Club de socios

introducción y capítulo de prueba de mi primer relato. un rito de iniciación, un regalo vivo y la aceptación del rol de parte de cada uno de los personajes.

Había algo salvaje en la escena, algo animal que lo invadía todo como si nada de lo que ahí sucedía pudiera haber sucedido de otro modo.

Diego sacudía su verga con violencia, se hacía una paja terrible, con los dientes apretados, soltando saliva y gruñidos, su cuerpo dejaba escapar repentinos espasmos que él parecía no notar… la excitación inmensa que lo dominaba servía como anestésico al dolor que debiera sentir.

Las dimensiones de su verga permitían apreciar la fuerza con la que Diego llevaba a cabo su vigorosa masturbación.

Sara, a pesar del tiempo y la experiencia, todavía no podía controlar sus lágrimas. Aún cuando se sentía más curtida y los sentimiento que su situación le generaban ya no eran tan fuertes como antes, volvía a tener, como siempre, sus mejillas bañadas en lágrimas, y manchadas por su maquillaje corrido. Intentaba poner sus pensamientos lejos, pero no podía, los golpes en la mejilla y los labios la mantenían ahí. Además, había cosas en las que debía enfocarse, como en no apartar la mirada de la de diego, mirarlo a la cara en todo momento y demostrar excitación… tal y como se le habían indicado. Así como también sabía que su deber era mantener la cara al alcance de su verga, de manera que estaba recibiendo los golpes de la violenta masturbación. Era como estar siendo apuñeteada; Diego arrimaba su cuerpo sobre rosa de manera inconsciente, y golpeaba su mejilla izquierda con los nudillos de su mano derecha, al mismo tiempo que la cabeza de su verga golpeaba indistintamente sus labios, nariz y ojos con fuerza irregular, dependiendo de los espasmos involuntarios que sufría.

Aún de haberlo querido, para Sara era imposible quitar la cabeza de los golpes; Diego, con su mano izquierda, la empuñaba fuertemente tomada por los pelos, por detrás de la coronilla; manteniéndola apegada a si mismo.

aunque hubiese querido... Pero no, no quería apartarse de dónde estaba. La última hora y media había acabado con cualquier resistencia de su parte y ahora no sólo se encontraba entregada a la situación, sino que también se hacía parte de ella. A pesar del dolor que se le manifestaba desde todos lados: de los golpes en su cara -cada vez más fuertes y violentos a medida que diego se aproximaba a su orgasmo-, en los jalones de cabello, el dolor en sus rodillas en contacto con el piso por tanto tiempo…. Eran dolores que la mantenían más bien excitada. Quería esos golpes, quería ser maltratada y humillada. Quizás, lo que realmente le provocaba un "dolor" particular era el grupo de espectadores adolescentes

Si bien, en otro caso, eso también la habría excitado, ahora, su situación de inferioridad ante un grupo de sus alumnos le producía cierto malestar difícil de controlar: aquella humillación que, al final, de todos modos le excitaba, pero, a su vez le hería.

Sara levantó su adolorido cuerpo de la cama con algo de trabajo. Sentía cada uno de sus músculos como si se hubiese pasado el día anterior por completo haciendo ejercicios… o más bien como si la hubiesen apaleado… pero bueno, algo de ambos había pasado.

Se sentó en la orilla, al lado del velador un momento, esperando a que en su cabeza se aclarara lo ocurrido la noche anterior. Pero su cabeza le daba vueltas y los varios dolores que le reportaba el cuerpo tampoco la dejaban concentrarse. Sentía la boca pastosa y el pelo seco e incómodo. Dando los primeros pasos desde la cama, las rodillas le dolían una barbaridad

De tanto estar hincada- pensó.

De igual manera le dolían los brazos, columna y cuello… al mover éste último, haciendo girar la cabeza, notó una tremenda incomodidad y el roce del cuero que sintió al tocarse con la mano.

El collar!- se dijo en voz alta, deteniéndose un momento cuando los recuerdos de cómo la pieza de cuero se precipitaban sobre cabeza. Las imágenes de cuerpos desnudos y sudorosos pasando frente a sus ojos, abalanzándose sobre ella, tapándole la vista más allá de unos cuantos centímetros, no permitiéndole mirar más que al frente y hacia arriba… recordaba entonces las caras de chicos mirándole con deseo, con desprecio, con sorna. Sus sonrisas y dientes apretados

Pero todo eso tenía que quitárselo de su cabeza. Ya tendría tiempo de darle vueltas a todo ello... y bien sabía que lo quisiese o no, esos recuerdos no le abandonarían durante el día.

Haciendo fuerte su voluntad de quitar momentáneamente esas cosas de su cabeza, se puso en marcha. Además, ya estaba atrasada. Era lunes y debía volver al trabajo luego de aquel largo fin de semana. Realmente no quería, preferiría haber llamado para avisar que no llegaría... inventar cualquier excusa. Pero sabía que eso tan sólo lo haría todo peor.

Se empujó a si misma hasta la ducha. Se quitó el collar de perra ("de perra", tenía la frase bien grabado en su inconsciente), y notó la marca roja que difícilmente iba a poder ocultar, producto del roce, la transpiración y la presión al haber pasado tanto tiempo con eso puesto

Y se quedó un rato ahí, mirándose frente al espejo… recorriendo con su perdida mirada, sus marcas y moretones por todas partes donde alcanzaba a ver.

10 a.m. Entró al salón proponiéndose actuar como si nada hubiese pasado, diciendo "buenos días, jóvenes" como al pasar, sin siquiera mirarlos, haciendo sonar sus tacos hasta llegar a su escritorio y acomodar las cosas mientras el salón se llenaba del ruido del movimiento de los chicos ordenando sus cosas, tomando sus lugares y preparándose para la clase… pero el ruido no fue tal. Sino que fue reemplazado por leves roces y comentarios bajos de conversaciones dispersas. Parece que sólo lograría mantener su nerviosismo a raya hasta las 10 de la mañana aquel día. Dejó su bolso sobre el escritorio y sacó un par de libros y su libreta de apuntes. Tomó un plumón y se dio media vuelta a mirar la pizarra. Todo en silencio y apretando los labios. El silencio ya la tenía transpirando y con todos sus músculos tensos.

-Se siente acalorada, profesora?- escuchó Sara desde el alumnado a su espalda. Instintivamente pasaba el dorso de su mano por la frente para limpiar la transpiración que ya le empezaba a molestar y alguien que reconoció inmediatamente aprovechó ello para romper el silencio y sobresaltarla al mismo tiempo.

-N-no…e-es que ha sido una mañana agitada- respondió mientras se daba vuelta a enfrentar el curso

Que los chicos contemplaban era una madura mujer de 42 años bien conservados, en un formal pero amoldado traje que dibujaba bien sus carnosas formas, dándose vuelta no con mucha seguridad y sin bajar la mano de su frente.

Lo que Sara observó fue una primera fila de muchachos de 14-15 años sentados pesadamente sobre sus pupitres, con las piernas abiertas cual dueño de bar y sonriéndole con sorna. Vio un curso atento a ella, no sólo a lo que hacía, sino a ella misma. Algunos ni siquiera se molestaban a mirarla a la cara. Notorio era que dirigían su mirada al escote de su blanca blusa, a las caderas dibujadas en los contornos de su falda, a sus tersas piernas

Y buscó con la mirada a Diego, el cumpleañeros, que sonreía como si la hubiese visto tropezar y embarrarse…. Apenas conteniendo su risa… y la hacía sentirse completamente embarrada.

Nada demoró en sonrojarse, detalle que Ariel, amigo de Diego, presente en la fiesta del fin de semana, también aprovechó:

  • Si está tan acalorada, sra, mejor sería que se quitase su caluroso saco, no?

-cla-claro…- respondió Sara, cohibida sin saber qué hacer o decir más que responder haciendo lo que ellos le dijesen.

Y se quitó el saco mecánicamente, dejándolo sin doblar sobre la mesa y ofreciendo a los chicos una vista sin obstáculos de sus oscuros pezones transparentándose bajo la blusa, en parte gracias al copioso sudor de su nerviosismo que, inclusive, ya hacia marcas bajo sus axilas.

Aquellos que no entendían del todo lo que estaba sucediendo (que eran bastante, en el curso) les resultaba extraño ver a la sra. Araneda en una actitud tan insegura. La habían conocido como una mujer seria, muy segura de si misma… hasta ser arrogante en ocasiones, poco dada al diálogo con la clase y siempre con una respuesta firme lista en los labios. Pero desde hace unos meses hasta entonces, sus cambios de personalidad, los tenían permanentemente atentos a lo que hubiese de venir de su parte.

Se había vuelto más silenciosa, aunque la veían más atractiva y apetecible, también… cosas que no parecían encajar. Sus blusas escotadas, la ropa interior que ahora podían llegar a advertir bajo su ropa… y que hasta les había parecido inexistente a veces (aunque aquello no lo habían podido corroborar del todo… hasta ahora)… y ahora, un grupo de alumnos parecía haber tomado una inusual confianza con ella.

Todo ello era el tema favorito del alumnado del instituto de hombres. La sra. Araneda (la que había sido "la perra implacable", en las conversaciones de pasillo) se comportaba extrañamente. Y nadie quería perderse su siguiente excentricidad.

Después de un momentáneo silencio producido al dejar el saco y quedar en blanco parada al lado de su escritorio, Sara había logrado retomar algo de control sobre si misma y volvió a la pizarra a continuar escribiendo la materia del día maquinalmente, sin poder concentrarse en lo que hacía, pues escuchaba los murmullos y algunos comentarios menos cuidados sobre sus tetas y pezones. Sólo le preocupaba hacerlo rápido y volver a su escritorio.

Tampoco pasaba desapercibida para nadie, la roja marca que adornaba su limpio cuello. Sara había decidido no cubrirlo, sino que sólo se puso un collar de perlas que algo suelto, producía el curioso efecto de llamar aún más la atención sobre su roja marca.

Una vez que entregaba un cuestionario como el que había escrito en la pizarra (con faltas de ortografía e incoherencias que aún nadie había notado por estar pendientes de ella, pero que ya vería le harían pasar un par de malos ratos) ella acostumbraba sentarse a llenar el libro de clases y dejar que los alumnos trabajasen en él. La sala volvía a un mesurado bullicio y actividad…. Que ahora no fue tal. Sino que sólo Diego se levantó de su puesto y fue a pararse al lado de su asiento…. Ni siquiera respetando la "barrera" del escritorio.

Sara levantó la mirada, partiendo por su paquete (un gesto que había adquirido y automatizado) y hasta llegar a los sonrientes ojos del chico, que gozaba de la perspectiva del canal de sus tetas y el marco de su suplicante mirada.

-Sra- le dijo en un calmado aunque audible tono, al tiempo que posaba su mano derecha detrás del hombro de Sara y se inclinaba sobre ella- creo que en su cuello falta algo

Sara sólo pudo mantener su silente mirada

-no quiere ponérselo?. Fue un regalo- le inquirió Diego alegremente, al notar su indecisión.

-Pe-pero por favor recuerde lo que dijo su padre- le respondía en un susurro, aunque al mismo tiempo tanteaba en su bolso.

-No se preocupe, lo recuerdo bien- dicho esto, Diego sobó su hombro en forma circular y al llegar a su pelo, le dio un rápido y corto jalón de pelo, que inmediatamente soltó, para dejarla e ir a charlar al otro extremo de la sala con uno de sus amigos.

Eso fue un pequeño reto que Sara entendió en el acto. Sin más, sacó el collar de negro y usado cuero de su bolso (que había metido en la mañana sin saber bien porqué) y lo aseguró a su cuello, permitiendo el leve bamboleo de sus rellenas tetas bajo la blusa en la acción.