Código X
Una joven estudiante de Erasmus se ve atrapada por un código subliminal insertado en su PC induciéndola a comportarse como una zorrita.
El Código X
Javier trabaja como técnico programador especialista en marketing comportamental a través de Internet. Sus proyectos consisten en desarrollar códigos que induzcan a determinados comportamientos de consumo compulsivo.
No hay muchos especialistas en el desarrollo de este tipo de códigos, entre otras cosas porque se trata de una disciplina extremadamente compleja que combina profundos conocimientos de informática, marketing y psicología, algo muy poco común. Además, el desarrollo de este tipo de códigos resulta muy costoso para sus clientes, aunque también muy rentables y, por otra parte, la confidencialidad debe resultar extrema, por aquello de mantener la ventaja competitiva y porque, de alguna manera, este tipo de prácticas, a pesar de carecer una legislación específica podrían acabar considerándose no sólo ilícitas, sino también delictivas.
Hace poco más de tres años Javier empezó a trabajar en un proyecto más sórdido, si cabe, para Global Game Inc., un cliente de Isla Mauricio. El proyecto consistía en el desarrollo de un código que indujera a los visitantes de una web de juego on-line a apostar. De modo que todo visitante de esa página web se acabaría convirtiendo en un ludópata, incapaz de abandonar la mesa de juego apostando cada vez más y más.
Mientras Javier desarrollaba el código para este casino on-line, se le ocurrió una aplicación adicional para el tipo de códigos que desarrollaba. De esta manera, cuando hubo terminado el proyecto para Global Game comenzó a trabajar en su propio proyecto: la modificación del código para inducir a los que lo ejecutaran en sus ordenadores a obedecer sus instrucciones, instrucciones de carácter erótico-sexual enmascaradas, subliminalmente, en el propio código de programación.
Durante el tiempo que desarrollaba el código, se dedicó, también, a buscar un conejillo de indias. Alguien a quien insertarle el código en su ordenador y probar si funcionaba o no. Así, tras muchos descartes, localizó, a través del Messenger, a Sheryl, una bonita estudiante de Erasmus, irlandesa, de 19 años, de cabello rizado, castaño oscuro y de ojos azul intenso. Bastante blanquita de piel, con incontables pecas que adornaban su cara y le daban un toque inocente y un cuerpo de auténtico escándalo.
No le costó nada, una vez había conseguido el contacto, suplantar la identidad del Messenger, por su propia aplicación, de aspecto idéntico a la del Messenger, pero con el tag de su código insertado. Para poder enviar las instrucciones concretas desarrolló un interface que permitía implementar el código correspondiente oculto.
Empezó con cosas sencillas, pequeños gestos como desabrocharse un botón, acariciarse discretamente los pechos, lanzar un beso a través de la webcam o emitir leves jadeos de placer. A medida que todo iba saliendo como estaba previsto iba subiendo de nivel. Convenía ir poco a poco, pues, técnicamente, Sheryl era consciente de lo que estaba haciendo, pero se encontraba indefensa para evitarlo. De hecho, aparentemente, Sheryl debía actuar por propia voluntad.
Por fin, una noche, llegó la hora de la verdad. Sheryl estaba on-line, contactó con ella y conectaron la webcam. Tras haber comprobado que Sheryl estaba sola en casa, comenzó a enviarle instrucciones. Como estaba previsto, Sheryl se calentó enseguida.
Tras unos minutos de charla, Javier se encendió un cigarro justo antes de pedirle que se desnudara. Con una sonrisa algo más que picarona, Sheryl se puso de pie, orientó la cámara y lentamente se desabotonó la blusa. Con un sugerente movimiento de hombros la dejó caer al suelo y continuó desabotonándose los ajustados tejanos, se bajó la cremallera muy despacio y, situándose de perfil, adoptando una postura que remarcaba su voluptuosidad. Mientras movía sinuosamente sus caderas, tiró de ellos hacia abajo hasta dejarlos a la altura de las rodillas. Separó las piernas, evitando de ese modo que los pantalones cayeran más abajo.
Javier fumaba con apariencia tranquila, pero en su interior la excitación era doble, por una parte, aquella niña se la había puesto bien dura y, por otra, su invento estaba funcionando a las mil maravillas. Ya empezaba a imaginar la cantidad de cosas que iba a poder hacer.
Sheryl estaba de nuevo de frente a la cámara, había metido sus pulgares entre las tiras del sujetador y jugueteaba con ellos hasta que los dejó resbalar por sus brazos y se inclinó para apoyarse sobre el escritorio ofreciendo a Javier un maravilloso primer plano de su profundo y generoso escote.
De nuevo se incorporó, al tiempo que se desabrochaba el sujetador. Posó sus manos sobre las copas evitando que cayera, cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia atrás y mientras acariciaba sus pechos comenzó a jadear levemente. Fue dejando escapar el sujetador de sus manos hasta que cayó al suelo. Sus manos continuaban cubriendo sus pechos, acariciándolos y apretándolos, casi exprimiéndolos. Sus jadeos se iban tornando cada vez más y más fuertes. Por fin, sus manos descubrieron sus pechos. Una subió por su cuello y su cara hasta confundirse con sus rizos. La otra bajó por su abdomen y se perdió en el interior de sus braguitas. El gesto de su cara y la erección de sus pezones reflejaban el ardor en el interior de su cuerpo.
Javier había dejado el cigarrillo sobre el cenicero. Dejándose llevar por el fuego de aquella joven irlandesa, se había desabrochado los pantalones y había comenzado a masturbarse. Cuando Sheryl devolvió la mirada a la pantalla y pudo ver como Javier jugaba con su pene se acercó a la webcam y empezó a relamerse los labios, deseosa, si hubiera sido posible, de agarrar el miembro de Javier, introducírselo en la boca y chupárselo hasta verlo retorcerse de placer. Como, por desgracia, aquello no era posible fue su propio dedo pulgar el que, de manera lasciva, se llevó a la boca. Aquello elevó un grado más la excitación de Javier.
Sheryl dejó que sus pantalones acabaran de caer y jugueteaba, ahora con la única prenda que le quedaba. Se giró de espaldas y con una mirada, entre inocente y picarona, por encima de su hombro, deslizó sus manos por sus pechos, su cintura, sus caderas, Alcanzó sus braguitas y, con el culito en pompa, se las bajó y dejó que resbalaran hasta llegar a sus tobillos. Con un gracioso saltito se deshizo de ellas, separó las piernas y volvió a inclinarse hacia adelante, arqueando la espalda hacia arriba y volviendo a poner el culo en pompa, descubriendo, esta vez, su sexo entre sus muslos.
Para deleite de Javier, Sheryl comenzó a acariciarse con un dedo, frotando su rajita lentamente. Su vagina estaba muy húmeda y, casi sin pretenderlo su dedo se deslizó hacia su interior entre lo que ya no eran jadeos, sino gritos de placer. En ese mismo instante Javier explotó en un orgasmo como hacía tiempo que no recordaba, ni siquiera reparó en que estaba dejando la mesa y el teclado perdidos.
Aquella fogosa y joven irlandesa continuó gritando un buen rato. Cuando parecía que se calmaba, de nuevo el placer se hacía más y más intenso y cada vez parecía superarse. Así hasta tres o cuatro ocasiones.
Javier había limpiado la mesa y el teclado con un kleenex, se había encendido un nuevo cigarrillo y se había relajado observando cómo Sheryl se masturbaba. Finalmente, Sheryl se calmó, gotas de sudor resbalaban por todo su cuerpo. Javier le pidió que se sentara frente a la webcam y que apoyara las piernas sobre los reposabrazos. Sheryl, exhausta, respirando agitadamente, se sentó como le había pedido Javier y se dedicó a juguetear con el denso mechón de vello que cubría su pubis. Javier se deleitó, durante un buen rato, contemplando la sonrosada y húmeda vagina que ya era suya. Envuelto en humo no paraba de pensar que, como Sheryl, a partir de entonces, otras muchas zorritas también serían suyas.