Coctel de Frutas

Un hombre casado de pronto sometido en un juego de dominación sexual y algunas frutas.

COCEL DE FRUTAS

Mi mujer, al contrario de muchas mujeres hoy en día, decidió casi desde que nos casamos dedicarse exclusivamente al cuidado del hogar y los hijos. Apoyé su decisión y desde un principio cada cual asumió el rol correspondiente, yo como proveedor y ella como reina absoluta de la casa, lo que terminó haciendo de mí un completo inútil para cualquier tipo de labor doméstica, como descubrí penosamente algunos años después cuando tuvimos que separarnos por un par de meses.

Habíamos decidido pasar las vacaciones de verano en la playa. Todo estaba listo y preparado cuando un día antes de la partida surgió un problema en mi trabajo que dio al traste con todos los planes. Después de un tremendo drama familiar por la posible cancelación del viaje decidimos que lo mejor era que mi mujer se adelantara con los niños y que yo los alcanzara aunque fuera por el último par de semanas.

Tras dejar a mi familia en el aeropuerto regresé a mi ahora silenciosa casa, y comprendí que tenía por delante mas de un mes de absoluta soledad. Los primeros días fueron terribles, pero poco a poco empecé a verle el lado positivo al asunto. Tenía el baño para mí solo, podía tardarme en la ducha todo lo que yo quisiera sin que ningún chiquillo aporreara la puerta porque ya no se aguantaba las ganas de orinar. Podía leer el periódico en el desayuno, acompañado de una rica taza de café, sin tener que salir volando porque tenía que dejar a los niños en la escuela, y podía ir a tomarme una cerveza con los amigos tranquilamente al salir de la oficina, sin dar explicaciones y ver caras largas a mi regreso.

Mi recién descubierta felicidad se terminó después de la primera semana, cuando la alacena comenzó a vaciarse y me enfrenté con la primera de mis incapacidades: la de ir al supermercado a hacer las compras. Siempre había sido mi mujer la encargada de esas cosas y ahora no me quedaba mas remedio que hacerlo yo mismo, por mucho que lo detestara. El sábado temprano me puse unas bermudas, zapatos cómodos y armado de paciencia y una breve lista me lancé a cumplir la odiosa tarea.

Todo iba mas o menos bien hasta llegar a la sección de frutas y verduras. Las señoras empujaban, tomaban de esto y aquello, lo pesaban y metían al carrito, mientras yo me sentía como un estúpido sin saber distinguir cual fruta estaba madura, cual no y qué cantidad debía comprar para una sola persona.

Lo puedo ayudar en algo? – ofreció un tipo de pronto.

No, gracias – contesté casi automáticamente.

El sonrió y continuó su camino. Lo pensé mejor.

Mejor si – le dije casi al instante – realmente no sé ni que llevar – confesé desesperado.

El se acercó nuevamente. Era apenas unos años menor que yo, como de treinta y tantos, y se veía a leguas muy cómodo con el carrito de compras rebosante de artículos.

Qué necesitas o qué te encargaron? – preguntó con media sonrisa.

No sé – dije honestamente – estoy solo en casa, mi familia está de viaje y no quiero exagerar pero no sé ni siquiera escoger la fruta correcta – dije sonriendo.

Entiendo – dijo él haciéndose cargo de la situación – sígueme, marido inútil y abandonado.

Lo seguí sonriendo por las hileras de frutas y verduras.

Primero para el desayuno – dijo parándose frente a una pila de naranjas. Tomó un par de ellas y las sopesó en sus manos – mira, redondas y frescas, ideales para un jugo por la mañana, las exprimes firmemente, hasta sacarles todo.

El comentario lo hizo sosteniendo el par de naranjas sobre el pecho, como si fueran un par de pequeños y duros pechos femeninos. Ambos soltamos la carcajada y aflojó bastante la tensión que sentía hasta aquel momento.

Y luego de exprimirlas? – pregunté siguiéndole el juego.

Luego por supuesto vas a querer mas – dijo pasando al lugar donde estaban unas verdes sandías. Tomó una rodaja y sin que nadie lo viera se la acomodó sobre la pelvis – a poco no se te antoja darle una mordidita? – preguntó con tono meloso, y solté de nuevo la carcajada.

Déjate de payasadas – le dije riendo.

Entonces a lo mejor prefieres esto – dijo tomando un grueso plátano, cambiándolo por la rodaja de sandía. Tuvo el descaro de menearlo como si se tratara de un enorme pene amarillo y me sonrojé sin poder evitarlo.

Te van a ver! – dije alarmado mirando alrededor, aunque él ni se inmutó.

Hay para todos los gustos – dijo echando un racimo de plátanos en mi carrito.

Continuó apilando frutas entre bromas y burlas. Un par de redondeados y velludos kiwis fueron la excusa perfecta para acomodarlos sobre su entrepierna a modo de testículos y cuando aun no paraba de reírme se puso a lamer sugestivamente una jugosa fresa, como si fuera un inflamado y erecto pezón.

Será mejor que te detengas – le advertí – o terminarás excitándome – dije en el mejor tono de broma.

No tengo ningún problema con eso – contestó serio, y al ver mi gesto de preocupación soltó la carcajada. Comprendí que seguía bromeando y continuamos las compras en aquel estilo.

Terminamos pagando juntos en la caja como si fuéramos ya los mejores amigos.

No sé que haré con tanta fruta – lo regañé – en realidad odio meterme en la cocina.

Yo me encargo – dijo con mucha seguridad – te invito a desayunar a mi casa, seré tu cocinero particular.

Sentí un extraño revoloteo en el estómago, que decidí era de hambre, por lo que acepté su propuesta sin mas demora. Lo seguí en el coche hasta su casa, pequeña pero bastante lujosa.

Date un chapuzón en la alberca, relájate y déjame trabajar – dijo apenas dejamos las bolsas de compra, empujándome fuera de la cocina.

Pero no vengo preparado – me quejé.

No seas idiota, toma un traje de baño de la recámara. Tercer cajón del lado izquierdo.

Dejé a mi nuevo amigo cocinando y busqué el traje de baño. Había varios pero todos eran minúsculos. Traté de elegir el más grande, pero aun así apenas si me cubría los genitales y dejaba la mitad de mi trasero al aire. Me enrollé en una toalla y al salir de la recámara encontré una bandeja con zumo de naranja recién exprimido y unas dulces rodajas de kiwi a un lado. Me bebí el jugo casi de un tirón y devoré la fruta con mucho agrado.

Y esto es todo lo que puedes preparar? – le regañé de nuevo en la cocina.

Sé hacer muchas mas cosas, ya lo verás – contestó empujándome fuera de la cocina.

Salí al jardín y me di un buen chapuzón. El agua fresca y limpia me relajó inmediatamente. Salí y me recosté en uno de los camastros. Me sentí somnoliento y no supe a que hora me quedé completamente dormido.

Cuando desperté tenía las manos apresadas en la parta alta del camastro, lo mismo que mis tobillos mas abajo. Mi nuevo amigo estaba recostado en el sillón de al lado.

Qué broma es esta? – le pregunté dando tirones tratando de soltar mis manos y pies.

Es para que disfrutes mejor del desayuno – dijo señalándome una rica bandeja llena de fruta.

No entiendo – dije poniéndome serio – será mejor que me sueltes.

Después de que desayunes – contestó tranquilamente.

Esto no es divertido – dije ya molesto.

Para mi sí – dijo poniéndose de pie – y para ti también, ya lo verás.

Comenzó tomando una rodaja de naranja. Exprimió unas cuantas gotas de su jugo sobre mis labios y acercó su rostro para lamer las gotas que escurrían por las comisuras. Alejé el rostro inmediatamente.

Qué te pasa, imbécil? – le reclamé encabronado – será mejor que me sueltes, te lo advierto.

Hizo caso omiso de mis palabras. Exprimió más jugo, esta vez sobre mi pecho. No pude evitar que lamiera la azucarada sustancia directamente de mis tetillas. Era el contacto más íntimo que hubiera tenido nunca con otro hombre. Me asustó comprobar de pronto cuáles eran sus intenciones conmigo y el peligroso juego en el que me había involucrado tal vez inconscientemente, o peor aún, pensé de pronto, más consciente de que lo que me gustaría admitir.

El jugo escurrió de mi pecho hasta mi ombligo, rellenando el pequeño valle ligeramente velloso. Por supuesto la inquieta lengua de mi agresor se aprestó a beberlo hasta dejarme limpio. Mis hormonas comenzaban a traicionarme según pude notar en el creciente bulto de mi entrepierna. Porqué me pasaba aquello?, me pregunté a mí mismo, yo no deseaba excitarme, ni participar en modo alguno de las perversiones de aquel tipo. Por supuesto mi pene opinaba diferente. Comenzaba a engrosarse y no podía hacer nada para detenerlo.

El jugo de la naranja escurría ahora por mis ingles. El breve traje de baño dejaba escapar la mitad de mis testículos por los costados, por no hablar de la abundante mata de pelos que asomaba indecorosamente. Los pelos se humedecieron de jugo, y parte de mis huevos también. Me descubrí esperando el contacto de aquella lengua en mis partes privadas con excitada anticipación. La lengua se demoró un poco, pero finalmente apareció. No pude evitar un gemido de placer al sentir su aleteo en mis humedecidos huevos.

El mejor desayuno para empezar el día – dijo el descarado aquel. Forcejeé un poco, solo para mostrar que no estaba de acuerdo en participar, pero no logré quitármelo de encima.

Tras lamer el jugo completamente, estiró la ajustada prenda que apenas me cubría liberando mis huevos completamente.

Tienes un par de bolas deliciosas – dictaminó contemplando mis expuestos testículos.

Tomó entonces un par de suaves y aromáticas rodajas de kiwi y comenzó a deslizarlas por todo mi escroto. El contacto fresco en mi piel caliente fue una agradable caricia. La fruta se deshizo contra la piel rugosa, dejando un mapa de pequeñas semillas negras en toda la superficie, que por supuesto mi amigo se encargó de limpiar. Para entonces mi erección era ya escandalosa, y yo ya ni siquiera me quejaba. Estaba maniatado, imposibilitado de defenderme y no podía hacer otra cosa que esperar que todo aquello terminase. Al menos eso me decía a mí mismo para paliar un poco la vergüenza de estarlo disfrutando tanto como lo hacía.

Hora del platillo principal – dijo rasgando el traje de baño y dejándome completamente desnudo y a su merced.

Mi verga brincó libre y escandalosamente dura frente a su rostro.

Vaya, vaya, pero que cosa más grande tenemos por aquí – dijo pasando un suave dedo a lo largo del hinchado tronco.

Mi pene saltó con el contacto y avergonzado miré hacia otro lado, porque me costaba mucho aceptar que todo aquello me excitaba.

Probemos otra fruta – dijo tranquilamente el amigo, y tomó una mitad de melón.

Intrigado, lo vi ahuecar su centro, mientras iba comiendo los pedazos de fruta que iba sacando. Cuando el hueco estuvo terminado tomó la mitad del melón y me lo mostró. Con una sonrisa tomó mi endurecido pene y lo introdujo en el hueco del melón. El contacto sedoso del interior fue una novedosa y excitante sensación. Comenzó a deslizar la fruta sobre mi pene, que lograba entrar casi hasta la mitad. Me retorcí de placer sin poderme contener. Jamás se me hubiera ocurrido hacer algo semejante, y comencé a mover las caderas casi de forma involuntaria, buscando aquel extraño y novedoso placer.

El melón fue retirado y abrí los ojos curioso para ver mi enrojecida herramienta bañada en los dulces jugos de la fruta, aun con pequeños trozos adheridos en el tronco. Mi amigo se lo metió en la boca incluso antes de que lograra imaginarlo. La sensación de su boca en mi sensible glande fue una reveladora sorpresa. Gemí de nuevo sin poderme contener y tensé las piernas sintiendo cerca el orgasmo.

No, no, no – dijo mi amigo alejando su boca de mi verga – la diversión va comenzando, nadie va a terminar todavía.

Frustrado, lo vi alejarse. El deseo era terrible. De haber tenido las manos libres me hubiera masturbado en ese preciso momento, sin importarme ninguna otra cosa ni persona. Pero tuve que aguantarme y soportar la dolorosa presión de mis testículos por explotar.

Me dejó consumirme en mi deseo. Me miraba sonriente. Se puso de pie y solo entonces vi que también llevaba puesto un breve traje de baño como el mío. El bulto de su entrepierna era impresionante. Se acarició la verga al ver que lo observaba, y apenado volteé la vista hacia otro lado, pero como un imán, mis ojos volvieron a posarse en el gordo trozo que la transparente prenda dejaba adivinar completamente.

Seguro de que lo miraba, se quitó el traje de baño y desnudo completamente se paró frente a mí. Su enorme verga osciló casi frente a mi rostro, gruesa y surcada de translúcidas venas azules, parecía un faro que controlara mi mirada.

Te gusta? – preguntó tomándola con su mano y ofreciéndomela como si fuera el mejor regalo.

Estas definitivamente loco – dije en un poco creíble tono de enojo.

Chúpamela – dijo acercándola a escasos centímetro de mi boca.

Jamás! – le escupí tajante.

El ni siquiera se inmutó. Tomó el ahuecado melón e introdujo su palpitante pene en la abertura previamente agrandada por mí. Vi su miembro deslizarse en su fresco interior y no pude sino imaginar lo que estaba sintiendo. El deseo me consumía ferozmente. Jadeé buscando alivio a la inaguantable necesidad de alcanzar el orgasmo. La verga emergió de la fruta bañada en sus dulces jugos.

Si me la chupas te masturbo – ofreció mi perverso amigo.

Lo dudé por apenas unos segundos. No era yo el que abría la boca. No era yo el que humildemente capitulaba y acogía la hinchada cabeza de aquel miembro con sabor a melón. No era yo el que mamaba como becerro recién nacido la embriagante mezcla de verga y fruta, ni el que gemía desesperado tratando de atrapar entre sus labios la intoxicante sustancia que el enorme miembro parecía exudar en sus idas y venidas.

Por supuesto no cumplió su promesa. Había empezado a masturbarme, si, pero apenas sintió la cercanía del orgasmo, dejó mi atribulado miembro sin el esperado alivio, y tortuoso se detuvo.

No me hagas esto! – reclamé furioso, esta vez en serio – déjame acabar de una buena vez – grité desesperado.

Sin ninguna respuesta, lo vi ahuecar un gordo trozo de sandía. Ahora sabía lo que vendría, y esperé ansioso a que terminara. La roja fruta se deshacía fácilmente con la cuchara y casi pude imaginar la sensación de sus frescas paredes sobre mi enloquecida verga. Y así fue. Cuando él la sostuvo sobre mi excitada herramienta empujé las caderas ansiosamente, deseoso de traspasar ya su húmedo interior. De nuevo sentí la cercanía del placer, y de nuevo vi frustrado mi anhelado clímax, pues la sandía fue retirada, y la maquiavélica sonrisa de mi amigo se posó brevemente sobre mi azucarado glande, no por mucho tiempo, sólo lo suficiente como para mantenerme en el filo de aquella navaja que cada vez se me hacía más difícil de soportar.

Lo que quieras – rogué – te juro que lo que quieras, porque ya no puedo mas – acepté mansamente, sin saber siquiera el alcance de mis palabras.

Poniendo a prueba mi promesa acercó su miembro hasta mi rostro. No tuve la menor vacilación. Abrí la boca dispuesto a comerme de nuevo su grueso y potente miembro. En vez de la satinada cabeza, dejó que las colgantes bolas de sus huevos oscilaran sobre mis labios listos para recibirlos. No me detuve ante eso y comencé a lamer las rugosas bolsas con aplicada dedicación. Primero una, luego la otra, y luego juntas a la vez, aunque tuviera que abrir la boca a su máxima capacidad. Jugué con la suave piel en el interior de mi boca, conteniendo la desesperante sensación que sus abundantes vellos me causaban.

Como premio a mis esfuerzos, sentí su mano aferrando mi verga, deslizando sus dedos suavemente, llevándome a escasos milímetros de obtener el deseado clímax, pero hábilmente se detuvo, dejándome en la cresta nuevamente y más loco que nunca tratando de conseguir la ansiada meta.

No! – grité desesperado – otra vez no!

Con la misma calma acostumbrada desamarró mis pies y se acomodó entre mis piernas, besando mis rodillas y la parte interior de mis muslos. Estaba ya tan sensible que incluso en aquella parte de mi cuerpo en la que jamás antes había prestado atención sentí los poderosos efectos de la excitación. Mis muslos temblaban al contacto de sus labios, y más aún al sentirlos subir lentamente, acercándose a mi entrepierna. Abrí las piernas para que tuviera mejor acceso y no opuse resistencia alguna al sentir sus manos bajo las corvas elevando mis piernas, hasta sentirlas casi contra mi pecho. Creí estúpidamente que me lamería los huevos nuevamente y cuando la lengua se posó en los alrededores de mi ano brinqué como una anguila bajo una descarga eléctrica.

Eso no! – supliqué alarmado al sentir que mantenía la presión sobre mis piernas, obligándome a permanecer en aquella posición.

Por supuesto hizo caso omiso de mi petición, y en una mezcla de vergüenza y placer dejé que se fuera acercando irremediablemente a aquella zona prohibida y vedada para cualquiera. Menos para él, pensé al sentir su boca bordeando gustosa el perímetro anal con incontenible determinación. Su lengua en el centro mismo de mi ano fue un choque de sensaciones difíciles de manejar. Gemí, rogué, clamé por un poco de respeto y dignidad para un hombre casado como yo, pero me retuvo en la misma denigrante posición, y el deseo, el maldito deseo me hizo cerrar los ojos y dejarle a él controlar la situación.

Su lengua hizo intentos de penetrarme, pero yo estaba demasiado tenso como para permitirlo, lo que comprendí después fue un grave error de mi parte.

Este hermoso culito está demasiado cerrado aún – me informó – por lo que tendremos que seguir con el desayuno.

No entendí inmediatamente a qué se refería. De la abundante fuente de frutas tomó un plátano y comprendí entonces lo que pretendía.

No te atreverás – le advertí con un dejo de desamparo que no pude borrar de mi voz.

Sabes bien que sí – dijo sin apartar sus ojos de mi cuerpo.

Me alzó nuevamente las piernas y quedé nuevamente abierto, totalmente vulnerable y disponible, y en el fondo, muy en el fondo, eso mismo incrementó mi excitación. De la mesilla tomó un pote de miel, y dejó caer un chorro sobre mi expuesto ano. Con un dedo distribuyó el líquido ambarino, embarrando concienzudamente alrededor y toda la abertura. La pura caricia de sus dedos ya me tenía de nuevo al borde de un inexplicable goce y traté de no pensar en nada mas al ver como utilizaba la misma miel para lubricar la gruesa y amarilla fruta.

Preparado? – preguntó, como si en verdad sirviera de algo mi respuesta.

Me palmeó las nalgas sonoramente y brinqué sorprendido y asustado. Todavía riendo acercó el plátano a mis nalgas abiertas, haciéndolo deslizarse por mi raja y sobre mi ano. Me estremecí ante lo que estaba a punto de suceder. Contuve prácticamente la respiración al sentir la dura punta de la fruta tocando los pliegues de mi culo y más todavía al sentir como presionaba por entrar. En un segundo que pareció durar eternamente, el plátano venció la natural resistencia de mi esfínter y se deslizó dentro de mi cuerpo. Realmente no fue una sensación dolorosa, pero estaba ya tan predispuesto a la sorpresa que grité como si me estuvieran matando.

Tranquilo – me recomendó – sabes que lo puedes disfrutar.

No entendí del todo sus palabras, pero respiré con más calma y él aprovechó el momento para dejarme ir otra buena porción del plátano.

Ya lo tienes todo adentro – mi informó como si me importara.

Aflojé la tensión de mis piernas y el tipo comenzó a mamarme la verga nuevamente. La sensación combinada de tener el culo lleno y su boca mamándome al mismo tiempo me puso al borde del orgasmo en cuestión de segundos. Por supuesto se detuvo y yo casi lloré de desesperación.

Quisiera seguir jugando contigo todo el día, pero eres un tipo tan sensual que de verdad ya no puedo aguantarme – me dijo al oído mientras retiraba el plátano lentamente de mi cola.

Entonces me desamarró una de mis manos y dándome la vuelta me hizo arrodillarme sobre el piso, recostando el torso sobre el camastro. Aun tenía una mano atada y tan atarantado de deseo que ni siquiera se me ocurrió resistirme o luchar ahora que estaba prácticamente libre.

El tipo se situó tras de mí y tomando mis nalgas con sus manos las mantuvo separadas al tiempo que me lengüeteaba el ano y yo como perra en celo me dejaba hacer sin oponer la menor resistencia. Yo únicamente quería terminar, ya no pensaba, ni razonaba, era un trozo de carne excitada de los pies a la cabeza, no me importaba nada que no fuera sexo, de la forma que fuera, como fuera, con quien fuera.

Me penetró con cierta dificultad. No era lo mismo el modesto plátano que el grueso y venoso trozo de carne que ahora pretendía introducir en mi cuerpo, pero estábamos los dos tan calientes que ambos hicimos un esfuerzo y la sólida verga terminó entrando finalmente. El roce de su miembro en mis paredes internas pareció encender un desconocido botón que conectaba con las más poderosas sensaciones jamás sentidas. Seguramente mi próstata estaba siendo hábilmente estimulada y comencé a jadear y gemir sonoramente, gritando de placer al sentir sus continuas idas y venidas, esperando descontrolado y febril que aquel hombre terminara de apagar aquel fuego que parecía consumirme por dentro.

La experiencia como amante le indicó el momento justo para deslizar una mano bajo mi cuerpo y aferrar mi verga para masturbarme al tiempo que me penetraba. Necesité apenas de un par de sacudidas para vaciarme como nunca lo había hecho en toda mi vida. Se me nubló la vista y mi cuerpo entero tembló en una sucesión de espasmos imposibles de controlar. Sentí en mi culo los embates decididos de mi agresor y el momento preciso en que su verga se hinchó y explotó en un borbotón de semen dentro de mi cuerpo.

Después de eso ambos caímos en el letargo satisfecho de la consumación del sexo. No quería saber de nada hasta recuperar el control de mi cuerpo y mis emociones. Me desató silencioso, tal vez pensando en mi reacción al verme al fin liberado. Podía haber hecho muchas cosas, pero no tenía fuerzas ni la certeza de haber sido del todo la inocente víctima de lo que había sucedido. Tomé mis ropas de la recámara y después de vestirme me marché sin decirle nada.

Pasé un par de semanas tratando de aceptar los hechos y sus consecuencias, sin llegar a nada en concreto y sumido en un mar de confusiones acabé con las provisiones de la alacena nuevamente. Sé que podría haber ido a cualquiera de los cientos de supermercados que existen, pero por extrañas razones terminé yendo a comprar a la misma tienda donde había conocido al tipo aquel.

Esta vez sabía bien lo que quería. Eché en el carrito las naranjas, los kiwis y los melones. Ante los racimos de plátanos no pude sino tener un momento de terrible vacilación.

Te ayudo a elegir? – preguntó una conocida voz a mis espaldas.

Me detuve en seco, escuchando el aleteo furioso de los latidos de mi corazón. Respiré hondo. Mi verga comenzó a pararse inmediatamente. Qué razón había para rechazar la ayuda desinteresada de un buen hombre?

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