Claudia, mi primera ama - I

Claudia es mi hermanastra... que me chantajea para saciar sus deseos más oscuros y sucios. Acorralado, sólo puedo dejarme llevar y ser su esclavo. Esa zorra me tiene bien atrapado, y sólo puedo desahogarme por aquí. Esto fue solo el principio...

Hola, me llamo Marcus y esto ocurrió hace bastantes años. Nadie se ha enterado de esto. Esto me atañe a mí y a mi hermana. En aquel entonces, teníamos 15 y 18 años respectivamente. Y esta historia es real… Aun hoy me afecta muchísimo. Porque con 15 años, pasé de ser un chico extremadamente inocente con lo referente al sexo, a ser el esclavo sexual de mi hermana mayor. Se llamaba Claudia.

Teníamos bastante rivalidad, aunque nos queríamos como hermanos, ella siempre se creía por encima de mí. Cambiaba la tele si no le gustaba lo que yo estaba viendo, entraba al baño aunque yo tuviera muchas ganas y se lo pidiera por favor… Vamos, el típico tipo de cosas que hacen los hermanos mayores para chinchar a los pequeños.

Claudia era alta, al menos un metro setenta. Era rubia natural, con unos ojazos azules impresionantes. Como todas las noruegas, no tenía mucho pecho, pero era delgada y tenía un tipazo. Pero claro, yo era más bajo, aunque alto para mi edad, y de pelo negro azabache con ojos marrones. Llevaba gafas (aún las llevo), no tenía ni rastro de barba (ni pelo por ninguna parte del cuerpo… excepto un poco ahí abajo). Por supuesto que no nos parecíamos… Somos hermanastros.

Hacía cinco años que nos conocimos, cuando mi madre y su padre decidieron pasar a mayores y formalizar su relación. Desde el primer momento, ella se portó como una mandona sabelotodo, aunque tenía sus puntos en los que me ayudaba, con nuestros padres o con el colegio. Pero todo pasó a mayores un día de verano.

Mis padres se habían ido a cenar fuera con unos amigos, y la velada transcurriría hasta altas horas de la madrugada. Se fiaban de mí y de mi hermana, así que empezaban a retomar una vida social que por culpa de criarnos, había sido seriamente mermada.

Y esa noche fue la que escogí para irme a casa de unos amigos. Íbamos a probar por primera vez los efectos del alcohol, ya que un amigo había conseguido unas botellas a medio terminar de un primo suyo mayor de edad. Se las había dado con la condición de que no dijera nada de su procedencia. Así que bebimos, y bebimos hasta acabar todo. Era mi primera vez, y no me sentó nada bien. Probar y mezclar en el estómago todo tipo de alcohol no era a lo que estaba acostumbrado mi estómago, así que me empecé a encontrar bastante mal y me fui a casa.

Llegué tambaleante, tanto, que no era capaz de abrir la puerta con las llaves. Al final abrí, y descubrí que mi hermana seguía en casa. Al final no había salido con sus amigas, con lo cual mi plan de llegar a casa y dormir la mona sin que nadie notase nada, se había ido al traste. Me descubrió en seguida tan pronto como me vio andar por el pasillo. Además, debía a apestar a alcohol.

  • Vaya, vaya, vaya… mira que tenemos aquí… Mi hermanito ha decidido emborracharse… Es la primera vez?. – Se reía. Llevaba puesta una camiseta de manga corta y uno de esos pantaloncitos cortos de pijama. En mi borrachera atiné a fijar la vista en ella, y vi sus pezones resaltando en su camiseta. No llevaba sujetador y se marcaban bien.

  • Ca… cállate… yo no quería… me… - Intentaba inventar una historia decente. – no sé qué me dieron… en casa de un amigo… me dijeron que sabría bien… No es asunto tuyo.

  • Oh, claro que es asunto mío, me debes una si quieres que no les cuente nada a papá y mamá. Ya me pensaré que te pido… Quizá que me hagas la cama o me hagas el desayuno durante el resto de tu vida. – Soltó otra risilla, que iba a medio camino entre la broma y la burla. Entonces una parte de mí, esa que aparece cuando la gente bebe, apareció.

  • No te rías de mí! Llevas toda la vida haciéndolo, zorra mandona! . –Y con rapidez, estiré mis manos y apreté sus pechos, intentando pellizcarle esos pezones a los que no podía dejar de mirar. Ella soltó un gemido, supongo que de dolor por los pellizcos, y me empujó hacia atrás. Luego me soltó una bofetada, la mayor que me habían dado nunca. Perdí el equilibrio y me caí al suelo, no recuerdo nada más.

A la mañana siguiente me levanté, con un dolor de cabeza bastante pequeño en comparación con lo de anoche, pero persistente. Estaba en mi cama, en calzoncillos y en camiseta. Los mismos que había llevado la noche anterior. Mi pantalón y mi sudadera estaban en una silla, bien colocados en su respaldo. Alguien me había quitado toda la ropa y la había dejado bien colocada en la silla, calcetines incluidos. Todo, menos mi calzoncillo y mi camiseta.

Empecé a atar cabos, mientras observaba que entraba el sol a raudales por la ventana. Me quité la camiseta y los calzones y me puse un pantalón de chándal y otra camiseta distinta. Puse la ropa en el cesto de ropa sucia y me dirigí a la cocina. Mis padres estaban allí, vestidos de Domingo, para ir a misa. No eran muy católicos, pero los domingos intentaban ir a misa y hablar con otros padres y luego se iban de tapas por ahí. Hasta casi las nueve de la noche.

  • Vaya, aquí tenemos al bello durmiente. Que tal cariño, has dormido hasta tarde hoy! – Mi madre me dio un beso y el padre de Claudia (ya lo llamaba papá, pero se llamaba Pedro, y mi madre Maribel. Claudia nunca llamaba a mi madre mamá, siempre Mari. Se llevaban genial y Claudia aceptaba órdenes de mi madre como si fuera la suya propia). Mi padre me saludó y me dijo.

  • Buenos días, que tal en casa de Samuel? Parece que volviste bastante más tarde de lo que te dijimos eh? – Me miró por encima de sus gafas, en plan paternal. Parecía que no iba a echarme bronca. Entonces, Claudia levantó la vista de su portátil. Llevaba puestas unas finas gafas de leer, que también usaba cuando estaba en su ordenador. Entonces me acordé, como un flash, de lo que había pasado la noche anterior, hasta mi “desmayo”… Estaba muerto de miedo por lo que pudiera revelar. Por eso me quedé de piedra cuando dijo.

  • Para nada! Este chavalote llegó mucho antes de lo que imagináis. Me saludó, se fue a cama a leer y luego a dormir. Seguro que leyó hasta tarde, a que sí? – Me sonrió, una sonrisa sincera y con alegría. Pero yo ya había aprendido a leerle las sonrisas. Y en ella había diversión por la trola que acababa de contar. Le seguí el juego.

  • Pues sí, llegué antes de lo esperado y me puse a leer. Tengo un nuevo libro que me ha enganchado mucho.

  • Vaya, que bien! Pues te has perdido el desayuno. Anda, come algo, que nosotros nos tenemos que ir a misa. Volveremos por la tarde-noche. Tenéis la comida preparada, solo tenéis que calentarla cuando tengáis hambre. Pero coméosla a vuestra hora! Vámonos Pedro.

  • Si, nos vamos, venga chicos, portaros bien. – Le dio un beso en la mejilla a Claudia y me revolvió el pelo a mí. Con gran estruendo, cogieron el coche y se fueron.

Mi reacción no se hizo esperar. Totalmente sorprendido, miré a Claudia y le dije.

  • Porqué les has mentido? Pudiste contarles lo de que bebí y apenas di llegado a casa… De hecho, no recuerdo nada de lo que pasó desde que entré en casa. Amanecí en la cama y listo. Qué hiciste y porqué les mentiste?

Claudia se tomó su tiempo. Me sonrió y empezó a responder.

  • A si que no te acuerdas de lo que hiciste al llegar, verdad?

  • No, no me acuerdo… recuerdo que abrí la puerta y me tambaleé en el pasillo. Luego me caí y ya no recuerdo más hasta despertarme. – Lo decía sinceramente y ella me creyó.

  • Bien, algo tienes ganado ya. Pues te diré que en efecto, te tambaleaste por el pasillo. Yo te pregunté de donde venías y te dije que habías bebido y me reí de mi hermanito, de su primera borrachera. Y sabes lo que hiciste? Me llamaste zorra mandona y me apretaste las tetas y me pellizcaste los pezones. – Abrí los ojos desmesuradamente… No podía ser verdad. Sencillamente era demasiado fantástico.

  • Eso no puede ser verdad, yo nunca te tocaría, y menos hacerte eso que dices!

  • Ah, no? Pues yo creo que sí. Ayer la has cagado, pero bien. Te empujé y te dí un tortazo. Te tambaleaste y luego te caíste en el pasillo. – Su mirada era sincera, me traspasaba con sus ojos azules oscuro. – Ahora eres mío, que lo sepas. Más vale que me obedezcas en todo lo que te diga, porque de lo contrario, le contaré todo a nuestros padres. Les diré toda la verdad, y les diré que les mentí para protegerte y contárselo luego a ellos con más tranquilidad.

También quiero que sepas que después de desmayarte, vomitaste por el pasillo. Un poco, pero menos mal que no fue encima de ninguna alfombra. Tuve que coger la fregona y limpiarlo bien para que se fuera el olor. – Yo palidecía por momentos. Eso no podía ser cierto… pero por lo visto, lo era. – Por cierto, he sacado un maldito reportaje fotográfico del hecho. Míralo y tiembla.

Giró el portátil hacia mí, y se cruzó de piernas. Me sonrió, mientras yo veía mi vida derrumbarse. Toda una carpeta de fotos. Yo entrando en casa, yo tumbado en el pasillo, yo otra vez, pero con vómito. Ella, con la fregona, y una sonrisa que decía “si… mirad lo que tengo que hacer por mi hermanito…”. Otra foto de mí, tumbado en la cama con la ropa, grogui del todo. Varias más repetidas en distintos ángulos. Todo había sido cierto. Si mis padres veían esto… la bronca iba ser espectacular.

  • Sí, hermanito. Tengo una copia en mi email, otra en el pc y otra en el móvil, en carpetas con contraseña.

  • Así que me has… limpiado, fregado el suelo, llevado a mi cama, quitado la ropa, menos el calzoncillo y la camiseta, y me pusiste a dormir… y luego mentiste para taparme? – No podía creer que hiciese eso por mí. – pero has sacado fotos, para qué?

  • Pues para dos cosas. Para enseñarte que todo lo que hiciste era verdad, incluido lo de mis tetas, no se te olvide. Y porque ahora, eres mío.

  • Cómo que soy tuyo? – Mi temor era creciente. Tenía razón, si era verdad todo lo que dijo, me tenía en sus manos.

  • Que harás lo que yo diga cuando yo diga. Puedes protestar, eso me motiva, verte protestar y que no puedas hacer nada. Quiero que si te digo que me vayas a la farmacia a comprar compresas, vayas. Helado de chocolate, también. Que cambies de canal, lo haces. Que me des un maldito masaje en los pies, también lo haces. Porque si no, les contaré a papá y a mamá todo, les enseñaré las fotos, y diré que me había callado para protegerte. Y que había hecho las fotos por si no me creían. Comprendes?

  • No puedes… les diré que me estás chantajeando! – Pero ella me tenía en sus manos. Claudia… siempre me tendría en sus manos.

  • Claro que puedo. Porque si sales con esa historia, no te creerán. Creerán las fotos y a una chica mayor de edad, antes que a un chaval de quince años y su primera borrachera. Así que eres mío. No te preocupes, seré una buena ama, y tu mi fiel esclavo. Entendido?

Estaba rendido. Acorralado. Bien, sería su esclavo hasta que pudiera devolvérsela. No podía ser tan complicado, su vida no era tan ajetreada. – Está bien, que tengo que hacer…

  • Ah, no es que tengas que hacer nada en concreto ahora mismo. Se me irán ocurriendo cosas de vez en cuando. Y las harás sin rechistar, entendido?

  • Está bien, pero…

  • Pero nada. Por ejemplo, si yo hago esto… - Se levantó. Se puso detrás de mí, su aliento en mi nuca… Deslizó sus manos por mis costillas, bajando. Me puso una mano en los testículos y apretó. Me dolió bastante, pero también me excitó mucho. Solté un gemido, a medio camino entre dolor y placer. – Puedo hacer esto, y tú no puedes hacer nada. – Me dio un beso en la nuca. - Y ahora, ve a comprar helado de chocolate. Y deprisa.

Con una mano en los huevos, asentí en silencio.

  • No, tienes, que decir, “sí, mi ama”. – Me cogió de la barbilla y me la levantó. Me obligó a mirarla. Ella podía notar como ardía mi mirada, ansiosa de contestarla y mandarla a la mierda. Pero no podía.

  • Sí… mi ama… - Me miró con deleite.

  • Así me gusta, mi esclavo. Vuelve pronto. – Me fui a comprar el helado de chocolate, mientras pensaba y asimilaba todo lo que había ocurrido. Decidí que tenía que hacerle caso y esperar a que se olvidara de la tontería del esclavo. Menudos días me esperaban… me imaginaba ordenándole la habitación, para que ella la volviera a desordenar y yo tuviera que ordenarla… ya entendéis.

Volví pronto con el helado de chocolate, como había pedido, y así se lo hice saber. La encontré tumbada en el sofá.

  • Toma, aquí tienes. – Se lo tiré encima. Me miró furiosa, se levantó, me dio el helado con un empujón.

  • Que bien, que rápido es mi esclavo. Pero eres un maleducado. Creo que no entiendes bien lo que espero de ti. Vas a volver a entrar en casa, con cautela, y casi sin mirarme, vas a arrodillarte y darme mi helado como si fuera la cosa más valiosa del mundo. Y trátame de usted, soy Tu Ama, no soy una simple Tu cualquiera. Puedes llamarme Mi Ama, o Ama Claudia. Si no me respetas… ya sabes.

Me puse colorado de veras, enfadado conmigo mismo y con esa arpía que tenía de hermana. Pero tendría que acatar las reglas. Entré de nuevo en casa, caminando despacio. Ella estaba de pie, esperaba mi reacción. Sin mirarla, me puse de rodillas a sus pies, levanté el helado con las dos manos y mirando al suelo, a sus pies descalzos, dije:

  • Aquí tiene su helado, Ama Claudia.

  • Eso, eso es lo que quiero. Muy bien hecho mi esclavo, además me ha sorprendido tu educación una vez que te han dicho que lo hagas. – Me cogió el helado de las manos y lo dejó en la mesa. Yo seguía de rodillas, mirando al suelo, y ella se acercó.

  • Mírame. – Levanté la cabeza y casi doy con la nariz en su coño. Estaba con su pantaloncito rojo de pijama, pegada a mi cabeza y sin parte de arriba. Sus tetas eran pequeñas, pero muy bien puestas y con pezones duros. Me empalmé de inmediato. Olía a su sexo a escasos centímetros, ella me miraba divertida y excitada.

  • Mi esclavo ha sido bueno. Pero ayer no eras tan bueno. Ayer me llamaste zorra mandona. Bien, has dado en el clavo. Soy una zorra y soy mandona, como debe ser. Pero ayer te has pasado, me has hecho daño. Has insultado y agredido a tu ama, y el perdón no será fácil. Mira lo que hiciste. – Efectivamente, me fijé bien. Sus manos estaban masajeándose los pechos y en uno de ellos, se apreciaba un pequeño moretón. Mi pellizco… Así que hasta eso era verdad. La disculpa me salió del alma, pero la excitación se me notó en la voz. El olor de su sexo no me dejaba pensar con claridad. Si estiraba la lengua al máximo, podría rozarlo.

  • Dis… disculpe mi ama… yo nunca haría nada sin que me lo pida… ayer estaba borracho, no me lo tenga en cuenta… le suplico. – Al escuchar la palabra súplica, me sonrió. Se siguió masajeando los senos y pasándose el dedo por los pezones.

  • Así me gusta, que me supliques. Has aprendido muy rápido. Pero tengo que castigarte por pellizcarme mis pezones. Sin mi permiso, no podrás hacer nada a partir de ahora. Así que, lo que quiero que hagas, es que seas mi perro. Hoy serás mi perro obediente. Y los perros no tienen ropa. Desnúdate.

La miré implorante, pero excitado como estaba, me desnudé. Me paré en el calzoncillo, me daba muchísima vergüenza de lo que diría al verme mi pene. Lo tenía pequeño en reposo, pero cuando se empalmaba, superaba los dieciséis centímetros. Era la envidia de las duchas en gimnasia, según mis amigos.

Con cuidado, me bajé los calzoncillos. Estaba medio erecto.

  • Vaya… que tenemos aquí… - Se acercó a mí. Sus ojos estaban brillantes, divertidos y excitados por lo que veían. La boca entreabierta. Se acercaba contoneándose. Mi pene iba creciendo. – No sabía que mi esclavo la tenía tan potente… Y con unos tiernos quince añitos. – Empezó a masajearme los testículos y el pene. – Cierra los ojos, esclavo, y abre la boca. – Hice lo que me pedía, y me puso un pezón en la boca. Empecé a chuparlo. – Así me gusta… tienes que arreglar lo que hiciste, dándole gusto a mi pezón… me pone mucho, sabías? Has estado alguna vez con una mujer? Has visto a una mujer desnuda en vivo? – Negué con la cabeza… Era la primera vez. Su mano estaba en mi pene ya erecto del todo. Pensaba que iba a correrme.

  • No… no, mi ama… nunca había estado con una mujer…

  • Bueno, bueno, bueno… pero si mi esclavo es un virgen inocente! Qué bien… entonces, esto que te hago es nuevo para ti… Quieres correrte, verdad? Como cuando tú te la cascas? Te corres ya?

  • Si mi ama, se lo suplico, déjeme correrme!

  • Si… está bien, córrete mi esclavo! Córrete ya! – Me apretó el pene y los huevos y me corrí, la corrida más copiosa de mi vida. Le salpiqué la mano un poco, pero la mayoría cayó en el suelo y en sus pies.

  • Menuda corrida! Mi perro es todo un semental… no sabía que la tuvieras tan grande ni que te corrieses tanto… Creo que acerté al hacerte mi esclavo. Pero hoy eres un perro. Así que a cuatro patas. – Me puse a cuatro patas, con mi polla goteando semen aún. – Bien, mira lo que has hecho, tienes que lamer todo eso, como un buen perro. Lo del suelo, coge ese papel de ahí y límpialo… Así, no te dejes nada. Muy bien mi esclavo. Lo de mis pies, ahora aprenderás lo que pasa por mancharme mis preciosos pies con tu corrida.

Se sentó en el sofá y se abrió de piernas con los pies en alto. Vi que en su pantaloncito rojo de pijama había una mancha de humedad en la entrepierna. Se puso a acariciarse por encima del pantaloncito.

  • Lámelos hasta que te diga que pares. Los quiero brillantes. – Empecé a lamérselos, probando mi propio semen. Pensé que me iba a dar asco, y de hecho sí que me dio un poco. Pero luego me acostumbre a su salado sabor, mezclado con el sudor de los pies de Claudia.

Yo miraba hacia arriba, mientras tenía en la boca su dedo gordo del pie, el cual chupaba como si fuese el caramelo más delicioso del mundo. Ella se estaba masturbando, frotándose por encima del pantalón a bastante velocidad. Una mancha de humedad se extendía por su pantaloncito de pijama rojo, mientras gemía como una loca.

  • Mira… mira como… me has puesto… perro asqueroso… estoy en celo, soy una auténtica perra en celo por tu culpa! Huele, huele lo que has hecho, perrito!!! – Con violencia, me cogió del pelo con las dos manos y me estampó mi cara contra su coño a través del pantalón. Olí con fruición, mientras ella se corría. Líquido transparente traspasaba el tejido y me mojaba toda la cara, mientras ella gritaba de placer, corriéndose como una poseída, mientras con sus manos me agarraba fuerte del pelo y me restregaba la cara contra su coño.

Espasmos recorrían su cuerpo, parecía que estaba sufriendo un ataque. Bajó el ritmo con el que se restregaba… Yo estaba otra vez empalmadísimo, nunca había estado con una mujer, y apenas hace diez minutos, una me hizo la mejor paja de mi vida y me tenía la nariz pegada a su sexo, impregnándome la cara de corrida de mujer, oliendo hasta el fondo de mi nariz ese olor salado y suave que me volvía loco.

  • Buen… buen chico, así me gusta… te has ganado una recompensa, mi perrito. Y esa recompensa es limpiar mi coño. Lámelo con cuidado, es el coño de tu ama… - Con un hábil movimiento, se sacó el pantaloncito. Ya me estaba masturbando mientras le chupaba los pies, pero esto era demasiado. Aumenté el ritmo rápidamente, iba a correrme de nuevo!

Su coñito tenía un poco de pelo, formando un triángulo de pelo suave y rubito. Me hundió la cara en él. Su clítoris era prominente, se veía a simple vista. Un bultito bien definido encima de su rajita rosada. Se veía abierta, soltando jugos vaginales, bastante densos que resbalaban por su rajita y formaban hilillos hasta el suelo. Yo empecé a lamerlos lentamente, saboreando cada centímetro de dulce carne, explorando el coño de mi ama, mientras ella sufría algún que otro espasmo y cerraba sus ojos de placer. Al llegar al clítoris, ella soltó un gritito y me agarró fuerte. Ah… Me corrí en el suelo, me corrí mucho menos que antes, pero fue un orgasmo muy intenso.

  • Ya… ya está bien, mi perrito. Ahora, quiero que limpies mi dulce néctar del suelo. Y tu sucia corrida también. Lávate y vuelve a tu habitación. Te llamaré cuando te necesite.

Se levantó del sofá, se pasó una mano por su raja y luego se la llevó a sus labios.

  • Bien hecho, mi perrito. – Me sonrió y me acarició el pelo mientras a cuatro patas yo la miraba desde abajo.

  • Gracias… mi ama. – Ella me acarició la espalda y me empezó a dar azotitos en el culo. Mientras yo iba a mi habitación gateando y aguantando el dolor de sus azotes.

  • Esto por lo que me hiciste ayer. – Me dio un azote grande, que me dejó una marca roja, mientras yo gateaba a mi habitación. – Por cierto, no quiero que salgas de la habitación, así que yo tendré la llave. – Me cogió la llave de la habitación. Me apartó el culo con el pie y me puso dentro. Luego cerró la puerta y cerró con llave.

  • Déjeme mi ama, por favor! Déjeme salir, tengo que ir al baño! Por favor! Claudia, esto ya no es… por favor, suéltame ya… haré lo que quieras mientras no me hagas esto.

  • Claudia? Cómo que Claudia? Creo que no lo entiendes. Esto sólo ha sido el aperitivo. Eres mi esclavo total, tanto sexual como recadero como lo que quiera yo. Si quiero encerrarte, te encierro. Si quiero pegarte, te pego. Pero no te preocupes, seré una ama muy buena. Voy a comprarte unos regalitos y luego volveré. Espero que hayas pensado tu nueva situación y te adaptes a ella. Porque si no… ya sabes.

Cuando estén nuestros padres, estarás a salvo. Pero cuidadito con cómo me tratas, porque en cuanto ellos se vayan de nuevo, verás que puedo castigarte de formas que ni imaginas. Espero que haya quedado claro. Y ahora me voy, luego tendrás tus sorpresas.

Riéndose, se fue. Mientras yo miraba mi manchado cuerpo de semen y flujo. Estaba cansado. Así que cogí una manta, me tapé un poco y me puse a dormir agotado como estaba. Poco sabía yo lo que me deparaba mi nueva “ama”…