Claudia y Enrique (Claudia II)

Claudia, miembro de una familia incestuosa, acaba de perder la virginidad con su padre. Solo es el principio...

Era difícil imaginarse una habitación más alegre que la cocina de la casa de Claudia. Una estancia amplia, muy iluminada, alegre, agradable. Todo eran colores suaves, muebles pálidos, mucha luz. Claudia se encontraba sentada a la mesa de la cocina, desayunando. Se había tomado la pildora justo antes de almorzar, como su madre le había dejado dicho. Los cereales con leche de todos los días le sabían mejor que cualquier comida que pudiera haber tomado antes.

Estaba sola a aquellas horas. Su padre estaría en el trabajo, hacía ya horas que la había dejado en la cama, y su madre había salido a hacer los pequeños recados rutinarios y las compras necesarias. Su hermano pequeño ya estaba en la escuela. Ella no tenía nada que hacer hasta la tarde. Pensaba esperar a que volviera su madre, y hablar con ella sobre lo sucedido la noche anterior. ¡Había tantas cosas que quería decirle! Su madre y ella siempre habían tenido una especial comprensión la una de la otra. Y ahora, pensaba la muchacha, esa comprensión tenía que haber crecido. Compartían más cosas que hacía 24 horas.

Terminó los cereales, y lavó el tazón y la cuchara, guardó la caja en el armario y el brik de leche en la nevera, sin la menor intención de abandonar la cocina. Se sentía bien allí. Cuando era pequeña, sus padres solían bañarla en el mismo fregadero, recordó con una sonrisa nostálgica. Oyó entonces la puerta de la cocina, abierta sin cuidado, rebotando contra la pared. Su hermano mayor ya se había levantado. Trabajaba con su padre, pero tenía permiso para llegar más tarde.

-¡Buenas, hermanita! No me imaginaba que te levantarías tan temprano. Se te oyó gritar hasta las tantas de la mañana. Se te nota desvirgada, ya.

-Vete a tomar por culo, Enrique-le respondió, sacándole la lengua. Su hermano y ella se querían muchísimo, y por ello siempre estaban tomándose el pelo e intentando tocarse las narices el uno al otro. Los habían educado juntos, nacidos con tan solo 18 meses de distancia. Lo habían aprendido todo juntos, aunque fuese de distintas maneras.

-No te lo tomes a mal, tía. A la mañana siguiente de que mamá me estrenara, casi no podía ponerme de pie. Tardé casi todo un día en poder volver a echar semen.

-¿Quieres dejar de ser tan ordinario?

-No seas remilgada, y menos ahora. Y ya que estamos con eso, ¿ahora puedo follarte yo?

Claudia abrió mucho la boca, ofendida. La idea de repetir las mismas sensaciones que había tenido la noche anterior le apetecían muchísimo. Y no le apetecía menos que fuera con su hermano. En los últimos meses se habían calentado mucho entre ellos, sabiendo que no tardaría en presentarse precisamente aquella ocasión. Pero no iba a dejar que su hermano lo viese tan claro. Que se la ganase un poco. De todas formas, era su juego. Estaban así desde que eran críos.

-¡Por supuesto que no! ¿Qué te crees que soy, una puta?-antes de que su hermano tuviera ocasión de responder alguna gracia, añadió-Por lo menos desayuna algo antes.

Se rieron los dos, al mismo tiempo, tal y como solía pasarles cuando eran críos. Luego, se besaron. No era la primera vez que se besaban, ni sería aquella la primera vez que se corrieran juntos. Habían aprendido a masturbarse casi al mismo tiempo. Pero se sentía en desventaja; ella solo había hecho el amor una vez. Su hermano lo había hecho bastantes mas, le llevaba casi dos años de ventaja. Recordaba la noche en que él y su madre se encerraron en el dormitorio, tal y como ella había hecho con su padre la noche anterior. Recordaba haber escuchado los susurros, gemidos ahogados y gritos, con las manos bajo las sábanas, sintiendo una mezcla de envidia y de frustración. Ahora, sin embargo, lo tenía todo a su alcance. Nunca habría puertas cerradas para ella, ya no más.

Mientras su hermano le desabotonaba la blusa, Claudia se dio cuenta por primera vez, de lo parecido a su padre que se estaba volviendo. Era alto, como él, solo que más corpulento. El mismo color negro café para su pelo, solo que el de su padre era rizado, y el de Enrique era liso, como el de su madre. Incluso tenían los mismos ojos azules. Claro que no eran la misma persona, y había diferencias, como comprobó al desprenderlo de los calzoncillos. El pene de su hermano era, como mínimo, dos veces más largo que el de su padre, y bastante más grueso. No era la primera vez que lo veía, pero si era la primera vez que comprendía realmente para qué servía.

Las diferencias entre su hermano y su padre se extendieron también al sexo y a su forma de enfocarlo. Apoyada de espaldas sobre la mesa de la cocina, sintió de nuevo aquella sensación de ser partida en dos, solo que esta vez era un poco más dolorosa, pero en cierta manera, menos intensa. Su hermano le levantó la blusa y le corrió el sujetador para poder tocarle los pechos a placer. Cuando a ella habían empezado a crecerle, Enrique se volvía loco con ellos, se pasaba el día sobándolos, como fascinado.

El roce comenzó, pero también era diferente. La noche anterior, con su padre, había tenido la sensación de estar metida en un baile lento, laborioso, melodioso, sensual. Las horas habían pasado, y ella no se había dado cuenta de nada. En cambio, allí a plena luz del día, viendo el campo a través de las ventanas, sentía algo distinto, en vez de un baile, aquello era una carrera febril, un sprint donde habría ganador y también perdedor. Su hermano no le susurraba al oído, ni tampoco estaba ahora mirándole a los ojos como lo había estado su padre, cada minuto que habían pasado juntos. No es que Enrique careciera de delicadeza, pero si le faltaba algo de sutilidad, y sobre todo, experiencia. Incluso se dio cuenta del momento exacto en que empezó a jadear debido al esfuerzo, o de cómo el borde de la mesa la molestaba en el contacto con los muslos.

Al final, igual que la noche anterior, sintió aquella calidez húmeda dentro de su cuerpo, y si, llegó al orgasmo, aunque apenas habían pasado diez minutos desde que empezaron. Su hermano apretó el ritmo casi sin control, resoplando sobre su oreja, y ella tornó un último jadeo en grito al quedarse sin aliento, como si le hubiesen vaciado el aire de sus pulmones. Había pasado, si... aunque fue todo lo distinto que cabía esperar.

Su hermano seguía jadeando, mientras le besaba el cuello y volvía a masajear sus pezones. Claudia lanzó un resoplido para volver al ritmo de respiración normal, se volvió, ajustándose el sujetador, y le hizo un guiño.

-Joder, Enrique. Parece que te voy a tener que enseñar como se hace...

--- CONTINUARA---