.79m, 78kg, 17cm, moreno, barba de candado, ojos color miel, sonrisa embustera, cuerpo fibrado, dedos gruesos, 28 años.

Camila: Piel tostada, 1.52m, 48kg, cabello negro trenzado, mirada de gata, ojos marrón, caderas firmes, senos redondos, trasero de pecado, fragancia de jazmín..

Como cada fin de semana, Camila llegaba despampanante a la hacienda, en esta ocasión un vestido holgado de flores jugueteaba con las crecientes curvas de la joven; la ciudad la agobiaba, ella prefería el campo, la libertad, saludaba a su padre amorosamente y pasado un tiempo, salía a tomar un paseo por el extenso terreno.

En su recorrido saludaba a los empleados, que les correspondían cordialmente, otros con piropos melosos y algunos más con miradas lascivas, le fascina ser el centro de atención. Pero aun no divisaba a su juguete actual, así que camino entre hierba, piedras y naranjos, casi llegando al rio diviso a su semental favorito (hasta ahora) -¡Sebastián!- exclamo con alegría y un toque de sensualidad, mientras aquel hombre sin camisa caminaba de prisa para envolverla entre sus brazos.

Sebastián el capataz de la hacienda había quedado bajo el hechizo de la pequeña Camila, que encaprichada en la belleza del hombre, busco miles de formas para seducirle, robarle besos en la boca, bajar y subirle la bragueta, arrimarse de más cuando la llevaba de paseo en caballo; y como todo hombre su instinto lo domino, en medio de la noche, se coló en la habitación de la pequeña, como bestia se hundió  en ella y se desbordo en las entrañas de la “inocente”. A punto estuvo de marcharse, el remordimiento le era demasiado, hasta que llegada la noche del día siguiente fue la joven patrona que irrumpió en su habitación, se desnudó y pidió con autoridad ser amada.

Ahora estaban los dos detrás de un árbol comiéndose a besos, el disfrutaba del olor a jazmín que despedía la chica, mientras ella acariciaba bruscamente los genitales del hombre, Sebastián libero los senos y como becerro se pegó a ellos, la succión fue tan fuerte que Camila lo aparto con una bofetada, el sonrió como loco y ella cayó de rodillas, la tomo del cabello trenzado, mientras liberaba su miembro, lo paso por su rostro y senos, ella sintió el calor de la carne y la caricia del vello.

Se aferraba fuertemente a las piernas del capataz, el solo quería rozar su hombría en esa tierna cara, pero ella quería devorarlo, tiraba del cabello de Camila para controlarla, parecía yegua en celo –Entiende Cami, he trabajo desde mañana, no tiene el sabor que mereces- y ella con fragilidad en el rostro, rogo a su macho – no me prives de la sal de tu piel- quien podría negarle pan al hambriento cuando ve deslizar saliva por la comisura de sus labios; él se sintió el más amado, mientras ella disfrutaba del sudor y leve sabor a orina de un pene erecto que iniciaba a lubricarse.

A su corta edad la pequeña no era fácil de complacer, eso lo entendió el capataz desde un principio, pero hace unos meses descubrió que Camila se deshacía en sus dedos; apoyada en el árbol y dándole la espalda, él levanto su vestido, beso su culo redondo, bajo sus bragas blancas con los dientes, un par de nalgadas hicieron gemir a la chica, paso su lengua por el tierno coño, no existía rastro de vello, se depilo antes de llegar a la hacienda, introdujo un dedo, dos, tres, la humedad empapaba su mano, el gemir de Cami era canto de bellos pájaros.

Con gran facilidad la tomo en brazos, deslizo sus manos hasta sus crecientes caderas, la hizo rebotar en su verga, mientras ella se enredaba en su cuello y mordía los labios del hombre, una sinfonía de gemidos se fundía, con el correr del rio.

Desde la primer vez violenta Sebastián supo que Cami no era virgen; los rumores eran ciertos, la hija del patrón, disfrutaba de estar con hombres, aun le costaba entender como una chica de apariencia tan recatada, se convertía en toda una puta.

Por momentos el pene escapaba de la calidez de la vulva, ella con pericia volvía introducirlo, disfrutaba tanto de ser empalada por el capataz. Entre manotazos Camila pidió que parara, la bajo sin rechistar, el sabia en el fondo que ese pequeño demonio se tenía algo en mente; se quitó el vestido, se recostó en la hierba al pie del árbol y pidió a su macho que se desprendiera de su ropa, abrió las piernas y le invito a posarse sobre ella.

Embestía fuerte, lamia la piel de la chica, sus tetas rebotaban con el vaivén, aprisiono el pezón con los labios y sin avisar lo mordisqueó, ella manoteo, lo lleno de insultos y bofeteo una vez más a Sebastián, el cual devolvió el golpe (a vece la chiquilla lo sacaba de casillas) por muy su patrona que fuera, en la cama él era un semental, que no estaba dispuesto a ser sobajado por una hembra; la tomo fuerte de los brazos, abandono la vulva y se introdujo en el culo de golpe, la cara de Camila mostraba dolor. Pasado el tiempo en que los cuerpos se reconocieron, los gemidos volvieron y los sollozos pararon, la pequeña era todo terreno, una fuerte ráfaga de viento estremeció ambos cuerpos pero no les impidió continuar, la lluvia se hizo presente, pero no logro mitigar el incendio, el capataz había dado la vuelta a la chica y estaba completamente encima de ella, aplastándola y tratándose de hundir más en ese culo perfecto, la tomo por el vientre y ambos quedaron de rodillas, introdujo de nuevo los dedos en el co

ño de Camila, el orgasmo fue al mismo tiempo, sus cuerpos terminaron llenos de lodo.

La tormenta paro, seguían empapados y recostados en la hierba, ella era tan dulce después de follar, lo llenaba de arrumacos, la tarde caía, se vistieron y empezaron a caminar juntos a la hacienda.

El ambiente no solo olía a tierra mojada, el olor a sexo era persistente, en el lodo y la hierba se marcaba el incendio, tal parece que la pequeña gatita salió a la caza de nuevo, cada vez más descarada, dejo sus bragas blancas a la orilla del rio.