Claudio y Aleksandr. La insurrección 02

No consentido. Gay. Aurelio se marcha. Empiezan los castigos a los esclavos. Contiene violación a una esclava embarazada y juegos con orina.

Al día siguiente, tal y como le había anunciado, Aurelio partió rumbo a la capital del Imperio. Mientras veía como se alejaba su caballo al galope, Claudio sintió como empezaba a hincharse de orgullo y poder. Su padre estaba a cientos de kilómetros de distancia, Aurelio tardaría bastante en volver, si es que conseguía permanecer con vida en la batalla. Le quedaban más de dos meses de vacaciones veraniegas sin ningún adulto que le supervisara, ni le diera órdenes, ni le dijera qué tenía que hacer. Claudio se sintió absolutamente libre por primera vez en su vida, y sabiéndose dueño de todo lo que había en esa lujosa villa, esclavos incluidos, empezó a maquinar maldades que cometer de manera impune y sin miedo al castigo.

Claudio comenzó a caminar en dirección al interior de la villa, a pasos muy lentos. En su mente solo había un objetivo: torturar, humillar y atormentar al esclavo favorito de Aurelio con todo aquello que tuviera a su alcance. Aleksandr llegaría a desear estar muerto. Fue una promesa que el menor se hizo a sí mismo, y pensaba cumplirla desde ese mismo momento. Así que en cuanto entró en la casa, empezó a buscar al salvaje por todos los rincones, hasta que dio con él en el patio interior.

El joven de catorce años de edad salió al patio y se dirigió al bárbaro, hablándole con todo rudo e imperioso:

“Tú, bestia salvaje ¡Arrodíllate ante tu nuevo Amo!

Aleksandr se sorprendió al oír aquello. Se giró y clavó sus pupilas negras en los orbes color miel del menor. El germano alzó su rostro, mostrando su fuerte orgullo. Pero no podía replicarle nada al crío. Sabía que Aurelio le había dado dominio absoluto sobre todos sus sirvientes, y replicarle a un Amo podía suponer la pena de muerte. Así que, con las entrañas retorciéndosele por la rabia, Aleksandr finalmente se acercó a un par de pasos del menor, puso una rodilla en el suelo y inclinó su rostro.

“Como ordene, Amo Claudio” el bárbaro no entendía por qué ese pequeño romano le trataba tan mal, pero pensó que quizás si se mostraba sumiso con él le dejaría en paz hasta que regresara Aurelio. No podía andar más equivocado.

Claudio no había hecho más que empezar con su tortura psicológica al morlaco. Le dio un fuerte bofetón, que impactó sobre la mejilla y la oreja del esclavo, pero no le movió del sitio, ya que la diferencia de físicos era importante.

“¡He dicho que te arrodilles! ¿O es que eres tan idiota que no sabes cómo se hace? ¿Quieres que llame a Glenda para que te lo muestre?” la amenaza del patricio hizo mella en Alek, que con los dientes apretados por la rabia terminó arrodillándose en el suelo. En la medida de lo posible no dejaría que Claudio humillara a Glenda, y no era por los motivos que el menor pensaba.

Claudio sonrió de manera malvada. Tener a ese tipo, tan robusto, rudo y salvaje, a su completa disposición, era un placer tan grande que quería deleitarse con él un poco más. El menor cruzó los brazos y paseó por el interior del patio, mirando a su alrededor, mirando a ver con qué podía molestar ahora a Aleksandr. Entonces vio un enorme excremento de caballo y se dirigió hacia él, pateándolo a propósito cuando lo tuvo delante.

“¡Vaya!¡Me manché las sandalias sin querer!” canturreaba el niño, sin dejar de pasearse de manera insistente por encima de aquella enorme mierda, dejando sus dos pies impregnados de heces.

El esclavo no entendía muy bien a qué venía todo eso, pero sabía que había gato encerrado. Seguro que Claudio terminaría ordenándole hacer algo que no querría hacer. Y como si el patricio hubiera escuchado sus pensamientos, se acercó a él y señaló sus pies al tiempo que le decía:

“¡Límpiame los pies, cerdo! ¡Obedéceme ya!”

Aleksandr no soportaba a ese mocoso impertinente, pero no podía hacer nada por desobedecerle, a riesgo de recibir luego un castigo aun peor que esa absurda petición. Así que mordiéndose la lengua para no decir nada, el esclavo usó sus propias manos y la tela de su camisa para dejar los pies de su Amo relucientes de limpios que estaban.

Después de eso, Claudio aprovechaba cualquier ocasión para torturar o humillar a Aleksandr. Le obligó a seguirlo a todas partes, y a servirlo de manera irrisoria. Le hacía darle la comida pedazo a pedazo. Le obligaba a limpiarle el culo con una esponja mojada en agua cuando había cagado. También lo insultaba de manera continua. No dejaba que el salvaje tuviera ni un solo segundo de descanso.

Pero lo peor vino al tercer día de haberse marchado Aurelio. Claudio llevaba ya un tiempo dándole vueltas al asunto, y pensaba ejecutar su plan maestro esa misma noche. Cuando la luna llena empezó a brillar en el horizonte mandó llamar a Glenda y Aleksandr. También ordenó a dos de sus soldados armados que permanecieran cada uno en un rincón de su habitación, para evitar posibles rebeliones o ataques por parte del mastodonte, ya que lo que tenía pensado hacerle aquella velada seguro que lo hacía llegar a odiarle como jamás hubiese odiado a nadie.

En pocos minutos ambos sujetos, la esclava preñada y el esclavo salvaje, hicieron acto de presencia. Ella era una auténtica preciosidad, de piel morena, pelo largo negro y rizado, y ojos oscuros, como todos los de su calaña. Glenda vestía una liviana túnica de gasa color rosado, y su gran barriga se notaba prominente en el centro de su anatomía. Ella se mostraba temerosa y tímida, sin atreverse a mirar a su Amo a la cara. Aleksandr en cambio no había variado su forma de mirarle, de esa manera tan descarada, sin apartar la mirada. Como si se creyera mejor que él. Esa noche se encargaría de bajarle los humos.

“Glenda, desnúdate” fue la primera orden que le dio el menor.

La mujer titubeó un segundo. Miró a Aleksandr de reojo, y vio a los guardias apostados. Antes de que su compañero esclavo pudiera saltar y decir nada, decidió someterse sumisamente al Amo. Sería lo mejor y más seguro para el hijo que llevaba en sus entrañas, y para Alek, a quien tanto amaba. Glenda sabía que muchos Amos usaban a sus sirvientas para satisfacer sus deseos sexuales con ellas, y teniendo en cuenta la corta edad de Claudio, seguramente no le causara demasiado dolor, así que se sometió de manera voluntaria.

“Como desee, Amo” le respondió, y acto seguido se quitó los hombros del vestido, que cayó al suelo a sus pies hecho un ovillo. La joven esclava no llevaba ropa interior. Su voluptuoso cuerpo de mujer quedó a la vista de los cuatro hombres que había en esa habitación.

Claudio pensó que la esclava tenía un cuerpo muy hermoso, pero no pronunció ningún halago en voz alta, no era precisamente su intención hacer que se sintieran bien. Así que se puso a caminar alrededor de ella, evaluando cada centímetro de su piel desnuda. Aleksandr no perdía detalle de lo que ocurría. Cuando el joven patricio levantó su mano y empezó a acariciar el cuerpo de su nueva esclava, ella se estremeció por aquel leve contacto indeseado. Aleksandr estaba poniendo todo de su parte para no saltarle encima al Amo.

Pero no era precisamente follársela lo que Claudio tenía en mente. Habría sido demasiado aburrido. Era evidente, por su embarazo, que Glenda no era virgen. Y por el tamaño corporal de Aleksandr, seguro que tenía un rabo más grande que el de su Amo, que al ser un púber sin vello en la entrepierna, todavía lucía un pene chiquito, estrecho y más bien poca cosa. No. Eso no le serviría de nada. Su tortura iba más allá de la simple violación. Ya que Alexandr debía tener un rabo grande, lo usaría para causarle con él dolor a la embarazada, y mientras él se follaría la dulce boquita de Glenda. Era un plan magnífico.

“Glenda, ven aquí” ordenó Claudio cuando terminó de acariciar el cuerpo de su esclava “Túmbate sobre la mesa boca abajo y quédate quieta con las piernas bien abiertas”

La joven doncella se ruborizó, pero imaginando lo que Claudio buscaba en ella, no discutió con él. Cuanto antes empezara a follarla, antes terminaría. Y si era sin discusiones mucho mejor. Mientras la embarazada se situaba como le había dicho, Claudio se dirigió a Aleksandr.

“Tú, bestia salvaje, bájate los pantalones, quiero ver la mierda de pito de risa que tienes” le ordenó entonces al mayor.

El joven patricio solo comentó aquello de su pito para mofarse de él, pero cuando Alek obedeció y le enseñó a su Amo el monstruo que le colgaba entre las piernas, a Claudio casi le da un pasmo. Era tan larga como el brazo de un niño, y gruesa como cuatro de la suya puestas juntas una al lado de la otra, por lo menos. Era una barbaridad de rabo. Una polla imposible. Demasiado gigantesca para poder ser real. Por unos segundos el menor se quedó mudo, y casi pálido, por aquella visión, pero en seguida recuperó la compostura y soltó una risotada.

“Perfecto, esto no podía ser más perfecto jajajaja” Claudio señaló a Glenda, que permanecía tumbada boca abajo sobre la mesa, con los pies en el suelo y las piernas bien abiertas “Ahora ponte detrás de ella y rómpele el culo con tu polla de caballo ¡Vamos, que no tengo todo el día!”

Mientras le gritaba, el menor golpeó y empujó al esclavo bárbaro, ayudándole a que se situara entre las piernas de su amada mujercita. Claudio se acercó a uno de los guardias y le quitó su arma, una espada de filo corto. Aleksandr permanecía inmóvil, con los pantalones bajados, entre las piernas de Glenda, que con el culo en pompa parecía suplicarle que le desflorara el estrechísimo agujero de atrás.

“¡No pienso hacerlo!” gritó de repente el salvaje, que se había visto superado por aquella cruel orden de su Amo.

Pero Claudio ya tenía planeada aquella reacción por parte del esclavo, por eso había apostado a dos de sus guardias dentro de la habitación. Pero no le hizo falta darles orden de atacar. Raudo como una lagartija, el menor se situó al lado de la cara de Glenda, le tiró del pelo hacia arriba y clavó el filo de la espada en su frágil cuello, del que empezó a caer un débil reguero de sangre.

“Si me haces esperar demasiado ella morirá. Tú mismo. Su vida y la de su bebé están en tus manos.” Alexandr no podía creerse lo que oía ¡No podía ser verdad que Claudio le estuviera torturando de aquella cruel manera! ¿Pero qué le habían hecho ellos al crío? Si a penas trataban con él… Claudio apretó un poco más el arma contra la piel de la embaraza, que sollozó por el miedo que sentía.

“Haaaz… …lo…. A….leeeek…” consiguió decir la chica, entre lágrimas y el dolor que sentía en su garganta. Ella prefería mil veces que Aleksandr la violara sodomizándola sin compasión, antes que perder a su hijo, y Aleksandr conocía suficientemente bien a la mujer como para comprender que su suplica iba en serio. Ella quería (en realidad no lo quería, pero se veía obligada a quererlo, por las circunstancias) que la follara.

“Como ordenes” respondió el esclavo germano, más dirigiéndose a la sirvienta que a su Amo.

Entonces el salvaje se situó bien centrado entre las suaves piernas de la mujer, escupió un salivazo directo a su estrecho y rosado ano virgen, y empezó a meterle un par de dedos para irla dilatando. Si le metiera su polla entera sería como perforarla con los cinco dedos de la mano de un hombre adulto, no podría soportarlo.

Claudio, que era un cabrón de cuidado, se había apartado la túnica y estaba pasando su pequeño pito tieso por los labios de la mujer embarazada, sin quitarle a ella la espada del cuello, para que al hombretón no se le ocurriese hacer ninguna genialidad. Alzó su mirada y vio lo que el esclavo estaba intentando hacer “Dije que la follaras ¡Déjate de mariconadas y métele la polla hasta la campanilla! ¡¡Quiero que la empales como a un cerdo que está listo para ser cocinado!! ¡¡YA O LA MATO JODER!!”

“¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!” Glenda no pudo evitar gritar cuando el filo de la navaja se le clavó aun más en su nívea piel. Esta vez sí que pensó que la mataba.

Aleksandr no podía hacer nada más que obedecer a su joven Amo en su locura. No tenía tiempo para pensarlo con claridad, solo oyó la amenaza de Claudio, y oyó el terrible grito de Glenda, al tiempo que un chorro de sangre salpicó el suelo a su lado “¡¡Nooo!!¡¡Ya lo hago, Señor!!”

Y ¡¡ZASSS!! De un solo empujón Aleksandr consiguió meterle tres cuartas partes de su polla dentro del estrecho esfínter de la joven esclava. Glenda estiró su cabeza todo lo que pudo, su boca se quedó abierta en un grito ahogado que no llegó a salir, de lo delirante que era el intensísimo dolor que sentía. Alek se quedó parado unos segundos, para que ella pudiera acostumbrarse a su gigantesco tamaño, pero ni eso le dejó hacer Claudio.

“¡¡Empieza a follártela!! ¡Y si me da la sensación de que no le pones todas tus ganas, te juro que te arrepentirás de ello!” le dijo en tono amenazador, mientras aprovechaba que la dulce boquita de la preñada estaba abierta y empezó a follarle la boca de manera algo atropellada y torpe, ya que no tenía a penas experiencia en el plano sexual. Claro que la pobre Glenda, con el terrible mastodonte que tenía empalado en su trasero, casi que ni notaba el otro pitito que le medio llenaba la boquita.

Aleksandr, sin otra salida que cumplir con la voluntad del Amo, abrazó a Glenda por su estómago, protegiéndole la barriguita hinchada con su poderoso brazo, para que no se golpeara con la mesa con las embestidas. Así abrazándola como la tenía, le susurró al oído “Lo siento mucho…” y tal cual lo dijo, empezó a sacar y meter su enorme pollón del estrecho agujero posterior de la joven doncella, que no podía parar de gritar por el intenso dolor y ardor que estaba sintiendo en sus entrañas.

“¡¡AAaaaaaaaaaaaaaaah!!¡¡¡AAAAaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!¡¡¡¡AAAAAAaaaaaaaaaaaaaahhhhhh!!!!”

Claudio no paraba de reírse por el hermoso espectáculo que sus esclavos le estaban regalando. Era divertidísimo y muy placentero ver como ese enorme salvaje, que le doblaba la edad y el tamaño, sodomizaba brutalmente a su novia, solo porque a él así le apetecía que fuese.

“¡¡Más fuerte!!¡¡Quiero oírla aullar de dolor!!” gritó el menor, enardecido por las circunstancias, y sin dejar de follarle la boca a Glenda.

La pobre esclava se sentía partida en dos. Era como si un hierro al rojo vivo la estuviera empalando. Pensó que moriría por aquella salvaje follada. Sus enormes pechos, llenos de leche, se bamboleaban de manera frenética, al mismo ritmo que Aleksandr le reventaba el culo de la forma más suave que podía, dadas las circunstancias. Por ejemplo, no terminó de meterle toda su extensión dentro a la pobre mujer, se contuvo de manera milagrosa, dejando solo tres cuartas partes de su mastodóntico cimbrel insertadas dentro de ese estrecho y maltratado ano. Dentro de lo malo de la situación, no quería provocarle un desgarro ni heridas permanentes a su compañera de esclavitud, cosa que consiguió gracias a su escupitajo inicial, que a pesar de ser una leve humedad, hizo de lubricante, y ayudó a no dañar seriamente la delicada piel del interior del esfínter de la embarazada.

“¡¡AAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!¡¡¡AAAAaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!”

Glenda profería desgarradores alaridos de dolor, que empezaban a poner muy cachondos a los dos guardias apostados en la habitación, pero no se movieron de su posición. No lo harían a menos que Claudio se lo ordenara. Pero los dos se morían de ganas de meterle sus duras pollas a la muchacha embarazada por todos sus agujeros.

Eran Claudio y Aleksandr los que se la estaban tirando. El menor se sentía tan tremendamente excitado en ese momento que su pito empezó a soltar pre-semen en la lengua de la embarazada.

“Aaaaah Siiiiiii que bieeeeen ¡¡Más fuerte!! ¡¡Destrózala por dentro!!” gritó Claudio, al tiempo que agarraba la cabeza de Glenda y empezaba a follársela con toda su mala leche, para terminar descargando su corrida dentro.

“¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii AAAAAAAaaaaaaaaaaaahhh!!! ¡¡No pares de follarla!!¡¡Métesela entera!!¡¡Más duro!!” gritó el patricio mientras llenaba la boca de la esclava con su corrida.

Aleksandr continuó violando a su compañera, sintiéndose lleno de odio y rencor por ese mocoso consentido y chalado. Se juró a sí mismo que llegaría el día en que le devolvería aquello, y con creces. Pero la sesión de tortura todavía no había terminado.

Cuando Claudio terminó de correrse se dio cuenta de que Alek estaba protegiendo la barriga de la preñada con su brazo, y eso le cabreó tanto que cogió la espada corta con la que casi había rajado el cuello de Glenda y apuñaló la mano abierta que el bárbaro tenía apoyada en la mesa, provocando que el bruto soltara un rugido de dolor y sorpresa, al tiempo que dejaba de violar el tierno culo de la esclava.

“¡¡WAAAAAAAHH!!” se quejó el mayor.

“¡¡Eres un idiota!! ¡Tuviste que estropearlo todo! ¡¡Este castigo para ella es por tu desobediencia!” le gritó, y acto seguido Claudio apuntó con su diminuta polla a la cara de Glenda y empezó a meársele encima.

La joven embarazada se sentía asqueada y dolida. Cuando Claudio le había ordenado desnudarse y tumbarse sobre la mesa, imaginó que la follaría por el coño y luego la dejaría marchar. Pero no, había obligado a Alek, con su enorme pollón, a destrozarle el ano que ya no era virgen, y además de eso se le estaba meando en la cara ¡¡No podía soportarlo!! Glenda, entre lloros de desesperación, terminó desmayándose. Si no cayó al suelo fue porque Aleksandr, rápido de reflejos, la sujeto con la mano que tenía sana.

“Hasta que no aprendáis a ser unos buenos esclavos, sumisos y humildes, os castigaré como a mí me venga en gana” le dijo Claudio a Aleksandr con un tono amenazador, mientras se colocaba bien los pliegues de la túnica “Y como me hagáis cabrear te prometo que haré que ella pierda el bebé ¡¿¿Te ha quedado claro??!”

Una vez hubo dicho esto, Claudio retiró el cuchillo que había clavado en la mano de Aleksandr y les ordenó marcharse. El bárbaro cogió en brazos de manera muy cuidadosa a Glenda, que continuaba inconsciente, y se dirigió a la salida.

“Mañana por la noche ven tú solo a mis aposentos. Si consigues complacerme como quiero, la dejaré en paz a ella” le dijo Claudio a Alek, antes de que se marchara. Lo que no le especificó fue que “complacerse como quería” implicaba romperle el culo, y no con su polla ridícula precisamente, sino con otro artilugio que tenía escondido; y que “la dejaré en paz” solo se refería a la siguiente noche en cuestión, no al resto de días. Claudio era todo un tramposo, y era capaz de cualquier cosa para sentirse superior a ese salvaje. Solo así se ponía cachondo. Más que ser gay era por putear al esclavo que quería romperle el culo, como Alek era el padre del bebé que Glenda llevaba dentro, supuso que si le forzaba el culo, se sentiría tremendamente humillado y dolido, y eso era lo que quería. Aleksandr abandonó la estancia sin responder a su Amo y sin mirar atrás. Su prioridad en ese momento era curar las heridas de Glenda, su compañera preñada.

Nota de la autora:

***Si queréis leer la aclamada serie de

Ricky, el perro callejero

(acabo de subir un nuevo capítulo), que fue borrada dos veces de esta web, sin explicación alguna por parte de los webmaster por muchos mails que les envié, la encontraréis en mi Blog, igual que otros relatos y series de mi autoría, de temática BDSM, No consentido, Gays...***

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Un abrazo a tod@s y gracias por vuestra paciencia. Espero que esta nueva mini-serie de 4 capítulos os guste.

La Doncella Audaz