Claudia y Ernesto: estudios y pornografía
Continuación de "Ayudando a Claudia a pagarse los estudios". Hay que hacer algo con el casting para una película porno del premio que ganaron, y Claudia tiene que seguir luchando por estudiar la carrera debido a la subida de tasas.
“Me darán el dinero en dos meses” pensaba Claudia. ¡6000 euros! Podría pagarse la matrícula y el alojamiento de dos años si no le daban beca. Y si se la daban, podría darse algún caprichito. O podría darle algún caprichito a Ernesto. Si hubiese llamado a otro chico, habría grabado el vídeo con cámara fija, y algún capullo se la habría follado para nada. Además, se sentía mal por Ernesto. El muchacho solamente quería algún revolcón, pero no podía permitírselo. Se sentía sucia follando por follar, y más con un amigo. Si no había más motivos para hacerlo…
Su móvil sonó, y Claudia lo descolgó:
-¿Hola?
-Hola, ¿Claudia? Somos de Masquezorras.com. Primero enhorabuena por ganar el premio, la competición ha estado muy reñida este año; pero el planteamiento del vídeo es atrevido, original… y tu eres todo un bombón.
-Oh, gracias – Claudia no sabía que decir.
-Bueno, el dinero lo ingresaremos en tu cuenta de aquí a dos meses, no se preocupe. Queríamos decirle si va a participar en el casting para la película.
-Oh, lo siento, pero me quedaré con el dinero.
-¿Enserio? Te vemos posibilidades en el mundo del porno, a ti y a tu pareja. ¿Está el chico contigo?
-¡Solo somos amigos! – el hombre comenzó a reír al otro lado del teléfono.
-Me da igual, Claudia, quiero decir si lo tienes al lado. También nos interesa, tiene una buena tranca.
-Oh, no.- se había ruborizado.- Podría avisarle. ¿Le importa si lo llamo más tarde?
-En absoluto, pero no si no hay respuesta para mañana, le ofrecemos el premio a la segunda pareja.
-De acuerdo.- Claudia colgó el teléfono. Llamó de inmediato a Ernesto.
-¿Si?- voz grave de Ernesto sonó en el auricular.
-Hola Ernesto.
-Ah, Claudia. ¿Qué tal?- Ernesto estaba más frío que de costumbre. No entendía porque tenía que hacérselo tan complicado.
-Me han llamado de la página porno.
-¿Si vas a follar con ellos?- era tremendamente orgulloso, y más si no era a la cara.
-No, Ernesto, pero tu también les interesas. Podrías ir al casting.
-¿Solo? ¿Me presento allí y me hago una paja delante de las cámaras?
-Allí habrá alguna actriz o algo. Deberías de llamarlos si te interesa. Adiós Ernesto.
-Adiós Claudia- Ernesto colgó, y Claudia tenía los ojos llenos de lágrimas.
El móvil volvió a sonar al cabo de unos minutos.
-¿Claudia?- era Ernesto. “Va a disculparse y va acabar con esto, el muy idiota” pensó.
-Hola Ernesto. ¿Qué quieres?
-Me han dicho que si quiero hacer el casting con una de sus actrices, he de pagar quinientos euros.
-Joder
-Si… dicen que me lo dejan más barato que a otros, pero aún así no tengo quinientos euros. –Claudia pensó que iba a reclamar parte de su premio. Ya tenía que pagar al cámara; no iba a permitir que le quitasen más dinero.- Pero me han dicho que “si llevo a una amiga tan buena como el bomboncito rubio”, me dan una oportunidad.
-Oh, genial entonces ¿no?
-¿Dónde tengo yo una amiga con tu cuerpo, Claudia? ¿Les llevo a Ana?- dijo irónicamente.
-¿Qué quieres que yo le haga?
-Pues mira, tienes muchas amigas. Si tienes alguna que quiera hacer un casting porno, díselo, anda.
-Oh, vale, pero… ¿tú vas a ser actor porno?
-No. No creo que me cojan, aun así. Si me ofreciesen algún papel, supongo que lo rechazaría.- “Este cabrón quiere follarse a alguna tía buena. Hasta hace poco pensaba que iba follarse el culo gordo de Ana, y ahora me ha probado a mi y quiere alguna de mis amigas” pensó Claudia.
-Si hay algo, te lo digo, Ernesto.
Ni de broma iba a proponerle algo así a una amiga.
Al día siguiente fue a la facultad. Había ya varias notas puestas en los tablones, y fue a mirarlas. Había suspendido una asignatura. “Ya si que no me dan la beca. Y con esta llevo tres. Mis padres me devuelven al pueblo con ellos seguro.” Claudia estaba jodida, tenía un auténtico problema.
Salió fuera, donde el caluroso sol machaba a los estudiantes que estaban repasando bajo sombra. “Es horrible, voy a suspender.” Y se chocó con Rosa.
-¡Hola Claudia!
-Rosa…
-¿Y esa cara?- dijo, aunque sin mucha preocupación.
-Me he quedado sin beca. Joder, me ha quedado la del Calvo. – era su apellido y su mote. Efectivamente, el profesor padecía de alopecia.
-¿La del Calvo? Sabes que ese hombre tiene dos cabezas, y las usa indistintamente. Tu ya me entiendes- dijo con una sonrisa.
-¿Y tu?
-¿Yo? Jodida también. ¿Recuerdas que me iba a ir a Ibiza con estos este verano? Pues nada, mi padre me ha dejado solamente trescientos euros en la tarjeta de crédito para que no me vaya.
Rosa era una pija zorra consentida, vana, superficial y con menos seso que un mosquito, un año mayor que Claudia y Ernesto, pero que tenía pendientes más asignaturas que Claudia y Ernesto juntos. Aunque estaba bastante buena; era tan alta como Claudia, pero morena, y tenía unos pechos grandes y un culo redondo y respingón. Curiosamente y sin ninguna explicación lógica, la asignatura del Calvo la había aprobado.
-Hoy día no puede hacerse nada con trescientos euros –ironizó Claudia. -He de irme, Rosa, se buena.
-Lo intentaré- y comenzó a reir como una boba.
Iba pensando en lo zorra que era Rosa. Efectivamente, era muy zorra, más zorra que su madre, tan zorra como… ¿las actrices porno? Claudia dudó un momento. “amiga tan buena como el bomboncito rubio.” “Por supuesto que yo estoy más buena” pensó, pero podría valerles… y Ernesto le perdonaría todo tras follarse a una de las tías que levantaban más pasiones del campus.
Esa tarde, conectada a Internet, habló con Rosa. Le comentó cómo podía sacar dinero fácil: rodando una película porno. Rosa creía que estaba de broma hasta que le dijo que conocía a un chico que necesitaba a una pareja para uno. “Quién” escribió Rosa. “Ernesto el de la clase” “Arrrrrrrrrg” puso a modo de broma. “Ni loca.” “Pues lo han escogido por tener una tranca grande. Rosa, podrías ganar miles de euros e irte no a Ibiza, sino a Mónaco o París. ¿Crees que hay castings de estas pelis tan a menudo?”
“Bueno”, respondió Rosa al cabo de un rato “me he acostado por menos con gente peor. Espero que sea verdad que tiene una buena tranca.”
Claudia estuvo tentada de ponerle “¿con gente como el Calvo?” Pero se lo ahorró. “Llamo a Ernesto y se lo digo.” “Dile que como le diga esto a alguien, lo mato.” Puso Rosa enseguida.
Ernesto estaba jugando a la consola cuando lo llamaron. Descolgó el móvil.
-¿Ernesto?
-Hola Claudia- el hielo de su voz no se había derretido apenas desde la última llama- ¿qué quieres?
“Que dejes de hablar con ese tono de gilipollas y volvamos a ser como antes” pero en realidad dijo:
-Te he encontrado una pareja para el casting.
-¿Quién?- la voz de Ernesto cambió enseguida. “Eres un depravado” pensó Claudia.
-Rosa, la de la clase. ¿Crees que está tan buena como yo? – la pregunta tenía mucha mala leche y segundas intenciones.
-Servirá- contestó simplemente- Pues voy a llamar a estos tíos. ¿Seguro que va, no?
-Si pesado.
-Como no vaya te llevo a ti a tirones, que conste.- dijo medio en broma.
-No va a hacer falta. Habla ya lo que tengas que hablar con Rosa por el chat. Adiós, tengo poco saldo.
No terminó Claudia de colgar cuando Ernesto estaba esperando impacientemente a que el ordenador terminase de cargar para hablar con Rosa. No podía creer que en menos de dos semanas fuese a follar tanto y a ese nivel.
Cuando se conectó, Rosa estaba en el chat. Comenzó hablando él. “Hola” “¿Ya te ha avisado Claudia?” preguntó ella, directa. “Si. Me alegro que quieras” “Yo no, pero me da igual. ¿Cómo es que te han cogido a ti?” Dudó si contarle lo del vídeo. Sería mejor que no. “Tengo mis contactos” “¿Tus contactos te ven la polla? Me ha dicho Claudia que te cogen por eso” “Si, la tengo grande, por eso voy a estos sitios.” “Como sea una mentira o alguna gilipollez vuestra os mato” “Que no, mujer. Si quieres te enseño el contrato – lo tenía impreso para presentarlo en Madrid- Cuando quieras” “¿Qué día es?” “Si los llamo hoy este fin de semana” “De acuerdo.” Acordaron ir y volver en AVE el mismo día; Rosa quería estar el menor tiempo posible con Ernesto.
Claudia, en su casa, seguía preguntándose por la asignatura del Calvo. “Voy a tener que echar segunda matrícula, con lo caras que se han puesto…” Recordó lo que le había dicho Rosa, que el Calvo tenía dos cabezas. Y ella había aprobado la del Calvo. Y si…
No podía creerse que estuviese pensando en eso. No, ni hablar. A partir de ahora no se follaría más chulos de discoteca, estudiantes de intercambios o amigos en un vídeo porno. Esperaría a su príncipe azul. Pero de repente, pensó en el estado de la carretera que llevaba a su pueblo y si los príncipes azules se iban a dignar a usarla.
“Me he follado a Claudia y ahora voy a follarme a Rosa.” Ernesto pensaba esto con un leve tatareo, como si fuese una canción. “Una es una rubia tetona, otra una morena tetona.” Seguía con la improvisada canción mientras se dirigía a la estación de tren a comprar los billetes. Allí le esperaría Rosa. Seguía tatareando mientras buscaba rimas para “tetona”, pero no tenía demasiada inspiración ese día.
Rosa estaba frente a la estación. Ya casi era verano, y el calor hacía que las camisetas fuesen frescas, y escotadas, y los pantalones cortos. Ernesto adoraba los vaqueritos que se ajustaban al culo y lo redondeaban, y Rosa llevaba uno de esos. Tenía que admitir que Claudia estaba más buena (“o eso, o es que eres imbécil y te has enamorado” pensó a la vez) que Rosa. La cara de Rosa era más angulosa, y su culo no era tan carnoso y redondo como el de Claudia. Además, las piernas eran delgadas, nada que ver con la prolongación del culo que eran las piernas de Claudia. Aunque Rosa tenía más pecho, Claudia daba la sensación de estar mucho más proporcionada y formada que ella.
-Hola- dijo Ernesto.
-Hola- no se molestó en darle los besos en las mejillas de cortesía.- Vamos, tengo cosas que hacer.
Ernesto pasó por alto las impertinencias de Rosa por alto. Estuvieron callados mientras hacían cola frente al mostrador, y cualquier intento de sacar conversación acababa en una respuesta seca por parte de la muchacha. “Como me plante, voy a matar a Claudia y a Rosa” aunque en realidad, si lo plantaban no se imaginaba como vengarse de las dos muchachas.
Tras comprar los billetes, se despidieron con un simple “Adiós”. Rosa le odiaba por algún motivo que no alcanzaba a discernir.
Llegó a su casa para seguir con su rosario de bordes: su vecina de abajo, una muchacha de dieciocho años que siempre había mirado a Ernesto por encima del hombro.
-Hola- dijo a Ernesto. La vecina de Ernesto no era lo que podría decirse un pivón, como Rosa, pero el hecho de que fuese su vecina la dotaba de un morbo especial. Aunque había reconocer que, lo poco que tenía la muchacha, le gustaba enseñarlo: llevaba las tetas constreñidas en un sujetador push up , y un vestido fresquito de flores que realmente comenzaba poco antes del pezón y acababa poco después de las nalgas.
-Hola vecina, ¿qué tal?- Ernesto respondió de cortesía; era la típica pregunta que sabía que sería respondida con un “bien” y ya está. Ernesto se puso de espaldas a ella para abrir el buzón.
-Bien- “ahí lo tenemos” pensó Ernesto- ¿Y tu?- aquello lo descuadró.
-Yo, pues… bien, podría decirse.
-¿Más que bien, no vecino?- y le sonrió. Ernesto no entendía la actitud de la muchacha ese día.
-Oh, pues sí, digamos que estoy genial.
-Genial está la muchacha a la que te trajinaste el otro día, vecino. A gustito que se quedó vaya.
-Yo…- Ernesto comenzó a ruborizarse.
-No te ruborices, encima que haces un buen trabajo. A mi siempre me dejan a medias. Aunque cuando gritó cuanto te medía, lo entendí todo. Es difícil no complacer a una chica así con esa herramienta.
-¿Gritó eso?- dijo sorprendido.
-Si – comenzó a reírse- ¿Cómo es que no he conocido antes a mi vecinito?
Ernesto tuvo una duda existencial; darle una evasiva o seguirle el juego. El Ernesto de antes de Claudia habría hecho lo primero, pero ahora creía comprender mejor como iban las cosas.
-Es que no te veía interesada en conocerme- dijo Ernesto.
-¿Ah, no? Y si me interesase, ¿qué harías?
Y, en un acto sin precedentes, Ernesto se lo jugó todo y la besó. Para su suerte, la vecina siguió su beso, y se magrearon y besaron aunque el ascensor paró. Al cabo de un rato, la vecina abrió la puerta.
-Vamos a mi piso- y la chica sacó las llaves de su bolso y abrió la puerta- venga.
Entraron, y continuaron en el sofá. Ernesto la tumbó, le subió el vestido y se a metió, bombeando, mientras ella le abrazaba el cuello y gemía. Follando en el misionero no tenía manos para agarrarle las tetas, aunque eran pequeñas y apenas se movían en comparación con los bamboleantes monumentos de Claudia. Sin embargo, Ernesto se la metía a la vecina con el mismo gusto que a ella y con el mismo gusto que se la metería a Rosa en Madrid.
Claudia estaba discutiendo a voces en su apartamento con su madre a través del móvil.
-¡No me grites! ¡Sabes lo que gana tu padre con la cooperativa, sabes que yo llevo tres años sin trabajar y que desde hace unos meses tenemos que pagar a una muchacha para que cuide a tu abuela!
-¡No me presiones tu! ¡Es una carrera, nadie aprueba todo a la primera!
-¡Es tu carrera, niña! –puso énfasis en el “tu”- La chiquilla quería estudiar Derecho, hombre, no podía ser maestra… ¡Si vieses a la hija de la Puri! Aprobó las oposiciones y la mandaron al pueblo de al lado. ¡Y ahora está tan ricamente! Solamente tiene dos años más que tu, pero ya tiene el pan ganado. ¡Tu en dos años seguirás tratando de empollarte esos libracos, que eres tonta, Claudia, que eres tonta!
Claudia estaba llorando. Tenía que aprobar la dichosa asignatura del Calvo si quería quedarse en la ciudad estudiando. “Los príncipes azules no van a llegar a mi pueblo por la comarcal” pensó otra vez. Tenía que ir a la revisión de exámenes del Calvo y aprobar como fuera.
Se secó las lágrimas, y se miró al espejo. Si Ernesto la hubiese visto, con la cara congestionada e indefensa ante el espejo, se habría tragado todo su orgullo y le habría echo el amor allí mismo de lo hermosa que estaba.
Fue a vestirse, y buscó ropa provocativa, aunque tenía que parecer decente a la vez que debía insinuar que era toda una mujer dispuesta a todo por aprobar la asignatura.
El tiempo pasó volando, y casi no se dio cuenta de que había viajado en bus y estaba delante del despacho del Calvo. Se colocó las tetas para que luciesen juntitas y apretaditas, y entró.
El Calvo, o Guzmán Berenguer, era un hombre de unos cuarenta años, completamente calvo, pues también se rapaba cualquier atisbo de pelo débil y lacio que naciese en su cabeza. Era catedrático de Derecho Civil, y uno de los que habían obtenido más jóvenes la cátedra en su Universidad.
-Hola, señorita- la recibió cortésmente.
-Vengo por la revisión de exámenes, don Guzmán.
-Claudia Tarradas, ¿no? Del grupo B de Derecho- revolvía entre los papeles que tenía junto a la mesa- Aquí está. Un tres.
-Profesor no entiendo esta nota; me salió estupendamente…
-Señorita, le pongo un tres para no humillarla con un uno o un cero.- respondió fríamente el catedrático.- No consigue relacionar los artículos del Código con la materia de la que habla, no distingue capacidad jurídica de capacidad de obrar. Se hace usted un lío con el Código. La Ley de Bases es de 1888, no una Ley Orgánica del gobierno de Suárez. Y me gustaría decirle que si usted fuese la jueza, los pobres protagonistas del caso práctico harían bien encomendándose a la Virgen.
-Pero algo habrá bien…
-Bueno, si le sirve de consuelo –dijo el profesor hojeando el examen- usted hace gala de una excelente memoria. Los artículos no están bien relacionados, pero perfectamente citados. Creo que necesita trabajar más la asignatura. Si se pone todos los días un ratito, seguro que aprueba el siguiente examen.
-Pero para el siguiente examen he de echar una segunda matrícula, y no voy a poder pagármela, profesor- los ojos de Claudia estaban llorosos.- Han subido las tasas. Yo… Estoy dispuesta a hacer lo que haga falta, don Guzmán.
Claudia soltó la frase, tópica, que había preparado. Podría interpretarla como quisiese; esperaba que la interpretación sirviese para subir ese “3” a un “5”.
-¿Lo que sea? Lo que tiene que hacer es estudiar. Venga aquí.
Claudia se puso junto a don Guzmán. No se atrevía a hacer nada.
-¿Sabe que la frase que acaba de soltar podría malinterpretase, ¿no?- dijo duro el hombre- Podría meternos en un lío a los dos. No es usted la primera alumna que pretende aplicarse tras el examen.
-Yo…- Claudia, en un intento desesperado, tocó el brazo del profesor- lo siento, comprendo que podría haber estudiado más. Pero quizás este instante aun no sea tarde…- y bajó un poco el cuerpo para mostrar el escote.
-Desde luego, este no es el momento. No es un botellón, y yo no soy un chulo de discoteca, señorita Tarradas, para hacer las cosas mal y deprisa. Tome esta tarjeta, y vaya el sábado a las seis de la tarde. Y una cosa: va a saberse la materia. Apréndasela bien para el sábado, y no tendrá porqué echar segunda matrícula.
“¿Va a examinarme en su casa?” Pensó Claudia, confusa. Pero se alegraba de no tener que follar. Don Guzmán pensó en ese mismo momento, mientras Claudia salía de su despecho y mostraba su magnífico culo, como Ernesto: esta iba a ser mejor que Rosa.
-Joder Ernesto, voy a visitarte de cuando en cuando- dijo la vecina.
-Eres muy presuntuosa, Loli.- dijo Ernesto. Estaban los dos tirados en la cama de la chica, juntos, mientras un ventilador trataba de refrescar la piel desnuda de ambos.
-¿Por juzgarte y clasificarte como un pardillo?
-No, por pensar que siempre voy a recibirte.
-¡Oye! Te ha gustado, admítelo.
Desde luego que le había gustado; y cuando había cerrado los ojos y se había imaginado a Claudia le había encantado. Pero aquellos pechitos no eran los de Claudia, y el culo tenía otra forma, más ancho y mofletudo que el de su amiga rubia.
-Vale, hacemos un trato: tu subes cuando quieras, y yo bajo cuando me empalme- dijo Ernesto.
-Dejémoslo en que esto se va a repetir; ya veremos cuando, listillo.
Se vistieron y Loli se llevó una palmada en las nalgas, a lo que respondió con una risa tonta. Definitivamente no era Claudia.
La mañana siguiente, Claudia no fue a clase. En otra situación Ernesto sabría el motivo, pero esta vez lo desconocía; llevaban tiempo sin hablar. Se sentó al lado de Rosa, acto que respondió con una mueca de desprecio. Desde que la muchacha había accedido a hacer el casting con él, estaba particularmente hostil, como si el hecho de montárselo con Ernesto la ensuciase.
Estaban callados, cuando Ernesto le propuso de follar un poco antes del casting.
-Ni lo sueñes. Voy a follar contigo una vez, en Madrid. Y te digo que como alguien se entere…
-¿Si? Pues vas a perder el único casting de tu vida. Seguro que con esos trescientos euros y tu piscina del chalet montas una fiesta de cumpleaños para tus primos chicos estupenda.
-Lo haré bien.
-Yo no. He de conocerte antes.
-Pues- respondió Rosa- me darán el papel, ganaré dinero y tu te volverás a pajearte como un mono a tu casa.
-Pues- dijo Ernesto- resulta que el casting es para la pareja; lo pasamos juntos o nada.- Aquello se lo había inventado; lo que decía Rosa era cierto, pero debería de colar. Sin embargo, la muchacha comenzó a dudar. “La tengo” pensó Ernesto.- Ven a la salida conmigo.
La clase terminó más tarde de lo previsto; eso era mejor, pues había menos gente por el campus.
-No vas a tocarme- decía Rosa. “Si, y vienes conmigo para estudiar” pensaba Ernesto mientras tanto. Llegaron a unos servicios del ala más occidental del campus, donde estaban las clases del grado en Informática. Normalmente había pocos alumnos por allí, y a la hora de la comida estaban todos en la cafetería. Entraron a los servicios de señoras. “Estos servicios llevan sin usarse años.”
-¿Qué?- espetó Rosa- ¿He de explicarte como va esto?
-Mejor que te lo explique yo. Chupa.- dijo simplemente.
-NO- dijo asqueada. “¿Qué tiene contra mi la pija esta idiota”. Ernesto no lo entendía.
-Los de los castings quieren zo… chicas experimentadas en sexo. Te aseguro que el casting no va a ser como follarte a uno de tus pijacos en el asiento trasero de un coche
-Tu no eres uno de mis ligues.
-No, soy el que tiene la llave de tus viajes pijos por Europa y una rabieta de tu odiado papi cuando sepa lo zorra que eres. Tenemos que hacerlo, Rosa.- Para facilitarle las cosas, se bajó el pantalón, y mostró su miembro, duro.- Venga.
Rosa comenzó a chupar. Ernesto tuvo que sujetarse contra el lavabo; aquella era una mamada superior desde el principio. Lo de Claudia eran unos lengüetazos en el capullo, pero esta vez era… diferente. Y probablemente Rosa no estuviese poniendo mucho énfasis en chuparla, pero aquello era increíble. No solamente por como engullía y hacía una paja con su boca, sino por la cara de placer y vicio que ponía, probablemente involuntaria. “Avisa” le había dicho la muchacha antes de empezar, y Ernesto iba a correrse pronto, aunque quería aguantar cuanto pudiese. “Paso de avisar, voy a cobrarme mi pequeña venganza”. La idea se le pasó a Ernesto por la cabeza.
Rosa pensaba en cuánto tiempo iba a tener que mantener la polla en la boca cuando un chorro de semen espeso y caliente chocó contra su garganta y bajó hacia su estómago. Estaba escupiendo la polla de Ernesto cuando le llegó otro, y otro en la boca cuando logró sacarla, y otro sobre el pelo y parte de las tetas. Comenzó a dar arcadas y a maldecir Ernesto mientras escupía semen y este chorreaba por su cara, pelo y parte de la ropa. “Jódete” pensó Ernesto. Aunque en realidad, era mejor que la jodiese él.
La imagen de Rosa hizo que se excitase otra vez enseguida. Había un charquito de semen y babas alrededor de la chica. Ernesto le bajó los pantaloncitos que tenía y le rompió las bragas. Realmente, solamente se las rasgó un poco, pero ya no podría ponérselas. Aún sorprendida por la corrida, la chica no opuso resistencia cuando Ernesto comenzó a metérsela en el apretado coñito, ella a cuatro patas apoyada en el lavabo. “No es tan zorra, lo tiene apretadito. Solamente folla con quien puede sacar algo”. En el espejo de que tenían enfrente del lavabo veía la escena de Rosa con la cara cubierta de semen gimiendo con la boca abierta, dándose al placer y olvidándose de todos los remilgos que tenía con Ernesto. Rosa se estaba mojando, y estaba empapando los muslos de Ernesto, y él seguía bombeando por detrás. Cuando estuvo a punto de correrse, sacó la polla y se corrió en el culo, repartiendo semen indistintamente entre los dos cachetes, aunque no tan blanco y espeso como el de la primera mamada.
Pasaron unos minutos, y Ernesto se recompuso.
-He de irme- dijo aún entre jadeos.
-Gilipollas, mira cómo me has dejado- pero Ernesto salía ya de los servicios. Cuando Rosa fue a apretar el botón del grifo, no salía agua. En la puerta de al lado, había un cartel que rezaba: “Debido a la sequía, se suspende el agua potable fuera del horario lectivo. Disculpen las molestias”
Claudia le estaba haciendo caso al Calvo y estaba estudiando Derecho Civil concienzudamente. Por ello llevaba faltando a clase toda la semana, preparándosela como si no hubiese mañana. Estaba estudiando cuando el móvil sonó a su lado. Tras rescatarlo de una montaña de apuntes, lo descolgó:
-¿Hola?
-Buenas tardes, señorita Tarradas, soy don Guzmán.
-Oh, hola profesor.
-¿Va a asistir a nuestra cita de mañana? ¿Está estudiando duro?
-Si profesor, se lo aseguro. Cuando vuelva a examinarme no encontrará traba alguna.
-Comprenda que su examen va a ser diferente, señorita. Ah, y con este calor, supongo que haría bien en venir de corto.
“Al final si va a follarme” pensó Claudia, desanimada. Esperaba que el Calvo hubiese sido bondadoso y de verdad la fuese a aprobar por méritos. Pero si iba a follársela; ¿para qué le mandaba estudiar?
-Si profesor, me bajé del pueblo algunas falditas para combatir el calor.
-Bien, bien Claudia. Sea puntual mañana.
Era un lujoso y antiguo apartamento del centro. El portero, viendo a una jovencita escotada y con minifalda, no dijo nada. Era común ver a ese tipo de muchachas por allí, con tanto profesor, médico y empresario que ganaba tanto dinero como perversiones podía tener.
En el ascensor, se quitó las bragas. “Vamos a mostrarnos dispuestas. Además, a los tíos les pone que no las llevemos puestas”. Al tener falda fue fácil, y se las guardó en el bolso.
Don Guzmán la recibió con un traje puesto “¿Esta gente nunca se quita el traje?” El interior del piso era fresco, y estaba decorado con muebles caros y antiguos, y Claudia no podría decir si los había comprado en un anticuario o vendrían ya con el piso. Las persianas estaban bajadas, y donde debería de haber habido una mesita baja, que estaba apartada, había un pupitre que tenía pinta de ser muy antiguo, de estos donde la mesa y la silla se unían. Lo antiguo de la estancia no quitaba que hubiese un televisor de plasma y un moderno equipo de música.
-Debe de tener mucho calor, por lo que veo- se la estaba comiendo con los ojos; además, a estar la estancia fresca se le notaban los pezones en la liviana y escotada camisa.- Siéntese, vamos a empezar
Rosa tenía motivos para estar realmente enfadada con Ernesto. Su idea de correrse encima suya en un servicio sin agua había hecho que tuviese que limpiarse con dos pañuelos de papel que llevaba en el bolso, lo que le había dado para adecentarse un poco la cara y el pelo, pero no había podido limpiarse el resto. Se había dado un poco con saliva en la parte superior de las tetas, a la que había llegado algo de semen, pero con el del culo solamente había podido ver como se le secaba y se le pegaba al pantalón. Y había sido todo un espectáculo en el autobús, oliendo a sudor y sexo, con la camiseta manchada y procurando no hablar debido al olor a semen de su boca.
Así fue que cuando llegó a su chalet ni siquiera entró en la casa, sino que se zambulló desnuda en su piscina, limpia y operativa desde hacía solamente dos días. Llevaba un rato nadando como Dios la trajo al mundo cuando escuchó a su primo, no uno de los pequeños que decía Ernesto, sino a Antonio María Froilán Teódulo, un muchacho de veinte años que estudiaba en la politécnica de los curas, y que por razones obvias todos lo llamaban Antonio.
-Me encanta ver que vengo a haceros una visita, y mi prima no entra a saludarme pero si me espera desnuda en la piscina.
-Vaya, Antonio, mi “primillo”.- Podrían hacerse analogías entre Antonio y el primo Zumosol, era un muchacho alto, algo gordote, pero un armario empotrado.
Antonio se quitó rápidamente la ropa y se zambulló en la piscina, y comenzaron a lanzarse agua. Cada vez que Rosa lanzaba agua, sus tetas mojadas rebotaban, y la excitación de Antonio era visible desde hacía un rato. Siempre jugando, Antonio le agarró una teta con una mano y le metió un dedo en el chochete. Rosa se mordió el labio de placer; lo estaba deseando, pero tuvo que decir que su padre estaba en la casa. Atonio paró.
-¿Crees que si tu padre estuviese en la casa me habría metido contigo desnudo en la piscina?
-Ah, no está.- dijo sorprendida Rosa.
-No, habló un rato conmigo y me dijo que te esperase, porque él él tenia que ir a no se donde.- y Antonio aprovechó para besarla, y ella le siguió el beso. Comenzó a bajar, besándole los pechos, el vientre hasta que llegó a su sexo. Rosa se recostó contra el borde de la piscina, y Antonio le levantó las piernas y comenzó a comerle el coño, ya limpio de la semilla de Ernesto. Ella se pellizcaba los pezones y se mordía el labio para procurar no gemir y alertar a los vecinos. Su primo sabía como tratarla y como encenderla desde hacía mucho, y soltó un chorro de flujos que fue a la cara de su primo. Aquello le había quitado el enfado de la mañana.
No sabía a Claudia qué le inquietaba más, si la erección que veía a través del pantalón de traje del profesor o la fusta que había traído una vez que se había sentado en el viejo pupitre. La silla no tenía respaldo, lo que dejaba su culito al descubierto de la fusta.
-Señorita, cuando adolece de vicios, un negocio jurídico…
-Es anulable, don Guzmán.
-¿Cuándo prescribe?
-Nunca, don Guzmán.
-¡Mal!- el hombre iba dando vueltas alrededor del pupitre, lanzando preguntas. Le dio con la fusta en las nalgas- La anulabilidad es constitutiva, y tiene una caducidad de cuatro años.
Claudia sentía la nalga caliente por el fustazo. De repente recordó que tenía razón, y que ella lo sabía, pero esa situación hacía que no pensase claramente.
-Pongamos un ejemplo, zorrita- decía, siempre dando vueltas con la erección marcada en el pantalón.- Usted me vende esa camisetita alegando que es de niña proba y recta. ¡Démela!- Claudia se quitó la camiseta, y se quedó en sujetador, un sujetador corriente blanco- Y descubro que no, que es de zorra. Eso es un vicio oculto, y tengo cuatro años para pedir que el negocio sea anulable.- Tiró la camiseta al sofá.
“Es un maldito vicioso. Me pregunto si Rosa pasaría por lo mismo”. El Calvo seguía rondándola con la fusta y la erección, examinándola y golpeándola. Claudia tenía ya las nalgas rojas y doloridas, pero seguía respondiendo.
-Los artículos del Código que regulan los bienes muebles, señorita, son…
“Oh, mierda, esto nunca se me ha dado bien”. Podría citárselos, pero no recordaba el número. Se mantuvo callada.
-Señorita, le dije que repasase bien los artículos. Levántese.- Levantada, Claudia recibió otro fustazo, más doloroso, justo en el centro de las nalgas. Apenas se le había pasado el dolor cuando sintió la mano áspera del Calvo en uno de los mofletes de su culo.- Al menos no lleva bragas; eso si lo ha aprendido bien, zorrita.- Comenzó a hurgarle el coño con un dedo- No gima, estamos en clase.- Pero aquel cabrón sabía donde tocarle, y Claudia se mordía el labio y cerraba los ojos, tratando de no gemir, aunque se retorcía. Guzmán sacó el dedo y le dio otro fustazo.
-Son los artículos 335 y 336, señorita. Que no se le olviden.- vio que Claudia tenía lágrimas en los ojos.- ¿Crees que soy duro con usted, señorita Claudia? Estoy dándole clase en mi tiempo libre. Precisamente al ser en mi tiempo libre, puedo darlas como quiero. Debería de venir un día a ver qué les hago a las muchachitas que quieren aprobar Derecho de Sucesiones en cuarto, señorita. ¿Sabe? Iba a preguntarle legislación complementaria, pero prefiero no hacerlo. Va usted a responderme una sola pregunta, señorita Tarradas. Si la responde bien, le apruebo y puede marcharse. Si no, castigo.
“Claudia, puedes acabar con esto” le dijo su mente, aunque en el fondo estaba un poco excitada.
-¿Es legal dejarle a un posible nieto tu herencia por institución fideicomisaria, señorita Tarradas?
“¡Es un hijo de puta, es un hijo de puta!” Le había preguntado por una cosa donde la doctrina estaba dividida, donde no había nada claro.
-No… no hay nada claro respecto a eso, don Guzmán. La doctrina está dividida.
-Le preguntado si es legal, señorita Tarradas, no qué dice la doctrina. Además, dejé claro en clase por quién me decanto. Súbase la falda, señorita Claudia, y túmbese boca abajo en el escritorio.
“Al menos me va a follar ya”. Llevaba un buen rato caliente, y tardaría poco. Sin embargo, no notó nada en el coño, sino que sintió un dedo ensalivado en el culo. Un culo por donde nunca la habían penetrado. AAAAh gritó Claudia; le dolía, y además hurgaba para agrandárselo. Se lo sacó, pero para meterle dos esta vez y continuar agrandándole el culo. “Dueleeeee” pensaba Claudia; estaba siendo muy bruto. Había leído en revistas que era conveniente esperar un rato para dilatar el ano, pero el profesor la estaba trepanando.
Guzmán veía el enrojecido culo de Claudia, el chocho húmedo y cómo los dedos de la muchacha se agarraban a la pata del pupitre, para soportar el dolor. “Le va a gustar; a todas les acaba gustando” pensaba el hombre, totalmente enloquecido por el placer. Se desabrochó el pantalón con la mano libre, y salió el miembro duro y grueso del profesor. “Más de un novio debería de darme las gracias; las desfloré aquí y luego les pusieron el culo a ellos.” Se preguntó si la muchacha tendría novio. Daba lo mismo; el ano estaba estrecho y lubricado por su saliva, y la muchacha incluso estaba húmeda. Comenzó a embestirla. Le tapó la boca a Claudia para que no chillase. “Le está gustando.”
Efectivamente, Claudia se debatía entre el dolor y el placer. Notaba el grueso pene dentro de ella, cómo se movía, y notaba sus tetas contra la mesa del pupite, y la mano del profesor, áspera, que le tapaba la boca. Cerró los ojos y trató de disfrutar de aquello para ganarse su aprobado.
La gente iba y venía de la estación, y Rosa y Ernesto estaban delante de la cola del AVE, pasando sus bolsas por el control de seguridad. Llevaban algo de ropa interior de recambio, y Ernesto además unos bocadillos, para sufrimiento de Rosa, que pensaba lo patético que tenía que resultar Ernesto comiéndose un bocadillo en el plató tras follarla.
En el tren, Ernesto aprovechó para frotarle un poco el paquete contra el culo cuando subieron las maletas, pero poco más, pues se quedó durmiendo al poco rato. Rosa comenzó a pensar en su primo Antonio, en como hacía dos años había comenzado aquella relación incestuosa, a pesar de dos novios y otros rolletes de una noche que había tenido por ahí. Ella nunca había sentido nada especial por él, y creía que él tampoco por ella, pero desde que follaron de forma rápida en el servicio en la comunión de un primo en común, ella siempre había recibido a aquel muchacho rubio y fuerte, con pelo en el pecho y los brazos, que le hacía sentir plena y satisfecha.
Despertó de un codazo a Ernesto cuando vio las primeras fábricas de la periferia de Madrid; dentro de poco acabaría ya con el dichoso casting.