Club de socios (4: la boca llena de fiesta)

Entre la escuela y la fiesta de cumpleaños, del trabajo al placer no hay mucha diferencia.

En el pequeño espejo del auto sólo cabían sus ojos, nariz y unos cuantos mechones de pelo. Pocos rasgos, pero suficientes para darle una impresión de su aspecto general. Bajo los ojos, sus marcadas ojeras producto del fin de semana poco descansado que había tenido se delataban en el maquillaje aguado y corrido por las lágrimas, sus ojos se veían aún congestionados y los mechones que llegaban hasta sus mejillas se apreciaban sucios, aplastados y pegoteados, con el brillo singular que le daba la saliva que debía mancharlos en partes.

Sara, había salido del despacho del director, se había despedido de Roxanna (sin que ésta le prestara mayor atención, notó), caminado por los pasillos del edificio, esquivando colegas y alumnos y había llegado hasta el estacionamiento con aquel aspecto, con su blusa medio abierta y sus tetas humedecidas, con las manchas de humedad en la tela de la blusa… con todos esos "adornos" que sentía que la marcaban ante la mirada del resto.

Se quedó contemplando la profundidad de sus ojos dentro del auto, pensando en que conduciría hasta su casa, entraría en ella, se asearía y vestiría para esperar a los 5 chicos que, como prometió Diego, irían a verla en seguida. Haría todo sin antes limpiarse. No había necesidad, ya se sentía sucia, en un nivel que le sería imposible jamás limpiar.

Demoró aún más su partida, perdiéndose en el reflejo de si misma, y las visiones del pasado que éste le traía


De su espalda llegaban los sonidos de exagerados jadeos femeninos y masculinos, del fuerte choque de cuerpos húmedos. Llegaban acompañados de una musiquita que le parecía ridícula, pero que, por lo disonante, le parecía que acompañaba bien su propia situación actual. Diego finalmente asía la teta que tenía más cerca con su mano izquierda, mientras apoyaba con firmeza la cadena que se le había entregado minutos antes. Sobaba de manera torpe, en realidad, no tenía idea de qué es lo que pretendía ése masaje ni de cómo efectuarlo, pero aún así, era todo lo que quería hacer, no había en su cabeza más que agarrar tetas a manos llenas. Sin embargo, no podía evitar reprimirse; las tetas que sobaba con fruición eran las de su profesora de castellano, una mujer de 42 años, famosa el primer semestre por su carácter y de quien estaba acostumbrado recibir retos. Por eso sus ojos iban de la teta que agarraba a la cara de la profesora, como esperando el momento en que ella se aburriese de eso y le gritase algo… cosa que nunca pasó.

Era la misma sensación la de los chicos distribuidos en el largo sofá y una silla, a un lado del cumpleañero, no perdían detalle del rostro de Sara, por si adelantaban algún gesto de desaprobación y emprendían la rápida huída. Inconscientemente dejaban pasar el hecho de que ella llevara un grueso collar de cuero ligado a una cadena metálica ligera, que momentos antes le había pasado el padre de Diego a éste. Pasaban por alto también sus zapatos de terraplén y tacón alto, extrañamente inadecuado para el vestido formal que usaba.

Le agradan mis tetas, Señor?- Interrumpió a todos, la pregunta de Sara, cuya voz se notaba ligeramente inestable.

Sí- Respondió jadeante, Diego, a través de su seca garganta.

Son todo suyas, Señor, trátelas como guste.

Los chicos flipaban con la escena. Como si de una película se tratara, veían a su amigo sobajear a la profesora, como si no estuviese sucediendo frente a sus narices. La veían a ella ser algo movida en vaivén adelante-atrás por la acción de la mano del chico. Tenían, además, a espaldas de ella, la imagen del inmenso televisor pasando escenas del dvd porno, que no tomaban en cuenta, pero que completaban el cuadro irreal que presenciaban.

Sara, por su parte, se encontraba algo más acostumbrada a esta clase de turbaciones, a sentir que su vida transcurría sin que ella pudiera hacer mucho por determinar cómo. Pero de todos modos, se sentía nerviosa, su voz temblorosa y sus acciones pocas y duras, evidenciaban que su acostumbramiento no implicaba control alguno sobre si misma.

Diego sentía los duros pezones en sus palmas atravesando la delgada tela de la blusa, apretados en las palmas de sus manos y Sara sentía que el chico los pasaba a llevar desconsideradamente, sacándole gemidos producto del aire que la hacía exhalar con sus febriles magreos.

El largo rato de magreos hubiese podido continuar sin más, pero Sara sabía cuál era su misión en la fiesta: ser un regalo educativo para el hijo de su amo. Así que decidió que las lecciones debían empezar.

Le satisfacen mis tetas, señor?

Sí- El chico algo desconcertado por oír su voz rompiendo su tenso momento sexual, no se encontraba en posición de dar respuestas más largas que monosílabos.

Si gusta, puedo enseñar a besar, señor. Quiere?

Diego alucinaba (tanto como su público en el sofá) y sólo atino a mover afirmativamente su cabeza con la boca semi abierta.

Sara tomó la mano derecha del chico, la puso en su nuca y le dijo:

Sosténgame fuerte de aquí – Diego obedeció – y empuje mi cara a la suya.

Lo siguiente debía ocurrir de manera natural, Sara volteó su cara y fue al encuentro de los labios de su joven señor, humedeciendo su boca esperando recibir su lengua, que nunca entró, así que ella tomó la iniciativa esperando que el chico reaccionara. Lo que nunca sucedió. Así que, separando un poco sus bocas le indicó - "vióleme con su lengua, métamela en la boca… hasta la campanilla" y puso su mano derecha sobre la del chico, para aumentar la presión sobre su cabeza.

Entonces entendió que Diego era, tal como en clases, un chico bastante obvio y poco imaginativo a la hora del sexo. Sólo luego de sus indicaciones y su aliento, el chico empezó a hacer lo que se suponía debía. Cerró su mano con fuerza sobre la nuca de la vieja, pasando a llevar dolorosamente su cabello y robándole gemidos de dolor (pero sin ningún movimiento de ella por impedirlo) y empezó a comer la boca de la vieja, a llevar su lengua tan profundamente como le fuese posible y explorar su cavidad bucal raspando sus labios con sus dientes. Sumando a todo esto, el soberano pellizco en la teta derecha que le daba con la mano que no había quitado de ahí.

La banda de Diego, alucinaba con la escena que se daba a escaso metro y medio de ellos y sentían sus dolorosas erecciones en sus pantalones, obligándolos a reacomodar sus posturas y sus entrepiernas (aunque estaban lejos de atreverse a sacar sus vergas frente a la señora).

Al festejado le pasaba lo mismo que a sus compañeros, aunque en su excitación, no se daba cuenta de ello. Pero Sara sí, ella notaba como cada vez el chico empujaba su nuca más y más abajo debido a la incomodidad de su pantalón. Así que sabía cuál era el siguiente paso. Entre los ardorosos besos del chico (que no había besado a mujer alguna antes, ni de la más inocente manera), Sara logró despegarse lo suficiente para indicar la siguiente lección:

Quiere… Que le chup… le chupe… el pico, señor?

Tuvo que repetirlo dos veces para que Diego entendiera lo que le estaba proponiendo y la soltara incrédulo. Pero antes de retirase su mano derecha por completo de la nuca de la señora, Sara sujetó su mano para hacerle entender cómo debía exigir que le dieran una mamada:

Empújeme fuerte y ordéneme que me arrodille y se la chupe, señor.

Con un hilo de voz, Diego dijo: "chu- chúpalo". Y comenzó a ejercer presión sobre su cabeza. Sara lo sentía timorato y tembloroso, la fuerza que ejercía apenas si le inclinaba la cabeza la cabeza hacia delante. Usualmente, ella no necesitaría mayor indicación que aquello, pero ahora le tenía que enseñar cómo degradarla, tenía que inculcarle el gusto de subyugar una mujer mucho mayor que él.

Con turbación, cuando esperaba que con sólo indicárselo, la señora se arrodillara e hiciera lo que se suponía, Diego veía como Sara sólo inclinaba la cabeza tras sus intentos.

"Con fuerza"

Escuchó que le decía, aunque sin sentirlo como una orden… y, poniendo ambas manos sobre la morena nuca de Sara, enterrando sus dedos entre los ensortijados cabellos, tiró con todo su ímpetu hacia abajo, tan fuerte


que ahora, aún frente al espejo de su auto, sentía la molestia que no la había abandonado durante todo el fin de semana y que no le abandonaría hasta el fin de semana siguiente.


Aterrizó su cara sobre la dura entrepierna del niño. Golpeando sobre su ojo derecho, sintió la cabeza de su verga, tras la tela del pantalón. Dura como se la podía imaginar. El chico aplicó fuerza tan violenta en su jalón, que provocó un tirón fuerte entre la nuca y los hombros de la profesora, haciéndola proferir un grito y caer de frente, empujando al chico, que tuvo que dar un paso atrás, pero que no soltó la cabeza de Sara hasta que se detuvo sobre su entrepierna.


Siempre que Sara revisaba en su cabeza sus acciones y deseos, se sorprendía de si misma. Pensaba también, que para ojos de cualquier espectador, ella debía resultar en sus impulsos y reacciones aún más sorprendente y hasta repulsiva. Ahora, sentada en el interior de su auto, volvía a sentir la misma excitación que aquél tirón en la nuca le había producido aquel sábado de fiesta.


Sin ignorar el dolor, sino catalizándolo en pos de su propia calentura, Sara, no perdió el tiempo y se apresuró en buscar la cremallera del pantalón y abrirla; meter su mano izquierda dentro y buscar, bajo la tela del calzoncillo, la barra de carne a la que a partir de ahora le debía adoración. El chico no le permitía actuar como hubiese querido, en su excitación, y sin poder ver lo que sucedía, bajo el cabello de Sara, la tenía ahora asida por sus ensortijados cabellos y movía su cabeza hacia los lados y hacia atrás y adelante, con su pelvis. No pudo saborear la cabeza, como le había sido enseñado, ni pasar la lengua por el tronco… mucho menos por las pelotas. Se vio forzada a engullir la tranca, sin dirección clara. Torpemente, la verga de Diego, golpeó en sus labios, dientes, lengua, en las paredes de la boca y el paladar, antes de ser apuntada correctamente en dirección de la campanilla de Sara, hacia la que fue empujada con fuerza y hasta el fondo, de un envión.

Sus amigos contemplaban asombrados lo que él no podía: la mandíbula de Sara, abierta en toda su extensión, sus labios y nariz perdiéndose en la abertura del pantalón; su garganta hinchada pudiendo notarse por donde entraría la verga. Ellos sólo tragaban aire e imprimían cada imagen que podían en su cabeza, pensando que jamás volverían a ver algo similar… sin saber cuán equivocados estaban.

Diego era toda excitación, cerraba los ojos y se aferraba a los cabellos de Sara con todas sus fuerzas, jalado su cabeza hacia atrás y adelante, sin ritmo ni dirección clara, a veces su verga se atoraba entre las mandíbulas de Sara, quien entendiendo la situación sólo mantenía la boca abierta y las manos en la espalda, produciendo y dejando babas en exceso; entonces sólo volvía a empujar en espasmos hasta reencontrar el camino a su garganta.

Aquella vorágine no duró mucho, aunque a todos les pareció que sí. En un par de minutos de felación, Diego ya estaba corriéndose a medio camino de la boca de Sara. Con temblores y espasmos aún más nerviosos, se recogió sobre si mismo y sobre la mujer a sus piernas y descargó por primera vez en su vida, dentro de la boca de una mujer.

A Diego le vieron desde el sillón, temblar, retorcer y caer sobre el sofá inmediatamente a sus espaldas. Con notorias gotas de sudor bajando de su oscuro cabello por sus sienes, con la boca abierta y la mirada perdida, entrecerrados sus ojos. Soltó los cabellos de Sara llevándose algunos sueltos pegados a sus palmas sudorosas y el resto cubriéndole el rostro a la mujer que aprovechaba de cerrar sus mandíbulas para digerir la descarga de esperma que había recibido del mocoso. Tomó aire y volvió a la búsqueda de su entrepierna, adelantándose de rodillas. Tarea facilitada porque el chico se había dejado caer desparramado con las piernas bien abiertas.

Deshizo el cierre de la hebilla del cinturón y el botón del pantalón, para luego tirar de él cuanto pudo y tomar al aún hinchado –pero no duro- pene entre sus dedos y proceder a pasar la lengua por entre los pliegues del prepucio y la cabeza, con el fin de limpiarlo bien, succionando sonoramente las gotas de saliva, semen y transpiración que cubrían el falo.

Diego la miraba como desde detrás de un velo. El sopor post corrida lo tenía adormecido. La observó limpiarlo con dedicación, demostrando gusto por lo que hacía. Mirándolo por entre los mechones de cabello que pasaban por sobre su rostro. Sara terminó su labor de limpieza y preguntó cuidando el volumen de su voz y haciéndose sonar excitada:

El señor está satisfecho con la mamada que le he dado?

Y observó a Diego incorporarse y adelantar su tronco hacia ella, aquello le hizo sonreír estúpidamente, enderezó su cuerpo y se preparó para recibir un beso de agradecimiento. Pero como un relámpago, sin verlo venir, fue derribada por una rápida cachetada.

  • Ahora atiende a mis amigos – agregó Diego a la cachetada, como si le hubiese pedido que le bajase el volume a la radio. Una frialdad repentina que a todos dejó pasmados.

Sara, por costumbre y obligación, fue la primera en salir de la sorpresa. Sintiendo su mejilla izquierda ardiendo se levantó y gateó al sillón con los otros tres chicos.


En el pequeño espejo, ladeando un poco la cara, Sara podía observar una pequeña mancha morada, disimulada con el maquillaje, la marca de la primera de muchas cachetadas que sabía que su nuevo dueño le continuaría dando y ella agradeciendo.


Como si ella no hubiese recién usado su boca para mamar la verga de su amigo y ahora –más que nunca- líder. Tomás, Bernardo y Joaquín, devoraban en desordenados turnos la boca de Sara, que arrodillada entre las piernas de Tomás, no soltaba las cabezas de los otros chicos, enseñándoles a besar con lujuria, a violar una boca y lamer sin respeto. Los chicos, con excitación acumulada del show recién ofrecido, no perdían tiempo y manoseaban lo más que podían de Sara, que aún de rodillas, le costaba mantenerse erecta ante los tirones, empujones y manoseos varios de los niños..

Pero el trío demostró ser (al menos en esto) alumnos aplicados y pronto empezaron a practicar las tácticas recién demostradas ante ellos. Bernardo, levantándose del asiento y ya con la verga afuera (desde la mamada a Diego), arrebató con fuerza la cabeza de Sara a Joaquín, y le indicó como ahora sabía

Chúpamelo

Pero había mal aprendido la manera en que Diego lo había hecho y sin poder sacar el máximo disfrute a la situación, se perdió en las torpes arremetidas que terminaban chocando en las paredes de la boca de Sara, en sus mejillas (la sacaba demasiado), nariz, o en su lengua, cuando conseguía apuntar dentro de la boca. Sin dejarlo terminar, Tomás usó su mismo método y le arrebató de las manos la cabeza de Sara para dirigirla a su verga.

Él descansaba en el sillón con las piernas abierta (Sara aún entre ellas) por lo que hizo bajar a la maestra sobre su verga erecta y empujó hacia abajo, levantándose para hacer más presión sobre su ingle.

Sara difícilmente podía respirar, éste último ejercicio entre tres jóvenes estaba más allá de lo que usualmente se pedía de ella. Prácticamente nada podía hacer, ningún esfuerzo se esperaba de su parte, los dos críos se estaban obsesionando en hacer entrar toda su verga en la boca de Sara, sin siquiera disfrutar sus habilidades en la mamada (de lo que era una experta). Ella sólo podía mantener la boca lo más abierta posible evitando a toda costa rozarles con sus dientes (lo que, según la habían educado, era una torpeza mayor, merecedora de terribles castigos).

Pero, afortunadamente para ella, lo de Tomás no llegó a mucho, al poco de mantenerla pegada sobre su pubis, aplastando su nariz y arrancándole lágrimas y ríos de baba, eyaculó hacia el fondo de la garganta de la maestra. Tanta excitación lo sobrepasó pronto, y al segundo siguiente, ya no tenía fuerzas para retenerla.

La liberación de Sara duró lo que Joaquín tardó en reaccionar y reclamarla devuelta con un cavernícola tirón de cabellos, para que volviera a engullir su verga. Ni el semen de Tomás alcanzó a tragarse del todo, antes de que Joaquín, en su arrebato introdujera su falo hasta el fondo.

Tampoco Joaquín duró mucho: un par de sacudidas en la boca de Sara y ya estaba disparando chorros tan desordenados como sus embistes dentro de ella. Y como no paró de moverse (sino todo lo contrario, el orgasmo le produjo contorsiones incontrolables) terminaró por disparar chorros de semen dentro y fuera de la boca de Sara, en todas direcciones.

Sara se vio repentinamente liberada de todo agarre y jalón. Tan explosiva había sido toda la última secuencia de mamadas a los chicos, que se sintió desorientada una vez que Joaquín se sentó a descansar. Un hilo de baba y semen bajaba por su abierta boca, mientras tomaba aire. Dispersas manchas blancas estaban salpicadas por todo su cuerpo y más allá. Y un río de lágrimas salía de cada uno de sus ojos.

Recuperando un poco su conciencia, notó que había un chico al que aún no había satisfecho: Sebastián. Éste, tal y como hacía en clases, había participado hasta el momento más como espectador de sus amigos que como actor. Lo encontró a su espalda, a un lado del sillón agarrando con una mano su polla y mirando embobado a la profesora, ya desastrada y bastante agitada, que lo miraba desde su posición de rodillas, torciendo el cuello hacia atrás.

Sara lo tomó como un premio. Sabía – o creía saber – que éste chico no sería como los otros, que le podría regalar una buena mamada y aplicarse tal y como la habían adiestrado a hacerlo tan bien. Así que se volteó y gateó un par de pasos hasta Sebastián. Todo en completo silencio, tal y como el chico se encontraba, mirándola absorto acercársele en cuatro patas. Con cuidado, le sacó la mano de la dura verga que asomaba transparentes gotas. No se pudo contener y le dio una lamida para probarlas… el primer estremecimiento de Sebastián.

"Vaya, qué pico tan sensible tiene" se dijo, Sara.

Y procedió luego, a terminar de desabrochar y quitarle el pantalón. Se encontró con una prometedora herramienta del todo del gusto de ella. De grandes y sueltas bolas colgantes, abundante en pelos, enmarañados, pero aún finos, con un tronco recto que apuntaba directo a su nariz. La miraba bizca, subir y bajar acompasada con los latidos de su corazón.

La tomó de la cabeza, la levantó, abrió bien su boca, sacó la lengua y se dispuso a lamer jugosamente, desde las bolas hasta la punta, envolviendo la verga con su larga lengua, mojándola en saliva. Y cuando llegó a la punta, abrió su boca en una "O" muy grande, y descansando la cabeza en su lengua, le regaló una mirada directa a los ojos del chico, como para hacer un cuadro con ella. Lo vio embobado, atónito ante su suerte. De su boca medio abierta, un hilo de saliva descendía. Con un hábil movimiento de cuello, para alinearse con los 16 cms de polla que iba a ingerir y sin dejar de mirarlo a los ojos, con calma, pero de una sola vez, engulló todo el trozo de carne, hasta que pudo asomar su lengua por debajo y tocarle las bolas y mojar los pelos que colgaban de ellas. Enterrando su nariz en la barriga del chico y haciendo dolorosos esfuerzos por mantener la mirada arriba y los ojos abiertos.

Manteniendo la posición, con la verga tapando su faringe, succionó y contrajo los músculos de su garganta como sabía hacerlo, para ordeñar la verga sin mover la cabeza, aún intentando mirarlo, pero lográndolo difícilmente. Sus ojos se anegaban y desparramaban lágrimas por los lados de su mejilla y, en espasmos involuntarios de devolución, empezó a expulsar como tos, grumos de baba con fuerza por los contornos de la polla de Sebastián y mocos por su nariz.

Se retiró a la misma velocidad que había atacado, hasta volver a sostener la punta de la verga con la lengua y ofreciéndole al chico una nueva postal de su ser denigrado, de su boca mal cubierta por saliva, mocos y semen, de sus surcos de lágrimas sucias por el maquillaje, de sus enrojecidos ojos y desarmados cabellos.

Sebastián abría y cerraba los ojos dominado por las oleadas de dominante placer que recibía desde el pubis, como incapaz de cerrar la boca, sólo emitía un constante "huhhhhhh!". Hilo de baba desde su boca, descendía ahora para encontrarse con la frente de Sara, donde se formó un bien delimitado depósito de la saliva del chico.

Sara volvió a repetir la operación, tres veces más, hasta sentirlo recogerse sobre su cabeza, profiriendo un bufido más largo, agarrando finalmente su cabeza, con dedos crispados como garras, tironeando de la base sus cabellos y descargando en su paladar, los más largos chorros de semen que había recibido en lo que iba de "fiesta".

Producto del mismo reflejo involuntario que siempre la superaba, volvió a toser por las comisuras de su boca una mezcla de baba y leche, pegando con grumos su barbilla a las bolas de Sebastián e incluso por la nariz derramó leche sobre el tronco del pene que mantenía con esfuerzo en su boca.

  • Oooouuugghh… señora Araneda!- dijo finalmente diego, mientras Sara se retiraba de su verga, sin poder despegarse de los hilos grumosos y blancuzcos que la mantenían enlazada a los genitales que se acababa de tragar. Le dio una mirada como para decir algo, pero se arrepintió y volvió sobre el pico del chico, a recoger con su boca todos esos gruesos hilos de semen, baba y mocos. Los juntó en su boca sin tragarlos (y algunos colgando de su barbilla), para enderezarse bien ante la mirada del chico. Mostró su boca abierta, llena de todo ese desperdicio y se lo tragó sonoramente, para terminar diciéndole:

  • "Señora" no. Puta. Llámeme "puta". Eso soy.

"Puta" repitió Sebastián en voz alta, como para poder convencerse de lo que le acababa de decir.


Les aviso a aquello que han seguido esta serie (aún con mi irregularidad… cosa que les agradezco), que con un capítulo más, completaré el arco introductoria de ésta serie (un capítulo corto, para su alivio). Serie que dejaré en stand by, en pos de la otra que estoy escribiendo y que me inspira más por estos días ("vieja culiá", la encuentran en "grandes series") y por otra serie corta que tengo en mente desde hace tiempo.

La retomaré con el tiempo, hay muchas historias que van a salir con el tiempo. Así que paciencia y gracias por los comentarios y –por sobre todo- las críticas que me puedan dejar aquí mismo en la sección de comentarios, o al email, si lo prefieren.