Cógeme como las primeras veces

El particular dolorcito me había encantado y él lo sabía

Había transcurrido año y medio desde que me fui a la ciudad capital a estudiar en la universidad y dos años y un poco más desde que mi hermano Fabio se había ido a estudiar a Estados Unidos gracias a una beca imposible de rechazar.

No podía creerlo cuando me llamó avisándome que en pocos días estaría de visita en el país durante tres semanas. Conversamos por un largo rato sobre nuestras vidas, lo que habíamos estado haciendo durante todo el tiempo que nos habíamos separado, lo que teníamos en mente a futuro, etc. Acordamos en que se hospedaría en mi apartamento, así se ahorraría gastos extras y compartiríamos más tiempo juntos; debía «traerme muchos regalos por el ahorro de pagar un apartamento», le dije en broma..

Me pidió que no contara a nuestros padres sobre su visita al país, quería que fuera una sorpresa, me lo recalcó varias veces. Una semana antes de que llegara visité a mis padres además de buscar unas cuantas cosas personales que no había podido llevarme a la capital las anteriores veces y las necesitaba.

Mi hermano es guapetón, es casi cuatro años mayor que yo. En ese momento yo tenía 19 y un poco más por lo que él ya había cumplido los 23. Es alto, de 178cm, cabello castaño, siempre corto y la barba la luce siempre en candado. Tiene unos ojos claros y verdosos, una sonrisa encantadora y luce un buen físico con brazos y piernas bien tonificadas.

Se suponía que llegaría un jueves por la noche pero el día anterior estando yo en clases recibí una llamada de un número desconocido. Corte la llamada unas tres veces pero ante la insistencia tuve que levantarme del asiento y salir de clases un momento a contestar.

Era él y ya estaba en la ciudad.

Le dije que estaba en clases y que saldría en 35 o 40 minutos. Le di la dirección exacta de mi residencia y llamé por teléfono al conserje pidiéndole que por favor recibiera a mi hermano, que no lo dejara esperando afuera.

Una hora después al fin veía a mi hermano. Al verlo le abracé y besé emocionada, tanto tiempo sin verle en persona. Estaba cambiado, es decir, se le veía más guapo, más blanco de lo que era, más lleno de vida además de su peculiar rostro risueño.

Subimos a mi apartamento, estuvimos abriendo las maletas, mi bello hermanito me había traído regalos y cosas que también le encargué. Discutimos -aunque en sana paz- pues me dijo que no le pagara nada, que todo lo que me trajo era un regalo de su parte. Le dije que no, que todo lo que le encargué debía pagárselo, que tomara el dinero pero no quiso por nada del mundo. Lo correteé por toda la habitación intentando meterle el dinero en los bolsillos pero el huyó de mi.

—Ya usaremos ese dinero para divertirnos por ahí, no insistas, no me debes nada —dijo, convenciéndome.

Se hizo de noche y nos la pasamos comiendo, bebiendo y viendo películas hasta quedarnos rendidos del sueño sobre el sofá.

Al día siguiente quedamos en salir de rumba a una discoteca. Me fui a la universidad a pesar del trasnocho y volví al mediodía. Mi bello hermano había ordenado todo el desastre que habíamos dejado. Amo a los hombres así, que no nos dejan todas las tareas a nosotras, que si pueden recoger un papel mal tirado en el suelo lo hacen, que si hay un plato sucio en el lavaplatos lo lavan, etc.

Fuimos un rato al centro de compra y a conocer un poco ya que mi hermano conocía muy poco la ciudad capital. Había mucha gente y ya se respiraba el ambiente decembrino a pesar de que la situación del país ya estaba deteriorada, hacía un año y un poco más de la muerte de Chávez, las elecciones dudosas en las que supuestamente Nicolás Maduro salía vencedor y se habían vivido desde entonces las constantes protestas estudiantiles, los saqueos, el deterioro progresivo de la economía, etc. Volvimos a casa, me bañé y descansé unas tres hora, pues necesitaba recuperar el sueño perdido de la noche anterior.

A las 9.30pm ya estábamos saliendo para la discoteca. Fabio no escatimó en halagos cuando me vio salir de mi habitación. Me comió con la vista al ver el conjunto que vestía.

—Pero tú no piensas dejar para nadie, mami

Fabio siempre me decía mami, desde muy pequeña, aunque una vez mi mamá se disgustó y le dejó muy en claro que no le gustaba para nada que me llamara así. Fabio hizo caso omiso al disgusto de mi madre por lo cual tuvo que acostumbrarse a oír a Fabio llamarme mami cada vez que se le ocurría.

De mi parte siempre me encantó que me dijera mami, viniendo de él me hacía sentir una mujer cuando apenas era una niña adolescente en pleno desarrollo.

¿Y cómo iba vestida? Un vestido negro de una sola pieza que me quedaba bastante ajustado y muy por encima de mis rodillas lo que dejaba mis lindas piernas al descubierto. Tenía un solo tirante, del lado izquierdo, mis hombros quedaban al desnudo, una abertura en forma de hoja que permitía una bonita y sugerente vista de mis senos. Mi cabello castaño, largo y suelto para la ocasión. Zapatos negros cerrados de suela roja. Me pinté los labios de un vinotinto bastante oscuro, cejas bien alineadas y ojitos bien sombreados.

Al conserje casi se le salen los ojos al verme, le saludé con coquetería.

Fabio iba vestido de forma sencilla y muy fresco. Bluejeans, franela blanca, lentes de sol que independiente de la hora siempre hace a los hombres verse atractivos, sobre todo si es un hombre naturalmente guapo.

La discoteca estaba a medio llenar así que estuvimos bailando cómodamente hasta pasados unos minutos que empezó a llegar más gente. Los chicos se ofrecían para sacarme a bailar, Fabio no tuvo más remedio que quedarse viéndome bailar con otros aunque no tardó mucho en conseguir chicas con las que pasar el rato mientras de reojo me celaba.

Cada tanto me echaba una escapadita al bar a tomarme una copita de licor, quería entonarme un poco o mientras la noche envejecía.

Luego de bailar por un buen rato con otros chicos busqué a Fabio y continuamos él y yo. Para ese momento ya me encontraba bastante pasadita de licor.

Estuvimos bailando un poco más y los movimientos eran bastante atrevidos. Fabio me manoseaba por todos lados, lo mismo hacía yo. La música, las luces bajas y el licor me habían llevado a un estado de excitación crítico y Fabio lo notó.

A pesar de que tenía unos cuantos tragos encima no considero que me emborraché pero si que simulé estarlo, los hombres se ponen loquitos cuando ven que se pueden aprovechar de la situación.

Hubo un momento en el que besé a Fabio en los labios, luego me reí y le dije que ya estaba loca, que mejor era que nos fuéramos.

Eso hicimos, salimos de ahí apresurados como si nos estuviera persiguiendo la policía.

En 30 minutos ya estábamos subiendo al apartamento y yo comportándome bastante extraña, pasadita de copas pero bien consciente de la situación.

Una vez en la habitación lancé el bolso al sofá y me di la vuelta, mi hermano venía hacia a mi y lo abracé, me le quedé viendo fijamente y lo besé en la boca y el correspondió a ese beso.

—Te he deseado tanto, mami —dijo jadeándome cerca del oído.

El beso continuó allí de pie, a espaldas del sofá y el recuerdo invadió mi mente por completo.

Me estaba entregando nuevamente al hombre que me había hecho mujer en casa de mis padres, un domingo en el que estaban ausentes.

Yo venía recién salida del baño y pasé por la cocina a tomar algo, nos quedamos conversando pero ya llevábamos semanas flirteando y deseándonos indirectamente. Fue ese momento en el que sucedió así de la nada, pues, el deseo está latente, sientes la energía viva y las cosas se dan sin programarlas, solo sucede. Recuerdo que se puso detrás de mi espalda y empezó a besarme los hombros aún húmedos y salpicados con pequeñas gotas de agua compitiendo por descender hacia mi espalda.

—Quiero hacerte mía, mami —recuerdo exactamente sus palabras

—Yo quiero —le respondí

A continuación me llevó a su habitación donde me quitó la toalla, me recostó a su cama y me hizo sexo oral. Era mi primera vez en todo. Estuvo un buen rato chupándome la cuquita aún virgen. Se sentía rico pero tenía miedo. Estuve gimiendo durante unos minutos hasta que se levantó y me dijo que me la iba a meter.

Antes cerró la puerta aunque estábamos a solas, nos acomodamos bien en su cama, se posó encima de mi, mis piernas bien abiertas, ambos ya completamente desnudos.

Ibamos a cometer incesto, sabíamos que estaba mal, que no es bien visto, que si papá y mamá se enteraban iba a ser un choque emocional muy fuerte para ellos. Aún así, nos deseábamos y sabíamos que tarde o temprano aquel momento llegaría, pues, llevábamos semanas en un juego seductor que todavía no sé cómo nuestros padres nunca sospecharon.

Sentí su pene rozar la entrada de mi vagina, le pregunté si dolería y me dijo que un poquito. Pero no dolió poquito. El empujó fuerte su pene contra mi vagina y sentí un gran dolor agudo, tanto que grité fuerte por lo que tuvo que taparme la boca y pedirme que aguantara. Volvió a empujar una vez más y su pene había irrumpido completamente en mi vagina. Lloré del dolor pero me calmé cuando supe que ya había pasado todo.

Siguió penetrándome, dolía un poco menos hasta que la picazón fue desapareciendo. Se sentía rico ahora y a pesar de que aún me dolía me aguanté, pues, me encantaba la sensación, era un momento que nunca volvería a repetirse, no podía interrumpirlo, era mágico. No se experimenta la perdida de la virginidad dos veces en la vida, es única y es un recuerdo que llevarás guardado por el resto de tu vida en tu corazón.

Fabio continuó yendo y viniendo dentro de mi pero no pudo más y se corrió. Dijo que era lo más rico que había experimentado. Yo no alcancé el orgasmo pero me encantó la experiencia. Días después continuaríamos manteniendo relaciones sexuales siendo muy cuidadosos de que nuestros padres no nos pillaran. El sexo se volvió una adicción para mi, perdí la cuenta de las veces que fui suya. Unos meses después tuvo que irse a Estados Unidos, nuestra comunicación fue menguando debido a los estudios y la diferencia horaria, las nuevas amistades y experiencias de todo tipo por lo que con el tiempo aquello que habíamos vivido se fue quedando en el baúl de los recuerdos.

A pesar del buen sexo que habíamos tenido y la gran amistad que nos unía como hermanos nunca lo he visto con ojos de amor, siempre lo vi como una experiencia en la que ambos nos vimos tentados a pervertimos en nuestra curiosidad por el sexo, terminamos cruzando los límites de lo establecido y nos gustó. Éramos buenos hermanos, buenos amigos y excelentes amantes, sin hacernos daño sentimentalmente. En eso él y yo parecemos gemelos, no mezclamos una cosa con la otra. Nos celábamos y demás pero sabíamos que era parte del juego, nos encantaba esa relación incestuosa que habíamos iniciado.

Ahora estábamos reviviendo aquellos momentos, al menos yo.

—Cógeme como las primeras veces —le dije y le mordí el labio inferior un poco fuerte.

El mordisco fue el detonante para que mi hermanito se transformara en una bestia. Me cargó en sus brazos y me llevó directo a la cama, allí empezó a desvestirse delante de mi, yo quise desvestirme pero me detuvo.

—Yo lo hago —dijo con la respiración acelerada

Se despojó de toda su ropa, luego me quitó el vestido, el brassier, la panti, los zapatos y se abalanzó sobre mi, quedando ambos dentro de la cama de forma cruzada y mientras nos devorábamos nuestras lenguas posicionó su ya erecto pene en mi vagina y me penetró con fuerza haciéndome gritar de dolor.

Pero el particular dolorcito me había encantado y él lo sabía.

—¿Me vas a dar duro? —pregunté con la voz herida.

No contestó a mi pregunta, solo me miró como el león que observa a su presa antes de asestarle el golpe de gracia.

Fabio me cogió con impetu haciéndome gemir de forma entrecortada. Era el deseo acumulado y las ganas impostergables de volver a cogerse a su hermanita.

—Incestuoso, pecador —le dije entre gemidos

—Me encanta cogerme a mi hermana —respondió él

La cama rechinaba, Fabio me violentaba llevándome a un placer extremo en el que se mezclaron una serie de pensamientos y sensaciones tan placenteras que nos condujeron a un inevitable e intenso orgasmo. Fabio se corrió dentro de mi sabiendo que ya había logrado hacerme correr, luego se hizo a un lado y nos quedamos agotados tomando el aire que el mayor placer humano nos acababa de robar.

Minutos después estaba bajo la ducha, cargada en sus brazos, recibiendo nuevamente dentro de mi las embestidas de su pene, esta vez fuimos con calma, cambiando de poses y por primera vez desde que nos separamos mi hermanito volvió a disfrutar de una de mis felaciones. Esa noche dormiríamos juntos por primera vez en una cama hasta el amanecer.

Al día siguiente luego de volver de la universidad le llamé antes de subir al apartamento, quería asegurarme de que me esperaba, me dijo que estaba cocinando.

Cuando salí del ascensor y conociéndome los horarios de mis vecinos, me quité la ropa en las escaleras que daban al próximo piso y me puse el uniforme que usaba cuando estudiaba la secundaria. Falda corta azul, franela beige, medias negras y zapatos negros, ropa que había guardado como recuerdo entre mis cosas y por las que fui la vez que visité a mis padres. Le hice dos colas a mi cabello, una de cada lado y entré al apartamento.

A Fabio le encantó verme vestida de esa forma y sin pensarlo dos veces me bajó la panti y me cogió así vestida de colegiala. Era una fantasía que había quedado pendiente y que al fin pudimos hacerla realidad.

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