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Aquella tarde, el deseo mordía.

La noche cae temprano en las tardes de noviembre. Será la oscuridad del cielo que invita a relajarse o que hacía media hora que no entraban clientes en la tienda, aparcó el trabajo pendiente y se embarcó en la lectura de una web de relatos, relatos eróticos.

Ella es capaz de leer escritos sobre el género saboreando esa primera nota de deseo pero sin caer en el ansia. Controla, de hecho, disfruta más así, dejando que el morbo prenda la chispa en su vientre y que el calor la acompañe durante toda la tarde. Luego, al llegar a casa, da rienda a sus fantasías y libera el orgasmo, que ha ido macerando en su interior. Sin embargo, aquella tarde el deseo mordía. Clavaba sus placenteros aguijones en la trémula carne e inundaba la mente de tentaciones. Una simple interrupción hubiera bastado para volverla a la realidad pero el demonio es listo y sabe poner la situación a su favor. Nadie llamaba, nadie acudía a comprar. Mientras, los ojos reseguían las líneas y el cerebro, cómplice del demonio, se encargaba de ilustrar con sugerentes imágenes aquellas palabras.

La grosería del lenguaje mezclada con bizarras escenas, que cualquier otro día le hubiera provocado una mueca de desaprobación, ahora atizaban el fuego. Buscaba con su mirada los pasajes más obscenos y se recreaba una y otra vez. Se dio cuenta que había sobrepasado el límite de tolerancia, que no podría aguantar dos, tres horas, en ese estado de inquietud. Urgía el alivio. ¿De cuánto tiempo disponía? Era incierto, en cualquier momento podría llegar un cliente y habría de parar por fuerza la maniobra. Si hay algo más desesperante que el ansia, es la interrupción. ¿Correría el riesgo? Sí, sí, lo correría. Echó la llave a la puerta y subió acelerada las escaleras que llevaban a un pequeño pasillo y al lavabo. Allí, al menos, en la oscuridad, a cubierto del chivato aparador, podría desahogarse a gusto.

No tenía tiempo pero tampoco necesitaba demasiado. De pie, apoyada sobre la pared, desabrochó el botón y la cremallera del pantalón y deslizo acelerada sus dedos entre las braguitas. Oh, dios mío, tal y como imaginaba estaba inundada. El tibio fluido se enredaba entre sus dedos que, sabios navegantes, no tardaron en encontrar la zona erógena por excelencia. Rememoró las imágenes leídas, permitió a los pensamientos impuros adueñarse de su dulce cabecita y le dio, cómo le dio. Piernas abiertas, spring hasta la meta, nadie podría detenerla.

Lo notó llegar, intenso y decidido. La golpeó como un látigo hasta dejarla clavada en esa pared amiga. Apenas unos minutos en llegar, apenas unos segundos en durar, rápido pero delicioso. Se limpió los dedos con la lengua mientras recuperaba las fuerzas. Le gustaba como olían, a pecado.

Desgraciadamente, hubo de lavarse las manos y bajar para ocupar su puesto. Podía sentir todavía el ardor entre las piernas, el temblor del vientre y las mejillas encendidas. Entonces, una cliente llamó al timbre. Justo a tiempo, pensó, si supieras lo que he estado haciendo hace escasamente unos minutos...