Cogiendo confianza con mi hermano y su ligue (I)
Un gordito pajillero adquiere confianza. Lo coloco en esta categoría por el personaje principal, aunque tiene un poco de voyeurisno y autosatisfacción. Segundo relato que dedico a gorditos y gorditas. Porque os lo merecéis, porque estáis para comeros enteritos/as.
Tengo dos hermanos mayores. Con uno, el mediano, no tengo relación porque se fue de casa al cumplir los dieciocho. Con Lucas, el mayor, siempre me he llevado bien aunque no hemos tenido una relación muy profunda. Sin embargo, me he pegado unas buenas corridas gracias a él.
Yo soy Rubén, el pequeño de los tres.
Cuando esto pasó yo tenía veintiuno y Lucas veintiocho.
No es que estuviera secretamente enamorado de él ni mucho menos. De hecho, no soy gay. Me gustan las mujeres. Me gustaría algún día meter la polla en un chochito jugoso y bombear mientras chupo unas buenas tetas. O probar la postura del misionero, con la hembra retorciéndose de gusto debajo de mi cuerpo. O a cuatro, por el culo. Me gustaría follar, en una palabra.
Casi todo lo he aprendido de mi hermano. Siempre ha sido muy ligón, muy descarado respecto al sexo, un desvergonzado.
Siempre me ha comentado lo que le hace a sus novias y lo que le gusta que le hagan a él. Entre nosotros hay siete años de diferencia, por lo que cuando yo empecé a ser un adolescente salido, él ya se follaba cualquier tía que le salía al paso. Siempre gorditas, que son su debilidad. Además, lo contaba con tanto detalle que yo no podía evitar acabar con dolor de huevos por lo cachondo que me ponía al imaginar en mi cabeza cómo sería hacerle todo que él les hacía.
Cuando maduré un poco entendí que, a lo mejor, más de una vez exageraba, pero a veces había comentado algo delante de ellas y no le corregían. Ninguna le llamó exagerado ni mentiroso, al menos delante de mí.
—Vengo molido —podía decir una noche al llegar a casa y tumbarse en mi cama, mientras yo estudiaba o jugaba a la Play—. He quedado con Tal —aquí decía el nombre de la que tocara en ese momento—, está buenísima. Tiene unas tetas enormes, con un culo impresionante que dan ganas de follárselo solo para ver cómo le rebotan las peras. Se las he estado sobando hasta que le he puesto tiesos los pezones. Tenías que ver cómo intentaba reprimir los gemidos de gusto, la tía. —O también: —Traigo los huevos secos. Hemos ido al chalet de los padres de X para limpiar la piscina para este fin de semana. Pero entre el sudor, el calor, lo ligeros de ropa que íbamos... Cuando me he dado cuenta la tenía encima, en el fondo de la piscina, dándome sentones en el rabo y gritando de placer. Se me ha corrido encima dos veces hasta que me ha exprimido los huevos. Luego hemos parado a comer unos bocatas, y antes de acabar ya estaba mamándomela hasta que me la ha puesto dura otra vez. —Un ejemplo más: —Anoche conocí a Y en la discoteca, que es amiga de un antiguo lío. Es gordita, con unos melones y unas caderas grandes. Se ha pasado toda la noche ignorándome con mala cara hasta que le he preguntado si le pasaba algo conmigo. Me dice la tía que no, que lo que pasa es que su amiga le ha contado cómo me la follaba y que al verme se ha sentido excitada y cohibida a la vez. Le digo que lo de cohibida lo he notado, pero que lo de mojada me lo tiene que demostrar, y va la tía y me pone la mano entre los muslos, bajo la falda, le digo estás empapada, entonces la empiezo a masturbar moviendo los dedos por sus braguitas hasta que se ha corrido allí mismo en la barra de la discoteca. Cuando ha acabado le he dicho que si ella quiere me llame un día y follamos, y me dice, recién corrida que estaba, que nada de otro día, que ahora mismo porque sigue caliente. Me la he llevado a su casa y en la cama de sus padres se la he metido a lo perrito y la he hecho correrse dos veces antes de llenarle el chochete. Las gorditas son las mejores follando, te lo digo de verdad. Luego le he dado por culo pero ha aguantado para correrse en mi cara mientras le comía el coño. Vengo agotado...
Como te puedes imaginar, yo, que toda mi experiencia era tocarle las tetas a alguna del instituto, cuando se dejaba, escuchaba sus historias, me imaginaba en mi cabeza a todas esas mujeres curvilíneas, culonas, tetonas, caderonas... Todas con sus particularidades físicas pero tan hermosas, gozando con el machito de mi hermano encima de ellas... Los latigazos de placer me golpeaban la polla mientras me llenaba los calzoncillos de precum adolescente.
Él nunca me preguntó si me molestaba o me incomodaba que me hablara con tanta sinceridad. No creo que lo hiciera con doble intención. No sé si la necesidad de compartir conmigo sus experiencias era por exhibicionismo o para creerse él mismo su vida sexual.
Un día sucedió algo que acabó por hacerle más discreto.
Era un viernes por la noche. Lucas iba a salir con su amiga más reciente, María, al centro comercial de La Salera de Castellón. El plan era cine y cena. No lo dijo, pero yo ya sabía que la cita acabaría en el polvo que me contaría por la mañana. A última hora, ella le dijo que no tenía ganas de salir porque su abuela estaba muy enferma. Sus padres se iban a verla a un pueblo del interior a unas tres horas en coche. María tenía una hermana, Cristina, un año mayor que yo. Las dos eran guapas, gorditas, con las tetas grandes y un buen culo.
Por este problema familiar, ambas se irían al pueblo por la mañana. Aunque no estaba de humor, Lucas se la llevó al cine para no perder las entradas. Me pidió el favor, hasta que volvieran, de quedarme con Cristina para que no estuviera sola. Yo la conocía de verla por el instituto, así que no me pareció mal, si a ella no le importaba.
Sinceramente, yo tenía las hormonas descontroladas. Cristina también era muy guapa. No podía lanzarme entre sus tetas sin más, podría molestarse.
Lucas me dejó en casa de María y ambos se fueron. Cristina me recibió con dos besos y una sonrisa. El tema es que estaríamos solos por, al menos, tres horas, hasta que mi hermano volviera del cine para volver a casa.
Yo no quería hacer nada erróneo, pero mi cabeza empezó a dar vueltas a la situación. Quizá por leer demasiados relatos o ver demasiado porno, empecé a buscar la manera de romper el hielo, de crear una atmósfera más íntima con Cristina. Algo, una frase de doble sentido o cualquier cosa que diera pie a que me dejara sobarle las tetas, me la chupara o incluso me frotara sus nalgas. Eso era una gran meta en mi cabeza... inalcanzable en la realidad. Lo más probable que podía suceder era, como mucho, que ella se fuera a dormir con un pijama largo. Si me dejaba solo buscaría su ropa sucia. Por lo menos le olería el rastro de chichi en sus bragas.
Por mi manifiesta torpeza, fui incapaz de cambiar el clima entre nosotros. Así que a la media hora estábamos cenando en silencio con los Teen Titans Go en la televisión, porque a ella le encantaban. Luego, cumpliendo mi profecía, dijo que se iba a dormir. Yo me ofrecí a fregar los cacharros de la cena, con la desilusión desinflada en mi bragueta.
Decidí olvidarme del tema. Cuando acabé la fregada, seguí viendo los Teen con una lata de cerveza en el sofá. Cuando me la hube acabado, saqué otra. Con casi un litro en la vejiga tuve que ir a mear. Al volver al sofá me entró sueño.
No sé cuánto tiempo llevaba dormitando cuando un ruido en la puerta me despertó. Los tortolitos volvían del cine. Me hice el dormido en el sofá, cosa que casi era verdad.
—Ven, cariño —oí decir a mi hermano—, deja que tu papi te haga gozar.
—Shhh... Rubén duerme en el sofá. Le vas a despertar.
—Anda, vamos a tu cuarto.
—Eres un plasta —dijo ella aguantando la risa.
—Solo quiero hacerte temblar de placer.
—No hagas promesas que no puedas cumplir —susurró ella.
—Yo siempre cumplo —respondió él. Entonces oí esos chasquidos húmedos de los besos con lengua, y sus respiraciones que se transformaban en jadeos. Mi polla empezó a palpitar debajo de la bragueta.
Esas frases que decía mi hermano, con subtextos, con dobles sentidos, eran los recursos que a mí me faltaban para dejar de ser un veinteañero pajillero.
Sin dejar de besarse les oí entrar por el pasillo hasta el dormitorio. Yo seguía con la polla morcillona en mi slip. Ya me lo imaginaba, mañana o al otro día, tumbado en mi cama con el torso al aire, dándome detalles de la follada.
Saber que a pocos metros estaban follando me despejó. Esperé unos instantes. La casa estaba oscura. Excepto sus voces apagadas en el dormitorio, no se oía nada. Me levanté con curiosidad morbosa. Si no habían cerrado del todo la puerta les vería; si no, al menos los oiría.
Como buen cobarde que soy, definí mi coartada antes de realizar el plan: me había levantado a mear, he oído ruidos pero no he visto nada, acabo de llegar... O algo así.
Crucé el salón y me desabroché el pantalón, porque estaba tan nervioso que no me llegaba el aire a los pulmones. Estaba, como me pasa a veces, muy nervioso de excitación. El síntoma era cuando no la tenía dura pero me no dejaba de tirar precum. mucho precum.
Muy lentamente me acerqué a la puerta del dormitorio. Sabía dónde estaba porque Cristina, cuando llegué, me había enseñado la casa. Me dijo también dónde estaban los dos baños. Antes de cenar había ido a lavarme las manos y a limpiarme el precum, por si acaso.
Escuché con atención, congelado frente a la puerta. Ya no se oían las risas. Cerré los ojos para afinar el oído. Entonces escuché los gemidos, las respiraciones profundas, y la voz femenina diciendo:
—Así... cómeme el coño, papito...
Sentí otra punzada de placer en la punta del capullo. Al acomodármelo con los dedos, mis huevos se contrajeron de gusto, haciendo brotar más líquido transparente de mi rabo.
A Lucas no lo oía. Obviamente, tenía la boca ocupada.
El dormitorio estaba junto al baño, lo cual era ideal para mi excusa. Seguí escuchando, con la oreja pegada a la puerta:
—Chupa el conejito de mami... chúpalo...
—Sí, mamita, dame tu conejito... te voy a hacer llorar de placer...
Poco más o menos, era tal cual lo que luego mi hermano me contaba.
No sé si habéis tenido las bolas mojadas de lefa alguna vez, pero así es como yo las tenía, húmedas de precum. Sobármelas por encima del pantalón me daba un gusto delicioso. A cada frotada que me daba, un gotarrón de líquido preseminal me salía con un latigazo.
Oírlos era muy excitante, pero decidí probar suerte. Quería comprobar si podía ver al machito de mi hermano encima de María. La calentura hizo que me decidiera a probar si podía ver cómo le comía el coño, cómo se la follaba, cómo manejaba el ritmo del mete y saca y la cara de ella siendo empotrada. Con mucho cuidado agarré el pomo de la puerta, lo giré y la abrí. Muy poco. Un centímetro.
Fue una estrecha ranura la que pude abrir, pero suficiente. Miré por ella... Honestamente, no vi una mierda. Todo estaba muy oscuro. Empujé la puerta un poco más. Afortunadamente no hizo ruido.
Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, distinguí la cama. Sobre ella, dos figuras se movían con lentitud. Con los nervios mi polla chorreaba flácida, tan sensible que me habría corrido si me hubiera tocado.
Envalentonado por el morbo, me asomé. Empecé a distinguir cosas en la penumbra, como los barrotes del cabezal de la cama y almohadas pequeñas, tipo cojines como los de los sofás. Vi las siluetas de unas piernas levantadas en uve y otra de un cuerpo entre ellas. Distinguí con claridad la curva de las nalgas subiendo y bajando.
—Qué rica estás, mamita... —susurró él con voz ronca—, no sabes cuánto deseaba sentirte bajo mi cuerpo... darle placer a tu tierno conejito...
—Papito cabrón... —gimió ella—, fóllame... fóllame suave...
—No voy a parar... hasta reventarte el coñito de gusto... como a ti te gusta... cuando acabes te seguiré dando... bien suavecito...
—Ay... ay... sí... sí, por favor...
En las sombras le vi levantarse y acercar su cabeza a las tetas de ella, que arqueó la espalda para ofrecérselas.
—Cómeme las tetas, papito...
Cómo me hubiera gustado ser yo quien chupara esas tetas. A lo poco que ya iba viendo, María tenía un cuerpo voluptuoso, con tetas grandes. Decididamente, con la ropa que usaba no le sacaba partido a su físico. Por lo menos con la que yo la había visto.
No sé qué pasó en ese momento. Supongo que gemí o quizá el rubor de mis mejillas brillaba en la oscuridad, no sé. La cosa es que Lucas levantó la cabeza y me descubrió junto a la puerta entreabierta. Aun entre la penumbra podría decir que puso un gesto de fastidio. Me tapé la boca con la mano, aunque era tarde.
—No pares, papito... me tienes tan caliente... —rogó ella.
Él, mirándome, dijo:
—Tus tetas... son preciosas, me ponen muy duro... mi rabo quiere volver a tu coñito, mami... ¿lo sientes ahí abajo...?
—Sí... papi... sí...
—Estás tan buena... —dijo, chupándole otra vez las tetas—, seguro que eres la fantasía de más de un pajillero...
Yo quería salir corriendo o que me tragara la tierra, lo primero que pasara me servía.
—Seguro que más de uno del barrio —continuó— se la menea pensando en tu culo... tus tetas...
—Oh... me encanta que se pajeen pensando en mí... que me deseen...
—¿Sabes qué me dijo mi hermanito una vez? —le preguntó entre lametones en los pezones—, que se mata a pajas pensando en ti... que ojalá te viera desnuda algún día...
Ella no paraba de gemir y yo flipaba. ¡Eso era mentira!
—Que más de una vez se ha corrido diciendo tu nombre...
¡Y dale!
—Ay papi... ay papi... me encanta que se... corra... pensando en mí...
—Los pajilleros adoran a una hembra como tú, mami...
—Fóllame... —dijo ella subiendo de nuevo las piernas—, fóllame por favor... necesito correrme... no... no aguanto ya más...
Entonces él se irguió, la sujetó por los tobillos y se la folló con velocidad. Ella anunció a gritos que se corría. Yo tampoco aguanté la situación y me corrí encima.
No sé si siguieron follando o qué, porque salí corriendo de la casa sin esperarle.