Claudia, mi primera ama - 2

Claudia era un ama nata, había nacido para tener esclavos. Lo que yo no sabía era que... yo era un esclavo nato. Desde el primer minuto, cuando me vi perdido, abandoné mi dignidad y me dediqué a satisfacer a mi ama en todo lo que me pidiese. Íbamos probando nuestros límites y placeres, mutuamente...

No sé cuánto tiempo estuve dormido, cuando de repente escuché cómo se abría la puerta de mi “prisión”. Claudia entró en mi “prisión” y sonriendo, me miró desde arriba.

  • Eres un esclavo sucio. No creía que fueses tan sucio y tan guarro como para dormirte bajo una manta con mi corrida aún en tus piernas… Aunque pensándolo bien me gusta verte así. Pero ahora vas a ir a lavarte. Te ducharás rápido y vendrás a mi habitación, te estaré esperando. Quiero a mi esclavo limpio. Tan pronto te seques, vas a venir desnudo y gateando a mi habitación. Si tardas… me enfadaré. Deprisa… además, tengo unas sorpresas para ti. – Me guiñó un ojo y se fue contoneándose.

Ni siquiera a pesar de todo lo que me había hecho podría odiarla. De hecho, no podía quitarle los ojos de encima a su culo contoneándose… Recordé que me tenía, todas sus fotos y toda la historia… Fui a ducharme, rápido y a conciencia. Recordé lo que me había dicho y fue gateando a su habitación. Poco me fijé en lo humillante que fuese para mí. Llamé a su puerta cerrada.

  • Puedes pasar, mi esclavo.

Abrí la puerta asomándome a la manija, que me quedaba alta al ir gateando. Empujé la puerta y entré en su habitación. La habitación estaba muy bien iluminada, porque hacía bastante sol que entraba a raudales por las ventanas. Vivíamos en una casa alejada de la ciudad, con su finca y jardines rodeándola y el paisaje no podía estar mejor. Pasé gateando y me acostumbré a la luz.

Entonces vi a mi hermana. Estaba sentada en su sofá, que tiene en la esquina de la habitación. Pero ella lo había colocado pegado en una pared que daba frente a la puerta. Llevaba una falta a cuadros azules plisada, como de colegiala, y unas medias blancas y finas. Arriba llevaba puesta una camisa blanca de manga corta a juego. Su pelo brillaba como el de una diosa, y me sonreía descarada. El conjunto lo completaban unos tacones de aguja bastante altos, unos que tenía para ir a bodas y cosas por el estilo. Debo decir que en aquel momento era una diosa.

Desde mi ángulo de visión, la veía como una diosa en su trono, brillante de gloria. Entonces me fijé mejor y vi que en una mano llevaba lo que parecía un cordel negro, como de cuero sintético. Y en la otra llevaba como una especie de collar.

  • No… que son esas cosas?

  • Cállate esclavo, no voy a permitir ni una falta de respeto, me entiendes? No mientras yo no lo permita. Acércate. Y no me mires a los ojos.

Me callé, pero aquello iba demasiado lejos. Tenía pensado revelarme de algún modo. Lo que había hecho hasta ahora era casi un juego erótico (no lo sabía en aquel momento, pero se llamaba así… aún hoy lo hago…) y disfruté como un condenado, he de admitirlo. Pero pasadas unas horas de dormir y ahora esto… iba demasiado lejos. De todos modos le hice caso. Ya os dije que su aura de diosa atenuaba todos esos sentimientos.

Me acerqué mirando al suelo hacia donde ella estaba. Hasta que noté algo duro y plano en uno de mis hombros. Era uno de sus zapatos.

  • Ya puedes mirar. – Miré y la vi en toda su gloria. Su zapato derecho estaba encajado con mi hombro izquierdo, con su tacón rozando mi pecho y su suela en mi clavícula. Ella lo estaba disfrutando, podía ver en sus ojos su total deleite de tenerme bajo su control absoluto. – Ponte de rodillas. – Así lo hice. – Mira tengo una sorpresa para ti. Para que no quede ninguna duda de que eres mi esclavo total y absoluto.

  • Por la manera en que te has portado hoy, mereces un premio. La verdad, pensé que te revelarías antes y yo me atreví cada vez a más, al ver que me dejabas. – Su zapato me presionaba, masajeando la clavícula. Notaba que con esos movimientos, su tacón me rozaba el pecho… si apretaba podía hacerme daño. Casi lo estaba esperando. – Bien, las cosas fueron tan perfectas que no me lo creía, incluso cuando conseguí la llave de tu habitación, a la que a partir de ahora me rogarás por entrar mientras estemos sin papá y mamá.

  • Ah, por cierto, papá y mamá cambiaron de planes y se van a ir unos días a casa de un amigo. Hoy de noche vendrán a recoger algunas cosas, así que quiero que comprendas un par de cosas por completo antes de que lleguen dentro de unas horas. Y cuando se vayan esos días. Su zapato se me clavó un poco. Eso me hizo estremecer.

  • Hasta ahora, lo que hemos hecho… ya sabes, en el salón, lo hacen muchas personas… y algunas hasta pagan para hacerlo. Sobre todo los hombres. Quizá no supieras nada del sexo, o quizás tuviese un hermano pajillero y yo no lo sabía, pero ahora todo eso ha quedado atrás, comprendes? Nada de pajas mientras yo esté aquí. Te quiero para mí sola, y en plenitud de tus fuerzas. Esos archivos que tengo de ti no son nada comparados con las fotos que saqué mientras dormías y alguna más que tengo por ahí. Diré que has traído a una chica a casa y que me la encontré mientras salía. Y diré de todo para que quedes de degenerado y borrachuzo. Y eso no te conviene nada.

  • Comprenderás que mientras me hagas caso, nada de esto saldrá a la luz, porque he de decir que tengo en ti puestas muchas esperanzas. De que seas el mejor esclavo que nunca nadie ha tenido. Y, cómo pudiste ver hace unas horas, tus esfuerzos tienen recompensa. Mírate… sólo de pensarlo y de tenerte pisándote con mi precioso zapato, ya te has puesto duro.

Era verdad, la escuchaba embobado y fascinado. Todo lo que dijo tenía su peso en oro, ella era bien capaz de mentir hasta la saciedad y de que todos la creyeran. Quién iba a creerme a mí antes que a ella? Ella era perfecta en todo, al menos de cara a la galería. Y en ese mismo momento descubrí que también era perfecta entre bambalinas. Tenía todo atado. Perfecta… pero retorcida y pervertida.

  • Entonces, asumo que vas a comportarte a partir de ahora como un buen esclavo y que no tengamos que andar con amenazas innecesarias?

  • Sí… - me rendí del todo. Sellé mi libertad.

  • Así me gusta. Ahora que esto está perfectamente claro, quiero pasar a la segunda parte. Como mi esclavo, yo te quiero. – Lo decía sinceramente. Al menos no sonreía mientras lo decía. – En serio, te quería como hermanastro, hermano y ahora como esclavo. Y al quererte, estás bajo mi protección. Si tienes algún problema, si tienes algún secreto, si alguien te molesta, dímelo. Porque lo destrozaré. – Me miraba con fijeza y la creí.

  • Sí, mi ama. Se lo agradezco…

  • De nada. Quizá imaginabas que iba a ser un ama horrible, pero lo de horrible es relativo. Mientras hagas todo lo que yo quiera, estarás en el cielo. Tercera cosa, nunca haré nada por lo que tengas secuelas. Me refiero, a que si te pego unos azotes, como ahora mismo me apetecería con ese culito en pompa como lo tienes, intentaré no dejarte marcas. Tampoco haré nada que te haga verdadero daño. Ya sabes… si por ejemplo, te pellizco un pezón fuerte y te duele, no habrá secuelas ni te hará verdadero daño… Pero yo gozaré y tú gozarás si yo lo digo. Entendido?

  • Sí, mi ama… Muchas gracias por pensar en mí.

  • Pienso en mí y en ti, porque te quiero en plena forma para obedecer mis órdenes. Cuarto, cuando estén papá y mamá en la casa, serás libre. Obviamente, todo esto sigue en pie… Así que si cuando ellos están en la cocina y nosotros en el salón, te aprieto tu rico culito y te doy una lametada en la cara, no dirás nada. De hecho, me agradecerás, así que cuidado con las salidas de tono que puedas tener, porque a solas, vuelves a ser mío y créeme cuando te digo que últimamente estoy aprendiendo muchísimas cosas sobre amas en internet. Y sabría aplicarlas. – Su tacón se me clavó en el pecho y yo gemí de sorpresa. – Entendido?

-Si… si… mi ama… - Era frustrante… no quería rendirme a ella, pero me tenía totalmente dominado… y empezaba a gustarme. De hecho, me había empalmado mirándola mientras me explicaba que era yo era suyo de todas las formas posibles.

  • Muy bien, lo has entendido a la perfección. Y como premio, aquí tienes. Acércate. – Me acerqué, y me puse de rodillas. Entonces, ella me puso el collar que tenía en la mano derecha. – Esto es un collar para que seas mi perrito fiel. Quiero que cuando estemos a solas, vengas gateando a por el collar y te lo pongas. – El collar era de fieltro suave, con argollitas pequeñas para poner una correa. Entonces comprendí que era lo otro que tenía en la otra mano. – Así, muy bien… te queda genial, mi perrito. Y ahora el toque final. – Me puso la correa enganchada por detrás, en la argolla de mi nuca. Cuando el mosquetón de la correa hizo clic… Sentí que se había acabado todo. Era totalmente suyo.

  • Buf, es perfecto. – Me sonrió con cariño y me acarició la mejilla derecha. Luego el pelo, la espalda y por último, un azote en el culo. – Me encanta mi perrito! Venga, vamos a dar una vuelta por la casa. – Tiró de la correa, mientras yo la seguía gateando. Me paseó contoneándose con sus tacones por toda la casa… Menos mal que nadie podría vernos por una ventana, al vivir bastante apartados de otras casas. Dimos unas vueltas, mientras ella se paseaba como una reina, me acariciaba, me masajeaba… Me daba de comer cereales de uno a uno, como si fuera un perro de verdad. Yo tenía que cogérselos de la mano, y ella decía “buen chico”! Y me acariciaba con cariño. Era su mascota personal.

Entonces paramos en la entrada del baño. Ella me arrastró por la correa y entré con ella.

  • Es que tengo ganas de orinar… - Se levantó la falda y vi que no llevaba nada por debajo. – Que miras tú, travieso perrito? Si, tu ama no lleva nada por debajo… seguro que mi olor fue el que te puso a cien… mira menudo pene tiene mi perrito, y está bien duro y derecho! – Era verdad, me había puesto a cien con todo ese numerito y mi pene palpitaba de excitación. Se sentó satisfecha de sí misma. Puso cara de gusto cuando comenzó a orinar. – Ah… me encanta que mires como meo en el váter perrito. Mira bien. Levantó más la falda y pude ver el chorro cayendo. Quería masturbarme ya, no quería verla orinar, me parecía fascinante y a la vez repulsivo, pero no podía parar de mirar. Entonces, con una mano, me agarré la polla y empecé a moverla arriba y abajo.

  • Eh! Quién te ha dicho que podías tocarte sin mi permiso? - Me pegó una cachetada en el brazo y solté mi pene palpitante… - Sólo puedes hacer lo que yo te diga… y me gusta verte deseando cascártela mientras me ves orinar. – Su chorrito acabó. Entonces estiró una mano y vimos que no había papel. – Perrito, cógeme ese rollo de la estantería y pásamelo. – Me giré intentando que la correa no estuviese tirante (aunque tenía bastante margen) y alcancé el rollo. – Eh, quieto, no te gires. Quédate así. – Estaba con mi culo mirando hacia ella, a gatas y con el rollo en la mano. Que querría hacer? – Hmmm sí… esto servirá. – Escuché cómo cogía un bote de la estantería y abría la tapa. – No preguntes y pon el culo en pompa. Así lo hice, inclinándome tanto que tocaba el suelo con la barbilla y el pecho. Entonces lo noté. Algo tibio me mojaba mi ano y mis testículos. Entonces, algo puntiagudo hizo presión en mi ano. Me quejé, con mucha sorpresa, pero algo ya había entrado dentro.

Fue la sensación más extraña que hubiese tenido nunca. Por un lado me sentía profundamente humillado y vejado, pero por otro, mi pene palpitaba como nunca y ya notaba líquido preseminal goteando. Por un lado, quería sacar de mi interior ese pequeño objeto largo y puntiagudo que me había introducido mi hermana y por otro… lo quería allí dentro, dándome un placer nunca antes conocido. Haciéndome sentir un verdadero perro y dinamitando mi voluntad. Tuve que mirar hacia atrás para ver qué era lo que había puesto. Miré y lo entendí a la primera. Había cogido aceite de baño, me lo había puesto por toda la zona de atrás (ahora se escurría por mi pene y testículos) y lo que había introducido era… el tacón de aguja de sus zapatos.

Su pie derecho se movía poco a poco, penetrándome y saliendo con un ritmo muy lento. Su cara no tenía precio. Tenía la boca abierta, como alguien que descubre lo prohibido y teme seguir más lejos y romper más límites, pero ella seguiría. Sus ojos llenos de lujuria y poder, seguirían forzando todo lo posible… y experimentando… conmigo.

  • Dios mío… No sabes lo cachonda que me pone esto… Te gusta? - Me lo preguntaba con sincera curiosidad.- Quiero que seas sincero y gimas si te gusta… Si te hago daño dímelo también… porque voy a ponértelo entero. – Efectivamente, me pisaba con más fuerza, para que milímetro a milímetro el tacón fuese entrando en mi recto lubricado. Yo gemí, asintiendo. Quizá yo también quisiera forzar mis límites y entrar de lleno en el mundo de la perversión. Cómo sería la mente de mi hermana para ocurrírsele estas cosas… Desde aquel momento decidí aceptarlo todo y darlo todo.

Quería forzar los límites con ella, hasta ver que ocurría. Su tacón entró del todo, porque notaba que mi ano se ensanchaba debido a que el tacón también se volvía más grueso. Entró todo cuando la suela del zapato me pisó la espalda por completo y el tacón me penetraba por completo. Volví a gemir.

  • Ah… mmm…. Ama… no me castigue.

  • Cállate, tu voz de perra en celo no puede ocultar que te encanta que te meta mi precioso tacón en tu sucio agujero… Puedes tocarte, quiero ver cómo te tocas. – Mi mano voló hacia mi pene, lubricado con el aceite. Me empecé a cascar una paja delante de mi ama, que me miraba lujuriosa, pellizcándose sus pezones, que se marcaban en la tela de la camiseta… Tampoco llevaba sujetador. Mi hermana era una pervertida increíble. – Cáscatela más despacio, al ritmo de mi tacón… - Así lo hice, siguiendo la penetración de su tacón en mi culo. Lentamente, llevaba mi piel hasta el final y luego hasta casi la base de mi pene, siguiendo la velocidad que quería mi ama.

Estaba a punto de correrme, y mi hermana lo notó, porque yo gemía como un poseso mientras ella clavaba sin piedad su tacón en mi trasero.

  • Quieres correrte, verdad, mi perrito?

  • Si… ahhhhhhh… sí, mi ama, por favor… mmmmm… déjeme correrme por favor!!! – Mis súplicas hicieron acelerar sus movimientos. No entendía cómo era tan diestra en el manejo del tacón, porque me penetraba pero nunca me hizo daño de lo lubricado que estaba. Quizá fuera por lo delgado que era, pero me estaba llevando a la gloria… Quería correrme ya!

  • Entonces córrete! Córrete para tu ama! – Entonces me corrí como un loco, mientras ella tiraba de la cadena tanto que me asfixiaba y me hacía daño en el cuello. Su tacón se hundía en lo más profundo de mi recto, mientras la falta de oxígeno hacía que mi orgasmo fuera mucho más intenso. Chorros de semen caían en el suelo del baño, mientras mi mano exprimía hasta la última gota. Un largo grito, muy atenuado por el collar que me apretaba, salía de mi interior, de lo más hondo de mis pulmones. Todo mi cuerpo temblaba sin control, mientra los estertores del orgasmo más grande que había tenido hasta entonces, hacían que perdiese el equilibrio con los ojos prácticamente en blanco y la boca entreabierta.

Caí de costado, después de correrme copiosamente. Estaba cansado, dolorido, humillado... , pero aun así, después de unos segundos, noté un tirón en mi collar. Así que tuve que mirarla. Estaba totalmente abierta de piernas, se había quitado la falda desabotonándola por un lado y se había desabotonado también la camisa, tirándola al lado del váter. Estaba acariciándose el clítoris con furia y con una sonrisa de lascivia en la que no reconocí a mi hermana, reconocí a una diablesa que me martirizaba mientras se reía, frotando casi dolorosamente su coño y si clítoris mientras se retorcía los pezones. Tiró de la correa, obligándome a que mi barbilla se pusiera encima de la tapa del inodoro. Se reclinó hacia atrás y me puso su coño en mi cara.

  • Lame, asqueroso esclavo.

Mi lengua no se hizo de rogar, y lamí con violencia, mientras el sabor de sus jugos, mezclado con la orina que no se había limpiado, inundaban mi boca. Superando las arcadas iniciales, me dediqué a mi tarea, hasta que de unos cuantos lametones, Claudia gemía y se corría como una loca, con ambas manos se retorcía frenéticamente los pezones, casi pensé que se los arrancaría, mientras me abrazaba con sus piernas y sus tacones me dejaban marcas en la espalda. Un último espasmo hizo que arquease su preciosa espalda, mientras gritaba y me clavaba más profundamente los tacones en el comienzo de mis nalgas. Su coño chapoteaba y un increíble chorro de líquido me salpicó en toda la cara, metiéndose en mi boca con presión y fuerza, un líquido que me bebí y al que pronto me haría adicto. Los sonidos que producia al chupar y tragar todo lo que el coño de Claudia soltaba a presión, se mezclaban con mis gruñidos y mis lametadas en su agujero y en su clítoris.

  • Jodeeeeeer… Que corrida, por Dios… Sabía que no me fallarías, incluso después de tus arcaditas… pero ya aprenderás a adorar todo de mí, incluso mi coñito orinado. Ahora te voy a quitar la correa, pero voy a dejarte el collar. – Así lo hizo. - Ahora, límpiame.

Yo ya había aprendido a entenderla cada vez más, así que mientras ella ponía las manos en sus caderas y se abría de piernas de pie, yo lamí en todas direcciones, desde su agujero hasta su clítoris, arrancando pequeños espasmos en mi ama, tratando a su coño con delicadeza, lamiendo lentamiente, dejándolo reluciente. Acabé mi trabajo lamiendo sus todo el interior de sus ingles, donde había flujo goteando. Con una mano, me apartó la cabeza de su coño y me puso la planta de su zapato de tacón en mi pecho. Sin cambiar de postura, cogió una esponja, la mojó y se la pasó por su reción limpio coñito, mientras me sonreía. Cogió una toalla pequeña y se lo secó con delicadeza. – Ahora vas a limpiarte tu y a limpiar el suelo. – Tiró de la cadena. – Cuando acabes, vendrás a mi habitación. Tengo otro regalo para ti. Dúchate y ven desnudo a mi habitación a cuatro patas.

-Sí, mi ama... - Fué lo único que pude decir, rojo por el orgasmo y la falta de oxígeno, con el collar aprentándome el cuello, de rodillas en el suelo con su zapato presionandome el esternón. Lo retiró, cogío su camisa y su falda y contoneándose, se fue a su habitación, dejándome una última visión de su perfecto culo mientras sonreía y se mordía un labio.

Dejé el baño impoluto, lo que me llevó unos diez minutos. Luego me duché. Mientras el agua me caía por encima, apenas podía creer lo que había hecho. Nunca pensé que llegaría a humillarme tanto como ese momento… Pero en el fondo me gustaba. Demonios, me encantaba! Pasé un dedo enjabonado por mi ano, que estaba un poco irritado, lo que me dio placer al notar el jabón y el agua caliente. Me sequé con cuidado y dejé el baño seco. Luego me dispuse a salir del baño, poniéndome a cuatro patas, recordando que a ella, a mi maldita y adorada hermana, así lo querría.

Gateando desnudo, tal como me había ordenado, fuí a su habitación. Las persianas estaban levantadas, pero las gruesas cortinas no dejaban que se viese nada desde fuera ni desde dentro. Había una tenue luz que entraba dando a la habitación un ambiente acogedor. Allí estaba mi ama, seguía desnuda, pero sin los tacones. Estaba rebuscando el bolsas de la compra de tiendas de ropa conocidas, mientras tarareaba distraída.

  • Pasa, pasa y ponte de pie. - Así lo hice. Había un gran espejo de cuerpo entero en su habitación, moderno, onduleante y que llegaba hasta el suelo. Me ví. Desnudo, con el collar, mientras ella rebuscaba inclinada sobre su cama llena de bolsas, me preguntaba intrigado qué me obligaría a hacer a continuación. Mi ano escocía aún un poco, pero mi pene y mis huevos estaban plenamente satisfechos. Admiraba su hermoso culo y sus tetas perfectas atraídas por la gravedad. Que tendría en esas bolsas?