Cogiendo confianza con mi hermano y su ligue (II)

El gordito vive una gran experiencia. Lo coloco en esta categoría por el personaje principal, aunque tiene un poco de autosatisfacción y tríos. Final del segundo relato que dedico a gorditos/as y culones/as. Porque os lo merecéis, porque estáis para comeros.

Cuando llegué a casa, me quité el slip, que estaba pringado de mi corrida, y lo tiré al cubo de la ropa sucia, poniendo algunas camisetas encima para ocultarlo. Me acosté pensando en la conversación que íbamos a tener por la mañana, porque no me iba a librar de ella.

Para mi sorpresa, la charla se demoró unos días. La abuela falleció, por lo que las dos hermanas se marcharon unos días al pueblo. Además de asistir al sepelio, debían arreglar papeleo familiar. Cuando volvieron había pasado una semana.

Ese sábado por la tarde, me encontraba en mi habitación jugando a la Play cuando Lucas entró.

—Hey, ¿vas ganando o qué?

—Subo de nivel —dije.

Venía descamisado, con el botón del pantalón desabrochado.

—¿No tienes puesto el ventilador? Aquí hace calor. Podría quitarme la ropa sin vergüenza porque no verías nada nuevo, ¿verdad, hermanito?

Pausé el juego. No sabía como tomarme el comentario.

—Pues sí. Igual que tú a mí, cuando me cambiaban los pañales pringados de caca.

Se dejó caer sobre la cama, con las manos tras la cabeza.

—Qué cabrón eres —dijo con tono neutro, como quien dice que hace buen día. No parecía enfadado ni molesto.

—Cabrón tú —dije—, que te las tiras como una bestia parda.

—Así es como hay que hacerlo, Rubén. Todas quieren saber lo que es sentirse folladas por un macho al menos una vez en la vida. Tienen esa fantasía. Si una mujer te gusta de verdad, hazle el amor, pero si quieres no parar de follar tienes que ser bruto. Ellas solitas vendrán a ti.

Reinicié mi partida. No sabía por hacia dónde iba la conversación. Le rogaba a mi polla que, por favor, no diera señales de vida justo ahora.

—Sobre todo, las gorditas —dijo—. Hazlas sentir deseadas, dedícales frases guarras y siempre tendrás su cuerpo disponible. Igual como los gorditos.

Volví a pausar la partida.

—¿Gorditos? No me van los tíos, por si no te has enterado.

—Da igual. Esta sociedad de postureo los hace sufrir mucho. Cuando estés con una persona gordita, hombre o mujer, dile la suerte que tienes de poder tener sexo juntos, dile cuánto te gustan sus curvas cuando estés empalmado. Cuéntale todas las guarradas que te apetece hacerle, aunque no todas sean verdad. Échale imaginación. Cuando se la metas no estará repasando la lista, a ver si le haces todo lo que le has dicho o te dejas algo. Solo querrá follar sin parar hasta correrse.

—Vale, gracias por la lección. ¿Puedo seguir jugando?

Se levantó de la cama con media sonrisa. Reconozco que mi hermano era guapo, aunque a mí los hombres no me van.

—Eres bobo, Rubén. Te estoy contando esto porque quiere tema contigo.

Casi se me cae el mando de la mano y yo de la silla.

—¿Cristina?

—No. María.

—¿María dice que quiere follar conmigo? —pregunté incrédulo.

—Bueno, dice que primero vengas a mirar. Le conté que el otro día nos habías visto en pleno polvo. Me dice por qué no se lo dije, digo porque me dio morbo, digo no sé si a ti te iba a cortar el rollo. ¿Sabes cuál fue su respuesta? Que solo de pensarlo se le mojaban las bragas. Literalmente lo dijo.

—Joer, si está buenísima —dije—. Pero, ¿solo mirar? ¿No podría tocarle las tetas o algo? ¿No te ha dicho nada?

—Bueno, en realidad, sí.

—Quiere un trío —dije convencido—. ¡Al fin entiendo esta conversación! Pues, sabes qué, que paso. ¿Cómo voy a ponerme ahí contigo? No podría, tío, que eres mi hermano.

—No es un trío. Mira, te lo voy a decir sin rodeos. Ella quiere que estés ahí mientras me la follo, rollo voyeur. Para hablarte, decirte cómo se siente. Dice que le pone cachonda hacerle eso a un pajillero como tú.

Menuda sorpresa. ¿Mirar, quizá poco de conversación sucia, sin la presión de estar a la altura del gran macho alfa?, ¿sin tener que esforzarme? Era muy excitante pensarlo.

—Bueno —dije, disimulando—, si aceptara, ¿cuándo sería la cosa?

—Cuando ella diga. Solo proponiéndomelo se pajeó sobre mí. Se me subió al muslo y se frotó el coño hasta que se corrió. Imagínate cuando le diga que vas a decir que sí. Que te conozco, hermanito.

Decidí que podía pasar por pajillero pero no por cobarde.

—Vale —acepté—, pues ya está. Dile que he dicho que sí. Que te deje descansar unos días para que la preñes bien preñada y tenga mucho que decirme mientras... mientras... te la preñas —dije, acabando no sé cómo la frase.

En realidad, lo que yo quería era no pajearme en unos días para llevar las bolas a tope.

Se levantó de la cama y me revolvió el cabello como cuando tenía cinco años.

—Hermanito —dijo—, hace tiempo que no te lo digo pero te quiero.

Me pareció sorprendente cómo una mujer me hacía sentirme más unido a mi hermano que cualquier asunto de la familia. Supongo que, si se sabe llevar, el sexo une a la gente.

Esa misma noche, estaba en mi cuarto, leyendo un libro en la cama, cuando Lucas abrió la puerta de golpe:

—¿Duermes?

—No. Dime.

—Este sábado cenamos los tres. En su casa.

Y se fue.

La verdad es que pasé la semana más tranquilo de lo que pensaba. Total, solo iba de mirón. Sería como ver una porno en directo, o un espectáculo de despedida de soltera con final feliz. A diferencia de la peli, esta vez los actores me responderían.

Llego el sábado y nos presentamos en su casa. Cenamos con toda la parsimonia del mundo, como si fuera una reunión cualquiera, como si ninguno de nosotros supiera qué vendría tras los postres.

Cuando acabamos, me ofrecí, como la vez anterior, a fregar los platos. Cuando quise darme cuenta llevaba bastante rato solo en la cocina. Miré en el salón, allí tampoco estaban.

—Rubén —oí que mi hermano me llamaba—, estamos en el dormitorio.

Fui por el pasillo y cuando vi la puerta, mi mente regresó al momento, dos semanas antes, en el que les había visto follar. Sentí el mismo nerviosismo, la misma excitación, el mismo cosquilleo en los huevos de la otra vez. Mi polla, fofa, empezaba a babear.

Tranquilo, me dije. Él es quien tiene que dar la talla, no tú, que seguramente ni te vas a desnudar. Si ves que tal, dices que tienes que ir al baño y no sales hasta tenerla dura. Yo, como siempre, creando mis cobardes planes B.

—¿Rubén, qué haces? —gritó mi hermano.

Abrí la puerta del dormitorio. María estaba arrodillada frente a Lucas. Tenía la piel muy blanca. Llevaba una fina chaqueta, una camiseta que le marcaba el canalillo carnoso y una falda larga que le disimulaba las caderas sinuosas. Mi hermano estaba a su lado, con el pantalón vaquero por las rodillas, con la polla tiesa como una barra de pan. Pero mis ojos se me fueron a sus pelotas. Cómo le colgaban esas bolas...

—Pasa, tío —dijo—. Íbamos a empezar sin ti.

—Yo ya había empezado —dijo ella, lamiéndole el tronco—. ¿Te gustaría acabar de desnudarme?

Asentí con la cabeza. Nunca había desnudado a una mujer. La posibilidad de hacerlo me puso muy cachondo. Carraspeé, no quería que me saliera una voz aflautada.

—Chupa sus pelotas —dije, y miré a mi hermano—, mientras descubro ese hermoso cuerpo tuyo.

Él sonrió. Acababa de aprobar mi primera clase de la asignatura llamada ser guarrete.

Ella empezó una mamada a Lucas, mientras yo fui por detrás y le desabroché dos botones de la chaqueta. Me temblaban las manos pero logré quitársela con soltura. Después le quité la camiseta y liberé el sujetador negro que le atrapaba las tetas. Le metí la mano por debajo del brazo para sobarlas sobre la tela. Ella siguió mamando, él resoplaba de gusto. Mi polla palpitaba en la bragueta.

—Qué hermosos senos tienes —dije.

Ella seguía emitiendo sonidos guturales con su comida de rabo. Recordé que estaba allí en calidad de mirón, así que le solté la teta y retrocedí un paso.

Ella, al notar mi retroceso, se incorporó. Lucas aprovechó para masajearle la una teta y morrearla. Yo me moría de ganas de volver a tocarla, así que me envalentoné y le agarré la otra. Ella pegó un bote, creo que no se lo esperaba, pero como no dijo nada yo no la solté. Vi cómo entrecerraba los ojos del placer de tener dos hombres a su disposición, amasando sus pechotes con las manos. Me sorprendió la reacción de mi polla. Se me había puesto dura como nunca antes. A lo mejor este rollo raro es lo que necesito, dije. Pensé que debía ser más lanzado en el sexo.

Como la tenía dura no estaba cómodo, así que me bajé la cremallera para liberarla. Ella, al darse cuenta de mi movimiento, me metió la mano por dentro.

—La suya no es tan grande —le dijo palpando mi polla—. Como le van las pajas, a lo mejor le gustaría que le hiciera una.

—Después de que yo te folle, mami —dijo él. Claro, marcando terreno.

Se arrodilló para verme bien de cerca el miembro. Luego, mientras me la meneaba, volvió a chupársela a Lucas.

Para mí, que estaba tan cachondo, el hecho de que me masturbara una gordita como ella, no era ningún premio de consolación, ¡al contrario!

—Qué dedos tan gorditos tienes... tan suaves... —dije gimiendo.

Ahora podía yo admirar también el cuerpo de mi hermano. A diferencia del mío, su gusto por los deportes, sobre todo el fútbol, se le notaba. Sus varoniles muslos daban sensación de potencia. Una capa de vello fino le cubría el pecho y bajaba por el vientre hasta su peludo pubis. Tenía las manos grades como la polla, y unas pelotas gruesas que María no dejaba de lamer.

—Qué bien la chupas, mami... —dijo él—, pónmela dura para que la disfrute tu coñito...

Con movimientos dulces, se quitó la falda, el sostén y las braguitas.

—Si tú supieras lo bonitas que son tus curvas —dije, con admiración sincera—, tus tetas, tus caderas...

—Qué bien enseñado lo tienes, papito —le dijo a Lucas, antes de volver a amorrarse a su rabo, que se bamboleaba en el aire pidiendo atención.

Me seguí pajeando con el corazón a mil, mientras le buscaba otra vez la teta. La acaricié en movimientos redondos, acercándome cada vez más al pezón. Lo puse entre los dedos índice y pulgar, para juguetear con él. Cuando lo presioné, ella hizo un gesto de dolor. ¡Mierda!

—Perdón —le dije.

—No, bebé —contestó—, no te disculpes por buscar el camino del placer.

Un hilo de líquido transparente emergió de mi glande hasta casi el suelo. Casi me corro al oírlo.

—Quiero tu chochito —dijo, de repente, Lucas.

Ella separó los muslos mientras se la seguía chupando. Él se agachó, buscando con la mano la entrada de su coño. En seguida comprendí, por el movimiento del brazo, que se la estaba follando con los dedos.

—Qué húmedo lo tienes, mami —dijo.

Ella dejó de chupársela para besarle con pasión. Por un momento sentí que sobraba. Se besaban, se mordían los labios, se los lamían con fuerza. Regresé a la escena al agarrarle sus amplias nalgas.

—Tienes dos machos deseando hacerte gozar, mamita —le dije al oído.

Siguieron besándose hasta que ella le dijo:

—Quiero su verga.

Yo miré a Lucas.

—Es un pajillero —dijo él.

—Pues enséñale a follar.

A estas alturas, yo quería participar más, pero la decisión final no dependía de mí.

—Mira, mami, estamos aquí para que tú goces. Hermanito, desnúdate.

Las orejas me ardían. La regla se había roto. Había que improvisar.

Obedecí la orden de mi hermano. Me quité el pantalón y el bóxer. Me quedé solo con la camiseta. Mi polla babeaba, bien erecta.

—Tu hermano es un buen ejemplar de macho joven, papito —dijo—. Aunque por el tamaño de sus pelotas, tú eres más macho. Pero es hermoso. Me gusta que también sea gordito. Serás un buen follador cuando cojas confianza. Tanto de hembras como de machitos.

¡Y dale! ¿Por qué todo dios me hace gay?

Fui a responder, pero ella me levantó la camiseta.

—Bonitas tetillas —dijo.

Empezó a chuparme los pezones, alternando del uno al otro, de una manera que me puso la carne de gallina. Cuando me pajeo, me los aprieto en círculo, eso me da un gusto delicioso, pero sentir los labios de otra persona, su lengua húmeda, te deja una sensación increíble...

Lucas observaba, con la mano en su rabo. Enarqué las cejas; no era mi intención sustituirle, pero ella mandaba. Entonces se colocó a sus espaldas, refregando su polla contra sus nalgas. No iba a perder tiempo.

Cuando se cansó de mis pezones, le dijo a Lucas, con voz ronca:

—Frótate con mi culo... luego métemela hasta el fondo...

Mi hermano la agarró de la cintura y la penetró sin demora. Creo que hacía rato que lo deseaba, aunque no lo pidiera. Ella se arqueó, apoyada en mi pecho, y sacó el culo hacia afuera. Él pegó una embestida que casi nos tira a los dos al suelo. Me di cuenta de que estábamos cerca del armario del dormitorio, así que di un paso atrás para apalancarme contra la puerta de madera. María se agarró a mis hombros, con sus tetas aplastadas contra mis tetillas.

La siguiente embestida la recibimos con mejor apoyo. A partir de ahí, con una postura más estable, Lucas la empezó a embestir con ritmo.

—Qué rica te ves así, mamita —me atreví a decir—, con dos machos adorando tu cuerpo.

Mi hermano se miraba la polla mientras la penetraba.

—Aprende a follar como él —dijo María—. Aprende porque eres muy guapo. Tendrás muchos coños o culos para reventar... Mira cómo me taladra el coño... qué rico es sentir la potencia de un macho entre las piernas...

Lo cierto es que él le estaba dando duro. A cada golpe de su cadera nos empotraba más contra el armario. Me di cuenta de que los tres sudábamos.

—Te voy a hacer gozar... —dijo él— hasta que no te tengas en pie...

Sentí que era mi turno, debía decir algo.

—Aprenderé a follar, mami... —dije—, lo haré como él para empotrar a hembras cachondas... para dar por el culo a hombrecitos gorditos... me follaré sus grandes culos y vendré a contártelo, mami... para que te pajees conmigo mientras te lo cuento...

Mi hermano me miró sorprendido, pero en seguida se le escapo una sonrisa. Sentí que acabábamos de fundar una especie de hermandad de guarros.

Estiré la mano para acariciar la nuca de esa hembra, al mismo tiempo que Lucas estiraba la suya para cogerla del cabello. Nuestras manos se encontraron en su espalda y entrelazamos nuestros dedos, como si fuera el saludo de esta nueva congregación lujuriosa. Sentí una fuerte conexión con él. Se me pasó por la cabeza que, si alguna vez decidía probar el sexo con un hombre, podría ser con alguien como él, con su mentalidad, pero en gordito.

Fue un pensamiento raro que me guardé para mí, porque yo no era gay. Pero, ¿por qué me venían pensamientos homoeróticos a la cabeza, justo ahora?

—Goza con dos machitos, mami —dijo Lucas, trayendo mis pensamientos a la realidad—, goza de dos machos, mi hermosa hembra...

Me deslicé para salir de la prisión que formaban el cuerpo de María con el armario. Ella se quedó apoyada en la puerta de madera mientras era embestida por detrás. Me agaché. Vi sus dos pelotas que se balanceaban en el aire.

—Qué hermosas tetas —dije—, qué hermosa te ves atravesada por la tranca de un macho.

Me acerqué para volver a masajearle las tetas. Ella se separó del armario para ponerlas a mi alcance. Sobar unas tetas grandes, de las que parecen de gelatina, solo es comparable a sobar un culo grandote.

Otra vez me detuve en el fresón de su pezón. Ahora sabía que se mezclaba el placer con el dolor, y que eso le gustaba. Por primera vez en mi vida, me sentí poderoso, como si pudiera hacer cualquier cosa. Se me ocurrió alargar la mano para pellizcar un pezón a Lucas. No sé por qué lo hice. No me pude reprimir.

—Qué hermosos pezones —dije—, me los comería una y otra vez...

Entonces él me miró y yo no aguanté más. Me agarré la polla y me corrí, expulsando varios chorros de esperma al suelo. Me sorprendió la cantidad que tiré. También que la tenía como la piedra.

Me la meneé para no dejar ni una gota. Mi hermano seguía bombeando con fuerza el coño de María, que gemía y temblaba de placer, aplastada contra la puerta del armario del dormitorio.

—Así mamita... —dijo—, déjate llevar... cuando te corras volveré a empezar... a darte rabo... a ver cuánto placer... eres capar de aguantar...

—Y nosotros de darte —dije.

—Sois unos... cabrones... los dos... —dijo ella.

Lucas se separó. Tardó un momento en volver a meterla, parecía que le costaba.

—Te voy a encular, mami... Abre tu culo... —dijo.

Le dio por detrás durante un rato hasta que vi que el cuello se le llenaba de venas. Empujó, emitió un ruido gutural como el de un animal y supe que acababa de correrse.

Entonces, María se separó de nosotros y se puso a cuatro sobre la cama.

—Comedme el coño ahora... los dos... —dijo—, quiero correrme en vuestros labios... en vuestras bocas... será mi bautizo para mis dos papitos...

Aún colorado por el esfuerzo, Lucas se agachó rápido entre sus muslos. A mí, después de correrme, se me estaba pasando el calentón.

—Pajillero, ven —me dijo—, el bautizo también es tuyo.

Me arrodillé junto a él y ambos le comimos el coño. Yo veía que, a veces, subía la lengua hasta casi el ano. Le imité, haciendo que, a veces, nuestras lenguas se rozaran. Su aliento se mezclaba con el dulzón aroma de su chocho. Con el roce de nuestras lenguas, me dio un morbo tremendo morrearle. Pensarlo me excitó tanto que se me volvió a poner tiesa. Pero no podía hacerlo; mejor dicho, ¡no debía!

De repente, ella empezó a jadear con más intensidad.

—Asi.. así... no paréis, papitos... no paréis... que me corro... me... corro...

Nosotros seguimos batallando con nuestras lenguas en su coño, intentando chuparle cada pliegue sus labios, para darle más gusto aún. Le separábamos los muslos para llegar al clítoris y a todas partes de su entrepierna. Vi a Lucas que se la follaba con la lengua. Yo hice lo mismo, juntando mi lengua a la de él, formando un solo apéndice follador, por llamarlo así. Cuando pensé que eso era casi morrearnos, me corrí por segunda vez. Justo cuando las piernas de María empezaron a agitarse entre convulsiones en nuestras caras.

—Así... así... así...

Un chorro de líquido salió de su coño. Nos salpicó por la cara mientras ella ahogaba sus gritos con la cara entre las almohadas. Se estaba corriendo en nuestras caras, como había pedido. Me sentí orgulloso de haber contribuido a ese increíble orgasmo.

Iba a separarme de ella pero como él no lo hizo, yo tampoco. Le seguimos comiendo el coño hasta que alcanzó un segundo orgasmo, más tranquilo pero, seguramente, más profundo.

Entonces paramos para darle tiempo a recuperarse. Lucas le trajo un vaso de agua. Yo la ayudé a levantarse de la cama. La llevamos al baño a que se diera una ducha. Luego regresamos al dormitorio.

—No puedo con mi alma —dijo, tirada en la cama.

Decidimos dar por terminada la aventura y dejarla que descansara. Antes de irnos, le dije:

—Gracias, mamita, por todo. Eres tan bella por fuera como por dentro.

Regresamos a casa. Fuimos todo el trayecto en el coche callados. Yo esperaba que me dijera algo, qué había hecho bien, qué mal o cómo me sentía. Pero, al contrario de lo que era habitual, esta vez no quiso hablar. Qué quieres, soy un pajillero de veintiún años. Estoy lleno de inseguridades y dudas que me pillan en plena ebullición hormonal.

De hecho, desde ese día mi hermano no es tan desvergonzado. Algo ha cambiado su comportamiento. Sé que al poco tiempo cortó con María, aunque ya está con otra. No sé, supongo que volverá a ser el de antes, que esta experiencia, en el fondo, tampoco nos ha unido tanto.

Para mí, además de la experiencia, dos cosas son lo mejor de todo: una, que Cristina me ha enviado un mensaje al móvil para quedar un día de estos; la otra, que, aunque no soy gay, quiero empezar a follar con gorditos ¡ya!