Cogiendo en la casa de la prima de Elena 3

Empezó besándome el cuello para luego pasar a darle pequeños mordiscos y lamerlo a desesperación. Todo esto me calentó y provocó que la asiera con más fuerza y redirigiera mis manos a su culo estrujándolo tan fuerte como le gusta...

Luego de una ausencia, volvemos con la tercera parte de nuestra serie. Les agraeceríamos comentar qué les pareció o enviarnos un email el cual pueden encontrar en nuestro perfil. Gracias.


Elena volvió a la sala. Nos turnamos el uso del baño (que gracias a Dios no tenía decoración de color marrón como la sala) y cuando ella volvió, me incorporé de inmediato al ver a tal monumento de mujer, mi mujer, en total naturalidad. Elena iba completamente desnuda, iluminada por la aún luz del sol que se colaba entre las cortinas. Sus pies pequeños y suaves, sus piernas bien formadas, su vagina depilada, su abdomen blanco y plano, sus pechos medianos y que terminaban en puntas eran adornados por unos pezones rosados que provocaban devorarlos, manosearlos y jugar con ellos, cuello fino y sus brazos delgados, su rostro impecable y su gran cabello negro largo. Ver a Elena paseándose así iba despertando mi pene y ya lo iba sintiendo endureciéndose. Solo que esta vez me tomaría mi tiempo en hacerla disfrutar.

-          Quita esa cara de bobo, amor.

-          Es que estás hermosa – dije esto sin aires de lujuria.

-          Oww. Gracias.

Me puse de pie y me acerqué a ella. La tomé de la cintura y ella rodeó mi cuello con sus brazos. Fui acariciándola con los pulgares.

Toda la escena se prestaba para que terminásemos haciendo el amor, y no hubiera estado mal, pero ambos teníamos un propósito en la casa de la prima de Elena: follar como posesos y ser cómplices de la profanación de un lugar que no era ni será nuestro.

Pasé a rodearle la cintura con un solo brazo y apegarla a mi cuerpo. Le sonreí y le di un suave beso en los labios. Si bien era un ambiente romántico también es el prólogo de nuestra siguiente gran follada, y ya sabía dónde hacerla.

Nos sentamos en los sillones, uno al lado del otro e íbamos charlando acerca del polvo anterior. Yo acariciaba el muslo de mi chica, pero aún sin intentar acercarme a su vagina.

-          Fue increíble la iniciativa que tuviste, amor – dijo Elena – increíble y precisa.

-          Créeme, cariño, tenía ganas de follarte desde el momento en que nos vimos hoy y todo el tiempo que nos tomó salir de tu casa no hizo más que aumentar mis ansias por tu conchita caliente.

-          Yo ansiaba esas embestidas tan ricas que haces. Si por mi fuese hubiera hecho de esa follada mi desayuno.

-          Entonces te hubiera dado el postre en la boca y no en el culo… tal como te gusta.

-          Y me lo hubiera tragado todo.

Ambos echamos a reír. El momento de terminar en su boca ya vendría. Dudo que mi chica quiera pasar por alto una de las cosas que más le pone.

Elena se recostó sobre mi hombro, le di un beso en la frente y me puse a acariciar su cabeza. Así nos mantuvimos por diez minutos.

Me hubiera quedado así por mucho, expresándole tal cariño a mi chica, pero necesitábamos recomponernos. Sobre todo yo, pues sería mentir decir que de frente empezamos con el juego previo. Bebimos agua mineral, comimos jamón y queso en cuadrados y charlamos sobre cómo le iba a ella en la universidad y a mí en el trabajo.

Nos paseábamos desnudos por la casa, como si fuera nuestra (actualmente hacemos eso los fines de semana en nuestro departamento), sintiéndonos libres, naturales y, por qué no, intocables. No había lujuria ni morbo en ese actuar, solo una fortísima conexión entre un hombre y una mujer.

Así pasaron veinte minutos más. De pie, en el comedor, Elena y yo nos pusimos a ver, a través de las cortinas, cómo los rayos del sol iban menguando. No era la mejor vista del ocaso, pero era lo que teníamos y estaba muy bien.

Elena me tomó de la mano. Me guio hasta una de las sillas de la gran mesa y dijo:

-          Siéntate aquí, mi amor.

Así lo hice y Elena pasó a sentarse sobre mis piernas.

Empezamos con besos tiernos. Sentía el calor de su amor y su deseo. Mi derecha se posó en su espalda y mi izquierda en su cintura. Sobaba su espalda con suavidad y sujetaba con firmeza su cintura. Transmitía dos sensaciones a la vez y sé que Elena se deleitaba con ambas.

Ella, sin quedarse atrás, puso su derecha en mi nuca y su izquierda en mi pecho. Se sujetaba a mí proyectando así lo segura que se sentía, a la vez que acrecentaba mi lujuria con sus caricias.

Se apegó más y pude sentir como sus pezones se endurecían. Fue satisfactorio saber que con poco ya estaba excitando a mi chica. Y para ella fue electrizante la sensación de mi piel rozando furtivamente sus rosaditos pezones. Mis manos se colocaron en sus costillas y las iba subiendo y bajando cuidando de no tocar la totalidad de sus pechos y sí tocando los laterales de estos. Me encanta hacerle eso pues Elena no sabe en qué momento se los estimularé. De repente, en un cambio de actitud, la "aprisioné" haciendo que nuestros torsos se acoplaran y esta vez sentíamos el latir del corazón del otro.

Entonces empezó el manoseo. Adiós momentos dulces.

Elena se reacomodó, abrió las piernas y me rodeó con ellas sobre la silla. Buscaba comerme la oreja y yo no me dejaba. Impedirle hacer esto es un reto que me encanta darle pues le pone más ímpetu y la vuelve dominante. No se queda tranquila hasta satisfacer su “capricho”.

Y como siempre lo logra. Empezó besándome el cuello para luego pasar a darle pequeños mordiscos y lamerlo a desesperación. Todo esto me calentó y provocó que la asiera con más fuerza y redirigiera mis manos a su culo estrujándolo tan fuerte como le gusta, a la vez que le abría las nalgas dejando así su orificio anal y vaginal dispuestos al roce de una brisa o de mi dedo travieso dispuesto a hurgar ambos huecos.

Elena aprisionó el lóbulo de mi oreja entre sus dientes y mordió lo suficiente para que me doliese y clavara aún más mis dedos en su culo. Así se vengaba, torturándome entre el placer y el dolor, y lo intensificó cuando hundió su lengua en mi oído moviéndola en todas direcciones como si marcara su territorio. Era tal el empeño de mi chica que llegó a levantarse de mí colocando ambas manos sobre mis hombros logrando así inmovilizarme y dominarme tan solo con su lengua. Intenté llevar mis manos a su cuerpo, pero ella apretó mis hombros y el dolor llevó su mensaje: “Quédate quieto”.

Elena puso los pies sobre el piso, dejó mi oreja y empezó a comerme la tetilla derecha. La mordía, lengüeteaba, succionaba y jugaba con su lengua por los alrededores. Así se quedó por cinco minutos quizá estando en una posición que deleitaba mi vista. Sus piernas totalmente estiradas y el culo en pompa. Sabía lo que hacía. Me provocaba con su pose. No, me retaba. Me era inalcanzable. Me torturaba de excitación. Ese culo tan dispuesto a ser reventado y yo atrapado entre una silla y mi amor. Mi polla estaba durísima, brotaba líquido preseminal, se levantaba en cada mordida que Elena daba a mis tetillas. Yo sentía esas cosquillas propias del sexo que no provocan risa, sino más bien incrementan la lujuria y mi ansia de poseerla.

Elena se detuvo y solo se apartó de su objetivo apenas un centímetro, alzó los ojos y dijo:

-          Yo también te puedo torturar, eh, cariño.

Giró la cabeza, miró su culo, se dio una nalgada y sin soltarse la nalga la sacudió de arriba abajo diciendo:

-          ¿Te gusta la vista, mi amor? ¿Te provoca tenerme en perrito otra vez?

Y antes que pudiera pronunciar palabra, rápida como el viento Elena se comió mi boca a la vez que sujetaba mi polla. Sujetaba con fuerza, sin movimiento. Me gustaba y me dolía.

Elena metió su lengua en mi boca, buscaba la mía. Separamos los labios y nos dedicamos a jugar con ellas. Ella empezó una suave movida de arriba abajo en mi pene, lenta, muy lenta. Mordió mi labio inferior en un inesperado alto al juego de lenguas. Mordió con fuerza y mientras yo fruncía el ceño producto del dolor, Elena sonreía dominante.

Bajó entonces con la misma rapidez antes descrita hacia mi pene y empezó a tragar. Lo devoraba. Mamaba como una posesa derramando su saliva a lo largo de mi falo produciendo así sonidos chistosos y raros productos del acto. Hundía su boca hasta pegarla a mi pelvis y una vez así movía en círculos su cabeza, de lado a lado y por unos instantes se quedaba quieta para sentirlo invadiendo toda su boca. Se sacó mi polla de la boca, miró el glande, luego a mí y sin quitarme la mirada, la punta de su lengua empezó a lamer suave y tiernamente la cabeza de mi verga. Yo solo disfrutaba del paraíso al que mi chica me llevaba acariciando de rato en rato su mejilla, su cabello y su cabeza.

Elena soltó una risita pícara, se mordió el labio y dijo:

-          Ya te di suficiente. Ahora haz con mi concha lo que se te venga en gana.

Pero, ¿por dónde empezar? Estaba empapada, de eso andaba seguro. Me puse de pie. Le acaricié la cintura mientras las yemas de los dedos de mi mano derecha rozaban sus pezones o se paseaban por la base de sus senos levantándolos ligeramente.

La incliné de a pocos, la besé y sin que se percatara la coloqué sobre la mesa. “Por fin”, pensé. “Esta es mi fantasía”.

-          Uy. Está algo fría. Mi culito se enfriará – dijo Elena.

-          ¡No! No lo hará, nena.

CONTINUARÁ...