Club de socios (3: Reunión con el Director)
Sara termina de relatar a su amo lo ocurrido durante la mañana en clases.
Desde muy joven, Sara se había sentido acomplejada por sus pezones. Al desarrollarse y crecer de la rápida y notoria manera que lo hicieron sus tetas, sus pezones acompañaron la expansión y la acentuaron. Grandes y oscuros, Sara gastó siempre tiempo y recursos intentando ocultarlos o aminorarlos en blusas blancas y bikinis. Ahora, un curso de más de 30 chicos de entre 15 y 16 años, tenía para su asombro y regocijo el espectáculo de los legendarios pezones de Sara, danzando notoriamente tras la traslúcida (por grosor y transpiración) tela blanca de la blusa de su profesora.
Era inevitable para Sara. Sentir el roce del duro collar de cuero en su cuello, saber su significado la completa aceptación de su inferioridad y sumisión-, y suponer la manera en que sería vista por los demás, la subyugaba sexualmente, nublaba su cabeza, que sentía arder acumulándose sangre en sus sienes. No había retorno para ella. Ahora era un perra, aún peor, se sabía un animal de servicio pero aún así, debía resistirse a esa emoción por aquella ocasión. Era una orden. Y dios no sabe cuánto le costaba.
Tenía la blusa pegada al contorno de sus inflamadas tetas, que parecían más danzantes que nunca. Todo pequeño movimiento (como el de sus brazos al colocarse el collar) se trasformaba en un escandaloso bamboleo de pezones que se clavaban en la tela de la blusa. Y los comentarios de una sala llena de adolescentes tan excitados como ella, no se le escapaban al oído. Los rumores en la sala eran como un variado zumbido de volúmenes y tonos de comentarios de excitación y sorpresa: "se le ve todo!", "no sabía que estaba tan buena la vieja", "mira, mira!", "oooohhh!", "está caliente la perra" Sara creía oírlos a todos. Sentía sus miradas y hasta creía sentir el calor de la sala irradiando en su cara. Pero cada vez que levantaba la mirada, sólo llegaba a fijarse en la altura de la cintura de los chicos de la primera fila, todos sentados con las piernas abiertas, algunos tocándose la entrepierna, todos con un bulto que ella no perdía de vista. Entonces volvía a bajar la mirada e intentaba recuperar algo de control sobre si misma.
Pero volvían a rondar los mismos confusos pensamientos por su cabeza, interponiéndose ante toda razón. Era una mujer sola, en una sala de hombres alcanzando su peak sexual, con sus hormonas revolucionadas, que pueden ver y quizás hasta oler a esta solitaria mujer en celo, que les permite observar sus tetas casi al desnudo, a quien le hubiese bastado un empujón para caer ante todas sus vergas y permitirles hacer lo que quisiesen con ella. Sara no se perdía el detalle de que la mayoría de esos chicos sería virgen (ella podía probar que un par habría dejado de serlo hace unos días), sin importar lo que cambien el tiempo, ella no creería que siquiera un porcentaje considerable de ellos tuviera ya experiencia sexual. Sabía también que después de aquel día, ella se convertiría en alguna suerte de leyenda en el liceo. Que la voz se transmitiría hasta cruzar límites insospechados (otros chicos de otros liceos?, hasta los mismos padres?). Sabía que como profesora ella ya no tendría peso alguno ante sus alumnos, que su interés estaría directamente puesto en ella pero eso era algo que ella ya había aceptado desde hace mucho.
La madura mujer que tenían frente a si, los 34 chicos, mucho distaba de la seria profesora que habían conocido asexuada y hasta algo masculina, les había mostrado un carácter rígido, poco confidente, disciplinada y dura como piedra. Había sido una pesadilla durante el primer semestre . Al menos hasta el final, cuando algo que casi nadie notó entonces- se torció en ella.
Ahora, 4 semanas después del regreso de vacaciones de invierno, la habían visto progresar en una transformación formidable que la tenía ahora, con su pelo suelto, su cuerpo sudoroso, su cara completamente roja y su mirada clavada al escritorio del que no se había movido en los últimos minutos (desde que se puso el collar), exhibiendo un par de formidables tetas que ahora les parecía increíble- había logrado ocultar tras serias ropas desde que ingresara al cuerpo académico a principios de año.
Los murmullos y comentarios, con el paso del tiempo habían descendido y, en cambio, la tensión de la sala iba en aumento. El aire se sentía pesado y caliente. Parecía que las respiraciones y hasta las pulsaciones de cada uno pudieran ser oídas por el resto. Por eso, todos saltaron en sus puestos (tenían la atención puesta en las inverosímiles aureolas de los pezones de la profesora) cuando Diego, aún de pie, hablando con su mejor amigo, le dijo en voz alta a la profesora Olivares:
Se va a quedar ahí toda la clase o piensa alguna vez pasar algo de materia?
No parecía una pregunta directa. No era como si la interpelara directamente. Aunque sí, todo el mundo lo sabía. Pero de algún modo, sonaba como un comentario al aire. Comentario que también hizo saltar a Sara en su silla (y a sus pezones dar otro notorio respingo para delicia de los que no habían cambiado la dirección de su mirada hacia Diego). Sabiéndose interpelada, respondió con la garganta algo seca.
S-sí!... lo siento
Avergonzada, cerró los ojos y se levantó de su silla de un envión. Enfrentó al pizarrón y, sin saber cómo (porque conscientemente, no recordaba qué debía escribir) completó el cuestionario que había empezado a escribir 15 minutos atrás en la pizarra.
Sólo unos pocos los más ñoños de la clase y los que ya asomaban sospecha de su desinterés por las mujeres- retomaron parcialmente el camino de la clase y copiaron lo que Sara escribía. Todos los demás, seguían concentrando su atención en retener la mayor cantidad de detalles posibles del espectáculo visual que les brindaba su maestra: el baile de pezones detrás de la tela blanca de la camisa, el movimiento del voluminoso culo con forma de pera mientras ella escribía en la pizarra, la excitación marcada en su cara todo. Todos aquellos detalles pasarían a la historia del liceo a partir de aquel momento e, inevitablemente, cambiarían de forma definitiva la permanencia y el rol de Sara en él.
Durante el resto de la hora de clase, Sara lidió con las indicaciones de Diego:
"qué dice allá arriba, profesora?"- le preguntaba en voz alta. Lamentablemente para Sara, su nerviosismo le había tendido su propia trampa haciéndola escribir palabras ilegibles o derechamente con errores ortográficos, lo que supo aprovechar el festejado del fin, impidiéndole refugiarse tras su escritorio por tiempos prolongados y ofreciéndole a sus compañeros (quienes en silencio esperaban cada nueva intervención de su momentáneo líder) un nuevo baile de las rebotantes tetas de la profesora.
Sonó el timbre y sin esperar nada y tomando las pocas cosas que había dejado sobre su escritorio, Sara se levantó y salió de la sala tan rauda como si el edificio se estuviera levantando pero no tan rápido como para dejar de escuchar la cacofonía de comentarios que se levantaron en la sala al tiempo que ella salía. Sus tetas, sus pezones, lo caliente que se veía, el collar, sus piernas, que si hizo algo, que si no, que se corrían, que las pajas que se harían la mayor parte de eso no llegó a sus oídos, pero sí a su cabeza. Se sabía sentenciada en ése curso.
Mario García, director del Colegio Superior de Caballeros, tenía su oficina en el piso superior del ala administrativa del complejo educacional. Gozaba de la vista del colegio por completo, sintiéndose su dueño (lo que, en realidad no era aunque fuese imposible suponerlo), contemplándolo como sus dominios y a todos los que "habitaban" en él, como si fuesen sus medievales siervos. Un gran ventanal estaba a la espalda de su escritorio y, cuando necesitaba meditar, volteaba la silla en 90 grados para contemplar su "reino". En aquellas ocasiones, llamaba a su secretaria, quien, al verlo en su clásica actitud contemplativa, sin esperar mayores indicaciones se apresuraba a arrodillarse entre sus piernas, bajaba el cierre del pantalón de su jefe y procedía a meter su verga (en el estado en que la encontrase) a su boca, no sin antes asegurarse de llenarla bien de saliva. Mario entonces hacía sus raciocinios en voz alta, aunque sin dirigirle la palabra a su secretaria, Roxanna, quien escuchaba atentamente por si él llegaba a pedir su opinión o algún intercambio verbal (cosa que rara vez sucedía y que era indicado por el jalón de la cola de caballo "reglamentaria").
Ahora, mirando el patio donde los jóvenes descargaban energías, don Mario meditaba acerca de qué decirle a su hijo. Le había dado un regalo importante para su formación y su carácter, pero que debería cuidar mejor de lo que demostraba hacer a la primera ocasión que se le dio. Ahora que el regalo, Sara, había concluido su relato de lo sucedido en clase, Mario procedió a sostenerla por la nuca para dejar su verga al fondo de su garganta. Sara entonces comenzó a agasajar el falo con toda su boca, sacando la lengua para pasarla por las peludas bolas de su amo, ensalivarlo entero y, apretando y soltando los músculos de su garganta, prodigarle masajes a la cabeza, al tiempo que succionaba con todas sus fuerzas.
Siendo imposible ya pensar para el sr. García, no pudo aguantar por mucho tiempo la profusa labor de su esclava y se aferró a su cabeza, apretándola más contra su entrepierna y soltando largos chorros por la garganta de la srta. Araneda, quien aguantaba la siempre extraña e inesperada sensación del semen a presión por su esófago.
Gaaaah!- fue el sonido que emitió Sara, cuando pudo recibir aire nuevamente. Don Mario asiéndola bien del cabello, la tiró hacia atrás, liberando gruesos hilos de baba entre su pito y los labios de la profesora, engrosados por los líquidos seminales.
Bien hecho. Ahora, apresúrate en limpiar esto. Que no se ensucie mi pantalón- Ordenó con dureza
Sorbiendo su propia baba excedente, antes de que tocase la tela del pantalón y luego, tomando su propio cabello, envolvió el húmedo falo, para terminar de secarlo y finalmente guardarlo.
Ahora vete a casa y mantente disponible para mi hijo. Será tu principal preocupación para esta semana.
Sara se levantó sin preocuparse de su aspecto, de su cara colorada, sus ojos algo enrojecidos y llorosos, su cabello revuelto y pegoteado al lado derecho y su labial corrido. Sólo tomó su cartera, dijo "Sí, amo" y salió de la oficina.