Clinica de rehabilitación
Un hombre casado es obligado por su mujer a asistir a una clínica especializada para curarse su adicción al sexo. Allí le ocurrirán algunas cosas raras que sin embargo le provocarán la mayor de las corridas.
Nota de GOGOL: Este relato me lo envió un viejo amigo. Por lo visto, en la clínica que enseguida vais a conocer, le dijeron, como terapia, que escribiera sus impresiones o historias sobre sexo y las diera a leer a otros. Como él es un negado para los ordenadores, y yo un seguidor de Todorelatos, me ofrecí para enviar sus relatos a esta página. Y este es el primer relato que me ha entregado, contado en primera persona:
"Cuando mi mujer me obligó a acudir a aquellas sesiones de terapia para curarme mi adicción al sexo, lo hice exclusivamente por salvar mi matrimonio. La verdad es que maldita la gana que tenía de curarme de aquella sublime adicción, pero se trataba de eso, o el divorcio, y no era algo que económicamente me pudiera permitir. La verdad es que vivía muy bien con mi mujercita. A pesar de sus 35 años seguía estando tan buena como a los 18, con su melena morena, su cuerpo delgado, sus tetas enormes, redondas y con grandes pezones rosados, su cintura estrecha y sus anchas caderas, sus piernas larguísimas y sobre todo esa cara de niña que nunca había perdido y que cuando estaba amorrada a mi polla, mirándome con su expresión de perra en celo, me ponía a mil. En fin, me gustaba mi chica, a ella le seguía gustando el sexo como el primer día, pero era sin embargo enormemente celosa, y mi adicción me había llevado a ponerle los cuernos con toda la que se me pusiera a tiro, así que, convencida de que era una enfermedad, me obligó a apuntarme a esas sesiones hasta que me convirtiera en un marido fiel y soso, como todos los demás.
Además, ella misma se informó y de entre todas, eligió la que mejor fama tenía, y así fue como, un lunes por la tarde, recién comido y muy apesadumbrado, llegué al portal donde una placa me anunciaba que en el entresuelo se encontraban los locales de AMTRAASEX, y a ellos subí, encontrando otra placa que me autorizaba a pasar sin llamar.
Empujé la puerta tímidamente, y entré a un pasillo largo y ancho con varias puertas a uno y a otro lado; la más cercana a donde me encontraba era la de los servicios, y las otras, según comprobé recorriendo el largo pasillo, eran, sucesivamente, el despacho de una sexóloga, la consulta de enfermería, una sala de sesiones, otra "de usos múltiples", un despacho de administración y, al fondo, ocupando toda la pared que hacia frente a la puerta de entrada, un mostrador sobre el que había un cartel que rezaba "admisiones".
Me extrañó que el pasillo estuviera desierto y que las admisiones se ubicaran al final, en lugar de a la entrada, pero dado que no había nadie a quien preguntar, me volví paseando hacia la puerta, pensando en lo extraño del lugar, cuando de repente, como saliendo de la nada, una chica joven, con el aspecto de un ama de casa de las películas de los años cincuenta, y una expresión de despiste casi tan marcada como la mía, apareció ante la puerta de entrada al local. Vestía un traje muy liviano, que se ceñía a la cintura, se cerraba hasta el cuello y con una falda de vuelo que la propia Doris Day hubiera comprado sin pensarlo. Era una chiquilla rubia, de menos de treinta años, muy delgadita y pequeña, con un pecho abundante, aunque muy escondido, y con aspecto de ser la típica chica religiosa, vergonzosa y muy reprimida.
Como me miraba fijamente sin hablar, le pregunté yo:
-¿sabes si alguien atiende aquí?-
Y me contestó con una voz juvenil, muy fina, y casi tartamudeando por la vergüenza:
-Estarán tomando café... supongo que vendrán enseguida.-
Suspiré, aburrido y me disculpé diciendo que iba un momento al servicio, a lo que ella asintió bajando sus ojos hacia el suelo. Mientras me sacaba la polla para mear, pensé en aquella chica tan tímida y me pareció muy morbosa; casi como una monja, pero con un cuerpo que se adivinaba muy tentador.
Mientras meaba, mi polla se fue hinchando al pensar en la chica, cuando de repente, escuché un ruido sordo, y sentí cómo la puerta se abría de un empujón; giré la cabeza y vi, como una exhalación, a la chica en la que estaba pensando, y ella, con una agilidad en el cuerpo asombrosa, una expresión algo aturdida y los labios húmedos y rosados y la boca entreabierta, se arrodilló y sin darme tiempo a reaccionar me cogió la polla con la mano y la llevó a su boca, metiéndola dentro sin esperar a que terminara de mear, de modo que la orina acabó en su garganta; mi polla, lógicamente, reaccionó sin importarle que yo no entendiera qué estaba pasando, y siguió endureciéndose entre su lengua y su paladar hasta llenarla por completo; ella gemía muy flojito mientras ávidamente, como si se muriera de hambre, mamaba y mamaba saboreando mi gran nabo, dando vueltas con su lengua y acariciando mis huevos con las uñas y las yemas de los dedos, haciéndome estremecer de placer; no intentaba retardar la corrida, sino que me la comía como una perra se come su ración, relamiendome una y otra vez, de arriba abajo y recorriendo cada punto de mi polla, dejándola llena de saliva, escupiendo sobre ella y luego bebiendo su propia saliva mezclada con mis jugos para volver a escupir y recoger con su lengua; con la otra mano, se frotaba furiosamente entre las piernas; yo le abrí violentamente el vestido para ver esas tetas que aparentaban ser enormes, y, en efecto, parecían las tetas de una mujer en el cuerpo de una niña; al sentirlas libres, ella metió mi polla entre ellas para hacerme una cubana, alargando la lengua cada vez que subía hacia su cara, y golpeando con ella mi capullo que estaba a reventar.
Sin mirarme, susurró:
-soy una puta, me merezco el infierno, insúltame, castígame, joder, soy una puta asquerosa.-
Yo estaba en éxtasis. La cogí de la barbilla y la obligué a volver a mamarmela, mientras le decía:
-Sí, eres la puta más grande del mundo, una zorra perdida, come la polla y tragate todo, puta de mierda, voy a correrme en tu sucia boca.-
Ella aceleró la mamada y se esmeró más todavía, si ello era posible, mientras sus dedos masturbaban su coño que echaba chispas y goteaba incesantemente sobre el suelo. En pocos minutos mi leche dijo que quería salir, mientras ella comía, lamía, paladeaba y esperaba a recibir, diciendo en medialengua por tener a boca llena,
-en mi boca, en mi boca de puta-
Y un gran chorro de semen emergió de la punta de mi polla inundando su boca, y luego varios chorros más, a borbotones, hasta que ella no pudo tragar más y empezó a derramarse por las comisuras de sus labios rojizos y gruesos, y deslizarse por su barbilla. Ella sacó la polla de su boca y primero relamió el capullo para limpiarlo de leche que tragó sumisamente, y luego con sus dedos recogió la que le había caído por la barbilla y el cuello y chupándose los dedos dijo:
-No puedo evitarlo, perdóname Señor, soy una puta pecadora, te he ofendido-
Oir decir eso a una chica que parecía salir de una reunión de Tupperware, mientras su lengua rebañaba sus dedos de mi leche, me provocó una nueva erección a pesar de la enorme corrida que acababa de tener. Tras ello, la chica se levantó, se arregló la ropa como pudo y sin decir palabra ni mirarme en absoluto, salió corriendo del baño.
Yo la seguí, pero al llegar al pasillo ya no estaba. En su lugar, vi, que en el mostrador de admisiones por fin había alguien, y andando rápido llegué hasta allí. Una chica muy joven estaba atendiendo el mostrador, pero tan entretenida con un cuaderno y unos libros, que ni levantó la cabeza para verme. ¡Por Dios!, eran libros de segundo de bachillerato. ¿Qué edad tenía? ¿dieciocho? ¿diecisiete?. En todo caso, ¿que hacía una niña como esa en esa casa de locos?.
-Perdona, me atiendes?- le dije.
-Si, claro, nombre - contestó ella sin levantar la cabeza del cuaderno.
-Alberto K.- le dije, añadiendo el resto de mis datos personales.
-Sí dijo ella consultando unos papeles- aquí está. Tiene cita dentro de unos minutos con la Doctora Pilar G.-
¿Es la sexóloga?- pregunté
Sí, sexóloga, directora del centro y mi madre- dijo ella distraidamente, y añadió- espere en la sala de espera.
Como no me hacía ni puto caso, decidí irme a esperar, pero en el último instante me giré y le pregunté algo que me escamaba:
-Perdona, ¿es normal que el mostrador de admisiones esté al final del pasillo en lugar de al principio? Te obliga a recorrer toda la clínica.-
-Si- contestó ella, mirándome por primera vez con una medio sonrisa casi diría que sugerente- Para llegar aquí hay que meterse hasta el fondo; totalmente hasta el fondo.-
Tras lo cual volvió a sus deberes, mientras yo, confundido, y con el rabo todavía ardiendo de la mamada que acababa de recibir, pero algo levantado a causa de la expresión tan sensual que había puesto esta chica al mirarme, me fui a la sala de espera intentado entender en dónde me había metido.
(Continuará)
Es mi primer relato, espero que seáis comprensivos. Si queréis decirme lo que sea, mandadme vuestros comentarios a duque032@hotmail.com , Gracias.